Title : Páginas escogidas
Author : Antonio Machado
Release date : July 13, 2015 [eBook #49437]
Language : Spanish
Credits
: Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box and the
Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net
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available by The Internet Archive/Canadian Libraries)
[Pg 1]
[Pg 4]
[Pg 5]
ANTONIO MACHADO
PÁGINAS
ESCOGIDAS
MCMXVII
CASA EDITORIAL CALLEJA
FUNDADA EN 1876
MADRID
[Pg 6]
PROPIEDAD
DERECHOS RESERVADOS
Copyright 1917, by
CASA EDITORIAL CALLEJA
Imprenta de Bernardo Rodríguez.—Barquillo, 8.—Madrid.
[Pg 7]
Mi costumbre de no volver nunca sobre lo hecho y de no leer nada de cuanto escribo, una vez dado a la imprenta, ha sido causa en esta ocasión de no poco embarazo para mí. El presentar un tomo de Páginas escogidas me obligó, no sólo a releer, sino a elegir, lo que supone juzgar. ¡Triste labor! Porque un poeta, aunque desbarre, mientras produce sus rimas, está siempre de acuerdo consigo mismo; pero, pasados los años, el hombre que juzga su propia obra dista mucho del que la produjo. Y puede ser injusto para consigo mismo: si, por amor de padre, con exceso indulgente, también a veces ingrato por olvido, pues la página escrita nunca recuerda todo lo que se ha intentado, sino lo poco que se ha conseguido.
Si un libro nuestro fuera una sombra de nos [Pg 8] otros mismos, sería bastante; porque frecuentemente es mucho menos: la ceniza de un fuego que se ha apagado y que tal vez no ha de encenderse más. Y en el caso mejor, cuando nuestro libro nos evoca nuestra alma de ayer con la viveza de algunos sueños que actualizan lo pasado, echamos de ver que, entonces, llevábamos a la espalda un copioso haz de flechas que no recordamos haber disparado y que han debido caérsenos por el camino. La tristeza de volver sobre nuestra obra no proviene de la conciencia de lo poco logrado, sino de lo mucho que renunciamos a acometer. Nuestra incapacidad para fallar con justicia en causa propia estriba también en la merma de simpatía por nuestra obra, y en la enorme distancia que media entre el momento creador y el crítico. En el primero coincidíamos con la corriente de la vida, cargada de realidades virtuales que acaso no llegan nunca a actualizarse, pero que sentimos como infinitamente posibles; en el segundo estamos fuera de esta misma corriente, y aun fuera de nosotros, obligados a juzgar, a encerrar y distribuir las vivas aguas en los rígidos cangilones de las ideas ómnibus, a evaluar en moneda corriente lo más ajeno a toda mercadería. Es muy frecuente—casi la regla—que el poeta eche a perder su obra al corregirla. La [Pg 9] explicación es fácil: se crea por intuiciones; se corrige por juicios, por relaciones entre conceptos. Los conceptos son de todos y se nos imponen desde fuera en el lenguaje aprendido; las intuiciones son siempre nuestras. Juzgarnos o corregirnos, supone aplicar la medida ajena al paño propio. Y al par que entramos en razón y nos ponemos de acuerdo con los demás, nos apartamos de nosotros mismos; cuantas líneas enmendamos para fuera, son otras tantas deformaciones de lo íntimo, de lo original, de lo que brotó espontáneo en nosotros.
El poeta debe escuchar con respeto la crítica ajena, porque el libro lanzado a la publicidad ya no le pertenece. Él lo entregó al juicio de los hombres, sin que nadie le obligase a ello. Asístele, sin embargo, el derecho de no ser demasiado dócil a admoniciones y consejos, y le conviene, sobre todo, desconfiar aun de sus propias definiciones. No se define en arte, sino en matemática—allí donde lo definido y la definición son una misma cosa.—Ante la crítica dogmática y doctrinera, aun la propia inepcia puede sonreír desdeñosa.
Cabe, no obstante, pedir al hombre de un libro un juicio valorativo de su obra, un precio de su propia labor; cabe preguntarle: “¿En cuánto estima usted esto que nos ofrece en de [Pg 10] manda de nuestra simpatía y de nuestro aplauso?” Responderé brevemente. Como valor absoluto, bien poco tendrá mi obra, si alguno tiene; pero creo—y en esto estriba su valor relativo—haber contribuído con ella, y al par de otros poetas de mi promoción, a la poda de ramas superfluas en el árbol de la lírica española, y haber trabajado con sincero amor para futuras y más robustas primaveras.
Antonio Machado.
Baeza, 20 de abril de 1917.
[Pg 11]
Nací en Sevilla una noche de Julio de 1875, en el célebre palacio de las Dueñas, sito en la calle del mismo nombre. Mis recuerdos de la ciudad natal son todos infantiles, porque a los ocho años pasé a Madrid, donde mis padres se trasladaron, y me eduqué en la Institución Libre de Enseñanza. A sus maestros guardo vivo afecto y profunda gratitud. Mi adolescencia y mi juventud son madrileñas. He viajado algo por Francia y por España. En 1907 obtuve cátedra de Lengua francesa, que profesé durante cinco años en Soria. Allí me casé; allí murió mi esposa, cuyo recuerdo me acompaña siempre. Me trasladé a Baeza, donde hoy resido. Mis aficiones son pasear y leer.
[Pg 13]
[Pg 15]
Las composiciones de este primer libro, publicado en Enero de 1903, fueron escritas entre 1899 y 1902. Por aquellos años, Rubén Darío, combatido hasta el escarnio por la crítica al uso, era el ídolo de una selecta minoría. Yo también admiraba al autor de Prosas profanas, el maestro incomparable de la forma y de la sensación, que más tarde nos reveló la hondura de su alma en Cantos de vida y esperanza. Pero yo pretendí—y reparad en que no me jacto de éxitos, sino de propósitos—seguir camino bien distinto. Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz pro [Pg 16] pia, en respuesta animada al contacto del mundo. Y aun pensaba que el hombre puede sorprender algunas palabras de un íntimo monólogo, distinguiendo la voz viva de los ecos inertes; que puede también, mirando hacia dentro, vislumbrar las ideas cordiales, los universales del sentimiento. No fué mi libro la realización sistemática de este propósito; mas tal era mi estética de entonces.
Esta obra fué refundida en 1907, con adición de nuevas composiciones que no añadían nada substancial a las primeras, en Soledades, galerías y otros poemas. Ambos volúmenes constituyen en realidad un solo libro.
[Pg 17]
Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente,
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde tras los húmedos cristales
se pinta, y en el fondo del espejo.
[Pg 18] El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?
¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó—la pobre loba—muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida
teme que ha de cantar ante su puerta?
¿Sonríe al sol de oro
de la tierra de un sueño no encontrada,
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela hinchada?
Él ha visto las hojas otoñales
amarillas rodar, las olorosas
ramas del eucaliptus, los rosales,
que enseñan otra vez sus blancas rosas...
Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
[Pg 19] Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tic-tac del reloj. Todos callamos.
[Pg 21]
La plaza y los naranjos encendidos,
con sus frutas redondas y risueñas.
Tumulto de pequeños colegiales
que al salir en desorden de la escuela,
llenan el aire de la plaza en sombra
con la algazara de sus voces nuevas.
¡Alegría infantil, en los rincones
de las ciudades muertas!...
¡Y algo nuestro de ayer, que todavía
vemos vagar por estas calles viejas!
[Pg 23]
Tierra le dieron una tarde horrible
del mes de Julio, bajo el sol de fuego.
A un paso de la abierta sepultura,
había rosas de podridos pétalos,
entre geranios de áspera fragancia
y roja flor. El cielo
puro y azul. Corría
un aire fuerte y seco.
De los gruesos cordeles suspendido,
pesadamente, descender hicieron
el ataúd, al fondo de la fosa,
los dos sepultureros...
[Pg 24] Y al reposar sonó con recio golpe,
solemne, en el silencio.
Un golpe de ataúd en tierra es algo
perfectamente serio.
Sobre la negra caja se rompían
los pesados terrones polvorientos...
El aire se llevaba
de la honda fosa el blanquecino aliento.
Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa;
larga paz a tus huesos...
Definitivamente,
duerme un sueño tranquilo y verdadero.
[Pg 25]
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco,
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
[Pg 26] Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
“Mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón.”
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
[Pg 27]
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
—La tarde cayendo está.—
“En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.”
[Pg 28] Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se obscurece,
y el camino, que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
“Aguda espina dorada,
¡quién te pudiera sentir
en el corazón clavada!”
[Pg 29]
Hacia un ocaso radiante
caminaba el Sol de estío,
y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,
tras de los álamos verdes de las márgenes del río.
Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera
de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,
entre metal y madera,
que es la canción estival.
En una huerta sombría,
giraban los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.
Era una tarde de Julio luminosa y polvorienta.
[Pg 30] Yo iba haciendo mi camino,
absorto en el solitario crepúsculo campesino.
Y pensaba: “¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa,
toda desdén y armonía;
hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía
de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!”
Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.
Lejos, la ciudad dormía
como cubierta de un mago fanal de oro transparente.
Bajo los arcos de piedra, el agua clara corría.
Los últimos arreboles coronaban las colinas,
manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.
Yo caminaba cansado,
sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.
El agua en sombra pasaba tan melancólicamente
bajo los arcos del puente,
como si al pasar dijera:
[Pg 31] “Apenas desamarrada
la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,
se canta: no somos nada.
Donde acaba el pobre río, la inmensa mar nos espera.”
Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.
(Yo pensaba: ¡el alma mía!)
Y me detuve un momento,
en la tarde a meditar...
¿Qué es esta gota en el viento
que grita al mar: Soy el mar?
Vibraba el aire, asordado
por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,
cual si estuviera sembrado
de campanitas de oro.
En el azul fulguraba
un lucero diamantino.
Cálido viento soplaba,
alborotando el camino.
