The Project Gutenberg eBook of Páginas escogidas

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Title : Páginas escogidas

Author : Antonio Machado

Release date : July 13, 2015 [eBook #49437]

Language : Spanish

Credits : Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box and the
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*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK PÁGINAS ESCOGIDAS ***

  

Nota de transcripción

Índice


Book cover

[Pg 1]

PÁGINAS ESCOGIDAS


[Pg 4]

Ilustración: Antonio Machado

[Pg 5]

ANTONIO MACHADO

PÁGINAS
ESCOGIDAS

Publisher's logo

MCMXVII

CASA EDITORIAL CALLEJA

FUNDADA EN 1876

MADRID


[Pg 6]

PROPIEDAD
DERECHOS RESERVADOS


Copyright 1917, by
CASA EDITORIAL CALLEJA


Imprenta de Bernardo Rodríguez.—Barquillo, 8.—Madrid.


[Pg 7]

PRÓLOGO

Mi costumbre de no volver nunca sobre lo hecho y de no leer nada de cuanto escribo, una vez dado a la imprenta, ha sido causa en esta ocasión de no poco embarazo para mí. El presentar un tomo de Páginas escogidas me obligó, no sólo a releer, sino a elegir, lo que supone juzgar. ¡Triste labor! Porque un poeta, aunque desbarre, mientras produce sus rimas, está siempre de acuerdo consigo mismo; pero, pasados los años, el hombre que juzga su propia obra dista mucho del que la produjo. Y puede ser injusto para consigo mismo: si, por amor de padre, con exceso indulgente, también a veces ingrato por olvido, pues la página escrita nunca recuerda todo lo que se ha intentado, sino lo poco que se ha conseguido.

Si un libro nuestro fuera una sombra de nos [Pg 8] otros mismos, sería bastante; porque frecuentemente es mucho menos: la ceniza de un fuego que se ha apagado y que tal vez no ha de encenderse más. Y en el caso mejor, cuando nuestro libro nos evoca nuestra alma de ayer con la viveza de algunos sueños que actualizan lo pasado, echamos de ver que, entonces, llevábamos a la espalda un copioso haz de flechas que no recordamos haber disparado y que han debido caérsenos por el camino. La tristeza de volver sobre nuestra obra no proviene de la conciencia de lo poco logrado, sino de lo mucho que renunciamos a acometer. Nuestra incapacidad para fallar con justicia en causa propia estriba también en la merma de simpatía por nuestra obra, y en la enorme distancia que media entre el momento creador y el crítico. En el primero coincidíamos con la corriente de la vida, cargada de realidades virtuales que acaso no llegan nunca a actualizarse, pero que sentimos como infinitamente posibles; en el segundo estamos fuera de esta misma corriente, y aun fuera de nosotros, obligados a juzgar, a encerrar y distribuir las vivas aguas en los rígidos cangilones de las ideas ómnibus, a evaluar en moneda corriente lo más ajeno a toda mercadería. Es muy frecuente—casi la regla—que el poeta eche a perder su obra al corregirla. La [Pg 9] explicación es fácil: se crea por intuiciones; se corrige por juicios, por relaciones entre conceptos. Los conceptos son de todos y se nos imponen desde fuera en el lenguaje aprendido; las intuiciones son siempre nuestras. Juzgarnos o corregirnos, supone aplicar la medida ajena al paño propio. Y al par que entramos en razón y nos ponemos de acuerdo con los demás, nos apartamos de nosotros mismos; cuantas líneas enmendamos para fuera, son otras tantas deformaciones de lo íntimo, de lo original, de lo que brotó espontáneo en nosotros.

El poeta debe escuchar con respeto la crítica ajena, porque el libro lanzado a la publicidad ya no le pertenece. Él lo entregó al juicio de los hombres, sin que nadie le obligase a ello. Asístele, sin embargo, el derecho de no ser demasiado dócil a admoniciones y consejos, y le conviene, sobre todo, desconfiar aun de sus propias definiciones. No se define en arte, sino en matemática—allí donde lo definido y la definición son una misma cosa.—Ante la crítica dogmática y doctrinera, aun la propia inepcia puede sonreír desdeñosa.

Cabe, no obstante, pedir al hombre de un libro un juicio valorativo de su obra, un precio de su propia labor; cabe preguntarle: “¿En cuánto estima usted esto que nos ofrece en de [Pg 10] manda de nuestra simpatía y de nuestro aplauso?” Responderé brevemente. Como valor absoluto, bien poco tendrá mi obra, si alguno tiene; pero creo—y en esto estriba su valor relativo—haber contribuído con ella, y al par de otros poetas de mi promoción, a la poda de ramas superfluas en el árbol de la lírica española, y haber trabajado con sincero amor para futuras y más robustas primaveras.

Antonio Machado.

Baeza, 20 de abril de 1917.


[Pg 11]

NOTA BIOGRÁFICA

Nací en Sevilla una noche de Julio de 1875, en el célebre palacio de las Dueñas, sito en la calle del mismo nombre. Mis recuerdos de la ciudad natal son todos infantiles, porque a los ocho años pasé a Madrid, donde mis padres se trasladaron, y me eduqué en la Institución Libre de Enseñanza. A sus maestros guardo vivo afecto y profunda gratitud. Mi adolescencia y mi juventud son madrileñas. He viajado algo por Francia y por España. En 1907 obtuve cátedra de Lengua francesa, que profesé durante cinco años en Soria. Allí me casé; allí murió mi esposa, cuyo recuerdo me acompaña siempre. Me trasladé a Baeza, donde hoy resido. Mis aficiones son pasear y leer.


[Pg 13]

SOLEDADES
1903

SOLEDADES, GALERÍAS
Y OTROS POEMAS
1907


[Pg 15]

PRÓLOGO

Las composiciones de este primer libro, publicado en Enero de 1903, fueron escritas entre 1899 y 1902. Por aquellos años, Rubén Darío, combatido hasta el escarnio por la crítica al uso, era el ídolo de una selecta minoría. Yo también admiraba al autor de Prosas profanas, el maestro incomparable de la forma y de la sensación, que más tarde nos reveló la hondura de su alma en Cantos de vida y esperanza. Pero yo pretendí—y reparad en que no me jacto de éxitos, sino de propósitos—seguir camino bien distinto. Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz pro [Pg 16] pia, en respuesta animada al contacto del mundo. Y aun pensaba que el hombre puede sorprender algunas palabras de un íntimo monólogo, distinguiendo la voz viva de los ecos inertes; que puede también, mirando hacia dentro, vislumbrar las ideas cordiales, los universales del sentimiento. No fué mi libro la realización sistemática de este propósito; mas tal era mi estética de entonces.

Esta obra fué refundida en 1907, con adición de nuevas composiciones que no añadían nada substancial a las primeras, en Soledades, galerías y otros poemas. Ambos volúmenes constituyen en realidad un solo libro.


[Pg 17]

I
EL VIAJERO

Está en la sala familiar, sombría,

y entre nosotros, el querido hermano

que en el sueño infantil de un claro día

vimos partir hacia un país lejano.

Hoy tiene ya las sienes plateadas,

un gris mechón sobre la angosta frente,

y la fría inquietud de sus miradas

revela un alma casi toda ausente.

Deshójanse las copas otoñales

del parque mustio y viejo.

La tarde tras los húmedos cristales

se pinta, y en el fondo del espejo.

[Pg 18] El rostro del hermano se ilumina

suavemente. ¿Floridos desengaños

dorados por la tarde que declina?

¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

¿Lamentará la juventud perdida?

Lejos quedó—la pobre loba—muerta.

¿La blanca juventud nunca vivida

teme que ha de cantar ante su puerta?

¿Sonríe al sol de oro

de la tierra de un sueño no encontrada,

y ve su nave hender el mar sonoro,

de viento y luz la blanca vela hinchada?

Él ha visto las hojas otoñales

amarillas rodar, las olorosas

ramas del eucaliptus, los rosales,

que enseñan otra vez sus blancas rosas...

Y este dolor que añora o desconfía

el temblor de una lágrima reprime,

y un resto de viril hipocresía

en el semblante pálido se imprime.

[Pg 19] Serio retrato en la pared clarea

todavía. Nosotros divagamos.

En la tristeza del hogar golpea

el tic-tac del reloj. Todos callamos.


[Pg 21]

II

La plaza y los naranjos encendidos,

con sus frutas redondas y risueñas.

Tumulto de pequeños colegiales

que al salir en desorden de la escuela,

llenan el aire de la plaza en sombra

con la algazara de sus voces nuevas.

¡Alegría infantil, en los rincones

de las ciudades muertas!...

¡Y algo nuestro de ayer, que todavía

vemos vagar por estas calles viejas!


[Pg 23]

III
EN EL ENTIERRO DE UN AMIGO

Tierra le dieron una tarde horrible

del mes de Julio, bajo el sol de fuego.

A un paso de la abierta sepultura,

había rosas de podridos pétalos,

entre geranios de áspera fragancia

y roja flor. El cielo

puro y azul. Corría

un aire fuerte y seco.

De los gruesos cordeles suspendido,

pesadamente, descender hicieron

el ataúd, al fondo de la fosa,

los dos sepultureros...

[Pg 24] Y al reposar sonó con recio golpe,

solemne, en el silencio.

Un golpe de ataúd en tierra es algo

perfectamente serio.

Sobre la negra caja se rompían

los pesados terrones polvorientos...

El aire se llevaba

de la honda fosa el blanquecino aliento.

Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa;

larga paz a tus huesos...

Definitivamente,

duerme un sueño tranquilo y verdadero.


[Pg 25]

IV
RECUERDO INFANTIL

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de la lluvia en los cristales.

Es la clase. En un cartel

se representa a Caín

fugitivo, y muerto Abel,

junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco,

truena el maestro, un anciano

mal vestido, enjuto y seco,

que lleva un libro en la mano.

[Pg 26] Y todo un coro infantil

va cantando la lección:

“Mil veces ciento, cien mil;

mil veces mil, un millón.”

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de la lluvia en los cristales.


[Pg 27]

V

Yo voy soñando caminos

de la tarde. ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,

las polvorientas encinas!...

¿Adónde el camino irá?

Yo voy cantando, viajero

a lo largo del sendero...

—La tarde cayendo está.—

“En el corazón tenía

la espina de una pasión;

logré arrancármela un día:

ya no siento el corazón.”

[Pg 28] Y todo el campo un momento

se queda, mudo y sombrío,

meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

La tarde más se obscurece,

y el camino, que serpea

y débilmente blanquea,

se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:

“Aguda espina dorada,

¡quién te pudiera sentir

en el corazón clavada!”


[Pg 29]

VI

Hacia un ocaso radiante

caminaba el Sol de estío,

y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,

tras de los álamos verdes de las márgenes del río.

Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera

de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,

entre metal y madera,

que es la canción estival.

En una huerta sombría,

giraban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.

Era una tarde de Julio luminosa y polvorienta.

[Pg 30] Yo iba haciendo mi camino,

absorto en el solitario crepúsculo campesino.

Y pensaba: “¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa,

toda desdén y armonía;

hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía

de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!”

Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.

Lejos, la ciudad dormía

como cubierta de un mago fanal de oro transparente.

Bajo los arcos de piedra, el agua clara corría.

Los últimos arreboles coronaban las colinas,

manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.

Yo caminaba cansado,

sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.

El agua en sombra pasaba tan melancólicamente

bajo los arcos del puente,

como si al pasar dijera:

[Pg 31] “Apenas desamarrada

la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,

se canta: no somos nada.

Donde acaba el pobre río, la inmensa mar nos espera.”

Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.

(Yo pensaba: ¡el alma mía!)

Y me detuve un momento,

en la tarde a meditar...

¿Qué es esta gota en el viento

que grita al mar: Soy el mar?

Vibraba el aire, asordado

por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,

cual si estuviera sembrado

de campanitas de oro.

En el azul fulguraba

un lucero diamantino.

Cálido viento soplaba,

alborotando el camino.

[Pg 32] Yo, en la tarde polvorienta,

hacia la ciudad volvía.

Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras, caer el agua se oía.


[Pg 33]

VII
CANTE HONDO

Yo meditaba absorto, devanando

los hilos del hastío y la tristeza,

cuando llegó a mi oído,

por la ventana de mi estancia, abierta

a una caliente noche de verano,

el plañir de una copla soñolienta,

quebrada por los trémolos sombríos

de las músicas magas de mi tierra.

... Y era el Amor, como una roja llama...

—Nerviosa mano en la vibrante cuerda

ponía un largo suspirar de oro

que se trocaba en surtidor de estrellas.—

[Pg 34] ... Y era la Muerte, al hombro la cuchilla,

el paso largo, torva y esquelética.

—Tal cuando yo era niño la soñaba.—

Y en la guitarra, resonante y trémula,

la brusca mano, al golpear, fingía

el reposar de un ataúd en tierra.

Y era un plañido solitario el soplo

que el polvo barre y la ceniza aventa.


[Pg 35]

VIII

La calle en sombra. Ocultan los altos caserones

al Sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.

¿No ves, en el encanto del mirador florido,

el óvalo rosado de un rostro conocido?

La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo,

surge o se apaga como daguerreotipo viejo.

Suena en la calle sólo el ruido de tu paso;

se extinguen lentamente los ecos del ocaso.

¡Oh angustia! Pesa y duele el corazón. ¿Es ella?

No puede ser... Camina... En el azul la estrella.


[Pg 37]

IX
EL POETA

(En el libro Epifanías , de Martínez Sierra.)

Maldiciendo su destino,

como Glauco, el dios marino,

mira, turbia la pupila

de llanto, el mar que le debe su blanca virgen Scyla.

Él sabe que un Dios más fuerte

con la substancia inmortal está jugando a la muerte,

cual niño bárbaro. Él piensa

que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,

antes de perderse, gota

de mar, en la mar inmensa.

[Pg 38] En sueños oyó el acento de una palabra divina;

en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina

sin odio ni amor, y el frío

soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.

Bajo las palmeras del oäsis, el agua buena

miró brotar de la arena;

y se abrevó entre las dulces gacelas y entre los fieros

animales carniceros...

Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor;

y fué compasivo para el ciervo y el cazador,

para el ladrón y el robado,

para el pájaro azorado,

para el sanguinario azor.

Con el Eclesiastes dijo: “Vanidad de vanidades,

todo es negra vanidad”;

y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:

“Sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.”

Y viendo cómo lucían

miles de blancas estrellas,

pensaba que todas ellas

[Pg 39] en su corazón ardían.

¡Noche de amor!...

Y otra noche sintió la mala tristeza

que enturbia la pura llama,

y un corazón que bosteza,

y un histrïón que declama.

Y dijo: “Las galerías

del alma que espera están

desiertas, mudas, vacías;

las blancas sombras se van.”

Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado

del ayer. ¡Cuán bello era!

¡Qué hermosamente el pasado

fingía la primavera,

cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,

mísero fruto podrido,

que en el hueco acibarado

guarda el gusano escondido!

¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,

arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!


[Pg 41]

X

¡Verdes jardinillos,

claras plazoletas,

fuente verdinosa

donde el agua sueña,

donde el agua muda

resbala en la piedra!...

Las hojas de un verde

mustio, casi negras,

de la acacia, el viento

de Septiembre besa,

y se lleva algunas

amarillas, secas,

jugando, entre el polvo

blanco de la sierra.

[Pg 42] Linda doncellita

que el cántaro llenas

de agua transparente,

tú, al verme, no llevas

a los negros bucles

de tu cabellera,

distraídamente,

la mano morena,

ni, luego, en el limpio

cristal te contemplas...

Tú miras al aire

de la tarde bella,

mientras de agua clara

el cántaro llenas.


[Pg 43]

DEL CAMINO


[Pg 45]

I

Daba el reloj las doce..., y eran doce

golpes de azada en tierra...

... ¡Mi hora!...—grité. El silencio

me respondió:—No temas;

tú no verás caer la última gota

que en la clepsidra tiembla.

Dormirás muchas horas todavía

sobre la orilla vieja,

y encontrarás una mañana pura

amarrada tu barca a otra ribera.


[Pg 47]

II

En la desnuda tierra del camino,

la hora florida brota,

espino solitario,

del valle humilde en la revuelta umbrosa.

El salmo verdadero

de tenue voz hoy torna

al corazón y al labio,

la palabra quebrada y temblorosa.

Mis viejos mares duermen; se apagaron

sus espumas sonoras

sobre la playa estéril. La tormenta

camina lejos en la nube torva.

[Pg 48] Vuelve la paz al cielo;

la brisa tutelar esparce aromas

otra vez sobre el campo, y aparece

en la bendita soledad tu sombra.


[Pg 49]

III

¡Tenue rumor de túnicas que pasan

sobre la infértil tierra!...

¡Y lágrimas sonoras

de las campanas viejas!

Las ascuas mortecinas

del horizonte humean...

Blancos fantasmas lares

van encendiendo estrellas.

—Abre el balcón. La hora

de una ilusión se acerca...

La tarde se ha dormido

y las campanas sueñan.


[Pg 51]

IV

Algunos lienzos del recuerdo tienen

luz de jardín y soledad de campo;

la placidez del sueño

en el paisaje familiar soñado.

Otros guardan las fiestas

de días aún lejanos;

figuritas sutiles

que pone un titerero en su retablo...

.  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .

Ante el balcón florido

está la cita de un amor amargo.

[Pg 52] Brilla la tarde en el resol bermejo...

La hiedra efunde de los muros blancos...

A la revuelta de una calle en sombra,

un fantasma irrisorio besa un nardo.


[Pg 53]

V

Las ascuas de un crepúsculo morado

detrás el negro cipresal humean...

En la glorieta en sombra está la fuente

con su alado y desnudo Amor de piedra,

que sueña mudo. En la marmórea taza

reposa el agua muerta.


[Pg 55]

GALERÍAS


[Pg 57]

INTRODUCCIÓN

Leyendo un claro día

mis bien amados versos,

he visto en el profundo

espejo de mis sueños

que una verdad divina

temblando está de miedo,

y es una flor que quiere

echar su aroma al viento.

El alma del poeta

se orienta hacia el misterio.

Sólo el poeta puede

mirar lo que está lejos,

[Pg 58] dentro del alma en turbio

y mago sol envuelto.

En esas galerías,

sin fondo del recuerdo,

donde las pobres gentes

colgaron cual trofeo

el traje de una fiesta

apolillado y viejo,

allí el poeta sabe

el laborar eterno

mirar de las doradas

abejas de los sueños.

Poëtas, con el alma

atenta al hondo cielo,

en la crüel batalla

o en el tranquilo huerto,

la nueva miel labramos

de los dolores viejos,

la veste blanca y pura

pacientemente hacemos,

[Pg 59] y bajo el Sol bruñimos

el fuerte arnés de hierro.

El alma que no sueña,

el enemigo espejo,

proyecta nuestra imagen

con un perfil grotesco.

Sentimos una ola

de sangre en nuestro pecho

que pasa..., y sonreímos,

y a laborar volvemos.


[Pg 61]

I

Desgarrada la nube; el arco iris

brillando ya en el cielo;

y en un fanal de lluvia

y sol el campo envuelto.

Desperté. ¿Quién enturbia

los mágicos cristales de mi sueño?

Mi corazón latía

atónito y disperso.

... ¡El limonar florido,

el cipresal del huerto,

el prado verde, el Sol, el agua, el iris!...

¡El agua en tus cabellos!...

Y todo en la memoria se rompía,

tal una pompa de jabón al viento.


[Pg 63]

II

Y era el demonio de mi sueño, el ángel

más hermoso. Brillaban

como aceros los ojos victoriosos,

y las sangrientas llamas

de su antorcha alumbraron

la honda cripta del alma.

—¿Vendrás conmigo?—No, jamás; las tumbas

y los muertos me espantan.—

Pero la férrea mano

mi diestra atenazaba.

—Vendrás conmigo...—Y avancé en mi sueño,

cegado por la roja luminaria.

Y en la cripta sentí sonar cadenas

y rebullir de fieras enjauladas.


[Pg 65]

III

Desde el umbral de un sueño me llamaron...

Era la buena voz, la voz querida.

—Dime: ¿vendrás conmigo a ver el alma?...

Llegó a mi corazón una caricia.

—Contigo siempre... Y avancé en mi sueño

por una larga, escueta galería,

sintiendo el roce de la veste pura

y el palpitar süave de la mano amiga.


[Pg 67]

IV
SUEÑO INFANTIL

Una clara noche

de fiesta y de luna,

noche de mis sueños,

noche de alegría

—era luz mi alma,

que hoy es bruma toda,

no eran mis cabellos

negros todavía,—

el hada más joven

me llevó en sus brazos

a la alegre fiesta

que en la plaza ardía.

[Pg 68] So el chisporroteo

de las luminarias,

Amor sus madejas

de danzas tejía.

Y en aquella noche

de fiesta y de luna,

noche de mis sueños,

noche de alegría,

el hada más joven

besaba mi frente...,

con su linda mano

su adiós me decía...

Todos los rosales

daban sus aromas,

todos los amores

Amor entreabría.


[Pg 69]

V

Si yo fuera un poeta

galante, cantaría

a vuestros ojos un cantar tan puro

como en el mármol blanco el agua limpia.

Y en una estrofa de agua

todo el cantar sería:

“Ya sé que no responden a mis ojos,

que ven y no preguntan cuando miran,

los vuestros claros; vuestros ojos tienen

la buena luz tranquila,

la buena luz del mundo en flor, que he visto

desde los brazos de mi madre un día.”


[Pg 71]

VI

Llamó a mi corazón un claro día,

con un perfume de jazmín, el viento.

—A cambio de este aroma,

todo el aroma de tus rosas quiero.

—No tengo rosas; flores

en mi jardín no hay ya: todas han muerto.

—Me llevaré los llantos de las fuentes,

las hojas amarillas y los mustios pétalos.

Y el viento huyó... Mi corazón sangraba...

Alma, ¿qué has hecho de tu pobre huerto?


[Pg 73]

VII

Hoy buscarás en vano

a tu dolor consuelo.

Lleváronse tus hadas

el lino de tus sueños.

Está la fuente muda,

y está marchito el huerto.

Hoy sólo quedan lágrimas

para llorar. No hay que llorar, ¡silencio!


[Pg 75]

VIII

Y nada importa ya que el vino de oro

rebose de tu copa cristalina,

o el agrio zumo enturbie el puro vaso...

Tú sabes las secretas galerías

del alma, los caminos de los sueños

y la tarde tranquila

donde van a morir... Allí te aguardan

las hadas silenciosas de la vida,

y hacia un jardín de eterna primavera

te llevarán un día.


[Pg 77]

IX

¡Tocados de otros días,

mustios encajes y marchitas sedas;

salterios arrumbados,

rincones de las salas polvorientas;

daguerreotipos turbios,

cartas que amarillean;

libracos no leídos

que guardan grises florecitas secas:

romanticismos muertos,

cursilerías viejas,

cosas de ayer que sois mi alma, y cantos

y cuentos de la abuela!...


