Title : Viaje a America, Tomo 1 de 2
Author : Rafael Puig y Valls
Release date : April 6, 2015 [eBook #48651]
Language : Spanish
Credits
: Produced by Ramon Pajares Box, Adrian Mastronardi, and the
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VIAJE
Á
AMÉRICA
Estados Unidos, Exposición Universal de Chicago,
México, Cuba y Puerto Rico
POR
Rafael Puig y Valls
BARCELONA
TIPOLITOGRAFÍA DE LUIS TASSO
Arco del Teatro, 21 y 23
1894
ES PROPIEDAD
A mi hermano Mariano:
Cuando la fraternidad no es más que vínculo de la sangre, aun siendo rama de un árbol de tronco vigoroso, una ráfaga de viento puede derribarla; cuando el amor fraternal ahonda, y más que rama de árbol frondoso es raíz que penetra en el alma, las tempestades de la vida sólo pueden arrancarla con la planta entera.
Así ha ahondado tu afecto en mi alma; así ha arraigado en mi corazón el cariño de hermano y amigo que tu inagotable bondad me ha dispensado, sin desmentirse jamás, un solo instante, durante nuestra ya larga existencia.
¿Quién, pues, podría ocupar, con mejor derecho que tú, la primera página de este libro?
Que ella te recuerde mientras vivas, el inquebrantable y correspondido afecto de tu hermano
Rafael
Es cosa vulgarísima hacer un viaje de París á New-York; el que pasa por el Havre sale ahora á las 12 y media de la noche de la estación de San Lázaro, situada en el centro de París. A las seis de la mañana pára el tren, que lleva el pomposo título de «tren directo de París á New-York», junto á la pasarela del trasatlántico, y á los pocos minutos cada pasajero ha colocado ya el equipaje de mano en su camarote, esperando, no sin alguna zozobra, la hora de salida que dicta la marea en las dársenas del Havre. Sería necesario ser muy exigente si no estuviera contento con mi suerte; embarqueme el 18 de marzo en el vapor más hermoso y nuevo de la Compañía Trasat [Pg 8] lántica francesa, el Touraine , que está realizando su décimo tercer viaje con una velocidad pasmosa. A las 25 horas había andado 495 millas, según nota dada por el encargado de la corredera; hoy 21, tercer día de viaje, debemos haber andado ya más de 800 millas, y oigo decir á los compañeros de viaje que se marean , que el capitán se propone llegar á New-York el viernes próximo, ó sea en menos de siete días, desde el Havre.
Pocos vapores habrían realizado una travesía más rápida, y pocos también podrán ofrecer á los pasajeros mayores comodidades y garantías de seguridad.
El Touraine ha sido construído para pasaje numeroso y todo se ha sacrificado á la comodidad de los viajeros. Barco que salió á mediados de 1891 del astillero de Saint Nazaire, parece un palacio flotante que brilla al sol con el matiz nacarado del color blanco agrisado que domina en la cubierta, dándole un aire de limpieza que enamora.
La cubierta alta destinada á los pasajeros de primera, es un paseo de más de cien metros de longitud y cuatro de anchura que circuye los camarotes de lujo y los saloncitos de escribir; la inmediata inferior, en que pasean los viajeros de segunda y tercera, tiene iguales dimensiones y rodea la sala de conversación y los camarotes de primera; y en el tercer puente, el más retirado y menos sometido á la acción de los balanceos, está el comedor cruzado por tres mesas pa [Pg 9] ralelas rodeadas por otras más pequeñas que le dan el aspecto de un gran salón de restaurant de las mejores fondas de París.
A las 6 y media de la tarde, cuando el camarero toca la campana, anunciando á los pasajeros que el servicio de mesa está dispuesto, el aspecto del comedor, iluminado con luz eléctrica, es severo, de gusto exquisito é irreprochable. La escalera monumental, de caoba barnizada, que le da acceso, con grandes espejos adornados de cornisas y cariátides del mejor gusto, tapizados los entrepaños con cueros repujados, llena de luz deslumbradora; el patio central, que remata una linterna de traza elíptica y cristales deslustrados, sostenidos los entrepuentes por vistosas columnas, de cuyos capiteles arrancan artísticos candelabros de luces eléctricas, dan al conjunto un aspecto tan hermoso que se llega á olvidar el mareo y el peligro del viaje, creyendo haberse realizado el cuento de hadas que levantó palacios del fondo del Atlántico.
En el centro del barco van las máquinas que mueven dos hélices poderosas, máquinas tan discretas que apenas dejan oir al viajero enfermo la vibración de sus palancas y articulaciones; y en el centro van también, y repartidos en sus puentes, los camarotes de lujo, que valen 3,000 francos por viajero; los destinados á dos pasajeros, que reciben luz directa por los costados, que cuestan 600 francos por [Pg 10] persona, y los de tres literas, situados en el centro, que reciben luz indirecta ó zenital eléctrica, que se pagan á razón de 500 francos por litera. Estos camarotes son llamados «primeras clases» y gozan sus privilegiados poseedores del confort de los elegantes salones ya descritos, de una mesa pantagruélica, de un servicio perfectamente organizado, y de cuanto puede exigir un potentado, en sus travesías por los mares.
Y si alguien duda de la necesidad de poseer un estómago de múltiples resortes para digerir los suculentos y copiosos manjares servidos á bordo del Touraine , si esta prosa no le parece indigesta, cuide de seguirme al través de un comedor que está constantemente en funciones, desde las ocho de la mañana, en donde sirven café completo, con pan, leche y manteca, té ó chocolate; almuerzo á las diez, compuesto de cinco hors-d’œuvres, y tres platos fuertes, tres postres y café; un tente en pie, ó lunch, á la una, que adornan suculentas tazas de té, frutas verdes y secas, compotas variadas, sandwichs, etc, y una comida fuerte á las 6 y media, espléndida, variada y ricamente preparada, regado todo con graves y médoc en el almuerzo y la comida, hasta las nueve de la noche, en que se sirve un té como fin de fiesta á tan aprovechados comensales. Y luego habrá quien dude de que el tipo del caballero particular pueda ser de carne y hueso como los demás mortales, cuando veo con mis propios ojos tantas personas que hacen [Pg 11] sus quatre repas y un té con una tranquilidad verdaderamente olímpica, á pesar del mareo y contra el mareo, según el parecer del buen doctor, que pasea el uniforme y su simpática persona por los salones del Touraine .
Después de esta reseña, muchos preguntarán, si son muchos los lectores de este libro: ¿Y la travesía? ¡Ah! la gente del buque y los que están acostumbrados á largas navegaciones dicen que el mar no puede estar mejor, y que el Atlántico no suele gastar mejor carácter que el que ostenta estos días, sin duda para no dar gusto á los que han creído que era peligroso embarcarse en el Touraine al verificar su 13.ª expedición. Yo, por mi parte, no quito ni pongo rey, aunque se me figura que siendo el barco de un porte tan espléndido que no figuraría desdeñosamente al lado de nuestro Pelayo , no debería moverse hasta el punto de tener unas tres cuartas partes del pasaje en las literas, y ponerme en el caso de hacer tales garabatos al escribir estas cuartillas, que temo van á arrancar venablos y centellas á los desdichados cajistas que se vean en el caso de traducirlas y componer las columnas de La Vanguardia .
* * * * *
Interrumpida varias veces esta carta por los balanceos, he de añadir que los días se suceden y no se parecen; en la noche del 22 hemos tenido un coup de vent que nos ha tenido angustiados, y el 23 ha [Pg 12] nevado, manteniéndose los hielos y carámbanos todo el día en el solado de los puentes y en los barrotes de las barandillas. El termómetro marcaba 5 grados bajo cero. Hoy, 24, la niebla lo invade todo, la sirena pita cada dos ó tres minutos, y el pasaje, á pesar del evidente peligro que corremos, está contento porque el mar es bonancible.
Llegó por fin el día suspirado: luce el 25 de marzo y estamos ya á escasas millas de New-York. Vese ya tierra firme, la Long-Island, la primera tierra americana para la mayor parte de los pasajeros del Touraine , y todos contemplamos, extasiados, el nuevo continente tantas veces ansiado y tan penosamente conseguido.
Los emigrantes, alemanes é italianos, entonan en este momento un himno á la nueva patria, espléndida manifestación, concreción vigorosa de sus bellas esperanzas.
Allá, con la vista fija en la proa del barco, todo el mundo espera con ansia que la estatua de la «Libertad iluminando al mundo» nos fije el término del viaje, y mientras los pasajeros de tercera dedican á la patria ausente su mejor recuerdo, los españoles que vamos á Chicago con las responsabilidades que ha de exigirnos algún día la patria querida, volvemos también la vista hacia el Este del mundo, en donde hemos dejado nuestras afecciones y nuestros recuerdos, para cultivar, en tierra extraña, cobijados por el [Pg 13] pabellón de España, los intereses que nos han confiado el Gobierno y los compatriotas que nos han honrado con su confianza y su amistad.
Y en este momento, cuando 3,000 millas de mar me separan de Europa, me parece haber echado un cable en este trillado espacio, cable amarrado en las oficinas de La Vanguardia y en el pabellón de España de la Exposición de Chicago, que manteniendo estrecha relación de afectos entre ambos puntos, explique periódicamente á esos lectores cómo se desarrollan en América nuestras simpatías, como se gestionan nuestros intereses y cómo se trabaja para enaltecer el nombre de España en aquella apartada región del continente americano. ¡Qué gran recompensa para todos, si tan ruda labor consigue prestigios, gloria y riqueza para la patria!
Molestia invencible suele ser, en todas partes, el paso de una frontera. Los españoles solemos ser tolerantes cuando se trata del país ajeno; cuando se trata del nuestro no hay palabra bastante dura en el diccionario para vituperar los procedimientos de los aduaneros españoles. Los extranjeros, que suelen ser pacientes en su patria, reprueban los minuciosos reconocimientos de los carabineros al llegar á la frontera española, que les parece ya país conquistado, y no hallando en nosotros respeto á lo que representa el cumplimiento de un deber, se desatan en improperios, lanzando sin rubor y en alta voz, para que la oiga todo el mundo, la frase ya rutinaria á fuerza [Pg 16] de puro sabida: cosas de España ; pero tenga presente el español que emprenda un viaje á América por placer, estudio ó negocio, que las cosas americanas dejan tan atrás las nuestras en punto á fiscalización aduanera y sanitaria, que no hay, ni ha habido en el mundo, procedimiento inquisitorial que se parezca al que voy á historiar para enseñanza y ejemplo de los que creen de buena fe que todo lo extranjero es mejor y más digno de un pueblo culto que lo nuestro.
Llegué á la vista de New-York á las dos de la tarde del 25 de marzo último: una vez pasado el estrecho que forman los puntos avanzados de la costa en que están emplazados el fuerte Lafayette y el Hamilton, el Touraine paró sus hélices, acercóse un bote de vapor en que iba el empleado de la Aduana, que entró en el trasatlántico, posesionóse de una mesa, preparó su tintero y pluma, y con la lista de los pasajeros á la vista, abrió una información para cada uno de ellos, averiguando el nombre, la procedencia, la edad, la profesión y el número de bultos que constituían el bagaje de los que íbamos en el barco. Recibida la declaración jurada , firmamos un documento, que la mayor parte de los pasajeros no entendía, en que nos comprometíamos á probar que habíamos declarado la verdad bajo pena de comiso de todo aquello que no se había declarado.
La operación, tratándose de un barco que trans [Pg 17] portaba más de cuatrocientos pasajeros, no podía ser corta, y más al ampliarse con una nueva visita que recibió el vapor á las cuatro de la tarde y que nos produjo un verdadero sobresalto. La Sanidad, representada por un subalterno, al tener noticia de que iban en el Touraine emigrantes alemanes procedentes de Hamburgo, y que uno de ellos presentaba síntomas algo alarmantes, fuese en busca del jefe, y con la amenaza de veinte días de cuarentena, estuvimos con el alma en un hilo, hasta que, previo reconocimiento muy detenido, la Sanidad de New-York contentóse con fumigar á los emigrantes y los bagajes, dejando salir á los pasajeros de 1.ª y 2.ª, que desembarcamos cuando ya anochecía.
Cuando se cruza el Atlántico y se han pasado horas de zozobra, el viajero cree haber ganado el derecho de que se respete su cansancio, su deseo de reparar las fuerzas perdidas y de hallar, en cómodo albergue, alivio á sus males y calma á su espíritu.
Al poco rato el vapor atracó, colocó rápidamente su pasarela, y con un: ¡Bendito sea Dios! pisamos tierra con satisfacción verdadera. La Trasatlántica francesa tiene en la dársena que ocupan sus barcos una inmensa nave de madera, cuyos cuchillos de armadura que arrancan del suelo forman una bóveda que abriga un espacio mal iluminado, sucio, ahumado, que parece bodega invertida de un barco carbonero. Hay allí una serie de compartimientos [Pg 18] clasificados, con iniciales, que el pasajero ha de buscar, si se le ha advertido de antemano que su bagaje irá á depositarse en el cajón cuya inicial corresponde á su apellido. No hay en aquella bodega ni una silla, ni un banco; cuando llegan los baúles, el viajero cansado se apoya en ellos y espera que la Aduana inspeccione los bagajes cuya declaración jurada firmó creyendo, quizá, que bastaría su palabra honrada, legalizada con su firma, para evitarse las molestias de una inspección tan minuciosa, que no hay maleta, baúl, saco de mano ó manta, que escape á la mano escrutadora y nimia, en detalles, del aduanero norte-americano.
Hora y media estuve esperando el baúl y la inspección; cuando pude salir con las consabidas señas puestas en los bultos, habían dado las ocho de la noche, con la inversión de cinco horas en lo que en todas partes puede hacerse, con mayor respeto á la dignidad humana, en dos horas escasas.
Y antes de que el presunto viajero español que entra por el puerto de New-York estudie con calma lo apuntado, si en algo estima sus intereses, voy á trasladar al papel alguna impresión que entiendo vale la pena de ser conocida.
Iban en el Touraine el arzobispo de Quebec y el obispo de Cythère; ambos en tenue bourgeoise , venían de Viena, y habían visitado también la Palestina y España. Para los católicos del mundo, el [Pg 19] español es un ser que se distingue por su altivez, su energía y su amor á la religión. A las pocas horas, sabiendo que yo era español, se mostraron tan deferentes conmigo y tan amantes de mi país que entablóse entre nosotros una verdadera y simpática amistad. Interrogáronme acerca de nuestros poetas y publicistas, conocían nuestros mejores filósofos, literatos y artistas clásicos, y no acababan nunca cuando se ponían á hablar de la conquista de México, descrita, al parecer con entusiasmo, por Prescott.
Aquellas altas dignidades de la iglesia llegaron á New-York acompañados de dos sacerdotes, sin que nadie fuera á recibirles, ni nadie se preocupara de aquel ejemplo de humildad cristiana, llevando modestamente el bagaje de mano, menos pesado, sin duda para ellos, que la responsabilidad de la cura de almas que ejercitan, con alta sabiduría, en las frías comarcas del Canadá.
Y mientras este alto ejemplo puede servir á todos de saludable enseñanza, el que no quiera dejar cuatro ó cinco dollars en las garras de algún cochero neo-yorkino, cuide de no salir de la aduana sin que, poniéndose de acuerdo con algún agente de hotel y sobre todo con el de la compañía llamada «Express», consiga impedir que sea atropellado de la manera más odiosa que cabe imaginar.
Para evitar las demasías de los cocheros se ha formado en las grandes ciudades norteamericanas [Pg 20] una compañía que envía sus agentes á los trasatlánticos y á los vagones de los ferrocarriles, que mediante un pequeño estipendio, unos cuarenta centavos de dollar, equivalentes á dos pesetas por bulto, y cangeando el talón ó chapa metálica numerada, de que hablaré luego, por un cartón que se ata en el asa del baúl y en que se consigna la dirección dada por el viajero, al poco rato se consigue tener el bagaje en el hotel, dejando al viajero en libertad de aprovechar los tranvías y ferrocarriles elevados que, por cinco centavos, ó sean veinticinco céntimos de peseta, puede apearse á pocos pasos del hotel, boarding ó casa á donde va á parar, sin verse obligado á gastar un duro y medio por una carrera de media hora escasa, que es lo que cuesta por persona un carruaje de dos caballos en New-York y Chicago.
Claro es que el que no sepa hablar inglés no tiene más remedio que acudir á los agentes españoles de dos hoteles modestos, pero bien situados en la calle 14, junto á la 5.ª avenida, llamado Hotel Español, y en Irving place muy cerca de Broadway, conocido con el nombre de Hotel Hispano-americano. En New-York es completamente inútil hablar francés ó italiano, la inmensa mayoría de la población no conoce más idioma que el inglés, disfrazado con un acento sumamente duro que obliga á un verdadero y largo aprendizaje.
Pero no terminan aquí las desdichas del europeo [Pg 21] en New-York; el que va á Chicago ó á cualquier punto de los Estados Unidos, ha de empezar por entregar el equipaje al agente del «Express», que lo llevará á la estación de partida, tomar con anticipación el billete y el Pullman-car , que es un sleeping más lujoso y cómodo que el que circula por las líneas de Europa, en alguna agencia del Broadway, y cuidar de que se facture, para lo cual un mozo de la estación ha de poner una etiqueta numerada que corresponde al número de una placa metálica que se entrega al viajero, sin que se haya de pagar exceso de peso como no pase de 150 libras, que no rebasa casi nunca, el baúl ó mundo de uso corriente.
El coste de un viaje en ferrocarril norte-americano compensa en realidad, por su baratura, las molestias de cambio de procedimiento que se impone aquí al viajero. Mil millas hay de New-York á Chicago, ó sean 1500 kilómetros, y este recorrido, que costaría en España más de 60 horas y 40 duros, se hace en 27 horas y aun en 25, gastando 22 dollars por el pasaje, 5 ídem por el Pullman-car y 3 ídem por dos comidas y un almuerzo divinamente condimentados que se disfrutan tranquilamente en el vagón-restaurant. Y si tan repetidos cambios, gastos y mareos no han labrado ¡oh viajero! tu salud, llegarás con la ayuda de Dios á esta ciudad para visitar la gran Exposición de Chicago.
Pero antes de partir, justo será echar una ojeada á New-York, después pararse en las cataratas del Niágara, para entrar definitivamente en el primer centro pecuario del mundo, la gran ciudad del Estado Michigan.
El espectáculo más grandioso que New-York ofrece al viajero es el de la bahía, con su movimiento portentoso, sus ferry-boats, sus dársenas, sus flotas comerciales, sus edificios colosales que sobrecogen más que admiran, y el tráfico que revela el soberbio mecanismo del segundo puerto del mundo por su importancia y el primero por su belleza soberana. El conjunto del panorama no tiene rival; el que ha visto New-York desde la bahía, bordeada por el Hudson y el Harlem river, adornada con la estatua de la libertad iluminando al mundo, el puente suspendido que enlaza la ciudad á Brooklyn, los docks y almacenes, los buques que entran y salen, los [Pg 24] remolcadores que silban constantemente, las muchedumbres que van en los ferry-boats agitando los sombreros y saludando á los que llegan, los trasatlánticos franceses, ingleses, españoles, alemanes y norteamericanos, en sus desembarcaderos, amarrados á las dársenas adornadas con los pabellones de los respectivos países, y con los aparatosos anuncios de las Compañías navieras, los grandes edificios de la ciudad, cubiertos de cúpulas extrañas, con linternas que las rematan, amontonándose en el horizonte y proyectándose las unas sobre las otras, formando montón abigarrado y pretencioso, los letreros de caracteres colosales, pintados con colores chillones, como si los vecinos de aquella ciudad acusaran á la humanidad entera de padecer intensa miopía, todo sobrecoge el ánimo subyugado por aquella orgía de movimiento, ruido y color que forma un conjunto monstruoso, extraño, inusitado ante el que toda apreciación resulta incompleta y todo juicio imposible. Y mientras el viajero sigue con la vista las variadas siluetas que presenta la ciudad y el puerto, á medida que el trasatlántico va avanzando, camino de la dársena, el empuje simultáneo de tres remolcadores lo dejará atracado, en breve tiempo, para que el pasaje pueda desembarcar tranquilamente, y pisar, después de ocho días de zozobras, la tierra americana.
El recorrido desde el puerto á la fonda española de la calle catorce, atravesando calles mal ilumina [Pg 25] das, sucias y poco concurridas, no da á New-York un aspecto lisonjero; la calle catorce, en cambio, con sus iglesias, teatros, establecimientos públicos y privados, ofrece ya al cansado viajero el espectáculo de una gran ciudad, de fisonomía inglesa, que á primeras horas de la noche se entrega al descanso, dejando abiertas las tiendas por puro lujo y reclamo más ostentoso que bonito.
La fonda española de la calle catorce, modestita como todo lo nuestro, ofrecióme buena mesa y limpia cama, calefacción bien entendida y confort suficiente para el que, acostumbrado, como yo, á disfrutar de todo, con lo bueno, cuando pasa, y resignado con lo malo y mediano, recordaba la movediza litera del Touraine , el ruido de la maquinaria y las maniobras de un trasatlántico en fatigosa lucha, durante ocho días, con las tornadizas aguas del Atlántico.
Levantéme remozado, contento y decidido á dar un vistazo á New-York, la ciudad europea de América, por excelencia, la que dando hospitalidad á todas las razas y á todos los intereses del mundo, ha conservado algo del viejo continente, rasgos fisionómicos, necesidades de otras costumbres aportadas con el bagaje de las preocupaciones, de los vicios, del modo de ver y sentir padecidos en otras playas, en el fondo del Este del mundo, iluminado aún en mi cerebro con los recuerdos de un continente adornado con las obras prodigiosas de artistas, gloria de [Pg 26] las naciones europeas, de Italia, Francia, España, Inglaterra... cuyos monumentos han dado á la arquitectura de los palacios y monumentos de New-York sus rasgos fisionómicos, su carne y sus huesos, sus líneas ornamentales y sus estilos más renombrados, pero, falto todo del rasgo genial que es emanación purísima del espíritu, y concreción hermosa de la labor del arte al través de los siglos y de la sangre ardiente de las razas artistas del mundo.
Basta echar una ojeada al plano de New-York para distinguir la parte vieja de la nueva, la obra de los primeros pobladores, encariñados con las rancias ideas de una urbanización enrevesada, de calles estrechas y tortuosas, de ventilación difícil y saneamiento imposible, de la gran porción de ciudad extensa, cuadriculada, con ejes normales al Hudson y al Harlem rivers, y un gran pulmón central, The Central Park, rodeado de avenidas majestuosas, adornado de estanques, lagos, arboledas, prados, estatuas, monumentos, cliché fastidioso de todas las grandes ciudades, aunque sin caer, en el afán de trazas y alzados, de colores, cenefas y combinaciones que dan al conjunto el aspecto de un cromo de dimensiones colosales, en que la naturaleza pierde el encanto de sus expansiones bravías y sus notas acentuadas y vigorosas. Pero prescindiendo de ese órgano expansivo, de ese generador de oxígeno empotrado, casi, en el centro y en forma de rectángulo, en las [Pg 27] grandes cuadrículas neo-yorquinas, el número de plazas de la primera ciudad americana resultan pequeñas, notándose el afán de aprovechar la península que forman los dos ríos que la abrazan y estrechan, fijando límites á su inmenso poder de expansión. Y como si un gigante, cansado de tanta monotonía, de tanta línea y ángulo recto, de tanta cuadrícula antiestética, atravesada en sus ejes principales, en sus trazas más holgadas por los ferrocarriles elevados, hubiera querido poner á su enojo, feliz expresión y rasgo permanente de sus osadías, cruzando con ondulante rasgo las calles y avenidas más concurridas de la ciudad neo-yorquina, surge en plano tan simétrico, la calle más irregular, más fastuosa, más larga y más extraña, que conoce el mundo entero con el nombre de Broadway.
El Broadway es como el Regent street en Londres, como los bulevares centrales en París, como la Rambla en Barcelona, la nota típica de New-York, el eje de giro de todo su tráfico, el centro de los negocios, el lugar más frecuentado y el punto preferido para localizar las tiendas más suntuosas, los bancos y las sociedades de crédito más en boga, los edificios de las compañías de seguros más repletas de millones, los restaurants y bars de moda, la vía que cruzan los tranvías de tracción animal más frecuentados y los coches de los potentados, de los ricos legendarios, cuyo activo asombra á tantas gen [Pg 28] tes, y lugar preferido por la bohemia universal para paseo, en que desfilan, con su aire decidor y algún tanto desenvuelto, las bellezas neo-yorquinas que de las nueve de la mañana á las cinco de la tarde de los días de labor, van recorriendo tiendas y bazares con ansias verdaderamente pavorosas para los bolsillos de padres y maridos.
El Broadway y sus alrededores Wall Street, Broad Street, Nassau Street y Fulton Street, durante las horas de tráfico presentan una animación extraordinaria, sólo comparable á la City de Londres y al Downtown de Chicago. Formarse idea entonces de los edificios suntuosos del Broadway y de los palacios é iglesias, de las calles y plazas de aquel gran centro, requiere estar en posesión de una cabeza muy sólida para sobreponerse al ruido, movimiento y confusión de un tráfico abrumador, que alcanza su máximo entre Madison square y la calle que termina en la punta de la península formada por los dos ríos, llamada Batería.
Respecto á la belleza de los edificios principales del gran centro comercial de New-York, el europeo si va á América con los prejuicios del viejo continente, si no empieza por considerar que el yankee sacrifica gustoso las líneas y los adornos de los estilos arquitectónicos más preciados, á lo que entiende que mira como fin primordial, á lo útil y á lo cómodo, perderá lastimosamente el tiempo, tratando [Pg 29] de explicarse por qué se han mezclado en un mismo edificio detalles hermosos y bien concebidos, de estilos puros, con adefesios y composiciones extravagantes que parecen la obra caprichosa de un niño que deja correr el lápiz sobre el papel, sin preocuparse de las reglas establecidas y de los criterios adoptados, esquemas obligados de todo proyecto arquitectónico.
Si fuera posible prescindir del conjunto de aquellos edificios colosales, montón de sillería de arenisca roja con tonos negros, en que domina el cubo exagerado en todo, como signo de riqueza, ó valentía de raza, ó ambas cosas á la vez; si prescindiendo de la falta de harmonía que hay entre alzados que desafían las nubes, y puertas y ventanas achatadas que dan á la entrada principal del edificio apariencias de antro, y á las bocas de luz y aire, aberturas rasgadas en muros espesos que asemejan aspilleras de barbacana, y se fijara la vista en detalles atrevidos, en capiteles, frisos, aleros, dinteles bien dibujados y sentidos, en arcos caprichosos, en columnas y pilastras ampulosas y holgadas, en trazas movidas, huyendo de la forma rectangular y cuadrada que en nuestras calles resulta monótona, fría, y para el arquitecto pie forzado que mata todas sus iniciativas y fantasías, aun se hallaría materia sobrada para trazar un cuadro vigoroso y sentido de la arquitectura neo-yorquina, escasamente emancipada de los estilos [Pg 30] viejos de Europa, y menos atrevida que la de las ciudades del Far-West, que si admira como obra de cálculo, resulta como arte una cosa digna de severa censura.
Pero el que cruza por vez primera la quinta avenida, Madison square, la calle catorce, el Union square, y sigue el Broadway, echando una rápida ojeada al Grace church, al edificio de Welles and Standard Oil C-O., al Washington building, á la Subtesorería de los Estados Unidos, á la estatua de Jorge Washington, queda encantado, y especialmente ante una iglesia gótica, cuyo nombre no recuerdo, rodeada de un cementerio, con sus piedras tumulares, sus estatuas y sarcófagos suntuosos, rodeado por una verja de hierro, creciendo entre las tumbas plantas trepadoras adornadas de flores, que hizo brotar allí la mano piadosa de una madre ó de una esposa, nota extraña que parece el memento terrible que está allí perenne, para recordar á los que pasan, con la angustia en la frente, azorados y enloquecidos por la fiebre del oro, el fin de esta vida y el principio de otra, en que para nada nos servirá el bagaje de las riquezas acumuladas en los grandes centros comerciales del mundo, como no sea de estorbo para llegar más velozmente al término suspirado de la eterna dicha. Pero el viandante hostigado por el ansia de ver cosas nuevas, atraído por edificios tan variados, colosales, majestuosos, fíjase al fin [Pg 31] en una cúpula montada sobre base estrechísima de un edificio de no sé cuantos pisos que ostenta, en letras colosales, la palabra «The World», ya vista desde el puerto, antes de que atraque el trasatlántico á la dársena de su destino, nombre de un periódico famoso que tira, en sus ediciones diarias, más de sesenta mil ejemplares, vendidos á precios desconocidos aquí, á cinco centavos, ó sean veinticinco céntimos de peseta cada número, dando tanta lectura y tantas viñetas cada día, con tipos de imprenta pequeños, que no se comprende de dónde sacan tanto material que pagan generosamente sus editores, haciendo lucrativa y decorosa la vida de los que se dedican á la prensa diaria y periódica en el Nuevo mundo, y que con otros diarios de igual ó parecida importancia acusan la medida y los alcances de aquel gran centro comercial.
Y como mi estancia en New-York, solicitado por mis deberes perentorios en Chicago, me obligan á partir, sin que pueda formarme idea exacta de la vida, los recursos y las costumbres del gran emporio americano, sólo por no dejar solución de continuidad en mi viaje, doy esta nota fugaz y rapidísima de mi paso por New-York, que voy á enlazar con las dos visitas hechas á las cataratas del Niágara, maravilla del Nuevo mundo, cuya impresión voy á apuntar aquí, antes de entrar en la eterna rival de New-York, la gran Chicago.
El express del Illinois Central que sale á las seis de la tarde del New-York, llega á las ocho de la mañana del día siguiente á un punto del territorio canadiense, desde donde pueden verse las cataratas, casi á vista de pájaro. En aquella escotadura del terreno, el tren se pára breves instantes; los pasajeros, medio dormidos aún, bajan de los Pullman-cars, se acercan cuanto pueden al borde de la cortadura, y admirados ante aquel espectáculo grandioso, deslumbrados por los cambiantes de luz en los torbellinos de agua pulverizada que salen del fondo del [Pg 34] cauce y atontados por el sordo ruido de las moles de agua que se precipitan por los acantilados del río, vuelven á ocupar su puesto en el vagón, sin haberse formado idea clara de lo que han visto, ni poderlo apreciar en la medida de lo justo.
Ver de esta manera las cataratas del Niágara equivale á no haberlas visto; las cataratas valen más que eso, y justo es dedicarles un día entero, para gozar de todos sus encantos y perspectivas.