[Pg 32] Yo, en la tarde polvorienta,
hacia la ciudad volvía.
Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo las ramas obscuras, caer el agua se oía.
[Pg 33]
Yo meditaba absorto, devanando
los hilos del hastío y la tristeza,
cuando llegó a mi oído,
por la ventana de mi estancia, abierta
a una caliente noche de verano,
el plañir de una copla soñolienta,
quebrada por los trémolos sombríos
de las músicas magas de mi tierra.
... Y era el Amor, como una roja llama...
—Nerviosa mano en la vibrante cuerda
ponía un largo suspirar de oro
que se trocaba en surtidor de estrellas.—
[Pg 34] ... Y era la Muerte, al hombro la cuchilla,
el paso largo, torva y esquelética.
—Tal cuando yo era niño la soñaba.—
Y en la guitarra, resonante y trémula,
la brusca mano, al golpear, fingía
el reposar de un ataúd en tierra.
Y era un plañido solitario el soplo
que el polvo barre y la ceniza aventa.
[Pg 35]
La calle en sombra. Ocultan los altos caserones
al Sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.
¿No ves, en el encanto del mirador florido,
el óvalo rosado de un rostro conocido?
La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo,
surge o se apaga como daguerreotipo viejo.
Suena en la calle sólo el ruido de tu paso;
se extinguen lentamente los ecos del ocaso.
¡Oh angustia! Pesa y duele el corazón. ¿Es ella?
No puede ser... Camina... En el azul la estrella.
[Pg 37]
(En el libro Epifanías , de Martínez Sierra.)
Maldiciendo su destino,
como Glauco, el dios marino,
mira, turbia la pupila
de llanto, el mar que le debe su blanca virgen Scyla.
Él sabe que un Dios más fuerte
con la substancia inmortal está jugando a la muerte,
cual niño bárbaro. Él piensa
que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,
antes de perderse, gota
de mar, en la mar inmensa.
[Pg 38] En sueños oyó el acento de una palabra divina;
en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina
sin odio ni amor, y el frío
soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.
Bajo las palmeras del oäsis, el agua buena
miró brotar de la arena;
y se abrevó entre las dulces gacelas y entre los fieros
animales carniceros...
Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor;
y fué compasivo para el ciervo y el cazador,
para el ladrón y el robado,
para el pájaro azorado,
para el sanguinario azor.
Con el Eclesiastes dijo: “Vanidad de vanidades,
todo es negra vanidad”;
y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:
“Sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.”
Y viendo cómo lucían
miles de blancas estrellas,
pensaba que todas ellas
[Pg 39] en su corazón ardían.
¡Noche de amor!...
Y otra noche sintió la mala tristeza
que enturbia la pura llama,
y un corazón que bosteza,
y un histrïón que declama.
Y dijo: “Las galerías
del alma que espera están
desiertas, mudas, vacías;
las blancas sombras se van.”
Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado
del ayer. ¡Cuán bello era!
¡Qué hermosamente el pasado
fingía la primavera,
cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,
mísero fruto podrido,
que en el hueco acibarado
guarda el gusano escondido!
¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,
arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!
[Pg 41]
¡Verdes jardinillos,
claras plazoletas,
fuente verdinosa
donde el agua sueña,
donde el agua muda
resbala en la piedra!...
Las hojas de un verde
mustio, casi negras,
de la acacia, el viento
de Septiembre besa,
y se lleva algunas
amarillas, secas,
jugando, entre el polvo
blanco de la sierra.
[Pg 42] Linda doncellita
que el cántaro llenas
de agua transparente,
tú, al verme, no llevas
a los negros bucles
de tu cabellera,
distraídamente,
la mano morena,
ni, luego, en el limpio
cristal te contemplas...
Tú miras al aire
de la tarde bella,
mientras de agua clara
el cántaro llenas.
[Pg 43]
[Pg 45]
Daba el reloj las doce..., y eran doce
golpes de azada en tierra...
... ¡Mi hora!...—grité. El silencio
me respondió:—No temas;
tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.
Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja,
y encontrarás una mañana pura
amarrada tu barca a otra ribera.
[Pg 47]
En la desnuda tierra del camino,
la hora florida brota,
espino solitario,
del valle humilde en la revuelta umbrosa.
El salmo verdadero
de tenue voz hoy torna
al corazón y al labio,
la palabra quebrada y temblorosa.
Mis viejos mares duermen; se apagaron
sus espumas sonoras
sobre la playa estéril. La tormenta
camina lejos en la nube torva.
[Pg 48] Vuelve la paz al cielo;
la brisa tutelar esparce aromas
otra vez sobre el campo, y aparece
en la bendita soledad tu sombra.
[Pg 49]
¡Tenue rumor de túnicas que pasan
sobre la infértil tierra!...
¡Y lágrimas sonoras
de las campanas viejas!
Las ascuas mortecinas
del horizonte humean...
Blancos fantasmas lares
van encendiendo estrellas.
—Abre el balcón. La hora
de una ilusión se acerca...
La tarde se ha dormido
y las campanas sueñan.
[Pg 51]
Algunos lienzos del recuerdo tienen
luz de jardín y soledad de campo;
la placidez del sueño
en el paisaje familiar soñado.
Otros guardan las fiestas
de días aún lejanos;
figuritas sutiles
que pone un titerero en su retablo...
. . . . . . . . . . . . . . .
Ante el balcón florido
está la cita de un amor amargo.
[Pg 52] Brilla la tarde en el resol bermejo...
La hiedra efunde de los muros blancos...
A la revuelta de una calle en sombra,
un fantasma irrisorio besa un nardo.
[Pg 53]
Las ascuas de un crepúsculo morado
detrás el negro cipresal humean...
En la glorieta en sombra está la fuente
con su alado y desnudo Amor de piedra,
que sueña mudo. En la marmórea taza
reposa el agua muerta.
[Pg 55]
[Pg 57]
Leyendo un claro día
mis bien amados versos,
he visto en el profundo
espejo de mis sueños
que una verdad divina
temblando está de miedo,
y es una flor que quiere
echar su aroma al viento.
El alma del poeta
se orienta hacia el misterio.
Sólo el poeta puede
mirar lo que está lejos,
[Pg 58] dentro del alma en turbio
y mago sol envuelto.
En esas galerías,
sin fondo del recuerdo,
donde las pobres gentes
colgaron cual trofeo
el traje de una fiesta
apolillado y viejo,
allí el poeta sabe
el laborar eterno
mirar de las doradas
abejas de los sueños.
Poëtas, con el alma
atenta al hondo cielo,
en la crüel batalla
o en el tranquilo huerto,
la nueva miel labramos
de los dolores viejos,
la veste blanca y pura
pacientemente hacemos,
[Pg 59] y bajo el Sol bruñimos
el fuerte arnés de hierro.
El alma que no sueña,
el enemigo espejo,
proyecta nuestra imagen
con un perfil grotesco.
Sentimos una ola
de sangre en nuestro pecho
que pasa..., y sonreímos,
y a laborar volvemos.
[Pg 61]
Desgarrada la nube; el arco iris
brillando ya en el cielo;
y en un fanal de lluvia
y sol el campo envuelto.
Desperté. ¿Quién enturbia
los mágicos cristales de mi sueño?
Mi corazón latía
atónito y disperso.
... ¡El limonar florido,
el cipresal del huerto,
el prado verde, el Sol, el agua, el iris!...
¡El agua en tus cabellos!...
Y todo en la memoria se rompía,
tal una pompa de jabón al viento.
[Pg 63]
Y era el demonio de mi sueño, el ángel
más hermoso. Brillaban
como aceros los ojos victoriosos,
y las sangrientas llamas
de su antorcha alumbraron
la honda cripta del alma.
—¿Vendrás conmigo?—No, jamás; las tumbas
y los muertos me espantan.—
Pero la férrea mano
mi diestra atenazaba.
—Vendrás conmigo...—Y avancé en mi sueño,
cegado por la roja luminaria.
Y en la cripta sentí sonar cadenas
y rebullir de fieras enjauladas.
[Pg 65]
Desde el umbral de un sueño me llamaron...
Era la buena voz, la voz querida.
—Dime: ¿vendrás conmigo a ver el alma?...
Llegó a mi corazón una caricia.
—Contigo siempre... Y avancé en mi sueño
por una larga, escueta galería,
sintiendo el roce de la veste pura
y el palpitar süave de la mano amiga.
[Pg 67]
Una clara noche
de fiesta y de luna,
noche de mis sueños,
noche de alegría
—era luz mi alma,
que hoy es bruma toda,
no eran mis cabellos
negros todavía,—
el hada más joven
me llevó en sus brazos
a la alegre fiesta
que en la plaza ardía.
[Pg 68] So el chisporroteo
de las luminarias,
Amor sus madejas
de danzas tejía.
Y en aquella noche
de fiesta y de luna,
noche de mis sueños,
noche de alegría,
el hada más joven
besaba mi frente...,
con su linda mano
su adiós me decía...
Todos los rosales
daban sus aromas,
todos los amores
Amor entreabría.
[Pg 69]
Si yo fuera un poeta
galante, cantaría
a vuestros ojos un cantar tan puro
como en el mármol blanco el agua limpia.
Y en una estrofa de agua
todo el cantar sería:
“Ya sé que no responden a mis ojos,
que ven y no preguntan cuando miran,
los vuestros claros; vuestros ojos tienen
la buena luz tranquila,
la buena luz del mundo en flor, que he visto
desde los brazos de mi madre un día.”
[Pg 71]
Llamó a mi corazón un claro día,
con un perfume de jazmín, el viento.
—A cambio de este aroma,
todo el aroma de tus rosas quiero.
—No tengo rosas; flores
en mi jardín no hay ya: todas han muerto.
—Me llevaré los llantos de las fuentes,
las hojas amarillas y los mustios pétalos.
Y el viento huyó... Mi corazón sangraba...