[Pg 79]

X

La casa tan querida

donde habitaba ella,

sobre un montón de escombros arruinada

o derruída, enseña

el negro y carcomido

maltrabado esqueleto de madera.

La Luna está vertiendo

su clara luz en sueños, que platea

en las ventanas. Mal vestido y triste,

voy caminando por la calle vieja.


[Pg 81]

XI

Ante el pálido lienzo de la tarde,

la iglesia con sus torres afiladas

y el ancho campanario, en cuyos huecos

voltean suavemente las campanas,

alta y sombría, surge.

La estrella es una lágrima

en el azul celeste.

Bajo la estrella clara,

flota, vellón disperso,

una nube quimérica de plata.


[Pg 83]

XII

Tarde tranquila, casi

con placidez de alma,

para ser joven, para haberlo sido

cuando Dios quiso, para

tener algunas alegrías... lejos,

y poder dulcemente recordarlas.


[Pg 85]

XIII

Yo, como Anacreonte,

quiero cantar, reír y echar al viento

las sabias amarguras

y los graves consejos;

y quiero, sobre todo, emborracharme;

ya lo sabéis... ¡Grotesco!

Pura fe en el morir, pobre alegría

y macabro danzar antes de tiempo.


[Pg 87]

XIV

¡Oh tarde luminosa!

El aire está encantado.

La blanca cigüeña

dormita volando,

y las golondrinas se cruzan, tendidas

las alas agudas al viento dorado,

y en la tarde risueña se alejan

volando, soñando...

Y hay una que torna como la saeta,

las alas agudas tendidas al aire sombrío,

buscando su negro rincón del tejado.

La blanca cigüeña,

como un garabato,

tranquila y disforme, ¡tan disparatada!,

sobre el campanario.


[Pg 89]

XV

Es una tarde cenicienta y mustia,

destartalada, como el alma mía;

y es esta vieja angustia

que habita mi usual hipocondría.

La causa de esta angustia no consigo

ni vagamente comprender siquiera;

pero recuerdo y, recordando, digo:

—Sí; yo era niño, y tú mi compañera.


[Pg 91]

XVI

Y no es verdad, dolor, yo te conozco;

tú eres nostalgia de la vida buena

y soledad de corazón sombrío,

de barco sin naufragio y sin estrella.

Como perro olvidado, que no tiene

huella ni olfato y yerra

por los caminos, sin camino; como

el niño que la noche de una fiesta

se pierde entre el gentío

y el aire polvoriento y las candelas

chispeantes, atónito, y asombra

su corazón de música y de pena;

[Pg 92] así voy yo, borracho melancólico,

guitarrista lunático, poeta,

y pobre hombre en sueños,

siempre buscando a Dios entre la niebla.


[Pg 93]

XVII

¿Y ha de morir contigo el mundo mago

donde guarda el recuerdo

los hálitos más puros de la vida;

la blanca sombra del amor primero,

la voz que fué a tu corazón, la mano

que tú querías retener en sueños,

y todos los amores

que llegaron al alma, al hondo cielo?

¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,

la vieja vida en orden tuyo y nuevo?

¿Los yunques y crisoles de tu alma

trabajan para el polvo y para el viento?


[Pg 95]

XVIII

Desnuda está la tierra,

y el alma aúlla al horizonte pálido

como loba famélica. ¿Qué buscas,

poeta, en el ocaso?

¡Amargo caminar, porque el camino

pesa en el corazón! ¡El viento helado,

y la noche que llega, y la amargura

de la distancia!... En el camino blanco

algunos yertos árboles negrean;

en los montes lejanos

hay oro y sangre... El Sol murió... ¿Qué buscas,

poeta, en el ocaso?


[Pg 97]

XIX
CAMPO

La tarde está muriendo,

como un hogar humilde que se apaga.

Allá, sobre los montes,

quedan algunas brasas.

Y ese árbol roto en el camino blanco

hace llorar de lástima.

¡Dos ramas en el tronco herido, y una

hoja marchita y negra en cada rama!

¿Lloras?... Entre los álamos de oro,

lejos, la sombra del amor te aguarda.


[Pg 99]

XX
LOS SUEÑOS

El hada más hermosa ha sonreído

al ver la lumbre de una estrella pálida

que en hilo suave, blanco y silencioso

se enrosca al huso de su rubia hermana.

Y vuelve a sonreír, porque en su rueca

el hilo de los campos se enmaraña.

Tras la tenue cortina de la alcoba

está el jardín envuelto en luz dorada.

La cuna casi en sombra. El niño duerme.

Dos hadas laboriosas lo acompañan,

hilando de los sueños los sutiles

copos en ruecas de marfil y plata.


[Pg 101]

XXI
RENACIMIENTO

Galerías del alma... ¡El alma niña!

Su clara luz risueña;

y la pequeña historia

y la alegría de la vida nueva...

¡Ah, volver a nacer, y andar camino,

ya recobrada la perdida senda!

Y volver a sentir en nuestra mano

aquel latido de la mano buena

de nuestra madre... Y caminar en sueños,

por amor de la mano que nos lleva.


[Pg 103]

XXII

Tal vez la mano, en sueños,

del sembrador de estrellas,

hizo sonar la música olvidada

como una nota de la lira inmensa,

y la ola humilde a nuestros labios vino

de unas pocas palabras verdaderas.


[Pg 105]

XXIII

Y podrás conocerte recordando

del pasado soñar los turbios lienzos,

en este día triste en que caminas

con los ojos abiertos.

De toda la memoria, sólo vale

el don preclaro de evocar los sueños.


[Pg 107]

CANCIONES Adorno HUMORADAS


[Pg 109]

I

Abril florecía

frente a mi ventana.

Entre los jazmines

y las rosas blancas

de un balcón florido,

vi las dos hermanas.

La menor cosía,

la mayor hilaba...

Entre los jazmines

y las rosas blancas,

la más pequeñita,

risueña y rosada,

su aguja en el aire,

miró a mi ventana.

La mayor seguía,

silenciosa y pálida,

el huso en su rueca,

que el lino enroscaba.

[Pg 110] Abril florecía

frente a mi ventana.

Una clara tarde

la mayor lloraba,

entre los jazmines

y las rosas blancas,

y ante el blanco lino

que en su rueca hilaba.

—¿Qué tienes?—le dije.—

Silenciosa y pálida,

señaló el vestido

que empezó la hermana:

en la negra túnica

la aguja brillaba;

sobre el blanco velo,

el dedal de plata.

Señaló a la tarde

de Abril que soñaba,

mientras que se oía

tañer las campanas.

Y en la clara tarde

me enseñó sus lágrimas...

[Pg 111] Abril florecía

frente a mi ventana.

Fué otro Abril alegre

y otra tarde plácida.

El balcón florido

solitario estaba...

Ni la pequeñita,

risueña y rosada,

ni la hermana triste,

silenciosa y pálida,

ni la negra túnica,

ni la toca blanca...

Tan sólo en el huso

el lino giraba

por mano invisible;

y en la obscura sala

la luna del limpio

espejo brillaba...

Entre los jazmines

y las rosas blancas

del balcón florido,

me miré en la clara

[Pg 112] luna del espejo

que lejos soñaba...

Abril florecía

frente a mi ventana.


[Pg 113]

DE LA VIDA
( COPLAS ELEGÍACAS )

¡Ay del que llega sediento

a ver el agua correr

y dice: La sed que siento

no me la calma el beber!

¡Ay de quien bebe y, saciada

la sed, desprecia la vida:

moneda al tahur prestada

que sea al azar rendida!

¡Del iluso que suspira

bajo el orden soberano,

y del que sueña la lira

pitagórica en su mano!

[Pg 114] ¡Ay del noble peregrino

que se para a meditar,

después de largo camino,

en el horror de llegar!

¡Ay de la melancolía

que llorando se consuela,

y de la melomanía

de un corazón de zarzuela!

¡Ay de nuestro ruiseñor,

si en una noche serena

se cura del mal de amor

que llora y canta sin pena!

¡De los jardines secretos,

de los pensiles soñados,

y de los sueños poblados

de propósitos discretos!

¡Ay del galán sin fortuna

que ronda a la Luna bella;

de cuantos caen de la Luna,

de cuantos se marchan a ella!

[Pg 115] ¡De quien el fruto prendido

en la rama no alcanzó;

de quien el fruto ha mordido,

y el gusto amargo probó!

¡Y de nuestro amor primero,

y de su fe mal pagada,

y, también, del verdadero

amante de nuestra amada!


[Pg 117]

LA NORIA

La tarde caía

triste y polvorienta.

El agua cantaba

su copla plebeya

en los cangilones

de la noria lenta.

Soñaba la mula,

¡pobre mula vieja!,

al compás de sombra

que en el agua suena.

La tarde caía

triste y polvorienta.


[Pg 119]

II

Yo no sé qué noble,

divino poeta,

unió a la amargura

de la eterna rueda

la dulce armonía

del agua que sueña,

y vendó tus ojos,

¡pobre mula vieja!...

Mas sé que fué un noble,

divino poeta,

corazón maduro

de sombra y de ciencia.


[Pg 121]

EL CADALSO

La aurora asomaba

lejana y siniestra.

El lienzo de Oriente

sangraba tragedias

pintarrajeadas

con nubes grotescas.

.  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .

En la vieja plaza

de una vieja aldea,

erguía su horrible

pavura esquelética

[Pg 122] el tosco patíbulo

de fresca madera...

La aurora asomaba

lejana y siniestra.


[Pg 123]

LAS MOSCAS

Vosotras las familiares,

inevitables golosas,

vosotras, moscas vulgares,

me evocáis todas las cosas.

¡Oh viejas moscas voraces

como abejas en Abril,

viejas moscas pertinaces

sobre mi calva infantil!

¡Moscas del primer hastío

en el salón familiar,

las claras tardes de estío

en que yo empecé a soñar!

[Pg 124] Y en la aborrecida escuela

raudas moscas divertidas,

perseguidas

por amor de lo que vuela,

que todo es volar... sonoras

rebotando en los cristales,

en los días otoñales...

Moscas de todas las horas,

de infancia y adolescencia,

de mi juventud dorada;

de esta segunda inocencia,

que da en no creer en nada,

de siempre... Moscas vulgares,

que de puro familiares

no tendréis digno cantor,

yo sé que os habéis posado

sobre el juguete encantado,

sobre el librote cerrado,

sobre la carta de amor,

sobre los párpados yertos

de los muertos...

[Pg 125] Inevitables golosas,

que ni labráis como abejas,

ni brilláis cual mariposas;

pequeñitas, revoltosas,

vosotras, amigas viejas,

me evocáis todas las cosas.


[Pg 127]

ELEGÍA DE UN MADRIGAL

Recuerdo que una tarde de soledad y hastío,

¡oh tarde como tantas!, el alma mía era,

bajo el azul monótono, un ancho y terso río

que ni tenía un pobre juncal en su ribera.

¡Oh, el mundo sin encanto, sentimental inopia

que borra el misterioso azogue del cristal!

¡Oh, el alma sin amores, que el Universo copia

con un irremediable bostezo universal!

*  *  *

Quiso el poeta recordar, a solas,

las ondas bien amadas, la luz de los cabellos,

[Pg 128] que él llamaba en sus rimas rubias olas.

Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos...

Y un día—como tantos,—al aspirar un día

aromas de una rosa que en el rosal se abría,

brotó como una llama la luz de los cabellos,

que él en sus madrigales llamaba rubias olas;

brotó, porque un aroma igual tuvieron ellos...

