The Project Gutenberg eBook of Tragicomedia de Lisandro y Roselia

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Title : Tragicomedia de Lisandro y Roselia

Author : active 1542 Sancho de Muñón

Editor : marqués de la Feliciano Ramírez de Arellano Fuensanta del Valle

José León Sancho Rayón

Release date : February 5, 2016 [eBook #51130]

Language : Spanish

Credits : Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box and the
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Nota de transcripción

Índice


Cubierta del libro

Tragicomedia de Lisandro y Roselia


[p. i]

COLECCION
DE
LIBROS ESPAÑOLES
RAROS Ó CURIOSOS.


TOMO TERCERO.


[p. iii]

TRAGICOMEDIA

DE

LISANDRO Y ROSELIA,

LLAMADA ELICIA ,

Y POR OTRO NOMBRE CUARTA OBRA
Y TERCERA CELESTINA.

Logotipo del editor

MADRID,
IMPRENTA Y ESTEREOTIPIA DE M. RIVADENEYRA,
calle del Duque de Osuna, núm. 3.


1872.


[p. v]

ADVERTENCIA PRELIMINAR.


A mediados del siglo XVI vió la pública luz en España una obra titulada La Tragi-comedia de Lisandro y Roselia , escrita en excelente prosa, con algunos muy escandidos versos, y cuya fábula estaba tan felizmente concebida como ejecutada; mas tales méritos no bastaron para salvarla del olvido en que hoy yace; que suele tambien la desdicha perseguir á los libros notables lo mismo que á los hombres esclarecidos, como si el ingenio y la fortuna difícilmente pudieran estrecharse la mano.

Esta produccion se ha hecho tan rara, que sólo tenemos noticia de dos ejemplares [1] , uno que conservaba en su [p. vi] selecta librería el Sr. D. Vicente Salvá, y otro del cual se sacó la esmerada copia que existe en la biblioteca del señor Estébanez Calderon, hoy del Ministerio de Fomento; de modo que el público en general está privado de conocer las bellezas de este libro, cuya escasez de ejemplares, no ménos que su mérito literario, nos ha movido á incluirle en nuestra coleccion. Publicóse sin nombre de autor, como tambien aconteció con la famosa tragi-comedia de Calixto y Melibéa , ó la Celestina ; pero, ménos afortunado que sus antecesores, cuyos nombres han llegado á saberse, con gloria para ellos, el autor de Lisandro y Roselia , á pesar del enigma acróstico con que termina su obra, permanece todavía ignorado.

[1] Despues de escrita la advertencia que precede al tomo anterior, ha llegado á nuestra noticia que ademas de los ejemplares allí citados, en la biblioteca que en la ciudad de Granada posee el Exmo. Sr. Duque de Gor, muy rica por cierto en obras de nuestra antigua literatura, existe tambien un ejemplar de los Comentarios de Francisco Verdugo.

El Sr. Salvá ocupóse con tenaz empeño en descifrar el encubierto nombre [p. vii] del autor, pero su trabajo fué completamente inútil; así como tambien el de otros varios que acometieron la misma empresa con igual resolucion, inclusos los que ahora dan á la pública luz esta obra inapreciable, esperando confiadamente que al fin y al cabo alguno tenga la suerte de revelarnos el nombre de quien ciertamente no merece seguir desconocido.

Tampoco consta por quién está impreso el libro, ni en qué punto; pero en esto somos más afortunados, porque podemos decir con seguridad el nombre del impresor, y en cuanto al punto en que debió imprimirse la obra, podemos tambien afirmarlo con tantos grados de probabilidad, que casi raya en evidencia.

El Sr. Colon y Colon, igualmente que D. Nicolás Antonio, la supone impresa en Madrid, teniendo en cuenta la circunstancia de estar fechadas en este punto las dos cartas de un amigo del autor, que ocupan el final del libro; pero esta suposicion carece de sólido fundamento y cae completamente por su base, con [p. viii] siderando que en la córte no hubo imprenta hasta el año de 1566 [2] , y que á mayor abundamiento, no se conserva noticia de que jamas imprimiese en ella Juan de Junta, que es indudablemente el impresor de la obra.

[2] El primer libro de que hasta hoy tenemos conocimiento se imprimiese en Madrid es la Relacion de la muerte y honras fúnebres del SS. Príncipe D. Cárlos, hijo de Felipe II , compuesto por el M. Juan Lopez de Hoyos, impreso por Pierres Cosiu, en 1568, en octavo; el mismo impresor, en union de Alonso Gomez, dieron á luz, en 1566, unas ordenanzas sobre el precio del pan, y en el siguiente año de 1567 el cuaderno de las Córtes de Madrid. El libro más antiguo de entretenimiento que produjera la tipografía madrileña es el titulado Arrestos de amor, que contiene pleitos y sentencias definitivas de amor, con comento , traducido del frances por Diego de Gracian, é impreso en 1569 por Alonso Gomez. Noticias que debemos á nuestro buen amigo y distinguido bibliófilo Sr. D. José María Escudero de la Peña.

Entre otras pruebas que pudiéramos aducir para demostrar la exactitud de nuestro aserto, parece la más sencilla y concluyente la que nos suministra el atento exámen de la misma hoja de la portada del libro. En efecto, á la vuelta de la portada se advierten unos caprichosos y bien trazados adornos, y entre ellos [p. ix] notó ya el Sr. La Barrera la existencia de una cifra ó monograma, que se compone de las letras J. A., primorosamente enlazadas.

Ahora bien, esta cifra es la que Juan de Junta usaba, como puede verse, entre otras muchas obras que imprimió, en el Tractatus Perutilis Martini de Frias, teologiæ in Salmanticensi academia professoris , Salamanca, 1550. En una edicion anterior de la misma obra, hecha tambien por el mismo Juan de Junta, pero en la cual no se expresa el lugar ó punto donde se verificaba la impresion usa igualmente como adorno en la portada la misma cenefa que en la edicion de Lisandro y Roselia .

Ademas nos consta positivamente que Juan de Junta imprimió primero en Búrgos, despues en Salamanca y Búrgos, y por último se estableció en Salamanca, dejando, segun parece, su imprenta de Búrgos á Felipe, su descendiente. Fundados, pues, en estas noticias incontestables, no vacilamos en afirmar que la tragi-comedia de Lisandro y Roselia se imprimió en la ciudad de Salamanca, en [p. x] donde es tambien muy probable que el autor la idease y escribiese.

Sólo nos resta añadir que viene á corroborar más y más nuestra conjetura la circunstancia, importante para el caso, de ser precisamente Salamanca el lugar de la escena en que ocurren los sucesos del drama que tan magistralmente el autor finge y pinta, y que ademas se muestra muy conocedor de las costumbres y localidades de aquella ilustre ciudad, tan concurrida á la sazon y áun mucho tiempo despues de ricos y galanteadores escolares, de bellísimas y aventureras damas, de Celestinas astutas y avarientas, y de no pocas tias fingidas de hermosas y complacientes sobrinas, que sin duda inspiraron al príncipe de los ingenios españoles la más picante de todas sus bien relatadas y admirables novelas.

F. del V. J. S. R.


[p. xi]

Ilustración: Portada original

¶ Tragicomedia de Lysandro y Roselia llamada Elicia y por otro nombre quarta obra y tercera Celestina. 1542.


[p. I]

CARTA DEL AUCTOR

EN QUE DIRIGE É INTITULA SU OBRA AL MUY MAGNÍFICO Y ILUSTRE SEÑOR DON DIEGO DE ACEVEDO Y FONSECA.


Necia querella es, Illustre Señor, los que componen escripturas de cualquier calidad que sean, intitularlas á señores y príncipes de sus tiempos, para darles auctoridad y favor con el nombre de aquellos á quien van dirigidas, conforme á lo que dice Píndaro, que en todas las cosas el principio ha de ser esmerado. Y como yo los años pasados tuviese vacacion de graves y penosos estudios, en que he gastado los tiempos de mi mocedad, buscando alguna recreacion de los trabajos pasados, compuse esta obrecilla que trata de amores, propia materia de mancebos. Cuando digo de amores no digo cosa torpe ni vergonzosa, sino la más excelente y divina que hay en la naturaleza, dejo los loores que del amor dice Platon en su Simposío, dejo lo que en la Theogonía escribe Hesiodo, que el amor es el más antiguo Dios entre todos los Dioses, dejo lo de Ovidio, que el amor tiene dominio universal, y reina sobre los Dioses y sobre los hombres, y dejo otras infinitas auctoridades que hablan en esta materia, porque sería nunca acabar. Sólo quiero decir que si á alguno pareciere no ser la obra digna de mi profesion y estudios, se acuerde que casi no hubo illustre escriptor que no comenzase por obras bajas, y de burlas y chufas, tomadas de enmedio de la hez popular. Y por dejar otras [p. II] que podria aquí decir, Homero, el más esclarecido poeta entre los griegos, las primeras obras que escribió para ejercitarse y ensayarse para las mayores fueron dos: la una La Pelea de los ratones contra las ranas , y la otra de un hombre llamado Margites, inhábil para todos los oficios de la vida, de las cuales, la primera dura hasta nuestros tiempos, de la otra, en el sexto de las Eticas Aristóteles, y Plutarco en los Morales , y otros auctores hacen mencion. Virgilio, asimesmo, el más excelente poeta entre los latinos, ¿quién no sabe, ántes que compusiese aquellas tres principales y divinas obras, haberse primero probado en la mocedad en aquella obrecilla que se llama Pulga , y en las Priapeyas , obra deshonesta y de torpes y ilícitos amores, y en otras niñerías que todos leen en los que se dicen parvos? Lo mesmo se lee de Lucano, esclarecido poeta, y de otros muchos auctores, así griegos como latinos, como de nuestra nacion, que dejo por no ser prolijo. Y así es que la órden en todas las cosas es comenzar por lo poco, y proceder, como dice Prician, á lo que es más. Y dice sabiamente Séneca que si se consideran bien todas las cosas naturales, hallaremos tener muy pequeños principios, despues el tiempo las engrandece y perficiona. De lo sobredicho parece que no se me debe á mí atribuir á culpa, si determinado de escrebir he comenzado por materias bajas y de pasatiempo, pues que, como en el primero de sus Oratorias Instituciones escribe Quintiliano, digno es de perdón el que yerra, si sigue grandes capitanes. Buscando, como dije, favor á esta obrecilla, acordé intitularla á vuestra merced, porque, lo que por sí no puede, alcance por la sublimidad y méritos de vuestra merced, persona de tan esclarecidos antepasados que libertaron y redimieron esta nuestra patria de graves exacciones y pechos, de condicion tan suave, apacible y angélica, que siendo casi el príncipe de su ciudad, es tan amoroso y humanísimo, has [p. III] ta con los más bajos, que más parece igual de todos, que no señor de todos, como lo es, y así todos le aman como á igual, y por otra parte le acatan y reverencian como á señor. Dejo el conocimiento de la lengua latina, la dignidad, disposicion y gracia de su persona, la liberalidad y otras preeminencias que en vuestra merced relucen, que, por ser á todos notorias, es á mí excusado de decirlas por menudo. Suplico humildemente á vuestra merced no mire el dón, sino la voluntad del dador; á nadie, como dice Plinio, fué atribuido á vicio sacrificar con lo poco que tuviese; yo al presente no me hallo con más precioso dón. Placerá á Nuestro Señor que adelante pueda servir á vuestra merced con escripturas de materia subida y digna de persona tan clara y valerosa como vuestra merced, cuya illustre persona y estado conserve Nuestro Señor, y aumente por muy largos años á su servicio.


[p. V]

PRÓLOGO

AL DISCRETO LECTOR.


Aquel tan afamado hijo de Driante, Licurgo, rey y legislador de los lacedemonios, por el demasiado amor de vino y torpe embriaguez que en muchos veia, se dice haber talado las viñas, pareciéndole ser éste bastante remedio para apartarles de aquel vicio. Mas en esta parte es reprendido de Plutarcho en el libro, De la manera que se ha de tener en leer y oir las ficciones poéticas , y á mi parecer no le falta razon, porque fuera muy mejor, si queria que los suyos se templasen, enseñarles á usar moderadamente del vino mezclándolo con agua, la cual, de tal manera quita en él lo que daña, que no acaba de consumir lo que aprovecha, ca, como dice Platon la potestad de un dios sobrio (que como él entien [p. VI] de es el agua) refrena la insania y fortaleza del furibundo dios Bacho, y en ellos fuera muy mayor virtud, de tal manera recibieran esta doctrina, que trayendo entre manos la ocasion de caer, supieran tener el medio sin faltar en el vicioso extremo. He traido esto, discreto y sabio lector, á propósito de una cuestion que mucho tiempo há dura entre los sabios así católicos como gentiles, en la leccion de las ficciones y cuentos fabulosos y poéticos, en cuál de las dos maneras que agora diré nos hayamos de haber. Unos son de opinion que á imitacion de lo que cuenta Homero de los compañeros de Ulíses, en mentando ficcion poética, tapemos las orejas con cera, y á gran furia pasemos adelante, como aquéllos hacian, por no oir el canto de las serenas. Otros aconsejan que de tal manera paremos en los fabulosos cuentos, que sepamos aprovecharnos de lo bueno á que ellos van enderezados, y desechar lo malo que muchas veces adrede los que las tales ficciones compusieron, mezclan con la doctrina filosófica que en ellas enseñan por con [p. VII] formarse con la calidad de las personas que introducen, como si introdujesen un mancebo vicioso que habla cosas en favor del deleite, ó un tirano en favor de la crueldad, ó un avaro en favor de la avaricia, no por esto hemos de entender que la intencion de aquel autor fué alabar aquellos vicios, sino que los quiso pintar con sus colores para que el de sano entendimiento se supiese guardar de ellos. Podria decir alguno, esa doctrina yo me la tomaré de los filósofos que hicieron libros de filosofía moral, y allá os avenid vos con vuestras ficciones de poetas. A esto está la respuesta muy fácil; primeramente, que los poetas no son sino filósofos, ni fué su intento tratar de otra cosa sino de filosofía y otras sciencias, mas porque vieron que la doctrina de la verdad no es muy suave de oir para muchos, quisiéronla envolver en fábulas, porque de mejor gana los lectores se aficionasen á percibir aquella doctrina amarga con el dulzor de la ficcion fabulosa. Ésta es la causa mesma y descuento que da Lucrecio en el cuarto de su Poética Philosophía. Quise (dice Lucre [p. VIII] cio) tratar de cosas grandes y oscuras, envolviéndolas en verso heroico y en el donaire y gracia de las Musas para hacellas más fáciles á aquellos que se entristecen en tratar cosas de véras por el poco uso que tienen de ellas, á imitacion de los médicos, que para hacer que los niños con ménos dificultad tomen el amargo zumo de los axenxos, les untan los labios con miel para que á vueltas de aquel dulzor beban la amargura de aquello que les ha de ser medicina. Ansí que á esta manera de enseñar se podrá aplicar y entender fácilmente lo que decia Philopono, poeta, de las carnes, aquéllas ser más sabrosas que no son carnes, y de los pescados aquéllos más dulces que no son pescados. Es, pues, dificultosa y amarga la doctrina de la verdad y virtud, la cual, junta con el dulzor de la fábula, es hecha más fácil, y ámanla más oir y conocer aquellos que, como decia Caton, tienen el sentido del paladar más vivo y agudo que no el del entendimiento. Estos tales es cosa de maravilla cuán atentos y obedientes discípulos son á oir fábulas así como las de Esopo, y otras ta [p. IX] les que son sacadas del tuétano de la philosophía moral, y que sin dubda viviria bienaventurado el que obrase lo que por ellas se concluye. Bien conocia esto Sócrates, del cual se lee que para persuadir lo que queria, era grande artífice de ficciones, y que tanto le parecieron bien las fábulas de Esopo, que las volvió en verso, y de esta manera se hallan usurpadas en poetas griegos y latinos. De una de dos maneras persuaden los philósophos y retóricos alguna doctrina, amonestando á buenas cosas, como escribe Aristóteles en el segundo libro de su Retórica: ó por argumentos y razones vivas, ó por exemplos. Dexados aparte los argumentos, los exemplos son en dos maneras, ó fingidos ó verdaderos; fingidos como los que ahora diré, porque el mesmo Aristóteles usa de ellos. Queriendo Esopo, frigio, persuadir á los de Samo, que no es bien desear nuevo señor puesto que sea tirano y usurpador de las haciendas de los pobres, porque al cabo éste en algun tiempo se hartará y dexarles ha algo con que pasen la miserable vida, mas el que de nuevo vi [p. X] niese acabarlos hia de asolar como viene de refresco, y á ellos los tomó sobre cansados, usa, pues, de semejante fábula: En tiempos de grandes calores, cayó la raposa en un tremedal, y sin poderse rebullir, en poco tiempo fué llena de moscas caninas; pasando por ahí el erizo, habiendo compasion, preguntóle si queria que se las quitase, respondió ella que no, diciendo que aquéllas, como ya estaban hartas de chupar su sangre, ya era muy poca la que le sacaban, y que si aquéllas le echaba vendrian otras muertas de hambre que le acabarian de beber toda la sangre que le quedaba. Así el señor que ya está enriquescido no daña tanto, mas si éste se alanza, sucede otro pobre en su lugar, que acaba de agotar lo que queda, y toda la república se destruye. Es, pues, grande la fuerza de la ficcion para persuadir, así como hace mucho más el color que sola la raya para que una imágen humana parezca más clara. La semejanza de la verdad mezclada con ficciones hace atónitos en alguna manera y engaña aquellos que la oyen. Dicen que la mandragora tiene tal [p. XI] virtud, que si nasce cerca de las vides hace que se ablande la fuerza que el vino habia de tener para embriagar, así la poesía toma de la philosophía la doctrina, y juntándola con la mandragora del cuento fabuloso, hácela más blanda y fácil para ser percibida. Es, pues, la ficcion un buen engaño fabricado para traer con él á lo bueno no á hombres que tienen baxo entendimiento y grosero, porque estos tales no se dexan así engañar como cuenta Plutarcho, que preguntado Simónides, poeta, por qué con su poesía no engañaba á los de Thesalia, respondió, que eran más necios de lo que convenia para poder ser engañados de él. Gorgias, preguntado qué cosa era tragedia, respondió ser un engaño, el cual hace mejores á los que le usurpan que á los que huyen dél, y más sabios á los engañados que á los que no se dexan engañar dél. Pues si venimos á las fábulas de que están llenos los poetas antiguos, que ni llevan piés ni cabeza, hallarémoslas llenas de alegorías y notables singulares y fundadas sobre algun principio de verdad. Quien á mí no me creyere lea á Palefa [p. XII] to, autor antiguo y de mucha autoridad; el cual, viendo que la más de la gente no tomaba más de la corteza de la fábula creyendo cosas del todo imposibles con gran diligencia y cuidado, peregrinando por el mundo, informándose de hombres ancianos, averiguó muchas verdades que estaban paliadas con fábula. De muchas que él pone, contentarme he con una, remitiendo á él al deligente lector: no hay quien no sepa la fábula de Acteon, como le comieron sus mesmos canes, siendo convertido en ciervo de la diosa Diana, que contra él estaba airada por el atrevimiento que habia tenido de verla desnuda; ¿quién no sabe de Xenophon y Plinio y todos, cuán grande sea el amor que naturalmente los perros tienen á sus señores, y sobre todo los de caza? acordaron los poetas de fingir semejante cosa, porque oyendo tal exemplo los otros hombres se refrenasen de ofender á Dios, que tiene poder para castigar los malos y galardonar los buenos. La verdad de esta fábula fué que hubo en Arcadia un hombre llamado Acteon, muy amigo de la caza, lo cual en aquel tiempo era cau [p. XIII] sa de mayor escándalo que agora, porque no sabian los hombres ocuparse en otro exercicio más de en la agricultura. Pues Acteon, olvidado de ésta, dióse á sola la caza, y menospreciado el cuidado de su casa, faltóle la hacienda y con ella la vida; de allí vino á andar por las lenguas de los hombres: ¡ay cuitado de tí, Acteon, que de tus propios canes fueste comido! Cuantos Acteones hay en nuestros tiempos, no solamente comidos de perros, mas aún de malas mujeres. Y porque no sea todo traer exemplos de gentiles, remítome á lo que el bienaventurado Sant Basilio dice de la leccion de las ficciones de poesía en un sermon que hizo á los mancebos, de la manera que han de tener para aprovecharse y tomar doctrina de los poetas y fabulosas ficciones. El glorioso Sant Hierónimo, como todo el mundo sabe, fué muy reprendido de los eclesiásticos de su tiempo, porque se daba tanto á la elocuencia de Ciceron y á la leccion de los poetas; dexadas otras muchas respuestas, que da por todas sus epístolas dignas de tan alto y divino varon pondré una. Dice, pues, [p. XIV] la poesía estar figurada en el Deuteronomio por una costumbre que los judíos tenian, que cuando cautivaban algunas mujeres extranjeras no podian casar con ellas sin primero cortarles las uñas y los cabellos. Mas porque esta figura, á este propósito tomada de Sant Hierónimo, en estilo heroico la declara y aplica á la poesía aquel real poeta Juan de Mena, parescióme cosa no ajena de mi propósito poner aquí sus palabras:

¶     Usemos de los poemas

Tomando dellos lo bueno,

Mas huyan de nuestro seno

Las sus fabulosas temas;

Sus ficciones y problemas

Desechemos como espinas,

Por haber las cosas dinas

Rompamos todas sus nemas.

COMPARACION.

¶     Primero, siendo cortadas

Las uñas y los cabellos,

Podian casar con ellos,

Sus cautivas ahorradas

Los judíos, y alimpiadas,

Hacer las israelitas

Puras limpias y benditas

A la su ley consagradas.

[p. XV] APLICACION.

¶     De la esclava poesía

Lo superfluo así tirado,

Lo dañoso desechado,

Siguiré su compañía;

A la católica via

Reduciéndola, por modo

Que valga más que su todo

La parte que hago mia.

Hémonos, pues, de haber en la leccion de los libros que contienen semejantes maneras de doctrinas, de la manera que nos hemos cuando queremos coger rosas del rosal, que trabajamos de cogellas de tal manera que no nos ofendan las espinas. Y pues tenemos discrecion para tomar los manjares que nos han de aprovechar, y desechar los dañosos, fea cosa sería no tenerla para hacer esto en los manjares que dan mantenimiento al alma, imitando á las abejas que ni se asientan en todas las flores, ni de aquellas en que se asientan toman más de lo que les hace al caso para la fábrica de su miel, y lo demas dexan, cosa digna de reprension sería que no bastase [p. XVI] en nosotros la razon á hacer lo que en ellas hace el instinto natural. Estas y otras muchas razones que aquél dexó de decir por no ser enojoso, movieron á nuestro autor á componer este libro lleno de avisos y buenas enseñanzas de virtud sacadas de muchos autores santos y profanos, con no pequeño trabajo y mayor cuidado, con celo de la utilidad pública. Por lo cual, yo en su nombre, suplico á todos los que le quisieren tomar en las manos, juzguen su buena y sana intencion.


[p. 1]

COMIENZA LA OBRA.

Síguese la tragicomedia de Lisandro y Roselia, llamada Elicia, y por otro nombre cuarta obra y tercera Celestina.


ARGUMENTO DE LA PRIMERA CENA
DEL PRIMER ACTO.

Lisandro, noble mancebo, pasando por cierta calle, vió á la ventana á Roselia, doncella de alta guisa, de cuyo amor es vencido; trabaja Oligides, su leal criado, con muchas razones y exemplos de apartarle de este propósito, y al cabo, como ve que su trabajo es en balde, promete de darle medios como pueda llevar á execucion sus deseos.

LISANDRO. — OLIGIDES.

Lisandro. ¡Válasme el poderío de Dios!

Oligides. ¿Qué es, señor?

Lis. Desplega tus ojos, levanta tu sentido, verás una criatura en quien Dios soberanamente se esmeró con su pincel en el debuxo de su fermosura: Apélles, excelen [p. 2] te pintor, no supiera pintar tan perfecta imágen, ni natura pudiera más obrar en su perfeccion. ¡Oh divino resplandor, que deslumbras como sol á los ojos que te miran!

Olig. ¿Dó está?

Lis. Ya es traspuesta la nueva lumbrera, aquella que con aventajada claridad al dia priva de su luz. Ya el envidioso lienzo se interpuso y causó eclipse, escureciendo mi corazon con una profunda tiniebla.

Olig. ¿Es la que recostada estaba en la ventana del encerado?

Lis. Esa mesma: la que preso me dexa en cárcel de amor, allá en lo de crímen. ¡Oh, si bien la vieras, contempláras una concorde proporcion de sus miembros; un lindo talle de cuerpo, un rostro de serafin, unos ojos matadores, una gracia, en cuanto Dios puso en ella, que no parece sino piedra iman, así atrae y mueve aún los corazones de acero, y los hombres para sí convierte con su jocunda vista, no ménos que Orfeo con su dulce arpa las bestias fieras atraia al sonido de su armonía, y las serenas del mar los navegantes hacian detener con la canora melodía del sabroso canto que sus voces, en compas regladas, formaban con aquel suave estruendo del su gracioso nadar! Agora doy crédito á las fábulas que [p. 3] dicen que Medusa tornaba los hombres que la miraban en piedras.

Olig. Señor, ¿no miras que estás parado en lugar sospechoso, y que darás que decir á las gentes? Menéate, y vamos de aquí, no estés hecho piedra mármol.

Lis. ¡A dó iré con el cuerpo! pues el alma que regirle habia le desmamparó; mal se guia la nao sin gobernalle, mal el barco sin remo, lo espiritual donde obra, ahí se dice estar, mis pensamientos todos se ocupan en Roselia, y por ende estoy fuera de mí.

Olig. No te congoxes por lo que por ventura sería muy fácil, por mis medios, de alcanzar.

Lis. Habla cortés; sin tiento prometes lo que hacer no podrás, piensa primero lo que dices, no te sea feo despues volver atras tu palabra.

Olig. Lo dicho dicho.

Lis. No puedo creer que tal dicha en mí cupiese, que la cerugía de mi mortal é incurable llaga esté en tus manos puesta; por imposible tengo que nadie pueda merecer alcanzar dama tan soberana en todo merecimiento. Por cierto, suma bienaventuranza sería para mí si solamente gozase de su divina vista, que con tal refrigerio mitigar [p. 4] se ía, en parte, el ardiente fuego que mis entrañas abrasa.

Olig. Señor, yo, cuando pequeño, fuí paje de su padre que en gloria sea, y su madre quiéreme mucho, y por este amor y conocimiento, entro allá y salgo y hablo con Roselia, trayéndole á la memoria que, cuando era niña, yo la brizaba, y con el trebejo la acallaba, y con otras cosas de niñez con que los niños en aquella edad se suelen regocijar. Mira, pues, señor, si te puedo servir, y si hay lugar de cumplir lo prometido, que un dia que otro, yo la tomaré sola á parte y le diré de tí por el mejor estilo que sepa. Pero avísote que te metes en un abismo profundo, en un encenagado piélago, en un mar sin pié, en un entrincado laberinto, que primero que de él salgas has de pasar por muchos peligros, trabajos, zozobras que te sobrevernán si prosigues este intento. Mira bien (pues eres sabio) los fines y remates que suelen haber los amores. ¿Qué fin hubo Achíles, capitan de los griegos, que por la hermosura de Polixena, fija de Priamo, se perdió, cuando Páris, en el templo de Apolo, le echó una saeta por el cuerpo? ¿En qué acabó Pirro, el que con Hermione, hija de la linda Elena, por amores se casó? Oréstes, su es [p. 5] poso, lo mató. ¿Qué diré del mancebo Leandro, el cual pasando á nado el Hellesponto por holgar con su amiga Ero, que de la otra parte estaba, al fin se ahogó? Pues Diocles, fijo de Pisistrato, habiendo contaminado una vírgen que mucho queria, fué muerto del hermano de la doncella. ¿Quién no sabe las batallas campales que Turno por Lavinia, fija del rey latino, con Enéas tuvo? Dél fué vencido, desbaratado y lanzado de su reino. Bien habrás tambien leido lo de Marco Antonio, capitan romano, que cautivo del amor de Cleopatra, reina de Egipto, por su causa rebelló contra su patria, y vino á morir á manos de su enemigo César. Si venimos á nuestros tiempos, dime, ¿en qué paró Macías el enamorado? alanceado murió. ¿En qué, aquel que por un cordel de sirgo, trepaba á unas muy altas almenas por gozar de la sargenta? cayó del escala, que ni habló ni se bulló más. Pues notoria es á todos la fama del bien enamorado portugues á quien los disfavores de su desdeñosa amiga traxeron á tal estado, que de sí mesmo fué homicida. Al caballero de Almazan, cuán desastrado fin acarrearon sus amores, que su hermano el Conde, segun fama, le empujó de las escalas, y se descoyuntó. No acabaria de aquí á mañana si [p. 6] hubiese de traerte á la memoria todos los malos recados que de semejantes negocios se han seguido.

Lis. Nada me mueven tus exemplos; dexa esa materia, que por demas fatigas tu lengua á darme consejo, dada es la sentencia que yo muera en tal demanda; aunque mil vidas perdiese las daria por bien empleadas, que ya ardo en fuego de amor: ya se emprendieron mis entrañas con sólo el resplandor que del mirador salia, do aquellos pechos virginales recostados estuvieron. ¡Oh fino eslabon de tu fermosura, que en cualquier empedernido corazon que dés tus retoques haces saltar las centellas, que con poca yesca enciendan lumbre y acuden por todas partes de mi cuerpo las vivas llamas! Ya la leña de tu memoria ceba el brasero con abrasadas ascuas, donde mi alma queda en purgatorio fasta que tú de allí la saques.

Olig. No te aflijas, que para todo hay remedio sino para la muerte. Pésame que lo más noble que tienes, que es el ánimo, lo sujetas á cosas mortales y lo empleas en aquello que ni quietud ni reposo darte puede, ni despues de alcanzado, sosiego y gloria permanente.

Lis. Inmortal es la que yo amo, y la que vi ángel es moradora del cielo, pues su an [p. 7] gélica figura sobrepuja y vence con belleza á todo lo criado, y sus gracias todo tu humano juicio tracienden.

Olig. ¿Ángel te parece la que del amor divino te retrae, y del Criador á la criatura tu deseo inclina, la que descubre camino para tu perdicion?

Lis. Por ángel tengo y juzgo, y ansí la confieso, aquella cuyo amor hace que ame á Dios como causa del tal efecto.

Olig. Perviertes el órden, señor.

Lis. ¿En qué manera?

Olig. Porque todo lo criado en razon del Hacedor amar se debe, tú al reves haces y lo contrario sigues de lo que la maestra natura nos enseña, que es amar al principio por sí mesmo, y la labor en su orígen.

Lis. ¿San Pablo no dice que de lo visible venimos en conocimiento de lo invisible?

Olig. Eso no contradice á lo dicho, ni traes nada á consecuencia.

Lis. Ora déxame, no me prediques.

Olig. ¡Oh señor! que tuerces á manizquierda, y hace mucho, agora que eres mancebo, escoger la manderecha. Bien entiendes si has leido la letra de Pitágoras, y sabes la significacion y inteligencia de la Y griega. Toma exemplo de Hércu [p. 8] les, que eligió el camino trabajoso y dexó el vicioso cuando encontró con aquellas dos diosas, la una llamada vicio, la otra virtud; la una hermosa, fresca, graciosa, afable, vestida de ricas ropas, llena de mil deleites, acompañada de placer y de otros muchos pasatiempos; la otra orinienta, sucia, estropajosa, fea, vieja, maltratada, zahareña, rigurosa, áspera, rodeada de trabajos y afanes; la primera púsosele delante, que todo aquello le daria, descanso, contentamiento, alegría, gozo, frescores y deleites de la vida si su parcialidad siguiese, pero no hacia mencion del paradero; la segunda dixo que nada de esto tenía que le dar sino fatigas, ánsias y penas aquí, mas que si bien lo hiciese, le prometia despues eterna fama y gloria perpétua, la cual antepuso Hércules á todas las holguras presentes. Por seguir este camino angosto y estrecho de la virtud, Ephrain, aunque menor, hubo la bendicion paternal de la mano derecha que su padre Jacob, que, para morir estaba, volvió á él en contra de Manases, hermano mayor, que descuidado era en el culto divino. Al fin, por muchas tribulaciones nos conviene conseguir el reino de Dios, pues á Cristo, adalid nuestro, fué necesario padecer, y así entrar en su gloria.

[p. 9]

Lis. Mueves la pesada piedra cuesta arriba y das martilladas en hierro frio. Solo el afilado cuchillo del desmedido dolor que espero en el disfavor de Roselia es poderoso para me penetrar por mil partes, lo demas no.

Olig. De diamante es tu dureza, que la sangre del torpe cabron te enternece, doma y ablanda, y no hace mella en tí la punta acerada de verdaderas razones, ni señal la palabra de Dios que á dos filos corta. Si en otro contemplases lo que en tí ver no puedes, por esa niebla levantada de la tierra sensual que lanza de tí ese tu encendido calor fasta cegarte, verias un hombre avariento y codicioso que, atados piés y manos de cadenas de oro macizo, y inhábil para cualquier cosa, por una parte desea ser desatado, porque los eslabones de la gruesa cadena le lastiman, aprietan y hieren, por otra no quiere perder ni dexar tan preciadas ligaduras, á las cuales, libre, accion ni derecho tendria; bien así tú, señor, quéxaste y buscas remedio, porque la nueva prision, con sus molestos y enojosos ñudos te causan crecido tormento, y sabes que, para verdaderamente ser suelto, has de deshacer esos lazos, que tan disformes ronchas por tantas partes afearian tu fama, y con [p. 10] la llave de la razon abrir el candado de los grillos y esposas con que preso estás y fuertemente ligado; y viendo esto, con desman rehusas la secreta ganzúa de viva razon que abriria la ciega cerradura de Cupido, y el radiante resplandor de la cadena con los rayos rutilantes te ciega y halaga tu prision, y te trae la mano por el cerro haciendo de tí cera y pábilo, y te tiene impedido que no veas con limpios y claros ojos en tí lo que en otro viendo por locuras juzgarias. Paga, paga, señor, el carcelaje con alguna pena que al presente sentirás, y dexa á Roselia que preso en tenebroso suétano te tiene. Loco es el hombre que sus prisiones ama, aunque sean de oro.

Lis. Pierdes trabajo, no me quiebres la cabeza con tus porradas. Hi de puta el necio, qué caramillos arma por salirse afuera del juego.

Olig. Mi deber hago, que es darte consejo porque no me condenes arrepentido.

Lis. ¿Arrepentir? Ya me viese en tan sublime estado que pesar me pudiese de lo que nunca me pesará. Mas, por mi vida, Oligides, no solias tú ser tan sancto ni lo eres, ¿qué es esto?

Olig. En todas las cosas, señor, guardar el medio es loable cosa, ó no digna de tan [p. 11] ta culpa como sería exceder en los extremos; yo, si peco, con templanza peco.

Lis. ¿Qué excesos me ves tú hacer?

Olig. Meterte en el amor en quien, como dice el cómico, todos estos vicios reinan, injurias, sospechas, enemistades, envidias, celos, iras, pecados, vigilias, paz, guerra, tregua.

Lis. La aguja de mi razon enderezará esa nao de confusa discordia.

Olig. Señor, la cosa que en sí ni tiene consejo, ni órden recibe, regirse con razon no puede.

Lis. Ay, ay, ay, miserable me siento, la vida me es enojosa, ardo en amor, vivo me quemo, y muero y no sé qué me haga.

Olig. Basta las penas y pesadumbres que consigo el amor acarrea, sin que tú más le añadas.

Lis. De tí me quexo, que me puedes remediar y no quieres.

Olig. Buena medicina te daba si la conocieras; pero, pues dices eso, aunque poco puedo, mis fuerzas pondré en servirte en este negocio, y no me acuses cuando salieres del yerro en que estás metido, y plega á Dios que en paz salgamos todos, y no seamos tus servientes cebo de anzuelo ó carne de buitrera.

Lis. ¿Qué piensas hacer?

[p. 12]

Olig. Mañana te doy la respuesta.

Lis. En tus manos encomiendo mi ánima y mi espíritu.

Olig. En las de Dios, señor.

Lis. Llama.

Olig. Entra, que abierto está.

Lis. Di á esos mozos que no me trayan de cenar.

Olig. No te apasiones, cena, no dobles tus males.

Lis. No estoy para ello.

Olig. A más que esto vendrás de esta vez que á no comer, mas, ¿qué se me da á mí? ahórquenlo en buen dia claro, siquiera se muera ó le tome el diablo. Andaos por ahí á decir verdades y moriréis por los hospitales; no es tiempo de eso, ya me llamaba sancto, y pardios las buenas doctrinas de Eubulo, criado antiguo de esta casa, me habian casi convertido; pero poco puedo medrar con sus devociones y sanctidades; no ando yo tras eso, ni es esto lo que busco. Quiero perquisar y inquerir con mi pensamiento la entrada á Roselia y ser alcahuete, venga el bien y venga por do quisiere, á tuerto ó á derecho nuestra casa fasta el techo, que buena parte me cabrá de sus amores, que á rio vuelto, como dicen, ganancia de pescadores.


[p. 13]

ARGUMENTO DE LA SEGUNDA CENA
DEL PRIMER ACTO.

Despues de ido Oligides á dar órden como su señor se vea con Roselia queda Lisandro manifestando su pasion con palabras muy lastimeras á Eubulo, hombre de honestas costumbres, criado suyo. Éste nunca cesa de darle consejos buenos, aunque por demas se fatiga. Vuelve Oligides y dice que hay oportunidad para ver y hablar á Roselia. Cabalga Lisandro; van delante dél sus dos mozos de espuelas Siro y Geta. Éstos pasan entre sí cosas muy donosas, de las que entre semejantes suelen pasar, y al cabo burlan de los desatinos que su amo, vencido del amor, dice á su querida Roselia. Venido Lisandro, retráese á su aposento.

LEANDRO. — EUBULO. — OLIGIDES. — SIRO. — GETA.

Lisandro. ¡Ay de mí si tan discreto fuese para quexarme como soy yunque para sufrir! entónces conocerias, Eubulo, en mis abrasadas palabras el fuego del lastimado corazon, que no basta á sufrir golpes de tanto dolor; porque cuanto más el deseo se aviva, tanto más la esperanza me fallece de gozar de aquel ángel caido del cielo para enamorar el mundo, cuya figura, no ménos [p. 14] tengo en mi ánima estampada y impresa que enclavada en mi memoria.

Eubulo. Señor, si vas por el camino de tu deseo, créeme, que no irás conforme á discrecion y tu honra, ca la pasion que te ocupa no te dexará juzgar la verdad. No te arrojes ni abalances en esa hoguera tan apresuradamente sin primero mirar lo que haces, que las cosas arrebatadas siempre traen arrepentimiento, que quien de presto se determina muy de espacio se arrepiente. Esfuerza á desechar de tí ese desatinado amor, langosta de todas virtudes; y dado que difícil se te haga y cuesta arriba, por eso piensa que en las grandes afrentas se conocen los grandes corazones. No te dés por vencido ni te acobardes, pues el esforzado acometer hace muchas veces al hombre vencedor.

Lis. Bien veo, Eubulo, que á tus tan sentenciosas palabras no bastan ningunas fundadas razones; pero, ¿qué quieres que haga, que á las fuerzas de amor el resistir es querer ser vencido?

Eub. El huir es vencer, por ende huye las ocasiones, no pases más por su puerta ni la veas.

Lis. ¿Qué dices, mal mirado? ¿que no vea la lumbre de aquellos alindados ojos [p. 15] que alegremente esclarecen la oscura pena de mi alma? ¿Que no vea aquel cuerpo glorificado, en quien Dios francamente repartió sus gracias? ¿Que no vea aquella soberana pintura cuyas sobras de fermosura, si repartidas fuesen por todo el mundo, no habria cosa fea en él?

Eub. Bien muestras que el amor se ha en tí aposentado, pues no consientes algun consejo ni tienes reposo. Esto digo, que más vale prevenir el mal con remedio que no, despues de venido, con diligencia curallo. Ataja esos nuevos deseos, cercena y corta los malos apetitos que brotan para perdicion de tu alma y destruccion de la honra; agora, señor, en los principios has de mirar, que de los fines la ventura es el juez.

Lis. ¿Dónde se me puede á mí seguir más honra y más bienaventuranza que de emplearme todo en la contemplacion de aquella cuya memoria da sér á mi vida, y á quien por sus merescimientos todos los mortales deben servir? Llámame acá á Oligides, que mucho tarda.

Eub. Escocióle el buen consejo.

Lis. ¿Qué dices?

Eub. Digo que voy.

Lis. Allá irás. Al diablo tanto discreto [p. 16] como yo tengo en esta casa; pero no sé cómo lo son, que el necio callando es habido por discreto, como el falto encubierto por cumplido; éstos, parlando, se hacen cuerdos.

Eub. Señor, vesle aquí, viene de fuera.

Oligides. De tus negocios, señor.

Lis. ¡Oh hermano Oligides! no ménos alegre me haces con tu venida, que deseoso he estado de tu presencia; mas, ¿qué alegría puede tener aquel que los dias vive con trabajos y las noches vela con pesares y tormento? el cual con tu tardanza acrecentaste poniendo en olvido mis cosas, que sabes que en las cosas de amor la presteza es loable.

Olig. ¡Oh, señor! siempre me olvido de mí mesmo por acordarme de tu servicio, y ¿dícesme eso?

Lis. ¿Pues qué has pensado en mi remedio?

Olig. ¿Qué? que pardios vengo de allá; y si vas luégo verás á Roselia en la ventana de jaspe, y podrá ser que la hables si te das buena maña, que su madre Eugenia es ida á ver á su hermano Menedemo, que malo está.

Lis. ¿Y tardabas en decírmelo? Mozos, Siro.

[p. 17]

Siro. Señor.

Lis. Saca ese cuartago blanco y límpialo, y ponle las mejores guarniciones y más ricas que tengo. ¿Tardas, lerdo? ¡rabiosa landre y fin desastrado te arrebate! así eres perezoso.

Sir. Ahí te estarás, don necio testarudo; no se le cuece el pan, en un momento lo querria ver todo hecho.