Alma, ¿qué has hecho de tu pobre huerto?
[Pg 73]
Hoy buscarás en vano
a tu dolor consuelo.
Lleváronse tus hadas
el lino de tus sueños.
Está la fuente muda,
y está marchito el huerto.
Hoy sólo quedan lágrimas
para llorar. No hay que llorar, ¡silencio!
[Pg 75]
Y nada importa ya que el vino de oro
rebose de tu copa cristalina,
o el agrio zumo enturbie el puro vaso...
Tú sabes las secretas galerías
del alma, los caminos de los sueños
y la tarde tranquila
donde van a morir... Allí te aguardan
las hadas silenciosas de la vida,
y hacia un jardín de eterna primavera
te llevarán un día.
[Pg 77]
¡Tocados de otros días,
mustios encajes y marchitas sedas;
salterios arrumbados,
rincones de las salas polvorientas;
daguerreotipos turbios,
cartas que amarillean;
libracos no leídos
que guardan grises florecitas secas:
romanticismos muertos,
cursilerías viejas,
cosas de ayer que sois mi alma, y cantos
y cuentos de la abuela!...
[Pg 79]
La casa tan querida
donde habitaba ella,
sobre un montón de escombros arruinada
o derruída, enseña
el negro y carcomido
maltrabado esqueleto de madera.
La Luna está vertiendo
su clara luz en sueños, que platea
en las ventanas. Mal vestido y triste,
voy caminando por la calle vieja.
[Pg 81]
Ante el pálido lienzo de la tarde,
la iglesia con sus torres afiladas
y el ancho campanario, en cuyos huecos
voltean suavemente las campanas,
alta y sombría, surge.
La estrella es una lágrima
en el azul celeste.
Bajo la estrella clara,
flota, vellón disperso,
una nube quimérica de plata.
[Pg 83]
Tarde tranquila, casi
con placidez de alma,
para ser joven, para haberlo sido
cuando Dios quiso, para
tener algunas alegrías... lejos,
y poder dulcemente recordarlas.
[Pg 85]
Yo, como Anacreonte,
quiero cantar, reír y echar al viento
las sabias amarguras
y los graves consejos;
y quiero, sobre todo, emborracharme;
ya lo sabéis... ¡Grotesco!
Pura fe en el morir, pobre alegría
y macabro danzar antes de tiempo.
[Pg 87]
¡Oh tarde luminosa!
El aire está encantado.
La blanca cigüeña
dormita volando,
y las golondrinas se cruzan, tendidas
las alas agudas al viento dorado,
y en la tarde risueña se alejan
volando, soñando...
Y hay una que torna como la saeta,
las alas agudas tendidas al aire sombrío,
buscando su negro rincón del tejado.
La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y disforme, ¡tan disparatada!,
sobre el campanario.
[Pg 89]
Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
—Sí; yo era niño, y tú mi compañera.
[Pg 91]
Y no es verdad, dolor, yo te conozco;
tú eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado, que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino; como
el niño que la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena;
[Pg 92] así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.
[Pg 93]
¿Y ha de morir contigo el mundo mago
donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida;
la blanca sombra del amor primero,
la voz que fué a tu corazón, la mano
que tú querías retener en sueños,
y todos los amores
que llegaron al alma, al hondo cielo?
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
la vieja vida en orden tuyo y nuevo?
¿Los yunques y crisoles de tu alma
trabajan para el polvo y para el viento?
[Pg 95]
Desnuda está la tierra,
y el alma aúlla al horizonte pálido
como loba famélica. ¿Qué buscas,
poeta, en el ocaso?
¡Amargo caminar, porque el camino
pesa en el corazón! ¡El viento helado,
y la noche que llega, y la amargura
de la distancia!... En el camino blanco
algunos yertos árboles negrean;
en los montes lejanos
hay oro y sangre... El Sol murió... ¿Qué buscas,
poeta, en el ocaso?
[Pg 97]
La tarde está muriendo,
como un hogar humilde que se apaga.
Allá, sobre los montes,
quedan algunas brasas.
Y ese árbol roto en el camino blanco
hace llorar de lástima.
¡Dos ramas en el tronco herido, y una
hoja marchita y negra en cada rama!
¿Lloras?... Entre los álamos de oro,
lejos, la sombra del amor te aguarda.
[Pg 99]
El hada más hermosa ha sonreído
al ver la lumbre de una estrella pálida
que en hilo suave, blanco y silencioso
se enrosca al huso de su rubia hermana.
Y vuelve a sonreír, porque en su rueca
el hilo de los campos se enmaraña.
Tras la tenue cortina de la alcoba
está el jardín envuelto en luz dorada.
La cuna casi en sombra. El niño duerme.
Dos hadas laboriosas lo acompañan,
hilando de los sueños los sutiles
copos en ruecas de marfil y plata.
[Pg 101]
Galerías del alma... ¡El alma niña!
Su clara luz risueña;
y la pequeña historia
y la alegría de la vida nueva...
¡Ah, volver a nacer, y andar camino,
ya recobrada la perdida senda!
Y volver a sentir en nuestra mano
aquel latido de la mano buena
de nuestra madre... Y caminar en sueños,
por amor de la mano que nos lleva.
[Pg 103]
Tal vez la mano, en sueños,
del sembrador de estrellas,
hizo sonar la música olvidada
como una nota de la lira inmensa,
y la ola humilde a nuestros labios vino
de unas pocas palabras verdaderas.
[Pg 105]
Y podrás conocerte recordando
del pasado soñar los turbios lienzos,
en este día triste en que caminas
con los ojos abiertos.
De toda la memoria, sólo vale
el don preclaro de evocar los sueños.
[Pg 107]
[Pg 109]
Abril florecía
frente a mi ventana.
Entre los jazmines
y las rosas blancas
de un balcón florido,
vi las dos hermanas.
La menor cosía,
la mayor hilaba...
Entre los jazmines
y las rosas blancas,
la más pequeñita,
risueña y rosada,
su aguja en el aire,
miró a mi ventana.
La mayor seguía,
silenciosa y pálida,
el huso en su rueca,
que el lino enroscaba.
[Pg 110] Abril florecía
frente a mi ventana.
Una clara tarde
la mayor lloraba,
entre los jazmines
y las rosas blancas,
y ante el blanco lino
que en su rueca hilaba.
—¿Qué tienes?—le dije.—
Silenciosa y pálida,
señaló el vestido
que empezó la hermana:
en la negra túnica
la aguja brillaba;
sobre el blanco velo,
el dedal de plata.
Señaló a la tarde
de Abril que soñaba,
mientras que se oía
tañer las campanas.
Y en la clara tarde
me enseñó sus lágrimas...
[Pg 111] Abril florecía
frente a mi ventana.
Fué otro Abril alegre
y otra tarde plácida.
El balcón florido
solitario estaba...
Ni la pequeñita,
risueña y rosada,
ni la hermana triste,
silenciosa y pálida,
ni la negra túnica,
ni la toca blanca...
Tan sólo en el huso
el lino giraba
por mano invisible;
y en la obscura sala
la luna del limpio
espejo brillaba...
Entre los jazmines
y las rosas blancas
del balcón florido,
me miré en la clara
[Pg 112] luna del espejo
que lejos soñaba...
Abril florecía
frente a mi ventana.
[Pg 113]
¡Ay del que llega sediento
a ver el agua correr
y dice: La sed que siento
no me la calma el beber!
¡Ay de quien bebe y, saciada
la sed, desprecia la vida:
moneda al tahur prestada
que sea al azar rendida!
¡Del iluso que suspira
bajo el orden soberano,
y del que sueña la lira
pitagórica en su mano!
[Pg 114] ¡Ay del noble peregrino
que se para a meditar,
después de largo camino,
en el horror de llegar!
¡Ay de la melancolía
que llorando se consuela,
y de la melomanía
de un corazón de zarzuela!
¡Ay de nuestro ruiseñor,
si en una noche serena
se cura del mal de amor
que llora y canta sin pena!
¡De los jardines secretos,
de los pensiles soñados,
y de los sueños poblados
de propósitos discretos!
¡Ay del galán sin fortuna
que ronda a la Luna bella;
de cuantos caen de la Luna,
de cuantos se marchan a ella!
[Pg 115] ¡De quien el fruto prendido
en la rama no alcanzó;
de quien el fruto ha mordido,
y el gusto amargo probó!
¡Y de nuestro amor primero,
y de su fe mal pagada,
y, también, del verdadero
amante de nuestra amada!
[Pg 117]
La tarde caía
triste y polvorienta.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la noria lenta.
Soñaba la mula,
¡pobre mula vieja!,
al compás de sombra
que en el agua suena.
La tarde caía
triste y polvorienta.
[Pg 119]
Yo no sé qué noble,
divino poeta,
unió a la amargura
de la eterna rueda
la dulce armonía
del agua que sueña,
y vendó tus ojos,
¡pobre mula vieja!...
Mas sé que fué un noble,
divino poeta,
corazón maduro
de sombra y de ciencia.
[Pg 121]
La aurora asomaba
lejana y siniestra.
El lienzo de Oriente
sangraba tragedias
pintarrajeadas
con nubes grotescas.
. . . . . . . . . . . .
En la vieja plaza
de una vieja aldea,
erguía su horrible
pavura esquelética
[Pg 122] el tosco patíbulo
de fresca madera...
La aurora asomaba
lejana y siniestra.
[Pg 123]
Vosotras las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh viejas moscas voraces
como abejas en Abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
[Pg 124] Y en la aborrecida escuela
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,
que todo es volar... sonoras
rebotando en los cristales,
en los días otoñales...
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor,
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos...
[Pg 125] Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
[Pg 127]
Recuerdo que una tarde de soledad y hastío,
¡oh tarde como tantas!, el alma mía era,
bajo el azul monótono, un ancho y terso río
que ni tenía un pobre juncal en su ribera.
¡Oh, el mundo sin encanto, sentimental inopia
que borra el misterioso azogue del cristal!