Y se alejó en silencio para llorar a solas.


[Pg 129]

ACASO...

Como atento no más a mi quimera,

no reparaba en torno mío, un día

me sorprendió la fértil primavera,

que en todo el ancho campo sonreía.

Brotaban verdes hojas

de las hinchadas yemas del ramaje,

y flores amarillas, blancas, rojas,

bariolaban la mancha del paisaje.

Y era una lluvia de saetas de oro

el sol sobre las frondas juveniles;

del amplio río en el caudal sonoro

se miraban los álamos gentiles.

[Pg 130] —Tras de tanto camino, es la primera

vez que miro brotar la primavera,

dije; y después, declamatoriamente:

—¡Cuán tarde ya para la dicha mía!—

Y luego, al caminar, como quien siente

alas de otra ilusión:

Y todavía

¡yo alcanzaré mi juventud un día!


[Pg 131]

JARDÍN

Lejos de tu jardín quema la tarde

inciensos de oro en purpurinas llamas,

tras el bosque de cobre y de ceniza.

En tu jardín hay dalias.

¡Malhaya tu jardín!... Hoy me parece

la obra de un peluquero,

con esa pobre palmerilla enana,

y ese cuadro de mirtos recortados...,

y el naranjito en su tonel... El agua

de la fuente de piedra

no cesa de reír sobre la concha blanca.


[Pg 133]

A UN NARANJO Y A UN LIMONERO
VISTOS EN UNA TIENDA
DE PLANTAS Y FLORES

Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte!

Medrosas tiritan tus hojas menguadas.

Naranjo en la corte, ¡qué pena da verte

con tus naranjitas secas y arrugadas!

Pobre limonero de fruto amarillo

cual pomo pulido de pálida cera,

¡qué pena mirarte, mísero arbolillo

criado en el verde tonel de madera!

De los claros bosques de la Andalucía,

¿quién os trajo a esta castellana tierra,

que barren los vientos de la adusta sierra,

hijos de los campos de la tierra mía?

[Pg 134] ¡Gloria de los huertos, árbol limonero,

que enciendes los frutos de pálido oro,

y alumbras del negro cipresal austero

las quietas plegarias erguidas en coro;

y fresco naranjo del patio querido,

del campo risueño y el huerto soñado,

siempre en mi recuerdo maduro o florido,

de fronda y aromas y frutos cargado!


[Pg 135]

HASTÍO

Sonaba el reloj la una

dentro de mi cuarto. Era

triste la noche. La Luna,

reluciente calavera,

ya del cenit declinando,

iba del ciprés del huerto

fríamente iluminando

el alto ramaje yerto.

Por la entreabierta ventana,

llegaban a mis oídos

metálicos alaridos

de una música lejana.

[Pg 136] Una música tristona,

una mazurca olvidada,

entre inocente y burlona,

mal tañida y mal soplada.

Y yo sentí el estupor

del alma, cuando bosteza

el corazón, la cabeza,

y... morirse es lo mejor.


[Pg 137]

NEVERMORE

La primavera besaba

suavemente la arboleda,

y el verde nuevo brotaba

como una verde humareda.

Las nubes iban pasando

sobre el campo juvenil...

Yo vi en las hojas temblando

las frescas lluvias de Abril.

Bajo ese almendro florido,

todo cargado de flor

—recordé,—yo he maldecido

mi juventud sin amor.

[Pg 138] Hoy, en mitad de la vida,

me he parado a meditar...

¡Juventud nunca vivida,

quién te volviera a soñar!


[Pg 139]

II

Húmedo está, bajo el laurel, el banco

de verdinosa piedra;

lavó la lluvia, sobre el muro blanco,

las empolvadas hojas de la hiedra.

Del viento del otoño el tibio aliento

los céspedes undula, y la alameda

conversa con el viento...

¡El viento de la tarde en la arboleda!

Mientras el Sol, en el ocaso, esplende,

que los racimos de la vid orea,

y el buen burgués, en su balcón, enciende

la estoica pipa en que el tabaco humea,

[Pg 140] voy recordando versos juveniles...

¿Qué fué de aquel mi corazón sonoro?

¿Será cierto que os vais, sombras gentiles,

huyendo entre los árboles de oro?


[Pg 141]

DE LA VIDA
( COPLAS MUNDANAS )

Poeta ayer, hoy triste y pobre

filósofo trasnochado,

tengo en monedas de cobre

el oro de ayer cambiado.

Sin placer y sin fortuna,

pasó como una quimera

mi juventud, la primera...,

la sola, no hay más que una:

la de dentro es la de fuera.

Pasó como un torbellino,

bohemia y aborrascada,

harta de coplas y vino,

mi juventud bienamada.

[Pg 142] Y hoy miro a las galerías

del recuerdo, para hacer

aleluyas de elegías

desconsoladas de ayer.

¡Adiós, lágrimas cantoras,

lágrimas que alegremente

brotabais, como en la fuente

las limpias aguas sonoras!

¡Buenas lágrimas vertidas

por un amor juvenil,

cual frescas lluvias caídas

sobre los campos de Abril!

“No canta ya el ruiseñor

de cierta noche serena;

sanamos del mal de amor,

que sabe llorar sin pena.”

Poeta ayer, hoy triste y pobre

filósofo trasnochado,

tengo en monedas de cobre

el oro de ayer cambiado.


[Pg 143]

SOL DE INVIERNO

Es mediodía. Un parque.

Invierno. Blancas sendas.

Simétricos montículos

y ramas esqueléticas.

Bajo el invernadero,

naranjos en maceta,

y en su tonel, pintado

de verde, la palmera.

Un viejecillo dice

para su capa vieja:

“¡El sol, esta hermosura

de sol!...” Los niños juegan.

[Pg 144] El agua de la fuente

resbala, corre y sueña,

lamiendo, casi muda,

la verdinosa piedra.


[Pg 145]

A UN VIEJO Y DISTINGUIDO SEÑOR

Te he visto, por el parque ceniciento

que los poetas aman

para llorar, como una noble sombra

vagar envuelto en tu levita larga.

El talante cortés, ha tantos años

compuesto de una fiesta en la antesala,

¡qué bien tus pobres huesos

ceremoniosos guardan!

Yo te he visto aspirando distraído,

con el aliento que la tierra exhala

—hoy, tibia tarde en que las mustias hojas

húmedo viento arranca,—

del eucalipto verde

[Pg 146] el frescor de las hojas perfumadas.

Y te he visto llevar la seca mano

a la perla que brilla en tu corbata.


[Pg 147]

CAMPOS DE CASTILLA
1912


[Pg 149]

PRÓLOGO

En un tercer volumen, publiqué mi segundo libro, Campos de Castilla (1912). Cinco años en la tierra de Soria, hoy para mí sagrada—allí me casé; allí perdí a mi esposa, a quien adoraba,—orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano. Ya era, además, muy otra mi ideología. Somos víctimas—pensaba yo—de un doble espejismo. Si miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde en solidez, y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer que no existe por sí, sino por nosotros. Pero si, convencidos de la íntima realidad, miramos adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece. ¿Qué hacer, entonces? Tejer el hilo que nos dan, soñar nuestro sueño, vivir; [Pg 150] sólo así podremos obrar el milagro de la generación. Un hombre atento a sí mismo y procurando auscultarse, ahoga la única voz que podría escuchar: la suya; pero le aturden los ruidos extraños. ¿Seremos, pues, meros espectadores del mundo? Pero nuestros ojos están cargados de razón, y la razón analiza y disuelve. Pronto veremos el teatro en ruinas, y, al cabo, nuestra sola sombra proyectada en la escena. Y pensé que la misión del poeta era inventar nuevos poemas de lo eterno humano, historias animadas que, siendo suyas, viviesen, no obstante, por sí mismas. Me pareció el romance la suprema expresión de la poesía, y quise escribir un nuevo Romancero. A este propósito responde La tierra de Alvargonzález. Muy lejos estaba yo de pretender resucitar el género en su sentido tradicional. La confección de nuevos romances viejos—caballerescos o moriscos—no fué nunca de mi agrado, y toda simulación de arcaísmo me parece ridícula. Cierto que yo aprendí a leer en el Romancero general que compiló mi buen tío D. Agustín Durán; pero mis romances no emanan de las heroicas gestas, sino del pueblo que las compuso y de la tierra donde se cantaron; mis romances miran a lo elemental humano, al campo de Castilla y al Libro Primero de Moisés, llamado Génesis.

[Pg 151]

Muchas composiciones encontraréis ajenas a estos propósitos que os declaro. A una preocupación patriótica responden muchas de ellas; otras, al simple amor de la Naturaleza, que en mí supera infinitamente al del Arte. Por último, algunas rimas revelan las muchas horas de mi vida gastadas—alguien dirá: perdidas—en meditar sobre los enigmas del hombre y del mundo.


[Pg 153]

A ORILLAS DEL DUERO

Mediaba el mes de Julio. Era un hermoso día.

Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,

buscando los recodos de sombra, lentamente.

A trechos me paraba para enjugar mi frente

y dar algún respiro al pecho jadeante;

o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante,

y hacia la mano diestra vencido y apoyado

en un bastón, a guisa de pastoril cayado,

trepaba por los cerros que habitan las rapaces

aves de altura, hollando las hierbas montaraces

de fuerte olor—romero, tomillo, salvia, espliego.—

Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.

Un buitre de anchas alas, con majestuoso vuelo,

cruzaba solitario el puro azul del cielo.

[Pg 154] Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,

y una redonda loma cual recamado escudo,

y cárdenos alcores sobre la parda tierra

—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra;—

las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero

para formar la corva ballesta de un arquero

en torno a Soria.—Soria es una barbacana

hacia Aragón que tiene la torre castellana.—

Veía el horizonte cerrado por colinas

obscuras, coronadas de robles y de encinas;

desnudos peñascales; algún humilde prado

donde el merino pace y el toro arrodillado

sobre la hierba rumia; las márgenes del río

lucir sus verdes álamos al claro sol de estío;

y, silenciosamente, lejanos pasajeros,

¡tan diminutos!—carros, jinetes y arrieros,—

cruzar el largo puente, y bajo las arcadas

de piedra ensombrecerse las aguas plateadas

del Duero.

El Duero cruza el corazón de roble

de Iberia y de Castilla.

¡Oh tierra triste y noble,

la de los altos llanos y yermos y roquedas,

de campos sin arados, regatos ni arboledas;

decrépitas ciudades, caminos sin mesones,

y atónitos palurdos sin danzas ni canciones,

[Pg 155] que aún van, abandonando el mortecino hogar,

como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.

¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada

recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?

Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;

cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.

¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra

de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.

La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,

madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.

Castilla no es aquella tan generosa un día,

cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,

ufano de su nueva fortuna y su opulencia,

a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;

o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,

pedía la conquista de los inmensos ríos

indianos a la corte; la madre de soldados,

guerreros y adalides que han de tornar cargados

de plata y oro a España en regios galeones,

para la presa cuervos, para la lid leones.

Filósofos nutridos de sopa de convento

contemplan impasibles el amplio firmamento;

[Pg 156] y si les llega en sueños, como un rumor distante,

clamor de mercaderes de muelles de Levante,

no acudirán siquiera a preguntar: “¿Qué pasa?”

Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora.

El Sol va declinando. De la ciudad lejana

me llega un armonioso tañido de campana.

—Ya irán a su rosario las enlutadas viejas.—

De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;

me miran, y se alejan huyendo, y aparecen

de nuevo ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.