Lis. Llégate acá, único socorro de mis pasiones, ¿qué nuevas traes? ¿Hablaste con aquella que par no tiene en la tierra, y en el cielo compete con los bienaventurados?

Olig. Otro Calixto hereje tenemos.

Lis. ¿Qué dices de Calixto?

Olig. Que no tuvo tanta razon para amar á Melibéa, aunque fué mucha, como tú tienes para querer y desear á Roselia.

Lis. ¿De mi señora dices? Es un laberinto en grandeza y merecimiento, un mar océano de gracias, un dechado de virtudes, una regla de fermosura en la cual se conoce todo lo imperfecto cotejado con ella. ¿Vístela?

Olig. Visto la hé.

Lis. ¿Burlando lo dices agora? ¿digo si la viste?

Olig. Víla.

[p. 18]

Lis. ¿Qué te pareció?

Olig. Una estrella del cielo caida.

Lis. Poco dices.

Olig. Un retrato sacado de la hermosura de Vénus.

Lis. ¿De Vénus ó qué? y, ¿qué tienen que ver las tres diosas discordes en el debate de la manzana con la diosa Roselia? mal la miraste. Pero dime, ¿qué has negociado?

Olig. Yo vengo de allá, y estaba Roselia con su madre, y por esta causa no se ofreció lugar para en secreto manifestarle tu pasion; mas no dexé declarársela en público con palabras encubiertas, si ella me quiso entender.

Lis. Dime eso, que me es sabroso de oir.

Olig. A la fe preguntóme Eugenia con quién vivia, de aquí tomé yo ocasion y materia para decir de tí muchos loores, con achaque que tenía buen amo y que estaba á mi contento; y tanto me extendí en figurar tus perfecciones por extenso, que temo haber caido en sospecha á su madre, y que haya sentido mis pasos. Finalmente, dixe que de pocos dias acá una grave dolencia te tenía en la cama, y en esto hice del ojo á Roselia, entónces ella sonrióse; creo que [p. 19] me entendió, y en Dios y en mi ánima que no le pesaba cuando de tí me oia mentar, que bien atenta estuvo. Así que, señor, como el aparejo faltase y no hubiese oportunidad á lo que iba, y tambien que la madre se componia para vesitar á su hermano, despedíme, y dejo á Roselia en la ventana que sale á las huertas.

Lis. ¿No podias tornar despues que se fué Eugenia?

Olig. Allegáos á eso; déxala tras siete llaves.

Lis. ¿Viene ese caballo?

Sir. Señor, vesle aquí.

Lis. ¿Habias tú de subir en él ó yo? limpia esas ancas, torpe.

Sir. Señor, Geta lo almohazó.

Lis. ¡Lléveos el diablo á tí y á él!

Sir. A tí te llevará, pues te tiene ya por suyo.

Geta. ¿Qué dexiste de mí?

Sir. Déxame, que temia algun palo de aquel desabrido loco.

Get. ¿Y por eso me habias de hacer culpante de tu yerro? Así se urden ellas, ¿no viste el agudo, como punta de majadero? rascaba yo el caballo, y íbalo él á fregar con el mandil pisado de la mula para ensuciar lo que yo limpiaba: ¡hí de puta, si [p. 20] me vieras hacer cosa que no debiera, como lo parláras luégo! Pues si yo dixese la llaga que heciste al caballo alazan en el bezo con el acial cuando lo herraba, no estarias más un dia en casa. Si quieres que digan bien de tí, Siro, no digas mal de ninguno.

Sir. De poco te enojas; aparejado eres para haber ruido.

Get. Hoy, por mi vida, no se te entiende, que si una vez toma tema conmigo este atreguado, jamas se le quitará de la boca asno, puerco, bobo, masca-paja.

Sir. Calla tú, que á buen callar llaman Sancho.

Get. ¡Qué consuelo aquél! que os dé Dios salud.

Sir. Pues ¿dígote mal, que á mal decidor seas discreto oidor?

Get. ¿No sabes que sanan llagas y no malas palabras?

Sir. Oye, oye, que nuestro halcon ha visto la garza, cómo se azora y se entona; veamos qué le dice.

Get. Colorado se paró.

Sir. Es del mucho fuego que está en su corazon y resulta por la cara.

Lis. Entre muchos beneficios, Roselia, que de Dios recebidos tengo, ésta hallo por suprema bondad en ponerme en cuenta y [p. 21] número de tus servidores, porque ser yo tu siervo, es título para mí que más gloria en esta vida no me puede venir, y si tú, angélica imágen, por tal me aceptas, no trocaré mi gloria por toda la del mundo. No me niegues, señora, tu gracia para me salvar, pues las sombrosas encinas amparan los cansados y asoleados animales para les dar solaz.

Get. ¿No miras como se turbó delante su dama? más que necedades se deja decir.

Sir. No te maravilles que el amor le ciega, mi fe no es más en su mano, ¡cuán presto se truecan los hombres!

Lis. No seas como el laurel, de que no se coge sino la verdura de el esperanza sin fruto de galardon; que no es razon que á quien Dios de hermosura hizo cumplida, de piedad se muestre avarienta á aquel que todo se ha dedicado á tu servicio. Y, pues, con tu vista me has herido de manera que no pudiese escapar de tus manos, en ellas ofrezco mi vida, que en solo tu favor consiste.

Ros. El favor, Lisandro, que de mí habrás, si en tus torpes deseos perseveras, será el que dió la nombrada Judich al soberbio de Oloférnes, porque con el mesmo intento que muestras en tus deshonestas palabras le [p. 22] manifestó su ilícito amor; y de mí tomaria tal castigo si en poder me viese de tu atrevido pensamiento, cual la dueña Lucrecia forzada de Tarquino.

Lis. Ántes escogeré que dés fin á mi vida que principio á tus enojos, cuanto más, ¿qué mayor castigo ó pena quieres de mí tomar de la que me has causado? que si las entrañas interiores de Ticion el fiero buitre despedaza encarnizado en sus hígados, y de dia en dia, sin cesar, refresca la llaga del triste sin ventura, mucho más contra mí el cruel Cupido se encrudece, asestando de contino su frecha dorada en una mesma parte de mi cuerpo, el casquillo va untado de tu fresca memoria, el sonido de Roselia es la saeta que penetra y ahonda mi corazon.

Ros. ¿Tanto mal te causa mi nombre?

Lis. Tanto, señora mia, que si el elocuente Tulio, ó el facundo Platon, ó el decidor Demóstenes, con su limado y sublime estilo explicarlo quisieran, halláranse mudos y embarazados para decir mi pena como yo sé sentirla. Por tanto te suplico, pues en todo sin proporcion ni comparacion te aventajas, así en alta y serenísima sangre, como en resplandecientes virtudes, que uses de misericordia con este tu cauti [p. 23] vo que más que á sí te ama, que no es de nobleza satisfacer con ingratitud.

Ros. Véte de ahí, loco, no muevas mi saña á más ira con tus atrevidas y torpes razones.

Lis. Perdona mi loco atrevimiento y mi atrevida osadía, que el dolor del corazon quita el concierto de la lengua. Amor es que me venció y la extraña pasion me ha hecho atrevido, no te muestres tan brava á tan manso cordero, que como vela de cera se gasta en tu servicio, y tú en pago le das sólo que muera.

Sir. Señor, ¿con quién departes? Roselia es ida.

Lis. Consuelo es á los penados contar sus fatigas.

Get. ¿Notaste, Siro, las retólicas de nuestro amo?

Sir. ¿Y cómo? dos semejanzas tengo en la memoria harto subidas, de que conté aprovecharme en una carta de amores que he de inviar á Trassilla, aquella moza salada de doña Estephanía.

Get. ¿Entendístelas?

Sir. Bien.

Get. Dime lo del laurel, que el apodo de la encina claro está que amparan los fatigados animales, esto es, los hambrien [p. 24] tos puercos engordándolos con bellota, que ansí su señora le engordaria con su gracia.

Sir. Por San Pelayo, que lo declaraste bien, que áun yo no lo entendia.

Get. Tambien entendiera lo del laurel, sino que no estuve atento, porque en esto dióme Dios gracia especial, que mi madre me dixo que nací en signo de letras.

Sir. Del laurel dijo que no se coge sino hartura de esperanza.

Get. No dirá sino de panza.

Sir. Creo que sí.

Get. Mira cómo caí en la cuenta, ¿entiéndeslo?

Sir. Poco.

Get. Este dicho conforma con el precedente, porque Panza es un sancto que celebran los estudiantes en la fiesta de Santantruejo, que le llaman sancto de hartura, y así Lisandro, loando á su señora, la llama hartura de panza, y que no sea laurel que no da fructo.

Sir. ¿Dónde aprendiste tanto?

Get. En el general de Phesica, cuando llevaba el libro á un popilo, oí al bedel de las escuelas echar la fiesta de Panza; y como dicen por el hilo se saca el ovillo, de aquella palabra panza saqué la sentencia de [p. 25] nuestro amo, como el caballo bayo, que yo tengo cargo de pensar, en mis patadas siente que le voy á echar cebada y relincha ántes que me vea con el harnero.

Lis. Mozos, cerrad las puertas de la calle, no me éntre acá nadie, á cuantos vinieren me negad.

Sir. Hacerse há, señor.


[p. 26]

ARGUMENTO DE LA TERCERA CENA
DEL PRIMER ACTO.

Despues que Lisandro se ve solo en su retraimiento, al són de su vihuela canta canciones de gran sentimiento en que manifiesta su pena. Estánle un poco escuchando sus dos escuderos Oligides y Eubulo discantando sobre las palabras que le oyen decir; siéntelos Lisandro y manda que entren. Da gran priesa á Oligides á que busque remedio para su mal, el cual todo dice Oligides estar en manos de la nueva Celestina, Elicia, sobrina de la Barbuda, cuyo saber en arte de alcahuetería mucho encarece. Vanla á llamar Eubulo y Oligides, y en el camino declaran toda la vida y orígen de ésta, y por muchas razones concluyen en que va sin ningun color de verdad la fábula que de la resurreccion de la vieja Celestina anda.

OLIGIDES. — EUBULO. — LISANDRO.

Olig. Bien será que entremos, no se mate este loco, que sólo en la cuadra se encerró acompañado de tiniebla.

Eub. Déxale, que la obscuridad y disiertos consolacion es para los tristes enamorados.

[p. 27]

Olig. Su voz oyo, escucha, que trovando está.

Lis.

¶     ¡Oh vana esperanza mia!

Conviene que desesperes,

Pues tu desventura guia

La contra de lo que quieres.

Eub. Bien dice, que donde falta ventura poco aprovecha esforzarse.

Lis.

¶     Cubre tu verde color

Con luto de triste duelo,

Y no esperes ya consuelo

Que consuele tu dolor.

Olig. ¡Qué intolerable trabajo consigo traen estos caballeros de Cupido, que ningun humano consuelo basta á consolar sus vidas apasionadas!

Lis.

¶     Y pues crecen cada dia

Estos males con que mueres,

Desventura es la que guia

La contra de lo que quieres.

Olig. Dulcemente toca la vihuela; por Dios, llorar me hace.

Eub. Los romances y cantos de amores son para él tizones que refocilan el su fuego y enconan más la llaga.

Olig. Yo habia oido decir que las lágrimas y sospiros mucho desenconan el corazon dolorido.

Eub. En otras pasiones sí, pero no en [p. 28] caso de amores; pregúntalo á Petrarca en los diálogos, él te responderá lo que yo digo y Horacio tambien lo mesmo.

Lis. ¿Quién está ahí afuera?

Olig. Señor, nosotros.

Lis. Entrad acá; ¿no veis que cuanto más de tormento huyo, tanto más se me acerca la muerte en pensar la dura respuesta que hube de aquel jardin encerrado, de aquella flor de hermosura, de aquella cara de ángel y corazon de tigre? En esto veo que el vivir es ofensa de mi razon pues deseaba ser querido donde no hallo sino desden. ¿Qué haré, que ya la desesperacion y disfavor, á una, de refresco, comienzan á renovar y avivar nuevos dolores y sentimientos? ya reverdecen mis males en pasiones, como la salamandria en el fuego, me crio para fenecer, como el cisne, en canciones doloridas; ya espiró mi remedio, desahuciado soy; crecido há mi pecho fasta el tristísimo Oresmon con ronquidos mortales. Mis penas son semejantes á las de los dañados, que siempre arden y jamas se acaban de consumir; no fué tan lastimera la muerte rabiosa del esforzado Hércules como la mia, que al fin aquél con las miserables llamas de la henchizada camisa, que á las carnes se le pegaron por industria de su amiga, acabó su [p. 29] vida, yo ardo en el alma y vivo muriendo.

Eub. Por eso es bueno estar bien con Dios.

Olig. Calla en mal punto; no le mientes agora devociones, que todas las cosas tienen su tiempo y sazon.

Eub. Las cosas de Dios en todo tiempo y lugar vienen bien sazonadas.

Lis. Las tres furias infernales con sus serpentinos azotes no hacen tan gran señal en los cuerpos pecadores, que no hagan mayor en mi espíritu las acedas palabras que hoy en este dia oí á mi señora. Acabad ya de cortar, hadas, si bien me quereis, el hilo de mi vida. Y tú, Pluton, gobernador de la profundidad tartárea, envia á Charon, tu fiel piloto, que en su barca reciba la alma de Lisandro que por los aires pena.

Eub. Irás con los muchos que allá están porque tu opinion siguieron.

Olig. ¿No callarás? Cose la boca si no quieres que te reña.

Eub. Flaca es la fidelidad, como decia Parmeno, que temor de pena la convierte en lisonja; nunca por sus amenazas dexaré de decir la verdad.

Lis. ¿Qué es lo que hablais? ¿qué sentís de esto?

Olig. Deciamos, señor, que tienes po [p. 30] co sufrimiento, en poca agua te ahogas.

Lis. ¿En poca? ¿qué dolor hay igual al mio, ni qué tormento ó afan que comparado con el mio no sea descanso?

Olig. Señor, no es cordura tomar senderos nuevos y dexar caminos viejos, el seguro camino es el de las carretas; dígolo, porque es mejor acuerdo que una mujer entienda en esto que no tú sin tercero, ó yo que soy sospechoso, que al fin mal se tañe la vihuela sin tercera; en el cielo sin medianera no se alcanza cosa que buena sea, cuanto más en el suelo, lo demas es andar de mula coxa.

Lis. ¿Conoces tú alguna?

Olig. No una, sino ciento; está sembrada la ciudad de ellas, no hay mujer cantonera que no tenga su vieja al lado para que sea corredora de estas ventas y compras; en especial conozco una de este oficio, la más principal y famosa en el pueblo y que más negocios y despachos tiene, así con legos como con clérigos, ca ninguna cosa toma entre manos que no salga con ella, aunque sea encerrada tras siete paredes la hará venir á quien se lo encomendáre; creo que es un poco hechicera.

Eub. No hay otro tan eficaz hechizo como es el amor: éste á las muy recogidas tras [p. 31] torna, y los ermitaños busca por los yermos, y á los religiosos quita la atencion en el coro; esos otros hechizos poco obran do no hay amor.

Lis. ¿Podríala yo hablar?

Olig. Yo te la traeré acá con que me dés señal, que le dé, que será bien pagada.

Lis. Dale ese par de doblas y tráemela luégo acá, no tardes, y á la vuelta escogerás de esa caballeriza un caballo para tí en que rues.

Olig. ¡Oh señor! singular merced, yo voy.

Lis. Dios te guie. ¡Oh grandeza de Dios! en esto muestras tu potencia en dar poder á mí inmérito que merezca hablar á esta vieja, que no puede ser sino mujer muy honrada, si tal cosa me promete de traerme á mi deseado fin, y mis culpas y pecados no sean causa de perder tan gran premio.

Eub. Mas tus delictos y ofensas, que á Dios has cometido, darán ocasion á que tú alcances eso y más.

Lis. Quien á Dios tiene enojado, cosa de valía merecer no puede ni impetrar cosa suprema.

Eub. No lo niego, por las culpas.

Lis. Calla, no hables más palabra.

Eub. Callaré por tu mal.

[p. 32]

Lis. Descortés, ¿quereis vos contradecirme? tan bueno Pedro como su amo. Véte con Oligides, acompaña aquella dueña.

Eub. ¡Hola! ¡hola! ¿Oligides, ce?

Olig. ¿Acá vienes?

Eub. Vengo; ¿quién es esta negra señora que venimos á traer de la mano?

Olig. Yo te lo diré; bien habrás oido mentar á Celestina la barbuda, la que tenía el Dios os salve por las narices, aquella que vivia á las tenerías; ¿no caes?

Eub. ¡Oh! ¡oh! di, di, que ya caigo, que como ha habido tantas y hay, no sabía por quién decias.

Olig. Ésta dexó dos sobrinas, Areusa y Elicia. Areusa llevóla Centurio al partido de Valencia; quedó Elicia ya vieja y de dias, la cual viendo que los años arrugaban su rostro, y que su casa no se frecuentaba como solia de galanes, ni ménos sus amigos la visitaban, determinó, pues con su cuerpo no podia ganar de comer, ganallo con el pico y tomar el oficio de su tia.

Eub. ¡Y cómo si sabria usar dél! De mala berengena nunca buena calabaza, y de mal cuervo nunca buen huevo. Yo oí que su tia le dexó por heredera en el testamento de una camarilla que tenía llena de alambiques, de redomillas, de barrillejos hechos [p. 33] de mil facciones para que mejor exercitase el arte de hechicería, que ayuda mucho, segun dicen, para ser afamada alcahueta; ya creo que es bien diestra, astuta y sagaz en estas artes liberales.

Olig. Éralo en dias de la madre bendita, cuanto más agora que el tiempo, inventor de las cosas, le habrá hecho artera, y enseñado más de lo que sabía; y ella, con la experiencia que tiene, ha conservado lo que con diligencia alcanzó. La mesma Celestina, espantada del saber de su sobrina, dijo á Areusa: ¡ay, ay, hija! si vieses el saber de tu prima, y cuánto le ha aprovechado mi crianza y consejos y cuán gran maestra está. Pues esta Elicia, porque más se cursase su casa y fuese más conocida y tenida, tomó el nombre de su tia, y así se llama Celestina, y desto se jactaba ella á su prima Areusa y á otras muchas personas, adevinando á lo que habia de venir, si bien me acuerdo, por estas palabras: allí estoy aparrochada, jamas perderá aquella casa el nombre de Celestina, que Dios haya, siempre acuden allí mozas conocidas y allegadas, medio parientas de las que ella crió; allí hacen sus conciertos, de donde se me seguirá algun provecho. Y muchos extranjeros que no conocieron á Celestina, la vieja, [p. 34] sino de oidas, piensan que es ésta aquella antigua madre, porque vive en la mesma vecindad, y tienen razon de creello, ca ninguna remedó tan bien las pisadas y exemplos, la vida y costumbres de la vieja, como ésta, que en la cuna le mostraba á parlar las palabras de que ella usaba para sus oficios; de manera que con la leche mamó lo que sabe. Así que si Celestina toma esta empresa, por nuestro queda el campo. Bien puede dormir descuidado Lisandro, que fasta su cama la hará venir á Roselia, tanta es la virtud que en su lengua tiene.

Eub. Ya que el pecado lo quiso que tan á pechos busque nuestro amo su perdicion, ¿no sería mejor que llamases á su tia la barbuda, pues ha resucitado?

Olig. ¿Quién te lo dixo?

Eub. No se suena otra cosa en la ciudad, y maguera que poco há que la encorozaron, porque entendió en los amores de Felides y Polandria.

Olig. Engáñaste.

Eub. Bien sé, aunque la vulgar opinion tiene que resucitó, que estuvo escondida en casa del Arcediano, por vengarse de Sempronio y Parmeno.

Olig. Ménos eso.

Eub. Dilo tú.

[p. 35]

Olig. Habrás de saber que Celestina la vieja verdaderamente murió, y la mataron Sempronio y Parmeno por la particion de las cien monedas y la cadenilla que le dió Calixto. Y esto ser verdad, lo afirman hoy dia los vecinos que se hallaron presentes á su muerte y entierro, los cuales acudieron á las voces de Celestina, que se quexaba y pedia favor, diciendo: justicia, justicia, señores vecinos, que me matan en mi casa estos rufianes. Y nuestra Elicia, en la historia, la llora muerta: es mi madre y mi bien todo. Y tambien la oyeron decir á su prima Areusa estas palabras de su tia: ya está dando cuenta de sus obras, mil cuchilladas la vi dar á mis ojos, en mi regazo me la mataron. ¿Qué más claro lo quieres? no tienes ya por qué dubdar; y si vas á San Laurencio, junto á la pila de baptizar hallarás sobre su sepultura este epitafio:

¶     Las mientes empedernidas

De las muy castas doncellas,

Aunque más altas y bellas,

De mí fueron combatidas;

Y ablandadas y vencidas

Con mis sabrosas razones,

Pusieron sus corazones

En mis manos ya rendidas.

¶     So color de honestidad

Sembre daños deshonestos,

[p. 36]

Arme mis lazos compuestos

Buscada oportunidad,

De cuya perplejidad

Lucrecia no se escapára,

Con mis promesas cebára

La penelopea bondad.

¶     Si Pluton á mí llamára,

Cien Proserpinas le diera,

Sin que trabajo sufriera,

Aunque más le desdeñára;

Pues si de mí se ayudára

Fedra en su ilícito amor,

A Hipólito su dolor

En balde no publicára.

Pues ¿quién no sabe que Elicia traxo luto por ella? que áun hoy dia traen por manera de refran unas palabras que tuvieron orígen de ella: mal me va con este luto. Ni es de creer que la justicia degollára á los escuderos de Calixto sin hacer suficiente informacion si murió ó no; en especial que el Corregidor era amigo de Calixto, y fué criado de su padre, segun verás en las quexas que él muestra tener, diciendo: ¡oh cruel juez! y qué mal pago me has dado del pan que de mi padre comiste; y si los degolló, fué porque claramente el alguacil que acaso pasaba por ahí rondando la noche, oyó los gritos y vió la sangre por el suelo, y á Celestina tendida, con muchas y espesas [p. 37] estocadas. Ni es cosa de decir que ella tuvo lugar para hacer encantaciones ó algunos embustes para no morir, porque la tomaron desapercibida en la cama; cuanto más que si Celestina estuviera encubierta en casa del Arcediano, hiciéralo saber á sus sobrinas secretamente, que muy congoxosas estaban por la muerte de aquella que en lugar de madre tenian.

Eub. Agora digo que me libre Dios de tantas mentiras, que ni traen piés ni cabeza. Con todo, ¿no se llamaba Celestina la que fue alcahueta en los amores de Felides y Polandria, ó es todo mentira?

Olig. No, que verdad fué haber esa Celestina, pero no era la barbuda, sino una muy amiga y compañera desta, que tomó el apellido de su comadre, como agora estotra, por la causa ya dicha.

Eub. ¿Eso me dices? espantado me dexas.

Olig. Sábete que esto es lo que pasa, lo demas son ficciones.

Eub. Así lo creo yo, que bien me parecia á mí esta segunda Celestina no ser tan sábia como la primera; cierto, otra plática tenía la otra. Mas, dime, ¿quién es aquel mal encarado rufian que tiene esta tercera Celestina á cabo de su vejez?

[p. 38]

Olig. ¿Brumandilon dices? tambien te lo diré: éste es un gran fanfarron que ha corrido todas las puterías, cuyo esfuerzo, más consiste en feroces palabras que en el efecto de las armas. A prima faz espantarte há, segun echa fieros renegado por aquella boca. A éste, Elicia, habrá ocho años tomó por guarda de su persona, porque su casa no estuviese sin hombre y le acaeciese el desastre que á su tia vino; y tambien porque cada noche estudiantes le daban grita, y Brumandilon, como perro ladrador, los aventaba y oxeaba. En demas que quiso guardar el consejo que cada dia la madre prudente le daba, y se lo acordó al punto que habia de morir, cuando apremiada de los dos que la mataron, dixo: si aquella que allí está en aquella cama me hubiese á mí creido, jamas quedaria esta casa, de noche, sin varon, ni dormiriamos á lumbre de pajas.

Eub. ¿Quién son dos mujeres galanas, las de los verdugados azules, que estaban anteayer á la puerta pasando nosotros por allí?

Olig. Dos sobrinas suyas, la más chica se llama Livia, la mayor Drionea, las cuales tienen por oficio remediar necesidades ajenas, y socorrer á los necesitados y desatacados envergonzantes, y áun Drionea á [p. 39] las veces me muestra la mercaduría de la trastienda.

Eub. No mientes bellaquerías, que no se sirve Dios de ello.

Olig. Alarga el paso, que nuestro amo por más ayna que vengamos dirá que hemos tardado.

Eub. A las cosas deseadas todo tiempo es prolixo, como á las odiosas breve.


[p. 40]

ARGUMENTO DE LA CUARTA CENA
DEL PRIMER ACTO.

Ántes que llamen Eubulo y Oligides en casa de Celestina, se paran á la puerta á escuchar los castigos y reprensiones que da la buena madre á su sobrina Drionea. Eubulo de muy sancto, quédase á la puerta y Oligides entra. Y pasadas muchas cosas donosas con tia y sobrina, declara su embaxada. Pártese luégo con él para hablar á Lisandro, el cual la recibe con grande alegría y le descubre su pasion. Vuelve Celestina á urdir su tela. Entre tanto Oligides va á llamar á Brumandilon el fanfarron, en cuya encomienda estaba Celestina, para que le sea favorable. Queda Eubulo dando sus buenos consejos á Lisandro, poniéndole delante los peligros que de tales casos se suelen seguir, de los cuales y de su auctor el ciego amante se burla.

OLIGIDES. — CELESTINA. — DRIONEA. — EUBULO. — LIBIA. — POLO. — LISANDRO. — FILIRIN.

Olig. ¿No oyes, Eubulo? escucha, escucha, no llames.

Celestina. ¿Así, doña puta, meter habias en casa sin mi licencia el paje del Conde, que no tiene más de lo que trae á cuestas? Mirad qué casas ó alhajas ó qué viñas ó [p. 41] hogares le dexó su madre para que esté un momento ociosa sin ganar de comer. Loquilla, ¿parecióte galan? ¿pagástete de su gentileza? pues de ésa comerás. Malograda de mi hermana, que buen siglo haya, cuando fué moza como tú; cierto, no atendia ella esas galanías ó disposiciones. Primero se informaba si eran hombres de caudal los que la festejaban, y si eran tales, á todos les mostraba voluntad, ora fuesen feos, ora hermosos, ora viejos ó mancebos; á los pelados enviábalos á espigar. Tomáras, maldita seas, exemplo de nuestra vecina la Calventa, que primero recibe que da; si no traen dineros, que dexen prendas. ¿Dónde tenías los ojos ayer cuando la fuimos á vesitar? ¿No miraste la alhaja de atavíos, y la rima que tenía llena de decretos y Baldos, y de Scotos y Avicenas y otros libros? Llévoos yo allá para que deprendais y tomeis avisos y doctrinas, porque mas ven cuatro ojos que no dos, y éntraos por un oido y sáleos por otro, castígame mi madre y trompóselas yo; hija, sé buena madre, hé aquí un clavo, así eres tú, que no te aprovecha nada mi crianza y consejos. Yo seguro que otra diligencia que la tuya trae nuestra comadre la Pinta, en mi ánima con el pié manda la justicia, sino veldo, que no se [p. 42] toma espada ni armas que no pasen por su registro. Aosadas que por tí pocos ruidos y revueltas se levanten, á mi seguro que no alborotes la ciudad con muertes para ser sonada y conocida como la hija del mesonero; de otra manera cumplen el sagrado Evangelio Date et dabitur vobis , nuestras amigas de la claustrilla, y las bagasas de San Cristóbal. Pues la amiga del cura Bermejo ¿de qué ha medrado de pocos dias acá? ¿el axuar y aparato de casa quién se lo dió? ¿esto no lo ves tú? mira que te mando que de hoy adelante no me entren en casa si no fueren clérigos, ó nuestros confesores, ya me entiendes. ¿Piensas que estas del oficio que te he contado ganan á hilar, ó coser ó labrar, las sayas de terciopelo, los monjiles de damasco, las saboyanas de grana fina, las gorgueras y cofias tachonadas con oro de martillo de muchas perlas y joyas, las gargantillas y collares de aljófar, los fermalles y joyeles, las axorcas y anillos, los zarcillos, las camisas y mangas de Calicud labradas á las mil maravillas? A la hé engañada vives si eso piensas, guay del uso que la barba no anda de suso; la ganancia de la mujer con rueca y almohadilla no es para sacar de mal año, ni poner en cuenta de nada para que en ello confies, vuelve [p. 43] la hoja, malvada perversa, haz libro nuevo, no muestres las piernas ni áun al duque que sea, si no traxere el dinero en la mano ó buenas prendas. Cata que quien adelante no mira atras se cae, cuando no pensares te hallarás vieja como yo, y si no tienes algun pegujal para sustentar la vida á la vejez de lo que ganares siendo moza, puédeste quedar á buenas noches. Sigue mi consejo, que sé más del mundo que tú, y donde el maravedí se dexa hallar, allí debes otro buscar, y no entre gente pelada, que no tienen más de aquella compostura de fuera.

Drionea. Así goce, madre Celestina, que no le abrí las puertas para ese efecto que piensas más de para saber de mi primo, el hijo de Ponza, que está con su amo.

Cel. Ay puta, mala rabia te entre por ese corazon, por eso le querias, ¿á mí que las entiendo y he pasado por ello quieres engañar? A perro viejo nunca cuz cuz; ¿qué hacíades en la camarilla del carbon encerrados con aldaba y tranquilla? buenos traes los tocados de cisco.

Drion. Así viva yo que por fuerza me metió dentro y cerró la puerta de golpe.

Cel. Gente está á la puerta, acechando están los malogrados. Bellacos, ¿qué escu [p. 44] chais? Por el alma que tengo en las carnes, si con un palo salgo las cabezas os quiebre. ¿No nos dexaréis en nuestra casa vivir bien, escudriñadores de vidas ajenas?

Eub. Como parla de talanquera.

Olig. Tus devotos somos, señora.

Cel. ¡Ay maldito seas! traidor, ¿tú eres? hija Drionea, en mis brazos le tengo el que tú deseabas.

Drion. ¡Ay! ¡ay! dexámelo abrazar; ¡ay! ¡ay! ¿es él ó no? él es, dame otro abrazo, mi rey, á mi cargo que no holgarás tú tanto con mi vista como yo con la tuya.

Olig. ¡Oh perla de quien el cielo se enamora y yo con él!

Cel. Por tu vida, hijo, que hablábamos de tu descuido, que ni la ves ya ni la visitas, dolor de la que en tí confia. Yo la estaba reñendo porque no te enviaba á llamar, que aquí se está sola todo el dia ocupada en su labor sin maldita la recreacion de hombre.

Eub. Eso os falta, putas.

Drion. Déxale, que es un desconocido; mal me haga Dios si me contenta otro sino él, este corazon se me alegra cuando lo veo, y él no hace más caso de mí que si nunca me conociera; bien dicen que amores nue [p. 45] vos olvidan viejos; á osadas que bebes los aires por quien yo sé.

Olig. ¿Por quién he de yo penar sino por tí?

Drion. A la hé, por Carmisa.

Olig. Hí, hí, hí.

Drion. A la fe, digo la verdad; ¿mirad por quién? donosa vision.

Cel. Calla, que quien feo ama hermoso le parece; hay ojos que de lagañas se agradan.

Olig. No te enojes, mi Drionea; oye ántes que me juzgues por malhechor.

Cel. De mucho como te quiere te pide celos.

Eub. ¡Oh putas, putas! el que no os conoce os compre, por eso me voy, que quien quita la causa quita el pecado. Jesus, ya me encendia; líbreme Dios de tentacion maligna; ¡Ave María! ¡Ave María! vade retro, Satana.

Olig. Pues no es otra cosa sino que un amigo mio bachiller la tiene á esa que dices, y el maestre-escuela súpolo, y echóle preso fasta que pague la pena de los diez florines, y yo por partes dél la voy á hablar sobre ciertas prendas.

Cel. ¡Oh crudo y riguroso y tirano juez, que en tal caso tal ley pone! Ese robóle, digo yo, que no justicia.

[p. 46]

Olig. Reprendes la ley porque es en tu perjuicio y disfavor, que ella justa y buena es.

Cel. Mientes, hablando con honor.

Olig. Mas ¿qué es de la señora Libia, que no la veo?

Cel. Arriba está con dolor de muelas.

Olig. ¡Ah, señora Libia! si os tienen encerrada por gran tesoro, razon es; mas si por otra cosa, injuria es que hacen á Dios en no dexar ver sus obras.

Libia. ¡Ay cuitada! métete en esa nasa, no suba acá el amigo de mi hermana.

Polo. ¡Mis ojos! pláceme no te congoxes; cubre el brocal con la manta, ó trastorna la nasa sobre mí.

Lib. Eso es mejor, esconde la falda del escapulario, que se te parece el hábito.

Cel. No te responderá, que le duelen mucho.

Olig. Pues, madre mia, toma el manto y vamos, que la cabeza de casa peligra y hay necesidad de tí.

Cel. ¡Ay dolor de la que no tiene que se cobijar!

Olig. Pídelo prestado y luégo.

Cel. No estoy en barrio que sepan dar ni un jarro de agua.

Olig. Ya te entiendo; toma señal, porque no pienses que serás burlada.

[p. 47]

Cel. En el cielo sea pagado. Drionea, hija, daca ese bernio raido, pues no hay otro.

Olig. Quede Dios contigo, señora; yo seré más contino en adelante.

Drion. Sí, la semana que no haya viérnes te esperaré. Mas, ¡nunca acá vuelvas, plega á Dios!

Cel. ¿Qué mal es el de tu amo?

Olig. Arde en amores de Roselia, y creemos que morirá, si tú, que eres única en esto, no le remedias.

Cel. Gracias á Dios, hijo, que sus dones reparte por quien quiere, á unos da el dón de profetar, á otros de predicar, á otros de hacer milagros, á mí de sanar enfermos.

Olig. Bien creerás, madre, que en tí, como en sagrada y postrimera áncora de su salud, tiene puesta mi amo su confianza despues de muchos remedios aplicados.

Cel. En eso habeis errado la cura y dañado la postema del su afligido corazon, que, como dixo Séneca, la llaga á la cual muchas medicinas tocan, con dificultad llega á cicatrizar; y si el principio se yerra, no puede seguirse buen fin.

Olig. Por tanto se pone el pandero en tus manos, que lo sabrás bien tañer.

Cel. Ni la graveza de la herida sufre ex [p. 48] cusa, ni el precio de la cura ménos valor, por la bondad del cerujano, que la enmienda en lo no acertado es más trabajosa que el remedio en sus principios.

Olig. Dexa esos rodeos, que tu boca será medida de lo que pidieres.

Cel. Bien es que me entiendas, que yo vivo de mi oficio; ésta fué la herencia que me dexaron mis padres y mi tia, que Dios perdone, y como sabes que este nuestro trato sea tan peligroso, no queremos poner la mano en labor tan delicada sin ver el por qué, que cada puntada nos podria costar la vida sino fuese por nuestras buenas diligencias, aunque caro le costó á mi antecesora la negra cadenilla, que habiéndose librado del toro, cayó en el arroyo; huyendo un peligro cayó en otro, libróse de Pleberio y vino á dar en las manos de aquellos malogrados que bien escotaron la tercera parte con la vida. Dígolo, que si en estos pleitos me he de ver con vosotros, dende agora me tornaré á mi casa y me despido de entender en ello, que más quiero poco con seguridad que mucho con temor de perdello.

Olig. Buena pró te haga lo que mi amo te diere, que ni yo seré á estorballo ni ménos despues de dado te ladraré por parte ó [p. 49] partecilla; allá te aven con Dios, y entremos, que abierta está la puerta.

Eub. Señor, aquí viene Celestina.

Lis. ¡Oh hombre sin comedimiento! Corre, baxa, dale la mano, y dile que suba su merced.

Eub. No es mujer de tanta cuenta.

Lis. ¡Perenal! ¿dó consiste mi bien todo y mi remedio, dices no ser señora de cuenta y de mucha honra? ¡Señora mia! ¡Señora Celestina! dame la mano, que es agra la escalera, ayudarte hé.

Cel. A tan chico santo no tanta fiesta, mi señor.

Lis. Pon dos coxines aquí á la señora. ¿No vienes, rapaz? ¡Ah, rapaz! dale dos bofetadas, Eubulo.

Fil. ¡Ay! ¡Ay!

Lis. Dale bien, manos de topo; no haréis lo que yo mando: ¡oh! cosa recia es servirse hombre de bobos y lerdos.

Eub. Mas, ¡oh! cosa difícil servir á locos y necios.

Olig. Calla, que la blanda respuesta quiebra la ira, y la dura la despierta.

Lis. Ha sido tan deseada tu venida, madre mia, que bien se puede decir nunca mucho costó poco: siéntese. Ya sabrás que amor, viendo embelesados mis ojos en la [p. 50] contemplacion de la más hermosa que todas las mujeres, y desplegadas las velas de mi deseo en pos de su fermosura, me puso en tal estrecho, que si en esta mi cuita no me ayudas, por mejor tengo la dichosa muerte, que todos los trabajos ataja, que no la desesperada vida donde las sombras de mi tristura se engrandecen y espesan. Sólo el pensamiento dó Roselia se aposenta, esclarece la triste cárcel de amor, en la cual estoy preso, lo demas todo me atormenta; tristeza, congoja, trabajo, desdicha, desamor, angustia, deseo, tormento, aficion, ánsia, pasion, cuidado, desesperanza, mal, pena, dolor, cuita, tribulacion, sospiros con lágrimas, de todos estos males con sólo el morir pienso librarme, pues mi voluntad lo quiere y mi razon lo ordena, si tú, como llave desta prision, otro remedio no aplicas ó descubres.

Cel. Señor, con pequeño trabajo no se alcanzan grandes cosas, que por eso dicen no se toman truchas á bragas enxutas, todo eso es menester que sufras por el bien que habrás tras el mal de la pena que agora padeces.

Lis. Dichoso sería yo, madre, estar debajo de la bandera de tantas pasiones, si consiguiesen la victoria que tu palabra promete.

[p. 51]

Cel. Por poco que tú me dés, mi dicho habrá su efecto.

Lis. Si mi servicio hobiese de igualar y conformar con tan alto merecimiento que el prometimiento de tus palabras merece, hallo el mundo ser muy poco, que tan soberana merced no se compra por dinero.

Cel. Este necio piensa que me empreño yo de palabras hinchadas para parir viento. Harias mejor cerrar la boca y abrir la bolsa, que no usar de tan largo ofrecimiento, que las muchas palabras son indicios de las pocas obras.

Lis. ¿Qué dices?

Cel. ¿Qué? que mujer soy de contentar, aunque tu galardon y mi peligro no emparejen en satisfaccion de igualdad, porque la vida y persona, la cual en semejantes casos se pone en suerte de perder, es más digna y de más valor que otra cosa ninguna.

Lis. Toma esta esmeralda, y con ella recibe mi voluntad, y no mires al dón, sino al dador, que mayor deseo le queda que poder tiene para gratificar tu trabajo.

Cel. Dios te dé tanta parte en el cielo como mereces en la tierra, que tu larga franqueza pone silencio á mi lengua á darte las gracias por tan crecida y sobrada merced; pero aunque me faltan palabras para [p. 52] agradecer, no me fallece conocimiento para ver cuanta obligacion me has puesto para despertar mi ingenio en la invencion de tu remedio, que bien dicho está, el premio anima á las artes y la honra las sustenta. Y duerme descuidado, que yo soy Celestina, que en las duras peñas hago camino, y con hucia desto descansa, y quede Dios contigo.

Lis. Y él guie tu reverenda persona. ¿Paréceos, hermanos, que lo hará bien esta mujer?

Olig. ¡Y cómo! aunque tu amor fuese fingido, ella le haria parecer verdadero, que en esto tiene las veces de natura en suplir sus defectos y necesidades. Solamente es menester que hables á Brumandilon, que es un descarado rufian que tomó la vieja por su guarda, temiendo el desastre de su tia. Éste, aunque aprovechar no te pueda, pero puede dañar estorbando lo que á remediar no basta, que si ve tantico peligro en el negocio, porque á él no le quepa parte, disuadirá á Celestina que en ningunas maneras se meta en danza de espadas, de las cuales él á sabor blasona, siendo como trueno, que espanta y no hace mal.

Lis. Tráemelo luégo acá, que yo le haré mudar de propósito, que en semejantes per [p. 53] sonas dádivas rompen peñas, y lo que temor acobarda, avaricia incita. ¿No vas?

Olig. Voy.

Lis. ¿Y tú, no vas con él, Eubulo?

Eub. Suplícote, señor, me escuches una palabra.

Lis. Di, y con brevedad. ¿Qué querrá este necio, que ya me amohina?

Eub. Señor, en todas las cosas sabiamente ordenadas, el deliberar es primero que el disponer, porque en lo primero hay enmienda, en lo segundo arrepentimiento. Así que, en las cosas que mucho va, los sabios y cuerdos toman consejo, porque despues no se arrepientan de la errada deliberacion, que si una vez ocasion vuelve su cabeza, despues, cuando la quieras asir de los cabellos, hallarla has calva. Despues de esto, conviene los corazones de aquellos, que en arduo negocio proveer tienen, estar desembargados de pasion, porque los oidos con ella cerrados empiden la entrada al consejo, de manera que resultan dos cosas que te cumple hacer, si quieres no errar en lo malo y acertar en lo bueno, lo uno que mires lo que haces y no confies en tu prudencia en cosa en que si yerras haces gran ofensa á Dios y á tu fama, que quien á solas se aconseja, á solas se desconseja; lo otro que apartes de [p. 54] tí la pasion que perturba tu razon en el sabio ordenamiento. Esto hecho, asiéntate en la silla de reposo y toma la vara de justicia, y oidas entrambas partes, sentencia como recto juez, y la sentencia que tu razon ordena, pronuncie tu voluntad con consentimiento. Mira que las virtudes con dificultad se ganan y con facilidad se pierden; si agora aflojas y sueltas la rienda al apetito y lo desenfrenas, tarde lo tornarás en obediencia, que poco aprovecha que una vez le encojas las riendas, si con una sobarbada hace que sueltes, y no seas señor dél. No hay cosa que más reverdezca que es el amor, guárdete Dios de su desenfrenamiento, que no parará fasta despeñarte.