¡Oh, el alma sin amores, que el Universo copia
con un irremediable bostezo universal!
* * *
Quiso el poeta recordar, a solas,
las ondas bien amadas, la luz de los cabellos,
[Pg 128] que él llamaba en sus rimas rubias olas.
Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos...
Y un día—como tantos,—al aspirar un día
aromas de una rosa que en el rosal se abría,
brotó como una llama la luz de los cabellos,
que él en sus madrigales llamaba rubias olas;
brotó, porque un aroma igual tuvieron ellos...
Y se alejó en silencio para llorar a solas.
[Pg 129]
Como atento no más a mi quimera,
no reparaba en torno mío, un día
me sorprendió la fértil primavera,
que en todo el ancho campo sonreía.
Brotaban verdes hojas
de las hinchadas yemas del ramaje,
y flores amarillas, blancas, rojas,
bariolaban la mancha del paisaje.
Y era una lluvia de saetas de oro
el sol sobre las frondas juveniles;
del amplio río en el caudal sonoro
se miraban los álamos gentiles.
[Pg 130] —Tras de tanto camino, es la primera
vez que miro brotar la primavera,
dije; y después, declamatoriamente:
—¡Cuán tarde ya para la dicha mía!—
Y luego, al caminar, como quien siente
alas de otra ilusión:
Y todavía
¡yo alcanzaré mi juventud un día!
[Pg 131]
Lejos de tu jardín quema la tarde
inciensos de oro en purpurinas llamas,
tras el bosque de cobre y de ceniza.
En tu jardín hay dalias.
¡Malhaya tu jardín!... Hoy me parece
la obra de un peluquero,
con esa pobre palmerilla enana,
y ese cuadro de mirtos recortados...,
y el naranjito en su tonel... El agua
de la fuente de piedra
no cesa de reír sobre la concha blanca.
[Pg 133]
Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte!
Medrosas tiritan tus hojas menguadas.
Naranjo en la corte, ¡qué pena da verte
con tus naranjitas secas y arrugadas!
Pobre limonero de fruto amarillo
cual pomo pulido de pálida cera,
¡qué pena mirarte, mísero arbolillo
criado en el verde tonel de madera!
De los claros bosques de la Andalucía,
¿quién os trajo a esta castellana tierra,
que barren los vientos de la adusta sierra,
hijos de los campos de la tierra mía?
[Pg 134] ¡Gloria de los huertos, árbol limonero,
que enciendes los frutos de pálido oro,
y alumbras del negro cipresal austero
las quietas plegarias erguidas en coro;
y fresco naranjo del patio querido,
del campo risueño y el huerto soñado,
siempre en mi recuerdo maduro o florido,
de fronda y aromas y frutos cargado!
[Pg 135]
Sonaba el reloj la una
dentro de mi cuarto. Era
triste la noche. La Luna,
reluciente calavera,
ya del cenit declinando,
iba del ciprés del huerto
fríamente iluminando
el alto ramaje yerto.
Por la entreabierta ventana,
llegaban a mis oídos
metálicos alaridos
de una música lejana.
[Pg 136] Una música tristona,
una mazurca olvidada,
entre inocente y burlona,
mal tañida y mal soplada.
Y yo sentí el estupor
del alma, cuando bosteza
el corazón, la cabeza,
y... morirse es lo mejor.
[Pg 137]
La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil...
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de Abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé,—yo he maldecido
mi juventud sin amor.
[Pg 138] Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!
[Pg 139]
Húmedo está, bajo el laurel, el banco
de verdinosa piedra;
lavó la lluvia, sobre el muro blanco,
las empolvadas hojas de la hiedra.
Del viento del otoño el tibio aliento
los céspedes undula, y la alameda
conversa con el viento...
¡El viento de la tarde en la arboleda!
Mientras el Sol, en el ocaso, esplende,
que los racimos de la vid orea,
y el buen burgués, en su balcón, enciende
la estoica pipa en que el tabaco humea,
[Pg 140] voy recordando versos juveniles...
¿Qué fué de aquel mi corazón sonoro?
¿Será cierto que os vais, sombras gentiles,
huyendo entre los árboles de oro?
[Pg 141]
Poeta ayer, hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en monedas de cobre
el oro de ayer cambiado.
Sin placer y sin fortuna,
pasó como una quimera
mi juventud, la primera...,
la sola, no hay más que una:
la de dentro es la de fuera.
Pasó como un torbellino,
bohemia y aborrascada,
harta de coplas y vino,
mi juventud bienamada.
[Pg 142] Y hoy miro a las galerías
del recuerdo, para hacer
aleluyas de elegías
desconsoladas de ayer.
¡Adiós, lágrimas cantoras,
lágrimas que alegremente
brotabais, como en la fuente
las limpias aguas sonoras!
¡Buenas lágrimas vertidas
por un amor juvenil,
cual frescas lluvias caídas
sobre los campos de Abril!
“No canta ya el ruiseñor
de cierta noche serena;
sanamos del mal de amor,
que sabe llorar sin pena.”
Poeta ayer, hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en monedas de cobre
el oro de ayer cambiado.
[Pg 143]
Es mediodía. Un parque.
Invierno. Blancas sendas.
Simétricos montículos
y ramas esqueléticas.
Bajo el invernadero,
naranjos en maceta,
y en su tonel, pintado
de verde, la palmera.
Un viejecillo dice
para su capa vieja:
“¡El sol, esta hermosura
de sol!...” Los niños juegan.
[Pg 144] El agua de la fuente
resbala, corre y sueña,
lamiendo, casi muda,
la verdinosa piedra.
[Pg 145]
Te he visto, por el parque ceniciento
que los poetas aman
para llorar, como una noble sombra
vagar envuelto en tu levita larga.
El talante cortés, ha tantos años
compuesto de una fiesta en la antesala,
¡qué bien tus pobres huesos
ceremoniosos guardan!
Yo te he visto aspirando distraído,
con el aliento que la tierra exhala
—hoy, tibia tarde en que las mustias hojas
húmedo viento arranca,—
del eucalipto verde
[Pg 146] el frescor de las hojas perfumadas.
Y te he visto llevar la seca mano
a la perla que brilla en tu corbata.
[Pg 147]
[Pg 149]
En un tercer volumen, publiqué mi segundo libro, Campos de Castilla (1912). Cinco años en la tierra de Soria, hoy para mí sagrada—allí me casé; allí perdí a mi esposa, a quien adoraba,—orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano. Ya era, además, muy otra mi ideología. Somos víctimas—pensaba yo—de un doble espejismo. Si miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde en solidez, y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer que no existe por sí, sino por nosotros. Pero si, convencidos de la íntima realidad, miramos adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece. ¿Qué hacer, entonces? Tejer el hilo que nos dan, soñar nuestro sueño, vivir; [Pg 150] sólo así podremos obrar el milagro de la generación. Un hombre atento a sí mismo y procurando auscultarse, ahoga la única voz que podría escuchar: la suya; pero le aturden los ruidos extraños. ¿Seremos, pues, meros espectadores del mundo? Pero nuestros ojos están cargados de razón, y la razón analiza y disuelve. Pronto veremos el teatro en ruinas, y, al cabo, nuestra sola sombra proyectada en la escena. Y pensé que la misión del poeta era inventar nuevos poemas de lo eterno humano, historias animadas que, siendo suyas, viviesen, no obstante, por sí mismas. Me pareció el romance la suprema expresión de la poesía, y quise escribir un nuevo Romancero. A este propósito responde La tierra de Alvargonzález. Muy lejos estaba yo de pretender resucitar el género en su sentido tradicional. La confección de nuevos romances viejos—caballerescos o moriscos—no fué nunca de mi agrado, y toda simulación de arcaísmo me parece ridícula. Cierto que yo aprendí a leer en el Romancero general que compiló mi buen tío D. Agustín Durán; pero mis romances no emanan de las heroicas gestas, sino del pueblo que las compuso y de la tierra donde se cantaron; mis romances miran a lo elemental humano, al campo de Castilla y al Libro Primero de Moisés, llamado Génesis.
[Pg 151]
Muchas composiciones encontraréis ajenas a estos propósitos que os declaro. A una preocupación patriótica responden muchas de ellas; otras, al simple amor de la Naturaleza, que en mí supera infinitamente al del Arte. Por último, algunas rimas revelan las muchas horas de mi vida gastadas—alguien dirá: perdidas—en meditar sobre los enigmas del hombre y del mundo.
[Pg 153]
Mediaba el mes de Julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante,
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor—romero, tomillo, salvia, espliego.—
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.
Un buitre de anchas alas, con majestuoso vuelo,
cruzaba solitario el puro azul del cielo.
[Pg 154] Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra;—
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria.—Soria es una barbacana
hacia Aragón que tiene la torre castellana.—
Veía el horizonte cerrado por colinas
obscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales; algún humilde prado
donde el merino pace y el toro arrodillado
sobre la hierba rumia; las márgenes del río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío;
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos!—carros, jinetes y arrieros,—
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero.
El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla.
¡Oh tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones,
[Pg 155] que aún van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte; la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar cargados
de plata y oro a España en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
[Pg 156] y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar: “¿Qué pasa?”
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora.
El Sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso tañido de campana.
—Ya irán a su rosario las enlutadas viejas.—
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran, y se alejan huyendo, y aparecen
de nuevo ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.
Hacia el camino blanco, está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.
[Pg 157]
El hombre de estos campos, que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
[Pg 158] Pequeño, ágil, sufrido; los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni pára su infortunio, ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
El numen de estos campos es sanguinario y fiero;
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fué por estos campos el bíblico jardín:—
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
[Pg 159]
Es el hospicio, el viejo hospicio provinciano,
el caserón ruinoso de ennegrecidas tejas
en donde los vencejos anidan en verano,
y graznan en las noches de invierno las cornejas.