Hacia el camino blanco, está el mesón abierto

al campo ensombrecido y al pedregal desierto.


[Pg 157]

POR TIERRAS DE ESPAÑA

El hombre de estos campos, que incendia los pinares

y su despojo aguarda como botín de guerra,

antaño hubo raído los negros encinares,

talado los robustos robledos de la sierra.

Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares;

la tempestad llevarse los limos de la tierra

por los sagrados ríos hacia los anchos mares;

y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.

Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,

pastores que conducen sus hordas de merinos

a Extremadura fértil, rebaños trashumantes

que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.

[Pg 158] Pequeño, ágil, sufrido; los ojos de hombre astuto,

hundidos, recelosos, movibles; y trazadas

cual arco de ballesta, en el semblante enjuto

de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.

Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,

capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,

que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,

esclava de los siete pecados capitales.

Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,

guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;

ni pára su infortunio, ni goza su riqueza;

le hieren y acongojan fortuna y malandanza.

El numen de estos campos es sanguinario y fiero;

al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,

veréis agigantarse la forma de un arquero,

la forma de un inmenso centauro flechador.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta

—no fué por estos campos el bíblico jardín:—

son tierras para el águila, un trozo de planeta

por donde cruza errante la sombra de Caín.


[Pg 159]

EL HOSPICIO

Es el hospicio, el viejo hospicio provinciano,

el caserón ruinoso de ennegrecidas tejas

en donde los vencejos anidan en verano,

y graznan en las noches de invierno las cornejas.

Con su frontón al Norte, entre los dos torreones

de antigua fortaleza, el sórdido edificio

de grieteados muros y sucios paredones

es un rincón de sombra eterna. ¡El viejo hospicio!

Mientras el Sol de Enero su débil luz envía,

su triste luz velada, sobre los campos yermos,

a un ventanuco asoman, al declinar el día,

algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos,

[Pg 160] a contemplar los montes azules de la sierra;

o, de los cielos blancos, como sobre una fosa,

caer la blanca nieve sobre la fría tierra,

sobre la tierra fría la nieve silenciosa...


[Pg 161]

AMANECER DE OTOÑO

Una larga carretera

entre grises peñascales,

y alguna humilde pradera

donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales.

Está la tierra mojada

por las gotas del rocío,

y la alameda dorada,

hacia la curva del río.

Tras los montes de violeta

quebrado el primer albor.

A la espalda la escopeta,

entre sus galgos agudos, caminando un cazador.


[Pg 163]

NOCHE DE VERANO

Es una hermosa noche de verano.

Tienen las altas casas

abiertos los balcones

del viejo pueblo a la anchurosa plaza.

En el amplio rectángulo desierto,

bancos de piedra, evónimos y acacias,

simétricos dibujan

sus negras sombras en la arena blanca.

En el cenit, la Luna; y en la torre,

la esfera del reloj iluminada.

Yo en este viejo pueblo paseando

solo como un fantasma.


[Pg 165]

PASCUA DE RESURRECCIÓN

Mirad: el arco de la vida traza

el iris, sobre el campo que verdea.

Buscad vuestros amores, doncellitas,

donde brota la fuente de la piedra.

En donde el agua ríe y sueña y pasa,

allí el romance del amor se cuenta.

¿No han de mirar un día, en vuestros brazos,

atónitos, el Sol de primavera,

ojos que vienen a la luz cerrados,

y que, al partirse de la vida, ciegan?

¿No beberán un día en vuestros senos

los que mañana labrarán la tierra?

¡Oh; celebrad este domingo claro,

madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas!

Gozad esta sonrisa de vuestra ruda madre.

Ya sus hermosos nidos habitan las cigüeñas,

y escriben en las torres sus blancos garabatos.

Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas.

[Pg 166] Entre los robles muerden

los negros toros la menuda hierba,

y el pastor que apacienta los merinos

su pardo sayo en la montaña deja.


[Pg 167]

CAMPOS DE SORIA

I

Es la tierra de Soria árida y fría.

Por las colinas y las sierras calvas,

verdes pradillos, cerros cenicientos,

la primavera pasa,

dejando entre las hierbas olorosas

sus diminutas margaritas blancas.

La tierra no revive; el campo sueña.

Al empezar Abril está nevada

la espalda del Moncayo;

el caminante lleva en su bufanda

envueltos cuello y boca, y los pastores

pasan cubiertos con sus luengas capas.


[Pg 169]

II

Las tierras labrantías,

como retazos de estameñas pardas,

el huertecillo, el abejar, los trozos

de verde obscuro en que el merino pasta,

entre plomizos peñascales, siembran

el sueño alegre de infantil Arcadia.

En los chopos lejanos del camino

parecen humear las yertas ramas

como un glauco vapor—las nuevas hojas,—

y en las quiebras de valles y barrancas

blanquean los zarzales florecidos

y brotan las vïolas perfumadas.


[Pg 171]

III

Es el campo undulado, y los caminos,

ya ocultan los viajeros que cabalgan

en pardos borriquillos,

ya al fondo de la tarde arrebolada

elevan las plebeyas figurillas

que el lienzo de oro del ocaso manchan.

Mas si trepáis a un cerro y veis el campo

desde los picos donde habita el águila,

son tornasoles de carmín y acero,

llanos plomizos, lomas plateadas,

circuídos por montes de violeta,

con las cumbres de nieve sonrosada.


[Pg 173]

IV

¡Las figuras del campo sobre el cielo!

Dos lentos bueyes aran

en un alcor, cuando el otoño empieza,

y entre las negras testas, doblegadas

bajo el pesado yugo,

pende un cesto de juncos y retama,

que es la cuna de un niño;

y tras la yunta marcha

un hombre que se inclina hacia la tierra,

y una mujer que en las abiertas zanjas

arroja la semilla.

Bajo una nube de carmín y llama,

en el oro fluído y verdinoso

del Poniente las formas se agigantan.


[Pg 175]

V

La nieve. En el mesón al campo abierto

se ve el hogar donde la leña humea,

y la olla al hervir borbollonea.

El cierzo corre por el campo yerto,

alborotando en blancos torbellinos

la nieve silenciosa.

La nieve sobre el campo y los caminos

cayendo está como sobre una fosa.

Un viejo acurrucado tiembla y tose

cerca del fuego; su mechón de lana

la vieja hila, y una niña cose

verde ribete a su estameña grana.

Padres los viejos son de un arriero

que caminó sobre la blanca tierra,

y una noche perdió ruta y sendero,

y se enterró en las nieves de la sierra.

En torno al fuego hay un lugar vacío,

y en la frente del viejo de hosco ceño,

[Pg 176] como un tachón sombrío

—tal el golpe de un hacha sobre un leño.—

La vieja mira al campo, cual si oyera

pasos sobre la nieve. Nadie pasa.

Desierta la vecina carretera,

desierto el campo en torno de la casa.

La niña piensa que en los verdes prados

ha de correr con otras doncellitas

en los días azules y dorados,

cuando crecen las blancas margaritas.


[Pg 177]

VI

¡Soria fría, Soria pura,

cabeza de Extremadura ,

con su castillo guerrero

arruinado, sobre el Duero;

con sus murallas roídas

y sus casas denegridas!

¡Muerta ciudad de señores

soldados o cazadores;

de portales con escudos

de cien linajes hidalgos,

y de famélicos galgos,

de galgos flacos y agudos,

que pululan

por las sórdidas callejas,

y a la media noche ululan,

cuando graznan las cornejas!

[Pg 178] ¡Soria fría! La campana

de la Audiencia da la una.

Soria, ciudad castellana,

¡tan bella! bajo la Luna.


[Pg 179]

VII

¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria; obscuros encinares,

ariscos pedregales, calvas sierras,

caminos blancos y álamos del río;

tardes de Soria, mística y guerrera;

hoy siento por vosotros, en el fondo

del corazón, tristeza,

tristeza que es amor! ¡Campos de Soria,

donde parece que las rocas sueñan;

conmigo vais!... ¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas!


[Pg 181]

VIII

He vuelto a ver los álamos dorados,

álamos del camino, en la ribera

del Duero, entre San Polo y San Saturio,

tras las murallas viejas

de Soria—barbacana

hacia Aragón, en castellana tierra.—

Estos chopos del río, que acompañan

con el sonido de sus hojas secas

el son del agua cuando el viento sopla,

tienen en sus cortezas

grabadas iniciales que son nombres

de enamorados, cifras que son fechas.

¡Álamos del amor, que ayer tuvisteis

de ruiseñores vuestras ramas llenas;

álamos que seréis mañana liras

del viento perfumado en primavera;

[Pg 182] álamos del amor cerca del agua,

que corre y pasa y sueña;

álamos de las márgenes del Duero,

conmigo vais, mi corazón os lleva!


[Pg 183]

IX

¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria,

tardes tranquilas, montes de violeta,

alamedas del río, verde sueño

del suelo gris y de la parda tierra,

agria melancolía

de la ciudad decrépita.

¿Me habéis llegado al alma,

o acaso estabais en el fondo de ella?

¡Gentes del alto llano numantino,

que a Dios guardáis como cristianas viejas;

que el sol de España os llene

de alegría, de luz y de riqueza!


[Pg 185]

A UN OLMO SECO

Al olmo seco, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de Abril y el sol de Mayo

algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario, en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera

van subiendo por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.

[Pg 186] Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, o el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta;

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas, de alguna misera caseta,

al borde de un camino;

antes que te descuaje el torbellino

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hacia la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.


[Pg 187]

LA TIERRA
DE ALVARGONZÁLEZ

Al poeta Juan R. Jiménez.


[Pg 189]

[LA TIERRA DE ALVARGONZÁLEZ]

I

Siendo mozo Alvargonzález,

dueño de mediana hacienda,

que en otras tierras se dice

bienestar, y aquí opulencia,

en la feria de Berlanga

prendóse de una doncella,

y la tomó por mujer

al año de conocerla.

Muy ricas las bodas fueron,

y quien las vió las recuerda;

sonadas las tornabodas

que hizo Alvar en su aldea:

[Pg 190] hubo gaitas, tamboriles,

flauta, bandurria y vihuela,

fuegos a la valenciana

y danza a la aragonesa.


[Pg 191]

II

Feliz vivió Alvargonzález

en el amor de su tierra.

Naciéronle tres varones,

que en el campo son riqueza,

y, ya crecidos, los puso,

uno a cultivar la huerta,

otro a cuidar los merinos,

y dió el menor a la Iglesia.


[Pg 193]

III

Mucha sangre de Caín

tiene la gente labriega,

y en el hogar campesino

armó la envidia pelea.

Casáronse los mayores;

tuvo Alvargonzález nueras,

que le trujeron cizaña

antes que nietos le dieran.

La codicia de los campos

ve tras la muerte la herencia;

no goza de lo que tiene,

por ansia de lo que espera.

El menor, que a los latines

prefería las doncellas

hermosas, y no gustaba

de vestir por la cabeza,

[Pg 194] colgó la sotana un día

y partió a lejanas tierras.

La madre lloró, y el padre

dióle bendición y herencia.


[Pg 195]

IV

Alvargonzález ya tiene

la adusta frente arrugada;

por la barba le platea

el bozo azul de la cara.

Una mañana de otoño

salió solo de su casa;

no llevaba sus lebreles,

agudos canes de caza.

Iba triste y pensativo

por la alameda dorada;

anduvo largo camino,

y llegó a una fuente clara.

Echóse en la tierra; puso

sobre una piedra la manta,

y a la vera de la fuente

durmió al arrullo del agua.