Por eso, quise hacer una segunda visita más detenida, saboreada con calma, á conciencia, y con ansia de apreciar aquella maravilla, única en el mundo conocido, con todos sus perspectivas, sus colores, sus estremecimientos, sus furores y sus fuerzas colosales.
Estorba allí, cuanto constituye el marco de aquel cuadro colosal: estorban la población, los hoteles, las obras de arte, los silbidos y campaneos de los trenes que pasan, del tranvía que recorre la orilla izquierda del Niágara, en territorio del Canadá; que lo único á que aspira allí el hombre, es á quedarse solo con la naturaleza, para contemplar aquella escena, aquel fondo de valle, circo inmenso de rocas, acantilados terminados en arista, sobre que se despeña un mar airado, poderoso, inclemente, que ruge con iras de gigante, que echa espumas de agua pulverizada, humeante, como si el choque de las corrientes hubiera encendido intensa brasa en el fondo del cauce [Pg 35] que las convirtiera rápidamente en vapor, después de haber servido de poderoso ariete que abre cada día cauce nuevo á las tumultuosas aguas del Niágara.
Vistas las caídas desde la orilla canadiense, la cascada norte-americana, cuando el sol se pone, aparece arrebolada con todos los colores del arco-iris, y si el viento azota las espumas levantadas por el choque sobre roca dura, donde rebotan las aguas perdiendo toda su fuerza para transformarse en trabajo mecánico perforante, los arco-iris formados cambian de posición, se multiplican, cortan la caída y la segmentan, complaciéndose la luz en adornar aquellas aguas que llevan en su seno todas las majestades y todos los esplendores de la materia inerte. Y como si la naturaleza hubiera querido mostrar reunidas la fuerza portentosa de quince millones de pies cúbicos de agua que se despeñan por minuto de una altura media de 160 pies, con la gracia y belleza de corrientes divididas por el Goat Island, islote colocado en medio del río, convertido en parque, proyectando una gran masa de aguas contra el territorio del Canadá, que cae en forma de herradura sobre el cauce, y allí remansan las aguas impelidas por la catarata americana, chocando las corrientes con furia espantosa, arremolinándose, cambiando de color, mezclando sus espumas y sus detritus, surge de aquella confusión espantosa, de aquel [Pg 36] caos horrendo, la belleza apocalíptica que recuerda las convulsiones de los océanos del interior del globo terráqueo, cuyas sacudidas de gigante trazan sobre la tierra las pavorosas huellas del volcanismo.
Pero, no basta esta impresión de conjunto para saborear todas las bellezas del Niágara Falls: dejemos pronto la orilla izquierda del río, apartemos por un momento la vista del horseshoe, y de la caída americana, demos descanso al oído perturbado por el ruido mate, horrísono, de tantos metros cúbicos de agua que saltan vomitando espumas al fondo del lecho del Niágara, y pasemos á la orilla opuesta aprovechando un puente suspendido que es [Pg 37] una maravilla de elegancia. El Suspension bridge, visto de lejos, parece una línea recta, un trazo de tinta china que cruza un horizonte blanquecino; de cerca, resulta pasarela graciosísima más digna de un pintor que de un ingeniero, que al dividir el hondo cauce del río, en dos partes, parece nota justa que corrige la obra de la naturaleza que resulta ser allí excesivamente monótona y descolorida.
Visto el cauce desde el Suspension bridge, la cabeza sufre el vértigo de las grandes alturas: si se miran las cataratas, píntanse sólo en la retina tumultos y nieblas que se levantan del fondo del río; si se mira á la parte opuesta, la vista descansa en un recodo que forma el valle, abrupto, casi cortado á pico y cubierto de vegetación vigorosa, de verde intenso, sobre el que se dibuja breve línea, de trazo negro que da paso á un ferrocarril; en el cauce, ruedan veloces las aguas formando espumoso oleaje; en las orillas, saltan pequeñas cascadas, signos de aprovechamientos industriales, y en la orilla derecha del puente, hállase la población sucia, fea, pueblo de mercaderes, plagado de bazares, de hoteles, de guías impertinentes, con toda la prosa de la vida, aumentada sin piedad en la tierra libre de América. Pasemos y pasemos aprisa, sigamos la calzada que guía al Prospect Park, dejémonos guiar por un plano inclinado que nos conducirá al cauce del Niágara, y aprovechemos el round trip , el viaje circular de [Pg 38] un vaporcito The Maid of the Mist , La Doncella de la Niebla , que va á dar un paseo por las corrientes impetuosas del río y á colocarnos lo más cerca posible de las cataratas, vistas de abajo arriba para poder apreciar toda la belleza de aquella masa colosal de agua, que forma cabellera inmensa, extendida, matizada de mil colores, que se desploma de más de cincuenta metros de altura. Desde el pie del funicular á unos cincuenta pasos se halla el vaporcito en tensión, un marinero me ofrece un impermeable, unos pantalones y un capuchón de lona embreada, y con tan rara indumentaria, me coloco en sitio preferente, para aprovechar la excursión. Sale en breve el vapor, atraviesa el río, toca en la orilla del Canadá, y trazando al río una diagonal, se dirige rápidamente á la catarata norte-americana; al poco rato, el barco entra ya en la zona de los remolinos y de las aguas pulverizadas, cuya intensidad crece hasta cegar la vista. El impermeable chorrea por todas partes, el vapor sacudido por el oleaje y las corrientes, avanza cada vez más, el ruido aumenta, la catarata avanza y el espectáculo crece, se desenvuelve, se apodera de todo mi sér, me subyuga y bajo la acción fascinadora de aquella maravilla gigantesca, me siento aturdido y espantado de tanta grandeza. El vapor se para, el temporal de viento y lluvia arrecia, las gentes se ponen el pañuelo en la boca, no hay quien resista largo tiempo las sacudi [Pg 39] das del viento y una impresión tan honda, y cuando el barco vira y vuelve la popa á la catarata norte-americana, aparece con toda su belleza la herradura del caballo, formando circo de espumas, levantando chorros imponentes de agua, y mientras La Doncella de la Niebla desanda el camino recorrido, y busca vados relativamente tranquilos, entre las corrientes espantosas de ambas cataratas que chocan con furias formidables, en el cauce del río, aquel cuadro va difuminándose, el ruido decreciendo, las aguas tranquilizándose y el espíritu del viajero descansando de una tensión en que se confunden el temor, el espanto, la admiración y el placer.
No terminan aquí las siluetas y las perspectivas que ofrece pródiga la naturaleza al viajero, en Niágara Falls; falta ver la cueva de los vientos—The Cave of the Winds—que exige la serenidad de una cabeza segura y una pierna sólida, donde halló trágica muerte, en 1892, un inexperto viajero; el parque Prospect, desde donde se ve toda la catarata de la orilla norte-americana, dominándola á vista de pájaro y pudiendo contemplar la línea ondulada y sinuosa, intersección del plano inclinado con el plano de caída que forman las aguas en aquella catarata; nos falta recorrer el Goat Island, el islote que parece una barca holandesa anclada en medio del río, y cuyos flancos dividen la corriente principal del Niágara; hemos de cruzar aún una serie de puentes y pa [Pg 40] sarelas, por cuya luz divagan corrientes de aguas bullidoras, para ver las islas llamadas tres hermanas, grupito de rocas, en cuyas grietas crece una vegetación vigorosa, acariciada constantemente por las brisas y rompientes de un cauce abrupto, y cuajado de piedras, y al llegar á la hermana más pequeña, gozar otra vez, y desde punto muy cercano, la perspectiva de toda la extensión mojada del río, la parte alta de la herradura del caballo, y el hermoso contraste que ofrece la tranquila acción de las aguas deslizándose sobre el cauce alto, con el impetuoso movimiento y choque en las caídas al desplomarse por los acantilados del abismo.
Todo este conjunto de cosas resulta pura y simplemente sublime; y por tanto, sería atrevimiento imperdonable pretender siquiera que pluma tan inexperta como la mía, pudiera dar idea aproximada de un espectáculo que la naturaleza, tan pródiga en América, ha adornado con todos los encantos y colores de su espléndida paleta.
No insisto, pues, ¡oh lector! en traducir lo que ha quedado grabado en mi imaginación con caracteres imborrables, porque cuanto mayor fuera el esfuerzo producido, resultaría mayor el contraste entre lo vivo y lo pintado; seguir, pues, camino del Far West, ha de parecer de buen sentido, y ya que tan suntuosos vehículos me ofrecen las compañías carrileras americanas, mientras sueño bajo dorados arte [Pg 41] sonados de maderas preciosas, iluminados con luz eléctrica, el espectáculo que acabo de apuntar, se aproxima la hora de llegar á Chicago á las diez de la noche del 29 de marzo de 1893; mientras cruzan por cuatro líneas paralelas que siguen las playas del Michigan, trenes que pasan con velocidades espantosas, brillantemente iluminados, yendo para mí hacia ignotas tierras y produciéndome calofríos la idea de que el descuido más insignificante puede terminar mi viaje de manera trágica, y á las puertas ya de Chicago, y de su celebérrima Exposición universal.
El tren del Illinois Central que sale de New-York á las seis de la tarde, llega á Chicago á las nueve de la noche del día siguiente. Sin embargo, muchos opinan, en los Estados Unidos, que los trenes no llegan casi nunca á la hora de itinerario; pero como yo llegué á las diez al punto de mi destino, no salí mal librado del viaje ya que la experiencia me demostró más tarde, que los itinerarios se dictan en Norte América por el gusto de no tenerlos nunca en cuenta para nada.
La idea que tengo de mi llegada á Chicago no [Pg 44] puede ser más confusa; mareado y rendido, no he conseguido averiguar jamás á que depôt ó estación me apeé; lo que supe más tarde, fué que debí bajar en la estación de la calle 22, seguir esta vía hasta dar con su intersección en ángulo recto con el Michigan Avenue, retroceder á la calle 23, recorriendo un block ó una manzana de casas para dar con mi cuerpo en el Metropole hotel, y evitarme tres cosas desagradables: un verdadero viaje en coche, el susto de atravesar sitios oscuros junto al lago, que me daban la idea de estar en pleno campo á las diez de la noche, y una agarrada con el cochero que me pedía dollar y medio por una carrera que en Barcelona ó en Madrid no habría costado más allá de dos pesetas.
Mi primera impresión chicagoana no fué, pues, de las más halagüeñas; una estación con montantes y cubierta de madera, pésimamente alumbrada; un solado que se cimbreaba bajo mis pies, un portal con unos cuantos policemen de factura inglesa, club en mano y casco esferoidal en la cabeza, vigilando la concurrencia, tres ó cuatro carruajes de alquiler con sus ruedas metidas en el barro negruzco de una calle abandonada, tres cocheros que se quieren amparar de mi equipaje de mano y vacilan ante mi deseo de ir al Metropole Hotel, no son notas dignas de una gran ciudad. Al fin escojo á mi automedonte que gruñe entre dientes: ¿Metropole Hotel?... [Pg 45] ¿Metropole Hotel?... como si estuviera buscando una seña ingrata escondida en el fondo de su memoria velada quizás por los vapores del whiskey ó del brandy. Y como no acierta á resolver, me decido á intervenir entre tantas gentes que preguntan y nadie responde.—Twenty third street, corner Michigan Avenue... ¡Aoh! ¡yes! ¡Aoh! ¡yes!... Monto en el carruaje, y fiado en mi cochero empiezo á escudriñar el terreno y á orientarme. Pasa un cuarto de hora y apenas consigo formar concepto del terreno que piso; en el fondo me parece percibir aguas en que riela la luz de las estrellas; de cuando en cuando una luz eléctrica de arco, montada sobre alto pie derecho, me deslumbra para entrar rápidamente en la sombra pavorosa de lo desconocido; el tiempo pasa, y con él va desvaneciéndose la tranquilidad de mi espíritu hasta que vislumbro ya calles alumbradas, anchas, en que transita poca gente; atravieso una gran avenida y doy por fin con un edificio que tiene apariencias de castillo medioeval que se llama el Metropole Hotel. Dobles puertas vidrieras montadas sobre ancha escalera, dan paso á un vestíbulo de bóveda rebajada, estucado con colores vivos y brillantes, espléndidamente iluminado y calentado al rojo. Es uno de tantos hoteles montados teniendo á la vista los dorados espejismos con que se han embriagado los burgueses yankees, ante los esperados prodigios de la Exposición universal. Me acerco á las oficinas del [Pg 46] manager que toma nota de mi nombre y apellido, me da una llave con una placa de latón de grandes dimensiones, y me meto en el ascensor, que pára en el quinto piso al pie de un cuarto interior, lleno de luz y escesivamente calentado, con el mueble cama plegado, dando á la habitación aire de salita de recibo de pocas pretensiones, pero aceptable, por su limpieza, sus muebles, que parecen recién salidos del taller, su piano de factura americana, y sus luces de incandescencia, que en forma de araña y palmatorias de paramento se han prodigado en la habitación. Me entretengo en cerrar los circuítos de las luces eléctricas, y con tanta luz, los reflejos sobre muebles barnizados dan aire de fiesta á lo que, visto más detenidamente, resulta modestísimo ajuar de un hotel de segundo orden. El calorífero, que parece la tubería de un órgano, presenta una superficie de calefacción tan extensa, y de radiación tan fuerte que, en noches de hielo, se duerme sin abrigo y aun con la ventana abierta; así la tuve por descuido durante la primera noche que pasé en Chicago.
Al día siguiente, contento de haber llegado al término de mi viaje oficial, faltóme tiempo para echar una rápida ojeada al centro de negocios de la ciudad, y al recinto inmenso de su Exposición universal.
Acompañado del Sr. Dupuy de Lome, delegado [Pg 47] general de España en la Exposición, y de D. Juan Cologan, capitán de Ingenieros militares, emprendí temprano mi excursión al centro de negocios, al celebrado Downtown de Chicago. El ferrocarril elevado que sigue la dirección norte-sur de la ciudad, tomado en la estación de la calle 22, twenty second street, nos condujo en menos de un cuarto de hora al pie de Van Buren, en el gran centro comprendido entre el lago Michigan y el río Chicago, con dos ramas; una al Norte y otra al Oeste, y la calle 12 que forman la zona de tráfico más típica, más americana y característica de la gran ciudad del Michigan.
Estoy, pues, ya, en el primer centro comercial del mundo; su fisonomía especial, su tráfico babilónico, sus edificios colosales, su atmósfera arrebolada de tintas negras que manchan un cielo gris, triste y descolorido, los rayos del sol que no logran dar á aquellas masas tonos de color acentuados, dominando siempre los colores sucios de areniscas rojas, de hierros pardos, de granitos en que domina la mica negra; de coches de tranvía deslustrados por el uso, de grandes carros y coches que siguen su camino agobiados ya por la pesadumbre de los años; el arroyo ennegrecido por el detritus del humo que vomitan millares de chimeneas, las aceras sucias, desiguales y descuidadas de una administración comunal poco celosa; la indumentaria de las gentes, extraña, [Pg 48] ridícula, pretenciosa á veces... cosas son todas que constituyen un portento de rarezas, la gran mancha abigarrada del Far-West americano, con todos sus alientos, sus grandezas, sus opulencias, sus miserias, sus ambiciones locas y sus osadías sin cuento y sin medida.
El que visita por primera vez el Downtown de Chicago, lo primero que se le ocurre preguntar es si aquella ciudad se ha construído para gigantes y por una raza superior que sólo concibe lo monumental y grandioso, cuya fórmula se sintetiza en su famosa osadía. «Todo lo americano es lo más grande del mundo.» «The greatest of the World.» El centro tiene realmente una fisonomía especial digna de un mundo nuevo, calcado en moldes distintos de los usados en el continente europeo. Aquellos macizos de edificación aplastan al viandante, la enorme desproporción que existe entre las dimensiones de las casas y la mísera gente que hormiguea al pie de obras monumentales levantadas por la soberbia americana, produce el efecto extraño de un estrabismo intelectual que no caben juntos en el cerebro, sin tormento del espíritu, tan discordes elementos.
Cada paso en Wabash street y en State street es una sorpresa; aquellos edificios inmensos, The Auditorium, el Masonic Temple, los Bancos, las Sociedades de Seguros, el palacio de la Administración de correos, los hoteles Victoria, Palmer house, etc., con [Pg 49] sus grandes macizos de sillería, me parecían canteras desbastadas en cuyos estratos se habían entretenido razas gigantes en labrar con enormes martillos y cinceles, puertas y ventanas, columnas estrambóticas, frisos desproporcionados, paramentos lisos, desnudos, fríos, sostenidos por arcos de no sé cuantos centros, casi siempre rebajados, haciendo oficio de espaldas colosales que sostienen la pesadumbre inmensa de una cantera de piedra de sillería. La arquitectura en Chicago exagera la nota yankee que florece raquítica en New-York. Los aires del desierto americano azotando las frentes de los hijos del Far-West producen obras más informes, de perfiles menos atildados, de líneas menos suaves, de ornamentación más sobria, más árida y ¿por qué no decirlo? menos culta que en la ciudad del Este; manifestación de razas enamoradas de las inmensas estepas, de las grandes altitudes, de los ciclones asoladores, de los blizzards que ciegan, hielan y matan; de todo lo grandioso aprendido en la escuela realista de una naturaleza que ostenta en las llanuras americanas bríos y fuerzas de una grandeza sublime.
El arte en Chicago no tiene grandes admiradores; lo que allí cuenta es, en todo orden de ideas y manifestaciones, lo grandioso, lo que puede apellidarse gráficamente un mammoth, el gigante de los animales, más pequeño sin duda que las osadías inagotables del genio yankee.
La descripción de los edificios del Downtown resultaría deslabazada y monótona: edificios de veinte y treinta pisos, en cuyos paramentos caben todos los estilos y adornos, rasgos geniales de trazo limpio y seguro con detalles nimios, pobres, llenos de incorrecciones, desdibujados y sin sentido; colores chillones, alternando con masas negruzcas, rojizas, de tonos sucios, concreciones de los vahos inmundos de la población más sucia de la tierra, que manchan las fachadas de las casas; talleres, bazares, librerías, pocas, muy pocas en número, restaurants, bars, tiendas inmensas, imitaciones del Grand Marché, Le Printemps etc., de París; grandes depósitos de muebles, edificios destinados exclusivamente á escritorios y oficinas, manifestaciones todas de un centro donde el agio disputa palmo á palmo el terreno para montar y encasillar, en el mejor sitio del mercado sus ideas, sus invenciones, su tráfico, sus monopolios y cuanto constituye la vida comercial é industrial de Chicago.
La extensión inmensa de una ciudad que no llega á tener dos millones de habitantes, las soluciones de continuidad que existen aún entre barrios poco alejados del centro, los parques inmensos enclavados en puntos distintos de la ciudad, la longitud y anchura de las calles recorridas constantemente por los tranvías de cable, la escasa densidad de una población en que cada familia ocupa una casa entera, [Pg 51] siendo una excepción el caserío alquilado por pisos, causas son que contribuyen á dar á Chicago un aspecto melancólico, pues sólo en Downtown y en centros especiales, alcanza tráfico suficiente para dar animación á la ciudad, cuyo perímetro inmenso puede contener cuatro veces, por lo menos, la población actual.
Los parques y jardines, más extensos que bien cuidados, numerosos, repartidos convenientemente para que los diferentes centros de población puedan disfrutar de sus paseos y arboledas; el Lincoln park, el Washington Park, el Garfield park, el Jackson park, donde se ha montado el inmenso mecanismo de la Exposición colombina, con sus estatuas y monumentos, con sus extensas praderías y rodales de árboles forestales que alternan con masas de flores y hojarasca variada; los recursos de una vialidad facilísima, motivos son de concurrencia en días festivos que dan á la ciudad atractivos y aires de alegría. El lago, el Michigan de horizontes infinitos, mar interior, tan grande como el Mediterráneo, en que navegan tantos barcos que convierten el puerto de Chicago en el más concurrido del mundo, no alcanza nunca, ni aun en los mejores días del año, cuando el sol y el aire ostentan sus mejores galas, el aspecto sonriente del mar latino que no refleja jamás las sombras de masas de humo, de gases y vapores de agua que dan á la naturaleza entera tonos grises co [Pg 52] mo los que reproducen las aguas tristes del Michigan, impurificadas por la respiración inmensa y los detritus variadísimos de la ciudad de Chicago.
Reproducir ahora aquí lo ya repetido en libros, revistas y periódicos acerca de los recursos de Chicago, acumular cifras, datos estadísticos, impresiones gastadas por lo sobadas y repetidas, no sería plato de gusto para nadie; baste, pues, condensar lo más nuevo, lo menos conocido y más variado que he visto allí, sin que haya levantado en mi espíritu las oleadas de entusiasmo que durante tantos años han mantenido en Europa una opinión deslumbradora, sostenida por la opinión política y el afán de atribuir grandezas é iniciativas á las razas americanas, productoras de una civilización nueva capaz de regenerar la sangre del mundo entero, con el aliento gigante de un pueblo que se inspira en el principio, que llaman santo, de la libertad absoluta.
Los que me sigan en mi viaje al través del continente americano, descontarán en el camino muchas grandezas, dejando entre flores, abrojos y espinas muchas ilusiones y no pocas esperanzas.
Interesa ya de tal manera la ingeniería municipal, que su tecnicismo informa ya el lenguaje de todos los pueblos cultos.
En este punto, he hallado en América cosas tan raras, y criterios tan nuevos, que han sido una verdadera revelación. Chicago es una ciudad de una fuerza expansiva maravillosa; hace pocos días tuve la fortuna, de conocer, en un banquete al general Suoy Smith, á quien fuí presentado, conociendo de antemano la accidentada historia de su vida, y como supo que me interesaban sus trabajos de ingeniería, tuvo la galantería de enviarme un folleto que, resumido, voy á exponer aquí:
Hace cincuenta años, cuando el general era teniente, fué destinado á custodiar el fuerte de made [Pg 54] ra levantado para defender á la naciente ciudad contra las algaradas de los indios, y que ocupaba, según pienso, el emplazamiento del centro actual de Chicago, en Dearborn street. El general ha presenciado, pues, el inmenso desarrollo de esta ciudad y ha contribuído con su saber y su trabajo á crear los principios de la ingeniería municipal que se están poniendo en práctica, sin la preocupación de cosas que son para nosotros sagradas, y que no sabríamos tocar sin creer que cometemos una verdadera profanación.
Desde Europa, no es fácil formar concepto de la verdad de las cosas americanas, y admirados de lo que nos cuentan creemos, con cierta candidez, que Chicago está construída como una ciudad europea; ¡qué error! aquí no hay urbanización propiamente dicha, ni aceras, ni rasantes uniformes, ni cloacas, ni... iba á decir casas, porque lo que cubre el encasillado de esta superficie poblada son cottages que alternan con hoteles inmensos, casas de madera que se construyen en tres meses, y que forman el relleno de los espacios que circuyen las calles anchas, rectas, inacabables, cruzadas por cables-tranvías, moviéndose sin interrupción sobre rodillos cuyos ejes rechinan como protesta de tan ímprobo trabajo.
Claro es que hay en esto excepciones, y que, siendo Chicago una población de gente riquísima, en sitios preferidos, se han construído palacios, ho [Pg 55] telitos primorosos de familias acomodadas y parques grandiosos que adornan el cuadro, siendo esto excepciones que informan la regla general de calles sucias, de aceras que cambian cada veinte pasos de rasante, formadas por cuatro tablas que se cimbrean y que esconden lo que no debe verse ni puede decirse.
Pero lo raro en todo esto es que, sentada la ciudad en un llano y á orillas del lago Michigan, los ingenieros que proyectaron la primera red de cloacas no acertaron con el desagüe apropiado á las necesidades del servicio, y hoy, con ser Chicago tan rica, no se atreve á emprender la regeneración del subsuelo, ante el importe de veinticinco millones de dollars, que costaría la urbanización completa de la ciudad.
El general Smith cita en su folleto dos ó tres proyectos que están en estudio sobre el particular; pero como no hallo en ninguno de ellos cosa alguna que ofrezca novedad, paso á otra materia, que la tiene en alto grado para los que en punto á vialidad no creemos que deba sacrificarse el ornato de las poblaciones al ideal americano de moverse con holgura, comodidad y rapidez. Y son en esto tan radicales los puntos de vista, que el general propone la construcción de tres grandes medios de comunicación para Chicago: la subterránea, la de nivel y una tercera á la altura de los primeros pisos. La subte [Pg 56] rránea para viajeros, la de nivel para carros y camiones, y la última para viandantes; libres así de las ansias del tránsito rodado que, dice el general, sería very enjoyed by the ladies .
Figúrense mis lectores una ciudad que en vez de tener sus aceras montadas á unos cuantos centímetros por encima del arroyo, se alzaran á cinco metros de altura, y dígaseme si esto, que parece en Chicago aceptable y que es muy posible se realice en breve, no trastornaría por completo todos los puntos de vista de nuestra arquitectura, ingeniería y policía municipal, poniendo de golpe, en tela de juicio, cuanto hemos discurrido, pensado y sentido los europeos desde que el arte y la ciencia se compenetraron para construir las ciudades artísticas que son el orgullo de la raza latina y el modelo en que han hallado su mejor inspiración las razas sajonas.
Y que esto se hará en América lo dicen los elevados de New-York que siguen los ejes de las mejores avenidas, enseñoreándose de toda la ciudad que llenan de humo, polvo y ruido, encaramándose como Asmodeo para visitar todos los hogares que dominan con un desenfado digno del procedimiento americano, en que la libertad no puede representarse por curvas que se tocan tangencialmente, sino secantes que producen choques diarios y éxitos que sólo favorecen al más fuerte.
Si en Barcelona se intentara construir un ferroca [Pg 57] rril elevado que siguiera los ejes de las ramblas y del paseo de Gracia, sin considerar la belleza de nuestras mejores calles y más preciados puntos de vista, se produciría una verdadera revolución que se llevaría de cuajo todas las simpatías de la ciudad.
Y dejando á un lado tan extraños procedimientos, voy á decir algo, aunque ligeramente, de los edificios de 10, 15 y 20 pisos que en New-York y Chicago se levantan, sin preocupaciones arquitectónicas, ni más objetivo que sacar de una superficie determinada la mayor renta posible. Los negocios exigen centros de contratación, comunidad de ideas y sentimientos, algo que la distancia relaja y que la facilidad y el contacto de las gentes afina y perfecciona. Por esto los hombres de negocios necesitan tener sus despachos y oficinas, con todos sus anexos, en los centros de población. Chicago lo tiene en Downtown, y lo que no alcanza en superficie de nivel, lo consigue superponiendo pisos y aprovechando los recursos de los procedimientos de construcción modernos y los mecanismos de la ingeniería.
Una casa de 20 pisos sin ascensor sería un pájaro sin alas, una aspiración sin realidad posible; así como una balumba tan enorme de pisos que espanta, resultaría una torre de Babel moderna si no se conocieran, aunque sea empíricamente, las fórmulas de resistencia de materiales que son la garantía de los éxitos alcanzados en América al construir los edifi [Pg 58] cios que son el orgullo de los yankees y el pasmo de las gentes. Pero lo que debe averiguar el europeo es, si hay, en todo esto, algo nuevo, y si lo nuevo ofrece garantía bastante y capaz de sostener la legitimidad de ese orgullo de raza que tanto desdén muestra por todo lo que no es americano, como si la mecánica y la construcción no las hubieran aprendido en nuestros libros y fundido sus obras al calor de nuestro espíritu y con el trabajo maravilloso de los siglos, acumulado por las razas pobladoras del mundo antiguo.
Y, ¡coincidencia singular! mientras el pueblo americano muestra su genial poderío enseñándonos esas moles sentadas sobre emparrillados de acero, rellenos de hormigón, formadas de columnas y tirantes metálicos que parecen desafiar el poder destructor de los tiempos, los autores de estas obras, con la experiencia de los resultados, han llegado á convencerse de que lo único nuevo que habían practicado es peligroso, y muestra ser tan deficiente que han de cambiar de rumbo, si la estabilidad de esos grandes edificios ha de ser una verdad y una garantía de que alcanzarán vejez larga y provechosa.
«The Auditorium», que es hotel, teatro, casino, centro de oficinas... todo en una pieza, se hunde lentamente, y no porque se haya traspasado el límite asignado á la carga por pie cuadrado (un metro = 3'28 pies) que las experiencias practicadas para el [Pg 59] suelo de Chicago, dicen que está comprendido entre 2.500 y 4.000 libras por pie cuadrado, sino porque, situada la ciudad sobre un subsuelo flojo, filtrado por las aguas del Michigan, cuando es de igual resistencia en toda la superficie, estando bien repartidas las cargas, el suelo cede lentamente y los edificios tienen un asiento uniforme, bajando y hundiéndose; pero cuando la resistencia del terreno es desigual, la plataforma de acero se rompe y el edificio se resquebraja, causando su ruina. Pero no es este el único peligro á que están expuestos esos grandes edificios; las masas metálicas se dilatan y contraen con los cambios de temperatura, y en este país donde el termómetro trabaja en escala tan extensa, cuyos límites pueden fijarse entre 26 grados de frío y 50 de calor, los aceros, con sus empujes incontrastables lo rompen todo, aun sin contar con los incendios que doblan los pies derechos y columnas, derribando los edificios con una rapidez aterradora.
Pues bien, el autor de esos emparrillados de escuadrías poderosas sobre que descansan los edificios de 10 á 20 pisos, reniega de sus antiguos amores, y vuelve la vista á nuestros procedimientos, aconsejando que se funde sobre roca, que en muchas partes se halla aquí á 60 pies de profundidad (18'59 metros), ó á lo menos en el banco de arcilla compacta hallada encima de la roca, profundizándose siempre á un nivel inferior al que algún día puedan llegar los [Pg 60] drenes de saneamiento, por considerar, con razón, que el empleo de vigas de grandes escuadrías en la zona de tierras mojadas por las aguas del Michigan, alcanzarán una duración larguísima, montando así grandes columnas de mampostería bien enlazadas y espaciadas de manera que las cargas puedan repartirse con arreglo á lo que exija la estabilidad del edificio.
Véase pues, en punto á ingeniería, á qué queda reducido lo que puede llamar la atención de los inteligentes en Chicago; los elevados, los funiculares, la toma de aguas en el lago, las plantas de luz eléctrica, las grandes estaciones de fuerza para transmitir la energía, los depósitos de cereales, los mataderos de ganado y los procedimientos de conserva; el desenvolvimiento prodigioso de los caminos de hierro no tientan mi pluma, porque siendo todo ello interesantísimo, no daría á estas páginas un solo dato que no fuera ya relatado y conocido, y por tanto, el atractivo de la novedad.
Faltan veinte días para abrir el certamen colombino y las salas de los edificios están casi vacías, la urbanización en mantillas, la ornamentación interior esbozada, los trabajos de jardinería en proyecto, y los palacios, con sus ropajes sucios de invierno, no tienen prisa, al parecer, en remozarse para recibir á los ilustres visitantes que acudirán á las fiestas inaugurales del 1.º de mayo.