Con su frontón al Norte, entre los dos torreones
de antigua fortaleza, el sórdido edificio
de grieteados muros y sucios paredones
es un rincón de sombra eterna. ¡El viejo hospicio!
Mientras el Sol de Enero su débil luz envía,
su triste luz velada, sobre los campos yermos,
a un ventanuco asoman, al declinar el día,
algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos,
[Pg 160] a contemplar los montes azules de la sierra;
o, de los cielos blancos, como sobre una fosa,
caer la blanca nieve sobre la fría tierra,
sobre la tierra fría la nieve silenciosa...
[Pg 161]
Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales.
Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.
Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor.
A la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, caminando un cazador.
[Pg 163]
Es una hermosa noche de verano.
Tienen las altas casas
abiertos los balcones
del viejo pueblo a la anchurosa plaza.
En el amplio rectángulo desierto,
bancos de piedra, evónimos y acacias,
simétricos dibujan
sus negras sombras en la arena blanca.
En el cenit, la Luna; y en la torre,
la esfera del reloj iluminada.
Yo en este viejo pueblo paseando
solo como un fantasma.
[Pg 165]
Mirad: el arco de la vida traza
el iris, sobre el campo que verdea.
Buscad vuestros amores, doncellitas,
donde brota la fuente de la piedra.
En donde el agua ríe y sueña y pasa,
allí el romance del amor se cuenta.
¿No han de mirar un día, en vuestros brazos,
atónitos, el Sol de primavera,
ojos que vienen a la luz cerrados,
y que, al partirse de la vida, ciegan?
¿No beberán un día en vuestros senos
los que mañana labrarán la tierra?
¡Oh; celebrad este domingo claro,
madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas!
Gozad esta sonrisa de vuestra ruda madre.
Ya sus hermosos nidos habitan las cigüeñas,
y escriben en las torres sus blancos garabatos.
Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas.
[Pg 166] Entre los robles muerden
los negros toros la menuda hierba,
y el pastor que apacienta los merinos
su pardo sayo en la montaña deja.
[Pg 167]
Es la tierra de Soria árida y fría.
Por las colinas y las sierras calvas,
verdes pradillos, cerros cenicientos,
la primavera pasa,
dejando entre las hierbas olorosas
sus diminutas margaritas blancas.
La tierra no revive; el campo sueña.
Al empezar Abril está nevada
la espalda del Moncayo;
el caminante lleva en su bufanda
envueltos cuello y boca, y los pastores
pasan cubiertos con sus luengas capas.
[Pg 169]
Las tierras labrantías,
como retazos de estameñas pardas,
el huertecillo, el abejar, los trozos
de verde obscuro en que el merino pasta,
entre plomizos peñascales, siembran
el sueño alegre de infantil Arcadia.
En los chopos lejanos del camino
parecen humear las yertas ramas
como un glauco vapor—las nuevas hojas,—
y en las quiebras de valles y barrancas
blanquean los zarzales florecidos
y brotan las vïolas perfumadas.
[Pg 171]
Es el campo undulado, y los caminos,
ya ocultan los viajeros que cabalgan
en pardos borriquillos,
ya al fondo de la tarde arrebolada
elevan las plebeyas figurillas
que el lienzo de oro del ocaso manchan.
Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
desde los picos donde habita el águila,
son tornasoles de carmín y acero,
llanos plomizos, lomas plateadas,
circuídos por montes de violeta,
con las cumbres de nieve sonrosada.
[Pg 173]
¡Las figuras del campo sobre el cielo!
Dos lentos bueyes aran
en un alcor, cuando el otoño empieza,
y entre las negras testas, doblegadas
bajo el pesado yugo,
pende un cesto de juncos y retama,
que es la cuna de un niño;
y tras la yunta marcha
un hombre que se inclina hacia la tierra,
y una mujer que en las abiertas zanjas
arroja la semilla.
Bajo una nube de carmín y llama,
en el oro fluído y verdinoso
del Poniente las formas se agigantan.
[Pg 175]
La nieve. En el mesón al campo abierto
se ve el hogar donde la leña humea,
y la olla al hervir borbollonea.
El cierzo corre por el campo yerto,
alborotando en blancos torbellinos
la nieve silenciosa.
La nieve sobre el campo y los caminos
cayendo está como sobre una fosa.
Un viejo acurrucado tiembla y tose
cerca del fuego; su mechón de lana
la vieja hila, y una niña cose
verde ribete a su estameña grana.
Padres los viejos son de un arriero
que caminó sobre la blanca tierra,
y una noche perdió ruta y sendero,
y se enterró en las nieves de la sierra.
En torno al fuego hay un lugar vacío,
y en la frente del viejo de hosco ceño,
[Pg 176] como un tachón sombrío
—tal el golpe de un hacha sobre un leño.—
La vieja mira al campo, cual si oyera
pasos sobre la nieve. Nadie pasa.
Desierta la vecina carretera,
desierto el campo en torno de la casa.
La niña piensa que en los verdes prados
ha de correr con otras doncellitas
en los días azules y dorados,
cuando crecen las blancas margaritas.
[Pg 177]
¡Soria fría, Soria pura,
cabeza de Extremadura ,
con su castillo guerrero
arruinado, sobre el Duero;
con sus murallas roídas
y sus casas denegridas!
¡Muerta ciudad de señores
soldados o cazadores;
de portales con escudos
de cien linajes hidalgos,
y de famélicos galgos,
de galgos flacos y agudos,
que pululan
por las sórdidas callejas,
y a la media noche ululan,
cuando graznan las cornejas!
[Pg 178] ¡Soria fría! La campana
de la Audiencia da la una.
Soria, ciudad castellana,
¡tan bella! bajo la Luna.
[Pg 179]
¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria; obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río;
tardes de Soria, mística y guerrera;
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria,
donde parece que las rocas sueñan;
conmigo vais!... ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!
[Pg 181]
He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino, en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria—barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra.—
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor, que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
[Pg 182] álamos del amor cerca del agua,
que corre y pasa y sueña;
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!
[Pg 183]
¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita.
¿Me habéis llegado al alma,
o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino,
que a Dios guardáis como cristianas viejas;
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!
[Pg 185]
Al olmo seco, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de Abril y el sol de Mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario, en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
van subiendo por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
[Pg 186] Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, o el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas, de alguna misera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje el torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
[Pg 187]
Al poeta Juan R. Jiménez.
[Pg 189]
Siendo mozo Alvargonzález,
dueño de mediana hacienda,
que en otras tierras se dice
bienestar, y aquí opulencia,
en la feria de Berlanga
prendóse de una doncella,
y la tomó por mujer
al año de conocerla.
Muy ricas las bodas fueron,
y quien las vió las recuerda;
sonadas las tornabodas
que hizo Alvar en su aldea:
[Pg 190] hubo gaitas, tamboriles,
flauta, bandurria y vihuela,
fuegos a la valenciana
y danza a la aragonesa.
[Pg 191]
Feliz vivió Alvargonzález
en el amor de su tierra.
Naciéronle tres varones,
que en el campo son riqueza,
y, ya crecidos, los puso,
uno a cultivar la huerta,
otro a cuidar los merinos,
y dió el menor a la Iglesia.
[Pg 193]
Mucha sangre de Caín
tiene la gente labriega,
y en el hogar campesino
armó la envidia pelea.
Casáronse los mayores;
tuvo Alvargonzález nueras,
que le trujeron cizaña
antes que nietos le dieran.
La codicia de los campos
ve tras la muerte la herencia;
no goza de lo que tiene,
por ansia de lo que espera.
El menor, que a los latines
prefería las doncellas
hermosas, y no gustaba
de vestir por la cabeza,
[Pg 194] colgó la sotana un día
y partió a lejanas tierras.
La madre lloró, y el padre
dióle bendición y herencia.
[Pg 195]
Alvargonzález ya tiene
la adusta frente arrugada;
por la barba le platea
el bozo azul de la cara.
Una mañana de otoño
salió solo de su casa;
no llevaba sus lebreles,
agudos canes de caza.
Iba triste y pensativo
por la alameda dorada;
anduvo largo camino,
y llegó a una fuente clara.
Echóse en la tierra; puso
sobre una piedra la manta,
y a la vera de la fuente
durmió al arrullo del agua.
[Pg 197]
[Pg 199]
Y Alvargonzález veía,
como Jacob, una escala
que iba de la tierra al cielo,
y oyó una voz que le hablaba.
Mas las hadas hilanderas,
entre las guedijas blancas
y vellones de oro, han puesto
un mechón de negra lana.
[Pg 201]
Tres niños están jugando
a la puerta de su casa;
entre los mayores brinca
un cuervo de negras alas.
La mujer vigila, cose,
y a ratos sonríe y canta.
—Hijos, ¿qué hacéis?—les pregunta.
Ellos se miran y callan.
—Subid al monte, hijos míos,
y antes que la noche caiga,
con un brazado de estepas
hacedme una buena llama.
[Pg 203]
Sobre el lar de Alvargonzález
está la leña apilada;
el mayor quiere encenderla,
pero no brota la llama.
—Padre, la hoguera no prende;
está la estepa mojada.
Su hermano viene a ayudarle,
y arroja astillas y ramas
sobre los troncos de roble;
pero el rescoldo se apaga.
Acude el menor, y enciende
bajo la negra campana
de la cocina, una hoguera
que alumbra toda la casa.
[Pg 205]
Alvargonzález levanta
en brazos al más pequeño,
y en sus rodillas lo sienta.
—Tus manos hacen el fuego...
Aunque el último naciste,
tú eres en mi amor primero.
Los dos mayores se alejan
por los rincones del sueño.
Entre los dos fugitivos
reluce un hacha de hierro.
[Pg 207]
[Pg 209]
Sobre los campos desnudos,
la Luna llena, manchada
de un arrebol purpurino,
enorme globo, asomaba.