Lis. ¿Has dicho, cuerdo?

Eub. Dixe, aunque no todo lo que queria.

Lis. Pues véte de ahí, necio, que eso yo me lo sabía, y cierra esa puerta.

Eub. Malaventurado de hombre que entiende y no obra; vana es la potencia sin acto conforme á regla de razon: oh Lisandro, Lisandro, prosigue en tu locura, que tú te verás en mucho tiempo de arrepentirte, y en poco lugar de remediarte.


[p. 55]

ARGUMENTO DE LA QUINTA CENA
DEL PRIMER ACTO.

Píntase muy al natural los fieros de Brumandilon y la desordenada avaricia de los alcahuetes. Lisandro toma por tercero á Brumandilon para con Celestina en sus negocios. A lo cual se ofrece este fanfarron, vencido con los dones de Lisandro. Murmura Eubulo de la prodigalidad de su amo. Y entre él y Oligides, su compañero, pasan cosas de mucha doctrina y aviso.

BRUMANDILON. — CELESTINA. — OLIGIDES. — LISANDRO. — EUBULO.

Brumandilon. ¡Oh pese á tal! como á las veces de los flacos animales los más fuertes son oprimidos, que una pequeña víbora con su veneno mata un gran toro, y un suzuelo raton pone espanto á un poderoso elefante; ansí esta desventurada vejezuela con sus amenazas quiere acobardar la fuerza de mi poder, como quiera que esté por nacer á quien yo mostrar la virtud de mi ánimo en la fuerza de mis golpes. ¡Descreo de tal con la puta, que haya yo corrido la casa de ceca y meca, y los cañaverales y los olivares de Santander, y pasan ya de cien mujeres las que me han sustentado en mi estado y honra en públicos burdeles, y to [p. 56] das me han tenido acatamiento con obediencia, y que esta hechicera al cabo de mi vejez, despues de traidos treinta años los atabales acuestas, burle de mí con menosprecio! pues yo juro por el dorado chapin de la Magdalena, que aunque más fieros me haga con los criados de Lisandro, de todo lo que ganáre ha de partir conmigo la mitad, que no en balde pongo mi vida á riesgo por ella, y si porfía en sus trece, no es mucho que la mate, segun soy de esta hechura. Ya se me ha escapado de buena cuando con mi pesada mano le dí tal torniscon, que los dientes le quebré en la boca bañada en sangre, y voto á la sancta letanía, que si un poco más extendiera el brazo, colmillos y muelas todo iba al suelo. Por el fuerte y galano arnes de San Miguel Ángel, si se me antoja, á papirotazos le quinte los dientes como á falsaria. Segun soy derreñegado y en mis hechos crudo, en punto estoy de tomar la mi porra y machacarle aquella cabeza y enviarla al infierno en compañía de su tia; venga despues la justicia con sus porquerones á prenderme, que no creo en quien me engendró si no granizo más cuchilladas sobre ellos, que Dios si tiene qué; voto á Dios, á todos, sin excepcion alguna, haga piezas, si me [p. 57] enojan, para hacer cazuela de ellos, y de sus huesos escarba-dientes; hi de puta, qué hombre yo para que rey ni Roque tenga que ver conmigo. Mas ¿qué me detengo, y no voy á arrancarle la alma de las carnes, ó que me dé parte de la ganancia? que tanto merece el que las riquezas conserva como el que las adquiere; tha, tha, tha, abríos, puertas.

Cel. Ya viene el loco de casa.

Brum. Si no fuese porque la fortaleza sin prudencia es habida por temeridad, luégo en esta hora te enviaria á cenar con Pluton; por ende si quieres enfrenar el furioso brío de mis desapoderados golpes y que no descarguen sobre tí, daca luégo la mitad de lo que te dió Lisandro, que todo lo he sabido; donde no, díme si estás confesada.

Cel. Si supieses qué pocos son los que se han perdido por callar, y muy ménos los que se han ganado por mucho hablar, tú holgarias de echar una mordaza á la lengua, y no descargar como badajo tantas porradas; cata que quien amenaza, una tiene y otra espera, nunca las palabras soberbiosas hicieron á los hombres bienaventurados.

Brum. Mi dicho es mi hecho, y mis hazañas tan espantosas son de oir como monstruosas de ver. Bien veo que donde las obras [p. 58] no aprovechan, en balde se gastan las palabras; pero cuando el decir conforma con el hacer, bien es, lo que el corazon concibe la boca publique, lo cual yo hago porque no digas, no me lo dixiste; que hágote saber que yo soy hombre que lo que sé decir con verdad lo sé executar con las armas.

Cel. ¿En tí verdad? como en el Evangelio mentira.

Brum. No quieras con buena respuesta hurtar el cuerpo á mi furia. Pues guarte no me enciendas la ira, que no será más en mi mano matarte que en el fuego dexar de quemar.

Cel. Calla, desconcertado relox, que más son los amenazados de tí que no los heridos.

Brum. Agora lo verémos si lo que haré será prueba de lo que digo. Daca lo que te dió Lisandro, sino con este mi puñal te escarbaré el hondon del corazon.

Cel. Quiero le dar parte de las doblas, que lo principal yo me lo callaré, no haga algun desatino este lebron como el judío afrontado. ¡Ay sancta Catalina! apártate allá, mete el puñal, no se diga de tí, del monte sale con que se arde, ¿tométe por defension y eres mi ofension? Crío cuervo que me saque el ojo; tómatelo todo para tí [p. 59] y nada para mí, que yo soy como la cabra que parió para el lobo, como la ave curruca, que cria y mantiene hijos ajenos, ó como la gallina, que con mucho sudor saca pollos de huevos ajenos. Ya pensé que esto no sabías, pero amores, dolores y dineros mal se pueden encubrir.

Brum. Todo eso y más me debes, pues por tí asaz veces asiento la vida al tablero en ventura de perdella, que, juro á tal, la fortaleza en los hombres muchas veces es causa de su muerte; dígolo, porque anteayer por salvar tu fama perdiera mi vida por confiar mucho en la virtud de mi espada, que, como toro agarrochado en el Coso, me vi entre siete que en tí pusieron lengua; sino, mira mi capa arpada y el broquel con trecientas picaduras, pero todavía mi blanca espada hizo lugar, los cuatro se me escaparon por piés, á los tres dexo descalabrados; al uno de ellos si no traxera caxquete de Calatayud, con el poderío del golpe le hendiera la cabeza fasta los hombros, pero no le entró sino fasta la piamater.

Cel. Por más que blasones quedarás sin medalla.

Brum. ¿Malla? Todos venian cargados de hierro, pero poco se le da á mi espada que vengan armados que desarmados, para que [p. 60] con sus filos no rebañe carne, que si todas las fuerzas de mis brazos que Dios me ha dado, emplear quisiese, no habria hombre que no traspasase, hendiese y derrocase, y mil menuzos hiciese; mas por no agotar y disminuir la cristiandad, que me parece grave pecado, templo y modero con cordura lo que me sobra de esfuerzo, por no lo hacer comun con los brutos animales, los cuales desenfrenadamente siguen el apetito de su vigor y furor.

Cel. Ese almacen sería bien excusado á mí, que dentro en el pellejo te conozco. Con todas tus bravezas y fieros no osaste levantar el gaje del suelo que en desafío te echó el escudero de Chremes, cuñado de Alisa, madre de la malograda Melibéa.

Brum. ¡Oh, cómo la mala fama vuela como ave y corre como moneda, y la buena se queda en casa por conseja detras del fuego! Refran es, el bien suena, y el mal vuela. Quien te dixo eso, ¿no te contó los espaldarazos que le dí un dia ántes? ¿Pues habia de aflixir al aflixido? ¿No sabe Dios y todo el mundo que en la reyerta yo llevára la mejor parte y él quedára en el campo ó muerto ó puesto en la postrimera necesidad? En los denuedos y visajes que me ves agora hacer habias de argüir la animosidad que [p. 61] entónces tendria, que de ánimo esforzado procede la compostura feroz del cuerpo, que la natura así suele entallar, expresando los afectos del corazon en la corpulenta imágen. Mas, ¿no vistes contra quién habia de mostrar mi ira y ardid? Eso fuera, para los que lo vieran, otro espectáculo cual fué el del escarabajo con el águila, ó de la hormiga con el leon, que no me estuvo bien, pues señal es de grande cobardía acometer á los menores y á los que poco pueden; más quiero morir emprendiendo grandes cosas que no vivir venciendo las flacas, que más tengo acatamiento á la fama inmortal que no á la victoria presente; no quiero ensuciar mis manos en tan flacos hechos, porque á tan gran corazon como el mio, grandes hazañas son menester para que, vencidas, se cuenten por aventajadas entre las que hicieron los claros y ilustres varones de aquel glorioso siglo.

Cel. Pasos oigo, acá suben, no sé quién es; ó amigo, ó enemigo, ó mal criado es, pues sube sin llamar.

Brum. ¡Oh, por Dios, que lo segundo es; méteme en la camarilla de las hierbas, cierra, cierra presto con llave por defuera!

Cel. Zancadillas va dando el diablo azogado, el judío lleva en el cuerpo.

[p. 62]

Olig. ¿Qué alboroto éste, madre?

Cel. Calla, calla, que mi negro duelo se escondió de tí pensando que eras el escudero con quien hubo palabras; tú muda el tono de la voz y finge que lo buscas para matar, que el miedo, que las cosas que no son hace que tengan existencia, y las que son parezcan no ser, hará que no te conozca perturbando su juicio con tropel de fantasías imaginadas, que bien es que á este baladron la experiencia del temor castigue la ferocidad de sus arrufianadas palabras y fieros hinchados.

Olig. Comienzo, aunque otra cosa le queria. ¿Di, señora, tienes acá á Brumandilon, que, por vida de tal, si aquí está, luégo sus maldades y su vida acaben juntamente?

Cel. Por cierto, señor, dos dias há que no le he visto.

Olig. Dime la verdad.

Cel. Y Jesus, ¿habia de mentir?

Brum. ¡Oh desdichado de mí! muerto soy si las puertas quiebra.

Olig. Que no te creo, que quien una vez miente, no se le ha de dar más entera fe; ya me mentiste el otro dia negándomelo, por ende dámelo acá si no quieres haber el mesmo fin que á él espera.

Cel. Afortunada yo que no sé dél, y por [p. 63] que lo que digo sea testimonio de mi verdad, toma las llaves de las cámaras y búscalo.

Brum. Ya, ya, no espero más vivir. Señor, perdona mis pecados. ¡Santo Dios! ya abre; Credo.

Olig. ¡Ah cuerpo de mí, Brumandilon! quien quiere ser temido, forzado es que tema.

Brum. Por el santo Martirolojo de Peapa si no tuve por muy averiguado, cuando me escondí, que el Corregidor me venía á prender por ciertos palos que dí la noche pasada, y que dexaba en celada su gente y él subia quedito por tomarme desapercibido de mi broquel y espada. Y áun ¡voto á tal! que no envie sus justicias á mí, él en persona viene á buscarme, porque sabe que ninguna otra vara obedezco sino la suya; y si quisiese tambien ir contra él podia despedazar á él y á los suyos, que un dia me amostazó las narices y no sé qué mala respuesta le dí y disimuló, y tuvo por bien de sufrirme. Por agora, por mejor tuve retraerme que no hacer un hecho sonado, por donde la ciudad se alterase y viniese á oidos del Rey; pero despues que sentí no ser el Corregidor, de coraje reventar queria en no poder salir; de buena te escapaste, que como los primeros movimientos no sean en nues [p. 64] tra mano, pudiera ser que sin mirar, súbitamente te barrenára con una estocada temerosa, ó tendiera con un tiro mortal: da gracias á Dios, que de buena te libró.

Olig. Así las doy, y toma la capa, que Lisandro, mi señor, te llama; y adios, Celestina, y no descuides del negocio, que ya sabes que la luenga esperanza aflixe el enamorado corazon, y más el de mi amo, que le hierve.

Cel. Véte, que en cuidado me lo tengo.

Brum. Hermano Oligides, bien creerás que si tu amo no fuera, que no me tomára allá, aunque enviára otras cien veces á llamarme; treinta caballeros en persona me vienen á buscar y me sacan de mi casa importunado, ó para afrontar nobles, ó castigar ruines, ó cruzar caras de putas, ó terciar en hacer amistades, porque no hallan otro más aparejado y dispuesto, ni más diestro en caso de refriegas. Y ésta es la causa por que estoy huido por los rincones, que quien crueza hace, su peligro busca, de justicias digo, ó por mejor decir, de sus palillos, que á otra persona no temo, que quien de armas se precia, como yo, con razon ningun otro peligro debe temer.

Olig. Adelántome, y aguarda en este portal.

[p. 65]

Brum. Así lo haré.

Olig. Señor, aquí viene conmigo Brumandilon, despacha con él lo más ayna que pudieres, no le des lugar á que meta más palabras de las que él suele fuera de todo propósito, que en historia no habrás leido tan gran fanfarron. Su persona espantarte há, los fieros como los quisieres, los hechos por el cerro de Úbeda.

Lis. Dile que entre.

Olig. Entra, Brumandilon, y sígueme.

Brum. Las manisicas de tu merced beso.

Lis. Bien seas venido, Brumandilon amigo. Tu favor y ayuda hé menester.

Brum. Señor, no pases más adelante, que juro á la serpentina vara de Aron y Moisés, si es para desafío, ó afrenta, ó matar alguno, ántes será hecho que mandado, que la muerte tengo por vida, en tanto que sea en tu servicio; cuanto más que éstas son mis misas y mis pasatiempos, porque cuanto trabajo es por el miedo á los cobardes la guerra, tanto placer es á los esforzados la continuacion de ella; no creo en quien me parió, si sueño puedo dormir que bien me sepa, si no hé con mi espada hecho riza de broqueles, ó harpado gestos, ó cortado miembros, ó he molido á palos los alguaciles; [p. 66] pues si esto me quieres, dime luégo las personas que te han enojado, que bien pueden doblar por ellos, y si no cumpliere lo que prometo, el morir será la paga, que no es mala muerte la que el hombre muere haciendo lo que debe.

Lis. Agradezco tu animoso ofrecimiento, que tu denodado semblante da á entender mucho más de lo que dices.

Brum. Y ¿cómo, señor, di?

Lis. Pero para tales casos mi gente basta.

Brum. Anda, señor, que más hace la virtud que la muchedumbre.

Olig. Maldito seas, fanfarron, ¡quién te patease! A mí seguro que no tovieses los piés tan ligeros para huir como la lengua para blasonar.

Lis. Otra cosa te quiero, y es que Celestina entiende dar remedio con su buena maña á mi fluctuoso tormento, que la hermosa Roselia me causó desde el dia que la vi.

Brum. Ya, ya, no me digas más.

Lis. Óyete, que no es lo que piensas; torna acá.

Olig. Huye con temor no le mandes cosa de su peligro.

Lis. Lo que quiero rogarte es, pues tienes tanta cabida con Celestina, que no sólo [p. 67] no impidas ó estorbes la cura mia, que de ella espero, mas le impertunes que en esto ponga particular diligencia, y si fuere menester se lo mandes, que ni tú quedarás quexoso ni ella mal pagada.

Brum. Por la clavazon de las puertas celestes aún todavía el corazon me da latidos y el brazo me tiembla de lo que entendia facer si me mandáras que sacára á Roselia por fuerza de armas, y la entregára en tu poder; y holgára dello, porque conocieras quién es Brumandilon, que en los peligros se muestra la bondad del esfuerzo. Desotro pierde cuidado que no quedará por negligencia de Celestina, ni ménos yo impidiré cosa que toque al menor pelo de tu servicio, ántes seré en acrecentallo. De la mi vieja te sé decir que hablalle más de una vez en su oficio es dar de espuelas al que corre y despertar al que vela; así den dineros, que bailarémos todos, que todas cosas obedecen á la pecunia.

Lis. Corre, Eubulo, saca de mi recámara seis canas de raso carmesí y la mi capa de grana, y dáselo á Brumandilon.

Eub. ¿La de fajas, señor?

Lis. Esa ó esotra.

Brum. Si las gracias de tan pujantes mercedes te hobiese de dar, ántes falleceria [p. 68] tiempo para decir que palabras para satisfacer; pero á las obras me remito, con las cuales adelante, como criado tuyo, entiendo servirte, que no en balde te he señalado por mi señor, pues tan en derredor miras mi provecho y honra, por ende, si más mandas dímelo, porque tan seguro puedes estar de mi servicio, que aunque la muerte se me ofrezca no la negaré.

Lis. Que no se dilate mi vida ó muerte, pues al doble es más pena aguardar que recibir la rigurosa sentencia.

Brum. Todo lo dexará y el tu negocio será el primero que despache, aunque otros del mesmo jaez en cuantidad y calidad traia ya entre manos con adelantada paga.

Olig. Estotro pajuelas; pagado y repagado está.

Brum. ¿Qué le dió?

Olig. ¿Qué le dió? una medalla con un cerco de oro, y en ella una esmeralda con una escultura de Júpiter como deciende á juntarse con Danae convertido en lluvia de oro, de harta estima y valor.

Brum. Eso pasa, y encubriómelo la puta vieja. No paro más aquí. Quedaos adios, señores compañeros.

Olig. No le digas que yo te lo dixe.

Brum. No diré.

[p. 69]

Eub. Caro le costará la fruta de postre en el banquete de sus amores, pues tal comienzo tiene la comida. Todo para alcahuetas y mandiletes y fementidos lisonjeros, nada para fieles sirvientes. Andar, mundo es que corre, unos por buenos se pierden, otros por malos se ganan.

Olig. Por eso me voy yo al hilo de la gente, sentir con los pocos y hablar con los muchos.

Eub. Si sigues el discante de la cortesana malicia, aunque sientas para tí las voces baxas de bondad, al fin, cuando se canta la gloria, te hallarás burlado, que las obras hacen bueno, no los propósitos.

Olig. No por eso dexaré de bien obrar.

Eub. Cosa difícil es tratar con el aceite y no se amancillar, pues muy más difícil es conversar entre malos hombres y no ensuciarse con sus perversas y dañadas costumbres. La maldad de ligero se pega y cunde como azogue fasta corromper los tuétanos del uso de razon; oro ha de ser, y fino, el que ha de defender sus quilates entre las vivas brasas de la vida corrupta, ca dime con quién paces y decirte he qué haces.

Olig. ¿Quiéreste meter fraile, pues tanto aborreces nuestro vivir?

Eub. Deséolo.

[p. 70]

Olig. Si tanta piedad cuanto calor en verano albergase el capillo, yo te seguiria.

Eub. ¡Oh palabra digna de fuego con su auctor! ¿Qué son las cuatro religiones sino cuatro pilares de la Iglesia que la sustentan en su fe, esperanza y caridad? de cuyas escuelas salen lumbreras que alumbran, ilustran y esclarecen con doctrina toda la cristiandad, y sabios que destruyen y destierran las herejías, no ménos que del caballo troyano esforçados y electos varones en destruicion de Troya salian.

Olig. Véte tú á la religion, que yo á mi Carmisa me recojo.

Eub. Ella te llevará con los muchos, aunque más sientas con los pocos.


[p. 71]

ARGUMENTO DE LA PRIMERA CENA
DEL SEGUNDO ACTO.

Tómanle ánsias de muerte á Celestina por la dificultad del negocio encomendado; mas considerada su destreza y el aparejo que en todo hay, delibera de ir á hablar á Roselia so color de su oficio, corredora por maneras exquisitas. Es cosa de reir ver los negocios que dexa encomendados á su sobrina Drionea. Al fin, ida la vieja, despide Libia á Polo, su amigo, y entra Esclarabel á Drionea, su querida.

CELESTINA. — DRIONEA. — BRUMANDILON. — POLO. — LIBIA. — ESCLARABEL.

Cel. Ántes que tome el camino para casa de Roselia, quiero en la mia bien pensar con reposo lo que le he de decir, y con mucha cautela proveer con qué oro doraré la píldora, en qué copa dorada disimularé esta purga, con qué sobrehaz azucarada cubriré el acíbar, con qué dulzor saborearé la amargura de estas mis confaciones, con qué cebo esconderé el anzuelo, con qué achaque digo coloraré mi nueva venida, con qué palabras paliadas solaparé el negocio á que voy que no sea sentida, en qué matiz de bondad embestiré mi mensaje, finalmente, [p. 72] cómo ocultaré y descubriré una mesma cosa, qué mañas y modos tendré para celar mis ardides engañosos y manifestar mi intencion, que me entienda y no me entienda, que quiera enojarse y no pueda; gran prudencia y saber, gran sagacidad y astucia has menester aquí, Celestina, y despues de esto mucha serenidad en el rostro, mucho reposo en la persona, mucha templanza en la plática, para que no saque por puntos la malicia de mi embaxada. Mas ¡ay! amarga cuitada que el entendimiento se me ofusca, el juicio se me altera y la lengua se me turba en tan arduo negocio, que ni razon me encamina, ni consejo me aprovecha, ni la propia experiencia me incita á que cometa con el pensamiento lo que me cumple poner por obra; ¡ay madre de Dios! y qué sudores con ánsias de muerte en torno rodean mi corazon en pensar en lo que me he metido, las piernas se me cortan y la sangre me desampara; escarmentada habia ya de estar de las veces que he sido empicotada y azotada por este mi oficio en muchos pueblos de Castilla, y no me viniese más mal, que esto fructa comun es de Brumandilon y de mí traer las espaldas pintadas con bandas de color purpúreo y las cabezas con mitras y rocaderos; ¡guay de [p. 73] la que se pone á perder la vida! En mi seso me estaba yo en dejar este trato si la maldita y insaciable codicia del más haber, que á los más de los mortales fuerza acometer lo ilícito, no me venciera; mis ganancillas ciertas tenía por otra parte en dar medicinas á las doncellas que no paran, á las casadas bebedizos que den á los maridos porque no sientan los cuernos que á vistas ojos sus mujeres les ponen, evitando rencillas cornudales, á los mancebos mayorazgos bocados con que maten sus mesmos padres, porque los muertos abren los ojos á los vivos que deseosos estaban de heredar; á las enamoradas bien querencias y polvillos que atrayan á su amor los canónigos y racioneros más mozos y francos; á los honestos mandragora y granos de helecho con que puedan entrar y salir do quisieren sin ser sentidos, á los amantes hechizos de cabello ó cordon con que hagan que sus amigas les amen, y aborrezcan el que amaban, y amen el que aborrecian; y si de este oficio usar no quiero por ser tambien peligroso, loores á Dios que no se concluyó ni encerró en el mi saber, que lapidaria, herbolaria, maestra de hacer afeites y de hacer virgos, perfumera, corredora, melecinera, partera y un poco física soy; entre dueñas y [p. 74] señoras, entre doncellas y casadas, entre monjas y frailes, entre clérigos y abades suelo yo tratar, todos me han menester y todos me conocen, y todos vienen á mí para que remedie sus necesidades; no parece mi casa sino botica, ansí unos entran y otros salen cargados de medicinas, que no piden cosa que no esté en la camarilla que me dexó mi tia, que buen siglo haya, en el testamento; ahí tengo los perfumes que falseaba, los afeites que conficionaba, las aguas de rostro que hacia, y otras aguas que sacaba para oler, los çumos con que adelgazaba los cueros, los untos y mantecas que tenía y los aparejos para baños y lexías, los aceites que sacaba para el rostro, y otras cosas muchas que con mi buen trabajo y propio sudor y mayor experiencia he yo adquirido, conviene á saber: hieles de perro negro macho y de cuervo, tripas de alacran y cangrejo, testículos de comadreja, meollos de raposa del pié izquierdo, pelos priapicos del cabron, sangre de murciélago, estiércol de lagartijas, huevos de hormigas, pellejos de culebras, pestañas de lobo, tuétanos de garza, entrañuelas de torcecuello, rasuras de ara, ciertas gotas de ólio y crisma que me dió el cura, zumos de peonia, de celidonia, de sarcocola, de tryaca, de [p. 75] hipericon, de recimillos y una poca de hierba del pito que hobe por mi buen lance; tengo tambien la oracion del cerco, que no tenía mi tia, que Dios haya, que es ésta; avis , gravis , seps , sipa , unus , infans , virgo , coronat ; y si todo lo de mi tienda hobiese de contar, sería cosa para nunca acabar; pues desdichada de mí, este oficio me bastaba, éste mantiene mi casa, sustenta mi honra y me hace ser tenida y acatada de todos, y afama mi nombre por la ciudad, que nadie hay que me vea que no me llame madre acá, madre acullá, el uno me dexa, el otro me toma, el vicario me convida, el arcediano me llama, que ningun señor de la iglesia me ve que no quiera ganar por la mano cuál me llevará primero á su casa. Malos años para Medea y Sapho y Circe y para la noble Erichto, hechiceras famosas que tan nombradas fuesen en sus tiempos como agora yo. ¡Tristes de mis dias si no salgo con la empresa! si no doy buena cuenta de mí en estos amores, ¿qué será de mi creencia en que me tiene el pueblo? Desconfiarán de mis artes, aborrecerán mis caractéres y palabras, escupirán, escarnecerán de mis supersticiones, chufarán de mis cerimonias, burlarán de mis encantamentos, no darán más crédito á mis agüeros, todos de [p. 76] hoy más me denostarán con baldones, chufas, escarnios, injurias, silbos, ultrajes, risas, desdenes, burlas y con otras palabras injuriosas, y ninguno vendrá más á mi casa, los niños por las calles irán en pos de mí diciendo puta, hechicera, vieja, falsa, malhechora, mondaria, burladora, rabosa, çancajosa, trotaconventos, saltabardales, encorozada, azotada, perfiletada, alcahueta y otros muchos ignominiosos nombres, finalmente que de todo mi estado caeré, y de la opinion en que estaba puesta; yo me tengo la culpa, que quise tomar mayor peso del que podia llevar, y así al cabo caeré con la carga, que quien mucho abarca, dicen, poco aprieta, y quien todo lo quiere todo lo pierde; mal hice á la verdad en no mirar bien la calidad del negocio ántes de aceptar la demanda de Lisandro; imprudente fuí en no pensarlo primero una vez y otra, que, como dixo mi tia, aquellas cosas que bien no son pensadas, aunque algunas veces hayan buen fin, comunmente crian desvariados efectos, ansí que la buena especulacion nunca carece de buen fructo; cierto, cegóme la canina hambre y sed grande y hambrienta codicia de las preseas y riquezas que de ahí esperaba; ¡oh! cuando era pobre, entónces me hallaba más rica porque nada codiciaba, [p. 77] y agora que, bendicto Dios, me sobra, más y más deseo, no contenta con lo que poseo, al fin crece la necesidad con la abundancia, y auméntase la cobdicia con el dinero; mas ¿quién soy yo, á quien temor ó cobardía ponga espanto en las cosas de mi oficio? ¿yo no soy Elicia, la sobrina de Celestina, la que heredó nombre y fama y hechos de la mesma? Sé que Elicia soy, la insigne alcahueta, la famosa hechicera, la sábia nigromántica; ¿qué denodadas palabras? ¿qué fieros ó ademanes de rufian? ¿qué amenazas de muerte? ¿qué rigurosos trances? ¿qué peligros inminentes jamas á mí atemorizaron? ¿No he sacado otros amores más arduos que éstos á luz? sí; ¿y no he salido á paz y á salvo en todos ellos? sí: de la vida digo, que lo demas no lo estimo en lo que huello: ¿qué cosa hay tan dura que yo no ablande, ni qué tan alta que no alcance, ni qué tan imposible que no me sea posible, ni qué tan sublime que no abata, ni qué tan entrincada que no deslinde? Veamos, ¿Roselia no es mujer? sí; luego liviana, que las mujeres, mal pecado, somos como veletas, que, con poco aire, volvemos á todos vientos, enemigas de firmeza. ¿No es moza? sí; luego de enamorada voluntad y lascivos pensamientos, que los aguijones de la carne, y más nueva, [p. 78] algo le moverán á que condecienda á mi peticion. ¿No es hermosa? sí; luego no casta, que pocas veces castidad y hermosura caben en un objeto. ¿No es de complexion sanguínea? sí; pues es de alegre condicion y colorada en el rostro, luego inclinada á lujuria. ¿Pues Lisandro no es gentil hombre, dispuesto y galan? sí; luego para ser amado, que como la hermosura en las mujeres es una pegajosa liga en que se traban los hombres, bien así la gentileza y buena disposicion de los hombres es un señuelo, reclamo y añagaza con que vienen desaladas las mujeres, que si general ley de natura no fuera que el macho siga la hembra, asaz veces rogarian á muchos; ¿Lisandro no es mancebo de noble linaje, dotado de muchas gracias, de linda crianza, bien hablado, generoso, franco, aparentado? sí; luego sobre seguro voy, que estas cosas mucho hacen al caso para que en Roselia con más facilidad prenda su amor; ¿quién tengo de mi parte? al amor, que todas las cosas vence; al amor, que seso y discrecion trastorna; al amor, que saltea los monasterios, escala los muros, rompe las paredes, mina los encerramientos, asierra las rejas, trepa por las ventanas, enciende los castos, altera los devotos, espancta los sanctos; al amor, que desploma [p. 79] la razon, ofusca el entendimiento, fuerza la voluntad, embota el juicio, turba la memoria, fistola el corazon, descoyunta los miembros, hace temblar las carnes, ciega los ojos con lágrimas, desplega la boca con sospiros, cierra los oidos al consuelo, ábrelos á las pasiones, y finalmente, todos los sentidos tropella, pues todo se adereza así de partes de mí por ser principal maestra de este oficio, como por parte de los aparejos que hay de una parte y de otra; encomiéndome á mis familiares, Lucifer, Astaroth, Arangel, Beliath, Sathan, Bercebuth, Balan y á Rescoldapho, el mi buen amigo, príncipes de los demonios que me den buena manderecha á lo que voy, sólo os suplico, mis buenos adalides, perturbeis la fantasía de Roselia con deseos luxuriosos y cebeis sus pensamientos con tizones de amor, yo soplaré con mis fuelles el fuego y atizaré las ascuas que la quemen viva; emprenda la llama en su pecho con vuestras sanctas inspiraciones, que yo tendré cuidado de encenderla y avivarla con mis devotos consejos. ¿Drionea, hija?

Drion. Madre.

Cel. Si viniere de mucha priesa la desposada que hice haber aquel hijo del racionero, en el tabladillo hallarás la caxuela pintada de los virgos; toma de ahí lo que [p. 80] sabes, y restáurale la flor perdida, ni más ni ménos de como me lo viste hacer á la que estotro dia se casó con el carpintero; y si estoviere muy abierta, cúrala con punto, muy sotilmente; y si viniere tambien la mujer del cordonero por los bebedizos, en el barrillejo de barro los hallarás, dáselos, y que los polvorice con un poco de soliman molido, y dile que han de ser nueve candelillas de cera las que me dixo, pasadas las doce de la noche. Y no te olvides de lo que has de hacer con la manceba del canónigo mozo, la que tuvo presa el Obispo por el ólio.

Drion. ¿Qué respuesta daré á Sigiril, escudero de Felides, si te buscáre, que ayer vino acá y no te halló?

Cel. Dile que se vaya con Dios ó con el diablo, que no soy yo casamentera, ni ménos es ése mi oficio; allá á la amiga de mi tia vaya él con esas embaxadas, ó á los parientes de Polandria, que concierten el casamiento, que para ese caso no es menester el estudio de mis artes, ni mucho ménos que mi tia resucitára ó apareciera, como holgaron de mentir. Dame acá esa ropa blanca que me encomendaron que vendiese de aquella señora malograda que murió los otros dias, y no saques sino lo más rico y vistoso; esos gorjales aljofarados, esas cofias [p. 81] estampadas y todos los deshilados y cosas hechas de red de oro y seda, que lo quiero llevar á parte donde no se perderá nada en ello, que buena manera será ésta para entrar en casa de Roselia, pues soy corredora.

Drion. Toma.

Cel. Cierra esas puertas y di á ésos que se levanten que ya es mediodia, porque tenga esa necia espacio para tocarse; y dile, en hora negra, que si se le acuerda que habia de pasar por aquí aquel bozalejo que sabe.

Drion. Sí diré.

Brum. Trap, trap, trap; putas, abrí.

Drion. Putos dias vivas.

Brum. Abrí presto, no me hagais arrojar las puertas por el suelo de otro par de pomazos.

Drion. ¡Ay, santa Catalina! ¿no nos darás huelgo? veréis qué encapotado viene.

Brum. ¿Qué es de la vieja ruin, que no creo en tal, si no hago con ella un hecho hazañoso que sonado sea? ¿Dónde está?

Drion. Es ida al negocio que sabes.

Brum. Aquí la aguardo, que ó ella me dará la medalla ó me ofrecerá la vida.

Drion. Ce, ce. ¿Señor Polo, quieres salir, que Brumandilon sentado está en el poyo de la puerta?

[p. 82]

Pol. ¡No por Dios! que quedé dalle unos dineros que me pidió, y no los tengo.

Drion. Pues vénte conmigo, que por los corrales te irás.

Pol. Amores, ¿vendré acá á la noche?

Lib. No, por tu vida, no te haga mal á la salud.

Pol. Pues, mándame.

Lib. Que no te olvides de las mangas de aguja coloradas.

Pol. Y áun perfumadas te las prometo. Señora Drionea, encárgoos á mi Libia, que no la hable otro, pues yo la sustento.

Drion. ¡Ay, señor! no digas eso, que vive Dios y reina; otro hombre no la habla en esa parte sino tú; es muy salada rapaza y vergonzosa, y quiérete mucho.

Pol. Con esa confianza me voy.

Drion. Pierde cuidado y salta por este lugar, que está más baxo.

Escl. Ce, ce, ce. Señora Drionea, ¿puedo entrar seguro?

Drion. Trepa quedito, no hagas ruido.

Escl. ¿Está allá la vieja?

Drion. No; daca la mano.

Escl. Acá estoy, bésame.

Drion. ¡Ay putillo! ¿Cómo te has tardado?

Escl. No pude más; está queda.

[p. 83]

Drion. Gallito, ¿no olvidas tus mañas? Donde quiera que me tomas, ora en público, ora en secreto, no miras más. Subamos arriba, no nos tome Celestina en el hurto, como me contaste que Vulcano tomó á Mars y á Vénus.

Escl. En este caso, siguo la opinion de los filósofos cínicos; pero vamos.

Drion. ¡Ay bellaquillo! ¿quitándote vas las agujetas?

Escl. Sí, par Dios, sube presto.


[p. 84]

ARGUMENTO DE LA SEGUNDA CENA
DEL SEGUNDO ACTO.

Con encubiertas de gran artificio habla Celestina á Roselia con muy poca ayuda de la vecina, y acabado con ella que siquiera se vea con Lisandro, se despide; Roselia finge que está mal dispuesta; Melisa, su doncella, entiende todo el hecho.

CELESTINA. — MARIVAÑES. — MELISA. — ROSELIA.

Cel. ¡Ay Dios! ¿si es aquella que veo ir por la cuesta arriba, Eugenia, la madre de Roselia? Ella es; por los santos de Dios, bien está, todo se adereza, alégrate, Celestina, que el precio de la ropa blanca será la sangre de aquella inocente; ¿llamaré, pregonaré mi axuar? mejor es allegarme á aquella vecina con quien me entiendo, la que yo encubrí con el abad en mi casa asaz veces, ahí fingiré que vendo cotones de Valencia, y ella, por via de vecindad, puede llegarse á Roselia si quiere comprar algo de esto, que viendo la curiosidad y valor de todo ello, como muestra estar hecho con sotiles manos, no dexará de llamarme y yo entrar segura; señora, amiga, Dios mantenga.

[p. 85]

Marivañes. ¡Oh madre Celestina! seas muy bien venida, que deseo tenía ya de te ver.

Cel. Calla, que mañana nos verémos más despacio, agora óyeme dos palabras: has de saber que con achaque de trama vengo á buscar la hija de nuestra ama Eugenia, que me lo encargó mucho aquel caballero que fué mantenedor en las justas pasadas, el que te dixe, y así me lo paga cierto mejor que me lo pagó el abad cuando andaba tras tí y te hablé en ello.

Mar. Mucho va de Pedro á Pedro.

Cel. Por tanto, pues eres vecina, llégate allá y diles si quieren algo de esto, que en la mesma moneda te lo pagaré cuando no te catares.

Mar. Que me place en buena fe; tha, tha, tha.

Melisa. ¿Quién está ahí?

Mar. Doncella, decí á la señora moza que está aquí la corredora que me vendió unos volantes y trae cosas muy galanas y ricas de ropa blanca, si quiere algo su merced.

Mel. Sí diré.

Ros. ¿Quién es, Melisa?

Mel. Señora, una mujer que trae lindas cosas á vender, y obras tan bien labradas, [p. 86] que parece que así se nacieron; allí viene una gorguera muy polida, suplícote, señora, me la compres.

Ros. Dile que entre en ese portal, yo me pararé á la ventanilla de la escalera.

Mel. Tia, entra, que ya baxa mi señora.

Cel. Pues véte, amiga, y como te digo, para traerle á tu amor, úntale las manos con aquel sebo de cabron, cuando entre burlas y véras se las tomares, y di estas palabras que te he dicho, que son muy aprobadas.

Ros. Vieja honrada, muéstrame eso que traes.

Cel. Ángel mio, no lo verás bien, que está el portal obscuro, espera, que yo subiré allá.

Mel. Toma, por ahí ella se entremete donde no llaman.

Ros. Guarda tú esa puerta, Melisa, y avísame si viniera mi señora madre.

Cel. Todo viene á pedir de boca, con pié derecho salí de casa sin ver ave que denotase mal acaecimiento; sola la tengo sin testigos de mi mensaje.

Ros. ¿Qué hablas, madre, entre dientes?

Cel. Luégo, señora hija, que acabo tres cuentas de mi rosario que me falta de rezar por los que están en pecado mortal, que primero nos conviene buscar el reino de los [p. 87] cielos y despues entender en estas cosas momentáneas cuanto basta á la necesidad de aquesta miserable vida, lo demas superfluo es y lleno de conjoxas y zozobras.

Ros. Por mi salud, madre, que aciertas, que al fin vana cosa es amar con desórden lo presente y no tener ojo de ir allí donde es el gozo perdurable.

Cel. ¡Ay, mi señora! ¿dices dónde no se hartan los ojos de ver, ni las orejas se hinchen de oir, dónde ni hay trestura, ni noche, ni obscuridad, dónde siempre se celebra Pascua y fiesta muy solemne, dónde las sillas bienaventuradas llenas de suavísimo olor y flagrancia, llenas de cantos y modulaciones, de dulzor y alegría, nos esperan á los que aquí con diligencia trabajarémos en la viña de Dios?

Ros. Ahí digo.

Cel. Los ojos se me arrasan de agua y los sentidos se me roban, el entendimiento se me eleva y el corazon me desmaya, y toda yo estoy fuera de mí cada vez que oyo mentar aquel paraíso de deleites y aquellos Campos Elíseos; que aunque el deseo de la vida es natural á todos, á mí el morir me sería glorioso en tanto que fuese á gozar de aquella vision beatífica.

Ros. Si así fuese, devota vieja, todos de [p. 88] seariamos la muerte á trueque de tal vida.

Cel. Mal pecado, ya lo veo, que nadamos como ranas á somorgujo en las aguas del olvido, descuidados de nos mesmos, que nacimos para morir y morimos para vivir con Cristo, si aquí le sirviéremos. Si nuestra memoria refrescásemos algunos ratos con el pensamiento de aquella suave inmortalidad, ella daria de espuela á nuestra voluntad que obrase lo que la razon le encamina y el claro juicio le enseña, y las tales obras buenas avivarian é incitarian nuestro deseo para la bienaventuranza; si esto se hiciese, señora mia, con ansiosos sospiros clamariamos á Dios que nos libertase de esta tenebrosa y ciega cárcel del cuerpo, pero como estemos hundidos fasta los ojos en el cieno y tremedal del bullicioso tráfago del mundo, echamos atras lo eterno y ponemos delante lo que un soplo fenece. No hay cosa que más en olvido y menosprecio de las cosas divinas nos ponga que el amor de las temporales.

Ros. ¡Oh, qué bien hablas, bendita madre! bien dicen que mejor es el rústico humilde que sirve á Dios, que no el soberbio filósofo que considera el curso del cielo.

Cel. Mil cosas te contaria de éstas, señora hija, que aprendí en compañía de las [p. 89] beatas dominicas, si el tiempo nos diese lugar.

Ros. Pues ¿qué pides por este garvin hecho de red de oro así como está aljofarado?

Cel. Mi reina, ésta es cosa encomendada, espantarte hías de lo poco que de aquí he yo de sacar por mi trabajo aunque lo venda muy bien, cuanto más si lo vendo ménos de lo que quiere su dueño. En seis piezas de oro me estimaron este tranzadillo.

Ros. Toma cuatro por ser cosa que se lo ha puesto otra.

Cel. ¿Cuatro, señora? en mi alma, no se pagan las manos, pues de aljófar tiene más; pero sin más regatear, en cinco lo toma ó lo dexa, que yo me atrevo á dártelo en esto, porque sé los caudales de las señoras doncellas dónde llegan, y cosa se ofrecerá en que me puedes remunerar este servicio, que al cabo sé que perder con los buenos es ganar, y con decir que no hallé más, cumpliré, que yo seré la que perderé de mi derecho. Mírala bien, que es pieza muy acabada de buena y barata.

Ros. Cara es, mas toma, que á la verdad la curiosidad en las cosas hace encarecer la obra de ellas.

Cel. ¿Caro te parece, buena señora? bendito seas tú, mi Dios, que en este trato tan [p. 90] poca ganancia se me sigue, que con haber andado arrastrada todo el dia, habré de aquí tan poco que no bastará á poderme hoy sustentar, sea por tu amor, que más quiero morder las paredes de hambre y pasar la vida con afan y laceria empleada en tu servicio, que no enriquecer en otros tractos ilícitos.

Ros. No llores, madre, que yo te favoreceré en todo lo que yo pudiere.