Las razones que se dan para cohonestar estas faltas son de distinto orden: algunas se confiesan en [Pg 62] alta voz, y otras se susurran en voz baja como si fueran insidiosa murmuración de la maledicencia. Hace un mes, este mar interior que se llama lago Michigan, con sus horizontes infinitos y sus tempestades que levantan olas que ya querría ostentar el Mediterráneo en días de temporal, estaba helado en toda su extensión; los fríos de este invierno, de 22 grados bajo cero, con nevadas excepcionales, han entorpecido de tal manera los trabajos de la Exposición que, toda la buena voluntad de la Dirección general, no ha bastado para resolver las dificultades propias de una labor que asustaría á gente menos emprendedora y dispuesta que la pobladora de las inmensas llanuras del Illinois. Llenas las calles de nieve, teniendo que emplear el hacha para cortar el hielo en las fundaciones, ateridos los obreros de frío espantoso, congelados los materiales, el paro absoluto se impuso cuando el 1.º de mayo se acercaba con una rapidez que no permitía cálculos, ni ofrecía medios de salvar dificultades invencibles.
La segunda razón se funda en el cosmopolitismo de este pueblo, formado de una masa que ha olvidado la noción de patria, y que sufre aquí los horrores de un clima ingrato, con la idea de formar un capital que, en poco tiempo, le consienta vivir con holgura en el país de adopción ó en la tierruca cuyo recuerdo calienta siempre el corazón humano.
Chicago tiene cerca de dos millones de habitan [Pg 63] tes, en su mayoría irlandeses, alemanes, franceses é italianos; la gran masa obrera, aluvión que el hambre ha lanzado sobre las costas americanas, no se ocupa, ni preocupa de la idea pura y patriótica encaminada á conmemorar el hecho más glorioso de la especie humana; la Exposición no ha sido para ella más que un medio de conseguir en pocos meses, de acumular en algunas semanas, la suma de dollars codiciada y que los usos corrientes de la vida no pueden proporcionarla; y las sociedades obreras, forzando cada vez más sus aspiraciones, se han declarado en huelga repetidas veces, poniendo á los contratistas en apuros tales, que bien podría ser que las sumas colosales empleadas en construir una ciudad de palacios, en área inmensa, esfuerzo colosal de un pueblo enamorado de todo lo que se pinta en la retina con dimensiones extraordinarias, se convirtiera en un fracaso espantoso que arruinará á muchas gentes y postrará, por mucho tiempo, las energías de esta raza. Como ejemplo diré que un simple peón gana aquí, por hora, treinta y cinco centavos, equivalentes á catorce pesetas por día de trabajo de ocho horas. Los carpinteros ganan cincuenta centavos por hora, ó sean cuatro duros por las ocho horas, pagándose doble las extraordinarias, y aun me han asegurado que los contratistas, agobiados por los delegados y comisarios de las naciones expositoras, que van á exigirles las multas consignadas en los contratos si [Pg 64] no entregan los edificios dentro de los plazos estipulados, han llegado á subastar los jornales á cinco y seis duros por cada ocho horas.
A pesar de esto, las huelgas se repiten, las ambiciones aumentan, y á lo mejor, cuando parece que el trabajo cunde, estalla una nueva discordia que pone en tela de juicio la posible solución de este problema económico llamado Exposición de Chicago.
Decíame un amigo que ha vivido muchos años en este país, ocupando un alto puesto en el mundo diplomático: esta Exposición no es obra de una aspiración de la gran nacionalidad americana, ni de los estados de la federación, ni es empresa comunal, ni negocio particular, y sin embargo, todos estos organismos se han fundido en un pensamiento para cooperar en tan grande obra por más que no ha habido en la labor común igual lealtad, ni se han empleado análogos esfuerzos para conseguir la realización de la empresa.
En Barcelona hubo lucha de personalidades, aquí lucha de intereses, del Este contra el Oeste, de New-York contra Chicago; mostrándose las Cámaras vacilantes é indecisas al votar una subvención deficiente; los Estados de la Unión, al acudir al certamen lo han hecho á remolque, y sólo el municipio y la suscripción pública han rivalizado aquí para sostener el pabellón local. Aun hay quien asegura que por falta de recursos dejan pasar los días sin [Pg 65] mostrar la vitalidad económica que parece ser el nervio de este pueblo y el espíritu de sus empresas y negocios; y en verdad, que si esta suposición es falsa, no se compadece la arrogancia de otros días con la falta de entusiasmo y de trabajo que se nota en todos los centros de la Exposición, observándose además una especie de desencanto y de fatiga que parece precursora de éxitos dudosos ó de convencimientos fatalistas, desencanto contagioso que crece en mi pensamiento cuantas veces recorro salas que no se llenan, pabellones que no se acaban, y observo tramitaciones que no se simplifican, negociados que no se compenetran; como si los diferentes centros administrativos fueran organismos independientes, sin engranaje ni enlaces, cabos sueltos de una cadena sacudida con escasa voluntad y más escaso entendimiento.
Que aquí pasa algo anómalo y raro, no me cabe duda; que quizá no sé interpretarlo, tampoco me cuesta trabajo creerlo; pero, aun teniendo tan legítimo temor, no he de negar que sería necesario cerrar los ojos á la luz y quitar atributos á la razón para aceptar, sin reparos, suposiciones optimistas que no hallo medio, hoy por hoy, de justificar con fundamentos sólidos y vigorosos.
No piensa, sin embargo, así la gente del país, que trata de sacar provechos tangibles del certamen colombino. Figuran, en primer término, los fondistas [Pg 66] que, sin encomendarse á Dios ni á los santos, van á doblar desde 1.º de mayo los precios de las habitaciones y de la manutención. Esto significa, pura y simplemente, pagar ocho dollars diarios por un cuarto de 5.º, 6.º ó 7.º piso, con las comidas correspondientes, sin vino, por supuesto, que aquí se paga á precios fabulosos.
Las casas de huéspedes exigen dos ó tres dollars diarios por un cuarto regularmente alhajado, sin manutención; los cafés, licores, gastos de peluquería, limpiabotas, etc., distan mucho de parecerse á los precios europeos, y por tanto, el que se decida á visitar la Exposición de Chicago es necesario que haga buena provisión de dollars, si no quiere concretarse á vivir muy modestamente, y á sufrir toda clase de impertinencias y desazones.
Además, el europeo que está acostumbrado á reglamentaciones provechosas ha de cuidar aquí de estudiar los organismos del país para evitar gastos y disgustos; el que espera en un ferrocarril la señal de marcha, toque de campanas y silbatos, corre el riesgo de quedarse en tierra; llegada la hora de marchar, el jefe de tren levanta el brazo y el maquinista actúa sobre los émbolos, sin señal previa, ni preocuparse de si los viajeros están ó no en los vagones.
Para ir á la Exposición, la compañía Illinois Central ha construído seis líneas paralelas que recogen [Pg 67] los pasajeros de las estaciones de la ciudad; pero, como pasan por las mismas líneas un gran número de expresos que van á diferentes puntos de la república, si no se tiene mucho cuidado en reconocer los trenes-tranvías, se corre el riesgo de salir de Chicago para ir á la Exposición y encontrarse, bien á pesar suyo, á cincuenta millas de donde quería ir, sin que nadie se haya preocupado de asesorar al extranjero, ni de ejercitar las más elementales reglas de hospitalidad.
Transcurren los días de tal manera que bien puede decirse que se suceden y no se parecen; que llueva en abril dos días seguidos no causará á nadie maravilla, que nieve luego dos días más en esta ciudad de Chicago, de latitud aproximada á la de Madrid, si se consulta actualmente el aspecto hermoso y sonriente de los plátanos de los paseos de España que dan sombra á tantas flores, ya parecerá más extraño; pero, que llueva en todos los edificios de la Exposición colombina, sin que se ponga al mal remedio eficaz , ni crea la gente que van á exigirse responsabilidades [Pg 70] por los daños que se causen á los que creyeron alcanzar aquí para sus obras, trabajos y proyectos, hospitalidad más á cubierto de la intemperie y de la acción destructora de las aguas, pocos días antes de abrirse el gran certamen por el presidente Cleveland y el duque de Veragua, esto ya es más duro y más difícil de creer, sobre todo para aquellos que veían un motivo de reclamación diplomática en las goteras malhadadas de la nave central de la Exposición de Barcelona, y se figuran que aquí todo se hace bien por ser extranjero, americano del norte y quizá republicano.
Hace ya tres semanas que me he encargado del servicio de «Manufacturas» de la sección de España; en este intervalo ha llovido varias veces y las goteras no se repasan, sin que Mr. Alisson, jefe del departamento, haga caso, al parecer, de las reclamaciones de nuestro delegado general Sr. Dupuy de Lome, de las mías, ni de nadie. Y lo más serio del caso es que cada día son más numerosas, siendo ya difícil averiguar si se pretende poner remedio á mal tan deplorable, si es posible instalar en estas condiciones, y si podré hallar sitio para los objetos desembalados que esté garantizado de la acción invasora de las aguas.
La tormenta última, ciclón poderoso que ha causado estragos en varios Estados de esta república, ha venido de perlas para explicar de algún [Pg 71] modo el atraso en que se halla la vialidad de la «ciudad blanca» y cuanto se relaciona con su desenvolvimiento. Ayer nevó todo el día como si estuviéramos en enero, y con este motivo, los diarios de hoy, curándose en salud, dicen que en semejantes condiciones no es posible trabajar, que el personal dedicado á vialidad ha debido ocuparse en reparar los estragos del viento y de la nieve, y que con los días buenos, la Exposición se llenará de flores y verdura, de caminos inmejorables, y de instalaciones portentosas, en menos tiempo del que se necesita para llenar de noticias rimbombantes los diarios de 40 páginas y de letra menuda que, cual el Chicago Herald , el Chicago Post y otros, se convierten en heraldos de maravillas y en mágicos prodigiosos del gran certamen americano.
Y por cierto que magias y magias portentosas se necesitan emplear para resolver el pavoroso problema de llenar en pocos días, en horas ya, salas inmensas, en urbanizar millones de pies cuadrados de paseos que no pueden atravesarse, hoy por hoy, sino con zancos; sin un árbol, ni una flor, mostrando en todas partes un abandono cruel, cuando el presidente va á salir de Washington y el duque de Veragua de New-York para abrir esta World’s Fair , esta feria del mundo destinada á mostrar á todos la potencia colosal y creadora del pueblo yankee.
Pero la invención más prodigiosa de estas gentes [Pg 72] no está en lo que ha hecho y hace Edison en Menlo-Park, ni en las fundaciones de casas que sostienen 20 pisos, ni en sus ferry-boats que transportan sobre los ríos trenes enteros; todo esto es una pequeñez al lado del mecanismo asombroso de sus aduanas, mecanismo que sólo pude entrever en New-York y que hace dos semanas estoy estudiando con una paciencia y un cariño que si no temiera pecar de inmodesto, diría que merece una cruz laureada. ¡Válgame Dios! ¡qué complicación y qué obstruccionismo! De sobra sabe todo el mundo que las mercancías se declaran al entrar en New-York y que las destinadas á la Exposición sólo pagarán derechos en caso de que se vendan, volviendo libres de toda carga á los respectivos países las que hayan servido únicamente para ser expuestas. Pues bien, la administración de aduanas ha establecido un régimen tan riguroso en el recinto de los edificios que no puede abrirse una sola caja sin ser escrupulosamente registrada, debiendo seguirse el siguiente procedimiento para que puedan instalarse los objetos que envían las naciones al certamen.
Y al llegar aquí, pido á mis lectores paciencia y resignación; se trata pura y simplemente de facilitar un estudio comparativo, y deducir si se ha hallado en el mundo un procedimiento más inquisitorial y riguroso para evitar que los expositores extranjeros que han pagado á la gran nación americana el ho [Pg 73] menaje de su respeto y consideración, al celebrar las fiestas del centenario, enviando sus mejores obras, defrauden los intereses públicos en una proporción relativamente escasa, vendiendo á espaldas de la administración de aduanas lo que no esté debidamente registrado.
Llegan las cajas á los respectivos edificios, y enseguida el inspector les pone un cartel conminatorio notificando que pagará una multa de mil dollars ó sufrirá la prisión subsidiaria correspondiente el que abra la caja sin su permiso. Avisado oportunamente, empieza la operación, se levantan los tornillos de la tapa y se apodera de la lista expresiva de los objetos contenidos en la caja, exigiendo la inspección de todos los objetos, uno por uno, poniéndoles una etiqueta numerada cuya cifra apunta en una libreta en que constan el número de orden de la comisión española, la procedencia y la relación detallada de los objetos y su valor.
Al terminar la operación, me entrega un impreso que he de llenar y devolverle el día siguiente, detallando el número de orden y el total de las cajas abiertas que van al depósito, con destino al embalaje y reimportación de los objetos á España.
Esta visita, exacta y minuciosa, objeto por objeto y libro por libro, separando los encuadernados de los que no lo están, sin consentir, ni una sola vez, que quede sin abrir un solo libro ó caja, ha de pro [Pg 74] ducir un retraso tan considerable en la instalación general, que si no se modifica el procedimiento, no veo medio de que este certamen adquiera condiciones presentables hasta fines de junio.
Pero todas estas minucias, que podrían calificarse gráficamente de otra manera, resultan cómicas á veces, sin perjuicio de resultar, en otro orden de ideas, una verdadera expoliación.
Cómico resulta, por ejemplo, exigir á los delegados generales que pongan su retrato en los pases, como si la galantería y la honradez internacional no supusieran el convencimiento de que las personas designadas por los respectivos gobiernos para representar á las diferentes naciones que han concurrido al certamen, no han de abusar de la franquicia concedida; y cuando los delegados se resisten á aceptar semejante... llamémosle acuerdo, los diarios combaten la resistencia y discuten la orden como si se tratara de renovar la guerra de Secesión; en cambio, ya resulta menos chistoso que el catálogo prometido en inglés, francés, alemán y español se publique sólo en inglés y que se exija á los que quieran figurar en él, la enorme cifra de cinco dollars por línea, y como si esto no bastara, las luces eléctricas de arco voltaico ofrecidas hace poco á 60 dollars cada una por seis meses, se aumentan hasta 100, resultando que las instalaciones extensas, pagarán, por este sólo concepto, una cantidad tan crecida, que temo ha de costar [Pg 75] muchas resistencias y muchos disgustos figurar en este gran concurso, que hasta ahora va resultando excesivamente húmedo, cuajado de contrariedades y resistencias y bastante carito.
Es de esperar que estos males hallen enmienda en la fecunda labor y grandes energías de esta poderosa república.
No es cosa fácil dar idea de un acontecimiento que será una de las páginas más hermosas de la historia de América. Acabo de llegar de la fiesta inaugural, nervioso y fatigado de emoción, y ante estas cuartillas de papel, siento el dolor de no saber expresar en pocas líneas y describir con palpitante interés, la apoteosis más grande de este siglo, dedicada á una gloria española que inició en el mundo la esplendorosa civilización moderna, espíritu de una sociedad nueva que elabora en estas regiones, ante mis pasmados ojos, algo que no comprendo y que [Pg 78] encierra elementos de vida que van á transformar por completo las civilizaciones de los diferentes pueblos de la tierra.
La inauguración de hoy, con su aparente sencillez, ha sido un portento; este pueblo, que no tiene noción clara del arte, ha hallado en esta fiesta la nota justa, sintética, que se ha llevado de cuajo todas las simpatías y todos los corazones.
Una gradería levantada á espaldas del palacio de la Administración, dominando la dársena, cerrada al Este por hermosa columnata; Manufacturas y Agricultura al Norte y Sur formando el marco grandioso de la esplanada en que se apiña abigarrada multitud, entre la que se levantan erguidas: columnas rostrales, mástiles rematados por carabelas, estatuas y fuentes monumentales, la de Colombia tronando y dominando las aguas surcadas por lanchas eléctricas y góndolas venecianas, fué el punto preferido para celebrar la fiesta inaugural. Ocupadas las graderías por el cuerpo diplomático, los delegados y comisarios de todas las naciones, á las once entraban Cleveland y el duque de Veragua, acompañados por los altos funcionarios de los Estados Unidos y las comisiones de la Exposición, en el sitio preferente de la gradería.
La multitud alborozada empezó á gritar y silbar como sólo sabe hacerlo el pueblo yankee, y una orquesta situada en la parte más alta de la escalinata [Pg 79] inauguró la fiesta con la marcha colombina de Paine. En seguida el pastor Milburn, anciano venerable, dirigió á Dios una oración impetrando la protección del cielo; Miss Jessie Couthair, luciendo la mantilla española, adornada con peineta y claveles rojos y amarillos, leyó el poema de Crouffut titulado La profecía ; la orquesta tocó la sinfonía de Rienzi; monsieur Davis, director general de la Exposición, dirigió un discurso al presidente Cleveland, y por fin, este ilustre hombre de Estado hizo un brevísimo discurso á la multitud, enalteciendo el gran certamen y la obra grandiosa del pueblo americano. Y mientras la gente entusiasmada agitaba los sombreros en señal de júbilo, la orquesta tocaba el Dios salve á la Reina que es también himno nacional de esta república, la artillería saludaba con repetidas salvas, los mástiles de todos los edificios se coronaban de banderas, estandartes, flámulas y gallardetes, y en medio de aquel entusiasmo y ruido atronador de voces, cañonazos y campanas, los tres mástiles puestos al pie de la tribuna se coronaban: la central, con la bandera de la Unión, y los laterales con los estandartes de Castilla y de León con sus castillos y leones rampantes, y el de los Reyes Católicos con la cruz verde sobre fondo blanco, bajo cuyos brazos se leen las iniciales de Fernando é Isabel.
Los que han vivido en lejanos países y han gozado alguna vez la emoción honda que causa la vista [Pg 80] de la bandera gualda y roja en tierra extraña, comprenderán que la colonia española que ve hoy tan enaltecido el pabellón de la patria, al levantarse los estandartes medioevales en sitio preferente y verlos en todas partes, en la Exposición y en la ciudad, haya recibido una sacudida que ha pasado de los ojos al corazón y del corazón á la lengua y á las manos, para aplaudir con toda el alma las grandezas de este pueblo que no escatima, él tan intransigente, tan absoluto y tan enamorado de su civilización apenas esbozada, con sus vehemencias juveniles y arrebatos mal comprimidos, el pleito homenaje debido á una de las glorias más puras de la tierra, y á un pueblo que posee la historia de los descubrimientos, conquistas, colonizaciones y desfallecimientos más heroicos que registra el gran libro que narra los acontecimientos del mundo.
Cleveland ha entrado en Manufacturas después de haber inaugurado la gran máquina motriz de la Exposición, y bajo la rotonda central, las delegaciones de todos los países, presentadas por los embajadores, han ofrecido sus respetos al Presidente de la República. La delegación española ha sido presentada por el delegado general Sr. Dupuy de Lome, habiendo oído de Cleveland frases de grandísima simpatía que hemos escuchado todos con vivísimo placer y honda gratitud. El Sr. Dupuy se ha hecho eco de los votos de España, con sentido acento, y se ha despedi [Pg 81] do dando un shake-hands á la inglesa á todos los que habíamos sido presentados.
No había terminado aún para mí la fiesta de hoy; motivo de júbilo ha sido también para los españoles ver colmado de obsequios al duque de Veragua y á su ilustre familia, y observar en su semblante señales inequívocas de vivísima complacencia.
A los ojos de muchas gentes, la fiesta de hoy habrá sido espectáculo sublime, para los españoles, alegría honda, fiesta de familia que calienta y aviva la fibra delicada que vigoriza todos los organismos, porque alienta grandes y hermosas esperanzas.
El palacio de Manufacturas es para mí el edificio más notable de esta Exposición; cubre una superficie inmensa, tiene proporciones de una belleza espléndida, luces en sus arcos no sobrepujadas hasta ahora, disposición arquitectónica bien sentida y equilibrada en el conjunto y los detalles; y la nave principal, cubierta de cristales, llena de aire y luz, inmensa, tan inmensa que achicaría los monumentos más altos y notables del mundo al cobijarlos, por exigencias quizá de administración, por necesidades que no sintió el ingeniero y el arquitecto al proyectarla, [Pg 84] queda desfigurada por una galería que la circuye, corta los puntos de vista en los ejes de las puertas y arroja sombra en vastas superficies de la planta, con menoscabo de las instalaciones que ocupan las galerías, por el pie forzado de que naciones más avisadas ó expositores más diligentes han ocupado ya los sitios descubiertos y vistosos.
A España, por haber vacilado tanto tiempo en aceptar la invitación del Certamen, la ha tocado en suerte un buen pedazo de sitio cubierto, sitio lleno de sombra y triste que nadie acierta á comprender como teniendo el autor del proyecto ideas tan grandiosas en su cerebro, pudo concebir el pensamiento tan mezquino de una galería de diez y nueve pies de altura, formada de pies derechos y tablones de canto, con cuchillos de arcos escarzanos que acaban de achicarla, resultando un contraste tan grande entre esta fealdad y la belleza del edificio, que cuesta trabajo creer que ambas cosas sean fruto del mismo autor, y que aun siendo aquella impuesta, la haya consentido y realizado.
España no forma, pues, en la nave central, en el gran espacio cubierto de Manufacturas que extasía y enamora; España está en un sitio modesto, espacioso, demasiado quizá, formado por cuatro patios, uno grande, dos medianos y otro chico, interrumpidos por las galerías y una serie de obstáculos que, poniendo en pugna las necesidades de una buena [Pg 85] instalación con las condiciones del local, nuestra sección de Manufacturas resulta algo así como puesto de feria replanteado sin atender á las necesidades del estudio y de una ordenada clasificación; y como tenemos de muchas cosas un poco, este poco agranda el defecto que sólo en algún patio queda oscurecido por las grandes instalaciones de los fabricantes de Cataluña y la belleza de los productos presentados. Porque no olviden los que lean estos renglones que, siendo escasa la concurrencia de Cataluña para llenar los 23.000 pies cuadrados de terreno que alcanzó el señor Dupuy de Lome, con perseverante tenacidad, de la dirección del Certamen, la del resto de España es tan menguada, que sin el esfuerzo de esas provincias, la sección de Manufacturas habría sido un fracaso tan manifiesto que, en mi concepto, deberíamos haber abandonado el local para no llenar de ridículo la consideración de España ante el mundo entero.
Cuando llegué á Chicago, á fin de marzo, el señor Dupuy de Lome no tenía noticia del espacio que necesitaban los expositores españoles de esta sección, ni sabía yo tampoco las condiciones del local en que debía trabajar y de buen número de los objetos que había de exponer. Pero como la Dirección del Certamen exigía la cifra exacta de los pies cuadrados de superficie que á juicio de la Delegación debían ocupar las secciones españolas, la petición se hizo sin [Pg 86] datos suficientes para poner en relación el espacio pedido con los productos que debíamos exponer, corriendo así el peligro de que si pedíamos poco espacio, resultara la sección deslucida por defecto, y si pedíamos demasiado, lo quedara también por exceso. Al obrar, pues, sin conocimiento de causa, sólo por casualidad podíamos salir airosos, y como el azar favorece pocas veces á los que fían demasiado en las veleidades de la fortuna, al tener mucho espacio y poca cosa relativamente que instalar, he debido buscar toda clase de recursos para mitigar algún tanto el efecto que produce la Sección que, según acabo de indicar, resulta deficiente en la cantidad y la calidad de productos expuestos.
Los que se dedican al servicio de Exposiciones saben que una buena instalación, entendiendo por tal la que clasifica, califica y sabe sacar partido de los productos que ha de exponer, ha de meditarse y dibujarse en el plano del local, replanteándola luego y modificando sólo aquellas cosas que la vista del objeto expuesto indique claramente el error padecido. Proceder de otra manera es consentir que una Exposición se convierta en feria, que puede hablar á los sentidos y aun al espíritu del que sabe sintetizar; pero, poco ó nada al que se distrae fácilmente y saca sólo partido del análisis, teniendo á mano los objetos que ha de comparar, y á la vista, los juicios que ha de resumir. Y si á todo esto, por causas diver [Pg 87] sas se suma la multiplicidad de objetos y la escasa cantidad de los que podían agruparse, ni aun buscando afinidades más ó menos racionales, se comprenderá lo difícil de conseguirse, en la Sección que estudio, la ordenada clasificación de objetos, en lucha con cuantos han intervenido en la construcción del fac-simil de la mezquita de Córdoba que formó la ornamentación del local, albañiles, carpinteros, yeseros y pintores, que han invadido el local hasta el día 6 de junio, en que se derribó el último andamio, para poblar de arcos y columnas que se cuentan por centenares, las superficies ya cubiertas por las galerías bajas del palacio de Manufacturas.
He sido, sin embargo, injusto al decir que la suerte no me ha favorecido, porque las instalaciones más grandes, enviadas por las casas catalanas, han podido colocarse ventajosamente, excepto una, que es la de la casa Tayá, que está bajo galería, dándose el caso de que todas han hallado emplazamiento ventajoso y único, porque de no caber en los sitios en que están, no habrían podido instalarse.
Y hechas ya estas salvedades y la de que están en un mismo local los productos que corresponden á Manufacturas y á Artes liberales, por tener en este departamento espacio tan limitado que no ha habido medio humano de agrupar en él lo que al mismo corresponde, descartada la nota amarga que parece ser sino fatal de esta Exposición, voy á decir ya [Pg 88] algo concreto, empezando por el patio de honor, el mayor y más desahogado, de diez metros de ancho por unos veinticinco metros de largo, ó sean doscientos cincuenta metros cuadrados de superficie en números redondos, donde he podido colocar las instalaciones más grandes y más vistosas de Cataluña, con la de la Felipa Guisasola, que merece puesto preferente por la belleza y ostentación de las obras de arte que ha traído á este Certamen. Y al dar á ese patio preferencia y al llamarle de honor, no vaya á creerse que valen menos los restantes de la Sección, ni que considere de mayor importancia los productos que en él se han expuesto: que sólo el mayor espacio, la luz, la orientación y la facilidad de acceso motivan su preferencia, formando un conjunto vistoso y de grandísimo valor artístico é industrial.
Tiene este patio forma rectangular, con una puerta central de arcos árabes policromados, al Sur; dos puertas de comunicación que dan paso á la Sección italiana, al Oeste; y arcos de las galerías que simulan la mezquita cordobesa, en los lados restantes del rectángulo.
Cruza la puerta principal la instalación de la Felipa Guisasola, compuesta de dos ánforas montadas sobre pedestales tapizados, uno de estilo Renacimiento y otro griego, que se ofrecen al público por 40,000 el primero y 20,000 dollars el segundo. Detrás de estos cuerpos avanzados, que admiran extasiados [Pg 89] cuantos entran en la Sección de España, sin darse cuenta exacta de su valor artístico é industrial, ya que se ha de repetir á cada momento que aquellas obras delicadas son un compuesto de acero montado de oro y plata, dignas de figurar en un museo ó en un palacio de magnates, está la vitrina llena de objetos primorosos: ánforas, relojes, marcos, puños, brazaletes... productos escogidos que la casa Guisasola expone á la ansiedad de estas gentes, que lo ven y tocan todo con la curiosidad de un niño al formar el primer juicio, en los albores de su inteligencia.
Adosados á los paramentos están las panas y los veludillos de Parellada y Compañía, puestos en una vitrina de manera que los colores, debidamente graduados y convenientemente repartidos, conserven al producto el matiz, el brillo y las singulares condiciones de apariencia que convierten un género barato en decorativo, destinado á tapizar muebles y habitaciones con poco gasto. Sabido es que los veludillos se cortan mecánicamente, y que este procedimiento constituye un privilegio especial de la casa.
En el espacio comprendido entre las dos puertas que facilitan el acceso á la Sección italiana, de 15 metros de anchura, se apoya la instalación de la casa Sert hermanos é hijos, que figuraba en la Exposición de Industrias artísticas de Barcelona, sin tener las condiciones de luz y local que tiene en la uni [Pg 90] versal de Chicago. Puestos los tres cuerpos del mueble en un solo paramento, luciendo en el centro el tapiz Smirna ya conocido en Barcelona, las tapicerías en el fondo, las alfombras de vivísimos colores formando columnas cilíndricas en los costados, los pañuelos de lana y seda de dibujos preciosos con las mantas de armiño grandísimas y ostentosas en los compartimientos laterales, adosadas á las tapicerías de malla metálica son elementos que, combinados artísticamente, dan al conjunto un aire de riqueza y una intensidad de color que llama poderosamente la atención del público, convencido de que no hay en la Exposición de Chicago instalación que presente mejores productos en su género, ni á precios más ventajosos.
Sigue la instalación de Godó y C.ª, que expone muestras de yute, hilados y tejidos, ó sea hilos en rama y sacos, puestos en forma tan artística que no puedo menos de felicitar al autor, anónimo para mí, que ha sabido hacer con productos tan bastos un mueble tan vistoso, y un conjunto de instalación y productos tan lucido.
Sigue luego el mueble de Santacana y C.ª, con tres piezas de algodón blanqueado, notables por su baratura.
En el otro ángulo se ha puesto la instalación de la casa Hijos de Ignacio Damians, tan conocida en Barcelona por los que se dedican á construir: [Pg 91] presenta multitud de productos artísticos de latón, bronce y otros metales, esmeradamente fabricados, puestos en una instalación lujosa en que los fondos y cortinajes de peluche realzan los colores y matices amarillos y bronceados de los objetos expuestos.
Al lado y adosada á las columnas de la ornamentación general, hállase el armario de nogal mate de tres cuerpos, que se expuso en Barcelona y París, de la casa Fábregas Rafart, de fondos amarillos que realzan los tonos negros y brillantes de las sederías, rasos y sargas que fabrica y presenta con exquisito buen gusto.
Viene enseguida el escaparate de la casa Castañé y Masriera, vitrina que acaba de instalarse, con tejidos de hilo, holandas y granos de oro, sábanas de Holanda y pañuelos de hilo, que forman una hermosa colección.
El armario de la casa Marqués, Caralt y C.ª, adosada también á las columnas, ofrece un ejemplo de que no hay producto ingrato en manos de una persona hábil y de buen gusto, porque los hilados y torcidos de cáñamo é hilados de lino que presenta, están dispuestos de manera que forman una interesante colección, siendo muchas las personas á quienes interesan las materias textiles que honran la Sección española.
Pocos fabricantes de tejidos de algodón se han atrevido á luchar con los americanos del norte; sin [Pg 92] embargo, la casa Ferrer y Vidal, cuya instalación se halla en este patio, ha presentado una colección completa de tejidos de estambre estampados, y tejidos de estambre y seda estampados también, que llaman preferentemente la atención por la belleza del color y la finura del tejido, estando conformes cuantos la conocen en que puede competir con lo mejor que se hace fuera de España.