Los hijos de Alvargonzález
silenciosos caminaban,
y han visto al padre dormido
junto de la fuente clara.
[Pg 211]
Tiene el padre entre las cejas
un ceño que le aborrasca
el rostro, un tachón sombrío
como la huella de un hacha.
Soñando está con sus hijos,
que sus hijos lo apuñalan;
y cuando despierta, mira
que es cierto lo que soñaba.
[Pg 213]
A la vera de la fuente
quedó Alvargonzález muerto.
Tiene cuatro puñaladas
entre el costado y el pecho,
por donde la sangre brota,
más un hachazo en el cuello.
Cuenta la hazaña del campo
el agua clara corriendo,
mientras los dos asesinos
huyen hacia los hayedos.
Hasta la Laguna Negra,
bajo las fuentes del Duero,
llevan el muerto, dejando
detrás un rastro sangriento;
y en la laguna sin fondo,
que guarda bien los secretos,
con una piedra amarrada
a los pies, tumba le dieron.
[Pg 215]
Se encontró junto a la fuente
la manta de Alvargonzález,
y camino del hayedo
se vió un reguero de sangre.
Nadie de la aldea ha osado
a la laguna acercarse,
y el sondarla inútil fuera,
que es la laguna insondable.
Un buhonero que cruzaba
aquellas tierras errante,
fué en Dauria acusado, preso,
y muerto en garrote infame.
[Pg 217]
Pasados algunos meses,
la madre murió de pena.
Los que muerta la encontraron,
dicen que las manos yertas
sobre su rostro tenía,
oculto el rostro con ellas.
[Pg 219]
Los hijos de Alvargonzález
ya tienen majada y huerta,
campos de trigo y centeno
y prados de fina hierba;
en el olmo viejo, hendido
por el rayo, la colmena,
dos yuntas para el arado,
un mastín y cien ovejas.
[Pg 221]
[Pg 223]
Ya están las zarzas floridas,
y los ciruelos blanquean;
ya las abejas doradas
liban para sus colmenas,
y en los nidos, que coronan
las torres de las iglesias,
asoman los garabatos
ganchudos de las cigüeñas.
Ya los olmos del camino
y chopos de las riberas
de los arroyos que buscan
al padre Duero, verdean.
El cielo está azul; los montes
sin nieve son de violeta.
La tierra de Alvargonzález
se colmará de riqueza;
muerto está quien la ha labrado,
mas no le cubre la tierra.
[Pg 225]
La hermosa tierra de España,
adusta, fina y guerrera,
Castilla de largos ríos,
tiene un puñado de sierras
entre Soria y Burgos como
reductos de fortaleza,
como yelmos crestonados,
y Urbión es una cimera.
[Pg 227]
Los hijos de Alvargonzález,
por una empinada senda,
para tomar el camino
de Salduero a Covaleda,
cabalgan en pardas mulas,
bajo el pinar de Vinuesa.
Van en busca de ganado
con que volver a su aldea,
y por tierra de pinares
larga jornada comienzan.
Van Duero arriba, dejando
atrás los arcos de piedra
del puente y el caserío
de la ociosa y opulenta
villa de indianos. El río,
al fondo del valle, suena,
y de las cabalgaduras
los cascos baten las piedras.
[Pg 228] A la otra orilla del Duero
canta una voz lastimera:
“La tierra de Alvargonzález
se colmará de riqueza,
y el que la tierra ha labrado
no duerme bajo la tierra.”
[Pg 229]
Llegados son a un paraje
en donde el pinar se espesa,
y el mayor, que abre la marcha,
su parda mula espolea,
diciendo:—Démonos prisa,
porque son más de dos leguas
de pinar, y hay que apurarlas
antes que la noche venga.
Dos hijos del campo, hechos
a quebradas y asperezas,
porque recuerdan un día,
la tarde en el monte tiemblan.
Allá en lo espeso del bosque
otra vez la copla suena:
[Pg 230] “La tierra de Alvargonzález
se colmará de riqueza,
y el que la tierra ha labrado
no duerme bajo la tierra.”
[Pg 231]
Desde Salduero el camino
va al hilo de la ribera;
a ambas márgenes del río
el pinar crece y se eleva,
y las rocas se aborrascan,
al par que el valle se estrecha.
Los fuertes pinos del bosque,
con sus copas gigantescas
y sus desnudas raíces
amarradas a las piedras;
los de troncos plateados,
cuyas frondas azulean,
pinos jóvenes; los viejos,
cubiertos de blanca lepra,
musgos y líquenes canos,
que el grueso tronco rodean,
colman el valle y se pierden
rebasando ambas laderas.
[Pg 232] Juan, el mayor, dice:—Hermano,
si Blas Antonio apacienta
cerca de Urbión su vacada,
largo camino nos queda.
—Cuanto hacia Urbión alarguemos,
se puede acortar de vuelta
tomando por el atajo,
hacia la Laguna Negra,
y bajando por el puerto
de Santa Inés a Vinuesa.
—Mala tierra y peor camino.
Te juro que no quisiera
verlos otra vez. Cerremos
los tratos en Covaleda,
hagamos noche, y, al alba,
volvámonos a la aldea
por este valle: que, a veces,
quien piensa atajar, rodea.
Cerca del río cabalgan
los hermanos, y contemplan
cómo el bosque centenario,
al par que avanzan, aumenta,
y los peñascos del monte
el horizonte les cierran.
El agua, que va saltando,
parece que canta o cuenta:
[Pg 233] “La tierra de Alvargonzález
se colmará de riqueza,
y el que la tierra ha labrado
no duerme bajo la tierra.”
[Pg 235]
[Pg 237]
Aunque la codicia tiene
redil que encierre la oveja,
trojes que guardan el trigo,
bolsas para la moneda,
y garras, no tiene manos
que sepan labrar la tierra.
Así a un año de abundancia
siguió un año de pobreza.
[Pg 239]
En los sembrados crecieron
las amapolas sangrientas;
pudrió el tizón las espigas
de trigales y de avenas;
hielos tardíos mataron
en flor la fruta en la huerta,
y una mala hechicería
hizo enfermar las ovejas.
A los dos Alvargonzález
maldijo Dios en sus tierras,
y al año pobre siguieron
luengos años de miseria.
[Pg 241]
Es una noche de invierno.
Cae la nieve en remolinos.
Los Alvargonzález velan
un fuego casi extinguido.
El pensamiento amarrado
tienen a un recuerdo mismo,
y en las ascuas mortecinas
del hogar los ojos fijos.
No tienen leña ni sueño.
Larga es la noche, y el frío
mucho. Un candilejo humea
en el muro ennegrecido.
El aire agita la llama,
que pone un fulgor rojizo
sobre entrambas pensativas
testas de los asesinos.
El mayor de Alvargonzález,
[Pg 242] lanzando un ronco suspiro,
rompe el silencio, exclamando:
—Hermano, ¡qué mal hicimos!
El viento la puerta bate,
hace temblar el postigo,
y suena en la chimenea
con hueco y largo bramido.
Después el silencio vuelve,
y a intervalos el pabilo
del candil chisporrotea
en el aire aterecido.
El segundón dijo:—¡Hermano,
demos lo viejo al olvido!
[Pg 243]
[Pg 245]
Es una noche de invierno.
Azota el viento las ramas
de los álamos. La nieve
ha puesto la tierra blanca.
Bajo la nevada, un hombre
por el camino cabalga;
va cubierto hasta los ojos,
embozado en luenga capa.
Entrado en la aldea, busca
de Alvargonzález la casa,
y ante su puerta llegado,
sin echar pie a tierra, llama.
[Pg 247]
Los dos hermanos oyeron
una aldabada a la puerta,
y de una cabalgadura
los cascos sobre las piedras.
Ambos los ojos alzaron,
llenos de espanto y sorpresa.
—¿Quién es? ¡Responda!—gritaron.
—¡Miguel!—respondieron fuera.
Era la voz del viajero
que partió a lejanas tierras.
[Pg 249]
Abierto el portón, entróse
a caballo el caballero
y echó pie a tierra. Venía
todo de nieve cubierto.
En brazos de sus hermanos
lloró algún rato en silencio.
Después, dió el caballo al uno,
al otro capa y sombrero,
y en la estancia campesina
buscó el arrimo del fuego.
[Pg 251]
El menor de los hermanos,
que, niño y aventurero,
fué más allá de los mares
y hoy torna indiano opulento,
vestía con negro traje
de peludo terciopelo,
ajustado a la cintura
por ancho cinto de cuero.
Gruesa cadena formaba
un bucle de oro en su pecho.
Era un hombre alto y robusto,
con ojos grandes y negros
llenos de melancolía;
la tez de color moreno,
y sobre la frente comba
enmarañados cabellos.
El hijo que saca porte
señor de padre labriego,
[Pg 252] y a quien fortuna le debe
amor, poder y dinero.
De los tres Alvargonzález
era Miguel el más bello;
porque al mayor afeaba
el muy poblado entrecejo
bajo la frente mezquina,
y al segundo, los inquietos
ojos, que mirar no saben
de frente, torvos y fieros.
[Pg 253]
Los tres hermanos contemplan
el triste hogar en silencio,
y con la noche cerrada
arrecia el frío y el viento.
—Hermanos, ¿no tenéis leña?—
dice Miguel.
—No tenemos—
responde el mayor.
Un hombre
milagrosamente ha abierto
la gruesa puerta, cerrada
con doble barra de hierro.
[Pg 254] El hombre que ha entrado tiene
el rostro del padre muerto.
Un halo de luz dorada
orla sus blancos cabellos.
Lleva un haz de leña al hombro
y empuña un hacha de hierro.
[Pg 255]
[Pg 257]
De aquellos campos malditos,
Miguel a sus dos hermanos
compró una parte: que mucho
caudal de América trajo,
y aun en tierra mala, el oro
luce mejor que enterrado,
y más en mano de pobres
que oculto en orza de barro.