[Pg 197]

EL SUEÑO


[Pg 199]

I

Y Alvargonzález veía,

como Jacob, una escala

que iba de la tierra al cielo,

y oyó una voz que le hablaba.

Mas las hadas hilanderas,

entre las guedijas blancas

y vellones de oro, han puesto

un mechón de negra lana.


[Pg 201]

II

Tres niños están jugando

a la puerta de su casa;

entre los mayores brinca

un cuervo de negras alas.

La mujer vigila, cose,

y a ratos sonríe y canta.

—Hijos, ¿qué hacéis?—les pregunta.

Ellos se miran y callan.

—Subid al monte, hijos míos,

y antes que la noche caiga,

con un brazado de estepas

hacedme una buena llama.


[Pg 203]

III

Sobre el lar de Alvargonzález

está la leña apilada;

el mayor quiere encenderla,

pero no brota la llama.

—Padre, la hoguera no prende;

está la estepa mojada.

Su hermano viene a ayudarle,

y arroja astillas y ramas

sobre los troncos de roble;

pero el rescoldo se apaga.

Acude el menor, y enciende

bajo la negra campana

de la cocina, una hoguera

que alumbra toda la casa.


[Pg 205]

IV

Alvargonzález levanta

en brazos al más pequeño,

y en sus rodillas lo sienta.

—Tus manos hacen el fuego...

Aunque el último naciste,

tú eres en mi amor primero.

Los dos mayores se alejan

por los rincones del sueño.

Entre los dos fugitivos

reluce un hacha de hierro.


[Pg 207]

AQUELLA TARDE...


[Pg 209]

I

Sobre los campos desnudos,

la Luna llena, manchada

de un arrebol purpurino,

enorme globo, asomaba.

Los hijos de Alvargonzález

silenciosos caminaban,

y han visto al padre dormido

junto de la fuente clara.


[Pg 211]

II

Tiene el padre entre las cejas

un ceño que le aborrasca

el rostro, un tachón sombrío

como la huella de un hacha.

Soñando está con sus hijos,

que sus hijos lo apuñalan;

y cuando despierta, mira

que es cierto lo que soñaba.


[Pg 213]

III

A la vera de la fuente

quedó Alvargonzález muerto.

Tiene cuatro puñaladas

entre el costado y el pecho,

por donde la sangre brota,

más un hachazo en el cuello.

Cuenta la hazaña del campo

el agua clara corriendo,

mientras los dos asesinos

huyen hacia los hayedos.

Hasta la Laguna Negra,

bajo las fuentes del Duero,

llevan el muerto, dejando

detrás un rastro sangriento;

y en la laguna sin fondo,

que guarda bien los secretos,

con una piedra amarrada

a los pies, tumba le dieron.


[Pg 215]

IV

Se encontró junto a la fuente

la manta de Alvargonzález,

y camino del hayedo

se vió un reguero de sangre.

Nadie de la aldea ha osado

a la laguna acercarse,

y el sondarla inútil fuera,

que es la laguna insondable.

Un buhonero que cruzaba

aquellas tierras errante,

fué en Dauria acusado, preso,

y muerto en garrote infame.


[Pg 217]

V

Pasados algunos meses,

la madre murió de pena.

Los que muerta la encontraron,

dicen que las manos yertas

sobre su rostro tenía,

oculto el rostro con ellas.


[Pg 219]

VI

Los hijos de Alvargonzález

ya tienen majada y huerta,

campos de trigo y centeno

y prados de fina hierba;

en el olmo viejo, hendido

por el rayo, la colmena,

dos yuntas para el arado,

un mastín y cien ovejas.


[Pg 221]

OTROS DÍAS


[Pg 223]

I

Ya están las zarzas floridas,

y los ciruelos blanquean;

ya las abejas doradas

liban para sus colmenas,

y en los nidos, que coronan

las torres de las iglesias,

asoman los garabatos

ganchudos de las cigüeñas.

Ya los olmos del camino

y chopos de las riberas

de los arroyos que buscan

al padre Duero, verdean.

El cielo está azul; los montes

sin nieve son de violeta.

La tierra de Alvargonzález

se colmará de riqueza;

muerto está quien la ha labrado,

mas no le cubre la tierra.


[Pg 225]

II

La hermosa tierra de España,

adusta, fina y guerrera,

Castilla de largos ríos,

tiene un puñado de sierras

entre Soria y Burgos como

reductos de fortaleza,

como yelmos crestonados,

y Urbión es una cimera.


[Pg 227]

III

Los hijos de Alvargonzález,

por una empinada senda,

para tomar el camino

de Salduero a Covaleda,

cabalgan en pardas mulas,

bajo el pinar de Vinuesa.

Van en busca de ganado

con que volver a su aldea,

y por tierra de pinares

larga jornada comienzan.

Van Duero arriba, dejando

atrás los arcos de piedra

del puente y el caserío

de la ociosa y opulenta

villa de indianos. El río,

al fondo del valle, suena,

y de las cabalgaduras

los cascos baten las piedras.

[Pg 228] A la otra orilla del Duero

canta una voz lastimera:

“La tierra de Alvargonzález

se colmará de riqueza,

y el que la tierra ha labrado

no duerme bajo la tierra.”


[Pg 229]

IV

Llegados son a un paraje

en donde el pinar se espesa,

y el mayor, que abre la marcha,

su parda mula espolea,

diciendo:—Démonos prisa,

porque son más de dos leguas

de pinar, y hay que apurarlas

antes que la noche venga.

Dos hijos del campo, hechos

a quebradas y asperezas,

porque recuerdan un día,

la tarde en el monte tiemblan.

Allá en lo espeso del bosque

otra vez la copla suena:

[Pg 230] “La tierra de Alvargonzález

se colmará de riqueza,

y el que la tierra ha labrado

no duerme bajo la tierra.”


[Pg 231]

V

Desde Salduero el camino

va al hilo de la ribera;

a ambas márgenes del río

el pinar crece y se eleva,

y las rocas se aborrascan,

al par que el valle se estrecha.

Los fuertes pinos del bosque,

con sus copas gigantescas

y sus desnudas raíces

amarradas a las piedras;

los de troncos plateados,

cuyas frondas azulean,

pinos jóvenes; los viejos,

cubiertos de blanca lepra,

musgos y líquenes canos,

que el grueso tronco rodean,

colman el valle y se pierden

rebasando ambas laderas.

[Pg 232] Juan, el mayor, dice:—Hermano,

si Blas Antonio apacienta

cerca de Urbión su vacada,

largo camino nos queda.

—Cuanto hacia Urbión alarguemos,

se puede acortar de vuelta

tomando por el atajo,

hacia la Laguna Negra,

y bajando por el puerto

de Santa Inés a Vinuesa.

—Mala tierra y peor camino.

Te juro que no quisiera

verlos otra vez. Cerremos

los tratos en Covaleda,

hagamos noche, y, al alba,

volvámonos a la aldea

por este valle: que, a veces,

quien piensa atajar, rodea.

Cerca del río cabalgan

los hermanos, y contemplan

cómo el bosque centenario,

al par que avanzan, aumenta,

y los peñascos del monte

el horizonte les cierran.

El agua, que va saltando,

parece que canta o cuenta:

[Pg 233] “La tierra de Alvargonzález

se colmará de riqueza,

y el que la tierra ha labrado

no duerme bajo la tierra.”


[Pg 235]

CASTIGO


[Pg 237]

I

Aunque la codicia tiene

redil que encierre la oveja,

trojes que guardan el trigo,

bolsas para la moneda,

y garras, no tiene manos

que sepan labrar la tierra.

Así a un año de abundancia

siguió un año de pobreza.


[Pg 239]

II

En los sembrados crecieron

las amapolas sangrientas;

pudrió el tizón las espigas

de trigales y de avenas;

hielos tardíos mataron

en flor la fruta en la huerta,

y una mala hechicería

hizo enfermar las ovejas.

A los dos Alvargonzález

maldijo Dios en sus tierras,

y al año pobre siguieron

luengos años de miseria.


[Pg 241]

III

Es una noche de invierno.

Cae la nieve en remolinos.

Los Alvargonzález velan

un fuego casi extinguido.

El pensamiento amarrado

tienen a un recuerdo mismo,

y en las ascuas mortecinas

del hogar los ojos fijos.

No tienen leña ni sueño.

Larga es la noche, y el frío

mucho. Un candilejo humea

en el muro ennegrecido.

El aire agita la llama,

que pone un fulgor rojizo

sobre entrambas pensativas

testas de los asesinos.

El mayor de Alvargonzález,

[Pg 242] lanzando un ronco suspiro,

rompe el silencio, exclamando:

—Hermano, ¡qué mal hicimos!

El viento la puerta bate,

hace temblar el postigo,

y suena en la chimenea

con hueco y largo bramido.

Después el silencio vuelve,

y a intervalos el pabilo

del candil chisporrotea

en el aire aterecido.

El segundón dijo:—¡Hermano,

demos lo viejo al olvido!


[Pg 243]

EL VIAJERO


[Pg 245]

I

Es una noche de invierno.

Azota el viento las ramas

de los álamos. La nieve

ha puesto la tierra blanca.

Bajo la nevada, un hombre

por el camino cabalga;

va cubierto hasta los ojos,

embozado en luenga capa.

Entrado en la aldea, busca

de Alvargonzález la casa,

y ante su puerta llegado,

sin echar pie a tierra, llama.


[Pg 247]

II

Los dos hermanos oyeron

una aldabada a la puerta,

y de una cabalgadura

los cascos sobre las piedras.

Ambos los ojos alzaron,

llenos de espanto y sorpresa.

—¿Quién es? ¡Responda!—gritaron.

—¡Miguel!—respondieron fuera.

Era la voz del viajero

que partió a lejanas tierras.


[Pg 249]

III

Abierto el portón, entróse

a caballo el caballero

y echó pie a tierra. Venía

todo de nieve cubierto.

En brazos de sus hermanos

lloró algún rato en silencio.

Después, dió el caballo al uno,

al otro capa y sombrero,

y en la estancia campesina

buscó el arrimo del fuego.


[Pg 251]

IV

El menor de los hermanos,

que, niño y aventurero,

fué más allá de los mares

y hoy torna indiano opulento,

vestía con negro traje

de peludo terciopelo,

ajustado a la cintura

por ancho cinto de cuero.

Gruesa cadena formaba

un bucle de oro en su pecho.

Era un hombre alto y robusto,

con ojos grandes y negros

llenos de melancolía;

la tez de color moreno,

y sobre la frente comba

enmarañados cabellos.

El hijo que saca porte

señor de padre labriego,

[Pg 252] y a quien fortuna le debe

amor, poder y dinero.

De los tres Alvargonzález

era Miguel el más bello;

porque al mayor afeaba

el muy poblado entrecejo

bajo la frente mezquina,

y al segundo, los inquietos

ojos, que mirar no saben

de frente, torvos y fieros.


[Pg 253]

V

Los tres hermanos contemplan

el triste hogar en silencio,

y con la noche cerrada

arrecia el frío y el viento.

—Hermanos, ¿no tenéis leña?—

dice Miguel.

—No tenemos—

responde el mayor.

Un hombre

milagrosamente ha abierto

la gruesa puerta, cerrada

con doble barra de hierro.

[Pg 254] El hombre que ha entrado tiene

el rostro del padre muerto.

Un halo de luz dorada

orla sus blancos cabellos.

Lleva un haz de leña al hombro

y empuña un hacha de hierro.


[Pg 255]

EL INDIANO


[Pg 257]

I

De aquellos campos malditos,

Miguel a sus dos hermanos

compró una parte: que mucho

caudal de América trajo,

y aun en tierra mala, el oro

luce mejor que enterrado,

y más en mano de pobres

que oculto en orza de barro.