El escaparate de Torrella hermanos, montado con arreglo á los dibujos de la casa, atrae las miradas codiciosas de las señoras yankees, encantadas ante los primores de las muselinas de seda, bordados mecánicos al realce y pañolería de aquella casa, y que se llevarían de cuajo para adornar sus casas y personas.
En un pequeño fanal están las cintas de Monjo y C.ª, sociedad en comandita, que es lástima, dada la belleza del producto, no haya enviado mayor cantidad de cintas de seda y gró para poder formar una instalación más ostentosa.
Cierra, por fin, este patio, el escaparate de Juan Vidal, con sus valiosos trabajos de zapatería. La indumentaria del calzado, desde los tiempos más remotos de la historia, y la colección moderna, que es una manifestación del buen gusto y arte con que la casa Vidal fabrica el calzado fino, que parece ser su trabajo predilecto, llenan el mueble, que ofrece un bonito aspecto.
Rodea el patio descrito ya, la galería que cruza el palacio de Oeste á Este y de Norte á Sur, en la intersección Sudoeste del palacio de Manufacturas. La galería contigua al patio, si bien no recibe luz cenital directa está perfectamente iluminada, de modo que resultan bien instalados los hules de la Viuda de Juan Rovira y C.ª, las gorras de uniforme de Faugier, las persianas, de Carlos Cid, las esteras de Pérez é hijo, la mesa muestrario de papel de Torras hermanos, Torras y Juvinya y Torres y Morgat, el mueble caprichoso de los fabricantes de papel Sobrinos de Bartolomé Costas, la instalación de perfumería de José Font, con los muebles comprados ó construídos por la Delegación para los géneros de José Dalmau, Viuda de José Tolrá, Lucena y C.ª, Salas Puigmoler y C.ª, José Soler, Camilo Mulleras, Gómez Rodulfo, Margui y Esquena, con todo el ramo de zapatería económica de Miguel Malé, Fernández Palacios y otros, tintas de Francisco Arroyo, velógrafo Pedrola, pintura submarina de Porta, imágenes en talla de madera de Vila y Roqué, Llovet y Renart, Francisco Serra y Rosés y Alsina, la estatuaria en cartón-piedra de Vayreda y C.ª, las imitaciones de bronces, marfil, etc., de Oliva y Martí, las mantas y los casimires de Herederos de Juan Vicente, las arañas para gas de Closa Florensa,—que no he hallado personal americano que supiera montarlas, con las fotografías á la vista, lo que parecerá á muchas gen [Pg 94] tes inverosímil,—y muchos más que sería prolijo enumerar.
En el patio Noroeste de la Sección, instalé el mueble perteneciente al Instituto industrial de Tarrasa.
En el centro del patio se levanta la instalación de base elíptica, cuyo zócalo, imitación de nogal con molduras mecánicas, sostiene el andamiaje donde se han colocado los tejidos de lana de los diez y nueve fabricantes agremiados, que constituye una parte importantísima de la agrupación industrial de Tarrasa. Rematan el mueble los sesenta pañolones de igual tamaño y variados colores que forman un friso ancho y vistoso que da realce á los cortes de pantalón, que, en número crecido, y superpuestos, rodean la instalación, y al rótulo que, colocado normalmente á la superficie curva sobre que tienen asiento los géneros, lleva la enseña de aquel importante centro industrial.
En el mismo patio y formando un tablero apaisado, construído según la base del plano que me facilitó el gremio de fabricantes de Sabadell, está expuesto el hermoso muestrario enviado por las veintiuna fábricas de dicha ciudad que han tenido el buen sentido de enviar á esta Exposición, sin alardes ni aparatosos muebles, los géneros de lana y pañería que compiten con lo mejor que existe en este Certamen. Cuatro mantas puestas en el centro [Pg 95] del bastidor cortan la monotonía de los tableros tan magistralmente montados, con gradaciones de color que envidiaría un pintor de nota, y dos más, puestos en los extremos, encuadran el bastidor general, lleno de luz y de colores salientes de vigorosa entonación. Las instalaciones de Sabadell y Tarrasa llaman poderosamente la atención de los peritos en la materia; reporters de periódicos industriales y políticos, aficionados y traficantes en estos géneros, las honran con calurosas manifestaciones y se hacen lenguas de la perfección, belleza y baratura de los productos expuestos. Si he de creer lo que aquí se me ha dicho y repetido, los géneros finos de lana catalanes pueden hallar en América mercados extensos, habiéndoseme presentado algunos comisionistas que desean circular muestrarios por las principales ciudades de esta república y las de la vecina de México, haciéndome proposiciones, bajo la base de un tanto por ciento de venta, y sin otra remuneración que pudiera hacer creer que se trata de alcanzar por medio de promesas de negocio, pocas veces cumplidas, un sueldo ó remuneración conseguido á expensas de los fabricantes de Cataluña.
En este mismo patio he puesto, como producto similar, aunque en clase basta, los paños bastos y finos, bayetas y estameñas, mantas, capotes y fajas fabricados en Cuenca por la casa Pérez Muñoz y hermanos. Estos géneros, buenos por su clase y no [Pg 96] table baratura, fabricados con las lanas que crían las altas sierras de la meseta central de España, así como los paños pardos y negros, y las bayetas moradas y encarnadas de la provincia de Soria, y las mantas de lana y los casimires de los Herederos de Vicente Juan, de Palma de Mallorca, quizá no hallen aquí fácil mercado por ser los géneros bastos materia que se fabrica ya en todas partes, no digo en la América del Norte, que lo acapara todo y pretende vivir con recursos propios, cerrando á cal y canto sus fronteras con derechos prohibicionistas más que protectores, sino en México, en la Argentina y en el Brasil, si no hay, en lo que exponen, algo que sirve de relleno y que exponen en condiciones de dudosa procedencia.
Queda ya sólo en este patio la instalación de la casa Ferrando, de Valencia, que expone abanicos de pacotilla, panderetas adornadas con cintas y pinturas; objetos, en fin, de mercader que viene á la Exposición en busca de algunos dollars y sin cuidarse gran cosa de medallas, diplomas ni mercados que hallar en su camino y marcha trashumante al través del mundo de las Exposiciones.
Queda, sin embargo, en este patio, algo que se relaciona con Artes liberales, puesto en las hornacinas del fondo, de lo que daré algunos detalles cuando me ocupe en tan interesante materia.
El tercer patio, separado del anterior por ancho [Pg 97] pasadizo, tiene en su centro la instalación de cueros repujados, tan conocida y acreditada en Barcelona, perteneciente á Fargas y Vilaseca, que tiene su fábrica en la Sagrera de San Martín de Provensals. Esta instalación debía estar cubierta con un velarium de cuero también, cuyo dibujo y color producían un bellísimo efecto; pero circunstancias especialísimas han motivado otro emplazamiento en donde brillaran por su color, dibujo y labrado.
Rodean esa instalación los muebles enviados por todos los ebanistas que no la tienen propia, que son: Pascual Maté, Ruiz Valiente, García Portas, Anido Sánchez; los pianos de Montano, de Madrid; Gómez é hijo, de Valencia; Ballarín, y González é hijos, con sus hierros repujados; Riquer y C.ª, y Alejo Sánchez, con las incrustaciones de oro y plata sobre hierro de su reputada casa de Eibar.
Este patio, pequeñito, rodeado por tres paseos y en cuyo fondo, perfectamente iluminado, y bajo galería he puesto la instalación de la casa Carlos Butsems, ventajosamente conocida en Cataluña por los que se dedican á la construcción de casas y hoteles en que se emplean baldosas, baldosines, balaustres, bañeras fabricadas con pasta hidráulica, notables por la belleza del color y su textura compacta, no resulta tan bello como sería de desear, por no haber enviado nuestros ebanistas á esta Exposición lo que saben hacer y hacen cada día con un gusto y una [Pg 98] perfección inimitables. Y sin embargo, la arquilla de Riquer, con sus herrajes repujados, es un verdadero primor; la mesa y el jarro con flores de hierro forjado y repujado, los candelabros, el tocador y demás objetos pulidos y niquelados de González é hijos, y los hierros de Ballarín, son dignos de alabanza por el esmero y el gusto con que han sido tratados; pero en lo demás hay algo de pacotilla y pobre que, en mi concepto, no debería haberse enviado á esta Exposición, incluyendo en ello los pianos de Madrid y Valencia, que no competirán seguramente, ni en cantidad ni en calidad, con los grandes envíos de las casas europeas y americanas que se dedican á la fabricación de estos instrumentos.
En uno de los ángulos de este patio está instalada la casa Alejo Sánchez, con sus incrustaciones de oro y plata en los varillajes de los abanicos, puños de bastón, gemelos de teatro, marcos de espejo y retratos, hecho todo á la perfección, perfección minuciosa que no aprecia el vulgo que pasea su mirada indiferente por estas preciosidades de la industria cosmopolita, preguntando precios por capricho y comprando á veces, y á precios fabulosos, obras de pacotilla, reproducciones hechas hasta la saciedad, de escaso valor en Europa, y que aquí se venden extremadamente caras. Me consta de ciencia cierta que se han dado 1,200 dollars por una estatua picaresca de mármol de Carrara, que se daría en Florencia por 200.
En el cuarto patio, lindante con la sección de Persia, se halla la bonita instalación de Jaime Pujol é hijo, que los barceloneses han podido apreciar á primeros del mes de enero último en el Palacio de Ciencias, al hacer ostentosa manifestación de la importancia que tienen las pequeñas industrias y cómo se codean, por su importancia económica, con las de más alto vuelo, cuando están dirigidas por manos tan expertas como las que forman aquella razón social.
No deja de ser pintoresco, á mi juicio, el conjunto variado de industrias reunidas en el patio que describo; al lado y normalmente á la instalación Pujol, las cartas de Olea, de Cádiz; las de García Fossas, de Igualada; las de Juan Roura y Presas, y el mueble caprichoso de Sebastián Comas y Ricart.
Dejando un paso intermedio entre la exposición de lentes y gemelos de la casa Falk, de Madrid, hállanse los vidrios muselinas de Venancio N. Díaz, y formando marquesina, apoyada en cuatro columnas de hierro fundido, los vidrios de colores de Rigalt y C.ª; y en el otro costado del patio las preciosas acuarelas de Ginés Codina y Sert, dedicadas á las artes suntuarias, montadas sobre basamentos de madera dibujados por el señor Espina, alternando con grabados de loza y cristal que, con la casa Falk, tienen el patio lleno de gente que admira también, en el centro del mismo, los vidrios de colores de Amigó y C.ª, montados verticalmente sobre una base trape [Pg 100] zoidal, de modo que los rayos del sol, al herirlos por la tarde hacen resaltar la belleza de la composición y la viveza de los colores.
Junto á este patio quedan perfectamente iluminadas las instalaciones de Orsola, Solá y C.ª, que reciben luz cenital; débilmente inclinada, la hermosa mesa tocador de mármol del escultor cubano Triscornia; los techos artesonados de Juan Coll, que compiten con los que presenta Alemania, y algunas más que forman ya, en el interior de la galería, como son la instalación de la Sociedad Artística y Arqueológica de Barcelona, extraviada durante tres meses, y que hasta hace unos quince días no ha entrado en esta Sección; los objetos arqueológicos de Máximo Fernández, de Madrid, compuestos de un tapiz antiquísimo, un bargueño, un cañón, un cuadro de azulejos que, con la colección de papel sellado de Ramona Méndez, constituyen un pequeño centro arqueológico muy chico, pero muy interesante, y que se ha llevado á Manufacturas para no dejar un cabo suelto en el palacio de Arqueología y Etnología, perdido entre las grandes instalaciones europeas y americanas. También están entre dos patios contiguos y regularmente iluminadas las instalaciones de Lucas y C.ª, Cabot y Alabau, Falomir é Ibáñez, de Castellón de la Plana, Valderrama, de Santander, y otros que sería monótono relatar.
Queda el patio pequeño y el box de cerámica, en [Pg 101] donde se ha puesto algo de lo que debía estar en Artes liberales y que por falta de espacio ocupa un rectángulo pequeño de Manufacturas. En el centro he construído un mueble especial para las casas Montaner y Simón, y Espasa y C.ª, editores tan conocidos en España y en América por sus trabajos tipográficos y artísticas encuadernaciones; en un ángulo están los muebles con los libros editados y tan conocidos en América del Sud por Antonio Bastinos, y los anuarios comerciales de Bailly-Balliere, de Madrid; en un paramento el espejo decorativo de Amigó, recubierto en parte para ocultar el daño sufrido en el viaje, los proyectos decorativos de A. y C. Castelucho; en otro ángulo la instalación del Centro Asturiano de la Habana y el mueble con muestras de litografía de Ruiz y C.ª, de la capital de la grande Antilla, y enfrente, adosada al muro, la vitrina que contiene el sinnúmero de libros enviados al Certamen, en prosa y verso, didácticos y literarios, de arte y música, cuya enumeración se llevaría una hoja entera de este libro. Encima van las fotografías enviadas por la Asociación de Ingenieros industriales de Barcelona, que, con una carta de Cuba, los perfiles del Instituto Geográfico y Estadístico, la colección de obras del laborioso é ilustrado contador de la Diputación, Sr. Torrens y Monner, los libros del Ateneo Barcelonés, las fotografías y los libros del Fomento del Trabajo Nacional, el título y las car [Pg 102] petas de esa Universidad, constituyen un centro interesante que llama la atención de los concurrentes.—En un box bien iluminado he reunido los productos cerámicos de la conocida casa Pickman y C.ª, de Sevilla, cuyo panneau de azulejos esmaltados colocado en el centro atrae por su color, brillo y artística disposición; así como los platos, ánforas y tibores de Díaz Álvarez, de Sevilla; los azulejos de estilo morisco y del Renacimiento de Jiménez Izquierdo, y las mayólicas hispano-arábigas que reproduce Ros y Urgell en su fábrica de Valencia, que se llevan el corazón de las señoras americanas, que las encuentran very fine .
A espaldas de esta instalación y bajo galería, poco iluminada, hállase la exposición de muebles de la casa Tayá, de Barcelona, y los entarimados ó pavimentos de maderas de Rosell. La fama de esos industriales la acredita cada día la exposición de la calle de Fernando, como está acreditada en la Habana por haber decorado espléndidamente los salones del Centro Asturiano de aquella capital.
Falta ya poco que añadir á todo esto, si no he de cansar la atención de los lectores con listas interminables de nombres: las fotografías, los grabados, modelos de encuadernaciones de Sarradó, Balet, Tersol, Rieusset, dibujos de Lange, los proyectos de arquitectura de Ramón Salas, Villar Carmona, García Faria, Arsenio Alonso, han tenido que [Pg 103] colocarse en Manufacturas, pero he cuidado de ponerlos en sitios vistosos y lo mejor iluminados posible.
Los que visiten esta Sección hallarán, sin duda alguna, faltas y errores que manos menos torpes no habrían cometido; por otra parte ¡qué obra humana no los tiene! pero difícil será desconocer, si alguien se toma la molestia de estudiar la gestación dolorosa de las instalaciones españolas en esta Exposición, que sólo la voluntad más enérgica, sostenida por esa fuerza poderosa que se llama el cumplimiento del deber, pudieron llevar á término una obra en que confieso humildemente haber sentido, al realizarla, desfallecimientos tan hondos y desesperaciones tan crueles, como no los he tenido jamás en la accidentada vida del funcionario público que, en España, se ocupa seriamente en el servicio que se le tiene confiado.
He intentado varias veces explicarme la razón en que se fundan los directores de este Certamen para considerar como hortalizas los viñedos. Y como no he hallado solución al problema, me limito á recordar que el edificio de Agricultura no cobija los vinos de país alguno, y que, en cambio, las aguas minerales, los chocolates, las pastas para sopa y los productos de la pesca, en conserva, dominan allí como en casa propia, sin protesta de la gente americana que no se fija en tan nimios detalles.
Digo esto para que los viticultores no se asusten, [Pg 106] ni se crean preteridos si empiezo este estudio por la sección cubana, digna de ello por su importancia, la belleza extrínseca é intrínseca de las instalaciones, y la serie de datos económicos que debo á la exquisita galantería del Comisario, representante de la Cámara de Comercio de la Habana, don Rosendo Fernández, y del Jurado español don Calixto López.
No ha sido España afortunada en la concesión de terrenos en el edificio de Agricultura; los productos de nuestra tierra están fuera de los centros del mismo y poco favorecidos por la concurrencia, afanosa siempre de lo ostentoso y privilegiado. Y, sin embargo, el que pasa por el estrecho pasadizo del ala noroeste del palacio, hállase sorprendido por una instalación que recuerda los claustros de las iglesias españolas, rica, elegante, adornada en sus ojivas con vidrios de colores, de columnas en espiral rematadas por sencillos capiteles, imitación feliz del claustro de San Jerónimo de Valladolid, rematada por blasones, flámulas, banderas y gallardetes que resumen la heráldica de nuestra nacionalidad.
El recinto tiene forma rectangular, dividida en dos porciones iguales, separadas por ancho pasadizo con las instalaciones de Cuba agrupadas en una de ellas, y las de España, Filipinas y Puerto Rico en la otra. Fácil es resumir lo que hay en Cuba, porque hay poca cosa, pero bien y espléndidamente instalado.
Poco digo y, sin embargo, representa una gran riqueza que ofrece utilísimas enseñanzas.
Empiezo á traducir del inglés las leyendas de las hornacinas laterales, que serán una revelación para muchas gentes.
«Producción de caña de azúcar en la isla de Cuba durante el año 1892,—974,000 toneladas.
Producción de tabaco durante el mismo año,—27.600,000 kilogramos. Precio del millar de cigarros, pesando unas 13 libras, en las primeras fábricas de la Habana, 45 duros. La misma mercancía puesta en los Estados Unidos, 110'20 dollars, recargo debido al bill Mac-Kinley y que representa un término medio de 168 por 100 sobre el valor del producto.
Exportación de minerales de la isla de Cuba durante el año 1892:
Hierro—300,000 toneladas.
Manganeso—85,000 toneladas.»
La segunda leyenda explica la resistencia opuesta por los cubanos á exponer en este Certamen. El bill Mac-Kinley es un enemigo feroz de nuestras Antillas, y se ha necesitado todo el esfuerzo de la Cámara de Comercio de la Habana para conseguir que los mejores tabaqueros de Cuba se decidieran á presentar las hermosas muestras de sus productos, que miran con ojos codiciosos los que aquí fuman y mascan el tabaco con una voracidad encantadora.
Sigan leyendo mis lectores y sabrán por informe de don Calixto López, peritísimo en cuanto se relaciona con los intereses cubanos, que la isla exporta por los puertos de Baracoa y de la Habana, en cocos, piñas, naranjas, plátanos y otros frutos de menor importancia por valor de 5.000,000 de duros; que el 90 por ciento del azúcar de los ingenios de aquella isla se consume en los Estados Unidos de América; que en tres años de estar en vigor el bill Mac-Kinley, la exportación del tabaco torcido ha bajado un 60 por 100, mientras aumentó la del producto en rama en el doble por lo menos, y como la fabricación triplica el valor del producto, fácil sería calcular la pérdida que esto significa para la masa obrera y los patronos de la isla, en beneficio de los Estados Unidos, cuyas aduanas son una valla poderosa é infranqueable para todo producto fabricado fuera del territorio federal.
Y, á pesar de todo esto, la industria tabacalera de Cuba, decidida ya á luchar en los Estados Unidos, ha presentado una riquísima colección de muebles, construídos con maderas preciosas de la isla, que representan en su continente y contenido valores de 3, 4 y 5 mil duros cada uno.
No sé si olvidaré algún expositor: tomé nota de todos ellos y fijé mi atención en un fenómeno singular, que ofrezco á mis lectores como estudio digno de atención.
Los campos de Cuba se dividen, para los efectos del cultivo del tabaco, en las zonas llamadas respectivamente: llano y pinar, es decir, tierra llana y tierra ligeramente ondulada.
Los tabacos del llano expuestos á luz intensa toman una coloración extraña, mejor dicho: se decoloran en algunos trozos de la superficie, convirtiendo la homogeneidad del color pardo negruzco del tabaco en un abigarramiento extraño que recuerda el color del lagarto. Los puros que experimentan este cambio de color se dice que lagartean , y desde luego descubren, por ese solo fenómeno, su procedencia; los tabacos que lagartean proceden invariablemente [Pg 110] de la zona llana; los de la del pinar conservan su color y su mérito, porque el lagarteo no sólo influye en el aspecto, sino también en el gusto del tabaco, debido quizá á que siendo el cambio de coloración producto de la conversión de substancias activas en cuerpos neutros, la nicotina se hace preponderante y con ella el gusto astringente, que satura y fatiga fácilmente el paladar. Así lo creen personas competentes, ya que la rica hoja tan conocida en el mundo con el nombre de «Vuelta de Abajo», según análisis efectuado en el laboratorio de don Calixto López, no llega á tener 1 por 100 de nicotina, siendo debido á esto que el tabaco de aquella procedencia se distinga por su suavidad, buen gusto y no cansar al consumidor.
Y con esa explicación ya será fácil clasificar y estudiar las instalaciones de la isla de Cuba y conocer la procedencia del tabaco, sin necesidad de recorrer los campos y las fábricas de la isla. Hallo en primer término la primorosa instalación de «La Comercial», de Fernández Corral y C.ª, cuyos tabacos en su generalidad proceden del llano; sigue la casa Bances y López, conocida en los mercados con el nombre de Calixto López, cuyos tabacos han resistido la acción de la luz en los tres meses de exposición, presentando clases comprendidas entre 35 y 800 duros el millar.
Si el Jurado inspecciona la sección cubana con [Pg 111] algún discernimiento, verá que la marca «Flor de Cuba» emplea tabaco de las dos procedencias, llano y pinar, García Cuervo, de Santiago de las Vegas, pinar únicamente; L. Carvajal, llano y pinar, H. Upman, tabaco superior bajo todos conceptos, lo mismo que la marca «La Rosa» de Santiago, siendo ya menos importantes «La Carolina», «La Flor de Trespalacios», J. Inclán Díaz y C.ª, Juan Cueto y hermano y F. P. del Río y C.ª, Habana, aunque todos emplean buen tabaco, en la tripa y capa, que es lo que recomienda especialmente el tabaco de Cuba, cuya elaboración compite ventajosamente con la producción del resto del mundo.
La casa Salomón hermanos, de la Habana, presenta dos cajas de hoja de la Vuelta de Abajo; el producto está tan acreditado que no necesita acudir á ninguna Exposición para mejorar su crédito y aumentar su venta.
Sigue, como importantísima, la producción azucarera; pero no busque el visitante instalaciones ostentosas como las que honran la industria tabacalera, ni en gran número, pues sólo hay una muy modesta de Guanajay que produce azúcar centrífugo de 98 grados, es decir, azúcar casi puro que derrotará al azúcar común y al de remolacha cuando las amas de casa conozcan la diferencia de dulce que existe entre ellas, y otra instalación poco ostentosa, pero rica en datos económicos, del ingenio «Carmen», de Crespo.
Unas cuantas fotografías, unos cuantos botes de azúcar centrífugo y estas noticias, que copio sin comentario, constituyen la nota preeminente de estas instalaciones.
Producción diaria del ingenio «Carmen», de Crespo: 600 sacos de 325 libras de peso unitario; producción anual alcanzada en cuatro meses, 72,000 sacos de 23.400,000 libras de peso.
Abunda, y toma cada día incremento, la producción de cacao, crema de cacao, vermouth y ron de caña, ginebras, coñacs, anís escarchado y alcohol de caña para usos industriales y medicinales, habiendo presentado hermosas instalaciones Trespalacios y Aldabó, Bacardí y C.ª, Díaz Santacana y la marca «El Infierno».
Y al pensar que toda esa inmensa riqueza puede aumentarse de un modo extraordinario, es triste cosa observar que los que emigran á la América continental olvidan que hay en Cuba muchos campos que roturar y muchas fortunas que hacer, arrancadas del seno de la tierra patria, menos mortífera y menos ingrata de lo que se supone; que en todo país lejano se levanta la leyenda de la exageración, con sus preocupaciones y desencantos, propios de todo lo que aleja de la familia y la patria pequeña.
La agrupación de Cuba, ostentosa, limpia, simétrica, formada de colecciones que honran á los que han gestionado los intereses de la gran antilla espa [Pg 113] ñola, rodeada por la decoración ejecutada por el tallista italiano Ferrari, que dibuja primorosamente y pule, talla y abrillanta el boj como si fuera cera, resulta un contraste desfavorable para España. Es achaque nuestro y sobre todo de la población rural, cuidar poco de lo externo; aun hay quien cree, en las montañas y en las llanuras de nuestra península, que el buen paño en el arca se vende, y mientras Cuba ha empleado las mejores maderas de sus bosques y los más inteligentes ebanistas de sus ciudades para levantar verdaderas obras de arte á la poderosa industria tabacalera, las colecciones de la metrópoli, mezquinas, mal pintadas y peor construídas, conteniendo productos valiosos y ricos, parecen ser, ellas que deberían serlo casi todo, la cenicienta de la casa.
Y con ser tanto lo que podíamos haber enviado á esta Exposición, no para alardear de lo que tenemos, sino para buscar los mercados que nos faltan, previo el estudio de las necesidades de las naciones del continente americano que podemos satisfacer, el poco espacio que tenemos hemos debido compartirlo con Filipinas y Puerto Rico, quedando para la península un rincón que ha embellecido, aun contando con tan pobres elementos, la práctica, la discreción y el acreditado savoir faire de nuestro inteligente comisario de Agricultura, don Vicente Vera.
Pero como Puerto Rico ha venido á esta Exposi [Pg 114] ción con un presupuesto copioso, los productos farmacéuticos, los alcoholes diversamente aromatizados, los cafés, los cacaos, los azúcares que constituyen sus más valiosos elementos de producción, se han presentado con lucimiento, pudiendo ostentar al pie de la colección de cafés la fórmula americana por excelencia: «The coffee of Portorico is the best of the World».
Pero, dejando á un lado esas disquisiciones, mejor que todo eso, mejor que el afán inmoderado de publicidad, que raya aquí en lo ridículo, ha de ser para mis lectores el conocimiento de los siguientes datos económicos:
Producción media anual de Puerto Rico:
Café, 30,000 toneladas.
Azúcar, 60,000 íd.
Tabaco, 3,000 íd.
La colección de cafés, que ha parecido excelente á los peritos jurados, está compuesta de muestras de varias clases, presentadas por Lorenzo Joy, de Ciales; Miguel Perla, de Puerto Rico; Rosés y C.ª, de Arecibo; Julián Rivera, de Coamo; Bultmann y C.ª, de Aguadilla; Moral González, de Mayagüez; Fitle, Lunt y C.ª, de Ponce, y otros muchos que sería prolijo enumerar.
Cuba, que tan poca importancia ha dado á sus azúcares, se halla supeditada á los de la pequeña antilla, que presenta una colección completa y tan [Pg 115] buena, que personas inteligentes le conceden el primer lugar entre las que figuran, con mayores prestigios, en la Exposición de Chicago.
Consulto mis apuntes y leo entre las casas que figuran en el Certamen como productoras de azúcar centrífugo las de Cintrón de Yabucoa, Sobrinos de Esquiaga, Hortensia Arribas, Cristóbal Vallecillos, etc., etc.
No me parece tan lucida la instalación tabacalera: ni en cantidad, ni en calidad, puede atreverse Puerto Rico á rivalizar con Cuba, y las casas de López, Albarado, Sánchez y hermanos, Modesto Bird y otros, no tienen más pretensión que dar fe de vida y ocupar un segundo lugar en el concurso de esta poderosa industria en el mundo.
Como productos secundarios ofrece Puerto Rico una variadísima colección; dejando á un lado su abundantísima fabricación de alcoholados de malagueta, cremas de todas clases, ron de infinitas marcas, fríjoles, arroz en cáscara, adriote (materia colorante), jabón, almidón de yuca, algodón en rama, y cera, queda aún un artículo importantísimo, el cacao, que abunda en la isla, y se considera de excelente calidad.
Sitio importante y preferente ocupa la industria rural filipina, ceñida á tres artículos que son, mejor dicho, pueden llegar á ser tres veneros inmensos de riqueza, capaces ellos solos de convertir las Filipinas [Pg 116] en un centro comercial de primer orden: el tabaco, el azúcar y el abacá.
Ya sé yo que la Compañía General de Tabacos de Filipinas no aspira á competir con los tabacos antillanos; lo que sí observo, es que sus precios, que oscilan entre cinco y cien duros el millar, pueden ser un incentivo poderoso para abrir mercados en países cuyos habitantes fuman y mascan el tabaco de las clases más bajas con una fruición envidiable, y que los millones que envía España á los Estados Unidos para comprar hoja para tripa, pueden tener más lógico destino en nuestras posesiones de Ultramar y en los mercados de la metrópoli que, tarde ó temprano, concederá á nuestros desdichados labradores la libertad de cultivar, en los campos que devasta la filoxera, la preciosa planta, el frugal tabaco que se adapta á todos los suelos y á todos los climas, ofreciendo una variedad inmensa de productos más ó menos suaves, más ricos ó más pobres en perfumes, pero siempre pródigo en bienes para el que lo cultiva.
El azúcar filipino ha sido aquí una revelación, así como el abacá, que con su fibra larga y resistente, es objeto de codicia para esta raza yankee que se enamora de los textiles que no conoce, y que va á ensayar con la avidez que siente por todo lo que cree objeto de explotación apropiada á las necesidades de su industria.
Y ya en tercer término, que justo es, vaya la madre patria acompañando á sus hijas predilectas, voy á echar una rápida ojeada á los cajones que constituyen las colecciones peninsulares, ricas algunas de ellas por su calidad; pobres, pobrísimas por su cantidad y su instalación, figurando en primer término las frutas secas de Tarragona, almendras, avellanas, nueces, algarrobas, que no tienen rival aquí, que son, con los aceites y aceitunas, y los frutos ultramarinos, las mercancías que pueden hallar en América, mercados importantísimos; porque pensar que las gramíneas: trigos, cebadas, maíz, han de hacer la competencia á los inmensos graneros americanos, es [Pg 118] pensar en lo imposible; imaginar que nuestras frutas: naranjas, limones, peras y manzanas, riquísimas en Florida y California, han de derrotar las producciones de este país, supone un desconocimiento profundo de lo que produce la agricultura americana sobre la que se han dicho y repetido cosas verdaderamente inexplicables, como se han dicho y escrito sobre vinicultura errores que pueden perjudicarnos extraordinariamente porque alientan esperanzas, y consienten ilusiones perturbadoras para el régimen del cultivo de las tierras españolas.