Dióse a trabajar la tierra
con fe y tesón el indiano,
y a laborar los mayores
sus pegujales tornaron.
Ya con macizas espigas,
preñadas de rubios granos,
[Pg 258] a los campos de Miguel
tornó el fecundo verano;
y ya de aldea en aldea
se cuenta como milagro
que los asesinos tienen
la maldición en sus campos.
Ya el pueblo canta una copla
que narra el crimen pasado:
“A la orilla de la fuente
lo asesinaron.
¡Qué mala muerte le dieron
los hijos malos!
En la laguna sin fondo
al padre muerto arrojaron.
No duerme bajo la tierra
el que la tierra ha labrado.”
[Pg 259]
Miguel, con sus dos lebreles
y armado de su escopeta,
hacia el azul de los montes,
en una tarde serena,
caminaba entre los verdes
chopos de la carretera,
y oyó una voz que cantaba:
“No tiene tumba en la tierra.
Entre los pinos del valle
del Revinuesa,
al padre muerto llevaron
hasta la Laguna Negra.”
[Pg 261]
[Pg 263]
La casa de Alvargonzález
era una casona vieja
con cuatro estrechas ventanas,
separada de la aldea
cien pasos, y entre dos olmos
que, gigantes centinelas,
sombra le dan en verano,
y en el otoño, hojas secas.
Es casa de labradores,
gente, aunque rica, plebeya,
donde el hogar humeante,
con sus escaños de piedra,
se ve sin entrar, si tiene
abierta al campo la puerta.
[Pg 264] Al arrimo del rescoldo
del hogar borbollonean
dos pucherillos de barro
que a dos familias sustentan.
A diestra mano la cuadra
y el corral, a la siniestra
huerto y abejar, y al fondo
una gastada escalera
que va a las habitaciones,
partidas en dos viviendas.
Los Alvargonzález moran
con sus mujeres en ellas.
A ambas parejas, que hubieron,
sin que lograrse pudieran,
dos hijos, sobrado espacio
les da la casa paterna.
En una estancia que tiene
luz al huerto, hay una mesa
con gruesa tabla de roble,
dos sillones de vaqueta,
colgado en el muro un negro
ábaco de enormes cuentas,
[Pg 265] y unas espuelas mohosas
sobre un arcón de madera.
Era una estancia olvidada,
donde hoy Miguel se aposenta.
Y era allí donde los padres
veían en primavera
el huerto en flor, y en el cielo
de Mayo, azul, la cigüeña
—cuando las rosas se abren
y los zarzales blanquean,—
que enseñaba a sus hijuelos
a usar de las alas lentas.
Y en las noches del verano,
cuando la calor desvela,
desde la ventana, al dulce
ruiseñor cantar oyeran.
Fué allí donde Alvargonzález,
del orgullo de su huerta
y del amor de los suyos,
sacó sueños de grandeza.
Cuando en brazos de la madre
vió la figura risueña
[Pg 266] del primer hijo, bruñida
de rubio sol la cabeza,
del niño que levantaba
las codiciosas, pequeñas
manos a las rojas guindas
y a las moradas ciruelas,
aquella tarde de otoño,
dorada, plácida y buena,
él pensó que ser podría
feliz el hombre en la Tierra.
Hoy canta el pueblo una copla
que va de aldea en aldea:
“¡Oh casa de Alvargonzález,
qué malos días te esperan!
¡Casa de los asesinos,
que nadie llame a tu puerta!”
[Pg 267]
Es una tarde de otoño.
En la alameda dorada
no quedan ya ruiseñores;
enmudeció la cigarra.
Las últimas golondrinas,
que no emprendieron la marcha,
morirán, y las cigüeñas,
de sus nidos de retamas,
de torres y campanarios,
huyeron.
Sobre la casa
de Alvargonzález, los olmos
sus hojas, que el viento arranca,
van dejando. Todavía
las tres redondas acacias,
[Pg 268] frente al atrio de la iglesia,
conservan verdes sus ramas,
y las castañas de Indias
a intervalos se desgajan
cubiertas de sus erizos;
tiene el rosal rosas grana
otra vez, y en las praderas
brilla la alegre otoñada.
En laderas y en alcores,
en ribazos y cañadas,
el verde nuevo y la hierba
aún del estío quemada
alternan; los serrijones
pelados, las lomas calvas,
se coronan de plomizas
nubes apelotonadas;
y bajo el pinar gigante,
entre las marchitas zarzas
y amarillentos helechos,
corren las crecidas aguas
a engrosar el padre río
por canchales y barrancas.
Abunda en la tierra un gris
de plomo y azul de plata,
[Pg 269] con manchas de roja herrumbre,
todo envuelto en luz violada.
¡Oh tierras de Alvargonzález,
en el corazón de España;
tierras pobres, tierras tristes,
tan tristes que tienen alma!
Páramos que cruza el lobo
aullando, a la luna clara,
de bosque a bosque; baldíos
llenos de peñas rodadas,
donde, roída de buitres,
brilla una osamenta blanca;
pobres campos solitarios,
sin caminos ni posadas;
¡oh pobres campos malditos,
pobres campos de mi patria!
[Pg 271]
[Pg 273]
Una mañana de otoño,
cuando la tierra se labra,
Juan y el indiano aparejan
las dos yuntas de la casa.
Martín se quedó en el huerto
arrancando hierbas malas.
[Pg 275]
Una mañana de otoño,
cuando los campos se aran,
sobre un otero, que tiene
el cielo de la mañana
por fondo, la parda yunta
de Juan lentamente avanza.
Cardos, lampazos y abrojos,
avena loca y cizaña
llenan la tierra maldita,
tenaz a pico y escarda.
Del corvo arado de roble
la hundida reja trabaja
con vano esfuerzo; parece
que al par que hiende la entraña
[Pg 276] del campo y hace camino,
se cierra otra vez la zanja.
“Cuando el asesino labre,
será su labor pesada;
antes que un surco en la tierra,
tendrá una arruga en su cara.”
[Pg 277]
Martín, que estaba en la huerta
cavando, sobre su azada
quedó apoyado un momento;
frío sudor le bañaba
el rostro.
Por el Oriente
la Luna llena, manchada
de un arrebol purpurino,
lucía tras de la tapia
del huerto.
Miguel tenía
la sangre de horror helada.
La azada que hundió en la tierra,
teñida de sangre estaba.
[Pg 279]
En la tierra en que ha nacido
supo afincar el indiano;
por mujer a una doncella
rica y hermosa ha tomado.
La hacienda de Alvargonzález
ya es suya, que sus hermanos
todo le vendieron: casa,
huerto, colmenar y campo.
[Pg 281]
[Pg 283]
Juan y Martín, los mayores
de Alvargonzález, un día
pesada marcha emprendieron,
con el alba, Duero arriba.
La estrella de la mañana
en el alto azul ardía.
Se iba tiñendo de rosa
la espesa y blanca neblina
de los valles y barrancos,
y algunas nubes plomizas
a Urbión, donde el Duero nace,
como un turbante ponían.
Se acercaban a la fuente.
El agua clara corría
[Pg 284] sonando cual si contara
una vieja historia dicha
mil veces, y que tuviera
mil veces que repetirla.
Agua que corre en el campo
dice en su monotonía:
“Yo sé el crimen. ¿No es un crimen,
cerca del agua, la vida?”
Al pasar los dos hermanos
relataba el agua limpia:
“A la vera de la fuente
Alvargonzález dormía.”
[Pg 285]
—Anoche, cuando volvía
a casa—Juan a su hermano
dijo—, a la luz de la Luna,
era la huerta un milagro.
Lejos, entre los rosales,
divisé un hombre inclinado
hacia la tierra; brillaba
la hoz de plata en su mano.
Después irguióse y, volviendo
el rostro, dió algunos pasos
por el huerto, sin mirarme,
y a poco lo vi encorvado
otra vez sobre la tierra.
Tenía el cabello blanco.
La Luna llena brillaba,
y era la huerta un milagro.
[Pg 287]
Pasado habían el puerto
de Santa Inés, ya mediada
la tarde, una tarde triste
de Noviembre, fría y parda.
Hacia la Laguna Negra
silenciosos caminaban.
[Pg 289]
Cuando la tarde caía,
entre las vetustas hayas
y los pinos centenarios,
un rojo sol se filtraba.
Era un paraje de bosque
y peñas aborrascadas;
aquí bocas que bostezan
o monstruos de fieras garras;
allí una informe joroba,
allá una grotesca panza;
torvos hocicos de fieras
y dentaduras melladas;
rocas y rocas, y troncos
y troncos, ramas y ramas.
En el hondón del barranco
la noche, el miedo y el agua.
[Pg 291]
Un lobo surgió; sus ojos
lucían como dos ascuas.
Era la noche, una noche
húmeda, obscura y cerrada.
Los dos hermanos quisieron
volver. La selva ululaba.
Cien ojos fieros ardían
en la selva, a sus espaldas.
[Pg 293]
Llegaron los asesinos
hasta la Laguna Negra;
agua transparente y muda,
que enorme muro de piedra,
donde los buitres anidan
y el eco duerme, rodea;
agua clara donde beben
las águilas de la sierra,
donde el jabalí del monte
y el ciervo y el corzo abrevan;
agua pura y silenciosa,
que copia cosas eternas;
agua impasible, que guarda
en su seno las estrellas.
—¡Padre!—gritaron; al fondo
de la laguna serena
cayeron, y el eco, “¡Padre!”
repitió de peña en peña.
[Pg 295]
[Pg 297]
¿Para qué llamar caminos
a los surcos del azar?...
Todo el que camina, anda
como Jesús sobre el mar.
A quien nos justifica nuestra desconfianza
llamamos enemigo, ladrón de una esperanza.
Jamás perdona el necio si ve la nuez vacía
que dió a cascar al diente de la sabiduría.
[Pg 298]
¡Ojos que a la luz se abrieron
un día, para, después,
ciegos tornar a la tierra,
hartos de mirar sin ver!