Cel. ¡Ay mi señora! si supieses por qué lo digo, pues sábelo Dios y yo que más valdria mi saya y manto de lo que vale si quisiese dar oidos á una cierta persona de esta ciudad, pero mejor es pobreza con un poquito de honra que riquezas acompañadas de vituperio; por el dia sancto que es hoy, á oro me pesa, porque le hable á una gentil dama de este pueblo, ni sé quién ni quién no, él vive hácia San Benito, y creo que se llama Lisandro.

Ros. ¡Oh vieja! cómo temo que tus pisadas y luengo preámbulo, y tu prolixa arenga y devota salutacion con tus falsos presupuestos, se hayan enderezado y ordenado para inferir tan maldicta y sospechosa conclusion.

Cel. ¿Qué es, mi señora, que no te entiendo?

[p. 91]

Ros. Tú sabes si me entiendes ó no, y si en esas palabras de Dios traes envuelto el dimonio, que entre las matizadas y bordadas flores se esconde la culebra ponzoñosa.

Cel. Entiéndate Dios, que yo no te alcanzo.

Ros. Dime, pues, á quién te mandó hablar.

Cel. ¿Quién, mi señora? ¿Lisandro?

Ros. No me repitas su nombre, que me turbas; respóndeme á lo que te pregunto, veamos si es lo que yo digo, que vienes con engaños.

Cel. ¿Y yo conózcolo más que tú, ni sé quién es, ni aguardé á que me lo dixese? Mal me conoces, señora, las piernas me cortaria primero que diese paso á tales mensajes, en ese caso ningun hombre me ha de hablar si no quiere ser mi capital enemigo; guárdeme Dios de mala hora, montas que soy yo de ésas, entre qué personas me crié para osar de tal oficio, á la hé entre religiosas y áun de las más encerradas. Pero segun pude colegir de las pocas palabras que escuché á Lisandro, digo aquel mancebo caballero y ¡Jesus, qué sin memoria soy! algunas señas y indicios te daré. Ella era en su boca la más hermosa doncella que natura por agora formó, no sólo decia en [p. 92] la ciudad, mas ni áun en la tierra, en todas las gracias y perfecciones acabada. Por aquí sacarás por quién entendia Lisandro, digo aquel señor galan que preso de su amor loaba la que mucho queria; ya sabes que en Salamanca pocas hermosas hay, y ésas se pueden señalar con el dedo, y por tu vida, mi amor, que despues que te vi he pensado si eras tú la que decia, porque tu perfecta fermosura es argumento que no entendia por otra.

Ros. Madre, no me entres por esos rodeos, véte con Dios.

Cel. ¿Qué rodeos, mi señora? ¿piensas que no te diria el nombre de ella si me acordase, por quitarte de sospecha? Mas sea Dios loado, que ya voy acordándome Ro, Ro, Roselia se llama, por quien pena, segun me dijo.

Ros. Segun te dijo, malvada vieja, ¿qué no me conoces tú, que soy yo la que agora mentaste?

Cel. ¿Tú? y Jesus, Jesus, ¿tú? No lo creo.

Ros. ¿Santíguaste, mala hembra, bote de malicias? ¿que no lo sabes tú? ¿ésas eran las joyas que traias á vender? ¿las fingidas lagrimitas que por tus haces regabas? ¿los devotos consejos que me dabas? ¿las sanc [p. 93] tidades con que venías? ¿las cuentas que rezabas? ¿las encubiertas y disimuladas palabras con que me entrabas á dañar mi fama, tentar mi propósito, combatir mi honestidad, corromper mi vergüenza, ensuciar mi honra? Astuta vieja, vaso de maldad, maestra de malos recaudos, discípula del diablo, madre de todos vicios; mas ¿si eres tú la que encoroçaron estotro dia por semejante caso, que á ella te pareces en tus obras? ¿Con ese mensaje te envió ese loco para que publicases su pasion y locura? Espera, alcahueta, que tú habrás el castigo que merece tu atrevida osadía. Melisa, Melisa, llámame acá á mi hermano Beliseno.

Cel. Señora, no juzgues mis palabras sin que primero juzgues mi intencion, que cuando la intencion no yerra, salvo está el que se juzga, y si la lengua resbaló, no tiene culpa el corazon, desdichada.

Mel. ¿Qué es, señora? ¿no concluyes con esa mujer?

Ros. Esta vieja que me viene con alcahueterías de aquel que estotro dia me vido y comenzó á desvariar en aquellos desatinos que viste; éste es el loco atreguado por quien me habló el paje que fué de mi señor padre, que en gloria sea; pues guárdese, que si mi hermano le coge, él le dará el pago.

[p. 94]

Cel. Se tú el juez, doncella graciosa; si yo ni tenía noticia de la señora ni sabía que Lisandro penaba por su merced, ni ménos le menté palabra de las muchas que echaba por aquella boca, como hombre que estaba para morir, y pedia socorro de su señora, que morir le hacia; mas de que simplemente á buena fe y sin mal engaño le conté lo que vino á coyuntura de no sé qué hablamos; ¿tengo yo aquí la culpa? cuitada yo, que en mala hora nací, si todo lo que digo y hago se ha de echar á mala parte, bien dixo nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio de la misa que ayer oí, no juzgueis y no seréis juzgados, segun declaraba el cura; si yo, mezquina, te contára los sospiros lastimosos que pregonaban su lastimado corazon á causa tuya, las lágrimas que sus rubicundas haces regaban en oyendo tu nombre, los desmayos que le tomaban en acordándose de tí, los dolores que le atormentan en tu crueldad, las pasiones que le persiguen con el amor que te tiene, los deseos de tu suave conversacion que le atribulan, las tristezas que le derriban y otros mil cuentos de males que sostiene, segun dice despues que del homenaje de tus ventanas asaeteaste su deseo; si esto, y otras cosas más que dixo con harta pena, te dixera yo, señora, ó supiera que [p. 95] eres tú aquella por quien moria, aunque, ciega de mí, por las señas de hermosura que me daba habia yo de entender luégo que eras tú, entónces tenías razon de culparme, pero si ni esto ni lo otro me salió por la boca, ¿de qué te quejas?

Mel. Justa y razonable es tu excusa, madre mia.

Ros. No te espantes, vieja honrada, que haya tomado sospecha de tus pláticas por lo que ha precedido de aquel loco, y acaso tú no sabías.

Cel. ¿Saber? ansí me ayude Dios como yo no lo sabía más que agora que no lo sé; lo que yo vi es esto, que queda en la cama con los más espantosos desmayos que nunca vi, puesto en el hilo de la muerte; y así como está con profundo clamor, los sospiros echa fasta el cielo, las lágrimas le verias mezcladas con sollozos de hilo en hilo corriendo por aquellas sus mexillas más resplandecientes que rubíes, aquellas rosas coloradas, que tiene en medio del gesto más blanco que copos de nieve, vieras rociadas con el rocío que destilaba de aquellos sus alindados ojos, que tanta era la lástima que me puso en le ver, que como sea cosa muy comun los corazones dolerse de las pasiones ajenas, me forzó á acompañalle en su tris [p. 96] teza con algunas de mis lágrimas, que, sin sentillo, me brotaban en abundancia por mis haces abajo. A lo ménos una cosa, mi señora, creo de cierto te podria afirmar, que si presente estuvieras á su tan duro lamentar, cuando yo digo que estuve, no te bastára tu corazon de acero, como veo que tienes, á lo ménos si no lo tienes muéstraslo, y no sé por qué, á que no se ablandára con los martillos que salian de sus íntimas entrañas rasgando su profundísimo pecho. En Dios y en mi ánima, que en acordándome cuál le dexé, tan gran compasion me toma, que si remediarle pudiera por lo que debo á buena cristiana, aunque fuera con la sangre de mis brazos lo hiciera; pero no soy yo por la que él pena, que no me hizo Dios tan cruel y sin piedad, que si yo fuera dexára morir el más agraciado mancebo y galan que mis ojos vieron.

Ros. Son blasones de los enamorados decir que mueren por amores.

Cel. Bien está, ella irá poco á poco á entrar en el garlito, en las palabras y en el semblante lo veo, que por las palabras y señales bien se adevinan los pensamientos, cuanto más que ligero es de conocer en las mujeres cuando aman, que sin conceder dan señales de consentimiento, y más que el color [p. 97] se le ha vuelto colorado; encendida la tengo.

Ros. ¿Qué dices, madre? ¿Parece que te has pasmado? ¿Qué estás comidiendo?

Cel. ¿Qué, señora? Que sabe poco de las cosas naturales el que piensa que de amores no puede morir uno, porque puede ser el amor tan vehemente é intenso, que empedidas las potencias naturales por la ocupacion contínua de las animales, en la cosa que mucho amamos, venga á consumir el humido radical sin reparacion alguna, y así la persona que el tal amor posee, hecha ética, perezca; y si esto es, mi señora, allá te aven con tu conciencia, que no faltas de homicida, pues eres causa que muera aquel amargo sin redempcion, cuya verdadera salud en sola tu vista consiste, que no queria el cuitado más de verte y hablarte.

Ros. Todavía me augmentas la sospecha, pues no se te entiende que no hemos de hacer mal por bien que se sigua.

Cel. ¡Ay señora! y ¿qué mal es, ó qué pecado, si con mi vista y palabra puedo dar la vida al doliente, consentir que me vea y hable? Y áun es obra de perfeccion dar industria y forma para ello.

Ros. Si no es más de eso, cosa sancta y buena es.

Cel. ¿Y cómo sancta? lo contrario hacer [p. 98] sería pecado mortal, porque cualquier que puede á otro salvar la vida sin pecado ó notable peligro suyo, y no lo hace, peca; cuanto más que entre las obras de misericordia es dado consejo que visitemos los enfermos.

Ros. Por cierto que lo haria no más de por ser servicio de Dios, sino que temo mi peligro, que al fin la estopa cabe el fuego presto prende.

Cel. Donde la razon y virtud enseñorean y reinan como en tí, en balde ladra el sensual apetito, y puesto que peligro de alguna liviana tentacion hubiese, no por eso te excusas, que de dos males inevitables el ménos empecible se ha de elegir, que del mal siempre se debe escoger lo ménos, dicen, y pues mayor mal es ser tú homicida que tentada, manifiéstase claro que eres obligada á dalle remedio, ni pienses que te perjudica aquel señor en amarte con tan ardiente deseo, yo pondré á que me corten la lengua que no lo hace á mala fin, es una bendicta criatura, un ángel en limpieza, una dama en condiciones; no es otra cosa, sino como te vió á tí, que eres otro que él en gracias y hermosura, que á la verdad algo os pareceis en la fisionomía del rostro, aficionóse á amar á su símile, ca toda cosa ama su semejante [p. 99] y tambien que lo hermoso atrae á sí los ojos de todos y mueve los corazones delicados y tiernos á su amor; yo juraré que en solo verte y tener una poquita de conversacion honesta contigo quede contento, y tú satisfecha de la obligacion que tienes á socorrer al enfermo; cuanto más que una poca de recreacion con virtuosas personas como lo es Lisandro, virtud es, llamada Eutrapelia de los filósofos.

Ros. No quiera Dios que por mi causa muera ese señor que dices, que no fuera yo tan cruel para él si me constára de su buena intencion y limpio motivo como agora.

Cel. Pues, señora mia, da forma que de noche te hable, porque no seais sentidos, que hoy dia las gentes, por nuestros pecados, son llenas de mil sospechas, juzgando lo exterior y no entendiendo los secretos y misterios de Dios.

Ros. Quédese para el juéves en la noche, dadas las once.

Cel. ¿Por qué lugar?

Ros. Por las ventanas de esta mi torre que salen á dar al alcázar.

Mel. Señora, señora, mi señora Eugenia asoma por la calle.

Ros. Pues véte, madre, con Dios.

[p. 100]

Cel. Los ángeles queden en tu guarda.

Mel. Señora, ¿qué te dixo la vieja despues que me torné á abaxar?

Ros. No sé, déxame; ponme dos almohadas en el estrado, iréme á echar, que me siento mal dispuesta.

Mel. Que me maten si no es ésta la nueva Celestina de las tenerías, que en su traje y plática ella parece, aosadas que dexa urdido algun mal recabdo; en hora mala vino acá.


[p. 101]

ARGUMENTO DE LA TERCERA CENA
DEL SEGUNDO ACTO.

Procura Oligides de resistir á la saña que Brumandilon tiene contra Celestina; viene Celestina, que no cabe en sí de placer por la buena respuesta que hobo de Roselia. Perturba su gozo Brumandilon con sus fieros, finalmente pónelos en paz Oligides. Pasa Celestina despues de esto muchas cosas graciosas con su sobrina Drionea, y vase con Oligides á dar la buena respuesta á Lisandro.

OLIGIDES. — BRUMANDILON. — CELESTINA. — DRIONEA. — ESCLARABEL. — FILIRIN. — LISANDRO.

Olig. ¿Qué haces, Brumandilon? ¿Ha venido Celestina del negocio? Mas ¿qué es esto que veo? A punto estás, la mano en la empuñadura y la espada medio desenvainada.

Brum. Por los que habitan en la profundidad del Erebo, media hora más no viva la vieja avarienta si no me da la mitad de lo que le dió Lisandro; déxala venir.

Olig. Donde está claro no poder ganar honra, locura es aventurar la persona, si la [p. 102] matas, puede ser que te asa la justicia y te guinde del rollo.

Brum. ¿Qué dices, señor Oligides? No me has conocido, pues sábete que en balde trabaja quien piensa en mi corazon poner miedo ó temor de justicia. No me es más llevar por una calle al alguacil y á su gente que acorralar seis becerras mansas, sino pregúntale como le fué habrá tres noches en la calle de Lobo sobre mi puta Philena, y con todo me vino á pedir perdon.

Olig. Por Dios, que tus hechos en armas se van pareciendo á las hazañas del valiente Diego García de Paredes, el de nuestro tiempo.

Brum. Aquí está Brumandilon, que siendo maestro de esgrima en Milan, le enseñó á jugar de todas armas, de espada sola, de espada y capa, de espada y broquel, de dos espadas, de espada y rodela, de daga y broquel grande, de daga sola con guante aferrador, de puñal contra puñal, de montante, de espada de mano y media, de lanzon, de pica, de partesana, de baston, de floreo y de otros muchos exercicios de armas; y él viendo mi esfuerzo en los golpes, mi osado atrevimiento para acometer seis armados, rebanar brazos, cortar piernas, harpar gestos, hender cabezas y otros miembros, con mi exem [p. 103] plo salió tan diestro y animoso como veis.

Olig. Héla, héla, asoma Celestina, alegre viene.

Cel. ¿Qué girifaltes, qué sacres, qué neblíes, qué esmerejones, qué primas, qué tagarotes, qué baharies, qué alfaneques, qué azores, qué alcotanes, qué gavilanes, qué águilas tan subidas en alto vuelo bastarán á abatir en tierra con sus uñas la páxara escondida en las nubes, como yo, sábia Celestina, con mis palabras cautelosas abatí á mi peticion al muy encerrado propósito de Roselia? Mi fe, cacéla, y si sus pensamientos fasta aquí volaban por el cielo con contemplaciones de Dios, agora rastrearán por el suelo con imaginaciones de la carne. Hi de puta, qué bien lo he hecho, para Sancta María, que me quiero bien en ver que no pierdo punto á mi tia; mas, por mi vida, qué alindados y seguros nortes llevé, que repicando ella de broquel con sus acedas palabras y súbitas alteraciones, volvia yo al tema que tomé en principio de mi sermon. ¡Ay bonita, cómo te engañé! así engañan á los bobos con especie de sanctidad y servicio de Dios, con este color le dixe lo que quise, y bien me estuvo. ¿Quién dubda que no sueñe á Lisandro esta noche? En mi alma no estoy en mí de placer, ay, ay; [p. 104] ah papagayos, ah ruiseñores, ah calandrias, ah canarios, ah sergueritos, ah pardillos, ah verderones, ah gafarrones, ah torzuelos, ah luganos, ah carrancas, ah jamarices, ah todas las aves del canto suave, ¿oisme? ¿por qué todas en uno no os juntais á cantar la mi alegría que llevo en este mi corazon, y cantar con vuestras lenguas arpadas, á quien lo quisiese saber, mi maravillosa astucia, mi astuta cautela, mi cautelosa vivez, mi vivo saber, mi sábia sagacidad, mis artes no sentidas, mis fraudes y dolos encubiertos, mis mañas y sotiles engaños? Sacabuches, chirimías, atambores, trompetas, rabeles, flautas, dulcemeles, guitarras, vihuelas, arpas, laúdes, clarines, duzainas, añafiles, órganos, monacordios, clavecímbanos, clavicordios y salterios y todos los instrumentos de música con vuestra suave, apacible y sonora armonía y canora melodía resoná por el aire mi verdadera mentira, mi virtuoso vicio, mi maliciosa bondad, mi endemoniada sanctidad, mi inquieto reposo, mi turbada mesura que tuve para aquella señora, que no tenía dónde asir para azorarse contra mí, segun le entré por sabroso y encubierto estilo:

¡Ay que me fino,

Ay que fino, de regocijo!

[p. 105] Olig. Buen despacho trae la madre, parece que toda se querria tornar lenguas para hablar, la alegría que en aquel cuerpecillo de malicias no cabe, rebosa á borbollones por la boca y por los ojos. Alarga el paso, Celestina, mueve esos piés, no te detengas, aguija, ea, date priesa.

Brum. Todas las paradillas que hace son ratos de su vida. Pues, por el cerrojo de santa Gadea de Búrgos, do juran los hijos de algo, en llegando más no viva, si no me da la medalla.

Cel. Sálveos Dios.

Brum. Sálvete el diablo; sús, daca luégo la medalla, no me hinchas de mostaza las narices, no sea el dimonio que te engañe, ten memoria de las veces que te has librado de mis manos.

Cel. Válalo el diablo, mozas, con qué me salió á recibir el charlatan glorioso, ¿medalla ó qué? una higa en tu ojo; no os deshagais de eso por mi amor.

Brum. Suéltame, señor Oligides, suéltame, que no le haré otra cosa más de matalla.

Olig. Ea, no haya más, por mi vida; ea, no haya más, que no te he de soltar, acaba, no seas porfioso, ya sabes que quien sobrado es de furor, falto es de autoridad.

Cel. Déxale venir, que el diablo á mí me [p. 106] lleve si no le quiebro la cabeza con esta piedra. Veréis que te trayo salutacion para el alma; medalla queria, ¿por cuál carga de agua?

Olig. No seas tú tambien demasiada, Celestina, calla, que mejor atavío es en la mujer la templanza en la lengua que las ricas ropas en el cuerpo.

Brum. ¡Ah puta embaidora, alcahueta, hechicera!

Cel. Déxate de esos baldones, fanfarron, que nunca con palabras injuriosas y feas se acrecentó el esfuerzo natural.

Olig. Bien dice en aquello Celestina, que al fin ninguno en su cortés y blanda respuesta pierde la fama de su esfuerzo.

Brum. Ya lo veo, pero voto á tal, donde la mujer aguijonea, la discrecion de hombre no basta.

Cel. Mas donde la cobdicia interviene, no hay amistad ni tregua que no corrompa, ésta te hace á tí salir de seso, que no yo.

Brum. ¿Aun parlais? Agradeceldo al buen padrino. ¡Oh, pese á mis males! ¿por qué no me soltaste, que su vida y maldades acabáran en un tiempo?

Cel. Allá al que te dió de palos haz tú esos fieros, y no me hagas más hablar.

Olig. Mejor estuviera eso por decir, Ce [p. 107] lestina, y no buscar cinco piés al gato.

Brum. Y, puta alcoholada, ¿no sabes que sentado á tu puerta seguro y descuidado, cuatro que eran, solo un palo me alcanzaron á traicion y fuí tras ellos, y como hacía la noche obscura, de ellos perdí de vista, de ellos se me escaparon por piés? Pero yo los buscaré, y descreo de la leche que mamé si aunque se me metan en el golfo del mar, y del golfo del mar en el vientre de la ballena, y del vientre de la ballena en el seno de Abraham, no se me escaparán, que con esta punta de mi puñal no les escarbe los aradores que tuvieren allá en lo íntimo de sus corazones; yo juraré que me acometieron por otro, porque no creo que nadie tuviese tal atrevimiento contra Brumandilon, pero como quiera que sea, por vida de estas barbas luengas y espesas, no les cumple más parar en el reino, porque si los topo, el mayor pedazo de ellos será menor que brizna de diente de vieja, ó pedrecica de moleja de arador, ó liendre; más menuzos los haré que carnero picado, en mi espada los ensartaré como rubias.

Olig. Ora bien que despues se averiguarán estos pleitos. Agora vamos, Celestina.

Brum. No me la lleves, Oligides, sin que primero sea liberal para conmigo, que no lo [p. 108] he de ir á hurtar para comer, ni ménos me mantengo de rocío como cigarra, ó de viento como camaleon, basta que le hice merced de la vida por tu intercesion.

Cel. Que no me está bien ni me pago de ello. Véte con Dios de mi casa, que no te quiero, no me dés más pasion.

Olig. Oíos, no torneis á reñir, que con pequeñas palabras á las veces se enciende y crece la ira en los hombres, así como de la pequeña centella, si no se mira por ella, se suele levantar gran fuego. ¿Esta medalla hase de partir por medio, ó dártela toda?

Brum. Ni uno ni otro; mas de que se venda, y dividamos igualmente, como hermanos, el precio de ella, pues de ninguna cosa es buena la posesion sin compañía.

Cel. ¿Ya no te dí dos doblas? ¿qué me pides más?

Brum. La medalla ó la vida.

Cel. No tengo medalla.

Olig. Señor Brumandilon, hazme este placer, porque otro dia te lo sirva, que no se hable agora más en ello, que las cosas argüidas con voces son mal definidas, y tambien que agora no hay tiempo para esa disputa, porque mi amo queda con la soga á la garganta esperando su salud ó desastra [p. 109] do fin en la respuesta de Celestina; no nos estorbes.

Brum. ¡Oh pese á tal, qué ha de salir con la suya esta vieja esfalsaria! sobre cuernos penitencia, sobre que me ha engañado me niega lo que á vista de todos le dió Lisandro. Por nuestro Señor, no es otra cosa la mujer sino un censo perpétuo que tienen los hombres sobre sí y sobre sus vidas, que ella basta para acortar, disminuir y abreviar estos pocos dias que nos quedan con sus enojos y pesadumbres, hablo de las tales como esta bellaca, saco de vicios.

Cel. Espera, Oligides, daré una vista á mi gente, que luégo salgo.

Olig. No tardes.

Cel. Abrí, hijas.

Drion. Esclarabel, baja presto, y véte por el lugar acostumbrado, que mi tia viene.

Esclarabel. Pues, amores, como digo, en dándome el Conde librea te daré esta capa, de que hagas un sayuelo.

Drion. Como tú quisieres, pino de oro.

Cel. ¿No os he mandado que mientra no estuviere hombre en casa estén las puertas de par en par abiertas, y vosotras al umbral sentadas? creo que por demas es la citola en el molino. ¡Ah! malditas seais si no me teneis podrida de enojo; en mi dicha cabe [p. 110] que jamas ceso de daros consejos. Landre que os mate, si no os ven ni oyen no os conocerán, y si no os conocen nadie vendrá á vosotras. La taberna por el pendon se conoce, y sin pendon nadie acude allá á comprar vino. El caminante extranjero no acierta el meson sino por la tablilla ó la señal colgada. Bien me entendeis, una arriba y otra abaxo; si Libia se ocupó con Polo, ¿por qué tú, Drionea, no baxaste á dar recabdo á los que vinieren, y respuesta á los que me buscaren?

Drion. Ya decendia, que me estaba componiendo, no hayas enojo, que todo se hizo lo que me mandaste.

Cel. ¿No te he dicho que cuando no hobiere tiempo de afeitarte tomes una toca y te la reboces fingiendo dolor de muelas, y te cobijes esa mantillina colorada? Medio desnuda, medio vestida, los pechos de fuera con un disimulado descuido en faldetas como éstas, no hay tal para provocar á luxuria los hombres. En Dios y en mi conciencia, que cuando yo era moza como vosotras, mi desenvoltura, mis meneos del cuerpo, mi requiebro de ojos, mi dulce y delgada voz bastaba para incitar los castos, aunque hermosura me faltára. Pues ¿quién vino á buscarme?

Drion. Siete personas cuando ménos.

[p. 111]

Cel. ¿Quién?

Drion. La mujer del sastre envió acá, que el sábado de mañanita va á la vega, por tanto que avises al estudiante por quien la hablaste, que madrugue.

Cel. Mirad la descarada, quedó con el otro ese dia de venir á mi casa disimulada, y hace conciertos con estotro, ¿que no habia tiempo para todo? Di adelante.

Drion. El doctor viejo envió su paje á saber si hablaste á la hija de la lavandera.

Cel. ¡Oh! que se me olvidó; acuérdamelo mañana. Di más.

Drion. La beata aquella muy penitente te estuvo buen rato aquí aguardando, y como no venías, rogóme que te encargase mucho que estovieses con aquel su devoto, de quien hobo el hijo, y que le dixeses en secreto, que pues Nuestro Señor tuvo por bien darles aquella criatura para su servicio, que envie faxas y mantillas para envolver al niño y dineros para pagar el ama, ó que lo dé á criar.

Cel. Importuna mujer, ¿ya no le dió eso y esotro, y el su capirote raido por cobija?

Drion. Tambien aquella doncella que tuvimos aquí de parto, la que sacó el teólogo, vino llorando que por caridad le digas, pues es hombre de conciencia, que lo haga bien [p. 112] con ella, y que se acuerde de lo que le es en cargo.

Cel. Di, que eso yo lo sé bien.

Drion. El mozo del bachiller vino que vayas á la tarde á echar una melecina á un su popilo.

Cel. ¿No le he dicho que mientra mi comadre Clara viviere que la llamen? porque yo no quiero hacerle mal en su oficio, que es mi amiga.

Drion. Dice que está mala de los ojos de una siringada que le soltó un escolar al tiempo que sacaba el cañuto, que, como le mirase unas almorranas que tenía para se las curar, el estudiante, no pudiendo retener el puxo, suelta y rocíale aquellos hocicos y ciégale los ojos.

Cel. Hi, hi, hi, mala landre que te mate, que reir me has hecho. ¿Hay más?

Drion. La manceba del clérigo, y la mujer del cordonero y la desposada vinieron aquí y hice lo que me mandaste.

Cel. ¿Supiste hacer el virgo?

Drion. Muy bien.

Cel. Pues comé vosotras, no me aguardeis, que voy á consolar aquel loco ántes que de sí haga algun desatino.

Drion. ¿Cómo te sucedió?

Cel. De perlas; algo habian de aprove [p. 113] char los caractéres del cerco de esta noche.

Olig. ¿No baxas, madre?

Cel. Vamos.

Olig. Dime agora lo que has hecho, que segun te vi venir alegre y dando saltos de placer, por mí tengo que has ablandado aquella breña y duro risco, y que traes buen recabdo. Mas, de véras, ¿qué acabaste con ella? Dímelo porque yo contigo me alegre, que no ménos que tú holgaré del bien de mi amo, y así será tu gozo perfecto y entero, que el placer no comunicado no es cumplida alegría.

Cel. ¡Ay bobo! ántes que tú nacieses entendia yo esas malicias; quiere que se lo diga para ganar por la mano las albricias de aquel que en el triunfo de sus locuras no estima el gasto.

Olig. ¿No dices, madre?

Cel. Cerca estamos, ahí lo oirás.

Olig. Dígolo, porque si ruines nuevas traes no te cumple parecer ante los ojos de aquel desabrido, ni ménos yo iré con esa embajada, no quiebre sobre nosotros el enojo que tiene de la pasion que le dan sus amores; que los corazones apostemados con ira, con poco cauterio brotan su venino en los primeros encuentros sin esperar más razon.

[p. 114]

Cel. Otra vez á doce.

Fil. Señor, señor, Celestina.

Lis. Daca esas ropas de martas cebellinas, saldréla á recibir. ¡Oh Dios! ¿con qué viene?


[p. 115]

ARGUMENTO DE LA CUARTA CENA
DEL SEGUNDO ACTO.

Apénas puede creer Lisandro la buena nueva que Celestina le trae de su señora; y sobre esto pasa con ella y con sus criados muchas cosas llenas de donaire. Despídese Celestina de Lisandro para ir á hallarse en el pleito de Angelina. Todavía el gran celo de Dios incita á Eubulo á decir sus sanctas y buenas razones á Lisandro, aunque sabe que ha por ello de ser afrentado del embobecido su amo.

CELESTINA. — LISANDRO. — EUBULO. — OLIGIDES. — MOZA.

Cel. Metámonos dentro, señor mio, no estemos aquí en la calle dando cuenta á los que pasan, que bien es que vivamos cautamente, pues castamente no permite esta negra carne; allá sabrás bueno ó malo, ó lo que fuere.

Lis. Señora mia, ó afloja ya sin más tardar el cordel que de rato en rato con estrechos estirones de temor y desconfianza acorta el huelgo de mi vivir, ó dame presto garrote, que más tormento me es la esperanza de tu palabra, que las prisiones que sostengo.

[p. 116]

Cel. Dime, señor Lisandro, ¿qué merece la que hoy en este dia aventuró la vida en tu servicio?

Eub. Algo de bueno trae la madre, encarecérselo quiere primero que lo diga.

Olig. Su costumbre es jamas meter aguja sin sacar reja.

Lis. Mucho por cierto, si de la fuente de mi mal trae alguna esperanza de mi bien.

Cel. ¿Y si la trayo?

Lis. Júzgote por Dios, pues por ninguna via podemos parejarnos con los dioses inmortales, dice el gentil Ciceron, como dando salud á los mortales.

Cel. A sus trece torna este necio; ¿qué cómo yo de eso?

Lis. Habla alto, madre, que te entienda.

Cel. Digo, señor, que en sólo esto me parezco á Dios en no comer palabras, sino obras, que palabras y plumas el viento las lleva.

Lis. Pues ¿qué quieres tú, madre, y sácame de pena?

Cel. Yo, seguro que no te pida tesoros ni montes de oro, si no fuese para casar dos sobrinitas mias huérfanas.

Lis. Pluguiese al Soberano que mi deseo hobiese su efecto, que tu peticion no careceria de cumplimiento, porque incompara [p. 117] blemente estimo por más aventajada la merced á mí hecha que cualquier dón á tí prometido.

Eub. Oligides, por lo que debes á virtud, te llegues á ese loco, y le digas al oido que no prometa tal cosa.

Olig. Díselo tú si bien te estuviere, que yo no lo pienso, allá se lo haya, con su pan se lo coma si algun desatino hiciere.

Eub. Señor, una palabra.

Lis. ¿Agora me vienes con secretos, necio?

Eub. Señor, mira lo que haces, que quedas atado al prometimiento, porque el que de su voluntad se obliga, obligado es á cumplir lo prometido; por amor de Dios no lo hagas, que es pecado de prodigalidad, no te saque de quicios esa mala hembra y tu desvariada alegría.

Lis. Véte de ahí, asno, ¿quién te hizo cura de ánimas ó procurador de pleitos ajenos? Déxame á mí, que yo sé lo que hago.

Eub. Por donde te tengo, por ahí te dejo; nunca más perro á molino, á tu placer, mula, da, promete, cree á alcahuetas, que tú te pondrás del lodo y morderás en el ajo más de cuatro pares de veces.

Olig. En mi seso estuve estar quedito y [p. 118] no irle á la mano en cosa fuera del propósito de sus boberías.

Eub. Él vendrá á tiempo en que se pele las barbas de que no me creyó. Quiero salirme de este juego, que bienaventurado es, dice el serenísimo rey y profeta David, el que no fué en pos del consejo de los impíos, ni se detuvo en el camino de los pecadores.

Cel. No pasemos más adelante, yo me obligo de te la hacer haber, con que dés tú fe de me las casar honestamente.

Lis. Doite mi fe y palabra como caballero de lo hacer.

Cel. Recibo la merced que á eso me atengo, pues al buey por el cuerno y al hombre por la palabra, dicen en mi tierra, cuanto más que en los nobles y generosos como tú, el nuevo ofrecimiento es habido por nueva obligacion, y no pierdo las albricias de las buenas nuevas que oirás.

Lis. ¿Buenas nuevas, madre mia? daca esos piés, besarételos, que no me tengo por digno besar tus manos, que, por ventura, tocaron la ropa de mi señora. Di agora que de rodillas se ha de recebir la palabra salida por boca de aquel ángel.

Cel. Por mi salud, no lo consienta, levántate, señor.

Lis. Pues di.

[p. 119]

Cel. La suma de ello es que el juéves á las once de la noche Roselia te saldrá á hablar por las ventanas traseras de su torre que miran al alcázar.

Lis. ¿Qué dices, señora? ¿Qué dices, salvacion mia y bien mio? Tórname á decir eso, explícate más, quizá entendí mal, ó trastroqué las palabras, ó mi poca advertencia causó poco entendimiento, ó mi mucha aficion hizo que el disfavor de aquella princesa que enxerido traes en tu razon, echase á la mejor parte.

Olig. Está el diablo desbabado oyendo, y dice que no tiene atencion.

Cel. Algo merece la que tan buen recabado trae, que si el sesgo no llevára el córte de mi razonar á remate, iba perdida.

Lis. Señora Celestina, único remedio y reparo de mi desahuciada salud, declara y repite esa autorizada sentencia, que no la entendí.

Cel. Pasado mucho intervalo de tiempo, y usando yo de mis artes cautelosas y fingidos rodeos, acabé con Roselia que te viese por do te dixe, haciéndole entender que tocaba al servicio de Dios ver y hablar al que con su vista y palabra recuperaria la vida.

Lis. Mozos, ¿estais ahí?

Olig. Sí señor.

[p. 120]

Lis. ¿Qué dixo la señora?

Olig. Que Roselia, dadas las once de la noche, saldrá á las ventanas de su torre, y que ahí la hablarás.

Lis. Mira no te engañes, mira si entendiste como yo, que aquel resplandeciente lucero, cuando el prolixo relox tocáre las once, se descubrirá, y esclarecerá del castillo la calleja del alcázar, y de ahí esparcirá sus refulgentes rayos por mi corazon y dará luz á mis ojos; ¿es esto?

Olig. Eso es en sentencia.

Lis. ¡Oh singular merced! ¡oh premio tan sobrado y desmedido á mi merecer! ¡oh incomparable dón! ¡oh crecido y sobrepujante galardon á mi servicio! ¡oh aventajado salario de mi pequeño trabajo! ¡oh soberana! ¡oh divina! ¡oh suprema! ¡oh excelente! ¡oh encumbrada y ensalzada magnificencia y liberalidad de mi señora, que á su captivo siervo y esclavo aherrojado rescató en este dia de las obscuras prisiones de cárcel de amor! Espejo de mi vista, lumbre de mis ojos, dulzor de mi ánima, joya preciosa entre todas las perlas, hermosa ninfa, en cuya presencia todo el mundo es feo, ¿qué favor es éste que me envias? ¿qué es posible que saldrás de tu grado? ¿cuándo te lo merecí? ó háceslo por tu grandeza, que condicion es de [p. 121] las grandes hacer mayores las mercedes que los servicios merecen. Mas ¿qué es esto, si me he vuelto loco, sin seso, hecho frenético de suerte que con la mucha pasion, trastornada la imaginativa, fantasea fingiendo lo que deseaba? ¡Ah, señora! ¿tú no eres Celestina y vosotros mis criados? ¿No me es agora dicho que mi señora Roselia de su homenaje, cuasi á la media noche, con su venida descombrará mi pecho de pasiones, y remontará las mis ciméricas tinieblas que me obscurecian?

Olig. Sí, sí, sí, ora ver si lo creerás; juraré que ha de pensar aún sobre ello. Ea, señor, que no estamos aquí en la opinion de Empedocles, filósofo, el cual decia de ninguna cosa poder nosotros tener evidencia, porque los sentidos podian recebir engaño y decepcion; no pasa otra cosa ni hay más de lo que oiste.

Lis. ¿Y qué fué?

Olig. ¿Y no lo has oido seiscientas veces? Sancto Dios, y qué prolixo hombre; bien dicen que cuanto más deseada es la cosa, más dura es de creer; pues ten atencion y oye.

Lis. Di.

Olig. Roselia, el.....

Lis. Espera pues, no dé otro sentido del [p. 122] que suena tu habla y pronuncia tu boca, veré si conformamos, que mucho hace un sí ó no en la oracion. Roselia, mi señora.

Olig. El juéves en la noche.

Lis. El juéves en la noche.

Olig. Dadas once.

Lis. Dadas once.

Olig. Te verá y hablará.

Lis. Aguarda, no te des tanta priesa. Me verá y hablará.

Olig. Del puesto.

Lis. ¿De qué puesto?

Olig. De las ventanas de su torre que caen al alcázar.

Lis. Eso sí, de las ventanas de su torre que caen al alcázar. Es así: que Roselia, mi señora, el juéves, dadas las once, me verá y hablará de las ventanas de su torre.

Olig. Que sí, que sí, que sí, ¡válate el diablo! Dios me perdone si lo has entendido.

Lis. ¡Oh bienaventuradas orejas mias que en tan breves palabras tan sublimes sentencias oís! ¡Oh gozo extraño! ¡oh dichoso hombre más que cuantos nacieron! pues ninguno gozó de tanta alegría como agora yo.

Cel. Sosiega, señor, que no ménos te podria dar la muerte la demasiada alegría extendiendo las telas del corazon fuera de sus [p. 123] límites, que la mucha pasion y tristeza angostándolas más de lo necesario.

Lis. ¡Oh mi buena madre! ¡oh excelente triaca de mi secreta y mortal llaga! Cuéntame agora todo lo que pasaste con aquella señora, y dime algunas palabras consolatorias de aquella dulce boca.

Cel. Señor, bástete saber que del casquillo de la saeta que á tí hirió queda ella lastimada, y aunque parezca que por via de bien quiso conceder á mi ruego y satisfacer á tu deseo de vella y hablalla, pero ella vendrá de su grado dando de piés y manos á lo que pretendemos, que la vergüenza y empacho comun á todas hace que lo que la voluntad otorga la boca niegue, con este velo cubrimos hartos defectos que publicariamos si lícito nos fuese como á los hombres, aunque yo, pardios, no me curaba de esas vergüenzas cuando moza, que si bien me parecia alguno, no dexaba de hacerle señas y mostrarle claramente la gana que tenía.

Fil. Señora, una moza te busca.

Cel. Pues, mi señor, el viérnes de mañana soy acá á ver cómo te fué con tu dama para que de ahí colija y sepa en qué estado está el negocio y en qué disposicion la tenemos, y conforme á esto obrarán mis artes, y quédate á Dios.

[p. 124]

Lis. Toda la córte celestial te acompañe.

Cel. ¿Qué quieres, hija?

Moz. Mi señora Angelina te suplica que en todo caso vayas á las dos á juicio, porque aquel estudiante con quien tú la desposaste niega ser su esposa.

Cel. Dile que me place, que yo lo haré de mil amores, y que me espere en su casa, que de ahí nos irémos entrambas juntas.

Lis. ¡Oh, cómo temo no me acaezca agora algun infortunio ó desastre! que la fortuna así suele usar de sus casos falaces con los que en prosperidad pone y en alta cumbre como á mí, de manera que cuanto más alto los sube, tanto más baxo lo derrueca y abate; rueda es de fortuna no permanecer en un sér.

Olig. Por ende es buen aviso, señor, pensar hombre consigo todos los males que le pueden suceder, y estar apercebido con sufrimiento, porque si alguno sucediere no le halle desarmado y desproveido de paciencia, ántes dé gracias á Dios que no le sobrevinieron todos aquellos males que él pensados tenía.

Eub. ¡Oh! cuánto sería mejor dejar esas vanidades y contemplar la brevedad de la vida y el fin y remate de ella, que al fin pasa la gloria de este mundo y sus deseos y [p. 125] cobdicias. Mas, ¡oh desvarío de los hombres! da voces el clarísimo orador y poeta Petrarca, nadie hay que esto no sepa, y esperan enmienda con dilacion de la vida fingiendo entre sí que están léxos de la muerte, la cual el tiempo breve, la vida corta, las muchas desventuras y fortuitos acaecimientos la hacen vecina y muy cercana á nosotros; así es el mundo y el engaño de los vivientes, que mientra luengo espacio de vida, á sí mesmos prometen pensando vivir los años de Nestor, ó que les sucediera la dicha de Metello, ó que la natura les será madre más piadosa que á los otros, á deshora la triste y congoxosa muerte les acomete sin apercibimiento. Mira, señor, que aquel vivió, dice Marcial á su amigo Posthumo, el que ayer vivió, que de hoy no tenemos certinidad. Teme á Dios y acuérdesete de aquella palabra digna de ser escripta con letras de oro, por ser de aquel gentil Valerio, que la ira de Dios procede en su venganza de espacio y á pasos contados, y la tardanza la recompensa con graveza del castigo.

Lis. Oligides, di á ese sandio que calle si no quiere palos, que, por Dios, creo que ha de reventar un dia de éstos de mucha devocion. Y mira si está aderezado, que quiero comer.

[p. 126]

Olig. Voy, señor. Anda acá Eubulo, que eres menester.

Eub. Ya, ya, á buen entendedor pocas palabras.


[p. 127]

ARGUMENTO DE LA QUINTA CENA
DEL SEGUNDO ACTO.

Va Celestina con Angelina á pleito ante el Provisor, juntamente con los testigos y Procurador. Despues de largas disputas con el letrado, el Provisor absuelve á Sancias, estudiante, de la demanda que por Angelina le fué puesta sobre caso de ser su esposo y marido. Está llena esta cena de mucha doctrina, y no ménos de gracias y donaires.

CELESTINA. — ANGELINA. — TESTIGOS. — PROVISOR. — PROCURADOR. — SANCIAS. — LETRADO.

Cel. Tha, tha, tha.

Ang. Mochacha, corre, verás quién llama.

Cel. Bendígate Dios y San Miguel Ángel, y qué galana estás.

Ang. No estoy para ver despues que parí del Arcediano.

Cel. Tal me venga el año y la Pascua cual tú agora me pareces.

Ang. Madre, no me lo tomes á soberbia, que en mi ánima agora dos años no habia otra más hermosa en la ciudad.

Cel. ¿Por qué no te arrancas esos pelitos [p. 128] de entre ceja y ceja? Saca las tenacicas del estuche, pelarételas.