Las observaciones juiciosas del señor Vera hechas en el fecundo campo de esta Exposición, prueban hasta la evidencia que los únicos frutos y productos que podemos aspirar á introducir aquí son: con el café, tabaco, azúcar y abacá, el aceite de oliva que hemos presentado limpio y bien filtrado, cuando creían en América que en España sólo se producían aceites crasos, sucios, llenos de sedimento, ingratos al gusto y á la vista; las aceitunas de mil variedades puestas en botes elegantes, las avellanas, las algarrobas, las judías del campo de Tarragona, los chocolates—y si esto no es agricultura yo no tengo la culpa de que lo sea para los americanos,—de tantas marcas como existen en España, las pastas para sopa que han de competir en bondad y baratura con las pastas italianas que tienen aquí mercados provechosos, y las conservas alimenticias de pescados y frutas [Pg 119] que hemos presentado haciendo airoso papel, precursor de más preciados frutos, si sabemos aprovechar las condiciones de estos mercados, y el conocimiento que aquí se ha adquirido de nuestra producción rural é industrial.
No lo olviden los que han acudido á este Certamen con tan buena voluntad y mejor deseo; no lo olviden el campo de Tarragona, las comarcas olivareras, los que fabrican chocolates y pastas para sopa en el centro de España, los que elaboran conservas en el noroeste de la península, los que han enviado aguardientes, ron y anís, porque los demás, los que han venido con cervezas y sidras, los que han expuesto aguas minerales, los que han traído trigo, centeno y maíz, como elementos de información, como dato y quizá como ensayo, podrán ofrecer al mundo americano objetos de estudio, cuyo resultado práctico no vislumbro, ya sea que esté enfermo de peligrosa miopía, ya sea que mi escaso entendimiento no sepa descubrir, en el desenvolvimiento de nuestra producción, los dilatados horizontes que quisiera poder ofrecer, como estímulo y esperanza, á la población rural é industrial de España.
La importancia de este cultivo y la de la concurrencia de expositores españoles á este certamen, me obliga á meditar lo que voy á decir en este capítulo, temiendo estar desacertado é influir en la opinión con escaso buen sentido.
Vine á Chicago con todas las preocupaciones y los errores que circulan y se propagan como artículo de fe en Europa, formando entre los que se figuran que los vinos americanos no pueden beberlos sino las personas de paladar avezado á los caldos de California, y que, con tratados de comercio ventajosos [Pg 122] y propaganda juiciosa, conseguiríamos aquí un mercado poderoso, capaz de asegurar la viticultura en nuestro país y permitirnos prescindir del mercado francés, tan veleidoso y tan inseguro siempre, y especialmente en los tiempos actuales.
¡Qué error, y qué desencanto! El vino de California es un caldo que no puede desdeñar nadie, el goût de renard , tan constantemente atribuído á los vinos americanos, no he sabido hallarlo en ninguno de los que he bebido hasta la fecha, y desde que estoy aquí bebo cada día vino de California, y muy barato por cierto, á 20 centavos media botella, imitación del claret ó del sauterne, con bouquet muy pronunciado, color inmejorable y condiciones que no desdeñaría el vinicultor español más celoso de la buena crianza de sus vinos. El champagne [1] , con gusto pronunciado de moscatel, muy espumoso y bien presentado, se bebería en nuestro país con deleite, y quizá alcanzaría mercado más seguro que en los mismos Estados Unidos, que prefieren las marcas europeas, Moët Chandon, Clicquot, etc., dry y extra dry , fabricadas especialmente para los paladares estragados por las bebidas alcohólicas de la gente yankee de todos los estados y todas las categorías del país.
[1] La visita del autor á California modificó algunas de las opiniones apuntadas en este párrafo, conforme lo verá el lector más adelante.
Y si alguien ahonda un poco en esta materia y [Pg 123] estudia algo las condiciones de la extensa comarca de la América del Norte, en donde se cultiva la vid, quizá hallará el triste antecedente de que en California se arrancan ya muchas viñas, que se produce tanto y tan bueno, que la baratura, está matando rápidamente la viticultura californiana y que aquí, donde la cerveza alcanza tanto predicamento, sólo cambiando radicalmente las costumbres del país, sólo consiguiendo que los 64.000,000 de habitantes de esta gran República beban vino, podrá esperarse un cambio en el modo de ser del mundo vinícola, más amenazado cada día por el desarrollo de nuevos centros de producción, y el trabajo de selección y elaboración á que se dedican los cultivadores de varios países con un éxito que juzgo pavoroso para la riqueza de España.
Ayer pregunté al Comisario general de la República Argentina qué podría hacerse para introducir los vinos españoles en la América del Sur, y me contestó categóricamente y sin vacilar un instante:—Nada; la República Argentina produce ya tanto vino, y de tan buena calidad, que en breve pensará lo qué ha de hacer para dedicar sus caldos á la exportación.
Las cepas que cultiva han sido importadas de Francia, y me citó las variedades más conocidas que se han aclimatado allí perfectamente.
Y si á los nuevos centros de producción americanos sumo los ya conocidos de África que producen [Pg 124] vinos similares á los andaluces, será lícito preguntar si á los vinos españoles les cabrá la suerte que cupo á nuestras merinas que, ensayadas y cruzadas en Francia, Inglaterra, Alemania y en varios puntos de América, y muy especialmente en las Pampas de Buenos Aires, y Australia, lo único que nos queda de aquel don de la naturaleza es el recuerdo y el nombre que conservan todas las naciones para designar el hermoso vellón que ha enriquecido y enriquecerá á tantas comarcas de la tierra.
¿Será todo esto una amenaza también para Francia? que duda tiene; pero nuestra vecina tiene sobre nosotros dos ventajas inapreciables:
1.º Su mercado interior, con sus 36 millones de habitantes, que consumen una cantidad inmensa de vino, bebiéndolo de buena calidad, con un promedio superior al que consume el pueblo español, sobrio quizá en demasía, y
2.º El crédito que disfrutan sus marcas, que responden á bouquets perfectamente conocidos y que dan nombre á diferentes comarcas, viniendo en segundo término la firma del vinicultor, que sólo siendo un gran cosechero se puede imponer una firma en los mejores mercados del mundo.
No he de insistir en la primera ventaja, cuya importancia salta á la vista; siendo ya feliz preocupación de nuestros legisladores el medio de aumentar el consumo del vino en la península, disminuyendo [Pg 125] las gabelas impuestas á este caldo, y favoreciendo, por medios indirectos, la venta de uno de los productos más importantes del territorio nacional, por más que en la última reunión de Cortes no se haya conseguido gran cosa en este sentido.
La segunda, siendo para nosotros de difícil vencimiento, es quizá de más importancia que la primera. Bien claramente lo dicen los 2,500 expositores con unas 40,000 botellas de vino, que exponen sus productos en la Exposición de Chicago; con elocuencia desconsoladora lo manifiestan los cosecheros que han venido con 2 ó 3 botellas mal tapadas, como si el corcho bueno fuera en España un producto extraño, que ansiando un premio olvidan que, en lo que se refiere á vinos y á un comercio regular que pueda influir en los mercados españoles, sólo las marcas acreditadas que respondan á una producción cuantiosa pueden tener significación en las Exposiciones destinadas á enseñanza y á mostrar lo que podemos hacer el día que las necesidades de los pueblos abran mercados á nuestros caldos, encasillados, formando tipos de marcas fijas, de vinos bien criados, de bouquet conocido y que el consumidor conozca sin necesidad de leer la etiqueta de la botella ni el nombre del vinicultor. Esto, que lo han hecho los franceses, y que responde á un principio económico bien entendido, en España empezamos sólo á plantearlo, exceptuando Andalucía, con sus hermosas bodegas, la [Pg 126] Rioja, algunos centros de Cataluña, aun poco importantes en número y calidad, y la Mancha y Valencia, que debe mejorar aún sus vinos si han de resultar criados con ventaja para el viticultor y el vinicultor.
De todo lo expuesto se deduce, en mi concepto, que sobran en este certamen muchas botellas mal acondicionadas y que no responden, ni en cantidad ni en calidad, al principio esencial que lo condensa todo: la creación de buenas marcas ; y éstas no pueden existir sin la calidad y la cantidad que mantengan á los mercados constantemente abastecidos y en condiciones tales, que la competencia de los productos similares no sea posible en la mesa del consumidor, siempre satisfecho de la bondad y el precio del vino que consume. No olviden los productores españoles que cada día será más dura y más difícil la lucha por la existencia; que el vino flojo, que en tanta cantidad producimos, ha de consumirse en la península é islas adyacentes; que los únicos vinos que hemos de exportar, sin encabezarlos , son los de alta y regular graduación natural, que por estar bien criados y proceder de comarcas acreditadas puedan hacer la competencia como vinos de postre á todos los vinos del mundo; que los de color, entre los que llevan ya gran ventaja á los catalanes los de la Rioja, por su baratura y buen gusto, podrán competir ventajosamente con los franceses y aun más con los americanos, porque la gente rica de todos los países, por [Pg 127] lujo, por tener más educado el paladar, y sobre todo, por el mérito real del producto, preferirán siempre los vinos del Sur y centro de Europa á los que se crían, interviniendo la química muchas veces, en centros agrícolas menos favorecidos por la naturaleza para el desarrollo de la vid.
No es fácil, ni me siento tampoco dotado de fuerzas suficientes, para proponer la modificación que ha de establecerse en el estado legal de la propiedad rústica española para favorecer el establecimiento de marcas, de tipos fijos que respondan á la cría racional de los vinos en cada comarca. Pero sí creo que los cosecheros de algunos centenares de cargas que pretendan criar vinos de exportación, sin tener presente que se han de sujetar, en todos sus procedimientos, á lo que la técnica del arte y los consejos de la experiencia local les dicten, que los criadores que insistan en vivir desligados de toda mancomunidad de procedimiento, cuando éste resulte bueno, y quizá de relación económica cuando los fundamentos de la asociación resulten sólidos y honrados, en un país como el nuestro, donde la propiedad rústica está tan dividida, los males que lamento, y conmigo todos los que dedican su atención á esta clase de estudios, no tendrán remedio; y tengamos presente todos que cada año, cada día perdido representa una victoria para nuestros adversarios y una derrota para nosotros.
Todo esto veo, con sentimiento, en nuestra her [Pg 128] mosa colección de vinos en Chicago: mucho vino, muchos nombres y pocas, poquísimas marcas, porque el vino andaluz de tan rico abolengo, que beben estos yankees con tanta delicia y cerrando los ojos con beatitud, no forma más, ni significa otra cosa que el crédito de una comarca española relativamente poco extensa, y todos sabemos qué extensión tan enorme alcanza el área de la vid en España y cuánto vino queda en nuestras bodegas, esperando colocación.
Por lo demás, ¿quién va á disputarnos el primer puesto en el gran campo de la Exposición de Chicago? Nuestros vinos de postre, algunos de pasto, los embotellados hace 20, 30 y hasta 100 años, ¿quién va á atreverse á competir con ellos? Sí, alcanzaremos muchas medallas y muchos diplomas, volveremos con un botín de victorias platónicas asombroso, nadie dudará de que hemos merecido el primer lugar, y de que nuestros vinos son ya, en algún renglón y pueden llegar á ser en muchos de los restantes, los mejores del mundo; pero, yo preferiría volver con más mercados sólidos asegurados, con más convencimiento de que hacemos lo posible para merecerlos y ganarlos, con estudios detenidos de lo que nos conviene hacer para derrotar noblemente á nuestros adversarios, porque así nuestro porvenir sería menos incierto, y nuestro presente más fecundo, para que algún día podamos aspirar y conseguir realidades que pongan término á las desdichas de la patria.
El papel de Jeremías, en un siglo y unos tiempos en que todo el mundo pretende conocer lo que conviene á sus intereses, me parece tan desairado que casi me falta valor para decir cuanto se me ocurre, al echar una ojeada á las misérrimas instalaciones españolas de Máquinas y Minas de esta inmensa Exposición.
En Maquinaria, un motor de gas de cuatro caballos de fuerza, dos máquinas de coser, una de regruesar, otra de hacer tapones, una bomba de doble [Pg 130] efecto de la conocida y acreditada casa Escuder; las prensas de Valls hermanos para la fabricación de fideos y pastas para sopa, la máquina de cascar almendras de Puig y Negre, la de hacer barquillos y hostias de Duart é hijo, el auto-regulador manométrico de Ferrer Ganduxer, y poco más, constituyen todo lo que hemos sabido presentar en este Certamen.
Los que conocen el desarrollo de la metalurgia y la construcción de máquinas en España, los que no hayan olvidado que nuestros grandes cruceros movidos por máquinas de once mil caballos se han construído en Cataluña, alabarán, sin duda, el esfuerzo de industriales más modestos que los aludidos y que han hecho cuanto han podido para sostener el prestigio de España en la Exposición de Chicago.
En Minas, nadie creería, por lo que aquí hemos expuesto, que somos una nación esencialmente minera, y de tal modo me voy acostumbrando á ver Río Tinto entre las instalaciones inglesas, así lo he visto en París y en Chicago, que ya voy dudando de mis escasos conocimientos geográficos, como dudo también de que Almadén sea la primera mina de cinabrio del mundo, y los criaderos de Bilbao los mejor explotados, y la metalurgia del norte y noroeste de España una de las industrias de más porvenir y... pero, qué más, si no hay en Chicago español medianamente ilustrado y conocedor de los recursos [Pg 131] mineros de nuestro país que no se escandalice del insignificante concurso que al estudio de la minería presta aquí la sección española, como si no fueran importante factor en los mercados del mundo sus mercurios, cobres, hierros, plomos, fosforitas, zinc y otros metales de aplicación creciente por el desenvolvimiento que alcanzan las industrias eléctricas destinadas á agotar, con sus cables marinos, pilas y acumuladores, los hierros, cobres, plomos y zincs de todas las minas de España.
La sociedad «Altos Hornos y Fábricas de hierro y acero de Bilbao» ha presentado la instalación más importante de la sección española, montada en un gran armario acristalado que contiene todas las piezas rectas, en ángulo y planchas, que fabrica aquella importante colonia industrial. Sus hierros comerciales, que exporta á Cuba, Puerto-Rico y Filipinas, sus planchas, piezas angulares y de variado perfil que usa la marina militar, y los tramos metálicos, ya en servicio desde larga fecha, constituyen su abolengo industrial, para honra suya y de la patria.
Y ya que he de describir con alguna extensión la factoría de Pullman, y tengo á la vista las fotografías de los Altos Hornos de Bilbao, los lingotes que produce y los hierros de pudlaje, los aceros en varios perfiles, las planchas que fabrica, siendo tan necesario conocer lo que tenemos en casa, no ha de parecer ocioso que dedique cuatro líneas á una Com [Pg 132] pañía que tiene invertido un cuantioso capital en sus fábricas de Guriezo y Baracaldo, llamadas respectivamente «Merced» y «Carmen», y que, situada la última en una comarca esencialmente minera, presta al país y á la riqueza patria un concurso valioso, digno de loa y fama.
Produce aquella casa industrial unas 300,000 toneladas, término medio anual, de lingote destinado á la fabricación de unas
12,000 | toneladas | de hierro de pudlaje. |
15,000 | » | de aceros en varios perfiles. |
6,000 | » | de planchas. |
45,000 | » | de carriles y viguería. |
6,000 | » | en piezas de fundición. |
3,000 | » | en puentes, armaduras y calderas, y |
1,000 | » | de maquinaria. |
Trabajan en aquellas fábricas unos 3,000 obreros, destinados al servicio de tres altos hornos que producen 300 toneladas de lingote al día; de cuatro máquinas soplantes, tres verticales y una horizontal, que representan una fuerza de 2,000 caballos; de grúas hidráulicas; de catorce hornos de pudler con dos martinetes y el correspondiente tren de desbaste; de cuatro trenes de laminación con ocho hornos de recalentar; de dos sierras para cortar en caliente, tres tijeras para cortar en frío, un taller de empa [Pg 133] quetar y once tornos para el suministro de cilindros; del taller Bessemer y el horno Siemens Martín, capaz de producir doce toneladas en cada operación; de dos grandes cubilotes para fundir hierro; de un taller de laminado de acero con tres hornos de recalentar, que trabajan á tiro forzado, dos de recalentar sistema Siemens Martín, y al de dos máquinas de vapor reversibles de 2,000 caballos una y 8,000 la otra.
Además de tan completo outillage , del que sólo menciono lo más importante, la fábrica tiene un personal inteligente y honrado, que bajo el patronato social ha fundado:
Una sociedad de socorros para los obreros enfermos y el sostenimiento de escuelas;
Una caja de ahorros, cuyos ingresos cobran un tanto por ciento de interés;
Una sociedad cooperativa para la compra de comestibles buenos y baratos, y
Una escuela de Artes y Oficios, iniciada por la Sociedad Altos Hornos, sostenida por la Diputación provincial y el Ayuntamiento de Baracaldo, y enaltecida por la inteligencia obrera, ansiosa de mejorar su condición por modo honrado y digno.
La fábrica de pólvoras «Santa Bárbara», de Oviedo, cuya instalación quizá debería estar en Manufacturas, presenta una colección completa de los explosivos que fabrica, imitación, como es natural, de los [Pg 134] mismos, pues no son las Exposiciones polvorines de guerra, figurando entre ellos: pólvoras de cañón, granadas, prismáticas y para cañones de tiro rápido, pólvoras sin humo, de mina y de caza, en serie tan detallada, que su relación sería interminable.
Las sales de Onofre Caba están muy bien presentadas, brillando por su blancura, grano fino y, según dice el fabricante, su pureza. La purificación de las sales marinas resulta siempre un elemento importante de higiene pública.
También figuran las salinas de Cádiz de la compañía «Unión», que ha alcanzado muchos premios en diferentes exposiciones.
Las colecciones de fosforita concrecionada, cinabrios de Almadén, Aller y Mieres, calaminas, piritas de hierro, etc., no pueden ser más pobres en cantidad ni estar peor presentadas; sólo un ejemplar, un bloque de galena de la mina Arrayanes de Jaén, hace alguna figura entre tanto ejemplar desmedrado y pobre de la sección española.
De Cataluña he visto poca cosa, algunos mármoles jaspeados de Tarragona, por cierto pobremente presentados; los minerales de hierro de Celrá con sus rubios avenados de indudable porvenir, y paren ustedes de contar.
Como elemento técnico, el plano geográfico de España y su carta geológica, con multitud de memorias explicativas escritas por nuestro respetable Cuerpo de Minas; algunos hornos; planos de minas de Almadén y especialmente de varios pozos de las mismas, es cuanto ha llamado mi atención.
Más notables y mejor presentadas me han parecido las colecciones de la Cámara de Comercio de Santiago de Cuba, del Real Colegio de Escuelas Pías de la Habana, del catedrático de Paleontología de la Habana, Vidal y Careta, las fotografías de calcedonia cúbica, cuarzo estalactítico y una bonita colección de piritas de hierro y manganeso de Tirso Roca, etcétera, etc.
Es también notable un bloque de asfalto bituminoso de la mina «Ángela Elmira», de Cuba, presen [Pg 136] tado por Antonio Ragusa, que me ha parecido digno de mencionarse por su composición:
Asfalto. | 70 | por | 100 |
Agua. | 5 | » | » |
Sílice. | 25 | » | » |
Y siendo todo esto lo más notable, juzguen los inteligentes en achaques de minería por lo que falta, del poco lucido papel que en este ramo hace España, en la Exposición colombina.
Debo á la cariñosa amistad del Comisario del Ministerio de la Guerra, D. Juan Cologan, distinguido ingeniero militar que ha instalado primorosamente la colección de piezas y modelos de los museos de artillería é ingenieros del ejército, enviada á Chicago por nuestro ramo de guerra, la relación, razonada para hacer resaltar su importancia, de los objetos expuestos, con singular lucimiento, en el edificio de Transportes de esta Exposición Universal. He cui [Pg 138] dado siempre, al escribir estos artículos, de que precediera, al juicio formado, un estudio serio de los asuntos tratados, para que, donde no llega mi competencia, la sustituya otra más autorizada por ser propia de especialistas y de personas de reconocido saber y experiencia. Y hecha esta salvedad de una vez para siempre, que no padezco el achaque tonto de quererlo tratar y saber todo, haciendo justicia á cuantos amigos me han ayudado con su valiosa colaboración alcanzada con el continuo trato y cruce de ideas, observaciones y comparación de objetos, creo que todos estos elementos reunidos servirán para que los benévolos lectores de este libro, formen, al fin de la jornada, concepto claro de lo que significa el concurso de España en la Exposición de Chicago, y del resultado probable obtenido para honra patria, por los diversos elementos acumulados en las secciones españolas de la misma.
Una de las colecciones más notables del cuerpo de artillería es la de piezas antiguas prestadas por el museo de Madrid, presentando fases interesantísimas y dignas de estudio, de la fabricación de cañones desde fines del siglo XV hasta principios del presente.
Bombarda verso. | Hierro forjado. | |||
Duelas, manguitos y aros. | ||||
Medio ribadoquín. | Principios del siglo XVI . | |||
Hierro forjado de una pieza. | ||||
[Pg 139] Medio cañón bastardo. | Piezas de bronce construídas entre 1500 y 1530. | |||
Sacre. | ||||
Falconete. | ||||
Sacabuche. | ||||
Cañón de hierro batido de los llamados de 12 libras. | Hierro forjado. Construído por D. Manuel de Anciola en Tagollaga, en 1763. | |||
Obús de hierro batido de los llamados de 6 libras. | Hierro forjado. Construído para el Pretendiente en Tagollaga y en 1837. | |||
La fundición de bronce de Sevilla presenta:
Un cañón de bronce comprimido de 15 centímetros, que proyectó el coronel Verdes. Pesa tres toneladas y se emplea en servicios de plaza y sitio.
Un obús de bronce comprimido de 15 centímetros, que, para plaza y sitio, con peso de una tonelada y cureña de eclipse, proyectó el comandante Mata, y
Un mortero de bronce comprimido, de 15 centímetros que pesa 475 kilogramos y sirve para sitio y plaza, proyectado también por el comandante Mata.
El esfuerzo de nuestros artilleros, encaminado á aprovechar las grandes existencias de bronce de cañones antiguos que tenemos, fabricando piezas de bronce comprimido, merece un elogio incondicional, porque no sólo muestran su patriotismo aliviando las cargas del Tesoro, sino grandes condiciones de in [Pg 140] teligencia y conocimientos técnicos, al vencer las grandes dificultades que se presentan cuando se quieren fabricar piezas aceptables, compatibles con las exigencias modernas de la artillería. Y que estas dificultades se han vencido, lo dicen los datos que he podido hallar y que al parecer demuestran que las recámaras resisten, en buenas condiciones, las altas temperaturas producidas por la deflagración de la pólvora, soportando las rayas, sin contratiempo, el paso del proyectil. Las experiencias verificadas al ensayar estos cañones, haciendo unos 300 disparos, han demostrado que las piezas han resistido tan intenso trabajo sin experimentar, sus condiciones balísticas, grandes modificaciones. A pesar de esto, las personas inteligentes opinan que, el empleo de este metal, se limitará á ciertos y determinados calibres, siendo el máximo admitido para cañones, el de 15 centímetros; en cambio, en los morteros, por sus especiales condiciones, podrá emplearse el bronce sin limitación alguna.
Se emplea, pues, para cañones de mayor calibre, el acero, denominado metal guerrero por excelencia, como lo demuestra Krupp en su cañón monstruo de 122 toneladas, y las planchas de blindaje modernas, atribuyéndose á la asociación del acero y el níquel, los grandes progresos alcanzados en la fabricación de éstas últimas.
La fábrica de Trubia presenta:
Un cañón proyectado por el capitán Sangran para [Pg 141] la artillería de montaña de Filipinas. Es muy ligero y ha demostrado en las pruebas poseer excelentes condiciones. Se exhibe sobre polines por estar aun en estudio el proyecto de cureña.
Un cañón de acero, montado en su cureña, proyectado por el coronel Sotomayor. No es esta pieza la de campaña que dió tanta fama á aquel distinguido artillero, y que hoy constituye el cañón reglamentario de las baterías de á caballo, sino una modificación del mismo, en que el mecanismo de cierre ha sufrido algunas alteraciones para la adopción del estopín de percusión, con la idea, según se me indica, de aplicar la pólvora sin humo.
Pero no son únicamente las condiciones excepcionales de esta pieza las que han dado á su autor tanta fama y popularidad, sino la prueba ó el resultado de los esfuerzos titánicos hechos por el coronel Sotomayor, para emanciparnos del extranjero, en la fabricación del material de guerra. Este resultado alcanzado ya casi en España, se debe al coronel Sotomayor, á cuyo nombre parece justo asociar los de Ordóñez, Mata, Plasencia, Verdes, Francés, Sangran, Ferrer, Lerdo, Milán, Rivera, Freyre, cuyo cierre se ha aceptado en los Estados Unidos para algunas piezas, Marcilla y Brull que han perfeccionado gran parte del armamento moderno.
La fábrica de armas de Toledo, exhibe:
Una rica colección de reproducciones de espadas, [Pg 142] dagas, alabardas y chuzos, figurando, entre las primeras, las de Isabel la Católica, Hernán Cortés, El Gran Capitán, Pelayo, Felipe II, etc., etc., y una preciosa rodela, copia del siglo XV, de acero repujado, cincelada, incrustada y damasquinada en oro y plata.
La Pirotecnia militar de Sevilla expone preciosos estuches con espoleta, estopines, cartuchos y balas para fusil; el Parque de Barcelona diferentes fases de fabricación del Baste para el cañón de montaña Plasencia; el Parque de Sevilla, juegos de armas, un carretón de trinchera y atalajes y monturas que han llamado la atención por su buen material y excelente mano de obra; la fábrica de armas portátiles de Oviedo, cuatro panoplias formadas con las variadas piezas que el arte transforma para fabricar el fusil que ha usado últimamente nuestro ejército y que hoy se está reemplazando para no quedar rezagados, en este período de constante progreso. S. M. el Rey, el precioso modelo de un cañón de bronce, y el Museo de Ingenieros del ejército una colección de modelos, conocidos ya, en su mayor parte, en Barcelona, que llama vivamente la atención del público por la perfección con que está hecho, y sobre todo, por el sistema de decorado que da á los modelos un aspecto de realidad, en los territorios, fielmente representados. Puedo citar entre ellos los de Cartagena, Jaca, Bilbao, obras del canal de Vento para el abastecimiento de aguas de la Habana y la batería de Podaderas [Pg 143] de Cartagena, que por su tamaño y la perfección del tallado del mar y las rocas, y la ingeniosa disposición de las piezas movibles que constituyen la batería propiamente dicha, atrae constantemente la atención de la concurrencia.
Se expone también en esta sección una colección de armas, herramientas, equipos y monturas del arma de caballería, instalada con mucho gusto y arte en muebles remitidos de España.
De esta colección ha merecido entusiastas elogios la montura flexible de bandas automáticas del comandante Valdés por las condiciones de adaptabilidad á caballos de distinta configuración.
Por último, hallo en esta sección una colección numerosa de libros escritos por oficiales del Ejército. Pasan de trescientos los volúmenes expuestos, y aunque su número y la extensión de las obras impida formar concepto de su contenido, sin embargo, por los títulos que aparecen escritos en los Catálogos, la variedad de los asuntos tratados y la significación de los autores, conocidos en el Ejército y fuera de él, nadie juzgará que sea inmerecida la calificación de notabilísima con que puede honrarse la Sección técnica y bibliográfica de los institutos armados de España.
Forma sección aparte, en el edificio de Transportes, la Marina de guerra española, y quien no conozca su valimiento y su significación en el mundo, desco [Pg 144] noce ciertamente la historia universal. Agrúpanse en la sección tres elementos importantes: un precioso modelo de la carabela Santa María, lazo curioso de la historia marítima de la patria, entre la marina de guerra y la comercial; algunos ejemplares, modelos de antiguos navíos y otras embarcaciones de interés histórico, y algunos modelos de la Trasatlántica española que preside el busto del insigne naviero Antonio López.
Como elementos varios, cuento, como más notables, las jarcias de la fábrica de Cartagena; las lonas y redes de Pedro Alier, de Barcelona; los modelos de cañones para la marina, sistema Hontoria; una ametralladora, de valor histórico, construída el año 1830 en Cartagena, y el cañón de tiro rápido Sarmiento, de mecanismo sumamente ingenioso y probado con gran éxito.
Falta ya sólo citar el solígrafo de Ristori, que inspecciona automáticamente el ánima de los cañones con precisión admirable, y que ha sido juzgado muy favorablemente; y la obra de Arqueología naval, considerada como un trabajo de primer orden, de Rafael Monleón.
Grato es para el que esto escribe, trasladar aquí, la impresión favorabilísima que ha causado en Chicago, la fecunda y patriótica labor de los soldados de la patria.
La modestia no es virtud americana, y así como estas gentes creen de buena fe que sus hombres y sus cosas son lo mejor del mundo, de la misma manera y con igual buen sentido opinaban que la mujer española, embrutecida por la domesticidad y la esclavitud, no servía más que para dar hijos al mundo, y doblar humildemente la cabeza ante su dueño y señor, el hidalgo altivo de las leyendas patrias.
Colocada la mujer española en nivel tan bajo, [Pg 146] creyóse que la preciosa decoración que había de encuadrar los bordados, las pinturas, los libros, y la música que enviaban las señoras españolas, sería un pabellón de colores brillantes que escondería lo vil de la mercancía, y las ladies managers no creyeron nunca que la señora Dupuy de Lome pudiera presentar un conjunto de trabajos que respondiera á los ideales de una época de civilización y progreso, negado hasta hace poco tiempo, á la mujer española.
Pero, en esto, como en muchas otras cosas, han cambiado de opinión las señoras americanas; lo que parecía ancho espacio para el trabajo de la mujer española, resultó menguado; la decoración que debía serlo todo, queda siendo lo que debía ser: un marco digno del cuadro que con singular pericia ha montado nuestra compatriota la señora Dupuy de Lome, y como los materiales de que dispuso son una hermosa muestra de que la mujer española sintetiza todos los encantos, que nadie más que ella es hermosa, buena, digna é inteligente, la instalación española de Señoras honra á nuestra patria, poniendo un reparo, que no podrá ya negarse, á la murmuración y á la falta de conocimiento que ostentaron hasta ahora, con notoria injusticia y ligereza, las ladies americanas.