Es el mejor de los buenos
quien sabe que en esta vida
todo es cuestión de medida:
un poco más, algo menos...
Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía...
Después soñé que soñaba.
[Pg 299]
Luz del alma, luz divina,
faro, antorcha, estrella, sol...
Un hombre a tientas camina;
lleva a la espalda un farol.
Todo hombre tiene dos
batallas que pelear:
en sueños lucha con Dios,
y despierto, con el mar.
Moneda que está en la mano
quizás se deba guardar;
pero lo que está en el alma,
se pierde si no se da.
[Pg 300]
¿Dices que nada se pierde?
Si esta copa de cristal
se me rompe, nunca en ella
beberé, nunca jamás.
Dices que nada se pierde,
y acaso dices verdad;
pero todo lo perdemos,
y todo nos perderá.
Todo pasa y todo queda;
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
[Pg 301]
Anoche soñé que oía
a Dios gritándome: “¡Alerta!”
Luego era Dios quien dormía,
y yo gritaba: “¡Despierta!”
Dios no es el mar, está en el mar; riela
como luna en el agua, o aparece
como una blanca vela;
en el mar se despierta o se adormece.
Creó la mar, y nace
de la mar cual la nube y la tormenta;
es el Creador, y la criatura lo hace;
su aliento es alma, y por el alma alienta.
Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste,
y para darte el alma que me diste,
en mí te he de crear. Que el puro río
de caridad que fluye eternamente,
fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío,
de una fe sin amor la turbia fuente!
[Pg 302]
El demonio de mis sueños
ríe con sus labios rojos,
sus negros y vivos ojos,
sus dientes finos, pequeños.
Y, jovial y picaresco,
se lanza a un baile grotesco,
luciendo el cuerpo deforme
y su enorme
joroba. Es feo y barbudo
y chiquitín y panzudo.
Yo no sé por qué razón,
de mi tragedia, bufón,
te ríes... Mas tú eres vivo
por tu danzar sin motivo.
[Pg 303]
A D. Julio Cejador.
Ya en los campos de Jaén,
amanece. Corre el tren
por sus brillantes rieles,
devorando matorrales,
alcaceles,
terraplenes, pedregales,
olivares, caseríos,
praderas y cardizales,
montes y valles sombríos.
Tras la turbia ventanilla,
pasa la devanadera
del campo de primavera.
La luz en el techo brilla
de mi vagón de tercera.
[Pg 304] Entre nubarrones blancos,
oro y grana,
la niebla de la mañana
va huyendo por los barrancos.
¡Este insomne sueño mío!
¡Este frío
de un amanecer en vela!...
Resonante,
jadeante,
marcha el tren. El campo vuela.
Enfrente de mí, un señor
sobre su manta dormido;
un fraile y un cazador,
el perro a sus pies tendido.
Yo contemplo mi equipaje,
mi viejo saco de cuero,
y recuerdo otro viaje
hacia las tierras del Duero.
Otro viaje de ayer
por la tierra castellana...
[Pg 305] ¡Pinos del amanecer,
entre Almazán y Quintana!...
¡Y alegría
de un viajar en compañía!
¡Y la unión
que ha roto la muerte un día!
¡Mano fría
que aprietas mi corazón!
Tren, camina, silba, humea;
acarrea
tu ejército de vagones;
ajetrea
maletas y corazones.
Soledad,
sequedad.
Tan pobre me estoy quedando,
que ya ni siquiera estoy
conmigo, ni sé si voy
conmigo a solas viajando.
[Pg 307]
¿No eres tú, mariposa,
el alma de estas sierras solitarias,
de sus barrancos hondos
y de sus cumbres bravas?
Para que tú nacieras,
con su varita mágica
a las tormentas de la piedra un día
mandó callar un hada,
y encadenó los montes
para que tú volaras.
¡Anaranjada y negra,
morenita y dorada,
mariposa montés, sobre el romero
plegadas las alillas, o, voltarias,
jugando con el sol, o sobre un rayo
de sol crucificadas!...
[Pg 308] ¡Mariposa montés y campesina,
mariposa serrana,
nadie ha pintado tu color; tú vives,
tu color y tus alas,
en el aire, en el sol, sobre el romero,
tan libre, tan salada!...
Que Juan Ramón Jiménez
pulse por ti su lira franciscana.
Sierra de Cazorla, Mayo de 1915.
[Pg 309]
A los señores de Masriera,
en recuerdo de una expedición al Pardo.
Encinares castellanos
en alcores y altozanos,
serrijones y colinas
llenos de obscura maleza;
encinas, pardas encinas
—humildad y fortaleza,—
mientras que llenándoos va
el hacha de calvijares,
¿nadie cantaros sabrá,
encinares?
El roble es la guerra; el roble
dice el valor y el coraje,
rabia inmoble,
con su torcido ramaje;
y es más rudo
[Pg 310] que la encina y más nervudo;
el alto roble parece
que recalca y ennudece
su robustez como atleta
que, erguido, afinca en el suelo.
El pino es el mar y el cielo
y la montaña: el planeta.
La palmera es el desierto,
el sol y la lejanía:
la sed, una fuente fría
soñada en el campo muerto.
Las hayas son la leyenda.
Alguien en las viejas hayas
leía una historia horrenda
de crímenes y batallas.
¿Quién ha visto, sin temblar,
un hayedo en un pinar?
Los chopos son la ribera;
liras de la primavera,
cerca del agua que fluye,
pasa y huye
viva o lenta,
que se emboca, turbulenta,
o en remanso se dilata;
en su eterno escalofrío
copian el agua del río,
que fluye en ondas de plata.
De los parques las olmedas
[Pg 311] son las buenas arboledas
que nos han visto jugar
cuando eran nuestros cabellos
rubios, y con nieve en ellos
nos han de ver meditar.
Tiene el manzano el rubor
de su poma;
el eucalipto el aroma
de sus hojas; de su flor
el naranjo la fragancia;
y es del huerto
la elegancia
el ciprés obscuro y yerto.
¿Qué tienes tú, negra encina
campesina,
con tus ramas sin color
en el campo sin verdor,
con tu tronco ceniciento
sin esbeltez ni altiveza,
con tu vigor sin tormento
y tu humildad, que es firmeza?
En tu copa ancha y redonda
nada brilla:
ni tu verde obscura fronda,
ni tu flor verdiamarilla.
Nada es lindo ni arrogante
en tu porte, ni guerrero,
nada fiero
[Pg 312] que aderece su talante.
Brotas derecha o torcida,
con esa bondad que cede
sólo a la ley de la vida,
que es vivir como se puede.
El campo mismo se hizo
árbol en ti, parda encina.
Ya contra el hielo invernizo,
o bajo el sol que calcina,
y el bochorno y la borrasca,
el Agosto y el Enero,
los copos de la nevasca,
los hilos del aguacero,
siempre firme, siempre igual,
dócil, impasible y buena,
¡oh tú, robusta y serena,
oh casta encina rural!
¡Oh los negros encinares
de la raya aragonesa
y las crestas militares
de la tierra pamplonesa!
¡Encinas de Extremadura,
de Castilla, que hizo a España;
encinas de la llanura,
del cerro y de la montaña;
encinas del alto llano
que el joven Duero rodea,
y del Tajo, que serpea
[Pg 313] por el suelo toledano!
¡Encinas de junto al mar,
en Santander; encinar
que pones tu nota arisca,
como un castellano ceño,
en Córdoba la morisca;
y tú, encinar madrileño,
tan hermoso y tan sombrío,
bajo el Guadarrama frío,
con tu adustez castellana
corrigiendo
la vanidad y el atuendo
y la hetiquez cortesana!...
Ya sé, encinas
campesinas,
que os pintaron, con lebreles
elegantes y corceles,
los más egregios pinceles;
que os cantaron los poetas
augustales;
que os asordan escopetas
de cazadores reäles;
mas sois el campo y el lar
y la sombra tutelar
de los buenos aldeanos
que visten parda estameña
y que cortan vuestra leña
con sus manos.
[Pg 315]
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario;—
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina;
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
[Pg 316] Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la Luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico, o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada,
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo, espera hablar a Dios un día;—
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo; con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
[Pg 317] Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
[Pg 319]
(POR SU LIBRO “VIDA DE DON QUIJOTE Y SANCHO”)
Este donquijotesco
Don Miguel de Unamuno, fuerte vasco,
lleva el arnés grotesco
y el irrisorio casco
del buen manchego. Don Miguel camina
jinete de quimérica montura,
metiendo espuela de oro a su locura,
sin miedo de la lengua que malsina.
A un pueblo de arrieros,
lechuzos y tahures y logreros
dicta lecciones de Caballería.
El alma desalmada de su raza,
que bajo el golpe de su férrea maza
aún duerme, puede que despierte un día.
Quiere enseñar el ceño de la duda,
antes de que cabalgue, al caballero;
[Pg 320] cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda
cerca del corazón la hoja de acero.
Tiene el aliento de una estirpe fuerte
que soñó más allá de sus hogares,
y que el oro buscó tras de los mares.
Él señala la gloria tras la muerte.
Quiere ser fundador, y dice: “Creo;
Dios, y adelante el ánima española...”
Y es tan bueno y mejor que fué Loyola:
sabe a Jesús y escupe al fariseo.
1905
[Pg 321]
Como se fué el maestro, la luz de esta mañana
me dijo:—Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?—Sólo sabemos
que se nos fué por una senda clara
diciéndonos: “Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más; sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid; la vida sigue;
los muertos mueren y las sombras pasan.
Lleva quien deja y vive el que ha vivido.
Yunques, sonad; enmudeced, campanas.”
Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
el sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
¡Oh, sí; llevad, amigos,
[Pg 322] su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama!
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas.
Allí el maestro, un día,
soñaba un nuevo florecer de España.
[Pg 323]
Nota de transcripción