Ang. Ten; ay, que escuece.

Cel. Hija, por eso dicen sufrir cochura por hermosura. Cobíjate y vamos, que ya estarán en audiencia, y de camino llevarémos los dos mancebos que escondimos en la recamarilla por testigos.

Ang. Vamos; rapaza, vénte conmigo y cierra la puerta.

Cel. Aquí moran. Gentiles hombres, por la parte que os cabe de la señora Angelina que vengais con nosotras á jurar lo que oisteis cuando la desposamos con aquel estudiante llamado Sancias, que lo niega á pié-juntillas.

Test. Eso de muy buena voluntad, id, que luégo somos allá.

Cel. Por mi salud, hija, que te cumple éste más que otro, que yo lo he mirado con tales ojos, que será buen oficial de lenternas, y tú podrás á tu salvo hacer lo que bien te estuviere, que á los tales no ménos los ojos les engañan que la poca experiencia que tienen en estas cosillas, cuanto más que mucho hace al caso el sonsonete de, mujer casada soy, para que en más te tengan los galanes que hasta aquí te servian, que lo vedado más se desea, y más caro cuesta lo [p. 129] que no se halla fácilmente á cada canton, y tambien que así no te llevarán el marco.

Ang. Si eso no viera, nunca tan á pechos tomára este casamiento, cuanto más que es hijo de un mercader muy rico, y está un dia de éstos para repetir.

Cel. Dices la verdad, que ansí lo oí.

Ang. Pongámonos cabe estas verjas, que Sancias velo do está, y los testigos ya vinieron; tú responderás por mí, que yo soy muy empachada, mientra viene nuestro Procurador.

Provisor. ¿Qué quereis, mujeres?

Cel. Señor, esta doncella se casó con este estudiante y él niégalo, y por cuanto se siente muy agraviada en no casarse, pide en justicia á vuestra merced le mande casar con ella, pues darémos informacion de la verdad.

Prov. Toma procurador, que tú, mujer, no puedes procurar.

Cel. Hélo aquí, señor.

Prov. Bien está; pues ¿qué pides al estudiante?

Procurador. Pedímosle por marido de esta señora.

Prov. ¿Qué decis vos á esto?

Sancias. Que no sé qué se dicen, y niego lo que me levantan.

[p. 130]

Proc. Es verdad, y porque lo creas, señor, toma juramento á estos testigos que están aquí, que ellos dirán la verdad.

Prov. Jurad que jurais á Dios y á santa María, y á esta señal de la cruz ✝ decir verdad de todo lo que supiéredes en este caso y os fuere preguntado. Respondé, sí juro.

Testigos. Sí juro: sí juro.

Prov. Si así lo hiciéredes Dios os ayude, si no, él os condene. Decí, amén.

Test. Amén.

Prov. Por el juramento que habeis hecho, es verdad..... ¿Cómo os llamais vos?

Ang. Señor, Angelina.

Prov. ¿Y vos?

Sanc. Sancias.

Prov. Que Angelina se casó con Sancias, estudiante, y sabeis que se dieron las manos por palabras de presente.

Test. Que para el juramento que hemos hecho que están casados, y les vimos dar las manos por palabras de presente.

Sanc. Señor, aquello no lo niego; pero puse condicion cuando me casé con ella diciendo así, yo te tomo por mujer si el arcediano que te hobo te diere comigo veinte mil maravedís en casamiento.

Proc. Señor, ya se los da el arcediano.

[p. 131]

Sanc. Señor, bien me puedo salir afuera si no tornamos de nuevo á darnos las manos con nueva obligacion y consentimiento.

Proc. No podeis por el capítulo Super eo de conditionibus .

Prov. Escuchaos y salios fuera, tomaré parecer con el letrado, que ése es caso dubdoso y áun harto dificultoso de determinar. Señor doctor, ¿qué sentís en este caso? Si dos se dan las manos con consentimiento de entrambas partes por palabras de tiempo presente, y el uno de ellos pone esta condicion de futuro diciendo, yo te tomo por mujer ó marido con tal que fulano te dé en casamiento tantos mil maravedís, dáselos; pregúntoos si será válido el tal contrato ó matrimonio complida la demanda, ó condicion puesta, ó si se requiere nueva obligacion y nuevo consentimiento.

Letrado. Antigua y vieja querella es ésa, señor Provisor, en la cual los famosos canonistas y teólogos fieramente se encuentran, y entre ellos hoy dia hay gran controversia en la porfía y debate de la verdad, de manera que cada uno de ellos, segun su opinion, daria su parecer y decreto. Pero yo sigo en este caso la sentencia de los teólogos, que en esto, como en lo demas, sintieron y hablaron mejor. Cuyo cánon verdadero es que [p. 132] el matrimonio que de principio no fué matrimonio por causa de algun pacto ó concierto ó impedimento ó condicion puesta, no viene á ser matrimonio, puesto que despues se cumpla lo prometido, ó cese el estorbo que empidia el tal contracto, si de nuevo no comienza entre ellos nueva obligacion y consentimiento de voluntades.

Prov. ¿Por qué razones os fundais? que, ya sabeis que en materias disputables, más hace la razon y argumento que la auctoridad del que lo dice, dado que mucho me persuadan las letras y buen juicio que en vos florecen.

Letr. No creais que la doctrina de estos sabios teólogos aceptase por la más razonable y verdadera, si sus subtiles y agudas razones no me moviesen á ello y áun me compeliesen á creello. E dexadas nuestras leyes y capítulos que parecen sentir esto, donde por consecuencias y argumentaciones os podria traer á conocimiento de mi opinion, como es la ley Si stipulator y la ley Stipulantes , § Sacram de verborum obligationibus , y el capítulo Super eo de conditionibus , argúyoos con vivas razones, las cuales despiertan más el entendimiento. La primera, si Sancias ántes que le cumplan la condicion se arrepiente y desiste de su propó [p. 133] sito y intincion que tenía de casarse con Angelina, todos los doctores, así teólogos como canonistas, convienen que el tal no sería matrimonio; luego, dado que no revoque su consentimiento, no valdrá el contracto de palabra si de nuevo no consientan. Pruéboos la consecuencia, porque ningun arrepentimiento basta para quitar ó anular la fuerza ó virtud del contracto, si en sí causa el matrimonio y tiene virtud de lo hacer. La segunda razon, si Sancias ántes que el arcediano le diese los veinte mil maravedís, ó ántes que le cumpliesen cualquier otra condicion puesta largamente, se podia casar con otra, como vos, señor, tampoco negaréis, luego si tiene poder de casarse con cual quisiere, es porque el tal contracto con condicion era inválido y sin virtud de hacer matrimonio, y como quiera que sola la ratihabicion no es suficiente de causar obligacion en el matrimonio sin nueva voluntad y contracto, síguese que no es necesario que nuevamente se casen y consientan. La tercera razon.....

Prov. No procedais más adelante, señor Doctor, que yo estoy ya contento de vuestras razones, pero no satisfecho de mi dubda; y no os espanteis que yo dubde, pues dubdaron aquellos doctos varones como Hostien [p. 134] se, Calderino, Angelo de Clavassio, Antonino y el teólogo Palude, y otros muchos que siguieron el parecer contrario; y pues no ménos virtud y sabiduría es defender la verdad de los contrarios que saberla sustentar con razones, ruégoos me respondais á estos argumentos que en sí traen dificultad y en mí engendran escrúpulo, tanto que apénas os creo, y áun con vuestro perdon digo que es falso lo que decís; y sea el primer argumento: en todos los otros contractos condicionales, veniendo la condicion queda el contracto perfecto sin otra nueva obligacion; exemplo: doy os cien libras de plata si me asegurais la nao, doy os la casa si me diéredes la heredad, si vos cumplis la condicion yo quedo obligado á lo que prometí y me condenarán á ello, y áun vos sentenciárades contra mí, luego si el matrimonio es un contracto natural, síguese que obliga puesta la condicion. El segundo argumento: en el capítulo de Illis de conditionibus appossitis , se dice que si alguno juráre por estas palabras de casarse con alguna, yo juro de te tomar por mujer si traxeres tanto en casamiento, si no lo trae no queda perjuro, si con todo no se hubiere seguido consentimiento presente ó cópula carnal. Argúyoos yo, señor Doctor, por el con [p. 135] trario sentido. Si haya habido consentimiento será perjuro, luego como aquél, en el caso que os puse, ha habido consentimiento explicado por palabras que significan presencia de tiempo, síguese que tambien será matrimonio. El tercero argumento, si alguno diga, yo huelgo de ser tu marido y te acepto por mujer si tú consintieres; si la otra responde, y yo tu mujer y á tí tomo por marido, no hay dubda, sino que son casados y contraxeron matrimonio, y la tal condicion era de futuro, luego por lo mesmo, si dixere, yo te tomo por mujer si dentro de un año consintieres, venido ó cumplida la condicion, será vero matrimonio. Oyoos, señor Doctor, entre dientes hablar, y daisme sospecha que no os encaxa esta razon ó probacion, por ende quiero probar y confirmar el antecedente. Decíme, por vuestra vida, ¿en todos los casamientos no acontece así, que el uno habla primero que el otro, y por el consentimiento del segundo ó del que habla á la postre se perfecciona el matrimonio entre ambos? por donde siempre me parece á mí que la eficacia del consentimiento depende de las palabras advenideras ó del tiempo futuro. Por mi fe, señor, que habeis menester adelgazar vuestra pluma y tajarla más delgado de lo que soleis en otras cues [p. 136] tiones, si quereis presumir de responder á mis argumentos, que cada uno de ellos me da nueva sospecha de vuestra opinion, y todos ellos me causan consentimiento y juicio de la parte contraria.

Letr. De una cosa me pesa, señor Provisor, que no permitistes á mi lengua dar fin y remate á otras razones que se me ofrecian; mas creo que lo hecistes porque las sentíades como tiros que minaban y echaban por suelo el fundamento de los canonistas, los cuales vos con rabia de defender habeis multiplicado argumentos y réplicas. Si tan fácil me fuese persuadiros que dexásedes esa opinion y siguiésedes la sentencia de los teólogos, como me es deshacer vuestras razones, luégo pensaria que quedaba por mí el campo. Y porque no os parezca que cumplo de palabra, siendo muy ajeno de mi propósito, respondo por órden á vuestras objeciones. A la primera digo: que no es de virtud y naturaleza del contracto que cumplida la condicion cause y haga traslacion de la cosa; como quiera que ahí no haya sino prometimiento solo, pero las leyes disponen y ordenan que cualquier que promete, quiera que no quiera, sea obligado á cumplir lo que prometió, lo cual no pueden hacer ni disponer en el pacto ó concierto matrimonial por [p. 137] causa de aquella suma y grande libertad que Dios quiso haber en el matrimonio, conviene á saber, que cualquiera que áun no es casado esté en su poder y potestad casarse ó no casarse, tomar mujer ó dexalla; por lo cual se infiere que si aquél áun no tiene mujer ni es casado ántes que se cumpla la condicion, segun tambien confiesan los adversarios, y vos tampoco no lo negaréis, está en su libre poder aún despues hacer lo que bien le estuviere; y por este fundamento, señor Provisor, pues sois docto, sacaréis la respuesta de las otras objeciones. Pero todavía, como gato por brasas, iré tocando las soluciones, que á vos bastará media palabra, que al hombre sabio basta apuntalle la cosa para que de media vez entienda. A la segunda objecion respondo que es verdad lo que el capítulo dice, y lo que vos inferis á contrario sentido, pero niégoos la consecuencia en que decis que lo mesmo es en vuestro caso. Entendé el texto, señor Provisor, que quiere decir que si despues del pacto condicional hobiere nuevo consentimiento presente no expresada la condicion, ó se siguiere cópula carnal, entónces queda perjuro si no se casáre con ella; y así digo en nuestro caso, que si Sancias de nuevo consiente con las ceremonias de palabras y [p. 138] otras cosas que sabeis requiere el matrimonio para que obre despues que se puso, ó al tiempo que se pone la condicion, queda tan casado como vos agora estais, pero porque no es ansí os negué con razon la consecuencia ó illacion.

Prov. No mirais, señor Doctor, lo que dixistes, ni teneis advertencia á los exemplos que poneis; decisme que soy casado, eso será á media carta.

Letr. No os maravilleis, que son descuidos de letrados. A la tercera objecion, porque es de poco tomo, no respondo por mi honra y áun por la vuestra, que bien sabeis vos que me sobraba razon de sonreirme debajo mi loba al tiempo que la formastes.

Prov. Maravíllome de vos, para ser letrado hacer tan poca cuenta de lo que en sí trae mucha dificultad. En especial que puede haber tanto intervalo de las palabras obligatorias del uno á las del otro, que con mucha y sobrada razon se dubde si despues que la mujer consiente á cabo de rato sea matrimonio ó no, ó es menester que de nuevo entrambos juntamente consientan.

Letr. Dice Avicena que el rejalgar ó veneno puede ser tan poquito que no empezca ni dañe al cuerpo que lo recibe; bien así [p. 139] podrá ser tan breve y corta la tardanza de tiempo en que tarda la mujer á proferir sus palabras y corresponder á las del hombre, que no impida ni estorbe el matrimonio y vínculo que nace de ahí, como en el baptismo porque diga el baptizante un poquito ántes ó despues que batee ó chapuce al niño las palabras sacramentales, no deja de ser perfecto baptismo. Cuanto más que el consentimiento de la otra parte es de esencia y sustancia del matrimonio, y no condicion, y así hay diferencia de lo uno á lo otro.

Prov. No os creo, por Dios, en el exemplo que pusistes.

Letr. Bien os demostrais ser puro canonista y que andais atado á las glosas como asno á estaca. Perdonáme si soy discortés, que debíadesmela, váyase una por otra.

Prov. Pase por donaire, que ni vos medraréis mucho á la sombra de los teólogos, que más presto se os pegará algun piojo que no algun obispado.

Letr. Y áun ése es el mal, que cuando crian obispo no le preguntan si sabe textos ó apellaciones ó pleitos, mas si sabe utrumque testamentum . Máxime que á ellos pertenece lo que dice San Pedro: Parati semper ad satisfactionem omni posidenti vos rationem de ea quæ in vobis est spe , y á su oficio compete [p. 140] predicar la doctrina evangélica al pueblo, que el púlpito agora está usurpado de frailes.

Prov. No me agrada eso que decis, porque oficio es del obispo decidir y determinar cuestiones y dubdas, las cuales sin los cánones y decretos de sumos pontífices mal se averiguarán con sola la teología.

Letr. Careceis de principios, señor Provisor.

Prov. Habla cortés y decí el porqué.

Letr. Porque eso es accesorio; que tambien pertenece á su señoría mirar por los edificios y ornamentos de la iglesia, que esté bien proveida de todo esto, pero no se requiere por eso ser carpintero ó platero; así acá, aunque sea así como dices, pero basta para eso tener una persona docta como vos en los cánones, ca entender en pleitos sería meterse en negocios seglares, contra el precepto de San Pablo. De manera que su oficio principal es predicar y enseñar la doctrina de Cristo, y para esto les es necesario saber la Sagrada Escriptura y sancta teología, donde se aprenden tambien los textos de cánones que tocan á la salud de las ánimas, cuanto más que los cánones fueron fundados de varones teólogos como conclusiones sacadas del manantial de las letras divinas.

[p. 141]

Prov. A todo eso que dices contradice Hostiense y Panormitano.

Letr. Verdad es, pero no respondieron á mis razones, y hablaron como canonistas en saber poco en casos de conciencia.

Prov. Dexaos, por mi vida, de ésos, señor Doctor, que nunca haréis mayorazgo si os ateneis mucho á los teólogos, y despachemos á esta gente, que nos hemos mucho detenido.

Letr. Bien podeis dar por libre al estudiante, que en esto no solo seguis la caterva de los teólogos como es Sancto Tomás, Ricardo, Scoto, Silvestre y otros muchos; pero teneis de este bando los más famosos canonistas, conviene á saber, Panormitano, Inocencio III, el Cardenal y Francisco de Arecio.

Cel. Ya deciende el Provisor, llégate acá Angelina.

Prov. Estad atentos y oí la sentencia.

Cel. Diga su merced.

Prov. En el pleito que es entre Angelina y su procurador en su nombre de la una parte, y Sancias de la otra: fallamos, atentos á los auctos y méritos de este proceso de pleito, que la dicha Angelina y su procurador en su nombre no probaron su peticion y demanda.

[p. 142]

Cel. En hora mala os pusisteis ahí.

Prov. Dámosla y pronunciámosla por no probada, y que el dicho Sancias probó bien y cumplidamente sus excepciones y defensiones.

Cel. En buena fe, mentís.

Prov. Dámoslas y pronunciámoslas por bien probadas, en consecuencia de lo cual, que debemos absolver y absolvemos al dicho Sancias de la demanda contra él puesta por parte de la dicha Angelina y su procurador en su nombre. E dámosle por libre y quito de todo lo contra él pedido y demandado.

Cel. Para esta que aquí Dios me puso que yo te haga tambien libre y quito de la que estotro dia me rogaste que hablase.

Prov. Y ponemos perpétuo silencio á la dicha Angelina y á su procurador, para que agora ni de aquí adelante no le pidan ni demanden cosa alguna de lo en la dicha su demanda contenido, y por causas que á ello nos mueven no hacemos condenacion de costas; y por esta nuestra sentencia definitiva, ansí lo pronunciamos y mandamos.

Cel. Ansí don cavez mordido, por los huesos de mis finados, tú me la pagues, no te aprovecha importunarme con el sacris [p. 143] tan, que no la habrás. Calla tú, Angelina, no llores, que yo he de morir ó salir con este pleito; yo estudiaré mañana y esotro dia para engañar á Sancias, y entre burlas y véras le sacarémos del buche un sí, puro y no aguado con condicion; agora vámonos, que no me he desayunado sino de pecados.


[p. 144]

ARGUMENTO DE LA PRIMERA CENA
DEL TERCERO ACTO.

Va Lisandro armado con sus criados á hablar á Roselia. Encuentra á Beliseno, hermano de ella, que anda rondando la calle, porque habia barruntado el negocio, el cual no conociendo á Lisandro se va; Lisandro, como no salia su señora, vase á quexar á Celestina, la cual, despues que se excusa, le dice que note una carta para su querida, y que ella se la dará y la hará venir á su propósito con su buena lengua.

LISANDRO. — OLIGIDES. — EUBULO. — SIRO. — GETA. — BELISENO. — CASAJES. — GALFURRIO. — DROMO. — REBOLLO. — CELESTINA. — LIBIA. — FILIRIN.

Lis. Oyes, Oligides, di á esos mozos que aderecen las armas y esté todo á punto, que es hora.

Olig. Señor, agora dió las nueve.

Lis. No hace al caso, que bien es apercibirnos con tiempo, cuanto más que no sé si por ventura esta noche más que las otras el primer movimiento llevará en pos de sí al planeta sol fuera de su acostumbrado camino, y así pensando hallar á Roselia encon [p. 145] traré con la hija de Palántes que sale desmeleñada con sus rosados cabellos y acompañada de rocío á descombrar el esmaltado cielo de estrellas, y estorbarme de ver y hablarla, que con su vista me alegra y con su ausencia me atormenta.

Olig. Eso no puede ser por via de naturaleza.

Lis. ¿Qué sabes tú si Dios agora hará milagro en acelerar el curso del cielo como hizo con Josué en detenello? Que á los que bien aman nunca les faltan desdichas, á los cuales no ménos fortuna les es contraria, que á los ménos dignos amor favorable.

Olig. ¿Qué armas quieres, señor?

Lis. Dame á mí ese montante, vosotros llevad rodelas.

Olig. Vístete estas corazas, Eubulo.

Eub. Bástame á mí zarahuelles y un brazal izquierdo con la rodela.

Olig. Yo vístome el jubon fuerte de nudillos, que á mí más que á otro me trae sobre ojo para me matar Beliseno, hermano de Roselia, despues que sintió mis pasos y mis entradas y salidas á su hermana de partes de Lisandro. Siro, Geta, armaos presto.

Lis. Quédense ésos en casa, que bastais vosotros.

Olig. ¡Oh señor! vengan, que quien á sus [p. 146] enemigos popa á sus manos muere. Bien es que vamos á recabdo.

Lis. ¿Quién hay que nos ande á los zancajos por aquí?

Olig. Beliseno el mayorazgo, hermano de ella.

Lis. ¿Y ha venido á su noticia cosa alguna?

Olig. Tanto que me pesa, porque supo que yo habiendo sido paje de su padre, y fiando su casa de mí, con este título le alcahuetaba á su hermana para tí, y anda por me matar, segun me dixo Galfurrio, su criado y mi amigo; y tambien me dixo que te cumple á tí traer la barba sobre el hombro y andar en aviso, porque cada noche fasta las once pasea la calle de banda á banda, y trae espías á ver si te puede coger, que fué sabidor de cómo los otros dias te requebraste con Roselia, y que fasta hoy dia la sirves y festejas con mil juegos de cañas, y justas, y pomposos atavíos en tu persona y diversas libreas en tus sirvientes, en las cuales siembras letras de tu pasion, bordadas y chapadas las ropas todas del nombre de la dama; que áun en los paramentos de los caballos y en la cimera del yelmo huelgas de escrebir su nombre. Con todas estas cosas, ¿no querias ser sentido? Piensan los enamorados [p. 147] que los otros tienen los ojos quebrados. Pues sábete que Beliseno es hombre que tiene sangre en el ojo y mira mucho por la honra, y por este pundonor no estimará el resto en lo que pisa; á su mesma hermana matará si siente el menor pelo del mundo.

Lis. Pues no sólo mi hacienda, mas tambien mi vida he condenado al fisco de su servicio, por bien empleada doy la muerte en tanto que ella se sirva. Cuanto más, que dientes tuvo mi linaje, que los supo mostrar en tiempo de afrenta, y lo mesmo haré yo á quien me enojáre ó tocáre al menor de mi casa, y déxate de eso y vamos.

Olig. Atraviesa por esta calle, que es más secreta.

Lis. Hola, id de dos en dos porque no parezca que vamos en cuadrilla.

Olig. Bien dice.

Eub. Señor, por amor de Dios, que si algo fuere nos defendamos con moderacion que carezca de culpa, y no acometamos, que no lo permite la ley evangélica, ántes nos enseña á amar los enemigos.

Lis. Boballa tres veces, ¡con qué sale el asno devoto!

Olig. Ce, ce, señor, el lobo en la conseja; ¿ves aquel bulto de hombres arrimados al esquina?

[p. 148]

Lis. Mucho bien, ¿quién son?

Olig. Beliseno con su gente. Ponte en primera, que se acercan, y poco á poco se van juntando con nosotros.

Lis. Hacé lugar, jugaré de mi montante en esta plazuela si algo fuere.

Sir. Geta, ¿sabes alguna postura de espada? dímela, que no aprendí á esgremir.

Get. Ponte así en tercera.

Sir. Echaré mano tan ayna.

Get. Veamos primero en qué pára esto.

Beliseno. Mozos, no se menee nadie de su lugar sin que ántes sepan quién son, no paguen justos por pecadores. Si fuere Lisandro, el primero que le diere una estocada y le derribáre en el suelo, tiene de mí cincuenta monedas.

Casajes. Señor, ¿si le matamos?

Bel. Muera.

Galfurrio. Perdónele Dios.

Cas. Bien pueden doblar por él.

Dromo. Mas recen por él luégo.

Rebollo. Digámosle todos un pater noster, porque Dios le alumbre á conocimiento de sus pecados y no pierda el alma con el cuerpo.

Bel. Tiremos la calle derecha, que no son ellos si no me engaño, que están muy retapados, y creo que es la justicia.

[p. 149]

Galf. ¿No nos viste, señor, en tu reguarda asestadas las puntas de nuestras espadas en su corazon? No hubiera dicho, yo soy, cuando cuatro estocadas, una en pos de otra, le rasgáran las telas del corazon.

Cas. Por el sepulcro de Sanct Vicente de Ávila, en esta piedra estaba aguzando la punta de mi espada para escarballe las entrañas.

Drom. Juro á los Corporales de Daroca, yo las uñas porque hiciesen buena presa, que sin dubda pensaba hacelle tal puerta con mi espada en el costado izquierdo, que con las uñas le arrancára el corazon.

Reb. ¡Oh pésete tal! ¿por qué no era él? que Galfurrio lo dirá si le pedí prestado su pañizuelo para me limpiar despues la mano derecha, que, por la cruz de Caravaca, por mi tengo que fasta la empuñadura le metiera la espada y me bañára la mano en sangre, porque yo le apretára tanto, que las costillas le hiciera cruxir y que dieran lugar á mi mano que se engolfára dentro.

Bel. Mando que ninguno haga más de matalle.

Galf. Si fuere en nuestra mano, señor, podernos moderar fasta sacarle de vida no más, lo cual creo que no podrá ser, harémoslo, donde no, podrás perdonar. Tira, se [p. 150] ñor, por estotro camino, no nos encuentre la justicia y nos desarme, pues no te quieres dar á conocer.

Bel. Vamos.

Galf. ¿Qué os parece, compañeros, si tornáramos la cuesta donde quedan los otros? no fueran más nuestras vidas.

Drom. Ahí nos matáran.

Cas. Hagámonos cuenta que hoy nos nacimos, que de dos buenas hemos escapado.

Reb. A tí debemos la vida, Galfurrio.

Olig. Señor, está siempre á punto y guarda la entrada, no haga Beliseno alguna zalagarda donde quedemos todos apiolados, que por arriba me pareció que subian á rodearnos.

Eub. Ya se fué.

Lis. Sentémonos al pié de la torre miéntras se hace hora y sale mi señora. Vosotros, ¡hola!

Sir. Señor.

Lis. Poneos á esos cantones y mirad quién pasa, avisáme.

Sir. Yo escóndome, hermano Geta, tras esta pizarra, que mal va este negocio como el diablo.

Get. ¿Cabemos entrambos?

Sir. Espera, meteréme yo debaxo; ponte [p. 151] agora ahí arrimado, que no te vean los que pasan.

Lis. ¿Qué hora da el relox?

Olig. Las once.

Lis. Apartaos allá, no vea mi señora otra persona más de la mia, no se turbe de ver tanta gente, y se empache de salir á hablarme, basta el temor con que lo hace.

Eub. Aquí estarémos.

Lis. Hola, ce, ¿dormís?

Olig. Señor, no.

Lis. ¿Habeis oido el relox?

Olig. Poco há que dió las doce.

Lis. Y no sale aquella resplandeciente luna de la noche, aquella luminosa hacha para alumbrar de sus finiestras la profunda tiniebla y tenebrosa obscuridad de mi corazon preso en la carcel de su servicio. Mas ¡oh desdichado! que no son tan grandes mis servicios, que no sea mayor su merecimiento para hacerme mercedes, ni hay tan gran cosa en mi poder, que mayor á tí no se deba; pero por eso, señora mia, es más tu nobleza y liberalidad para me las hacer, que no mi diligencia para las merecer y recebir, y lo que fuere falto en mis obras, la virtud tuya lo supla volviendo los ojos á mi crecido deseo, que del todo á tu servicio se ha dedicado, de suerte que no tiene cosa [p. 152] nueva que te ofrecer, que si más hobiera más sacrificára; y de todo esto con sola tu vista me doy por pagado, que así mis ojos se contentarán y mi corazon quedará satisfecho. ¡Ah señora! ¿óysme? Cata, que si la esperanza de verte me faltase, tampoco la vida se podria sostener; ¿no me respondes, ó déxasme por atreguado como pieza de axedrez?

Olig. Asotra puerta, al diablo le responderá, está la otra durmiendo á su placer y oirálo. En buena fe, señor, mejor sería irnos á dormir que no guardalle su torre.

Lis. Esperemos hasta las dos, y si no sale, vámonos, que aquella burladora de Celestina me ha engañado. Desviaos, no esteis conmigo, no os sienta si saliere, y así se torne.

Get. Po, po, y como hiedes, Siro.

Sir. Pardios, para te decir la verdad, que pensé que alguno te engarrafaba cuando te heciste á mí y me empuxaste, y con este miedo caguéme.

Get. Yo te doy mi fe que no me quedó gota de sangre en el cuerpo cuando me enovillé y me apreté contigo, que no sé cómo me volví los ojos despavoridamente y representóseme por hombre aquella piedra frontera.

[p. 153]

Eub. Señor, las dos da, vamos que ya no saldrá.

Lis. Ay, ay de mí, que, como mi ánima, fasta aquí puesta en temor y suspensa en esperanza, atentamente esperaba el buen ó mal suceso, así agora que no tiene en qué estribar, queda atónita, sin sentido y pasmada.

Olig. Supla tu cordura lo que falta de razon, para no dar lugar á tu pasion.

Lis. Ni Job con paciencia, ni con fortaleza Posidonio, su dolor disfrazaron, cuanto más yo, flaco hombre de cordura, me podré ensayar para no sentir lo que me sobra de razon para quexarme.

Eub. Señor, pues no puedes lo que quieres, quieras lo que puedes, esto es, que des obra á que Cupido no aviente con sus alas más desórden en tu voluntad, la cual si virtud y sabiduría no la enfrena, ella por sí desbocada y sin freno es.

Lis. Fácilmente todos, cuando sanos, damos buenos consejos á los enfermos, si tú adolecieses de mi mal, otra cosa dirias y sentirias.

Olig. Señor, tarde es, vámonos á dormir que ya no saldrá.

Lis. No lo haré fasta ir á hablar á la vieja.

[p. 154]

Olig. Pues tira por esta acera, aquí vive.

Lis. Llama.

Olig. Tha, tha, tha, ¿quien está acá? Celestina, Celestina, asotra puerta, que aquésta no se abre. La fuerza del primer sueño vence su sentido que no nos oya.

Lis. Golpea con esta piedra.

Olig. Trap, trap.

Cel. Libia, mochacha, despierta y párate á la ventana, verás quién es, que hunden la puerta á golpes, y di que aguarde á quien fuere mientra me visto, que si á mano viene alguna debe estar con dolores de parto, pues á tales horas vienen.

Lib. Voy. ¿Quién está ahí?

Lis. ¡Ah, señora!

Olig. Paso, señor, que no es Celestina; señora Libia, decid á Celestina que está aquí Lisandro, mi señor, que la quiere hablar.

Lib. Sí diré. Tia, aquel caballero de Roselia te busca.

Cel. ¿Él mesmo ó algun su criado?

Lib. Él en persona.

Cel. Duelos tenemos, pues á tal hora viene, daca ese ropon, echarémelo encima.

Lib. Toma.

Cel. Y ¡Jesus! señor, ¿á tales horas por acá?

Lis. Bien lo has hecho, madre, buena cuenta has dado de mi negocio.

[p. 155]

Cel. ¿Qué es, mi señor?

Lis. No vino.

Cel. ¿Qué, no salió Roselia á hablarte?

Lis. No, por ende mira si me traes en tres pasos burlado, que temo que nada le dixiste.

Cel. ¿Decir? mal me haga Dios y no vea esta cruz á la hora de mi muerte si no se lo dixe, y áun de tal repicapunto, y con tal astucia y viveza, que mi tia, que Dios haya, no supiera mejor decillo; desas soy, en buena fe, mal me conoces, no hay tal mujer en el reino de mi oficio como yo, mal pecado; no son éstos los primeros amores en que he entendido.

Lis. Pues ¿qué piensas haber sido la causa de faltar mi serafin su fe y palabra?

Cel. Impedimentos que no faltan, cuanto más que el temor vergonzoso la habrá retraido de lo que, por ventura, ella libre de aquel natural empacho y velo de vergüenza, más que tú desearia. Pero déxamela, que yo la ablandaré más que cera, y áun la derretiré con mi plática que destile en lágrimas de tu amor; que mi lengua allana todas esas asperezas y rigores, que una martillada y otra hace mella y empresion en el hierro, y lo pone de la figura que quiere; una contínua gotera horada la piedra, las [p. 156] hormigas con el mucho uso gastan los pedernales y hacen camino pasajero, la frecuentacion de los actos causan hábito, el mucho exercicio desenvuelve los miembros. Así mis compuestas, multiplicadas y importunas palabras desbastan los corazones rudos al amor, y los duros enternecen, y los tiernos del calor de Cupido derriten, y en ellos imprimen su sello, virtud y eficacia. Tú, señor, nota de mañanica una carta en que le declares tu pasion y te quexes de su fe quebrantada y lo que más supieres, y envíamela, dársela he; que todas estas machinas son menester para combatir y abatir el su fuerte propósito á lo que queremos; y á buenas noches, que me toma dolor de cabeza si me desvelo con esta mi negra axaqueca.

Lis. A tí me encomiendo, señora.

Olig. Adios, madre, y salúdame á mis ojos.

Cel. Andad con Dios, mis hijos, que sí haré.

Lis. No llames recio, no nos sientan los vecinos. ¿No salen esos tacaños á abrir? Bellacos, ¿así esperais á vuestro amo que os da de comer? ¿Qué es de aquel rapaz, Filirinillo? Puto rapaz, ¿dormís? espera que yo te despertaré, con una vuelta de cabello.

Fil. Señor, yo despertaré.

Lis. Despierta, despertad, pues vuestro [p. 157] amo vela. Enciéndeme luégo una vela y súbela á mi escritorio.

Olig. Señor, reposa eso poco que falta de la noche, que tiempo hay para todo.

Lis. No te fatigan mis cuidados ni te quitan el sueño como á mí, anda, véte á acostar y cierra esa puerta.

Fil. Yo, yo, ju, juro á Sant Juan, yo, yo lo diga á mi padre que me peela, y, y me abofete, ea, y, y que me asiente co, con otro amo mejor.

Eub. Calla, hermanito, no llores, que quien bien te quiere te hará llorar. Si buenos principios llevares de pequeño, cuando grande los hallarás, que las buenas costumbres y buena crianza de la niñez mucho aprovechan para despues tener firmeza y constancia en la virtud, que de becerrillo verás que buey harás. Si desde chico te vezas á ser virtuoso, siempre adelante amarás lo bueno, y en ello te deleitarás, porque la virtud frecuentada por muchos actos conviértese en naturaleza, y la natura inclina á obrar con deletacion y suavidad, al contrario, si te enfrascas en el vicio, y una vez te metes en él, tras él te irás como barco suelto en pos de la randa, ó como nao que va en popa, ó como caballo desbocado, no habrá quien te refrene ni aparte de sus ha [p. 158] lagos, ni nadie bastará á sacarte de su muladar, que ya sabes que mudar costumbre es par de muerte, y quien malas mañas há tarde ó nunca las perderá; sino míralo en lo que dice Plutarcho en el tratado cómo se han de criar los hijos, donde, entre otras cosas dignas de recordable memoria, cuenta que Licurgo, rey de los lacedemonios, queriendo mostrar á los ciudadanos cuanto hace para las costumbres la crianza en que se crian los hombres, tomó dos perros, hijos de un padre y una madre, criados en diversos exercicios, el uno en la cocina enseñado á golosinas y á lamer ollas y platos, y el otro en el campo hecho á trabajos y á cazar, y juntado el pueblo en la plaza, díxoles: mucho pueden, varones Lacedemonios, la crianza y los enseñamientos y exercicios en los hombres, como luégo lo veréis por las obras en estos dos perros, hijos de un padre y de una madre; y esto dicho, soltó los perros, y el uno se fué á una olla que pusieron allí, y el otro tira tras una liebre que soltaron. Esto te he dicho, Filirin, porque parece mal los mochachos ser rezongones y desobedientes, y tambien porque juras y juegas, y áun sirves de mandilete, que es peor, que yo lo sé. Y mata ese cabo de candela y durmamos, que es tarde.


[p. 159]

ARGUMENTO DE LA SEGUNDA CENA
DEL TERCERO ACTO.

Yendo Oligides á dar la carta á Celestina, encuentra con Brumandilon, que va muy denodado á matar á Celestina porque no le dió parte de la medalla. Conciértanse entrambos de robar á Celestina y huir temiendo el mal fin que de los amores de Lisandro se espera, porque Beliseno anda muy sobre el aviso. Llegados á casa de Celestina, asegúranla con palabras lo mejor que pueden, vase Celestina á llevar la carta, quedan Oligides y Brumandilon en casa con las dos sobrinas.

LISANDRO. — OLIGIDES. — BRUMANDILON. — CELESTINA. — DRIONEA. — LIBIA. — CAPELLAN.

Lis. Mozos, levantaos y llevad esta carta á Celestina.

Olig. Nunca por mucho madrugar amanece más ayna; ¿no ves, señor, que no es de dia?

Lis. A tus ojos vencidos de sueño. Vístete en un aire, y toma esta letra y dásela, que la dé lo más presto que pudiere á mi señora, y dile de mi parte que le suplico, pues mi vida pende de su lengua, que sepa [p. 160] con ella darme remedio, ó sino que abrevie mi pena. Corre en un vuelo, no le ocupen otros negocios.

Olig. Ya voy, que me olvidaba la gorra y me iba tocado con la escofia. O yo no veo ó aquél es Brumandilon. ¿Ah, Brumandilon, dónde bueno con tanta priesa? ¿Es alguna muerte de hombres?

Brum. Los vivos lo verán y los que nacieren oirán la hazaña que voy agora á hacer.

Olig. Aosadas que es sobre la medalla.

Brum. No es sobre otra cosa.

Olig. Pues allá voy yo á darle esta carta que dé á Roselia.

Brum. Anda allá y serás testigo de su muerte.

Olig. Mas hagamos otra cosa, si te parece.

Brum. Di.

Olig. Bien sabes que esta vieja es cobdiciosa y avarienta.

Brum. Sí sé.

Olig. Y que primero le sacarás la vida que la medalla.

Brum. Mucho bien.

Olig. Luégo, ¿qué mejor hecho romano quieres hacer que robarla una noche? y si tú partes comigo, yo daré industria para [p. 161] ello, que si la matas perderás la medalla y por ventura la vida.

Brum. De eso no se hable, que solo Dios es bastante á quitármela, otro no; pero de esotro estoy en ello, y me parece bien, y de mi consejo hágase luégo, no se dilate.

Olig. Hágote saber que bien mirado cumple que lo hagamos, porque estos amores de Lisandro son peligrosos, y creo que por bien que libremos todos, así sus criados, como los que dieron causa á ello, no escaparémos ó de degollados ó muertos de los parientes de ella, que son de los principales de la ciudad, ó desterrados perpétuamente con alguna mutilacion de miembros, y pues hemos de huir, bien es que llevemos las bolsas aforradas á costa de aquella que ha seido causa de tantos males en esta vida.

Brum. Bien dice éste, que yo en propósito me lo tenía sin eso y con eso, irme de aquí, que por Sancta María, mal ojo me echa Beliseno cada vez que me topa; quiero vivir á mi contento y quitarme de revueltas, que más quiero vaca en paz que pollos con agraz.

Olig. ¿No te determinas?

Brum. Nada me mueves por esa via, ¿no te he dicho que no temo á hombre nacido ni al diablo que sea? Soy exento en ese caso; [p. 162] públicamente, si se me antoja, sacaré á Roselia por medio de su casa y la entregaré en las manos de Lisandro, y que nadie me lo pida. Si se ha de hacer es porque de este hurto se nos seguirá mucho provecho y interes, que vivir y no medrar es gran pesar. Yo te digo que si topamos con el cofre do tiene muchas piezas y joyas de oro que ha ganado por este su oficio, que saldrémos de mal año y mudarémos el pelo, que quien no se aventura no há ventura.

Olig. Estése, pues, la cosa así y disimúlese, verémos si le da más Lisandro, y tú no dejes de mirar los rincones de casa, no tenga por dicha escondido algun dinero que no sepamos.

Brum. Déxame el cargo, y agora vamos, pidiréle dos reales para comer, que seis que me dió estotra que tengo en la putería acabo de perder á los dados de un mal azar.

Olig. En ninguna manera le mientes la medalla, porque descuide, ántes te aven con ella amorosamente.

Brum. Bien; aunque no es de mi condicion, ni me pagué jamas de esos dobleces mostrar amistad do no la hay. Que no ménos virtud me parece el hombre ser siempre claro enemigo, que en el debido tiempo al amigo ofrecido mostrar su verdadera amis [p. 163] tad. Pero tornando á otro propósito, señor mio Oligides, bien ves dónde estamos.

Olig. Sí.

Brum. Por el bravo y venenoso Cancerbero, que debajo de este arco de los Milagros rebané á dos las cabezas á cercen diez años há, como quien rebana dos cohombros, que el diablo los puso junctos y los hizo iguales.

Olig. Tanto há y más que estoy en este pueblo y nunca tal oí.

Brum. Escucha que miento, que no fué sino en Córdoba en otra encrucijada como ésta, pero aquí no fué sino las piernas. La diversidad y gran variedad de las hazañas que por mí han pasado por diversos reinos y ciudades, me privan de memoria, á que no me acuerde de los casos particulares que tengo hechos por todo el mundo.

Olig. Démonos priesa, que la puerta de casa de Celestina veo abrir, entremos de rondon y tomémosla en la cama. Sube.

Brum. Mas sube tu.

Olig. No haré por mi fe, ea, no quieras con tu larga crianza hacerme á mí falto de comedimiento. Sube tú, pues sabes la casa.

Brum. Subo, pues do conviene obedecer no há lugar la cortesía.

[p. 164]

Cel. Ce, ce, ce, Drionea, esconde el capellan presto, presto, que viene Oligides.

Drion. Ay mezquina, que no hay dónde.

Cel. Mételo en esa arca del pan.

Brum. ¡Ah vieja desdentada! aquí te tengo, no te me irás sin que me pagues lo que me debes.

Cel. ¿Y qué te debo, centeno?

Brum. Tres veces que me sacaron á la vergüenza y una á azotar por tu causa.

Cel. Y á mí ¿no me hicieron obispo de escala entónces?

Brum. ¿No subes, Oligides?

Olig. Ya, que vacio las aguas; buenos dias, señora Celestina.

Cel. Vengas en buen hora, hijo.

Brum. Dime, vieja, ¿no tiemblas en verme para no me hacer enojo alguno?

Cel. Pardios, no.

Brum. Pues no tengo yo gesto de eso, que, por vida de tal, cuando me lo miro en el espejo, así horrible, feroz y temeroso como es, cien leguas de mí huir querria.

Cel. Arre allá, asno.