La instalación montada delante del portal del sur del Palacio de Señoras, reproduce, en escala reducida, el claustro típico de San Juan de los Reyes, de [Pg 147] Toledo. Sus anchos ventanales en ogiva dan paso á la escasa luz que, por deficiencias del edificio, recibe del salón central, la puerta de entrada y las ventanas mezquinas del Palacio, y encerradas dentro de cristales de una sola pieza, aparecen, en democrático conjunto, las obras de S. M. la Reina Cristina, las infantas de España, las damas de nuestra aristocracia, las señoras de la clase media y baja, sin más preeminencia que la revelada por el mérito del trabajo expuesto, y que constituirá siempre, pese á la estúpida manía igualataria de la época, la aristocracia del espíritu, la más alta, la más pura, la única que sólo puede transmitir la alta soberanía de Dios.
Guiado por la bondad de la comisaria señora Dupuy de Lome, llamó mi atención la preciosa acuarela de S. M. la Reina; dos acuarelas bien sentidas de la Infanta Paz, que revela además en sus poesías la belleza de su alma; dos bordados modelo de Dolores Sivilla y Enriqueta Menchaca, tan primorosos y acabados que se han puesto en una vitrina especial á petición de las señoras americanas; bordados, en forma de medallones del Rey, la Reina y el Rey Alfonso XII, de María Gutiérrez de Diego; los bordados en blanco de Águeda de Cansegundo, de Salamanca; Luisa Robres, de Alicante; Polonia Prieto, de Madrid; Juliana Grajera, de Villafranca de los Barros, y Exuperancia González Sánchez, de Ciudad Rodrigo.
Los encajes y las blondas de la Viuda é hijos de [Pg 148] José Fiter, en blanco y negro; las blondas y los encajes hechos á mano de la Viuda Vives, tan conocidos en Barcelona, y cuyos géneros han causado aquí verdadera admiración; los encajes á mano de Virginia Rodríguez Sampedro, y los que ha enviado la comisión de señoras de Palma de Mallorca y Tenerife, todos son notables y dignos de figurar entre los mejores de esta Exposición.
Entre las composiciones musicales presentadas, figura, en primer término, Luisa Casagemas, con su «Schiava é regina,» cuyas dos partituras han sido premiadas por su música agradable y bien escrita; siendo también notables las obras de Rosa Mestres, Ascensión Martínez y otras.
En el Congreso de religiones han llamado la atención los libros de las señoras españolas, entre las que sobresalen las que han dedicado sus estudios á la filosofía, teología, poesía é historia. El número total de libros expuestos en la biblioteca es de 283, en cuyas portadas figuran los nombres ilustres de Santa Teresa, Concepción Arenal, Pardo Bazán, Duquesa de Alba, Biedma, Isabel de Faber, Coronado, Juana de la Cruz, García Balmaseda, Gayangos, Guerrero de Flaquer, Gómez de Avellaneda, Grases, María de Agreda, Massanés, Pilar de San Juan, Barrientos, y otras que sería prolijo enumerar.
En pedagogía, la cartilla sistema Frœbel, de Gloria Téllez, ha sido juzgada muy ventajosamente.
Toda la colección de libros ha merecido un premio colectivo en que se hace resaltar la importancia y el mérito de la obra literaria y científica de la mujer española.
Los trabajos expuestos por las señoras de la Habana; los ramos de flores é imperdibles de plancha de hierro cincelado de Pilar y Dolores González, de Barcelona; las incrustaciones de las señoritas de Ibarzabal, de Eibar, las labores y los trabajos de las sordo-mudas de Valencia y cigarreras de Zaragoza y Valencia, todo ha merecido plácemes y alcanzado triunfos para la mujer española.
Algo debería decir aquí del Jurado de Bellas Ar [Pg 150] tes que, empezando por oponer una grandísima resistencia al examen de las obras de la mujer, en general, después de no pocas discusiones y protestas, consiguióse el examen rapidísimo de las pinturas y esculturas presentadas por las artistas españolas, tratadas con un desdén que sólo puede compararse al dispensado á las obras de los mejores pintores del mundo entero.
Mucho podría decir sobre esta preterición, y el escándalo producido por la falta de estudio, por el juicio de impresión, por la independencia consentida á los artistas-peritos al juzgar las obras, haciendo caso omiso de las reglas del Jurado, cuando todos los demás las hemos acatado y obedecido, por más que no las juzgáramos acertadas; pero, como alguien podría creer que obedezco á miras interesadas aunque sea justo el sentimiento que me ha causado la derrota sufrida por los artistas españoles en Chicago, dejo que personas más peritas que yo aclaren los misterios y traduzcan los hechos, acudiendo á las causas que han motivado tan triste resultado.
Y antes de terminar todo lo que se refiere á las secciones españolas, algo he de decir de la sección forestal, que habría podido ser una de las más interesantes de España y resulta tan pobre y tan deslucida que siento me haya tocado en suerte su instalación, y no haber conseguido que se renunciara á presentar colecciones que revelan descuido y poquí [Pg 151] sima diligencia en cuantos han intervenido en su remisión.
No quiero hablar de las mezquinas colecciones enviadas por algunos Institutos, cuyos nombres no quiero recordar; no he de mentar tampoco á los taponeros de la provincia de Gerona, que menos diligentes ó quizás más apasionados que los de las provincias de Extremadura y Andalucía, no han enviado aquí sus productos, sin rival en el mundo; Dios me libre de dar cuenta del papel que hacen representar á España los que envían colecciones oficiales, y muy hermosas por cierto, de las islas Filipinas, sin estar catalogadas, clasificadas y con el nombre científico y vulgar de la especie, puesto en las respectivas etiquetas, porque todo esto me llevaría donde no quiero ir, y me haría decir lo que más vale callar.
Gracias que Cuba ha enviado tres grandes piezas de caoba que por su finura y veteado llaman poderosamente la atención; que en el centro de la instalación he podido montar con cierta fantasmagoría, que sólo puede engañar á los ignorantes, unos paralepípidos de madera de Filipinas que, por su variedad de fibra, finura y color, empalmados al tope, forman un prisma de base rectangular de unos tres metros de altura que viste y da apariencia á la Sección; que la casa Torrebadella, de San Martín de Provensals, ha enviado algunas cascas para curtir pieles, de excelente calidad, y que algunos taponeros han remitido [Pg 152] de Extremadura y Andalucía, con algún ejemplar de corcho bornizo y segundero en planchas, algunas cajas de tapones presentables que no dejan olvidar ciertamente los excelentes tapones para Champagne ni las topetas homeopáticas de la provincia de Gerona, tan admirados por la bondad de la primera materia y la excelencia de la mano de obra, en la Exposición de Barcelona.
No menciono tampoco lo que habrían podido enviar los distritos forestales, y con el sentimiento natural de quien ve lo que habría podido ser la Sección forestal de España y lo que es, termino las correspondencias referentes á las secciones patrias, en la Exposición de Chicago.
No es cosa fácil seguir, ni siquiera con el pensamiento, la serie no interrumpida de banquetes, bailes, conciertos é iluminaciones que durante la permanencia de los Infantes en Chicago, se han ofrecido á tan augustos huéspedes, y menos fácil ha de ser para mí, que ocupaciones precisas me han distraído y privado de lo que ha sido motivo de honda satisfacción para los españoles.
Excuso, pues, hablar de fiestas que la galantería internacional ha adornado con todos los encantos del lujo y los atractivos de la belleza, para relatar las puramente españolas, dadas por los Infantes, con motivo de la apertura de nuestras secciones en los palacios de la Exposición, que han honrado con su asistencia, dando ostentoso realce á nuestros trabajos.
Al día siguiente de su llegada, quedaron abiertas la sección de Mujeres y la de Vinicultura; ayer lo quedaron también la de Bellas Artes, Minería, Agricultura, Transportes, Manufacturas y el pabellón de España, copia de la Lonja de Valencia en escala reducida, obra primorosa que cobija nuestros mejores cuadros y centro donde se congregaron ayer tarde las personas más visibles de Chicago, los jefes de todos los Departamentos de la Exposición, las Delegaciones extranjeras y público numerosísimo, que invadió la planta baja al salir los Infantes de la inauguración.
Desde las doce de la mañana, las avenidas de nuestra sección de Manufacturas estaban invadidas, costando trabajo mantener las vallas y el orden; pero, siendo el recorrido tan largo, la Infanta, asediada por la multitud que tocaba sus ropas con una avidez extraordinaria, llegó á las cuatro y media de la tarde sumamente cansada, siendo además tanta las afluencia de gente que era imposible dar un paso por [Pg 155] los ámbitos de la sección. Con tanto barullo y cansancio era difícil poder enseñar á la Infanta los objetos expuestos, por cuyo motivo fué indispensable pasar rápidamente entre la multitud para sostener las ansias de este público, y sobre todo las de estas mujeres, dentro de los límites marcados por la consideración y el respeto.
Al frente de cada sección estaban los respectivos comisarios esperando á la comitiva real, agregándose luego á ella para salir juntos de Manufacturas y embarcarse en una falúa eléctrica que nos condujo al Pabellón de España.
La banda del regimiento que lleva el nombre de [Pg 156] Zaragoza tocó la marcha real, mientras entraban los Infantes y su comitiva al Pabellón, en donde esperaban varias señoras de la colonia española y cubana, y la multitud de personas que habían sido invitadas á la fiesta inaugural de las secciones de España en Chicago.
Breve fué también la estancia de las altezas reales en el Pabellón, el necesario para recorrer la planta adornada con los cuadros que han enviado el Ministerio de Fomento y varios expositores, cuyas obras no han cabido en las salas del palacio de Bellas Artes, con plantas, flores y alfombras, y tomar el lunch ofrecido por la Delegación á los Infantes, del que participó toda la comitiva, invitados y cuantos se acercaron á la mesa y se asociaron á la fiesta inaugural de la gran familia española.
Por la noche, la Infanta había convidado á su mesa á los Directores de la Exposición, siendo recibidos más tarde todos los que, directa ó indirectamente, hemos contribuído á enaltecer el trabajo español en Chicago, teniendo para todos frases de halago é interesante conversación.
Por lo que á Cataluña, y á Barcelona se refiere, muy especialmente, procuraré reproducir textualmente las palabras que se dignó dirigirme la Infanta, cuidando de que la memoria no me sea infiel. «Siento, dijo, no haber podido visitar más detenidamente la sección de Manufacturas y admirar los productos [Pg 157] catalanes; ya sé yo que Cataluña va á la cabeza de los adelantos industriales, y que aquí, como á donde vaya, hará siempre un brillante papel; felicítola, pues, en nombre de la Reina, que me lo ha recomendado expresamente. Además, diga usted que no olvido, ni olvidaré jamás las atenciones delicadas que me prodigaron en Barcelona». Y al darme á besar su mano á última hora, insistió en que supiera Barcelona el recuerdo gratísimo que guarda de los días pasados en nuestra capital.
Agradecí como pude tan sentidas frases, que recojo y transmito con exacta fidelidad, como debió ser fiel también mi pensamiento al manifestar á la Infanta Eulalia que Cataluña y Barcelona agradecerían vivamente la felicitación de S. M. y la suya, como yo estimaba la alta honra que me dispensaba al hacerme mensajero de tan gratas y sentidas manifestaciones.
Hoy, á las ocho de la mañana, dos escuadrones de caballería estaban ya apostados junto al Palmer House, esperando la salida de los Infantes; á las ocho y media entraban en el Michigan Depôt, dando la Infanta el brazo al Mayor de la ciudad, Mr. Harrison, toda la comitiva real y la Delegación española con las señoras de la colonia, que han ofrecido por última vez sus respetos á los ilustres viajeros. A los pocos minutos partió el tren, oyéndose un ¡Viva la Infanta Eulalia! que fué cordialmente contestado.
La estancia de los representantes de la Reina de España no podía ser larga si había de evitarse que cediera por cansancio el entusiasmo que han despertado en los Estados Unidos, las nobles cualidades de la Infanta Eulalia, que ha cuidado de los prestigios del trono, los intereses patrios y las susceptibilidades de las democracias con un tacto exquisito propio de la augusta dama á la cual se ha confiado una misión delicadísima, cuyas dificultades comprenderán fácilmente cuantos conozcan la idiosincracia de un pueblo que juzga que todas las americanas son reinas, y los hombres libres y soberanos en el seno de una sociedad que, apenas nacida, se cree superior á cuanto ha existido en el mundo, cantando cada día sus glorias y sus triunfos con un desenfado y un tono épico que enamoran.
Los Infantes no han abusado de la hospitalidad cordialmente otorgada por este pueblo y del entusiasmo legítimamente conseguido, y esta mañana á las ocho y media Chicago los ha despedido con pompa y afecto, envanecido del pleito homenaje rendido por la realeza á la democracia americana, y del éxito que ha coronado las fiestas dedicadas á Colón y á sus ilustres descendientes.
Una lancha de vapor del buque de guerra «Michigan», nos espera á las ocho y cuarto de la mañana en Van-Buren; la Delegación española acude puntualmente á la cita y se embarca pocos minutos después. Llegamos al vapor, nos recibe galantemente el comandante del buque, y mientras recorremos el barco, que brilla como una taza de plata, llega el ministro de Marina, presentan armas los tripulantes, se iza la insignia de ministro á bordo, y desde el puente, é iluminada por un sol tropical, contemplamos la ciudad, los yachts empavesados que siguen la [Pg 160] estela del «Michigan», y el movimiento, de algo que conmueve á estas gentes ansiosas de contemplar el acontecimiento histórico preparado, discutido y ensalzado hace muchos meses por todo el pueblo americano. Pásase una hora hablando con las señoras que han querido asociarse á la gran fiesta hispano-americana, y á las diez nos avisa un marinero de parte del comandante, que la flotilla española está á la vista: el vapor acelera la marcha, la tripulación se agrupa ansiosa en los puentes para ver aquella flota extraña, remolcada por un buque mercante, á cuyo frente va la «Santa María», siguiendo la «Pinta» y la «Niña», moviéndose lentamente en aguas apenas rizadas por el viento, empavesadas las carabelas, cubiertas de banderas, celebrando la fiesta memorable y la gloria más pura de nuestra historia y la más transcendental del mundo entero: la llegada de Colón al continente americano, la tierra soñada de su ambición, el paraíso que pintaba en su cerebro su poderosa y ardiente sangre genovesa.
Nadie tiene alientos para gritar, ni para levantar la voz; el «Michigan» se pone á media milla de la flota y rompe el fuego saludando al pendón de Castilla, que flota en sus mástiles, dando la señal á los demás barcos, que rompen un fuego graneado contestado por los falconetes de la «Santa María», pigmeos de hace cuatro siglos saludando á los colosos de los tiempos modernos.
La Delegación española, ansiosa de saludar á nuestros compatriotas, y algunas señoras españolas y americanas, saltan á la lancha de vapor que nos espera y en un momento nos ponemos á estribor de la «Santa María», donde nos recibe el comandante Concas con la cordialidad y el cariño que es de agradecer al que ha dado á su país tantas pruebas de abnegación y á las glorias patrias testimonios tan elocuentes de respeto y amor, mantenidos hasta el fin de la jornada con la inteligencia y el valor que otorgan al capitán Concas una página honrosa en la historia de España.
Por lo que á mí toca, yo no olvidaré jamás el [Pg 162] momento en que pude abrazar al compañero de colegio, al amigo de toda la vida que llega rodeado de tantos prestigios á la tierra americana, fiel guardador y altivo representante de una gloria que nos envidian todos los pueblos y todas las naciones de la tierra.
Pocos instantes después recorremos la nao, saludando con veneración aquellas reliquias que son nuestro orgullo, recuerdos de mejores días, y pedazos de aquella patria que, en tierra extraña, crece y se agiganta con los esplendores de sus variados climas, de sus artísticas ciudades y hermosos campos, que recuerda nuestro pensamiento con amor de hijos apasionados. El «Michigan» lanza un cable para tener la honra de remolcar la flotilla de Columbus ; la marina de los Estados Unidos se pone al frente del convoy, que treinta yachts, en doble fila, escoltan mientras va en columna de honor al fondeadero junto al convento de la Rábida. A medida que nos aproximamos á la Exposición, el número de lanchas eléctricas y de vapor va creciendo, agitándose alrededor de la escuadrilla, solicitadas por la ansiedad de las señoras del país que van en ellas ávidas, de influir directa y poderosamente en los acontecimientos históricos del pueblo americano.
A media milla escasa de la Exposición, la «Santa María» ancló en el lago, «El Michigan» recoge el cable, y en medio de un silencio solemne empieza [Pg 163] el cañoneo que contestan los demás buques y la nao, ante un público numerosísimo que contempla el espectáculo mudo y como dominado por uno de los acontecimientos más hermosos que ha presenciado el mundo en este siglo. Al cañoneo sigue la manifestación de los vapores y lanchas, pitando todos á un tiempo, y lanzando grandes chorros de agua y de vapor á 6 y 7 metros de altura, pareciendo geyseres salidos del fondo de las aguas para saludar y admirar la gloria del gran genovés.
Al propio tiempo, esquifes y piraguas, llenos de indios ostentando las galas de sus fiestas, con sus cuerpos que brillan al sol, se dirigen rápidamente á la nao para saludar al the modern Columbus , al representante de aquel hombre blanco que debió parecerles un Dios, y que trajo á esta tierra la civilización cristiana, desfigurada por los que persiguen al indio é invaden sus tierras, con tendencia á su ruina y aniquilamiento.
Los españoles estamos sobrecogidos de admiración, el espectáculo de hoy vale el viaje y compensa las amarguras de toda clase que aquí hemos pasado. Es difícil ver ya en este orden de cosas algo semejante á lo que hemos presenciado y aplaudido.
Concas desembarca seguido por los marinos de guerra y la Delegación española en la explanada que hay enfrente del palacio de Agricultura, en donde [Pg 164] esperan, en perfecta formación, tropas inglesas, alemanas, rusas, italianas, infantería, caballería y artillería de los Estados Unidos, y cerrando el cuadro, caballería árabe, con sus típicos albornoces y espingardas, dando á todo un colorido riquísimo que sólo el pincel de Fortuny sería capaz de copiar fielmente.
El resto de la fiesta entra ya de lleno en el cliché cursi americano; cuatro ó cinco señores subidos en alta plataforma peroran largo rato ensalzando la gloria de Colón y la civilización americana, aplaudiéndose frases como ésta: «es una gloria ser español, es una gloria ser inglés, es una gloria ser america [Pg 165] no, pero es más glorioso ser hombre»; y como yo no entiendo el alcance de estos pensamientos, también aplaudo con los que aplauden, poniéndome á la altura del gran pueblo americano.
No podía faltar el lunch , el champagne, extra-dry , los brindis de rúbrica, y cuanto da á los grandes acontecimientos actuales el aire de vulgaridad de los tiempos democráticos que atravesamos, y que son el triste despertar de todo el que siente, piensa y padece en este mundo de miserias.
No es fácil que baste esta sencilla descripción para formar concepto claro de lo que he visto en este día memorable; ha sido todo ello tan hermoso, que ni la imaginación pide más color, ni el pensamiento más grandeza, ni el corazón goce más sentido. Si el espíritu de Colón pudo presenciar tanta belleza, bien pudo creer que aquel paraíso soñado lo crearon los hombres para su gloria, en un solo día y una sola fiesta, á orillas del gran lago Michigan.
A la una y media de la tarde de ayer los teléfonos circulaban á los cuartelillos de bomberos la triste noticia de que ardía el edificio destinado á la conservación de substancias por medio del frío, llamado «Cold storage house». Este edificio, situado en el recinto de la Exposición, era inmenso, pertenecía á una sociedad y ofrecía al público diferentes servicios, relacionados con aquélla, siendo á la vez instalación de productos frigoríficos, destinados á la propaganda y al estudio. Su arquitectura extraña le daba, á excepción de las torres central y laterales, aspecto de convento, de grandes paramentos desnudos con puerta central barroca, desligada completamente del estilo dominante en aquéllas.
Por su arquitectura, no era fácil formar concepto del destino que tenía aquel inmenso palacio, de cuya torre central se veía salir constantemente un penacho de humo blanco, no sé si vapor ó gases que escapaban por la chimenea central á unos 50 metros sobre el nivel de los campos de la Exposición.
De repente, el cupulino central empezó á arder, la gente á alarmarse y el personal de bomberos á trabajar con ardor para vencer al enemigo. Ahí, cuando se quema el hollín de una chimenea, bastan unos cubos de agua ó el enrarecimiento del aire, tapando la boca de la conducción de humos para acabar el fuego; aquí, una chimenea de palastro puesta en contacto con materiales de construcción que arden como tea, es un peligro tan inminente que nadie duda del resultado, ni aun contando, como se cuenta aquí, con un servicio de bombas y un personal entendido y valiente, capaz de todos los sacrificios y dispuesto á la obediencia ciega y pasiva del soldado. Aquella llama que ardía en la cúpula parecía de fácil acometimiento, y los bomberos, obedientes y sumisos al mando del jefe, escalaron la torre y empezaron á combatir las llamas.
A los pocos minutos, el fuego traidor, escondido en la cubierta, estalló de repente en la base de la torre, y aquellos hombres, guiados por un noble sentimiento, vieron con terror que á la altura de 150 pies se hallaban rodeados de llamas por todas partes, [Pg 169] formando una pira infernal de staff y madera que no tardaría en consumirse más tiempo que el necesario para formular la resolución extrema los que habían de elegir, en breves segundos, entre morir en un brasero ó aplastados contra el suelo.
Un grito hondo de angustia, lanzado por 20,000 personas que contemplaban la catástrofe, advirtió á aquellos desdichados la realidad de su situación. De pronto, se observó que aquellos hombres se arremolinaban, se apoyaban unos contra otros, como buscando mutua protección, silenciosos, convencidos quizá de que era inútil pedir ayuda, que sólo milagrosamente podrían alcanzar. Del grupo se desprende violentamente un bombero, desata una cuerda, forma un nudo, la cuelga de un ángulo saliente de la torre y empieza á descender. La atadura cede, y el desdichado bombero se desploma y muere al pie del muro. Los demás, con la asfixia en el pecho, y el terror de las llamaradas que suben como un volcán por el perímetro entero de la torre, no vacilan ya; unos tras otros se tiran, manteniendo el cuerpo rígido durante algunos segundos, mientras les queda un resto de vigor y de esperanza, dando vueltas enseguida, como una campana que voltea para estrellarse contra las aristas vivas del edificio, desvanecidos ó locos de terror, muertos antes del choque, rendidos por las angustias de aquella hora suprema. Dos bomberos, dos íntimos quizá, se abrazan antes de morir; [Pg 170] el último, el capitán, coge una cuerda hallada en una de las aristas, empieza á bajar, y la cúpula cede, y cede la torre, y el hombre desaparece confundido entre los materiales que arden, formando un montón informe, brasero inmenso en donde se calcinaron en un momento los huesos de aquel héroe, víctima voluntaria de su deber y su propio error.
Las gentes ya no tienen valor para presenciar aquel terrible espectáculo, los hombres más bravos vuelven la cara, las mujeres lloran y se desmayan, y el incendio crece azotado por el viento, viéndose en las innumerables ventanas del edificio puntos luminosos que corren y se propagan con una velocidad aterradora.
Una hora después todo el palacio ardía, las torres laterales se desplomaban, y no quedaban en el aire más que los hierros retorcidos, formando extrañas figuras, obra de un calambre espantoso en el seno de la muerte. Los bomberos, ya no luchan, miran agitados á todas partes, temiendo por la Exposición entera; el edificio más cercano, un cuartelillo de bombas, arde también, y de las casas cercanas al sitio de la catástrofe, se tiran ya muebles, ropas... es el pánico que corre como un reguero de pólvora, ante aquella inmensa hoguera que necesitaría un mar para apagarse.
Y la muchedumbre que ha ido á Jackson Park á divertirse, á gozar de un día de sol espléndido, de [Pg 171] fresca brisa, se siente agitada y enloquecida por la palabra «explosión», y de repente, hombres, mujeres, niños, salimos todos corriendo, sin saber á donde dirigirnos, temiendo que los caballos nos van á atropellar, caballos furiosos que no sé de donde han salido y que huyen aterrorizados de aquel fuego que hace estallar los depósitos de amoniaco empleado en las mezclas frigoríficas, esparciendo la muerte y el terror por todas partes.
Por fin, á las cuatro de la tarde, cuando ya no quedan más que cuatro muros ennegrecidos y el esqueleto de hierro del palacio, la Morgue , la triste Morgue de esta Exposición que ha costado centenares de vidas y contará las ruinas por millares, se va llenando de cuerpos carbonizados, de seres que han muerto heroicamente, sin un grito, ni una protesta, de otros que han sucumbido, sin gloria, aplastados, y entre ellos alguno que dormía el sueño del borracho, todos mezclados y confundidos por la igualdad aterradora de la muerte.
Treinta muertos van contados hasta hoy, muchos heridos que también morirán, viudas y huérfanos que amparará la caridad pública, constituyen el balance espantoso de lo que es obra del descuido y de la falta de escrúpulo con que se miran aquí los problemas más importantes de la vida humana. Si ayer hubiese soplado viento del Sur, casi puede asegurarse que la Exposición habría ardido toda, producién [Pg 172] dose una de las mayores catástrofes de la historia.
Hoy cunde la noticia de que la municipalidad de Chicago enviará una comisión de estudio para averiguar las condiciones de solidez y seguridad, contra incendios, de los edificios de la Exposición; pero me parece tiempo perdido y satisfacción irrisoria, porque aquí se vive de milagro, y todos lo sabemos, sin necesidad de que nos lo digan los procuradores de la grande urbe americana.
El Midway forma en el campo de la Exposición una especie de anexo, estrambote alegre de un soneto que guarda la nota picaresca para los dos últimos versos, siendo los doce primeros obra maestra de afamado é ilustre poeta. Y que esto es así, voy á probarlo, acudiendo á algo que está fuera de lo que encierran barracones y palacios, casas de fieras y templos faraónicos, villajes irlandeses, alemanes y austriacos, teatros turcos, persas y argelinos, poblaciones javanesas y campos indios, montañas rusas y [Pg 174] Ferris-wheel, porque todo esto con ser muy pintoresco y muy bonito, si se pone la imaginación al servicio de esas empresas, aun siendo la descripción muy colorista, de seguro verá el lector un cuadro más animado cerrando los ojos, que abriéndolos desmesuradamente, para leer los desabridos párrafos del colaborador corresponsal de La Vanguardia en la Exposición de Chicago.
Lo que ya no es tan fácil de ver, es lo que voy á describir aquí, si no se conoce el país y no se estudian con algún cuidado las costumbres y la idiosincracia de estas gentes. He visto aquí tantas cosas y tan notables, que valen la pena de ser contadas, que lo único que me aflige, es no saber narrarlas con el color local cuya fiel traducción bastaría para acreditar al autor de tan interesante estudio. Hoy va sólo una hoja suelta, que no sé si tendré valor algún día de enlazar con un trabajo de mayor alcance que tendría sumo gusto en publicar, dedicando á la mujer norte-americana la atención que merece su rápido desenvolvimiento en el fecundo campo de la libertad.
Los que crean que la mujer libre es en la América del norte una excepción, se equivocan grandemente; la mujer aquí no tiene, ni pone límites á sus iniciativas: la niña, la mujer casada ó viuda, la de alta clase y la de mísera condición, todas, absolutamente todas, viven según cuadra á su fantasía, sin [Pg 175] más preocupación que el ejercicio absoluto é indiscutible de su libre albedrío y omnímoda voluntad.
No me chocará que alguien dude de afirmación tan categórica, porque yo mismo he necesitado ver para creer; hoy ya no dudo, ni tengo inconveniente alguno en afirmar que la familia, tal como la entendemos en Europa, tal como la necesitamos y exigimos en España, no existe aquí. Y porque esto es así, las hipocresías de estas gentes resultarían tentadoras para Paul de Kock si viviera, y muy dignas de ser contadas, aunque sea sin llevar la vestidura con que podría adornarlas pluma mejor cortada que la mía.
¿Quién no conoce en Europa y América el célebre Board of Ladies, con su palacio destinado al trabajo de la mujer en el mundo, sus congresos y fiestas espléndidas, sus sesiones borrascosas en que una dama, haciendo oficios sacerdotales, eleva las manos al cielo para pedir la bendición de Dios,—que no debe concederla si he de juzgar poco caritativa y cristiana la manera como se acusan unas á otras de corruptoras y corrompidas,—y cuanto se ha contado y escrito acerca de la mujer, desde que aspira á probar que vale más moral é intelectualmente que el hombre? Pues esas señoras se reunieron un día en sesión y una de ellas, altamente escandalizada de los espectáculos ofrecidos al público en el «Midway plaisance», presentó á la mesa una moción encaminada á investigar detenida y concienzudamente cuántos, en qué forma, y en qué sitios, se efectuaban los actos inmorales que la habían afectado tan hondamente, pues lloraba con amargura al narrar los horrores del «Midway» la dama denunciadora del comité de señoras de la Exposición.
Nombróse una comisión compuesta de tres señoras, no he podido averiguar si había alguna soltera entre ellas, para que estudiara detenidamente el asunto y reconociera los sitios de corrupción en donde, según pública voz y fama, se falta á las reglas de moral. Las señoras nombradas aceptaron tan triste misión, y levantándose las sayas para no man [Pg 177] charse con el lodo de la corrupción, fueron recorriendo tarde y noche los teatros y barracones de dancing girls en donde se baila la danse du ventre y otros bailes parecidos para distraer á la bohemia universal que, en todas las exposiciones, representa el papel alegre de fiestas en que la ciencia y el arte, la industria y el comercio son excusa poco halagadora para toda clase de corrupciones.
Lo que aquellas señoras vieron allí, Dios y ellas lo saben; tres días seguidos con sus noches, dan larga tregua para carga tan pesada, y tras tanto sufrimiento y amargura tanta, las señoras se reunieron y deliberaron; las investigadoras relataron dichos y hechos capaces de sonrojar á una estatua, y las tres estuvieron conformes en asegurar que preferirían ver muertos á sus hijos que saber que frecuentaban sitios que prostituyen y rebajan la dignidad humana.
Las tres hijas de Sión lloraron amargamente, y con ellas, la mayoría del Board of ladies , que acudieron inmediatamente á la Dirección general de la Exposición, para que cerrara los sitios del «Midway» que escandalizan al mundo con sus horrores é iniquidades.
Al día siguiente, la policía ordenaba al director del teatro persa la clausura del local. Este pobre diablo que había gastado una crecida cantidad en montar el espectáculo, y adquirir el derecho de ex [Pg 178] hibirlo, quiso averiguar la causa de orden tan radical á los tres meses de abierta la Exposición, y supo, con sorpresa, que la reclamación que motivaba la orden de cierre del local, estaba fundada en la queja producida por las señoras que juzgan inmoral el baile que se ofrece al público en el teatro persa.