Dióse a trabajar la tierra

con fe y tesón el indiano,

y a laborar los mayores

sus pegujales tornaron.

Ya con macizas espigas,

preñadas de rubios granos,

[Pg 258] a los campos de Miguel

tornó el fecundo verano;

y ya de aldea en aldea

se cuenta como milagro

que los asesinos tienen

la maldición en sus campos.

Ya el pueblo canta una copla

que narra el crimen pasado:

“A la orilla de la fuente

lo asesinaron.

¡Qué mala muerte le dieron

los hijos malos!

En la laguna sin fondo

al padre muerto arrojaron.

No duerme bajo la tierra

el que la tierra ha labrado.”


[Pg 259]

II

Miguel, con sus dos lebreles

y armado de su escopeta,

hacia el azul de los montes,

en una tarde serena,

caminaba entre los verdes

chopos de la carretera,

y oyó una voz que cantaba:

“No tiene tumba en la tierra.

Entre los pinos del valle

del Revinuesa,

al padre muerto llevaron

hasta la Laguna Negra.”


[Pg 261]

LA CASA


[Pg 263]

I

La casa de Alvargonzález

era una casona vieja

con cuatro estrechas ventanas,

separada de la aldea

cien pasos, y entre dos olmos

que, gigantes centinelas,

sombra le dan en verano,

y en el otoño, hojas secas.

Es casa de labradores,

gente, aunque rica, plebeya,

donde el hogar humeante,

con sus escaños de piedra,

se ve sin entrar, si tiene

abierta al campo la puerta.

[Pg 264] Al arrimo del rescoldo

del hogar borbollonean

dos pucherillos de barro

que a dos familias sustentan.

A diestra mano la cuadra

y el corral, a la siniestra

huerto y abejar, y al fondo

una gastada escalera

que va a las habitaciones,

partidas en dos viviendas.

Los Alvargonzález moran

con sus mujeres en ellas.

A ambas parejas, que hubieron,

sin que lograrse pudieran,

dos hijos, sobrado espacio

les da la casa paterna.

En una estancia que tiene

luz al huerto, hay una mesa

con gruesa tabla de roble,

dos sillones de vaqueta,

colgado en el muro un negro

ábaco de enormes cuentas,

[Pg 265] y unas espuelas mohosas

sobre un arcón de madera.

Era una estancia olvidada,

donde hoy Miguel se aposenta.

Y era allí donde los padres

veían en primavera

el huerto en flor, y en el cielo

de Mayo, azul, la cigüeña

—cuando las rosas se abren

y los zarzales blanquean,—

que enseñaba a sus hijuelos

a usar de las alas lentas.

Y en las noches del verano,

cuando la calor desvela,

desde la ventana, al dulce

ruiseñor cantar oyeran.

Fué allí donde Alvargonzález,

del orgullo de su huerta

y del amor de los suyos,

sacó sueños de grandeza.

Cuando en brazos de la madre

vió la figura risueña

[Pg 266] del primer hijo, bruñida

de rubio sol la cabeza,

del niño que levantaba

las codiciosas, pequeñas

manos a las rojas guindas

y a las moradas ciruelas,

aquella tarde de otoño,

dorada, plácida y buena,

él pensó que ser podría

feliz el hombre en la Tierra.

Hoy canta el pueblo una copla

que va de aldea en aldea:

“¡Oh casa de Alvargonzález,

qué malos días te esperan!

¡Casa de los asesinos,

que nadie llame a tu puerta!”


[Pg 267]

II

Es una tarde de otoño.

En la alameda dorada

no quedan ya ruiseñores;

enmudeció la cigarra.

Las últimas golondrinas,

que no emprendieron la marcha,

morirán, y las cigüeñas,

de sus nidos de retamas,

de torres y campanarios,

huyeron.

Sobre la casa

de Alvargonzález, los olmos

sus hojas, que el viento arranca,

van dejando. Todavía

las tres redondas acacias,

[Pg 268] frente al atrio de la iglesia,

conservan verdes sus ramas,

y las castañas de Indias

a intervalos se desgajan

cubiertas de sus erizos;

tiene el rosal rosas grana

otra vez, y en las praderas

brilla la alegre otoñada.

En laderas y en alcores,

en ribazos y cañadas,

el verde nuevo y la hierba

aún del estío quemada

alternan; los serrijones

pelados, las lomas calvas,

se coronan de plomizas

nubes apelotonadas;

y bajo el pinar gigante,

entre las marchitas zarzas

y amarillentos helechos,

corren las crecidas aguas

a engrosar el padre río

por canchales y barrancas.

Abunda en la tierra un gris

de plomo y azul de plata,

[Pg 269] con manchas de roja herrumbre,

todo envuelto en luz violada.

¡Oh tierras de Alvargonzález,

en el corazón de España;

tierras pobres, tierras tristes,

tan tristes que tienen alma!

Páramos que cruza el lobo

aullando, a la luna clara,

de bosque a bosque; baldíos

llenos de peñas rodadas,

donde, roída de buitres,

brilla una osamenta blanca;

pobres campos solitarios,

sin caminos ni posadas;

¡oh pobres campos malditos,

pobres campos de mi patria!


[Pg 271]

LA TIERRA


[Pg 273]

I

Una mañana de otoño,

cuando la tierra se labra,

Juan y el indiano aparejan

las dos yuntas de la casa.

Martín se quedó en el huerto

arrancando hierbas malas.


[Pg 275]

II

Una mañana de otoño,

cuando los campos se aran,

sobre un otero, que tiene

el cielo de la mañana

por fondo, la parda yunta

de Juan lentamente avanza.

Cardos, lampazos y abrojos,

avena loca y cizaña

llenan la tierra maldita,

tenaz a pico y escarda.

Del corvo arado de roble

la hundida reja trabaja

con vano esfuerzo; parece

que al par que hiende la entraña

[Pg 276] del campo y hace camino,

se cierra otra vez la zanja.

“Cuando el asesino labre,

será su labor pesada;

antes que un surco en la tierra,

tendrá una arruga en su cara.”


[Pg 277]

III

Martín, que estaba en la huerta

cavando, sobre su azada

quedó apoyado un momento;

frío sudor le bañaba

el rostro.

Por el Oriente

la Luna llena, manchada

de un arrebol purpurino,

lucía tras de la tapia

del huerto.

Miguel tenía

la sangre de horror helada.

La azada que hundió en la tierra,

teñida de sangre estaba.


[Pg 279]

IV

En la tierra en que ha nacido

supo afincar el indiano;

por mujer a una doncella

rica y hermosa ha tomado.

La hacienda de Alvargonzález

ya es suya, que sus hermanos

todo le vendieron: casa,

huerto, colmenar y campo.


[Pg 281]

LOS ASESINOS


[Pg 283]

I

Juan y Martín, los mayores

de Alvargonzález, un día

pesada marcha emprendieron,

con el alba, Duero arriba.

La estrella de la mañana

en el alto azul ardía.

Se iba tiñendo de rosa

la espesa y blanca neblina

de los valles y barrancos,

y algunas nubes plomizas

a Urbión, donde el Duero nace,

como un turbante ponían.

Se acercaban a la fuente.

El agua clara corría

[Pg 284] sonando cual si contara

una vieja historia dicha

mil veces, y que tuviera

mil veces que repetirla.

Agua que corre en el campo

dice en su monotonía:

“Yo sé el crimen. ¿No es un crimen,

cerca del agua, la vida?”

Al pasar los dos hermanos

relataba el agua limpia:

“A la vera de la fuente

Alvargonzález dormía.”


[Pg 285]

II

—Anoche, cuando volvía

a casa—Juan a su hermano

dijo—, a la luz de la Luna,

era la huerta un milagro.

Lejos, entre los rosales,

divisé un hombre inclinado

hacia la tierra; brillaba

la hoz de plata en su mano.

Después irguióse y, volviendo

el rostro, dió algunos pasos

por el huerto, sin mirarme,

y a poco lo vi encorvado

otra vez sobre la tierra.

Tenía el cabello blanco.

La Luna llena brillaba,

y era la huerta un milagro.


[Pg 287]

III

Pasado habían el puerto

de Santa Inés, ya mediada

la tarde, una tarde triste

de Noviembre, fría y parda.

Hacia la Laguna Negra

silenciosos caminaban.


[Pg 289]

IV

Cuando la tarde caía,

entre las vetustas hayas

y los pinos centenarios,

un rojo sol se filtraba.

Era un paraje de bosque

y peñas aborrascadas;

aquí bocas que bostezan

o monstruos de fieras garras;

allí una informe joroba,

allá una grotesca panza;

torvos hocicos de fieras

y dentaduras melladas;

rocas y rocas, y troncos

y troncos, ramas y ramas.

En el hondón del barranco

la noche, el miedo y el agua.


[Pg 291]

V

Un lobo surgió; sus ojos

lucían como dos ascuas.

Era la noche, una noche

húmeda, obscura y cerrada.

Los dos hermanos quisieron

volver. La selva ululaba.

Cien ojos fieros ardían

en la selva, a sus espaldas.


[Pg 293]

VI

Llegaron los asesinos

hasta la Laguna Negra;

agua transparente y muda,

que enorme muro de piedra,

donde los buitres anidan

y el eco duerme, rodea;

agua clara donde beben

las águilas de la sierra,

donde el jabalí del monte

y el ciervo y el corzo abrevan;

agua pura y silenciosa,

que copia cosas eternas;

agua impasible, que guarda

en su seno las estrellas.

—¡Padre!—gritaron; al fondo

de la laguna serena

cayeron, y el eco, “¡Padre!”

repitió de peña en peña.


[Pg 295]

PROVERBIOS Y CANTARES


[Pg 297]

[PROVERBIOS Y CANTARES]

I

¿Para qué llamar caminos

a los surcos del azar?...

Todo el que camina, anda

como Jesús sobre el mar.

II

A quien nos justifica nuestra desconfianza

llamamos enemigo, ladrón de una esperanza.

Jamás perdona el necio si ve la nuez vacía

que dió a cascar al diente de la sabiduría.

[Pg 298]

III

¡Ojos que a la luz se abrieron

un día, para, después,

ciegos tornar a la tierra,

hartos de mirar sin ver!

IV

Es el mejor de los buenos

quien sabe que en esta vida

todo es cuestión de medida:

un poco más, algo menos...

V

Ayer soñé que veía

a Dios y que a Dios hablaba;

y soñé que Dios me oía...

Después soñé que soñaba.

[Pg 299]

VI

Luz del alma, luz divina,

faro, antorcha, estrella, sol...

Un hombre a tientas camina;

lleva a la espalda un farol.

VII

Todo hombre tiene dos

batallas que pelear:

en sueños lucha con Dios,

y despierto, con el mar.

VIII

Moneda que está en la mano

quizás se deba guardar;

pero lo que está en el alma,

se pierde si no se da.

[Pg 300]

IX

¿Dices que nada se pierde?

Si esta copa de cristal

se me rompe, nunca en ella

beberé, nunca jamás.

X

Dices que nada se pierde,

y acaso dices verdad;

pero todo lo perdemos,

y todo nos perderá.

XI

Todo pasa y todo queda;

pero lo nuestro es pasar,

pasar haciendo caminos,

caminos sobre la mar.

[Pg 301]

XII

Anoche soñé que oía

a Dios gritándome: “¡Alerta!”

Luego era Dios quien dormía,

y yo gritaba: “¡Despierta!”