Brum. Por la sancta letanía, si no fuese por no dejar mis zapatos en tu barriga, más coces te diese que letras tiene la Biblia, porque no dés tan mala respuesta y tan mal galardon á quien defiende tu casa de ladrones, [p. 165] y tu persona de los que mal te quieren, y tu honra y fama de malas lenguas.

Cel. Andate ahí con tus zaherimientos. Sola una vez que oxeó á voces unos popilos que me daban matraca, me lo zahiere á cada paso y me da con ello en los ojos.

Brum. Pese á tal, ¿despues de tener los brazos cansados de dar golpes en tu servicio, y los broqueles y espadas hechas piezas, me dices eso? Todos te besan la ropa y lo que huellas, y te hacen el buz sólo por mi respecto, porque saben que no son más sus vidas de lo que te enojaren, y no lo sabes conocer.

Cel. ¿A mí quieres engañar con esas mentiras? ¿A mí, que soy Celestina y por otro nombre Elicia, sobrina de aquella que por su mucha fama y sabiduría es puesta en refran de todos? ¿A mí, á quien la experiencia de las cosas ha hecho artera, piensas echar dado falso ó treta encubierta? mal pensado lo has.

Brum. Si tú sabes mucho, tambien sé yo mi salmo, y si tú eres Celestina, á mí llaman Brumandilon, que brumando los hombres tomé nombre del hecho, y soy nombrado en las partes orientales, tambien soy tuerto y tundidor, y más de Córdoba, y nací en el Potro y pasé por Xeréz, y tuve la [p. 166] pascua en Carmona, y ninguno me la hizo que no me la pagase con las setenas; por ende tú guarte y dame dos reales que te pido para comer.

Cel. No sé si los tengo.

Olig. Dáselos, por tu vida, Celestina, y sed amigos.

Cel. Dos reales y cuatro daréselos yo, pero de medalla no me hable nadie, que no será ésta, si yo puedo, la cadenilla de mi tia. Toma cuatro en lugar de dos.

Olig. Agora me contentas, Celestina, que te llegas á razon, y sea ésta, pelea de por Sant Juan paz para todo el año.

Cel. ¡Ay! pluguiese á Dios que nuestras rencillas pasadas fuesen como calenturas de Mayo, que son salud para todo el año.

Brum. Ce, Oligides, con esto piensa hacerme pago. Pues callémonos todos, que aquella arca que está á los piés de la cama es, si no me engaño, donde está metido el cofre que te dixe.

Olig. Bien está.

Cel. ¿Qué te decia al oido? pensais algunas malicias.

Olig. A la fe, que estás muy seca en las carnes de vieja, y que no vivirás mucho tiempo por curso natural.

Cel. Así como estoy espero yo con vues [p. 167] tras calavernas echar agua bendicta sobre las sepulturas de mis finados. ¿No sabeis, bobos, que tan presto va el cordero como el carnero, y muchos rocines viejos vemos cargados de pellejos de corderos? Pues miráme bien, que más de tres ciegos me querrian ver.

Olig. Dexado eso aparte, Celestina, aquí trayo la carta que mandaste, y te ruega mi amo que te dés priesa á su remedio, porque Cupido fasta las plumas mete su flecha dorada en su corazon, y cruelmente le lastima y maltrata.

Cel. Harta diligencia pongo yo en ello, pero ¿qué quieres que haga? no es ninguno obligado hacer más de lo que sabe y puede.

Brum. Paso, paso, no se pase renglon que yo no entienda; dime esto, que por el gran Brutervo de Ancona, si alguno ha enojado ó maltratado, como dices, á Lisandro, mi señor, sea él quien fuere, que me la ha de pagar; ¿y sabíaslo tú, Oligides, y no me lo decias? pues dime quién es.

Olig. El dios Cupido.

Brum. Dios es, luego en el cielo estará; ¡oh pese á tal! porque no hay en la tierra otro Dédalo que fabricára á los hombres alas para volar como hizo á su hijo Icaro, que no creo en ese dios Cupido, si aunque allá [p. 168] arriba estuviera, si no me la pagára y bien pagado, porque sepa con quién se toma.

Olig. Que hace de blasonar el diablo. Finge no saber lo que los niños han olvidado.

Brum. ¿Qué dices?

Olig. Digo que entre nosotros mora.

Brum. ¿Entre nosotros y callábaslo? dímelo luégo dónde está; no dubdes de lo decir, que aunque esté allá léxos in finibus terræ , do Hércules situó sus columnas, ay, ay, voto á tal, le iré á buscar.

Cel. Y calla, por Dios, no le hagas mal, que es un niño ciego, hermoso, doliente, desnudo y guarnido de saetas.

Brum. Séase quien se fuere, mozo ó niño, ó viejo ó diablo, decidme luégo dó está. ¡Oh bellaco! ¿abad y ballestero? ¿Es dios y frechero?

Olig. Es amor heroico.

Brum. ¿Herrero? eso me declara que no se escapará aunque sea el dios Ulcano con todos los ciclopas sus herreros.

Olig. ¿Sabes tanta poesía y no sabes quién es Cupido?

Brum. A unos escholares oí estos nombres, pero nunca oí mentar á Cupido.

Cel. Es una sabrosa fuerza de la voluntad, un fuerte pensamiento en la cosa amada con esperanza de alcanzalla.

[p. 169]

Brum. De manera que Cupido pasion es; ¡oh dichoso! que si hombre fuera, ó traxera semejanza ó figura de persona, no se me escapára que no muriera á mis manos.

Olig. Madre, véte ya, que yo aquí me quedo, hablaré dos palabras, que me cumplen, con Drionea.

Cel. ¡Ay, bellaco, quién no te entendiese! pero holgaos que vuestro tiempo es, por ahí pasamos y hecimos lo que pudimos su madre de ésa y yo cuando éramos de su edad. Libia, báxame acá esas cuentas.

Olig. ¿Para qué las quieres?

Cel. ¿Para qué? para rezar y encomendarme á Dios y oir mi misa, si á Dios pluguiere, que jamas la perdí. Cerrad esas puertas por dentro.

Olig. Aguárdame ahí, Brumandilon, que luégo baxo.

Brum. Aquí me quedo con estotra, y despacha presto, sendas manos bastan. Vén acá tú, Libia, está queda, xo, xo.

Lib. Pardios, no haré, contino has de ser bellaco; quítate allá, que hueles á viejo.

Olig. A buen tiempo vengo, señora Drionea, á lo ménos no me estorbará ahora el verdugado.

Drion. Miraldo, ni ménos á mí me pesará la bolsa con los dineros que te pedí.

[p. 170]

Olig. Toma cuatro reales, que yo te daré más.

Drion. Paso, no hundamos la cama como estotro dia.

Olig. ¿Tienes vino? dame á beber, esforzaré, que la vista de los ojos se me turba y la boca tengo seca.

Drion. Mira si está la camarilla de mi tia abierta, en la su cabecera hallarás la bota colgada.

Capellan. Señora, despídelo presto, que me ahogo.

Drion. Ay, por Dios, no te bullas, que es el mi amigo y me matará si te siente.

Olig. Cerrado está.

Drion. A punto vienes. ¡Ah hi de puta! ¿piensas que no te entendí que ibas á enristrar por no dar encuentro feo?

Olig. Hice bien, porque quien trae baxa la lanza topa en la tela.

Brum. Hola, á los de arriba; paso, cuerpo de Dios, que hundis el sobrado y nos echais acá tierra.

Cap. Que me ahogo, que me ahogo, Sancta María, confesion.

Olig. Jesus, ¿qué es esto?

Brum. ¿Qué ruido es aquél? No paro más aquí, abre, abre, huiré, no me maten.

Drion. Levántate ayna, abriré el arca, [p. 171] no se ahogue este clérigo, confesor de mi tia, que lo metimos aquí por escondelle de Brumandilon, que se las ha jurado porque no quiso la cuaresma absolverle ni darle la Eucaristía.

Olig. A otro perro con ese hueso, y no á mí, que las entiendo; más mal hay en Orihuela que suena.

Drion. Por tu vida y mia, que no te miento, y lo puedes creer como estamos aquí, que no es lo que piensas.

Olig. Yo sé lo que he de creer, conozco á mi hija Marigüela.

Drion. Pues no lo digas á nadie y diréte la verdad, la cual puedes muy bien saber de mi hermana.

Olig. Mas preguntaldo á Muñoz, que miente más que vos.

Drion. Éste es el capellan que nos provee de la merced de Dios, porque le damos cabida con mi hermana Libia.

Olig. Fama es que tú eres amiga de ese clérigo.

Drion. ¡Yo! líbreme Dios, por el siglo de mi madre, que miente quien lo dice; no me revolviera con clérigos por cuantos haberes hay en el mundo todo.

Olig. Bien me parece pregonar vino y vender vinagre.

[p. 172]

Cap. ¡Ay, ay!

Olig. Ya torna sobre sí, échale una poca de agua y volverá.

Drion. Pues véte, Oligides, que habrá empacho si te ve; y por los ojos que tienes en la cara, no lo digas á ánima viva, pues sabes que ninguna cosa en secreto recibida ha de ser comunicada.

Olig. Anda ya, que hombre secreto soy; plega á Dios que no sea lo que yo sospecho.

Drion. No me digas eso, que me corro.

Olig. Ora, sús, quédate con Dios.

Drion. Y él vaya contigo.

Olig. Brumandilon.

Lib. Fuése huyendo pensando que era otra cosa.

Olig. Vaya con el dimonio el puto baladron. Señora Libia, con un beso me despido de vos.

Lib. Eso barato lo vendo.

Olig. Quiero agora irme á dar otro verde con mi Carmisa, que no hay que fiar en putas.


[p. 173]

ARGUMENTO DE LA TERCERA CENA
DEL TERCERO ACTO.

Lleva la carta Celestina, y por el camino va sacando por conjeturas qué sea la causa por que Roselia faltó á su palabra. Témese mucho no la haya sentido su hermano Beliseno, y aunque desde la ventana le hace de señas Melisa, no se le cuece el pan hasta que Marivañes envia su niño. Y Melisa la mete en la cámara de su señora. Con sus artes, Celestina hace que Roselia muy claro manifieste su ardiente deseo; y concierta con Celestina que por la huerta la hable Lisandro.

CELESTINA. — ROSELIA. — MELISA. — NIÑO. — MARIVAÑES. — EUBULO.

Cel. No puedo imaginar ni acabo de pensar qué ha sido la causa por que Roselia faltó su palabra y no salió á la hora y tiempo concertado. ¿Si se arrepintió? no; que esto tiene el amor, que cuando prende hace el corazon constante y no mudable, y aunque el virtuoso pensamiento baste á expeler sus fuerzas causando limpieza, pero pocas veces acaece que en su lucha y pelea se alcance victoria, porque abatido en tierra cobra nuevas fuerzas, como cuentan que An [p. 174] teo cobraba luchando con Hércules, y cuanto mas nos esforzamos á apartallo de la memoria, tanto más ella se refresca con sus lastimosas pasiones, las cuales ofrece al pensamiento, y el pensamiento al corazon, allí llegadas, lo prenden con tan fuertes lazos que desasirse no pueda sin mucho pesar y congoxa. ¿Si lo hace de medrosa, por miedo de no ser sentida? tampoco, que la voluntad enamorada todo lo pospone por cumplir su apetito, es osada al acometer, y quiere lo que no puede, y lo que puede executa; y que Roselia ame, evidentes indicios tengo de ello, si es así que por las exteriores obras y señales del cuerpo venimos en conocimiento de las afecciones del alma. Cuanto más que mis buenas artes, mis subtiles engaños y mi artificiosa arenga tienen tal virtud, que á las muy fuertes hacen dar combos, y á las flacas y tiernas de un vaiven derruecan. Aunque, al fin, la que buena quiere ser no se lo quita mi tañer. La principal culpa se reduce al consentimiento de la que me da oidos, y me quiere escuchar no viendo la manifiesta ponzoña que trayo en el vaso dorado de mis palabras, que harto es de ciego quien no ve por tela de cedazo. Pero mal pecado, ellas adrede por disimular sus pasiones, y áun por dar lugar á sus de [p. 175] seos, huelgan de hacerse ciegas y que no entienden lo que les decis, haciendo de las enojadas, y por ventura no se ha apuntado la cosa cuando mejor la calan y penetran que vos que se lo apuntais por rodeos; y lo que es peor, que se bañan en agua rosada en que yo ó alguna de mi cofradía las vaya á hablar en cosa que ellas mismas echarian rogadores y terceros si lícito les fuese ó si no les retrajese la vergüenza y empacho natural. Y siendo así, hacen más alharacas, como si les fuésemos á vender moneda falsa, y fingen no sé qué hipocresías de, guárdenos Dios, ¿á mí con tales mensajes? ¿y habia de hacer tal vileza? ¿vienes á dañar mi honra, condenar mi honestidad? tal por cual, véte de mi casa, no te vean más mis ojos si no quieres que te haga matar. Todas son puterías, pardios, que otro les queda en el buche, porque si así fuese como lo parlan, de la primera palabra que les hablásemos en aquel caso, nos habian de echar con todos los diablos; pero juraré que no entra mejor pascua por sus casas que nosotras. Pues ¿qué será la causa? ¿impedimentos? No, que no los tiene. ¿Si fué sentida? No sé; si así es, nuestro gozo en el pozo, que á ella pondrán en guarda, y á Lisandro espías, y á mí acortarán los pasos. Muy en dubda estoy de lo [p. 176] que será, y cúmpleme saberlo, porque si esto es, valiérame más quedarme en casa con las piernas cortadas que ir á su casa. Quiérome andar por aquí, sabré lo que es ó lo que no, si viere oportunidad para entrar entraré, si no, tornaréme á mi casa, y perdóneme Lisandro, que ya hice toda mi posibilidad por él, y todo mi deber y saber; la obligacion no se extiende más de al poder. Por mi ánima, que me hace del ojo de acullá de la ventana, Melisa, su doncella; otra vez me da con la mano, luégo, luégo. En buena fe, aunque más me llames con la cabeza; no sea ésta echadiza y se arme algun ruido hechizo para me tomar en la gorrionera, no se diga por mí que mucho sabe la raposa, pero más el que la toma; primero sabré de mi comadre la vecina si ha habido cosa nueva despues acá, ó mudanza alguna en casa de Eugenia.

Ros. ¿No viene?

Mel. En casa de Marivañes entró.

Ros. Envíala á llamar con esa mochacha, que no lo sienta mi señora, y te aviso que no la vea entrar.

Mel. Aquí viene el niño de Marivañes, veamos qué quiere, y si es enviado á eso.

Ros. Dile que éntre acá. ¿Vióle mi señora?

[p. 177]

Mel. No, que está devanando un poco de seda. Entrad, mis ojos, ¿á quién buscais?

Niño. A senola mosa.

Ros. ¿Qué quereis, mi alma?

Niñ. Senola, mi made dise que está alí la mujel de la ropa banca, que tae lo que le mandaste.

Ros. Corre, decilde, mi vida, que venga.

Niñ. Beso las manos de vuesta mesed.

Ros. Dios te haga bueno, mis entrañas.

Niñ. Que vayas.

Cel. Luégo, mi amor. ¿Así que me dices eso por muy cierto, hija Marivañes? de otra manera me lo habian contado. Pues voy y quédate adios.

Mar. Dios haga tus cosas y las aderece como deseas.

Mel. Tia, alza las haldas, que hacen ruido, y entra muy quedito aquí en esta recámara.

Cel. Ay, señora de mi bien, ¿y mala estás?

Ros. No es nada, madre, sino unos desmayos de corazon que me tomaron despues acá.

Cel. Bien está, mal de corazon es, tú te lo dirás.

Ros. ¿Qué dices?

Cel. Que me pesa en buena fe, bien y [p. 178] verdaderamente echada en ese estado enferma de ese mal, que es peligroso si no se aplica con tiempo el remedio, que el corazon es principio de la vida.

Ros. Vieja honrada, como pasabas por nuestra puerta hícete llamar para darte descuento de lo que pasa, y que no me tengas por mujer liviana que no cumplo mi palabra; yo no quise salir á hablar ese tu caballero, porque quien nos viera juzgára lo que no es, y no la mi buena intencion, y como las mujeres seamos más obligadas á nuestra fama que á nuestra vida, no me estuvo bien condenarme á mí de culpa por librarle á él de pena.

Cel. Ay, mi ángel y mi Pascua de flores, como te lo dices; no parecen tus palabras sino perlas que se caen de esa tu boca de oro.

Ros. Yo lo haria, por cierto, si mi honra estuviese salva de malos juicios, pero como sea más deshonesto el oir á las mujeres que el requestar á los hombres, no pudiera remediar su mal sin amancillar mi honestidad; y si la mujer la honra pierde, nunca la cobra, bien lo ves tú.

Cel. Aquello de requestar me contenta; bien sabe que serian requiebros y no devociones lo que habian de platicar.

[p. 179]

Ros. Habla alto que te pueda oir, y no muy recio, no te sienta mi señora madre.

Cel. Digo, que siendo bien de noche, como á las doce ó á la una, nadie lo barruntaría, ¿quién lo ha de ver ó oir, todos durmiendo?

Ros. Anda, que las paredes han oidos; no hay cosa, por más secreta que sea, que tarde que temprano no se venga á descobrir.

Cel. Señora..... Mas creo que sera bueno hablalle á las claras, y dexar estos servicios de Dios, que en buen són la tengo.

Ros. ¿No dices lo que comenzado habias?

Cel. El temor de tu enojo acobarda mi lengua y le pone silencio, que no osé decir lo que diria con tu licencia.

Ros. Di lo que quisieres.

Cel. Ya sabes, señora, que Lisandro pena por tí, y que su dolor y tormento es tan grande, que le quita todo otro sentimiento, porque ningun mal le puede venir que iguale con el que tú le das, ni placer que le absuelva dél; pues sábete agora que está en disposicion de perder la vida por tus amores despues que faltaste la palabra, y si la fe que en tí tiene no le sostuviese, muy presto se anegaria en el golfo de sus pasio [p. 180] nes que por tí padece, las cuales cierran las puertas á su consuelo y ábrenlas á su sepultura, que espera, si no le remedias. Él te suplica que reciba de tí galardon de su trabajo en tu piedad, y no muerte en tu crueldad, y que de esta manera remediarás su vida satisfaciendo á su deseo.

Ros. Si el castigo que merece tu osadía en venirme con tan torpe demanda no perdonára mi mansedumbre, en lugar de sufrirte tomára de tu vida venganza.

Cel. Señora, estemos á razon y no lleves las cosas por rigor.

Ros. Eso quiero yo, mala vieja, porque veas que cuanto á mí me sobra de razon para condenarte, tanto á tí te falta para defenderte, y cuanto yo soy sufrida, tanto más tú sobresalida en desvergüenza de tu descarada peticion. Dime, ¿parécete á tí bien hecho que por dar fin á su torpe deseo, dé entrada y principio á toda mi perdicion, de suerte que mi gloria en trabajos, mis dulces placeres en tristezas, mis cantos en lloros, mis fiestas en lutos se vuelvan? ¿Quieres tú que con mi ignominia alcance él victoria, y en mi vituperio soberbia? ¿Quieres que dé triste vejez á mi madre, y que ponga mácula en mi linaje? ¿Qué dirán las gentes de mi maleficio? ¿Quieres que haga cosa don [p. 181] de se me siga infamia en la honra, peligro en la persona, perdimiento en el mayor bien que natura me dió, y aborrecimiento de los que bien me quieren? Finalmente, ¿quieres que viva deshonrada para toda mi vida? Respóndeme á esto.

Cel. De otro temple está esta gaita, luego si le satisface mi respuesta hecho está todo, pues ya no se pone en disputa el servicio de Dios, sino el del dimonio. A pocos empuxones pienso desquiciar las puertas movedizas de su propósito.

Ros. ¿No tienes aquí qué decir?

Cel. Por verdad, mi señora, que si la mucha razon no fuese de mi parte y la poca contra tí, no bastaria la compasion que tengo de aquel que por mucho amar mucho sufre, á aconsejarte que no le dieses la muerte por negarle socorro; y porque lo veas claro, dime qué vituperios ó qué infamia hallas seguirse por complacer al más alindado galan y gentil mancebo que criatura vió, ni natura engendró, ni Dios por agora otro crió; como que no fuese cosa comun que cada dia acaece, y á cada paso lo vemos, y entre manos lo traemos, y los libros de ello están llenos, que doncellas de alta guisa y de real nacimiento, hijas de grandes señores, no sólo amaron sus amigos [p. 182] y servidores, mas muchas de ellas los siguieron hasta sus tierras, donde fueron recebidas con mucha solemnidad, acatamiento y cerimonia. Helena con Páris se vino á Troya, Medea con Jason á Grecia despues que conquistó con su favor el vellocino dorado, Hesione siguió á Thelamon, la dama Bryseis con Achíles se fué, Fílis amó á Demofon, Fedra á Hipólito, Hermione á Oréstes, Deyanira á Hércules, Ariadna á Theseo, Scilla á Minos, Safo á Faon, la malandante Dido por Enéas se perdió, si no nos mienten los poetas, y la desdichada Tisbe de la fiera leona fué despedazada esperando el su querido Pyramo, la desventurada Ero, de que vió el desastrado fin de su muy amado Leandro, de la torre muy alta en la profundidad del mar se echó, y otras muchas que, por no gastar almacen, las dexo de contar. Todas éstas por amar y bien querer á sus enamorados hicieron memoria de sus nombres, fama de su fermosura y exemplo de su hecho. Allá á Pasifae, á la matrona Cibéles, á Lanace y á la hermosa Sigismunda, hija del rey Tancredo, sea vituperio y deshonra, que la una con el toro, la segunda con el mochacho Atys, la otra con su hermano Macharco, la cuarta con Guiscardo, hombre de baxa suerte y servidor de su pa [p. 183] dre, tovieron que hacer fea y torpemente; allá á las que con sus negros y esclavos y con sus mozos de espuelas trataron de abominables amores, les venga la infamia que merecen. A éstas y á otras tales es de dar en rostro su error, pero no á las que lo hacen con personas de alto merecimiento, como es nuestro Lisandro que ¿sabes quién es? un Narciso, un Absalon, un Ganimédes, un Lypariso en hermosura, un rey en linaje, un Alejandro en franqueza, un Sanson, un Hércules en fuerzas, un Hector, un Achíles, un Ajaz en armas, un Orfeo en música, un ángel, una dama en condiciones; de tales amantes ser amada, de tales servidores ser servida, gloria es, á mi ver, y descanso, que no vituperio ó trabajo. Si él no fuera quien es, hobiera causa para temer el juicio de las gentes y el mal tratamiento de tus deudos, pero siendo quien es Lisandro, ántes te lo tendrán á bien, que tan hermoso hombre no pertenecia sino para tan hermosa mujer, que, por mi salud, estotro dia, cuando le llevé la buena nueva, le oí estas palabras estando consigo solo disputando: ¿Y qué tiene que ver con mi señora Roselia la linda Helena, ni la bella Polixena, ni la hermosa Filomena, ni la gentil Lucrecia, ni la fresca Dina, ni la agraciada Thamar, ni la [p. 184] extremada Pandora? Pardios, no las estimaba en una paja en tu comparacion. A esotro que dices de tu peligro, agora está por ver el poder y favor grande que tiene Lisandro en la ciudad, para te hacer segura de todo el mundo si fuere menester, cuanto más que yo daré manera para que lo hagais secretamente y que nadie lo sepa.

Ros. Bien que todo eso sea, pero ¿quieres que pierda mi virginidad, y la corona de ella, y que ofenda á Dios?

Cel. Ya va, ya va; perdónete Dios, que por escalones te he traido á lo que quiero; ya no está tan zahareña ni esquiva como ántes.

Ros. ¿Cómo dices?

Cel. Digo, señora, que de diez partes de sanctos apénas hallarás las dos que fuesen vírgines; pocos escapan de la antigua carcoma que nos dexaron nuestros primeros padres. Esta comezon de la carne es red barredera que pesca hombres y mujeres de cualquier estado y condicion. ¿Y esa corona, ó laureola de las vírgenes qué piensas que es sino un gozo accidental, el cual recuperarás con otras obras meritorias? A lo que dices que ofenderás á Dios, y no sabes que una fué la que no erró, cuanto más [p. 185] que yerros por amores dignos son de perdonar, y quien no cae no se levanta. Sé que los delitos corporales ménos graves y de menor culpa son que los pecados espirituales.

Ros. ¡Ay lastimada de mí! que del primer dia que me habló ese caballero siento un fuego escondido en este mi corazon que me lo abrasa, cubierto con las cenizas de mi vergüenza; su nombre y memoria es la paleta que las desvia y descubre el rescaldo de mi encendimiento, mayor que el de Troya. ¡Oh desproveida doncella de todo consejo! ¿qué encendido calor es éste? ¿qué súbito ardor? ¿qué llama tan soberbia es ésta que en mi pecho á deshora concebí luégo que le vi, que ni me aprovecha mi lucha y contienda, ni basta razon á vencer su furor? No sé qué Dios, ó qué diablo es éste que me fuerza la voluntad, dubdosa estoy qué sea, ¿si es el amor? éste debe ser, que sólo hace parecer duros los castigos de mi madre y los consejos de mi hermano, y son ásperos mirándolo bien. Mas, ¿qué digo? ea, ea, Roselia, desecha ese fuego de tí; si pudiere dirás, que si pudiese, desdichada, sano me sería, pero una blanda fuerza me trae do quiere, una cosa la razon, otra Cupido, me aconseja. Veo lo mejor, apruebo lo bueno [p. 186] y sigo lo peor. Muera, muera el que mi deshonra quiere, mas ¿qué me da á mí que muera? ¿soyle yo la causa? Dios es el que tiene poder de dar vida ó muerte. ¿Qué dixe, desatinada loca? Dios le dé vida y mucha, que bien me es lícito sin le amar desealle vida; ¿qué hizo el pecador por donde mereciese la muerte que espera si no le socorro? ¿á quién, si no fuere muy cruel, no moverá la florida edad de Lisandro, su linaje y virtud? ¿quién que lo vea no se aficionará de su gentileza? A mí, cierto, puesto que otras cosas le faltasen, su hermosura me enamora. Si soy causa de su mal y muerte, y pudiendo no le remedio, ¿quién no me tendrá por hija de tigre y por más dura que piedra, y de corazon de peña? Mas rabiosamente le vea yo acabar á manos de mi hermano, que si le ase, él castigará su atrevida locura. Y ¡Jesus! ¿qué dixe? Dios lo vuelva en mejor, y á él guarde por muchos años, aunque estas plegarias y oraciones habian de cesar y poner por obra lo que para luégo es tarde. ¿Y qué, he de hacer traicion á mi madre, y placer á quien otro dia me dexe, y no haya cuenta de mí despues que le agrade y contente otra? y si esto entiende hacer, muera el desagradecido; pero no tiene cara de eso, ni es de esa casta, ni son [p. 187] ésas sus condiciones para que me engañe ó se olvide de mí, que quien bien ama como él, tarde olvida. Ay, ay, ay, vencida soy, cautiva soy, presa soy de su amor. Y pues tú, sábia Celestina, sotilmente, con los fuelles de tu saber animaste el mi fuego mortecino, y despertaste las adormecidas llamas, por Dios vivo te conjuro y por la fe que debes guardar en todo secreto, te ruego me seas fiel secretaria en todo lo que pasáre entre Lisandro y mí.

Cel. Ay, señora, no me digas eso, que me enojo; no me conoces, como creo en Dios, otra tal mujer más secreta que yo no la hay en el mundo, con quién las has; ántes me sacarian la lengua por el colodrillo que yo tal hablase. Soy muda para esas cosas.

Ros. Con esa confianza, madre mia, te descubro mi corazon, que es más de ese señor que mio, y pues la estrechura de tiempo no consiente más prolixidad en nuestro razonamiento, y tambien que las cosas más se aclaran con las presencias, puedes le decir que luégo esta noche, pasadas las doce, me venga á hablar, no por esta torre, que es lugar peligroso, así por estar cerca del aposento de mi madre, como por ser paseado y rondado por fuera de Beliseno, mi hermano, pero sea por del jardin, que es lugar des [p. 188] viado del palacio, de ahí dentro me puede ver y hablar, que yo saldré sin falta á los corredores que salen sobre el huerto.

Mel. Señora, váyase Celestina, y luégo, que se levanta mi señora, y puede ser que éntre acá.

Ros. ¡Ay! véte por Dios, madre, no te vea.

Cel. Toma esta carta de Lisandro, que me olvidaba, y adios.

Eugenia. ¿Con quién hablabas, hija?

Ros. A Melisa decia, señora, que me traxese la canastilla de la labor, que ya me siento mejor.

Eug. Loores á Dios, que ya me temia no entrase por esta casa esta sorda pestilencia de este año de cuarenta, y hiciese en tí, que Dios nos libre, estrena.

Ros. No era nada, señora, sino estos mis desmayos de corazon.

Eug. Pues siéntate y labra esos cabezones de tu hermano, y no te asomes á la ventana, que las vueltas y pasos de Lisandro por aquí, y las momerías que hace, mi hijo las vengará.

Ros. No me mientes á ese loco, que no le puedo oir.

Eug. Bien haya á quien te pareces, que así era tu tia, la monja, cuando estaba en el [p. 189] siglo y la servian caballeros locos como éste. Vén acá, Melisa, henchirás las almohadas limpias y vacía esotras, que están muy sucias; mas quédate con mi hija, que las mozas lo harán.


[p. 190]

ARGUMENTO DE LA CUARTA CENA
DEL TERCERO ACTO.

Lee Roselia la carta de su deseado Lisandro, y por consejo de Melisa, su secretaria, aunque con dificultad, encubre el fuego de amor con que toda destila en lágrimas.

ROSELIA. — MELISA.

Ros. Melisa, echa esa antepuerta, leerémos la carta. ¡Oh carta, carta! si empos de tí viniese tu auctor, pero no me vendrá á mí esa alegría, que tan falta soy de ventura cuan sobrada de desdicha.

Mel. De eso no dubdes.

Ros. ¿Qué sabes si se ha enojado de la burla que le hice y no quiera más venir?

Mel. Salieras tú, ¿quién te lo estorbaba?

Ros. ¿Quién? mi hermano, que mala muerte haya, plega á Dios, así me detuvo fasta bien tarde en pláticas, que ni sé en qué se anda ni en qué no.

Mel. ¿Vino despues que te dexé acostada?

Ros. ¿Agora lo sabes? y áun me hizo fieros que me mataria si ni en poco ni en mucho sentia cosa de mí.

[p. 191]

Mel. Cúmplete avisar no te sienta, que al fin mira por la honra.

Ros. No puedo más, hermana, que Cupido ha mostrado en mí todo su poder, y todas las enerboladas frechas en un momento asestó contra mí, y los ardientes casquillos de sus saetas son cauterio de mi corazon, el cual, derretido, destila lágrimas por los ojos y sospiros por la boca, y él queda lleno de congoxa. Mas, ¡oh carta mia y de mi señor enviada! ¿Es posible que tus esmaltes asentaron aquellas manos de alabastro del mi serafin en hermosura? Quiero te abrir y leer, haréme cuenta que le oyo, y con sus palabras consolaré mi ánima, pues á los atribulados consuelo pone hallar á sus males alguna compañía.

CARTA DE LISANDRO Á ROSELIA.

Si supiera así quexarme como sé sentir la pena que me das, ántes falleceria papel para escrebir y tiempo para decir que quexas para que oyeses, pero hállome tan falto de discrecion para te las declarar cuan sobrado de desventura; corazon tengo para sufrir pasiones, lengua me falta para te las decir, porque la mucha pena dél no consiente otra cosa, ni da lugar sino que siempre me quexe [p. 192] sin poder dar razon de mi dolor. Esto solo te sabria decir, que no ménos alegre me haria la muerte que me hace triste tu disfavor, porque si soy dichoso en servirte y desdichado en mis servicios, tú cumplida de hermosura y abundosa de crueldad; así que lo uno me hace venturoso en ser tu cautivo, y lo otro malaventurado en que no me aceptes por tal, que cuanto más con mi deseo mi vida á tí ofrezco, tanto más con la esperanza me huyes. Herísteme con tu vista y prívasme de ella por quitarme todo remedio. Si me faltaste tu palabra porque á mi merecer fallece, no te culpo, que ya lo veo que tan sobrada eres de merecimiento cuan falto mi conocimiento para lo estimar y mi poco valor para recibir tu gracia. Pero todavía se te condena, porque quebraste sus lazos fuertes; virtud te obliga á que no seas matadora, piedad te convida á que hayas compasion en mi cuita, y á mi pena me excusa que me hace osado de lo que tu grandeza me decia que temiese. Pluguiese á Dios que esta que he dicho te la supiese tambien decir como tú causarme la muerte, que ni yo quedaria sin remedio, ni tú sin satisfaccion de las mercedes, porque con el agradecer y no olvidar pensaria de te pagar, ya que con otra cosa no pudiese. Agora te sir [p. 193] vo con todo lo que puedo, con el entendimiento en consentir la prision de mi libertad, que tú la enseñorees con la razon en ordenarlo así como tú lo mandas, con la voluntad en querer siempre quererte, con la memoria en nunca olvidar la que se aposentó en mi pensamiento; y cuanto yo más con todas mis fuerzas sacrifico á tí mi tormento, tanto más con crueldad me galardonas, de manera que siendo liberal en ofrecerte mi vida y todo lo que la sostiene, eres tú avarienta en el rescate de ella. No sé qué te mueve hacer tan poco caso del que mucho te ama; no es por cierto de personas generosas galardonar con menosprecio y olvido, ántes las pagas hacen mayores que los trabajos merecen. No te maravilles que sea importuno en pedirte mercedes, pues tú no cesas de atormentar mi corazon, que nunca vi toro tan agarrochado que más no esté él con tus crudas saetas. Solo esto te suplico, con lo cual ceso, que volviendo los ojos de tu misericordia á las prisiones que en tu fe sostengo, así mis pasiones con obra remedies, como por mis palabras conoces y entiendes mi necesidad.

Ros. En buena fe, sí haré, mi señor. ¡Oh pertinaces orejas mias, que sufristes oir palabras de tanto dolor y sentimiento! ¡Oh [p. 194] crueles ojos, que atinastes á leer tan apasionada letra sin mucha copia de lágrimas! ¡Oh empedernido corazon, que calor de tanto fuego no bastó á enternecer tu dureza en pesar de su pena, y en congoxa de su fatiga, para que mis ojos, como fuentes, manáran agua con que regasen estas abrasadas pinturas, y mi boca pregonase con sospiros la angustia que me aumentaba cada renglon, cada palabra y cada letra!

Mel. Señora, encubre tu pasion y disfrázala con alegría lo mejor que pudieres, no la entienda tu madre por lo que te ve hacer, que si anoche no os hablastes, esta placiendo á Dios gozarás de tu querido, que no se puede decir sin tiempo aquello que en todo tiempo viene bien y se puede hacer. Sosiega tu corazon y ten reposo en el cuerpo, que, pardios, si miran en ello, fácilmente conozcan todos de qué pié coxeas.

Ros. Do amor se aposenta ningun reposo consiente, y do fuerza viene derecho se pierde.

Mel. Señora, límpiate los ojos y toma la labor, que á Beliseno sentí hablar, no suba acá.


[p. 195]

ARGUMENTO DE LA QUINTA CENA
DEL TERCERO ACTO.

Va Brumandilon á casa de Celestina muy más ancho que largo, porque Lisandro le ha recebido por criado. Acompaña á Celestina, que va á llevar la sabrosa y alegre nueva á Lisandro. En el camino topan á Oligides. Cuéntales un chiste muy donoso que le acaeció en casa de su Carmisa. Da la deseada nueva Celestina á Lisandro. Concierta que á las doce de la noche escale por la huerta. Dale diez doblas Lisandro y confírmale la merced del casamiento de su sobrinas.

BRUMANDILON. — CELESTINA. — OLIGIDES. — LISANDRO.

Brum. No sé; voto á tal, cómo mi nombre no es mentado por toda Castilla, pues mi fama vuela hasta las Italias. Claro está, Celestina, que si Lisandro no viera en mí demasiada fortaleza y una furiosa braveza, mis valentísimas fuerzas y valerosas hazañas, que no me recibiera por principal hacedor en el trance de sus peligros.

Cel. Pues qué, ¿estás con él?

Brum. Despues que me fuí de aquí voyme á su casa, y como habia sabido no sé [p. 196] qué muertes que he hecho por ese mundo adelante muy esforzadamente, rogóme que le sirviese para acompañarle de noche cuando saliere fuera; y agora envíame á saber de tí que si has ya hablado á esa Roselia.

Cel. Anda allá, vamos, que ya está todo negociado, diréselo.

Brum. Vamos.

Cel. ¿Así que me dices que te recibió?

Brum. Y áun rogado, que fué más. Creo que tú piensas que se hace hecho bueno en la ciudad sin mí, ó revuelta ó ruido que no sea yo llamado para ello. Soy como el buen oficial, que nunca le falta que hacer, tantos son ya los rebatos en que me he visto, que no ménos que el buen capitan tengo en mi cámara los blasones de mis hechos dignos de perpétua y recordable memoria, con otras insignias de mis victorias; donde verás pintados más miembros de hombres acuchillados por mis manos que dias hay en el año, piernas, brazos, piés, manos, muslos, quixadas, huesos, costillas, pedazos de hombres, cascos, cabezas, ancas, espaldas enteras, lomos, tripas hilvanadas, sesos, corazones sacados, pechos atravesados, orejas cercenadas, astillas arrancadas, y así otros que dexo de contar; y muchas veces oyo patadas de aquellos por mí muertos, pero por eso no me quitan [p. 197] el sueño esas pocas noches que allá duermo.

Cel. Así medres como tú has muerto alguno.

Brum. ¿Qué dices?

Cel. Digo que dexes ya esa mala vida, que Dios consiente y no para siempre; perro que lobos mata, lobos le matan.

Brum. ¿No sabes que los malos no han menester más de ocasion para mal hacer? Con media palabra de descortesía me sube la cólera, y mato tantos, que tienen bien que entender en abrir sepulturas la gente del cordelejo.

Cel. Sancto Dios, vuelve, vuelve la cabeza, verás á Oligides sangriento.

Brum. ¿Qué es esto? ¿qué es esto, Oligides? Dímelo luégo quién te hirió, que no será más su vida de lo que tú tardarás en decírmelo.

Cel. No le dés pena, que no te reponderá. ¡Ay Sancta María, que Beliseno le habrá muerto!

Brum. Cuerpo de tal, ase dél, llevémosle en brazos á curar, pues no me dice quién son; traba de ese brazo.

Olig. Hi, hi, hi, estad quedos, que no es nada.

Cel. Doite á Satanas, que así me turbaste.

[p. 198]

Brum. No lo creo, ase dél, ¿no ves la sangre que se le va?

Olig. Si me quisieses tú dar á entender lo que á un truhan sus amigos, segun cuenta Poggio, persuadieron que estaba muerto, el cual fué llevado á enterrar, aunque en las andas no dejó de responder á los que daban gracias á Dios por su muerte, que juraba á Dios que si vivo estuviera, como iba muerto, que ellos se la pagáran.

Brum. Destápate y creerte hemos. ¿Qué diablo es eso que traes al cuello atado?

Olig. Oidme, contaréos un chiste que pasé con Carmisa, la amiga del bachiller, de que mucho reiréis, y no lo sepa Drionea, Celestina.

Cel. Di qué, no hayas miedo.

Olig. Salido de tu casa, como no hallase á Brumandilon.....

Brum. Fuí llamado á gran priesa para ser padrino en cierto desafío.

Olig. Fuíme derecho á Carmisa, y estando ella y yo en muchos placeres y regocijos, héos aquí llama á la puerta el bachiller su amigo; yo en esto estaba sin sayo, baxas las calzas, y quiso más nuestra desventura que al tiempo que él llegó daba yo una gran carcajada de risa, contando de allá del tu capellan metido en el arca; de suerte que [p. 199] sintió hombre en casa, y mientra más nos oia reir y las voces que teniamos, él más priesa se daba á llamar. Entónces Carmisa, cortada de la muerte, no supo qué se hacer más de esconderme en baxo de una cesta de colar, que como soy de esta marca cagada, cupe en ella. El bachiller, como no le abrieron tan presto como queria, vase y trae consigo sus popilos armados para derrocar la puerta y matar á Carmisa y á mí. En este medio la vieja, su madre, como más sábia y astuta, sospechó á lo que iria, y mata de presto un pato, y hinche con la sangre el gaznate, y rebózamelo por este cuello; y da una tijerada en la morcilla y brota la sangre, y párame cual veis. En esto llega el bachiller á quebrar las puertas, la vieja comienza á dar gritos de arriba. Escóndete, señor, escóndete, que viene la justicia; torna luégo á replicar: ¡ay! que no es, está quedo y curarémoste. Corre, baxa tú, Carmisa, abre al señor bachiller, que bien puede entrar él solo. Y todo esto decia la buena madre á voz alta que la oyese el otro. Viene Carmisa y abre disimulando otra turbacion de la que tenía con estas palabras: ¡ay! mi señor, que tenemos acá un herido, el cual dexa por muerto á un lacayo del Conde, y pensamos que eras tú la justicia que venía tras él, [p. 200] y por eso nos tardamos en abrir mientra le escondiamos. El bachiller, puesta la punta de la espada en sus pechos, díxole que mentia, que aquellas risadas no eran de hombre herido. Carmisa responde: ¡desdichada yo! sube, verlo has, que como se le iba la sangre por la garganta donde le hirieron, por quexarse, de dolor graznaba como pato, y tú pensarias que se reia. Entónces el bachiller sube á ver si era verdad, y como me vió lleno de sangre, creyólo, y díceme, ¿hermano, quieres algo? Yo, tapado siempre porque no me conociese, grazno como que no podia hablar, y hacia señas con los ojos al cielo. El bachiller no me entendiendo pregunta lo que diria yo. Ella dice: que llames al zurujano, para que con este achaque él fuese, hecho necio, á llamarlo, y yo tuviese lugar de me ir sin saber él quién yo era; y así me vine corriendo cual me veis.

Brum. ¿Y qué dirá despues que traiga al zurujano y no te halle?

Olig. Quien hace un cesto hace ciento; como supieron urdir esta mentira, tramarán otras cuarenta, dándole á entender de cielo cebolla.