Las exclamaciones del director resultaron tan expresivas como pintorescas. «Las señoras del «Board of ladies», dijo, se presentaron ostentando sus medallas y con la pretensión de que se las colocara en primer término, sin pagar los derechos de entrada. Accedí gustoso á la petición, estuvieron muy alegres [Pg 179] y satisfechas, tomaron café gratis , y se hacían lenguas de lo bonitas que son my poor girls , y de lo bien que bailan y cantan los típicos aires del país. Estuvieron tres horas mortales presenciando el espectáculo, y volvieron al día siguiente con las mismas pretensiones, y alcanzando los mismos resultados. Si aquellas señoras creen que mi teatro es un lugar de corrupción, lo mejor que habrían podido hacer era no venir y no exponerse á manchar sus vestidos en tan inmundo lugar; esto habría sido mejor para su reputación y mis intereses.»
Lo que ha pasado después no lo sé; registré con cuidado la prensa, y especialmente The Chicago Herald durante tres ó cuatro días después de haber publicado la réplica contundente del director del teatro persa, y no he sabido ver la respuesta de las señoras, que quizá han creído deber contestar, con el desdén, las insolentes palabras de aquel galeoto, contentas y satisfechas de haber realizado tan magistralmente una obra de higiene moral digna de las mayores alabanzas.
Lo que hay es que, al día siguiente, los teatros se llenaron de gente de todos colores é iguales vicios; que las dancing girls continúan cantando y haciendo contorsiones y gestos que tienen más de asqueroso que de lúbrico, y que, después de tantas lágrimas y tantas exclamaciones que parecen lamentos arrancados de los libros santos, lo único que se ve claro y [Pg 180] evidente es la escasa eficacia que resulta de emplear plumeros de blando material para barrer y limpiar cloacas, y que, en cualquiera otra parte que no fuera la América del norte, lo que se habría visto, sin necesidad de practicarlo, es que, en aquella prueba quedaría manchada la pluma, quedando la cloaca tan nauseabunda y tan mal oliente como estaba antes de usar un agente digno de más altas empresas y más sentidas aspiraciones.
Hace falta aquí una inteligencia de primer orden que estudie profundamente el movimiento que surge y se desarrolla en este campo fecundo, donde se aplauden todas las extravagancias, y se conciben y plantean las ideas más atrevidas y más peligrosas. Estoy tan absorto y tan fuera de mi centro que á veces se me figura que vivo en un planeta, que no es La Tierra, y que todos mis prejuicios, ideas y sentimientos están en rebeldía perpetua en mi cerebro, luchando con una corriente de fuerzas variadas, cuya resultante no sé hallar, por más que busco con avidez [Pg 182] la verdad, y la dirección que sigue la novísima y quizás mal definida civilización americana.
Y que esa inteligencia, capaz de abarcar en su conjunto los fenómenos variadísimos que se realizan en el seno de esta sociedad, es indispensable que venga á estudiar estos grandes movimientos de la opinión, lo dice, entre otras cosas, el Congreso de las religiones que se está realizando en el Art-Palace de Chicago, en donde alternan las altas dignidades de la Iglesia católica, con protestantes, mahometanos, budistas, clérigos de levita, señoras... buscando todos, al parecer, una religión ideal, única, especie de «volapuk» espiritual que resuma todas las aspiraciones y los ideales místicos de la humanidad.
Y dijo el presidente en su discurso inaugural: «Nos reunimos aquí los que buscamos la verdad, las gentes que odiamos el error, único enemigo de la humanidad». Y han hablado los católicos, los protestantes de los más variados matices, los judíos, los mahometanos,—sólo silbados cuando han defendido la poligamia,—los hijos de Budha y Confucio, y todos han sido estrepitosamente aplaudidos, porque los concurrentes opinan que en todas las llamadas religiones hay un fondo de verdad, de justicia y de aspiraciones elevadas, que son santas y dignas de eterna recompensa.
Y los que nos hemos criado en un rincón de España, donde hemos aprendido, porque así nos lo han enseñado, que no hay más que una religión verdadera, [Pg 183] y que no debemos admitir siquiera, como no sea en el santo y fecundo campo de la caridad, á los que profesan ideas religiosas distintas de las nuestras, al ver á las dignidades más altas de la Iglesia católica aceptar sin recelos, la cooperación de personas animadas, sin duda alguna, aun dentro del error, de las mejores intenciones, en la difusión de diversas ideas religiosas, la inteligencia mejor templada siente desfallecimientos, pensando si en este fin de siglo se desatan vientos de rebeldía y de locura en todas partes ó si de esta civilización, de apariencia externa semejante á la nuestra, y sin embargo, tan distinta y tan variada porque no encarna en esta sociedad ferozmente individualista, va á surgir un mundo nuevo que regenere la sangre y el espíritu de la humanidad.
No tengo fuerzas para dilucidar problemas tan hondos; planteada queda, en mi concepto, una nueva faz del movimiento religioso en el mundo, y seguirlo para atajarlo ó encauzarlo, si es menester, será una obra de alta sabiduría, ya que no es posible sospechar siquiera que sea sólo episodio de una Exposición, obra en que han intervenido ó intervienen las más altas inteligencias de todas las iglesias americanas, y los más templados propagandistas de las religiones asiáticas y africanas.
Y dejando esta nota, tan llena de preocupaciones y tristezas, otro signo característico de los tiempos y las sociedades americanas se ha presentado en los [Pg 184] campos de la Exposición con motivo de la fiesta del Estado de Iowa.
Los Estados de la Unión tienen aquí su casa payral , formando los edificios de cada uno de ellos una calle de variada arquitectura, extraña á veces, interesantes y dignos todos de visitarse. Lujosamente amueblados, con salones de lectura, restaurant, escritorio, miranda, etc., son puntos de reunión para las familias que visitan la Exposición y hallan aquí un refugio tranquilo y lujoso en la casa comunal regida á la sombra de la bandera del Estado respectivo. Cada uno de ellos celebra su fiesta, y los voluntarios vienen con sus músicas, banderas y uniformes á ostentar su bizarría en los campos de la World’s Fair . Mandados por un jefe de alta graduación, evolucionan en la gran plaza de la Administración general, formando en parada y recorriendo las principales calles de la ciudad blanca. Acude á estas fiestas un gentío inmenso, y las sociedades desfilan ante gentes curiosas de presenciar los abigarrados colores de las cintas, los botones y las bandas de la democracia americana.
El batallón de Iowa ha presentado una novedad que aplauden muchas gentes, aunque nadie sepa explicarse el entusiasmo que inspiran cincuenta muchachas uniformadas, que, entre las compañías de soldados, forman una de amazonas armadas de lanzas, mandadas por dos muchachas que llevan espada [Pg 185] al cinto y evolucionan con cierta marcialidad á pesar de las faldas y la impedimenta propia del traje femenino. Nadie explica la misión que se supone á esas muchachas, porque en tiempo de paz, como no sea por el gusto de lucir unas faldas y chaquetita azul, una pechera blanca abollada, una gorrita marinera y unos guantes blancos que suavizan el contacto de un arma tan inofensiva como es la lanza que llevan, no sé para qué han de servir.
Por lo demás, y confieso humildemente mi atraso, yo preferiría ver á esas señoritas remendando las camisas de sus padres y hermanos, antes que desempeñando un servicio que nadie les exige, y que lucha abiertamente con la especial condición de la mujer en el mundo.
Pero aquí todo reviste formas tan extrañas, que no hay extravagancia que no sea acogida con simpatía, capricho que no pueda realizarse, ni exceso que no pueda consentirse. Figúrense mis lectores, á un jefe de Estado á quien se le subleva una ciudad, Roanoke-Virginia, en donde una turba de 3,000 hombres lincha al negro Smith, lo cuelga de un árbol, forma una pira en la plaza y lo quema; y no contenta con tanto desmán, persigue al alcalde y al jefe de las tropas para lincharlos también, y mientras todo eso sucede, el gobernador disfruta de las delicias de la World’s Fair sin que se preocupe un solo instante de lo que acontece en su Estado, que [Pg 186] cree ser el mejor de los mundos, y á quien no sobrecogen ni espantan las noticias que lee en los periódicos, ni cuida nadie de advertirle que ha de regresar á su país y poner coto á tanto escándalo y desmán, porque confía en que las cosas se arreglarán por sí mismas, cuando estén allí cansados de andar á tiros y sablazos, que todo tiene fin en el mundo, hasta la maldad de las gentes.
Y para consuelo de los que se asustan de lo que ocurre en España, en donde nos figuramos que nuestro pueblo es lo peor del mundo, y tener una idea, nosotros, los desgobernados , de lo que son estas autoridades, vean mis benévolos lectores con que calma y sangre fría se explica el gobernador del Estado de Virginia, acerca del motín de Roanoke, M. Kinney, según relación del periódico más acreditado de esta ciudad el The Daily Inter Ocean .
Un reporter supo que dicha autoridad se hallaba en el edificio de Virginia de esta Exposición, y allí se dirigió en busca de Mr. Mac-Kinney, para saber lo que pensaba de los sucesos de Roanoke.
Dice el reporter: «El gobernador es un anciano de agradable aspecto, de bigote y cabello cano. Le hallé en mangas de camisa, con los pies descalzos, apoyados sobre un pupitre y á la altura de su cabeza, llevando unos calcetines de lana irreprochables, y ofreciendo el aspecto de una persona que goza de la vida.
Cuando le pregunté acerca de la revuelta de Roanoke, contestóme complacido que no tenía más noticias que las publicadas en los diarios, inclinándose á creer que eran exageradas.
«Porque, dijo, los diarios suponen que el alcalde Trout está herido en un pie, que las tropas hicieron 25 disparos y mataron ó hirieron á 29 personas, lo que no deja de ser una buena puntería; y que no había preguntado á nadie lo ocurrido, ni nadie se había preocupado del asunto.»
De todo ello infería que el alcalde, que es un buen ciudadano, habría obrado con la energía necesaria, consintiendo, y esto lo añado yo, que lincharan, ahorcaran, arrastraran á un negro, y lo quemaran é incineraran en una vía pública de Roanoke.
Si todo esto no parece á mis lectores civilizador, patriarcal y digno de envidia, será porque son difíciles de contentar.
Uno de los organismos más importantes de las Exposiciones universales es el del Jurado. La garantía de los intereses generales y la cortesía internacional exigen que las naciones extranjeras que concurren á un certamen, conozcan de antemano, cómo y cuándo ha de funcionar un organismo que, debiendo reunir las condiciones de competencia, imparcialidad y saber requeridos en esta clase de servicios, satisfaga aquellas condiciones, sin las cuales la función del [Pg 190] Jurado se convertiría en una farsa indigna de hombres serios.
Y sin embargo, en América se entiende todo esto de otra manera; en primero de mayo se abrió la World’s Fair , y á estas horas no hay reglamento especial de jurados, ni fecha en que han de funcionar estatuída, ni cosa alguna que revele un plan serio y definido. Y ¿cómo ha de haberlo, si acaba de estallar una escisión hondísima entre la Comisión general de la Exposición y los Delegados generales de todas las naciones de Europa y de la América Central y del Sud, excepto la del Ecuador, Costa Rica y Venezuela, por discrepancias tan esenciales entre una y otros que se han visto obligados á declarar resuelta y solemnemente, dando de ello cuenta á los respectivos gobiernos, que si no se modifica el criterio que ha servido de norma para redactar el proyecto de ley para la constitución del Jurado, Inglaterra, Rusia, Alemania, Francia, Italia, España, etc., quedarán de hecho fuera de concurso, renunciando á que se juzguen las instalaciones que las representan, y á ser premiadas por la gran nación de la América del Norte?
Semejante resolución no pudo tomarse sin mediar motivos trascendentales y opinar que la ley, tal como intentan promulgarla, no ofrece la garantía de imparcialidad suficiente para que los expositores extranjeros queden al amparo de las demasías de un pan [Pg 191] americanismo tan exagerado que acabaría por poner á las naciones de Europa, y á algunas de la América del Sur, á los pies de los caballos.
Y para que pueda comprenderse el alcance y el motivo de resolución tan importante, jamás tomada hasta ahora, ni siquiera soñada, ni comprendida, en el antiguo continente, voy á concretar cuanto pueda la causa de ello, y que no ha sido otra que suprimir por completo el Jurado, y sustituirlo por Jueces periciales, en su mayor parte americanos, que, sin apelación, resuelvan de plano acerca de la concesión del premio único que pretende otorgar á los expositores la Dirección y Comisión general de este gran Certamen. De modo que la nación demócrata por excelencia, suprime el Jurado en la Exposición, cuando lo aplica á vidas y haciendas, é iguala lo que siempre estará fuera del alcance del hombre, ó sea, la inteligencia, el mérito, la pericia y cuanto constituye los más preciados dones del alma humana.
Contra todo esto, Europa debía protestar y ha protestado enérgicamente; nosotros no podemos entregar á nuestros expositores atados de pies y manos á las justicias severas de hombres que no piensan ni sienten como nosotros pensamos y sentimos; y sin discutir aquí, si esta civilización será algún día superior á la nuestra, y si los rumbos seguidos hasta ahora son direcciones más ó menos borrosas que se modificarán en lo porvenir, la verdad es que no podemos [Pg 192] aceptarlos, porque nuestros principios y criterios, propios de una civilización claramente definida, no pueden conciliarse con los puntos de vista tan nuevos y tan extraños que informan las leyes de este país.
Cierto es que admiten peritos extranjeros, pero aun así no se necesita ser muy lince para ver, en lontananza, el ejercicio constante de las represalias, hasta tal punto, que todo lo americano sería malo para nosotros y todo lo europeo detestable para el americano; y en esta lucha de intereses no es difícil vaticinar que saldríamos vencidos.
Además, hay aquí tanta ignorancia en lo que al desarrollo intelectual é industrial de Europa se refiere, que llegaron á ofrecer á Francia, que ha hecho aquí un grande esfuerzo y que consideran como á su hermana en el viejo mundo, cuatro jueces peritos, dos para Bellas Artes, uno para vinos y uno para sederías; de modo que, en lo demás, Francia no cuenta, ó vale tan poco, que no se la considera digna siquiera de ser oída.
No sé aun lo que tocaría en suerte á España, cuando uno de los hombres más reputados por su saber en los Estados Unidos, preguntaba por qué queríamos terreno en Artes Liberales, no sabiendo, como no sabía, lo que podríamos presentar en tan interesante sección.
Por lo que respecta al premio único, si piden pri [Pg 193] vilegio de invención, les auguro poco negocio en Europa. No sé hasta donde pueda llegar la manía igualitaria; dudo, sin embargo, que nadie admita ahí que puedan igualarse dos inteligencias, ni siquiera dos productos de inteligencias distintas. Pensar que dos fabricantes de objetos similares consientan, cuando no salta á la vista la perfección, la posibilidad de alcanzar el mismo premio, aun siendo único, y que por este solo hecho no tiene valor alguno, es tener muy poco conocimiento de las pasiones y los intereses de los hombres.
Siendo, pues, todo esto tan incompatible con el modo de pensar de las naciones que concurren á este Certamen, creo que esos criterios van á modificarse, aun que sea difícil lo segundo, por ser ley votada en las Cámaras, y que, convencida la Dirección de que el fin principal de toda Exposición quedaría contrariado desde el momento en que las naciones extranjeras desisten de entrar en lucha pacífica con las de este país, volverá sobre su acuerdo, como lo ha hecho ya en puntos de mucha menor importancia, y en que, más que cuestión de intereses se trataba de asuntos de amor propio nacional.
Los comisarios extranjeros entramos ya en la Exposición sin haber puesto el retrato en las entradas de admisión, y se nos obliga únicamente á entregar en la puerta una tarjeta de visita, pro formula , y para los efectos de la estadística.
Otro punto interesante y que causa á todo el mundo muchos sinsabores, es el de los robos en los recintos de la Exposición. La queja es tan general y tan sentida que los Delegados y Comisarios protestan cada día, sin que se vea el medio de que la Dirección general atienda eficazmente tan justas reclamaciones. La sección puesta á mi cargo ha sufrido, como todas, los efectos de la desorganización observada en todas partes y en todos los servicios, pero hasta ahora se ha reducido sólo á raterías de escasa importancia que han motivado, sin embargo, enérgicas reclamaciones y, por mi parte, la propuesta al Sr. Delegado general de una guardería bien montada que recorra y ampare constantemente los productos españoles expuestos en Manufacturas, propuesta que ha aceptado el Sr. Dupuy de Lome con el entusiasmo que tiene por cuanto se refiere al lucimiento de la producción española en este Certamen.
La breve interrupción de unas cuantas horas en continuar esta correspondencia, me permite dar cuenta de un nuevo conflicto; los que quieren vender en el recinto de la Exposición han de pagar el 45 por 100 del valor de los productos á la aduana, y el 25 por 100 á la Comisión del certamen. Un suizo, relojero, cayó en la red tendida por una señora, que resultó ser una detective ó agente de policía, para que le vendiera un reloj de poco precio, y á las pocas horas se le puso en la cárcel, imponiéndole dos mil dollars de multa.
No he de ser yo el que abone la conducta incorrecta del suizo; no he de juzgar tampoco, porque ya lo harán mis lectores, el proceder de una administración pública que emplea determinados procedimientos para averiguar el delito tentando al delincuente, lo que sí haré constar es que salimos á conflicto por día, que la Delegación suiza mandó cerrar todas las instalaciones de su país y que se produjo una marejada hondísima, que ha reclamado los buenos oficios del Ministro de la Confederación helvética en Washington, y una serie de concesiones y componendas que no han logrado calmar la efervescencia producida por la mentada causa, en los expositores extranjeros.
Todas estas cosas dan lugar á correspondencias pesimistas que publican los periódicos españoles, leídos aquí con mucha fruición por lo que exageran y dicen, sin duda, con más tendencia humorística que otra cosa. Alguien ha dicho en un periódico, cuyo nombre no recuerdo en este instante, que la seguridad personal está aquí constantemente en peligro, dando cuenta con mucha sal de episodios en que intervienen los porteros, cuando esta institución europea es planta exótica en Chicago, y no se halla en toda esta ciudad un solo portero, ni para contado, ni para descrito.
Comprendo la ansiedad de los expositores españoles producida por las dificultades y desavenencias surgidas entre europeos y americanos, en la cuestión del Jurado de la Exposición de Chicago, y porque la comprendo querría dar á mis lectores la grata noticia de haberse orillado todas las dificultades y vencido todos los rozamientos. Por desgracia, el conflicto subsiste hasta ahora, y las naciones europeas y sudamericanas continúan creyendo que es cuestión de decoro cerrar las instalaciones á la inspección y al juicio del Jurado, mientras se mantenga [Pg 198] por la Dirección del Certamen el criterio cerrado de nombrar jueces peritos, y únicos, que se encarguen de juzgar el mérito de los productos, y conceder ó negar el premio único que podrá otorgarse á los productos expuestos en la World’s Fair de Chicago.
He creído, durante algunos días, que sería fácil hallar una fórmula de concordia; hoy temo que el camino emprendido, halagando á determinada potencia para dividir y quebrantar fuerzas, ha de conducir fatalmente á resistencias invencibles que sostendrán con tesón Francia, Alemania, Inglaterra, España y otras naciones que opinan que vale más el mantenimiento de principios fundados en la justicia y la equidad que una medalla conseguida á expensas de concesiones que no se compadecen con nuestro modo de ser, pensar y sentir.
El asunto reviste, sin embargo, tanta importancia, que se me resiste el creer que no se ha de llegar á una avenencia que comunicaré inmediatamente á los lectores de La Vanguardia interesados en la buena solución de este conflicto.
Y aquí podría decirse: bien venido seas mal, si vienes solo; porque son tantas y de tal índole las dificultades con que tropieza la Dirección del Certamen, que dudo se halle cosa parecida en la ya larga y azarosa historia de las Exposiciones universales del mundo entero.
La subvención concedida á la Exposición de Chi [Pg 199] cago por las Cámaras de la gran federación norte-americana se dió en concepto de indemnización por los perjuicios que sufriría sujetándose á la ley que prohibe terminantemente abrir la Exposición en día festivo.
La Directiva, ansiosa de recabar recursos para atender á los enormes gastos que ocasiona este gran Certamen y convencida de que, en días de labor, los hombres no dejan aquí sus business para estudiar ó visitar la Exposición, poco favorecida hasta ahora de forasteros y extranjeros, procuró con gran empeño la apertura de la Exposición en día festivo, pero se levantó tal cruzada contra este proyecto, que hasta ayer no consiguió abrir las puertas, sobreponiéndose á la ley, á la opinión pública y á la protesta de católicos y protestantes resueltamente contrarios á la infracción del precepto dominical. A pesar de esto, la Directiva, que recibía á las seis de la mañana de Washington la orden terminante de mantener cerradas las puertas de la Exposición, se atrevió á abrirlas, ya sea que se creyera amparada por la ley, ó que intentara apoyarse en la acción poderosa del sufragio popular, si, como se creía, invadía la ciudad en masa los palacios de la Exposición y demostraba así que la opinión estaba con la Directiva y no con las Cámaras, y el criterio restrictivo de los cristianos, dictado por los que tienen ó creen tener el derecho de dirigir las conciencias y recordar á los fieles el cumplimiento de los preceptos del Señor.
La prueba se ha hecho, con escaso éxito por parte de los infractores de la ley; los jefes de la Exposición creían que pasarían por los torniquetes, de 250 á 300,000 personas de pago, y los contadores, con sentida sorpresa de los agentes de tan colosal empresa, no acusaron mayor entrada que la de 180,000 almas.
La prueba ha sido, pues, un fracaso; la ciudad no responde á los deseos de la Directiva; los Estados de la Unión muestran su inquina y sus simpatías con arreglo á sus ya antiguos resentimientos, ó sea, del Este contra el Oeste, pues 18 estados han abierto sus palacios, los demás se han abstenido de ello en nombre de la ley del Señor y de la nación, y mientras los guardias colombinos, barrenderos y el numeroso personal de la Exposición reniega del acuerdo, pensando en el ocio y el whiskey que no pudo beber con la tranquilidad de mejores días, el Juez ha sentenciado hoy á la Compañía, condenándola al pago de 5,000 dollars de multa, sin perjuicio del que pueda ocasionarle el quebrantamiento de la ley, que puede costarle 2.500,000 dollars que deberá, según opinan algunos, devolver integralmente á la nación, que subvencionó el Certamen con la condición estricta de no abrir las puertas, al público, en día festivo.
* * * * *
Por fin; se ha dado con la solución del Jurado, puesto que, excepto Francia y Dinamarca, que no [Pg 201] quieren aceptar las condiciones americanas, las demás naciones entran nuevamente en concurso. A España nos dan 20 jurados peritos, que formarán parte de las 13 agrupaciones en que se divide el Jurado. En estos grupos formarán por igual, americanos de esta república y extranjeros que oirán en alzada las reclamaciones de los agraviados, exceptuando los de agricultura y ganadería, en que los primeros tendrán mayoría.
A los jurados peritos se les darán 750 dollars de indemnización, 250 en primero de agosto y los 500 restantes en septiembre, si el gobierno de los Estados Unidos aprueba y ordena el pago. Esto es tan vago, según opinión general, que muchos creen que no cobrará nadie un centavo.
No quiero hacer comentarios acerca de la seriedad de estos acuerdos, tanto por lo que á los americanos se refiere como á lo que á los extranjeros toca; hágalos á su gusto el piadoso lector, y hágalos, si puede, con espíritu de benevolencia.
Tratando de obsequiar á los obreros catalanes que llegaron hace pocos días á Chicago, el señor Dupuy de Lome nos ha invitado á visitar la gran colonia industrial conocida con el nombre de Pullman, en donde se fabrican los coches-palacios que circulan por todas las líneas de la gran república norte-americana y que asombran al viajero por su lujo, su confort y su baratura. Llego en este momento de allí, y con las ideas frescas en la memoria, intento bosquejar lo que he visto, que no consiente otra cosa el sinnúmero de asuntos que pudiendo dar margen á una correspondencia diaria, llamarían [Pg 204] poderosamente la atención de los lectores de La Vanguardia .
Voy, pues, á traducir lo que nos ha dicho en inglés correcto y claro la persona encargada de enseñarnos todas las dependencias de la fábrica, añadiendo sólo algo que revele impresiones propias, y que complete el hermoso cuadro que se presenta á la vista del viajero, al llegar á la estación «Pullman», de la línea Illinois central que enlaza Chicago á New-York.
Nos espera junto á la explanada de la colonia, donde está trazado un jardín inglés de matizada hierba, un señor alto, obeso, sanguíneo, que ofrece galantemente sus servicios al señor Dupuy, y que empieza su relato diciendo: «Señores: aquí no hay policía, ni juez, ni cárcel, ni tabernas; los malos obreros no se conocen en esta colonia; el que no quiere trabajar está aquí fuera de su elemento; por desgracia, la fábrica está sufriendo los tristes efectos de la crisis que aqueja á todos los elementos y á todas las clases de la nación, y trabaja únicamente lo indispensable para mantener á un reducido número de obreros.»
«La parte dedicada á tejidos de punto está parada, el número de carruajes de lujo y vagones en construcción es limitadísimo, y si bien verán ustedes la fábrica en movimiento, no es sombra siquiera de la realidad.»
«Ahí tienen ustedes el primer carro Pullman construído por su autor; esta obra fué un asombro y un escándalo: asombro por su lujo, escándalo por el atrevimiento de construir un vagón que costó 18,000 dollars, ó sea cuatro veces y medio el valor del vagón de primera más lujoso construído en aquella fecha; y precisamente Pullman cifró, en este escándalo, todo el éxito verdaderamente asombroso de una empresa que, empezada en 1880, ha construído en tan pocos años inmuebles y talleres valorados en 40 millones de dollars.»
El razonamiento de Pullman, que á los 62 años está en pleno vigor de la vida, fué el siguiente: «Si construyo vagones que valgan dos ó tres mil duros más de lo que valen los construídos actualmente, todos los fabricantes lo harán con ventaja, y en las mismas condiciones que yo lo hago; lo único que me da ventaja es la suposición de que mis innovaciones son un derroche y una locura.»
El primer vagón que transportó el féretro de Lincoln, llamado Pioneer, y que por sus dimensiones obligó á desmontar parte del material fijo de la vía por donde debía pasar y que tanto asombro causó, hoy podría construirse por 8,000 dollars, y parece tan pobre y desmedrado, como ricos y ostentosos son los que se fabrican en la actualidad.
Dejamos el vagón histórico y entramos en el taller de vagones-palacios. Poca gente y escaso movi [Pg 206] miento en todas partes; parece aquella inmensidad un cuartel abandonado; muchas cuadras ventiladas, llenas de luz y unos cuantos vagones en construcción. En cada cuadra pueden construirse solamente 5 Pullman-cars, subdividido así el espacio por temor á un incendio. En el primer compartimiento hay dos vagones, uno con su esqueleto de madera perfectamente ensamblada y cepillada, el otro, pintado, dorado y barnizado con una pulcritud admirable. Y mientras hago estas observaciones, dice nuestro amable cicerone: «El trabajo está aquí muy dividido, pasan por cada coche y antes de su completa terminación, quince brigadas de obreros. Las maderas interiores son de caoba fina de México y Cuba, la parte externa tiene 18 manos de pintura, poniéndose encima de ella el dorado y después el barnizado. Las cajas van montadas sobre boggies de seis ruedas y en cada boggy se emplean 450 tornillos.»
Salimos de las cuadras de construcción de Pullman, atravesamos rápidamente la sala de plantillas, echamos una rápida ojeada al depósito ó secadero de maderas destinadas á los vagones de viajeros, y entramos en uno de los edificios más curiosos de la colonia, y que sería muy conveniente conocieran los que son y los que han de ser concejales de Barcelona.
Oigamos lo que dice Mr. Duane Doty:
«Este alto edificio cobija el centro donde van á parar los detritus de la colonia; en este pozo actúa [Pg 207] una bomba aspirante tan poderosa que sería capaz de levantar un carro cargado con su caballería, y siendo este sitio el punto donde confluyen tantas inmundicias, observen ustedes que no hay olor alguno; el secreto lo van ustedes á ver enseguida», levanta la tapa del pozo, aproxima una hacha encendida á la boca y en seguida se nota que la llama se dirige, ardiendo con gran fuerza, hacia el fondo. Este fenómeno no es difícil de explicar: el juego de la bomba produce un vacío enorme en el fondo del pozo, y la presión atmosférica, actuando sobre el mismo, produce una corriente de arriba abajo que arrastra con gran facilidad todos los gases menos densos que el aire, saliendo por el tubo de aspiración que descarga en la atmósfera, á 195 pies sobre el nivel del poblado. Todas estas aguas sucias lanzadas á tres millas de distancia sirven para regar y mejorar las tierras de una extensa comarca.
Y sigue diciendo el cicerone: «Observen ustedes estos frascos, uno de agua destilada, otro de agua del Michigan, otro del lago Calumet y otro de agua de estos pozos, ya saneada; y verán que, después del agua destilada es la que tiene menos impurezas».
Salimos de allí para ver el gran cuarto de máquinas, la máquina de 2,500 caballos de fuerza que sirvió en la Exposición de Filadelfia de 1876 para mover todos los elementos de trabajo de aquel gran Certamen. Y dice Mr. Duane: Mr. Pullman compró [Pg 208] esta joya The handsomest large engine in the World —la más hermosa del mundo—en aquella feria, frase yankee estereotipada que nos persigue como la sombra de Banquo y que dice, ó quiere decir: mísero mortal, abandona toda esperanza; después de los Estados Unidos de América, no hay más allá. The best in the World en calles, plazas, edificios, máquinas, sombreros, tejas, medicinas, el non plus ultra en todo. Pero aquí al menos, la máquina Corliss resulta limpia, hermosa, moviendo majestuosamente su inmenso volante, sin ruido ni trepidación, casi exclamaría sin rubor: The best ... si no temiera pecar por donde pecan tantos en América.
Pero no divaguemos, sigamos á Mr. Duane:
«La máquina trabaja á media presión, sus doce calderas medio apagadas esperan mejores tiempos, y los tres mil pies de ejes transmisores no transforman la fuerza más que en corto recorrido.»
Sigue nuestra visita por el taller de maquinaria destinada á la fabricación de tornillos, y nos dicen que 80 hombres pueden producir 50 toneladas de estas piezas al día; vemos como se empalman las ruedas á los ejes á la presión de 45 toneladas y todo el material necesario para la fabricación de llantas, roblones, ejes, etc., etc., y sigue Mr. Duane con satisfacción mal contenida: «podemos construir, con esta maquinaria, 50 vagones de mercancías por día, ó sea un carro cada 12 minutos; fabricamos también [Pg 209] 400 ruedas de hierro fundido para vagones de mercancías, y sin obstáculo, podemos entregar, semanalmente, 18 trenes de tranvías, compuestos de tres Pullmans cada uno, cuando la colonia está en plena actividad.»