XIII

Dios no es el mar, está en el mar; riela

como luna en el agua, o aparece

como una blanca vela;

en el mar se despierta o se adormece.

Creó la mar, y nace

de la mar cual la nube y la tormenta;

es el Creador, y la criatura lo hace;

su aliento es alma, y por el alma alienta.

Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste,

y para darte el alma que me diste,

en mí te he de crear. Que el puro río

de caridad que fluye eternamente,

fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío,

de una fe sin amor la turbia fuente!

[Pg 302]

XIV

El demonio de mis sueños

ríe con sus labios rojos,

sus negros y vivos ojos,

sus dientes finos, pequeños.

Y, jovial y picaresco,

se lanza a un baile grotesco,

luciendo el cuerpo deforme

y su enorme

joroba. Es feo y barbudo

y chiquitín y panzudo.

Yo no sé por qué razón,

de mi tragedia, bufón,

te ríes... Mas tú eres vivo

por tu danzar sin motivo.


[Pg 303]

VIAJE

A D. Julio Cejador.

Ya en los campos de Jaén,

amanece. Corre el tren

por sus brillantes rieles,

devorando matorrales,

alcaceles,

terraplenes, pedregales,

olivares, caseríos,

praderas y cardizales,

montes y valles sombríos.

Tras la turbia ventanilla,

pasa la devanadera

del campo de primavera.

La luz en el techo brilla

de mi vagón de tercera.

[Pg 304] Entre nubarrones blancos,

oro y grana,

la niebla de la mañana

va huyendo por los barrancos.

¡Este insomne sueño mío!

¡Este frío

de un amanecer en vela!...

Resonante,

jadeante,

marcha el tren. El campo vuela.

Enfrente de mí, un señor

sobre su manta dormido;

un fraile y un cazador,

el perro a sus pies tendido.

Yo contemplo mi equipaje,

mi viejo saco de cuero,

y recuerdo otro viaje

hacia las tierras del Duero.

Otro viaje de ayer

por la tierra castellana...

[Pg 305] ¡Pinos del amanecer,

entre Almazán y Quintana!...

¡Y alegría

de un viajar en compañía!

¡Y la unión

que ha roto la muerte un día!

¡Mano fría

que aprietas mi corazón!

Tren, camina, silba, humea;

acarrea

tu ejército de vagones;

ajetrea

maletas y corazones.

Soledad,

sequedad.

Tan pobre me estoy quedando,

que ya ni siquiera estoy

conmigo, ni sé si voy

conmigo a solas viajando.


[Pg 307]

MARIPOSA DE LA SIERRA

¿No eres tú, mariposa,

el alma de estas sierras solitarias,

de sus barrancos hondos

y de sus cumbres bravas?

Para que tú nacieras,

con su varita mágica

a las tormentas de la piedra un día

mandó callar un hada,

y encadenó los montes

para que tú volaras.

¡Anaranjada y negra,

morenita y dorada,

mariposa montés, sobre el romero

plegadas las alillas, o, voltarias,

jugando con el sol, o sobre un rayo

de sol crucificadas!...

[Pg 308] ¡Mariposa montés y campesina,

mariposa serrana,

nadie ha pintado tu color; tú vives,

tu color y tus alas,

en el aire, en el sol, sobre el romero,

tan libre, tan salada!...

Que Juan Ramón Jiménez

pulse por ti su lira franciscana.

Sierra de Cazorla, Mayo de 1915.


[Pg 309]

LAS ENCINAS

A los señores de Masriera,
en recuerdo de una expedición al Pardo.

Encinares castellanos

en alcores y altozanos,

serrijones y colinas

llenos de obscura maleza;

encinas, pardas encinas

—humildad y fortaleza,—

mientras que llenándoos va

el hacha de calvijares,

¿nadie cantaros sabrá,

encinares?

El roble es la guerra; el roble

dice el valor y el coraje,

rabia inmoble,

con su torcido ramaje;

y es más rudo

[Pg 310] que la encina y más nervudo;

el alto roble parece

que recalca y ennudece

su robustez como atleta

que, erguido, afinca en el suelo.

El pino es el mar y el cielo

y la montaña: el planeta.

La palmera es el desierto,

el sol y la lejanía:

la sed, una fuente fría

soñada en el campo muerto.

Las hayas son la leyenda.

Alguien en las viejas hayas

leía una historia horrenda

de crímenes y batallas.

¿Quién ha visto, sin temblar,

un hayedo en un pinar?

Los chopos son la ribera;

liras de la primavera,

cerca del agua que fluye,

pasa y huye

viva o lenta,

que se emboca, turbulenta,

o en remanso se dilata;

en su eterno escalofrío

copian el agua del río,

que fluye en ondas de plata.

De los parques las olmedas

[Pg 311] son las buenas arboledas

que nos han visto jugar

cuando eran nuestros cabellos

rubios, y con nieve en ellos

nos han de ver meditar.

Tiene el manzano el rubor

de su poma;

el eucalipto el aroma

de sus hojas; de su flor

el naranjo la fragancia;

y es del huerto

la elegancia

el ciprés obscuro y yerto.

¿Qué tienes tú, negra encina

campesina,

con tus ramas sin color

en el campo sin verdor,

con tu tronco ceniciento

sin esbeltez ni altiveza,

con tu vigor sin tormento

y tu humildad, que es firmeza?

En tu copa ancha y redonda

nada brilla:

ni tu verde obscura fronda,

ni tu flor verdiamarilla.

Nada es lindo ni arrogante

en tu porte, ni guerrero,

nada fiero

[Pg 312] que aderece su talante.

Brotas derecha o torcida,

con esa bondad que cede

sólo a la ley de la vida,

que es vivir como se puede.

El campo mismo se hizo

árbol en ti, parda encina.

Ya contra el hielo invernizo,

o bajo el sol que calcina,

y el bochorno y la borrasca,

el Agosto y el Enero,

los copos de la nevasca,

los hilos del aguacero,

siempre firme, siempre igual,

dócil, impasible y buena,

¡oh tú, robusta y serena,

oh casta encina rural!

¡Oh los negros encinares

de la raya aragonesa

y las crestas militares

de la tierra pamplonesa!

¡Encinas de Extremadura,

de Castilla, que hizo a España;

encinas de la llanura,

del cerro y de la montaña;

encinas del alto llano

que el joven Duero rodea,

y del Tajo, que serpea

[Pg 313] por el suelo toledano!

¡Encinas de junto al mar,

en Santander; encinar

que pones tu nota arisca,

como un castellano ceño,

en Córdoba la morisca;

y tú, encinar madrileño,

tan hermoso y tan sombrío,

bajo el Guadarrama frío,

con tu adustez castellana

corrigiendo

la vanidad y el atuendo

y la hetiquez cortesana!...

Ya sé, encinas

campesinas,

que os pintaron, con lebreles

elegantes y corceles,

los más egregios pinceles;

que os cantaron los poetas

augustales;

que os asordan escopetas

de cazadores reäles;

mas sois el campo y el lar

y la sombra tutelar

de los buenos aldeanos

que visten parda estameña

y que cortan vuestra leña

con sus manos.


[Pg 315]

RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla

y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido

—ya conocéis mi torpe aliño indumentario;—

mas recibí la flecha que me asignó Cupido,

y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina;

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

[Pg 316] Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética,

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la Luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico, o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso como deja el capitán su espada,

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo

—quien habla solo, espera hablar a Dios un día;—

mi soliloquio es plática con este buen amigo

que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo; con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

[Pg 317] Y cuando llegue el día del último vïaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.


[Pg 319]

A DON MIGUEL DE UNAMUNO

(POR SU LIBRO “VIDA DE DON QUIJOTE Y SANCHO”)

Este donquijotesco

Don Miguel de Unamuno, fuerte vasco,

lleva el arnés grotesco

y el irrisorio casco

del buen manchego. Don Miguel camina

jinete de quimérica montura,

metiendo espuela de oro a su locura,

sin miedo de la lengua que malsina.

A un pueblo de arrieros,

lechuzos y tahures y logreros

dicta lecciones de Caballería.

El alma desalmada de su raza,

que bajo el golpe de su férrea maza

aún duerme, puede que despierte un día.

Quiere enseñar el ceño de la duda,

antes de que cabalgue, al caballero;

[Pg 320] cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda

cerca del corazón la hoja de acero.

Tiene el aliento de una estirpe fuerte

que soñó más allá de sus hogares,

y que el oro buscó tras de los mares.

Él señala la gloria tras la muerte.

Quiere ser fundador, y dice: “Creo;

Dios, y adelante el ánima española...”

Y es tan bueno y mejor que fué Loyola:

sabe a Jesús y escupe al fariseo.

1905


[Pg 321]

A DON FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS

Como se fué el maestro, la luz de esta mañana

me dijo:—Van tres días

que mi hermano Francisco no trabaja.

¿Murió?—Sólo sabemos

que se nos fué por una senda clara

diciéndonos: “Hacedme

un duelo de labores y esperanzas.

Sed buenos y no más; sed lo que he sido

entre vosotros: alma.

Vivid; la vida sigue;

los muertos mueren y las sombras pasan.

Lleva quien deja y vive el que ha vivido.

Yunques, sonad; enmudeced, campanas.”

Y hacia otra luz más pura

partió el hermano de la luz del alba,

el sol de los talleres,

el viejo alegre de la vida santa.

¡Oh, sí; llevad, amigos,

[Pg 322] su cuerpo a la montaña,

a los azules montes

del ancho Guadarrama!

Allí hay barrancos hondos

de pinos verdes donde el viento canta.

Su corazón repose

bajo una encina casta,

en tierra de tomillos, donde juegan

mariposas doradas.

Allí el maestro, un día,

soñaba un nuevo florecer de España.


[Pg 323]

ÍNDICE

Págs.
Prólogo 7
SOLEDADES
SOLEDADES, GALERÍAS Y OTROS POEMAS
Prólogo 15
El viajero 17
La plaza y los naranjos encendidos 21
En el entierro de un amigo 23
Recuerdo infantil 25
Yo voy soñando caminos 27
Hacia un ocaso radiante 29
Cante hondo 33
La calle en sombra 35
El poeta 37
Verdes jardinillos 41
Del camino 43
Galerías 55
Introducción 57
Sueño infantil 67
Campo 97
[Pg 324] Los sueños 99
Renacimiento 101
CANCIONES.—HUMORADAS
Abril florecía 109
De la vida 113
La noria 117
El cadalso 121
Las moscas 123
Elegía de un madrigal 127
Acaso... 129
Jardín 131
A un naranjo y a un limonero vistos en una tienda de plantas y flores 133
Hastío 135
Nevermore 137
De la vida 141
Sol de invierno 143
A un viejo y distinguido señor 145
CAMPOS DE CASTILLA
Prólogo 149
A orillas del Duero 153
Por tierras de España 157
El hospicio 159
Amanecer de otoño 161
Noche de verano 163
Pascua de Resurrección 165
Campos de Soria 167
A un olmo seco 185
[Pg 325] LA TIERRA DE ALVARGONZÁLEZ
Siendo mozo Alvargonzález 189
Feliz vivió Alvargonzález 191
Mucha sangre de Caín 193
Alvargonzález ya tiene 195
El sueño 197
Aquella tarde... 207
Otros días 221
Castigo 235
El viajero 243
El indiano 255
La casa 261
La tierra 271
Los asesinos 281
PROVERBIOS Y CANTARES 295
Viaje 303
Mariposa de la sierra 307
Las encinas 309
Retrato 315
A Don Miguel de Unamuno 319
A Don Francisco Giner de los Ríos 321

Nota de transcripción