Cel. Fácil cosa es engañar al que ama, el cual no ménos ligero es para creer lo que no lleva piés ni cabeza, que ciego para no [p. 201] ver lo más claro que la luz, y aguijemos.

Brum. Dentro estamos.

Olig. ¿Traes buenas nuevas, Celestina?

Cel. Rebuenas, ya hecho es.

Olig. Pues suba Brumandilon á decir que estás aquí, que yo voyme á lavar y limpiar de esta sanguaza, y mudaré otros vestidos.

Brum. Subo, que morador soy ya de casa.

Olig. ¿Cómo así?

Brum. Despues te lo contaré; albricias, albricias, señor.

Lis. ¿Qué es, amigo Brumandilon, que todo es tuyo?

Brum. Pues Roselia es toda tuya.

Lis. No te creo. ¿Qué es de Celestina?

Brum. Héla aquí entra.

Lis. ¡Oh canas honradas! ¡Oh venerable senetud! abrázame ¿Qué es esto que oyo, madre Celestina? ¿es verdad? ¿confírmaslo tú?

Cel. Así lo digo, que por mi industria y buenas mañas de esta pecadora y pobre Celestina, Roselia queda por tuya, y te ama más que á sí mesma, y queda encendida en el fuego de tu querer, y desea más verte que vivir.

Lis. ¡Oh Dios! si verdad es no me trocaria por un bienaventurado del cielo.

Cel. Así tuviese yo ciertas cien doblas como ello es verdad.

[p. 202]

Lis. Toma estas diez piezas de oro por agora, que despues que la alcance te daré lo que te prometí para en casamiento de esas dos tus sobrinas.

Cel. Mientra la vida me duráre jamas olvidaré las mercedes que me haces, y aunque mi ventura y tiempo se mude, nunca mi voluntad para servirte.

Lis. Pues, ¿qué me cuentas de mi señora, madre mia?

Cel. ¿Qué? que en la fragua de tu amor se acendra su corazon, donde se apura más que oro en crisol sin mezcla de otro pensamiento sino en tí, ni otra cosa en él se aposenta sino tu memoria; y cuanto tu ausencia le lastima, tanto tu presencia la hará alegre.

Lis. ¿Y qué? ¿de cierto me saldrá á hablar esta noche?

Cel. Sin falta, y por tanto, entre doce y una irás, no por las ventanas de la torre, sino por el jardin; y lleva tus escalas para entrar dentro, que ella saldrá á los miradores que caen al huerto, y no seas negligente ó vergonzoso para subirte do ella está, y aunque te parezca empachada y que la sientes esquiva, no por esos dexes de hacer lo que debes, que ella se holgará que seas tú desenvuelto.

Lis. Es tan alta la merced que mi seño [p. 203] ra me hace, que juzgándome indigno de tan crecido beneficio, dubdo si es posible lo que me dices, que los oidos no acostumbrados á recibir tan divinas palabras, rechazan por alto lo que nunca pensaron oir, seyendo de ello incrédulos.

Cel. Condicion es de los firmes enamorados, lo más dudoso y contrario creer más ayna, y lo que más desean, tener por ménos cierto. Esto es lo que dixo mi tia, que Dios perdone, que nunca el corazon lastimado de deseo toma la buena nueva por cierta ni la mala por dubdosa. Señor, lo que dije digo otra vez, y por no alargar los testigos, esta noche experimentarás por las obras más de lo que agora oyes.

Lis. Pues, ¿por qué no salió ayer?

Cel. Lo que yo adevino es, ó que Beliseno la estorbó, que ni sé en qué ni en qué no se anduvo, segun me apuntó Melisa, ó no osó salir de empacho. Pero agora que ajeno señorío manda su voluntad, no será en su mano dexar de salir.

Lis. Mas si vió á su hermano, que fasta cuasi las doce se detuvo por allí con sus criados, y por eso dexó de salir.

Cel. Eso sería.

Brum. ¡Oh pese á tal! porque ahí no me hallé, que no creo en la puta que me [p. 204] parió, si no le cortára las piernas y con ellas le diera de palos.

Cel. Señor, pues todo queda hecho, loores á Dios, yo me voy y mándame, que yo y aquella casilla pobre estamos á tu servicio; y ten por encomendadas aquellas mis dos sobrinitas.

Lis. ¡Oh verdadera salud mia! ¿y vaste? pues suplícote que en todas tus necesidades acudas acá, que de mí y de todo cuanto tengo te puedes servir como cosa propria; desotro pierde cuidado, que muy presto habrás recabdo.

Cel. En buena fe, mi señor, no con ménos voluntad de servirte que de salvar mi ánima, haré lo que me mandáres, y quédate á Dios.

Lis. Mozos, acompañad á la señora hasta su casa. Oligides, Oligides.

Olig. Señor.

Lis. Aderecen luégo lo que he de cenar, que me quiero acostar temprano; y tú tendrás cuidado de despertarme á las diez.


[p. 205]

ARGUMENTO DE LA PRIMERA CENA
DEL CUARTO ACTO.

Recordado Lisandro de un sueño profundo y suave en que se soñaba con su señora, comienza despierto á devanear, contando por via de pregunta en lo que se habia visto entre sueños. Va Lisandro con su gente. Velo Beliseno y quiérele acometer, impídenle sus criados dándole á entender que era la justicia. Métense para vello en una rinconada. Acaece que Lisandro con los suyos se va tambien ahí á recoger por no ser visto de Beliseno, y dice lo que ahí pasó. Sube Lisandro por la escala al jardin, y vese con Roselia, su señora. Beliseno, que acechaba lo que pasaba con su hermana, vase muy enojado con propósito de matarlos á todos la noche siguiente. Baxa Lisandro muy alegre y vase para su casa.

OLIGIDES. — LISANDRO. — EUBULO. — BRUMANDILON. — BELISENO. — GALFURRIO. — CASAJES. — DROMO. — REBOLLO. — MELISA. — ROSELIA.

Olig. Señor, recuerda, que las diez son dadas.

Lis. He, he; señora, he.

Olig. Oligides soy que te llamo. Jurare que se sueña con la otra.

[p. 206]

Lis. Qué, he; sí.

Olig. ¡Ah señor! despierta, que es hora.

Lis. Aha, ay, ay. ¿Sueño es? ¿dormia? ¿Qué, no estaba yo agora con Roselia? ¿No la tenía entre mis brazos apretada? ¿No hubieron ya execucion mis deseos? ¿No subiste tú conmigo, Oligides, por el huerto?

Olig. No, que yo me acuerde.

Lis. ¿No? ¿No me pusistes las escalas de arriba para descendir al jardin do mi señora baxó? ¿No la besé ahí con mil retozos entre unos floridos jazmines y unas hermosas clavellinas? Los lirios, las alegrías, los tréboles y alegres alhelíses, las frescas azucenas, las olorosas albahacas, los toronjiles y artemisas, las rosas y violetas, ¿no fueron testigos de aquel azucarado rato? ¿No nos paseamos despues asidas las manos junto á una fontecica con una dulcísima plática? ¿Y cabe unos camuesos no nos despedimos con dos reverencias y sendos besos, cuando los paxaritos mensajeros de la alborada comenzaban á cantar con un suavísimo ruido, cuando la mañanica con sus arreboles lo sombrío de los cipreses ilustraba y esclarecia y las hierbecicas de rocío bordaba, cuando la aurora con sus rubios cabellos en su bijugo carro sentada, vuelta daba á nuestro hemisferio, cuando los lucidos pla [p. 207] netas con sus doradas cernejas dieron lugar al dia y la negra noche, rompida el alba, sus prietas haces cubrió, y se fué ceñida con una cinta tachonada de rutilantes estrellas, cuando Febo su inflamada cabeza de una radiante guirnalda coronar queria, y sus haces rubicundas mostrar á la tierra, cuando el claro Jubar á las cosas daba color, y las obscuras tinieblas de su claridad huian, cuando Titan, bañado en las oceánicas ondas, acababa dar de beber á sus blancos caballos en el Océano, y las sus refulgentes ruedas del su cuadrijugo carro con su resplandor á las cumbres amagaba?

Olig. Hecho está un poeta nuestro amo; mas no se te vuelva el sueño del perro. Ea, señor, que no pende tu remedio de esas imaginaciones, y di qué armas quieres.

Lis. Descuelga esas corazas, y armaos todos.

Brum. Quítame allá ese embarazo de rodela, que yo con espada y capa haré más que cuatro hechos reloxes.

Olig. Eubulo, por huir más liviano lo hace.

Eub. Ya lo veo, déxale.

Olig. Señor, á punto estamos.

Lis. Pues vamos.

Bel. Hélos dó vienen, apercebíos, poneos en órden.

[p. 208]

Galf. Muchos son los contrarios, compañeros. Démosle á entender que no son ellos.

Cas. Déxame á mí hablar. Señor, mira lo que haces, no sea la justicia, que no es bien acometer á nadie sin saber de cierto si es el enemigo. Escondámonos en esta rinconada, que de aquí los verémos pasar, y sabrémos quién son.

Bel. Meteos, pues, en esa calleja, yo aquí me quedo en este canton.

Drom. ¡Oh! qué bien has dicho, Casajes, y qué á buen tiempo.

Reb. No pudo ser mejor dicho; entremos.

Olig. Señor, mientra da las doce metámonos en este apartamiento, no pase Beliseno y nos vea, aunque no sé qué gente parece que está dentro.

Lis. Bien dices.

Galf. Hermanos, que entran á matarnos, huyamos, huyamos.

Cas. ¡Oh poderoso Dios! salgamos, ántes que nos tomen la entrada.

Reb. Dexa la adarga, Dromo, que yo todo lo dexé.

Drom. Corre, corre, que ya la eché, y la capa tambien.

Cas. Galfurrio, vuelve la cabeza á ver si vienen tras nosotros.

[p. 209]

Galf. ¡Oh sancto Dios! ¿ves el peligro en que vamos y dícesme eso? No me digas nada, aguija, aguija, que me parece que nos alcanzan.

Cas. Vírgen María, metámonos aquí en esta pocilga, puesto que uno veo acullá delante que nos va á cercar.

Drom. Espera, Rebollo, entraré yo.

Reb. Al diablo el que tal aguardase.

Brum. He, he, ay, cansado estoy de correr, en mi seso me estuve de tomar armas livianas, si los piés no me valieran, este fuera mi dia. Valientes hombres son Galfurrio y Casajes, y los demas que luégo que nos vieron entrar en la rinconada dieron tras nosotros, desalados venian en mi alcance, en mí solo queria descargar; hi de puta, si me cogieran los mancebos, como alanos se encarnizáran en mi persona; bien está, que si ellos corrian tras mí, yo volaba. Doite gracias, Señor, que me heciste ligero y desenvuelto á tales tiempos, hágome cuenta que hoy me nací. Quiero agora ir á buscar á Lisandro, y diréle que los iba á atajar. Mas, ¿qué es esto que veo? armas y capas son; mirad, por mi vida, si lo habian dexado todo por me alcanzar, quién los aguardára. ¿Aquél es Lisandro y sus criados? creo que sí, quiérolo mirar bien, no me engañe, y me maten si [p. 210] son los otros; él es, bien está, algo te iba en ello, Brumandilon, saberlo.

Olig. Cata dó viene Brumandilon, señor, esgrimiendo con la espada desnuda, cargado viene, no sé qué se trae debaxo del sobaco.

Brum. Oh venturosos hombres, si no tomaran calzas de Villadiego y pusieran piés en polvorosa, como me ofrecieron estos despojos, me ofrecieran tambien las vidas.

Lis. Acá no pensamos, Brumandilon, sino que habias huido tú de ellos, y ellos de nosotros.

Brum. Sobre eso, señor, me mataria con quien tal dixese de mejor gana que me iba á matar con éstos que huyeron, no creo en las obscuras y sombrías lagunas do los dioses jurar tremian, si no me adelanté, porque no se me fuesen por piés, y todavía, en viéndome que volvia á ellos, hurtáronme el cuerpo y desaparecieron, dexándome esto que ves porque no impidiese su huida. ¡Qué hombre yo para huir! descreo de tal si aunque otros tantos fueran más, á todos no desarmára, como hice á éstos. Yo, señor, como me he visto en algunos arrebates y refriegas, cierto más que estos mis compañeros, sé mejor en qué manera se han de cazar los fugitivos. El aire me dió que habian de huir, y por ende les atajé los pasos.

[p. 211]

Lis. Estémonos aquí fasta que dé la hora.

Bel. Mozos, ¿qué es de vosotros? ¿dónde venis?

Galf. ¿Dónde venimos, pese á tal? en pos de uno que sentimos ser de la cuadrilla.

Cas. ¡Oh! estoy por arrancarme las barbas pelo á pelo de ver que se nos escapó por piés.

Drom. Por los sanctos de Palermo, que por aguijar más ayna y asirle no se nos escabullese, dejé allá mi capa y espada con lo demas.

Reb. ¡Oh, derreñego de la leche que mamé! que otro tanto hice yo y no me aprovechó.

Bel. Ce, aquéllos son sin duda, acometámosles.

Galf. Por Dios, señor, buenos estamos irnos á meter en las manos de los enemigos, estando de ellos fatigados de correr, de ellos sin armas.

Cas. Señor, mejor seso será acechar de aquí que no nos vean, y mirar en qué anda este Lisandro, y qué es lo que pretende en sus venidas á tal hora.

Drom. Muy bien dicho está, que si tu hermana tiene tambien la culpa, agora lo verémos en lo que hace, si le sale á hablar ó no.

Reb. Y áun mi parecer es que otra noche [p. 212] vengamos con ballestas y que todos mueran, porque no tengan lugar de huir, y así se escape alguno como estotro.

Bel. ¿No veis que matarlos así es especie de traicion?

Cas. Anda, señor, que á un traidor dos alevosos; ¿no es mayor traicion la que éste te trata?

Bel. Pues estad queditos y mirad bien lo que es.

Lis. Hora es; mozos, guardad ese paso. Vén tú conmigo, Oligides, arrima esa escala.

Olig. Sube, señor, y tente no cayas.

Lis. Sígueme; tórnala á poner, baxaré al huerto.

Olig. Baxa, señor.

Mel. Albricias, señora, tu deseado viene.

Ros. ¿Dícesme verdad?

Mel. Sal y verlo has.

Lis. ¿Es mi señora?

Ros. ¿Quién es? Ay, mi señor, no subas acá si no quieres que me vaya, que de ahí me podrás hablar.

Lis. No huyas, mi bien, si no quieres que me dexe caer destas escalas abaxo.

Ros. ¡Oh, desdichada yo! no subas.

Lis. Perdona mi descortesía. ¡Oh mi señora y mi bien todo! Cuantos dias há que [p. 213] deseaba tu presencia, de la cual, por juzgarme indigno, nunca pensé gozar. Sabido habrás que en tu seguro puerto está surgida la nao de mi deseo; en tí las firmes áncoras de mi esperanza están echadas y anegadas despues de muchos vaivenes de desesperacion. ¡Oh, cuánto te debo, única lumbre de mi vista! que si tú no hobieras seido solícita ronda, diligente escucha, vigilante guarda, despierta centinela de los adarves, baluartes y muros de mi ánima, y no defendieras la entrada á mi muerte, presto feneciera en tus amores.

Ros. Por cierto, mi señor, ésa fué bastante causa, sin otras muchas que hay, que á mí me movió para que no consintiese morir criatura tan bella como tú eres.

Lis. Bien veo, mi señora, que soy indigno y no merecedor de esta suavísima conversacion tuya, destos afables y dulzorados coloquios, desta sonoridad y dulcedumbre de tus palabras; por ende, es más sobrado y incomparablemente aventajado el beneficio y merced que me haces en el más breve momento que aquí vuela, que no todos mis servicios juntos. Tu encumbrada belleza, tus gracias divinas, tus pujantes perfecciones, tus heroicas virtudes me han tenido cautivo y me tendrán mientra los espíritus vi [p. 214] tales rigieren mis miembros y dieren vida á mi cuerpo.

Ros. De verdad, señor Lisandro, agora hallo, y por los ojos lo veo, mucho más haber en tí de lo que me decian.

Lis. Todo lo que soy yo es tuyo, y si algo soy, por tí lo soy, que tu hermosura es la que sustenta mi vida, y tu favor de todo el mundo me hace vencedor. ¡Oh descanso mio! téngote en mis brazos y no lo creo, porque más es mi gloria en verte, que mis trabajos para te conocer.

Ros. Ea, señor, por mi vida, que estemos quedos, no seas descortés, apártate allá, no llegues á mí.

Lis. Suplícote, señora, que tu favor dispense en mi osadía, y pues Dios tan francamente en tí distribuyó sus gracias, ¿por qué eres avarienta en las repartir con aquel que la vida estima en poco perder en tu servicio?

Ros. ¡Ay, mi señor! estén quedas tus manos, no me deshonres.

Lis. ¡Ay de mí sin ventura! que más me valiera acabar luégo mis tristes dias que no al fin de la jornada. ¡Oh, cruel señora! que delante tus ojos y en tu acatamiento mi muerte ver quieres, que si con sola la vista hieres, ¿quién se podrá escapar de tus ma [p. 215] nos? Mas mi poco valor y tu mucho merecimiento debe causar mi desdicha, ya lo veo, señora, y así te suplico perdones mis descorteses palabras y mis desvergonzadas y atrevidas manos; á tus piés me echo para recebir de tí perdon ó que hagas de mí justicia. Toma mi espada.

Ros. Levántate, ángel mio y mi señor; tuya soy, y por tuya me entrego, y en tus manos me pongo, haz de mí lo que quisieres y ordenáres; espera, mi vida, enviaré la doncella. Melisa, corre, véte cabe la cámara, y no nos sientan levantadas.

Mel. Bien te entiendo, que desviada estoy.

Ros. Landre que te mate, que no es lo que piensas. Ay, amor mio, así me tratas.

Lis. Hasta mi gloria un poco la porfía.

Ros. Ten cortesía, mi señor, no descubras aquellas partes que la naturaleza no quiso que sin vergüenza se mostrasen.

Lis. Deja á mis sentidos por entero gozar de tí en mi bienaventuranza, pues todos en mi pasion me tuvieron compañía. Consiente que mis manos palpen y toquen tus delicados miembros, tus lindas carnes, más blandas y amorosas que seda, permite á mis ojos que vean tus piernas más blancas que copos de nieve; pues mi indigna boca gustó de [p. 216] tus melifluos besos, y mis orejas se deleitan en oir tus azucaradas y dulcísimas palabras.

Bel. ¡Oh Dios, y tal bellaquería pasa! y escalaron.

Galf. Detente, señor, no vayas, que son muchos y no ganarás honra en lo que vas á hacer.

Cas. Sí, sí, señor, bien dice Galfurrio.

Drom. Pese á tal, y qué yerro se hiciera agora por no mirar. Rebollo habló bien, que mueran asaeteados, porque no se escapen.

Reb. Así lo digo otra vez, que nos metamos en el huerto donde se hace la fiesta, y ahí escondidos que no nos vean ni sientan, los aguardemos con nuestras ballestas armadas.

Bel. Pues no falte ninguno, y vamos.

Ros. ¡Ay, amenguada de mí y deshonrada! ¡Oh dia de mi perdicion! ¡Oh hora donde perdí nombre y corona de vírgen!

Lis. ¡Oh cuitado de mí! señora, ¿así te amorteces? Torna en tí, mi vida, cata que me moriré.

Ros. ¡Oh mi señor Lisandro, y mi corazon y mi alma! tenme en adelante por tu sierva y captiva, y no te olvides de la que todo lo aventuró en tu servicio y lo da por bien empleado.

Lis. No digas tal, perla preciosa, que es [p. 217] pecado, que el siervo yo soy, y tú la señora. Que como algunos hay, dice el filósofo, naturalmente siervos, á los cuales se les ensaya mejor el servir que no el mandar, así es mi dichosa suerte servirte y tú mandarme, yo obedecer y tú regirme.

Mel. Señora, ¿hate de amanecer ahí? despacio lo tomas, acaba ya, que más hay dias que longanizas.

Lis. Media hora no es pasada, y ¿quiéresme llevar á mi Dios?

Mel. No se siente la sucesion y curso de tiempo con la embriaguez del dulzor.

Ros. Pues nos es forzoso partirnos, contentémonos que mañana á la mesma hora nos veamos aquí en este jardin, que yo baxaré por tus escalas. Y pues sabes, mi señor, que la ausencia es enemiga de amor, y quien léxos de ojos léxos de corazon, no tardes en tu venida. Por agora el ángel custodio te me guarde y te acompañe.

Lis. Y el que te crió tan hermosa quede contigo. Pon esa escala.

Olig. Baxa, señor, que puesta está.

Lis. ¿Qué os parece, mozos, vengo mudada la color, pues desciendo del paraíso?

Olig. Descolorido baxas.

Lis. ¿No me dais el parabien de los triunfos de mis fatigas pasadas? Desplé [p. 218] guense ya las encogidas banderas de mi tristeza, levántese el pendon de mi alegría, y la devisa y blason de mis armas sea esta victoria labrada en campo morado, los extremos bordados en torno con este letrero:

Lisandro y su Roselia,

Dos amantes y uno son

En alma y en corazon.

¡Oh Piérides musas, si mi gloria á vuestros oidos veniese, cómo la cantaríades desde el monte Parnaso y Helicon! ¡Oh si vivos fueran el gran poeta Homero y Virgilio, como metrificáran con sus versos heroicos el proceso de mis amores! ¡No acaeciera este mi hecho en tiempo de Herodoto ó Thucídides, en tiempo de Salustio ó Tito Livio para que su estilo elocuente lo empleára en materia tan copiosa!

Eub. Bobear.

Brum. Por vida de tal señor, que estamos acá hombres, sin ésos, que sabrémos emplear nuestras fuerzas en tu servicio, y áun sustentaré que soy para más que todos esos hombres de armas que has mentado.

Lis. Calla, que son historiadores coronistas.

Brum. Eso bien.

Lis. Cerrad esas puertas, y satisfagamos de sueño á las noches pasadas.


[p. 219]

ARGUMENTO DE LA SEGUNDA CENA
DEL CUARTO ACTO.

Disputa Eubulo, varon sabio, con su señor, dándole de vestir, concluyéndole con muchos exemplos y razones que el sumo bien no consiste en el deleite, lo contrario de lo cual queria defender su amo.

EUBULO. — LISANDRO.

Eub. Señor, levántate, que es tarde.

Lis. Abre esas ventanas, y dame de vestir.

Eub. ¿Qué jubon quieres, señor?

Lis. Dame acá ese de raso encarnado, y sácame ese sayo de las bordaduras recamadas con pedrería. Agora veo ser verdadera sentencia la que el Epicuro y Aristipo profirieron, que el sumo bien consiste en el deleite.

Eub. ¡Oh herejía reprobada en nuestra fe, y error condenado de la seta peripatética y de todos los sabios gentiles, palabra acoceada!

[p. 220]

Lis. ¿Cómo así?

Eub. Porque ni Scévola quemára su mano derecha, ni Bruto matára sus hijos, ni Torcato al suyo, ni Marco Régulo á tan graves tormentos volviera, ni Curio profazára los tesoros de los Samnitas, ni Fabricio las promesas de Pirro, ni el mayor Scipion repudiára las delicias de Celtiberia, ni Alejandro las de la mujer y hija de Dario, ni Solon ni Licurgo establecieran leyes, ni Fabio ni Marcelo ni Mario ni Sila ni el César Augusto, por solo deleite, tan magníficas obras y tan virtuosas hicieran.

Lis. Di tú lo que quisieres, que si no fuese lo que yo digo, nunca Alceo ni Anacreon, insignes poetas y esforzados capitanes, dexáran memoria de sus sabrosos amores. Ni Ovidio ni Catulo ni Propercio ni Tibulo, tan á su sabor escribieran dello, ni el divino Platon, cuyo título, renombre y apellido es príncipe de los filósofos, dios de los filósofos, cuya opinion en filosofía siguieron muchos sabios, como es Ciceron y Sant Agustin, con estilo lascivo pintára la dulzura de este deleite, ni al cabo de su vejez satisficiera á la natura, como contra quien en vivir castamente pensaba gravemente haber pecado, y haberla enojado con su mucha templanza; ni David su santidad, [p. 221] ni Salomon su sabiduría, pospusieran á esta suave gloria. No creo que Julio César, vencedor en Francia, en Alemaña, en las Españas, en Italia, en Thesalia, en Egipto, en Armenia, en el Ponto, en África, en medio de tantas victorias, del amor se dexára vencer si no hallára más felicidad en su deleite que en la fama de sus hechos. Ni el gran capitan Anníbal se rindiera al poder deste suave deleite, cabe Salapia, lugar de Apulia, despues de habidas tantas victorias en Ticino, en Trebia, en Tramiseno y en Cannas, si no sintiera lo mesmo que yo.

Eub. Por cierto, señor, si la bienaventuranza del hombre está puesta en el torpe deleite, tambien es necesario que digas, segun arguye Boecio, que los brutos animales sean bienandantes, pues se deleitan como nosotros, y gozan de los mesmos pasatiempos.

Lis. Calla, mal criado, que por buenas palabras me haces bestia.

Eub. Yo no digo tal, el profeta lo dirá cuando dice que el hombre, como estuviese puesto en la honra y estado, no conoció la merced de Dios, y volvióse un jumento insipiente por semejanza, aunque no por naturaleza. ¿Quién dubda, señor, que si el apetito enseñorea á la razon, el hombre por [p. 222] el mesmo hecho se compara á bestia, y no es más que un bruto?

Lis. Véte, asno, no me filosofees más. Ensíllenme un caballo, iré á oir misa á Nuestra Señora de la Vega.


[p. 223]

ARGUMENTO DE LA TERCERA CENA
DEL CUARTO ACTO.

Levántanse Oligides y Brumandilon, y vanse á casa de Celestina, y por el camino, despues de concertar el hurto, blasona mucho de las armas Brumandilon. Despues de llegados, escuchan un chiste que contaba Celestina haberle acaecido con un padre. Entra Brumandilon y pide dineros á Celestina, y ella no se los queriendo dar, pone manos en ella. La vieja, maltratándole de palabra, acúsalo de ingrato. Oligides los pone en paz.

OLIGIDES. — BRUMANDILON. — CELESTINA. — DRIONEA.

Olig. Brumandilon, vístete, irémos á casa de Celestina.

Brum. De la boca me lo quitaste. Anda allá, pediréle seis reales que he menester.

Olig. ¿Cuándo determinas que se haga aquello que concertamos?

Brum. ¿Qué?

Olig. Lo del hurto.

Brum. ¡Oh, ya! esta noche en dexando á Lisandro acostado.

Olig. Sea así, y agora miremos bien por [p. 224] qué parte la podrémos mejor saltear, y por dónde entrarémos más seguros que no nos sientan los vecinos.

Brum. Señor Oligides, ¿oiste una valentía que hicieron dos agora tres años á la boca de la rua?

Olig. Bien sonada fué, y áun se dijo que tú eras uno dellos. Así te lleve el diablo.

Brum. Mirad, por mi vida, aunque más secreto se hizo, vino á noticia de todos. Pero no me espanto, que tales hechos ¿quién osaria acometer si Brumandilon no? Por vida de tal, eso me mueve á irme fuera de aquí, porque no hay herido, no hay muerto, no hay afrontado en la ciudad, que no digan, hasta los niños, Brumandilon le acuchilló, Brumandilon le mató, Brumandilon le afrontó, todos piensan que yo lo hago todo; y puesto que en lo más acierten, pero todavía me pesa que me tengan por revoltoso. Por otro tanto me salí de Córdoba.

Olig. Escucha, que por mí sé que hablan del capellan que te conté.

Cel. ¿Y de eso te espantas, sobrina? pues óyeme otro donaire que me acaeció siendo de tu edad con el confesor de aquella madre de todas nosotras, que buen gozo haya al alma y reposo al cuerpo, que pluguiese á Dios que en algo nos pareciésemos á ella. [p. 225] En mi alma, cada vez que me acuerdo de ella, no puedo tener las lágrimas de ver que despues acá ninguna ha llegado á su zapato. ¡Qué sábia, qué diligente, qué astuta, qué artera, qué solícita era en todo lo que sabía, qué osada para entrar y salir donde quiera, qué lengua tenía para engañar áun á la serpiente maligna que engañó á nuestra madre Eva! Que se le daba á ella mucho que la encorozasen, ó la emplumasen, ó le diesen quinientos azotes; no lo estimaba todo en el baile del rey don Alonso, ántes decia á los que la iban á consolar: mira qué mal me han hecho, si me conocian diez, conoceránme agora ciento. Siempre vamos, hija, descayendo de las costumbres de los pasados, de rocin á ruin.

Drion. Pues ¿no dices, tia, lo que pasaste con aquel padre?

Cel. Ah, ah, que no me acordaba. Vino á mí una tardecica disfrazado con su espada y capa, y su cabellera, á purgar sus pecados y malos humores, y como estuviese en mi contemplacion haciendo penitencia de sus malas obras y elevado, llama á la puerta Sempronio, mi amigo, yo, turbada, no supe qué me hacer más de escondelle debaxo la cama. Entra Sempronio, y no me hubo trastornado sobre la cama, cuando ella [p. 226] se quiebra y se hunde; el otro, que debaxo estaba, viéndose en tanto aprieto, por se descabullir ásesele la negra cabellera á una aldabilla, y queda con su corona descubierta, él por se cubrir apriesa y no ser conocido de Sempronio, arrebata, sin más mirar, de mi vacineja, que tenía al rinconcillo de la cama, llena de meados, y embrócasela sobre la cabeza, y párase cual la mala ventura.

Drion. Y Jesus, madre, ¿qué excusa toviste que buena fuese con que encubrieses á Sempronio lo que hacias con el otro?

Cel. Bonita que eres, sí que me habia á mí de faltar; ce, Drionea, corre, componte y atavíate, pára ese rostro lucio, que está aquí Oligides.

Olig. Así creo yo, Brumandilon, que fue estotro.

Brum. Mirad qué dubda, entremos. Celestina, daca media docena de reales que he menester para un broquel, que este mio ya está hecho piezas y sin aros, en tu servicio.

Cel. A tu amo que te los dé, que yo no los tengo.

Brum. Por las tres furias infernales, si no fuera por no ensuciar mis manos en tan ruin cosa, más bofetadas te diera que pelos tienes.

[p. 227]

Cel. ¿Vos á mí? ¿vos á mí? toma para tus ojos, bellaco, rufian.

Brum. ¿No quieres callar, vieja, puta, deslenguada?

Cel. A la he ése oye sus defectos quien no calla los ajenos; pues como nací para morir, que si voy á ese coro de la iglesia mayor, ó á esas escuelas, yo traiga quien te hincha las medidas y te cargue de leña.

Brum. Toma, toma, hechicera alcoholada, agora trae quien te vengue.

Olig. ¿Eso has de hacer, Brumandilon, en mi presencia? acaba ya, suéltala.

Cel. Justicia, justicia, señores, que me mata este rufian.

Olig. Ora ya, Celestina, no vocees, que no te ha muerto.

Cel. Ay, amarga de mí, mezquina, que un colmillo solo que tenía me ha derrocado; ¡ay! ¡ay!

Drion. ¿Estabas ahí, señor, y consentiste tal cosa?

Olig. Mis amores, no pude más.

Drion. Andar en hora mala, ¿es aquí mi tia terrero de necios?

Brum. Ea, vos, putilla, callad.

Drion. ¿Putilla? no me lo dijeras tú si yo tuviera quien respondiera por mí.

Olig. Tampoco, Brumandilon, eso no es [p. 228] cosa de sufrir, que la señora Drionea es mujer honesta y buena.

Drion. Mirad cuál se vino el cobarde fanfarron, ¿piensas que somos acá algunas bandorrillas como con las quien tratas?

Brum. ¿Tomastes alas, señoreta?

Cel. Para el mundo que nos sostiene, don bellaco, desuella-caras, mañana te haga enclavar la mano.

Olig. No fuiste cuerda en decir eso, ¿no sabes que cuando dos hablan, si el uno se enoja y el otro no responde, aquél es más sabio, que cuando uno no quiere, dos no barajan, ca de otra manera es dar de estocadas al fuego y incitar al airado?

Cel. Anda, señor, que más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena, que no es buen seso traer el asno en peso; mas hágame miel y comeránme moscas, y tanto es Pedro de bueno que no le medre Dios. Los diablos á mí me lleven, si el Cabildo lo sabe, si no sea más negra de lo que piensa; y que á él le amargue el caldo, así no ha de haber nadie sin su alguacil.

Olig. Calla ya, Celestina, que tanto es lo de más como lo de ménos.

Cel. No puedo acaballo con este mi corazon ni puede templar cordura lo que destempla mi negra ventura. Créeme, Oli [p. 229] gides, que como no hay virtud tan loada que no tenga vituperadores, y sólo el agradecimiento tiene este previlegio, que todos, así bárbaros y rústicos como sabios, lo loan, bien así el vicio de ingratitud es tan grave pecado, que los romanos, segun dixo nuestro cura el domingo pasado, no hallando igual pena que le dar, lo dexaron sin castigo. No hay hombre tan perdido, ora sea ladron, ora traidor, ora homicida, que no tenga alguna desculpa de su yerro. Sólo el ingrato carece de todo color y especie con que colorar pueda la terrible maldad de su culpa, sólo el negar le es refugio, y con todo esto veo que no hay vicio tan de todos por palabras condenado, y que tan por las obras todos lo aprueben y sigan. ¿Quién no me tuviera sobre sus ojos? ¿quién no me tratára con mucha reverencia si de mí hobiera recebido lo que éste? pero, mal pecado, perdida es la lexía en la cabeza del asno, nunca lavé cabeza que no me saliese tiñosa.

Olig. Madre, no te pese por el bien que le has hecho, que, haz bien y no cates á quién, dicen; más vale que tú le hayas á él sufrido, como desconocido, que no él á tí sobrellevado como desagradecida; cuanto más que peor mal es olvidar los beneficios [p. 230] recebidos que, acordándose, no gratificallos, porque en lo primero hay menosprecio, y en lo segundo memoria; yo sé que Brumandilon se acuerda del bien que le has hecho, y tiene propósito de te lo servir, que aunque una cosa tenga mala, muchas tiene buenas. No hay pega sin mancha negra, ni hay mula sin uña.

Brum. Pese á tal, agora que me haces hablar, ¿quién salió estotra noche tras los escolares y los hizo huir? ¿quién traxo su espada cubierta de sangre? ¿quién destroza armas, quiebra espadas y hace rizas de broqueles en tu servicio, sino yo? ¡Ah cuerpo de Dios! decirse han las verdades, ¿cuál á cuál debe más?

Cel. Guayas, padre, que otra hija os nace; por un dia que acuchilló el perro de mi vecina, que me ladraba á la puerta, dice que ha derramado sangre por mi causa.

Olig. Celestina, ya este hombre tomaste por guarda de tu persona, confórmate con él en lo más que pudieres, que la verdadera amistad no es otra cosa que un sumo consentimiento, así en cosas divinas, como humanas, con un buen querer y amor; y ¿qué dón es dado de Dios, dice Tulio, mejor y más provechoso, fuera de la sabiduría á los hombres, que la amistad? unos las ri [p. 231] quezas, otros la sanidad, otros la potencia, otros las honras, muchos los deleites anteponen á lo demas y todos yerran, porque los deleites son propios de bestias, las riquezas y los haberes, la buena disposicion del cuerpo, los señoríos, las honras son bienes de fortuna caducos y inciertos, ahí van donde la rueda los echa. Pero la amistad fundada en tregua y consentimiento de voluntades, acompañada de virtud, es durable y llena de mil suavidades; ¿qué dulce vivienda haber puede en esta miserable vida que no esté en ella? ¿ni qué cosa más sabrosa que tener uno con quién oses hablar como contigo mesmo y descubrille tu corazon? que con alegre compañía se sufre la triste vida, con ella las adversidades no se sienten, y sin ella las prosperidades no valdrian nada. Todas las otras cosas fueron criadas solamente para un efecto, la amistad sirve de muchos oficios, del fuego, del aire, del agua no usamos tanto como de ella.

Cel. Hijo, bien lo veo, mas ¿qué quieres, que Brumandilon es tan grosero que no hay quien lo maje? amigo de taza de vino, el pan comido y la compañía deshecha. Nuestra amistad tiene fundamento de arena y estriba en interes, y por esto con poco viento cae en suelo y se deshace.

[p. 232]

Olig. Él lo hará bien de hoy más.

Cel. Ni espero ni creo sino lo que veo.

Olig. Ce, ce, Celestina, dexando uno por otro, ¿quién son aquellas dos rebozadas de los chapeos? mas qué polvo levantan con las haldas, como colegiales con sus hopalandas.

Cel. Calla, que el polvo de las ovejas alcohol es para el lobo.

Olig. Por mi vida, que es bonita y salada la postrera. ¡Ah, señora hermosa! ¿eres servida de un escudero? no me responde.

Cel. ¿No oiste que te motejó de frio?

Olig. ¿Qué dixo?

Cel. Que no hacia sol y que añublaba.

Olig. No te maravilles, hermosa, de eso, que si el sol en el cielo se esconde allá en las nubes, es porque tú le quitas las veces en la tierra.

Brum. Ya se traspuso.

Olig. ¿Conócesla, Celestina?

Cel. Mejor que á mí, á la delantera vendí por vírgen cuatro veces á cuatro señores de la Iglesia, y la otra á un generoso.

Olig. ¿Harásme haber á la trasera?

Cel. Sí, y agora síguela, porque vea que haces cuenta della.

Drion. ¡Ah, don traidor! ¿tras ella vas? anda, anda; amor trompetero, cuantas veo tantas quiero.

[p. 233]

Olig. Por mi vida, mis amores, más estimo tu pié que su cara, no voy sino por conocella.

Drion. Amor loco, yo por vos y vos por otro, en mi alma perdida es quien tras perdido anda, bien dicen, ama á quien no te ama y andarás carrera vana; bien lo oí todo.

Olig. Brumandilon, quédate tú, y mira bien lo que te dixe, y aguárdame ahí, que luégo vengo.

Brum. Pues vén presto.


[p. 234]

ARGUMENTO DE LA CUARTA CENA
DEL CUARTO ACTO.

Eubulo da diez remedios singulares á su amo para que se aparte del amor; y al fin Lisandro, no sufriendo el buen consejo de tan leal servidor, envíale á dar el conocimiento á Celestina por desechalle de sí. Este acto es muy docto y lleno de doctrina.

LISANDRO. — EUBULO.

Lis. Llámame acá esos mozos, Eubulo.

Eub. Señor, nadie está en casa sino los mozos de espuelas y pajes que venieron contigo.

Lis. Diles que limpien bien ese caballo, y llamen al maestro que lo castigue de la cola.

Eub. Lo ya se hace. Señor, pues alcanzaste la que tanto deseabas, bien es que te apartes de ese vicio, que de hombres es pecar, y diabólica es la pertinacia en el mal.

Lis. El amor que está en el alma no puede salir sin ella.

Eub. Yo te daré remedios para ello sin que mueras.

Lis. Dilos.

[p. 235]

Eub. Diez remedios hallo que cada uno de ellos basta á desviar tu voluntad del amor. El primero es la mudanza del lugar donde te prendió, que como al cuerpo enfermo es saludable pasarse á otra parte y mudar otros aires para su sanidad, así al ánimo apasionado y herido desta llaga aprovecha mucho mudarse y salir fuera del juego, á parte donde olvide. El segundo es evitar y huir todas aquellas cosas que te traen á la memoria la hermosura de la que amas. El tercero es la ocupacion en otros exercicios, que con nuevos cuidados y negocios se olvidan los rastros de la antigua pasion, exercita las armas, corre caballos, juega la pelota, que Augusto César, acabadas las guerras civiles, se dió á este exercicio; y de Marco Aurelio Antonio se lee que fué tan gran jugador de pelota; y Mucio Cévola fué en ello muy diestro, y Dionisio Siracusano se holgaba mucho en el juego de la pelota. Toma la vihuela y tañe, que al Aspis y Olicornio, al Tigris y Leon el dulzor de la música engañan; y Timoteo forzaba á Alejandro con ella dejar el manjar; el Thebano Epaminonda, el famoso Alcibíades, Sócrates, aunque viejo, sus ciertas horas en la música empleaban; y Themístocles, porque en un convite rehusó la vi [p. 236] huela, fué de todos por agreste juzgado. Véte á tus granjas y huertas y labra en ellas, que éste era un exercicio no ménos loado que usado de los antiguos. Siro, rey, preguntado de Lisandro que quién plantaba sus árboles, respondió, yo mesmo. Marco Tulio, desterrado en Tusculano, si dejaba la pluma tomaba la hoce podadera. Diocleciano fué estudioso de la agricultura. Manio Curio en la labranza le nacieron las canas; y por cierto, bien mirado, éste fué el primer exercicio que los hombres tuvieron: Virgilio dice, ¡oh bienaventurados labradores si vuestro bien conociésedes! El cuarto es la larga consideracion, pensar de contino y con mucha atencion la torpeza de este pecado, la tristeza que deja, la miseria que promete, contemplar cuán breve, cuán momentáneo, cuán nada sea eso que con tanta dificultad se desea, y con tanto peligro se alcanza, y con cuánta facilidad, si quisieses, dexarias lo que es de sabios varones reputado y habido por la cosa más vil y soez del mundo, y más hedionda que sentina de nao. El quinto es la vergüenza y empacho de las gentes, que á muchos cura desta enfermedad, en especial á los ánimos generosos que temen no anden sus famas y honra en boca y lengua de todos por discante, [p. 237] y no quieren ser señalados en torpes hechos, y ponen delante los ojos la fealdad de la cosa vacía de fructo, llena de deshonra, llena de trabajos, llena de congoxas y pesar. El sexto es la devota licion de la Sagrada Escriptura y sanctos libros. El séptimo es el contrapeso de las verdaderas razones á las falsas opiniones que traen y mueven á amar. Las principales causas que te compelen á amalla son éstas, si no me engaño; su buena disposicion, su elegante fermosura, su mocedad, sus riquezas, su alta sangre y el pasatiempo y sabor que hallas en el amor. A todo esto contrapone sus contrarios, que un contrario con otro se cura, desta manera, si agora está moza dispuesta, hermosa, piensa que ha de venir á ser vieja, enferma y fea. Si agora rica, posible es que venga á ser pobre; y como las riquezas hoy dia hagan linaje, quedará tenida por una mujer comun. Si en tí mesmo finges esto que dello necesario ha de ser, dello puede ser, y si la imaginas un vaso de heces de tierra, y esa no buena para tapias, como cada hijo de vecino, á mí seguro que no hagas hincapié en lo accidental.