«Poseemos 900 máquinas de variadas dimensiones, reparamos 2,500 vagones dos veces al año, y todo esto y más lo producen unos 6,300 obreros que, con sus familias, forman una población que reside en esta colonia y que suma unas 12,000 almas. «Los obreros» y esto lo han escuchado los nuestros con mucha atención, «trabajan siempre 10 horas diarias, y en verano un poco más, para que el asueto pueda empezar el sábado á la una de la tarde.»
«Los jornales se pagan ordinariamente á razón de 2 dollars por persona; trabajan también á destajo, ganando 3 y 4 dollars diarios. Por lo general, cobran quincenalmente con cheques del banco Pullman, cobrándose anualmente términos medios comprendidos entre 467'02 dollars y 610'73.»
Después de almorzar en el Florence hotel, albergue cómodo y elegante, que podrían envidiar nuestras mejores ciudades, Mr. Duane Doty nos hizo proseguir la interesante visita, interrumpida á las 12 del día, de los principales edificios de la colonia Pullman.
Junto á la estación del ferrocarril de Illinois y enfrente de una gran plaza, la empresa levantó un [Pg 210] palacio de piedra, ladrillo y hierro llamado «Arcade», que, entre otras cosas, contiene dos grandes centros de civilización para la clase obrera, una hermosa biblioteca, con 8,000 volúmenes y un teatro espacioso. La primera me causó envidia; forma su planta una cruz que cubre una alfombra que amortigua el ruido de los visitantes, y su recinto espacioso, lleno de anaqueles puestos al alcance de la mano, barnizados y pulidos como espejos, conteniendo libros hábilmente encuadernados, que pueden ponerse sobre grandes mesas iluminadas por la luz que filtra por ancha claraboya, más que biblioteca pública donada á la colonia para instrucción y esparcimiento de la clase obrera, me pareció refugio intelectual de un refinado que aviva sus ideas al calor del lujo y del confort, entre muebles, libros y revistas, que son medio simpático á toda inteligencia cultivada.
El teatro me pareció menos afortunado en su forma, repartición y adorno. No tienen los yankees el don de la belleza, y con el afán de innovar y separarse de los viejos moldes, buscando algo nuevo que responda á la idiosincracia de las nuevas sociedades, divagan y se pierden en un mar de líneas y formas extrañas, cuyo alcance no es posible adivinar.
Salimos de la Arcade y visitamos una casita que dudo tenga más de dos mil palmos cuadrados, habitada por uno de los dibujantes de la empresa. Este señor gana 100 dollars al mes, y gasta 22 en casa. [Pg 211] No vi en ella nada nuevo y que valga la pena de describirse, como no sea la afirmación rotunda de que una familia algo numerosa no podría vivir allí sin ahogarse.
No olviden ahora mis lectores, que la sociedad Pullman dedica sus vagones de lujo á la circulación general de la inmensa red de ferrocarriles de Norte América y que, en sus palacios, se come y se duerme, corriendo á su cargo la manutención y lo que se necesita para la cama y mesa de numerosísima clientela. Claro es, por tanto, que la cuestión del lavado tiene en esta empresa una importancia de primer orden. Síganme, pues, al lavadero que dista tanto de recordar las escenas de L’Assommoir como dista un palacio de una pocilga, para ver cómo se lavan cada día 80,000 piezas de todas clases.
En la planta baja parece natural, ya que de lavar ropa, secarla, repasarla y plancharla se trata, buscar lavaderos, extensas cuadras de calefacción y nuestras planchas seculares. Pues lo natural no resulta serlo aquí, porque el material destinado á este servicio está completamente transformado, y los viejos moldes que suponen y exigen aquel bullicio aterrador de mujeres picando y chillando, como cotorras, en los lavaderos europeos, están convertidos en máquinas movidas por obreras que parecen señoritas, limpias, atildadas, que llevan la cabeza cubierta con una gorra de pinche de cocina y que, sin ruido ni afecta [Pg 212] ción, repasan y planchan ropas lavadas por medios químicos y secadas por procedimientos mecánicos, centrífugas que arrojan el agua en forma de surtidor rotativo, y que planchan cilindros calentados con gas y á conveniente temperatura para no quemar la ropa.
Todo esto interesaría á nuestras mujeres tan celosas de los cuidados domésticos, que verían muy pronto dos cosas notabilísimas: que las ropas no duran un par de meses, quemadas por los agentes químicos y los procedimientos mecánicos, y que el repaso de las averías, hecho con máquina, resulta una labor tan chapucera que causaría lástima á una muchacha de ocho años, educada en la escuela más desamparada de una aldea española.
Dudo, pues, que el procedimiento americano halle en España imitadores y pasemos al taller de vagones y luego al de ruedas de papel que resultan sumamente interesantes, y en donde hallaremos en seguida lo que da tono y color á toda la civilización norte-americana: el desarrollo, en toda su plenitud, de la máquina y el aniquilamiento absoluto del obrero considerado como ser inteligente dedicado á un ramo cualquiera de la industria. El taller de vagones es inmenso; entran por sus puertas las maderas de pino sobre vagonetas, apenas desbastadas, y salen por las opuestas, convertidas en vagones cepillados, empalmados y pintados, dispuestos á correr [Pg 213] por las líneas americanas, con velocidades aterradoras. El material mecánico empleado en el taller puede entregarse al obrero más torpe y menos conocedor de la materia; todos los movimientos son circulares, todas las máquinas tienen sus palancas, ruedas, piñones y topes apropiados para que la inteligencia del obrero sea completamente inútil, y las maderas, moviéndose en sentido del eje del taller van quedando tronzadas, cepilladas, regruesadas y empalmadas, sin más esfuerzo que separar los trozos ya labrados en la primera, y colocarlos en la segunda y siguientes; completándose así, rápidamente, la obra de transformación del material.
A mitad del taller, el trabajo unitario, el modelado de piezas queda terminado, todos los despiezos hechos, las ruedas montadas sobre los rieles esperan la colocación de los tirantes, tableros, bandas, etc., y á las pocas horas, el vagón, ya construído, pasa á la tercera sección del taller en donde le dan unas manos de pintura, que seca el aire circulante, para salir al exterior en busca de carga y destino.
En realidad, no vi en ese taller nada nuevo, ni Mr. Duane tuvo empeño en presentarlo como á tal; lo que aquí atrae es la magnitud de la empresa, la extensión del local, la organización del trabajo, intensidad de labor y capital que se condensa, en mi concepto, y explica un dato estadístico que anoto cuando dice nuestro amable y correcto cicerone: [Pg 214] «Se calcula en los Estados Unidos que el servicio ferroviario de esta nación desecha diariamente cuatrocientos vagones de carga y que, el desarrollo comercial del país exige, hoy por hoy, un aumento diario de doscientos vagones para satisfacer holgadamente las necesidades del servicio de transportes.»
Claro es que en España no podemos concebir este inmenso tráfico, porque siendo la península una porción reducida de territorio al lado de este inmenso continente, y teniendo una población de 18.000,000 de habitantes en vez de 64, la comparación resultaría infantil, pero, quizá no sería inútil buscar la relación que existe entre las carreteras construídas y los ferrocarriles en el territorio de la Unión y la que hay entre iguales elementos de tráfico en España, y ver si la comparación nos dice que damos excesiva preferencia á las primeras con menoscabo de los segundos, y si se ha de pensar seriamente en transformar el procedimiento para que las empresas de ferrocarriles vivan con mayor prosperidad, con mira á este principio hábilmente planteado: «tarifas baratas y gran tráfico».
Es tan hermoso y útil ese estudio que mis lectores me perdonarán este inciso intercalado en el recorrido de los talleres Pullman. Y antes de entrar en el último departamento visitado, donde se construyen las renombradas ruedas de papel, detengámonos [Pg 215] aquí un poco, confiando en que no he apurado aún la paciencia de los que intenten seguirme en tan interesante excursión.
Los que no ahonden en este estudio creerán que las ruedas de papel son baratas, que duran menos que las de acero, que su peso reducido es un elemento de aprecio en el tráfico, y una porción de cosas igualmente diferentes de la realidad de las mismas, y la equivocación es tan profunda que, sin rodeos, puedo asegurar que las ruedas de papel valen diez veces más que las de acero, que cada rueda vale unos 100 dollars, que mientras las ruedas ordinarias sólo recorren, en buen estado, unas 60,000 millas, las de papel hacen recorridos de 600,000, y algunas hay, que he visto en el taller, que han viajado la enorme distancia de 800,000 millas, y aunque en este último dato ya aparece la ventaja de las de papel sobre las de acero, la real, la positiva, está en la elasticidad del papel que, impidiendo la trepidación, impide también la cristalización del acero, y por tanto su rotura, dando, á mi ver, mayor suavidad al movimiento de los vagones.
Pero ¿cómo siendo la pasta de papel, y pasta de paja por añadidura, resulta la rueda tan cara?
Pues, la contestación es muy sencilla, la parte de rueda construída con pasta de papel es, digámoslo así, el armazón, y éste va cubierto con una llanta de acero en sus bordes y dos chapas de hierro en sus [Pg 216] caras roblonadas, atornilladas y remachadas con gran cuidado y precisión.
Además, para que la pasta de papel adquiera la dureza que es garantía de su gran elasticidad, se necesita que pase por una serie de operaciones, y durante un espacio de tiempo tan largo, que contribuyen á que la mano de obra encarezca el producto, que no alcanza más recomendables condiciones que las debidas á su esmerada labor.
Mientras tomo estos apuntes, tengo á la vista una serie de roldanas, agujereadas en su centro para el paso de los ejes, que están colocándose sobre la plataforma de una prensa hidráulica y que un muchacho va empastando para que se empalmen perfectamente al someterlas á la presión de una tonelada por pulgada cuadrada y que, en número de 13 roldanas, constituirán luego el espesor del ánima de la rueda para pasar luego al secadero, donde estarán tres meses, adquiriendo tan gran dureza, que al golpearlas suenan como una campana, con la elasticidad del marfil y la resistencia de un cuerpo que trabaja sin desgastarse durante mucho tiempo, bastando cambiar la llanta para ponerla otra vez en servicio.
Y al dejar esa colonia, con pena, pues sólo un esbozo de la realidad va apuntado en mi cartera, teniendo tantas cosas que hacer y tantos puntos que estudiar, nos despedimos todos de Mr. Duane, admirados y satisfechos de haber visto una de las colo [Pg 217] nias más interesantes del mundo, debida á la iniciativa de un hombre que ha adoptado la franca y quizás brutal divisa de un verdadero yankee: «nada para el obrero y todo por el trabajo», es decir: «ventilo y caliento mis cuadras, monto las mejores máquinas, establezco los procedimientos más adelantados para que el obrero trabaje holgadamente y produzca, con ánimo tranquilo, la labor más perfecta y acabada posible.» Ni caridad, ni filantropía, business forever .
Monótonas y descoloridas resultan siempre las grandes ciudades de la América del Norte. Todas las calles se parecen, todos los edificios, aun los más suntuosos, dejan el ánimo del visitante frío y descontento. Los hoteles deslumbran por su conjunto, pero no deben analizarse, conténtese quien los habite con gozar la luz espléndida que se refleja sobre mármoles, cristales, lámparas caprichosas, estucados de colores vivos y brillantes; el calor que radía de los tubos encorvados de los caloríferos, excesivo siempre, y que sólo al que llega aterido de frío le produce un bienestar delicioso; las escaleras anchas, limpias, tapizadas lujosamente, que nadie pisa porque todo el mun [Pg 220] do aprovecha los ascensores, en constante movimiento; los cuartos, de indumentaria enrevesada, mezcla de confort y ruindad; baratillo extraño de camas, espejos y sillas que revelan un gusto detestable y... contento con esta fantasmagoría, podrá decir, como dicen muchos, que esto es lo mejor de la tierra como lujo y confort.
De todo esto hay algo, aunque mejorado, en la ciudad de Milwaukee, que dista 80 millas de Chicago, pertenece al Estado de Wisconsin y está sentada á orillas del lago Michigan.
Y con tener Milwaukee la fisonomía americana, cuesta trabajo creer que una ciudad que tiene en su seno tantos elementos alemanes, los rótulos de las tiendas, los nombres de sus dueños, la lengua de algunos de sus diarios y sobre todo, el porte de sus individuos, no sea un pedazo de territorio alemán, arrancado de las playas europeas y atracado á orillas del lago Michigan.
Las calles anchas y en cuadrícula, los tranvías eléctricos que las cruzan, los inmensos establecimientos industriales que las animan, los bancos, las iglesias, los pórticos que las adornan, forman un conjunto deleitoso, una nota pintoresca de aquel gran lago que no refleja, sino en poquísimos días del verano, un cielo puro y risueño que recuerde la incomparable atmósfera de nuestra España.
Milwaukee tiene además para el industrial gran [Pg 221] des atractivos: Pabst ha montado una fábrica de cerveza como no la soñó jamás el ingenio de Gambrinus, y aquella sociedad enseña orgullosa sus establecimientos que ocupan cuatro manzanas de la ciudad, manteniendo un personal de lisiados, puesto de uniforme, que acompaña cada media hora á los visitantes que, provistos de una botellita de cerveza y un folleto, regalo de la casa, van á paso de carga recorriendo los distintos laboratorios de la fábrica.
Tan rápida fué la visita, que no pude tomar ni un solo apunte; y así resultan barajadas en mi memoria cámaras de germinación, salas dedicadas á la limpieza de envases, cajas llenas de botellas corriendo automáticamente sobre tableros para llenarse, taparse y ponerse las etiquetas; máquinas de vapor moviendo cantidades enormes de líquido mezclado con lúpulo; cámaras frigoríficas de conservación de la cerveza en grandes toneles, y mil otros detalles que no deben interesar á los españoles, enemigos resueltos de una bebida de consumo inmenso, rival afortunado entre la raza anglo-sajona de los vinos que producimos, y que, siendo más higiénicos, más agradables y menos embrutecedores que la cerveza, hemos de guardar en las bodegas con honda perturbación de nuestro equilibrio comercial, y menoscabo de nuestra principal riqueza.
Más afortunado en la fábrica de Allís, cuyo director tuvo la cortesía de disponer que un ingeniero [Pg 222] industrial sueco me acompañara, y aprovechando también la singular competencia de mi buen amigo y compañero de jurado D. Fernando Aramburo, vi aquellos inmensos talleres, dedicados especialmente á la construcción de máquinas de vapor y de maquinaria para molinos harineros, de manera que pude formar concepto de la importancia que da la casa al uso de las herramientas más perfeccionadas, con las que produce un trabajo copioso y perfecto, empleando obreros de inteligencia escasa, de aprendizaje cortísimo, formados en cuatro días, en donde la máquina lo es todo, y el obrero nada ó casi nada. No me interesó gran cosa la visita; la casa Allís, que ocupa unos 1,500 obreros, no ha tenido, desde su creación, una sola huelga, pero ahora las cuadras están casi desiertas, sufriendo la influencia de los mercados que perturba la honda crisis de la plata y el exceso de producción.
La máquina de mayor importancia, en construcción, no pasará de tener mil caballos de fuerza; por tanto, preferí dedicar mi atención á la industria harinera, cuyos molinos modernísimos, construye Allís con una perfección admirable. Tiene en la fábrica un inmenso taller dedicado á fundir, acerar, estriar y pulir cilindros para la molinería, resultando una labor tan acabada que, al salir de las manos del obrero, brillan como una joya, admirándose la perfección de las figuras geométricas que la herramien [Pg 223] ta ha labrado, con precisión matemática, y sin esfuerzo, como producto hermoso y fecundo de la inteligencia humana.
En otras cuadras estaban montados los molinos, y como abundan en Milwaukee, me interesó el estudio de una fabricación que en España se desarrolla ya con provecho.
A pocos pasos de la fábrica Allís y al pie del Michigan, acompañado del ingeniero de la casa di con un molino modelo. Allís construye el 99 por 100 de los molinos harineros instalados en el territorio de la Unión, y con objeto de acaparar tan gran negocio, que el monopolio es aquí la base de las asombrosas fortunas hechas en los Estados Unidos, forma parte de las compañías harineras, proporcionándolas capital en útiles, máquinas y herramientas.
Saben, los que se dedican á fabricar harina, que los molinos de piedra dan mayor rendimiento, son más sencillos y baratos que los de cilindro, y que la harina producida en localidades pobres, satisface únicamente las necesidades de gentes de paladar poco delicado. La ventaja, pues, real y positiva, de los molinos modernos está en la calidad del producto, en producir harinas blancas y nutritivas, base del pan blanco, hermoso y bien tostado, que es el mejor regalo de las mesas bien servidas.
En los molinos de piedra, el grano ha de estar humedecido, y al molerlo, la harina se produce [Pg 224] enseguida, aplastando juntamente las sémolas y el salvado, resultando de eso, una mezcla de harina y salvado de difícil separación; muchas veces el calentamiento de la masa, y como consecuencia, la cocción de harinas de baja calidad, produce pan moreno, de escaso valor nutritivo por haberse alterado ó descompuesto el gluten.
En la molinería moderna, el trabajo resulta más complicado, para evitar el calentamiento de la masa, conseguir la completa separación del salvado de las sémolas, la producción de sémolas limpias y de diferentes clases, y finalmente, la fabricación de harina blanca, pura, nutritiva y de fácil conservación.
Todo este proceso exige, desde que cae el trigo en la primera tolva hasta que se convierte en harina, una serie de operaciones que no he de seguir aquí, porque no tengo tiempo ni competencia para escribir un libro sobre molinería moderna; pero, que puedo agrupar en dos series bien definidas, la de las máquinas ó los molinos trituradores que separan el salvado de la masa general, y que convierten el trigo en sémolas, y los molinos de cilindro liso, que convierten las sémolas limpias en harina.
Para comprender la técnica de esta doble operación importa saber que un grano de trigo está formado de una envolvente, y al hablar así prescindo del tecnicismo botánico, y de granos aglutinados de diferente potencia nutritiva llamados sémolas, cuyos [Pg 225] granitos contienen la harina. La operación esencial de los molinos trituradores, compuestos de dos cilindros estriados que dejan entre sí un hueco de dos milímetros de espesor sobre el que cae el trigo, consiste en triturar los granos sin aplastarlos. De esta primera operación resultan: salvado, sémola y harina, y trozos de trigo; los tres primeros se separan de los últimos que pasan por otro laminador de garganta más estrecha, se vuelven á separar los elementos resultantes, y así continúa la operación hasta tener completamente separados, por medio de cernederos, el salvado, la harina, que en cantidad escasa resulta, y las sémolas.
Los cilindros trituradores están estriados en espiral de 15 á 20 grados, formando las estrías de cada par de cilindros ángulos comprendidos entre 30 y 40 grados, y dispuestos de manera que, mientras un cilindro da 500 vueltas, el otro del mismo par no da más que 200.
Separadas las sémolas se guardan ó muelen para convertirse en harina. Para conseguir esto último, se emplean cilindros lisos de distinto diferencial en su movimiento, moliéndose tres, cuatro y cinco veces en laminador de paso cada vez más estrecho.
Los cernederos, de movimiento oscilatorio, debidamente preparados, van separando los diferentes residuos de la molienda, clasificando las sémolas y las harinas automática y primorosamente.
Allís fabrica molinos que producen 50, 75, 100, 150 y más quintales de harina cada veinticuatro horas, empleando fuerzas motrices de 16, 20, 25 y más caballos de fuerza.
El desgaste de los cilindros se rectifica en los talleres de Allís, marchando aquí este mecanismo industrial con una perfección admirable.
No pretendo haber esbozado siquiera tan interesante estudio, que recomiendo, por creerlo productivo, á los que tengan interés en moler cereales con perfección, y conservar harinas puras, blancas y nutritivas, procedan ó no del territorio nacional.
Al sonar la hora postrera de la Exposición colombina de Chicago, parece justo recapitular la impresión sentida, y como si se tratase de historiar la vida de un muerto ilustre, prestar á sus obras la atención reflexiva que merece todo lo que deja en el mundo, huella profunda de su paso por la tierra.
Abarcar, en su conjunto, una obra tan grandiosa requeriría la inteligencia de un sabio, la pluma experta de un literato de raza y el juicio frío é independiente de un temperamento rigurosamente equilibrado. Por no ser ninguna de estas cosas aporto aquí la impresión subjetiva, apuntada con severa imparcialidad, desoyendo las alabanzas de los entusias [Pg 228] tas y los clamores de los pesimistas, pero, imparcialidad unida á mi temperamento nervioso, expuesto como todo lo que es pasión á las injusticias de los hombres.
No trato, pues, de sentar afirmaciones rigurosas, ni de dar á cuadro tan complicado los últimos retoques. Mi pretensión es más modesta; y sólo pido á mis lectores el convencimiento de que aporto á este juicio, no la nota justa, sino la impresión sincera de lo que he visto en la Exposición de Chicago.
No es difícil, después de siete meses de recorrer la White city, formar concepto de su conjunto; veo su traza holgadísima, abarco su fisonomía con una sola mirada y la obra me parece genial y digna de un entendimiento soberano. Marcar en el papel, con la vista fija en los recursos conque se puede contar y los servicios que se deben satisfacer, la línea ondulada que se traza sobre centenares de hectáreas, con pulso firme y sereno, combinando la forma precisa de lo útil, con la obra de la fantasía, recurso poderoso del arte que da vida y color al pensamiento, cuando los recursos se cuentan por millones y los servicios han de compenetrarse con el trabajo de todas las civilizaciones y todos los pueblos, la inteligencia más templada y serena ha de sentir desfallecimientos y reacciones de gigante, ante la solución de un problema, que ha sido base del desenvolvimiento de la Exposición entera. Arguyan cuanto [Pg 229] quieran los que han clamado contra la extensión exagerada de la White city, causa primera de sus caídas y fracasos, nadie podrá negar sin injusticia, que la traza ha sido un portento de hermosura. Los americanos, autores de las ciudades en cuadrícula, de fisonomía borrosa y fría, lo son también de la World’s Fair de líneas onduladas y vistosas, de rasgos artísticos primorosos, con fisonomía propia en cada porción de su vasto recinto, rico en color y fantasía, marco amplísimo de los edificios inmensos que se han levantado, con varia fortuna, en la Exposición de Chicago.
Convertir un pantano en ciudad urbanizada, sanearla y drenarla, aprovechar las aguas encharcadas para que corrieran encauzadas en ancho canal, enlazar esta obra quilométrica con el Michigan, decorar sus márgenes con prados y jardines, levantar con las tierras arrancadas del fondo del pantano superficies onduladas, formando suelo al rodal de plantas y arbustos forestales; la estatua escondida entre flores y hojarasca, la fuente monumental dominando en la Cour d’Honneur á los dioses de la mitología, las estatuas de soldados, héroes, sabios... los puentes y las góndolas venecianas y las lanchas eléctricas, son cosas que, bien dispuestas, constituyen por sí solas un esfuerzo verdaderamente asombroso.
Los edificios, en cambio, por sus trazas y sus alzados se han levantado, con varia fortuna. No basta [Pg 230] rían las páginas de este libro para dar una idea de aquellas obras colosales, requiriendo su crítica justa y severa, minucias de detalle y pinceladas de conjunto que, quizá, demostrarían que sólo en lo fielmente imitado, por no decir copiado, han hallado los arquitectos americanos la nota justa de lo bello y esplendoroso. Pero, sería notoria injusticia involucrar en criterio tan riguroso al autor del Palacio de Manufacturas que, sin desdeñar las reglas de la técnica y aun rindiendo pleito homenaje á los estilos arquitectónicos que han dado al mundo antiguo su fama artística, se ha mantenido dentro de cierta independencia, rayana al genio, atreviéndose á cubrir diez hectáreas de superficie con una sola nave, sin aplastar el edificio, y manteniendo su gallardía en aquella traza colosal y no superada hasta la fecha.
Aficionados los norteamericanos á lo grandioso, la erección de cúpulas y cimborios de todos tamaños, formas y colores, ha sido la pasión yankee en la ciudad blanca; afortunados en los trabajos de ingeniería, atrevidos y enamorados de las osadías no aventajadas aun, la proporción entre las diferentes partes de una obra no parece haber sido la preocupación del proyectista, más interesado en discutir lo deforme y grandioso que en buscar equilibrios que encarnan en lo vulgar y conocido.
Nadie habrá adivinado tampoco, por las formas externas, el destino otorgado á palacios grandiosos [Pg 231] adornados fastuosamente, obra en que el ingenio del artista olvidó completamente la relación que debe existir entre el continente y contenido de los edificios que tienen carácter público.
En el desarrollo de los servicios no hubo tampoco la variedad en la unidad reveladora de una mano experta y segura, propia de un jefe organizador y dotado del conocimiento hondo de las necesidades de tan grande empresa. Aplicada la división del trabajo á un organismo complicadísimo, el procedimiento sólo pudo resultar aceptable señalando en los puntos generales contactos de tangencia claramente determinados, encargando á directores expertos el movimiento de los diferentes campos de acción, pero con mira siempre á evitar rozamientos y á suavizar asperezas que sólo puede realizar la Jefatura indiscutible de una persona capaz de mover el mecanismo entero con criterio propio, sólido, fijo é inquebrantable. Si ese procedimiento ha tenido aquí feliz desarrollo, confieso que no he sabido verlo; las aduanas, las agencias de transportes, el servicio ferroviario, la vigilancia, la fiscalización en las puertas, el Jurado, no han tenido engranajes que facilitaran el movimiento, antes bien me parecen cabos sueltos de cables transmisores de energía cuyo empalme resulta ser obra difícil, enojosa y perturbadora.
En los Palacios, la mise en scène , para el que no busca detalles y primores de organización, para el [Pg 232] que no estudia, ni compara, la obra de conjunto parece harmoniosa y muy lucida; el profano halla aquí cuanto puede colmar las ansias más exageradas de aire, color y luz; el inteligente, en cambio, observa forzosamente algo que denota precipitación en el procedimiento y en la ejecución.
Pero aun así, el que quiera estudiar, halla aquí recursos agobiadores; el que sabe buscar, siente forzosamente las tristezas de no poder acaparar los inmensos tesoros que la ciencia universal y el arte en todas sus manifestaciones han acumulado en este recinto digno de llamarse pomposamente World’s Fair, la feria del mundo, pero feria colosal en que los antiguos moldes ni siquiera han merecido respetos de anticuario, tan radicales han sido los cambios realizados en la pompa conque se ha desenvuelto en América, la Exposición de Chicago. Aun prescindiendo del marco, de sin igual hermosura; del edificio holgado y portentoso, de las solemnidades con que se han festejado aquí las manifestaciones de las ciencias y las artes, el que recuerde el tenderete adornado con unos cuantos cabos de vela iluminando vistosas baratijas, esbozo, con su cubierta de lona contra el sol y la humedad, de los esplendores de hoy, el ánimo queda sobrecogido de admiración ante los nuevos horizontes que la ciencia y el arte del ingeniero descubre cada día, señalando á las sociedades recursos inagotables de riqueza y bienestar.
El triunfo de la electricidad en Chicago ha de consignarse en la historia del progreso humano como un suceso glorioso. Y es que el que ahonda en la materia halla resuelto un problema trascendental; la aplicación de la electricidad á todos los mecanismos y á todas las necesidades de la vida no significaría gran cosa, si sólo se tratara de la luz que deslumbra, de la fuerza que avasalla, de la electrolisis que admira, ¿que importaría todo eso, aun siendo tan prodigioso, si en el fondo del problema no se hallara la solución del aprovechamiento intensivo de las fuerzas vivas de la naturaleza, y con ella, la modificación radical del trabajo redimido por esas mismas fuerzas? Durante siglos las hemos contemplado con los brazos cruzados sin saberlas aprovechar, cegados por la ignorancia, embrutecidos por la miseria, hasta que la ciencia, esencia purísima de Dios, nos ha enseñado que la naturaleza trabaja para el bienestar del hombre diciéndole, «aquí tienes el trabajo incesante de la materia, mis leyes te muestran que las aguas al despeñarse, el aire al cambiar de densidad, las olas al agitarse en la superficie de los mares, los agentes telúricos al correr por los estratos terrestres, son fuerzas que obran constantemente en el mundo y que te doy gratis con la única condición de que sepas transformarlas y conducirlas á tu antojo para tu bien y el de la humanidad. Durante siglos te he mostrado en las nubes el agente propulsor de la vida, te he des [Pg 234] lumbrado con sus rayos, y su fulgor no te ha dicho hasta ahora que aquel agente indómito es luz, es calor, es fuerza... es vida, en fin, de las sociedades hambrientas de paz, amor y caridad.»
Y al reunirse tantos portentos en Chicago, el que ha estudiado su esencia, prescindiendo de tanta luz y tanto color, en aquel inmenso mecanismo, obra de una lucha gigantesca, ha visto que la apoteosis eléctrica es la nota culminante del Certamen, nota reveladora de un cambio social fundado en la solución de un problema acogido con simpatía en todas partes: el aprovechamiento intensivo de las fuerzas naturales, y la modificación honda de todos los instrumentos del trabajo.
Aquí tienes, lector; sintetizada, en mi concepto, la labor del gran Certamen americano: no hay en él cosas nuevas reveladoras de enseñanzas fecundas, pero hállanse aquí realizadas, en espacio reducido, convertidas en lo tangible y en lo práctico, lo que la fama pregona por el mundo, como bueno, útil y provechoso.
Descarta, pues, la balumba de las fiestas, las mascaradas, las democracias americanas luciendo sus abigarrados batallones, las paradas, los banquetes y los saraos, los congresos y las discusiones, fárrago indigesto de la garrulería universal y fíjate en lo porvenir, lleno de esperanzas, porque el bien, que es fecundo, que es obra de Dios, y por tanto, lo absoluto, ha [Pg 235] de vencer aquí, como en todas las inmensidades del espacio infinito, al mal, que es contingente y forma pasajera del error y la ignorancia.
* * * * *
Todo ha terminado; la fiesta de clausura se ha convertido en día luctuoso y de vergüenza. Un malvado, un ambicioso, acaba de asesinar á Harrison, al Mayor de Chicago.
Las fiestas, los discursos, las galas de la ciudad se transforman en ayes de dolor y fúnebres crespones, concluyendo tristemente una de las glorias más puras de la América del Norte.
Chicago entera inclina la frente ante el cadáver expuesto en capilla ardiente, levantada en la casa de la ciudad y á su entierro concurre todo un pueblo, ansioso de borrar y hacer olvidar el crimen horrendo, cometido en horas que dan al acto, la significación de delito de lesa patria.
Yo no sé si la democracia americana olvidará la memoria de Harrison; en cambio, estoy seguro de que el mundo entero recordará siempre admirado el esfuerzo colosal del pueblo que ha mostrado tanta energía y tanta virilidad y pujanza, al levantar una de las obras más portentosas de este siglo: la World’s Fair de Chicago.
Fin del primer tomo
Nota de transcripción