Lis. El cuerpo de mi señora glorificado es, necio.

Eub. El octavo es el libre albedrío y po [p. 238] der que tienes para querer ó no querer dexarla ó tomarla, amarla ó aborrecella. Dice el filósofo que el principio de las cosas es la parte más fuerte, nuestra voluntad es la orígen donde nace el amor, y subjecto en quien se aposenta, y así es el lugar más fuerte, y por tanto es menester minarle los fundamentos, esto es, cortalle las raíces ántes que broten en malos actos y engendren perversos hábitos y costumbres, que si el homenaje de la voluntad no se toma, poco ó nada aprovechan los otros remedios. El nono es la hartura, que no hay manjar, por preciado que sea, que no empalague, ni vicio que no harte.

Lis. Ningun hastío me trae el amor de aquella seráfica imágen.

Eub. Si el apetito creyese á la razon, y de las cosas pasadas argüises las venideras, fácilmente confesarias no sólo hastío, mas vómito, pesadumbre y enojo haber traido á muchos las cosas que más amaban. El décimo y último remedio es el nuevo amor, que amores nuevos olvidan viejos, que, como un clavo expele otro clavo, y una fuerza quita otra fuerza, así un amor saca á otro, que lo que una mora tiñe con otra se despinta, y este último remedio aunque á Artaxerxes, rey de los persas (el cual Asuero lla [p. 239] man las sagradas letras), haya seido útil y provechoso, segun cuenta Josefo, pero porque no es bueno salir de un lodo y entrar en otro, no te lo aconsejo.

Lis. El remedio que yo busco es no hallar cosa que me pueda estorbar ó desviar del amor de mi señora.

Eub. Ella te pondrá del lodo, al fin no hay peor saber que no querer.

Lis. Calla, bobo, que sabes poco del mundo. No miras lo que dijo aquel sabio emperador, hombre que no es enamorado no puede ser sino necio.

Eub. Habló entónces como viejo, loco y necio. Yo digo que hombre que es enamorado, no puede ser sino loco y sin seso; pues la nobleza del alma la subjecta á la servidumbre de la carne y á una flaca mujer.

Lis. Ora, sús, déxate deso, y lleva este conocimiento á Celestina, con que cobre de mis arrendadores trescientas doblas para casar sus sobrinas.


[p. 240]

ARGUMENTO DE LA QUINTA CENA
DEL CUARTO ACTO.

Eubulo llegado topa con Oligides y Brumandilon, á los cuales, como viese la vida ociosa que traian, repréndelos de sus vicios. Donde el buen Eubulo hace una declamacion contra los ociosos, y especialmente reprende á Brumandilon porque es tan fanfarron. Llega Celestina, dale Eubulo el conocimiento, y despues de dado, tambien la castiga de palabra ásperamente por sus alcahueterías. Y al fin del acto declama contra todo género de hombres que mal viven. Este acto es muy provechoso y devoto.

EUBULO. — OLIGIDES. — BRUMANDILON. — CELESTINA.

Eub. Aquél es Oligides y el otro Brumandilon, si los ojos no me engañan; de casa de la buena vieja salen.

Olig. ¿Dónde bueno, Eubulo?

Eub. Voy á dar este conocimiento á Celestina.

Brum. No la hallarás en casa, que es ida á audiencia sobre el pleito de Angelina con Sancias, que en buen són anda.

Olig. ¿Y no se dió ya sentencia por Sancias, estudiante?

[p. 241]

Brum. Es el diablo mi vieja. Cepola no inventó más cautelas de las que ésta sabe.

Olig. Cuéntame eso.

Brum. Urde Celestina que se vean juntos Sancias y Angelina, y vistos, dice así: á Angelina, ¿tú tomas por marido á Sancias? ella responde: sí; ¿y tú, dice á Sancias, recibes por mujer á Angelina? Sancias dixo: sí, bobo es el mozo que lo hará. Entónces acude Celestina: sed testigos, señores, cómo tomó Sancias por mujer á Angelina, y concedió que sí; y sobre este sí, fueron á pleito. El juez, oidas entrambas partes, no supo determinarse, porque Celestina prueba que Sancias hizo pausa en el sí, y que despues añadió lo siguiente. Sancias concede haber dicho aquellas palabras, pero que corria la sentencia, y que con aquella palabra, sí, no afirmaba cosa alguna, ántes burlaba con ironía de no lo hacer. Celestina replica que las palabras hanse de entender segun el sentido literal, y no segun el entendimiento irónico ó metafórico, y que dado que Sancias las pronunciára conforme á su propósito, pero que la Iglesia no juzga segun la intencion interior, sino por las obras y palabras exteriores que denotan consentimiento. Y desta manera el juez, convencido así por las razones de Celestina, [p. 242] como por otras causas particulares que entre él y Celestina habian, sentenció por Angelina.

Olig. No pensé que tanta era la fuerza de Celestina, que bastára á corromper las letras, pero allá van leyes do quieren reyes.

Eub. Mas ¿qué entrar y salir haceis en su casa? Nunca os veo sino ir y venir de allá; vida de holgazanes es la vuestra. ¡Oh ocio, ocio, cuántos vicios acarreas á los hombres! tú mantienes la luxuria, tú entorpeces el cuerpo, tú enflaqueces el espíritu, tú ofuscas el ingenio, tú disminuyes la sciencia, tú embotas la memoria, tú traes olvido, tú revuelves familias, tú trastornas las ciudades, tú hundes los reinos, tú levantas bandos entre parientes, tú desconciertas las repúblicas; no sin causa Platon loa tanto el trabajo, cuando dice que los ramos de la virtud crecen con el trabajo; y con verdad, que, como la tierra si no se ara y se labra engendra abrojos y espinas, y labrada y sembrada fructifica, bien así la natural inclinacion del hombre para el bien, si no se exercita con buenas obras, queda manca, y hínchese muy presto de vicios; y vicio y virtud contino entre sí pelean con gran batalla, como introduce Prodico en [p. 243] Xenofon. La virtud, dice Hesiodo, está puesta allá en una alta, áspera y ardua roca y en una deleznable cuesta y pedragosa peña. Píndaro dice que los trabajos y peligros son compañeros de la virtud. Creedme, hermanos, que no sin muchos trabajos se alcanza la gloria.

Brum. No creo en tal, si no es ella la causa por que nunca dexo descansar á mi espada, sino que hiera ó mate.

Eub. Hermosura en mujer loca y palabras entre locos son sortija de oro en hocico de puerco. ¡Oh, Brumandilon, Brumandilon! si te conocieses, tú dejarias de blasonar, ni remedarias al glorioso Thrason, ni al áspero Demea, ni á los furibundos y altivos gigantes, ni á los vanos cretenses, ni al presuntuoso Herostrato, ni al rey Tarquino el Soberbio; tú te tomarias otro Micion Terenciano en mansedumbre, y otro Tarquino Prisco en afabilidad y buena crianza.

Brum. Juro al tartáreo Flegethon, no es más en mi mano; por mí tengo que desciendo de linaje del cruel Domiciano, emperador romano, el que contaste á la mesa, el cual reposando dos horas la comida por consejo de médicos, y encerrado como mandaban, no pudiese executar la rabia de su crueldad, tenía por costumbre matar moscas, y estru [p. 244] jar la sangre de ellas, y en esto recibia el gran pasatiempo, como tú dixiste.

Olig. Vamos si hemos de ir, que allá le darás esa obligacion.

Brum. Héla, héla dó viene.

Cel. Sálveos Dios, mis hijos.

Eub. Dios te convierta, madre, y toma el precio de tus alcahueterías, que allá lo pagarás en el otro mundo.

Cel. Miraldo el sancto de pajares, un dia de éstos te hemos de canonizar.

Eub. ¡Oh mala y perversa vieja! ¡oh miembro de Satanas! ¡oh ministra de los demonios! que no basta que estés precita y condenada al infierno, sino que quieras llevar otros en pos de tí con tu exemplo y maldito oficio. Éste es diabólico pecado incitar á otros á pecar, si tú y tus secaces fuésedes quitadas de enmedio de las gentes, cuántos malos recabdos se evitarian, cuántos yerros se dexarian de acometer. Vosotras ensuciás los tálamos con adulterios, vosotras descasais las bien casadas con desamor de sus maridos, vosotras contaminais las vírgenes con luxuria, vosotras encendeis los castos propósitos con ponzoñosas palabras, vosotras causais sacrilegios en los monasterios, muertes y ruidos en los pueblos, y en las casas cizañas entre padres y hijos, [p. 245] entre hermanos y hermanas. Vosotras, doncellas, viudas, monjas, casadas y por casar, todos los estados, todas órdenes de vivir perturbais con vuestras engañosas y falsas artes. ¡Oh alcahuetas, alcahuetas! si por vosotras no fuese, no habria tantas malas mujeres en el mundo. Creo que es pequeña la pena y castigo que os dan las leyes de nuestro reino, cuyo rigor sería bien que creciese, pues crece el daño y estrago que haceis á la república, que las ordenanzas y leyes hanse de mudar segun la necesidad y el tiempo requieren.

Cel. Mirad el bellaco, y qué se deja decir, ¿y de qué nos hemos de mantener?

Eub. Nunca á los suyos Dios les falta.

Olig. Quédese esta disputa para otro dia, y véte tú con Dios á tu casa, Celestina, y nosotros aguijemos, no pregunte por alguno Lisandro y no halle á nadie.

Brum. Bien dices, que mucho hemos tardado.

Olig. Anda, Eubulo, ¿qué vas pensando?

Eub. Cuán muchos se condenan, y cuán pocos se salvan, y cuán abierta está de dia y de noche aquella puerta del triste Pluton, cuán ancho, cuán pasajero y cuán real camino es el que guia á la muerte eterna. Por él se van espaciando los reyes, los duques, [p. 246] los condes, los caballeros, los hidalgos, los oficiales y pastores. Por ahí se pasean los pontífices, los cardenales, los arzobispos y obispos, los beneficiados y sacristanes, con un descuido, como si nunca hubiesen de llegar allí donde los halagos de la vida, los regalos del cuerpo, las honras, las riquezas, los favores y todos sus pasatiempos se volvieran en lamentaciones y llantos perpétuos. Ahí serán atormentados muy cruelmente los papas que dieron largas indulgencias y dispensaciones sin causa, y proveyeron las dignidades de la Iglesia á personas que no las merecian, permitiendo mil pensiones y simonías. Ahí los obispos y arcedianos que proveen mal los beneficios, teniendo respecto á sus parientes y criados, y no á los doctos y suficientes. Ahí los eclesiásticos profanos y amancebados. Ahí los reyes que tiránicamente gobernaron sus reinos, y los que no dieron los oficios y cargos, que suelen proveer, á personas de merecimiento. Ahí los duques y condes, y los grandes señores que á sus tierras y vasallos con muchos tributos molestaban. Ahí los caballeros enamorados. Ahí los letrados que no juzgaron conforme á derecho y verdad, y no obraron segun sus letras les enseñan. Ahí los logreros y usureros, los ofi [p. 247] ciales, los mercaderes y tratantes que llevan más del justo precio por la cosa que venden, y con juramentos falsos cambian sus haciendas. Ahí los criados lisonjeros que con lisonjas quieren ganar las voluntades de sus amos, conformándose con ellos en bueno y en malo. ¡Oh terrible descuido de los hombres! ¡oh desvarío loco! como si no hubiese otro mundo, y no hubiesen de fenecer todas las cosas dél, así hacemos hincapié en lo que presto habrá fin.

Olig. En casa estamos, hártate agora de predicar, que no te oiré más.

Brum. Ni yo ménos.


[p. 248]

ARGUMENTO DE LA PRIMERA CENA
DEL QUINTO ACTO.

Entra Beliseno, hermano de Roselia, con sus criados hablando la gran mengua que en su linaje habia causado Roselia, su hermana. Su escudero Casajes consuélalo con muchos exemplos. Beliseno determina de matar á Lisandro y á Roselia y á los demas. Manda esconder sus mozos por el huerto con ballestas armadas.

BELISENO. — CASAJES. — GALFURRIO. — REBOLLO. — DROMO. — ROSELIA. — MELISA.

Bel. Mozos, ¿no veis qué gran deshonra y infamia dexa esta mala hembra á mi linaje?

Cas. Las cosas comunes y que acaecen en personas reales y en casas de grandes, no se han de poner en cuenta de alguna mácula, ni es bien mirado que la culpa de una sola decienda á toda la generacion.

Bel. ¡Oh, calla! que las gentes no miran nada de eso, ántes todas ponen los ojos en aquellos que en alto estado fortuna puso, y más ayna ven en ellos la pequeña mancilla, que en los baxos la gran fealdad.

[p. 249]

Cas. Por mí fe, señor, más vergonzosa infamia es el adulterio de la propia mujer que el yerro de la hermana; pero es cosa tan frecuente, tan usada, tan comun en todas las naciones, y más la española, que apénas escapa alguno sin alguno ax, y no te cuento exemplos de los que poco há que fueron y agora son presentes, lo uno, porque sería materia para hacer larga historia, lo otro, por no ofender la fama de los que viven; alargo, pues, los testigos de reyes y emperadores, los cuales, por ser más injuriados que tú, te pondrán algun consuelo. Filippo, rey de los macedones, tuvo por hijo á Alejandro Magno, señor del mundo, y por su mujer á Olimpia, adúltera; Ptolomeo fué rey de Egipto, y marido de aquella infame y desastrada Cleopatra; Agamenon, capitan de los griegos, él peleaba en Troya, y su mujer, Clitemnestra, se holgaba con su amigo Egisto en Argos; Minos, rey de los cretenses, hubo desdicha en el adulterio de Pasifae; Sylla, dictador de los romanos, no sólo por Roma y toda Italia, mas por Aténas y toda Grecia fué notado, entre otras cosas, por cornudo. ¿Qué te diré de Agrippa, yerno de Augusto César, cuya mujer Julia fué tan disoluta, que, ni la virtud de su marido, ni la majes [p. 250] tad de su padre, de aquel vicio apartarla pudieron? y su hija Julia heredó nombre y hechos de la madre, la cual cometió adulterio á Severo, su marido, y Domicia á Domiciano, y Herculanilla á Claudio Tiberio, emperador, el cual fué tan desdichado en esto de los cuernos, que otra mujer que tuvo, llamada Mesalina, oprobrio y vituperio del imperio romano, mientra él dormia, ella de noche corria las puterías de Roma, y creo que no hubo burdel en la ciudad que sus espaldas no estrenasen. ¿Pues á Sifaz, Masinisa no le robó la mujer, y á Filipo, Heródes la suya? Y á Menelao Páris le sacó la mujer del templo de Apolo y se la llevó á Troya, y á otros muchos.

Bel. Poco me consuelan duelos ajenos; quisiera yo escarmentar en cabeza ajena, y no en la mia.

Cas. A lo ménos no será esta mancilla notada en tu linaje, pues otras peores se hallan en illustres casas de reyes y grandes, cuanto más que en el buen paño cae la raza.

Bel. Con matar á él y á ella vengaré esta injuria y satisfaré á mi honra.

Cas. Tarde vino el gato con la longaniza; ¿despues de hecho piensas poner remedio?

[p. 251]

Bel. Más vale tarde que nunca. Por eso vamos al huerto, que es hora, ántes que los otros vengan. Escondeos todos tras esos árboles, quedo, no hagais ruido y seamos sentidos.

Galf. Yo aquí me pongo.

Bel. Vén acá, tú, Rebollo, ponte cabe estas parras.

Reb. Señor, no, que me verán con la luna.

Bel. Pues escóndete tras ese moral.

Reb. Agora estoy bien.

Bel. Tú, Dromo, aquí te pon junto á la anoria, tras esa pared, no muy desviado de esotro.

Drom. Aquí estaré.

Bel. Anda acá, tú, Casajes, estarás comigo, porque si yo erráre el golpe, sueltes en pos de mí.

Cas. Sí haré, señor.

Bel. ¡Hola, Galfurrio!

Galf. Señor.

Bel. Mira no se te escape el que echa las escalas, que creo que es el traidor de Oligides.

Galf. No hará, señor.

Bel. Y avísoos á todos que ninguno desarme hasta que yo comience, porque quiero á los dos, cuando estuvieren juntos, traspasalles con una saeta.

[p. 252]

Galf. Mucho bien.

Bel. Y mirá que mueran todos y aquella bellaca de la doncella, y estad queditos. ¿Quién hizo bullicio?

Reb. Señor, Dromo, que se le cayó la ballesta.

Drom. Estoy temblando aquí donde me ves, que temo no vamos por lana y vengamos tresquilados.

Reb. Yo tengo aquí en el seno una lomina que me dió mi abuela la habacera, que quien la traxere consigo no podrá morir á cuchillo.

Drom. Tambien mi tia, la Luminaria, me vezó unas palabras, que en cualquier tiempo que las dixere les caerán luégo de las manos las espadas de los que se estuvieren acuchillando.

Reb. Dilas.

Drom. Christo vivet, christus vencet, christos reinas, christo imperia, christus me defiendas.

Reb. ¿Qué quiere decir Cristo imperia?

Drom. ¿Y no lo entiendes? Cristo es emperador.

Reb. Es verdad. Otra oracion muy aprobada me enseñó la hortelana amiga de mi madre, para que donde hobiere ruido, si se rezáre, no se saque sangre, que dice: Jesus [p. 253] autem, Jesus innibat y Jesus non me tangibat.

Drom. De ésas diríate mil, que me mostró la tripera gorda, entre las cuales me dixo que si dixésemos cinco veces esta oracion, agios isgros, agios atantos, agios oteros, elegimas, no desmayariamos en ruidos.

Reb. Por Dios, que tienes razon, que siempre oí decir que los ajos dan mucho esfuerzo y ponen corazon.

Bel. Ce, armad las ballestas, que ya sale aquella puta á la azotea, y quedo.

Ros. ¿No oiste ruido. Melisa? ¿si es entrado mi señor?

Mel. Sí oí, señora, mas no ha venido.

Ros. Pues ¿qué bullía por el huerto?

Mel. Los cipreses serán, que se menean con este blando aire.

Ros. Sentémonos aquí á la claridad de la luna miéntras viene el mi querido.


[p. 254]

ARGUMENTO DE LA SEGUNDA CENA
DEL QUINTO ACTO.

Va Lisandro á hablar con Roselia, su señora, y estando con ella en una sabrosa y dulcísima conversacion, manda soltar Beliseno las ballestas que tenian armadas contra ellos, y matan á Lisandro y á Roselia y á su doncella Melisa. Brumandilon, viendo el pleito mal parado, determina de poner por obra lo que él y Oligides habian concertado dias há, y para este efecto toma por compañía á Siro, los cuales, por robar á Celestina, matan á ella y á su sobrina Drionea. Libia escapóse, y á ellos prendiólos el Corregidor.

LISANDRO. — BRUMANDILON. — OLIGIDES. — EUBULO. — ROSELIA. — MELISA. — BELISENO. — CASAJES. — GALFURRIO. — REBOLLO. — SIRO. — GETA. — CELESTINA. — DRIONEA. — LIBIA. — CORREGIDOR.

Lis. No parece gente por la calle, ni los enemigos asoman.

Brum. Pésame, por vida de tal, que con el exercicio de las armas la virtud se conserva y el esfuerzo se aumenta.

Lis. Y áun ésa es la causa por que por consejo de Scipion Nasica no se desolaba [p. 255] Cartago, porque su recelo la union romana conservase; y tambien queriendo vender la vida de Pirro, Nicias su camarero, los romanos le respondieron: salud queremos á quien nuestras armas no deja orinescer. Ea, daos priesa, que el relox nos llama, y pues la diligencia es madre de la buena ventura, no seais causa de mi tardanza, que quien pierde punto pierde mucho.

Brum. Vieja escarmentada, arregazada pasa el agua, no me tomarás más allá si yo puedo, digan de mí lo que quisieren, que de Dios dixeron. Arremangóse Morilla y comiéronla lobos, una hice en el año, y ésa con daño. Una noche fuí con él, y en ésa me hobieran de matar, pues lo que no acaece en un año acaece en un rato.

Olig. Aguija, Brumandilon, no te quedes atras.

Brum. Luégo, luégo, que doy filos rabiosos á mi espada carnicera en esta piedra, para que con un golpe haga lo que por muchos habia de hacer, la cual te digo que jamas se desenvainó que no hiciese riza espantosa en aquellos, que muy de gana no me daban la obediencia.

Olig. Un espadero la afilará, que tú estragarás los filos.

Brum. Por la emponzoñada Tesifone, si [p. 256] en eso mis dineros gastase, no me bastaria el tesoro de Venecia, segun las veces se embota en desafíos y revueltas.

Olig. Déxate de palabras, y vén si quieres.

Brum. Calla, que tambien lo hago porque no digan los que me sintieren ir con Lisandro; aquel caballero enemistado es, pues Brumandilon le acompaña.

Olig. Y ¿quién te conoce á tí agora?

Brum. Voto á tal, agora y en todo tiempo no hay hombre que no me conozca en el aire de mi andar, que siempre me suelo hallar en estas diabluras, y que todos se sirven de mí para este efecto.

Olig. Por Dios, que me agradas, Eubulo, ¿y agora vas rezando?

Eub. Pues ¿qué quieres que vaya hablando palabras ociosas y que traen poco provecho? ¿No sabes que hemos de dar cuenta de cualquier palabra ociosa en aquel dia, donde nuestras malas obras serán juzgadas por tela de juicio con mucho rigor, donde estos pasos de nuestro amo le serán bien contados ante el divino acatamiento, cuya temerosa sentencia no há lugar de apelacion?

Lis. Cuelga la escala, Oligides, y sube conmigo. Vosotros guardad el paso.

[p. 257]

Olig. Arriba estamos. Baxa, señor, con tiento, que los garfios están mal asidos, porque no hay donde prendan bien.

Lis. Abaxo estoy. Hola, desáselas, que ha de bajar mi señora aquí al jardin.

Ros. ¡Oh dulzura de mi ánima! ¡oh lumbre de mis ojos! ¡oh claridad de mis tinieblas y consuelo de mi tristura! ponme esas escalas, baxaré allá, que entre esas floridas y olorosas hierbas, al murmurio de esa fontecica, nos holgarémos.

Lis. Baxa, mi Dios.

Mel. Señora, acá me quedo y habla paso, no te sientan.

Ros. Bástame á mí pensar que soy de mi señor Lisandro para ninguna cosa temer.

Lis. ¡Oh joya del mundo! ¡oh perla preciosa! ¡oh tan perfecta en hermosura cuán llena de discrecion! Más es mi alegría en verte, que mis trabajos en haberte conocido.

Ros. Si con el sol todo el mundo se alegra, yo mucho más con tu vista.

Lis. Cuanto en tu ausencia, señora mia, soy poseido de tristeza, tanto en presencia tuya gozo de la alegría.

Ros. No ménos, en buena fe, señor mio, con tu venida mi corazon está lleno de gozo, que lastimado con tu tardanza era enemigo de alegría.

[p. 258]

Lis. Si la memoria de tu hermosura no hobiera seido refrigerio de mis pasiones, ellas presto me consumieran.

Ros. ¿Y eso, señor, no olvidas tus mañas?

Lis. Gloria mia, si te besé y dí paz, fué por quitar la guerra de mi corazon.

Ros. Ea, señor mio, dexa estar las ropas en su lugar.

Lis. Si las hiedras que andan pecho con tierra los árboles por compasion sobre sí las reciben, ¿porque tú, señora mia, no me recibes sobre tu regazo?

Ros. A osadas, señor, que tú te hartes y me olvides.

Lis. Aunque la agua fria mata la sed al enfermo, no por eso se quita la calentura, mas ántes se acrecienta. ¡Oh próspera fortuna, en qué summo deleite me has puesto! razon es que los trabajos se olviden donde tanta gloria se posee.

Ros. Ay gozo mio, no me lastimes.

Bel. Soltad todos, dexá á mí á los dos, que esta saeta los enclavará á entrambos como están.

Lis. ¡Oh sancto Dios! ¿qué es esto? Muerto soy; confesion.

Ros. ¡Oh, válasme Sancta María! que el corazon me han lastimado; confesion.

[p. 259]

Bel. Agora, agora, tirá á la doncella, que sale á los gritos.

Mel. Vírgen María, ayúdame, no se condene mi ánima, que muerta soy.

Bel. Arma, arma presto, Galfurrio, no se escape el de arriba.

Olig. ¡Jesus! ¡credo, credo! ¡oh, oh!

Bel. Sús, mozos, vamos de aquí, pues todo está hecho, y no vais turbados, por ventura no encontreis con la justicia, y viéndoos alterados, por sola sospecha os prenda.

Cas. Señor, acojámonos aquí á esta iglesia, que las piernas llevo cortadas.

Galf. Yo tambien voy desmayado.

Drom. Yo lo mesmo, y no puedo dar más paso.

Bel. Pues metéos dentro, que ya abrieron, y sobíos á la torre, que yo os sacaré á paz y á salvo, yo voyme á casa de mi tio el Conde.

Reb. Ayúdame á entrar, Dromo, que no puedo alzar los piés del suelo.

Sir. ¡Oh poderoso Dios! ¿qué oyo? un lastimoso ruido lleno de alaridos anda en la huerta, ¿qué será? mas, ¿si matan al desdichado nuestro amo?

Get. Jesus, ¿y no viste caer de las almenas á Oligides muerto, que no sé quién le tiró una saeta por los pechos?

[p. 260]

Sir. Corre, corre, huyamos, no nos cerquen y nos quieran tambien matar.

Brum. ¿Qué es esto, qué es esto? ¡Oh! ¿dónde huis, compañeros?

Sir. ¡Oh, señor Brumandilon! que no has oido nada, como te desviastes léxos del huerto.

Brum. ¿Qué es?

Sir. Todos muertos, si las voces y llantos no nos engañan.

Brum. ¿Muertos?

Get. Por estos mis ojos vi á Oligides caer en tierra asaeteado hecho pedazos, los sesos por cada parte.

Brum. ¿Y Eubulo?

Get. Llorando iba á casa muy triste.

Brum. ¿Y detenémonos? Corramos á más correr, no salgan á hacernos otro tanto; por esta calleja huyamos para casa de Celestina.

Sir. No llevo ya huelgo, sudando voy.

Brum. Cerca estamos, ¿qué es de Geta?

Sir. Adelante va, no cesa de correr.

Brum. Vaya con Dios, que mejor harémos nosotros dos no más lo que agora diré. Sábete que Oligides y yo habiamos concertado de robar á Celestina y hurtalle un cofre que tiene lleno de dineros y joyas, y irnos fuera de aquí, por el peligro grande que á nuestras vidas se recrecia de estos amo [p. 261] res; ya ves en qué han parado, segun me decis, y ya me lo via yo esto, que á buen bocado buen grito, y pues Oligides murió y nosotros escapamos de esta tormenta, si te parece, hagamos lo que el otro y yo habiamos de hacer, y salteemos á Celestina aquel cofre y otras cosas que tuviere buenas y vámonos á Sevilla, que ya no cumple más estar en esta ciudad.

Sir. Hágase, y partámonos luégo.

Brum. Pues, sús, trepemos por estos corrales mansito.

Sir. Cerrada está la puerta del corral.

Brum. Yo la abriré con maña, que con un palo está atrancada, fuera está. Sube agora pasito comigo, salva el paso tercero, que está quebrado, no cayas y hagas ruido.

Sir. Acá estoy.

Brum. Ésta es su cámara.

Sir. ¿Qué remedio, que tiene cerrado por dentro?

Brum. No hay aquí otro remedio más de desquiciar la puerta, y si voceáre la vieja, matarla.

Sir. Empuxa comigo recio.

Brum. Fuera está de quicios, entremos. Ase, ase del cofre, que ése es.

Cel. Ladrones, ladrones, señores vecinos, que me roban; ladrones.

[p. 262]

Brum. Calla, vieja alcahueta; si no, mataréte.

Cel. ¡Oh bellaco ladron! ¿y tú me has de robar? No quiero sino dar gritos; ladrones.

Sir. ¡Oh pecador de mí! dale, dale ántes que dé más voces y seamos sentidos.

Brum. Toma, toma otra puñalada. Dios te perdone, agora vocea.

Cel. Ay, ay, que me ha muerto, sobrinas; confesion, confesion.

Drion. ¡Ay, desdichada amarga! ¿qué es esto? Vecinos, que han muerto á mi tia estos ladrones, vecinos, que la han muerto.

Sir. ¡Oh pese á tal! mátala presto á esotra, no nos descubra; dale bien.

Drion. Jesus, que me mata, Jesus, que me mata, Sancta María, muerta soy; confesion.

Lib. Ay, mi tia y hermana muertas son, desdichada; justicia, justicia.

Brum. Corre, corre tú tras esotra, mueran todas, pues hemos comenzado, preso por mil, preso por mil y quinientos. Ásela, ásela ántes que salga fuera.

Sir. ¡Oh, que se me escapó! Huye, huye, que salen muchos vecinos á los gritos y carga mucha gente. ¡Oh malaventurados nosotros, que el Corregidor viene á más priesa! huye por estotra calle.

[p. 263]

Brum. ¡Oh desdichado de mí! que es él.

Sir. Guarte, guarte, que veslo ahí viene.

Corregidor. Sed presos.


[p. 264]

ARGUMENTO DE LA TERCERA CENA
DEL QUINTO ACTO.

Lamentacion de Eugenia por la muerte de su única y muy querida hija Roselia.

EUGENIA.

Ay, ay, que es mi hija muerta. ¡Oh hija mia y todo mi bien! ¿qué azote tan grande es éste que veo delante de mí, con que á Dios le ha aplacido por mis grandes pecados azotar hoy mi casa? ¿Qué desventura es la que me ha venido, viendo tan sin pensar y tan arrebatadamente muerta la lumbre de mis ojos? ¡Oh hija mia, hija mia, descanso de mis trabajos, consuelo de mis penas, alegría de mis tristezas, remedio de mi malaventurada vejez y soledad! ¡Cuán desastrado fin han habido, hija mia, las esperanzas vanas que yo de tí imaginaba! Traida en mi vientre tanto tiempo y con tanta fatiga, parida con tanto dolor, criada con tanto recelo, y llegada á edad mayor, pensaba yo, desdichada madre, pensaba en todo mi seso darte en breve marido conforme al estado [p. 265] de tus padres, y soñaba de tí nietos y biznietos, y yernos y nueras y otros deudos y parentelas, que fueran ayuda para mi vejez. Agora los enemigos hados, habiendo envidia del bien que esperaba tener, han vuelto al reves mis esperanzas en sospiros, sollozos y lágrimas, y de bienaventurada que pudiera ser, me han hecho la más sin ventura mujer de cuantas nacieron, con tu desdichada muerte, quedando sin tí en perpétua soledad, porque no fué Dios servido darme otra sino á tí, y doblados mis males, añadida orfandad á mi primera viudez. ¡Oh hija, hija! ¡en cuánta tristeza y lloro me dexas eso poco que me queda de vivir! Sólo un consuelo tengo, que la vida que sin tí he de pasar, ha de ser tan amarga y dolorosa, que presto la dexaré y me llevarás tras tí, y plega aquel muy alto Señor que si yo algun servicio le he hecho en esta vida lo galardone en esto; y pues la que tengo de tener sin tí no ha de ser vida, tenga por bien que sea yo de este mismo lugar llevada contigo á enterrar en una misma sepultura, porque apartadas en la vida nos tornemos á juntar en la muerte.


[p. 266]

ARGUMENTO DE LA CUARTA CENA
DEL QUINTO ACTO.

Lamentacion de Eubulo por la muerte de su señor Lisandro. Aquí Eubulo hace un apóstrofe ó conversion al amor, donde declama contra el amor muy rigurosamente, diciendo dél todos los daños y estragos y malos recabdos que causa entre los hombres.

EUBULO.

¡Oh señor mio Lisandro! ¡oh mi buen señor! ¿qué desastre que es éste que nos ha venido, con tu muerte tan arrebatada y tan sin pensar, á todos tus criados, á todos los que en tí nuestras esperanzas habiamos puesto, á todos los que mantenias y hacias mercedes? ¿Qué mala ventura es ésta que en un momento nos ha corrido? ¿Qué nueva tan dolorosa y llena de llantos será ésta que éntre por las puertas de tu triste madre y de tus parientes, que te tenian por cabeza de todo el linaje? ¡Oh mi señor y mi bien todo! que en tí tenía yo padre y madre, en tí esperaba reposo y descanso para mi vejez, sin tí estoy solo, sin tí quedo huérfano, sin tí viviré todos los dias de [p. 267] mi vida tristes y amargos. Ay, ay, desdichado, ni sé si llore la pérdida que me vino con tu tan apresurada muerte, ó tu desastrado fin y mal acabamiento. ¡Oh mal logrado mancebo! que áun no habias cumplido veinte y cuatro años, ni sabías qué cosa era mundo, ni bien gustado de sus placeres, áun no se te entendian sus engaños, y quiso Dios llevarte ántes de tiempo y sin poder confesar tus pecados; ni tuviste lugar de hacer testamento, ni ordenar tu ánima, ni pagar las deudas que debias, ni los dineros que sacaste á cambio para tus gastos tan supérfluos y demasiados. ¡Oh, mi señor, mi señor! que ya mis ojos se cansan de llorarte, y no mi corazon de lamentar y plañir tu tan lastimosa y angustiada muerte, tu llaga tan dolorosa. Veo tu cuerpo delicadísimo atravesado con una mortal saeta, tus entrañas rasgadas, tu pecho abierto y todos tus tiernos miembros bañados en sangre. Véote muerto á manos de tus enemigos, y en su misma casa, donde sin ninguna mancilla, sin haber alguna lástima de tu fresca juventud y florida edad, en la cual los tormentos más se sienten, cruelmente y sin piedad te mataron, y no como quiera, sino con unas enerboladas frechas, y no bastó con una, mas cinco te tiraron para que [p. 268] mayor fuese tu dolor. Ay, ay, que más lloro el peligro en que tu alma va, por haberte tomado la muerte tan arrebatadamente en ese paso, que no el triste y doloroso acabamiento de tu cuerpo. ¡Oh compañeros mios! ¡oh criados del mal logrado mi amo! ¡oh señores y parientes de Lisandro! ¡oh tú, madre desdichada, á cuya noticia áun su muerte no ha llegado! venid y ayudaréisme á llorar el remate y postrimería de aquel que era consuelo y esperanza de todos vosotros. ¡Oh mi señor y mi bien! ¿eres tú aquel que yo llevé recien nacido á la ama, que te criase? ¿eres tú al que volví niño destetado á casa de tu padre? ¿eres tú el que empuse en buenas doctrinas y crianza, que parecias un ángel cuando chico? ¿eres tú el que enseñé á los doce años á correr caballos y otros muchos exercicios, así de letras como de armas? ¿eres tú el que hasta los veinte y un años fué muy dado á la virtud, amigo de religion, enemigo del vicio, amador del culto divino? ¡Ay, ay! que nuestros pecados quisieron que te juntases con caballeros viciosos y distraidos y te acompañases con ellos, y de esta manera se te pegasen sus malas y perversas costumbres; y luégo que perdiste el temor de Dios venístete á meter en el falso Cupido, el cual, [p. 269] como traidor, cruel y sin ley, te dió el pago que suele dar á sus muy leales servidores. ¡Oh amor, amor! á tí me vuelvo y de tí me quiero quexar, pues tanto mal has causado, quién tuviese lengua para decir los males que haces y los malos recabdos que por tí se cometen. Aunque toda la elocuencia de los pasados me fuese dada, no bastaria para explicar la menor parte de los estragos y ruidos y revueltas y muertes que urdes en las casas, en las repúblicas, en las provincias y en el reino; bien te apellidó el poeta: ¡oh malvado amor! ¿qué no fuerzas hacer á los mortales? y con razon, porque no hay maldad, no hay traicion, no hay bellaquería que no haga y piense el que está envuelto contigo. Engaña los amigos, mata los parientes, degüella los padres, desmiembra los hijos, escala las ventanas, saltea los monasterios, infama las honradas, deshonra las castas, menosprecia las cosas divinas, gasta la hacienda, roba, derreñega, perjúrase, trasnocha, vela, trabaja, piensa, llora, sospira, ni come ni duerme, pierde el alma y el cuerpo. ¿Qué no haces, amor? tú estragas la hermosura, tú destruyes las fuerzas, tú abates debaxo de tu bandera los altos deseos, tú consumes el patrimonio, tú huellas la honra y la fama, tú acortas la vi [p. 270] da y acarreas muerte, tú has metido en el infierno las más ánimas que allá están, tú derruecas las casas, tú hundes las ciudades, tú ensucias los templos, tú revuelves los reinos. ¡Oh maldito y perverso amor, que con todas las virtudes batallas y traes contínua guerra, todas las excluyes y de ninguna quieres compañía! No guardas la justicia, ántes á tuerto ó á derecho, con razon ó sin razon, pones en ejecucion tus deseos robando la ajena mujer, no muestras severidad á sus tiempos, porque amor y majestad no caben en un subjecto, ni se sientan en una mesma silla, no miras la igualdad en lo que haces, ni tienes verdad en lo que dices, ni obediencia á los mayores. No usas de liberalidad con los que es razon, careces de benignidad, desabrido para con todos y encogido para hacer bien, desacatas la religion, no tienes piedad con los que la has de tener, ni humanidad con los menores y pobres, ni misericordia de los afligidos, porque todo te ocupas en tu ídolo, ni reverencia á los perlados, ni concordia ni amistad con los amigos y parientes. Destemplas y desconciertas la órden de prudencia, no hay en tí providencia, ni miramiento ni aviso ni consejo, todo tu saber, toda tu viveza, toda tu sagacidad y cautela, todas tus ma [p. 271] ñas aplicas á ese tu tan desabrido dulzor, ni disminuyes la fortaleza, pierdes la confianza y seguridad, no te aprovechas de la magnanimidad y magnificencia en su oficio, eres enemigo de constancia y firmeza, fáltate poder para el bien. Huye de tí la templanza con sus compañeras, modestia, vergüenza, abstinencia, moderacion, honestidad, regla, sobriedad, castidad y continencia. No hay en tí fe perfecta ni esperanza ni caridad, ni amor de Dios ni temor de él, ni entendimiento ni sciencia ni sabiduría. Con todos los vicios te conciertas, y con ellos tienes paz y tregua, y con todos ellos te avienes y tratas como vecinos tuyos; tú eres amigo de soberbia, de vanagloria, de ensalzamiento, de arrogancia, de ambicion, de porfía, de menosprecio, de rebeldía, de presuncion, de desobediencia, de irreverencia; tú te enciendes de ira, de ódio, de discordia, de riña, de injuria, de rancor, de impaciencia, de pertinacia, de desvergüenza, de malicia, de maldad, de furor, de enojo; tú estás lleno de envidia, de detraccion y maldicion, de murmuracion, de aborrecimiento y enemistad. Contigo se acompaña la pereza, y sus hijas pusilanimidad, tibieza, descuido, torpeza, negligencia, imprudencia, desproveimiento; tu hermana es la gula y la embriaguez y [p. 272] la destemplanza y la glotonía y la golosina; tú eres la mesma luxuria, el mesmo fornicio, el mesmo adulterio, la mesma lascivia y suciedad, el mesmo incesto y ayuntamiento ilícito, y el mesmo pecado contra natura, pues eres la mesma causa de estos torpes y bestiales accesos. ¡Oh cosario amor! que tú perviertes toda la religion cristiana; tú fuiste causa que David matase al inocente Urias, tú heciste idolatrar á Salomon, tú quitaste las fuerzas á Sanson, tú abrasaste la antigua Troya, tú metiste guerra entre los lacedemonios y mesenios por las vírgines que se robaron, tú entregaste nuestra España en poder de los moros, porque el rey don Rodrigo tuvo acceso con Caba, hija del Conde don Julian, por tí Clitemnestra mató á su marido Agamenon, y Egica, rey de España, á su capitan Favilla, tudense, por gozar de su mujer, por tí los mantuanos degollaron á Rodrigo Gonzaga, porque fué tomado en adulterio. Por otro tanto Ippomenes echó á su hija Limone, que fuese comida de un hambriento caballo, por tí Fabia, mujer de Fabio Fabricio, mató á su marido, por tener mejor lugar de executar su apetito y gozar de los ilícitos abrazos de aquel mancebo Petronio, por tí mataron al hermoso Faon y á Cornelio Gallo y Quin [p. 273] to Erecio, caballeros romanos; por tí Moluro fué muerto de Hietto, greciano, porque lo tomó con su mujer, y Alcibíades, atheniense, de Lisandro; por tí murió Spensippo, filósofo, y Tigillino, adelantado, y Rodoaldo, rey de los longobardos, y el papa Juan duodécimo; por tu causa, infiel amor, los maridos matan á sus mujeres, Chilperico, hijo de Clotario, mató á su mujer Glosinda, hija de Athanagildo, rey de los godos, y Mitridates á la suya, llamada Laodices, y á su madre, hermana y hermanos y hijos, por se casar con Hipsicratea; por tu respecto, falso amor, las mujeres matan á sus maridos, Loadice mató á su marido Antiocho Dios, así llamado, rey de Siria, porque tenía por amiga á Berenice, hija de Ptolomeo, y al adúltero Gandulfo su mujer lo hizo matar, Clitemnestra y Fabia á los suyos; tú eres causa que las madres maten á tus mesmos hijos, Medea despedazó á su hermano y degolló á sus hijos, y Progne á los suyos, y Catilina mató á su mesmo hijo por casarse con Orestilla; tú haces corromper las vírgines, Ajaz, hijo de Oileo, contaminó á la profetisa Casandra, hija de Priamo; Appio Claudio á una doncella vírgen, Dionisio, el más mancebo, á las vírgines Locrenses, y Domi [p. 274] ciano, emperador, á la hija de su hermano, que vírgen estaba. ¡Oh diabólico vicio! ¡oh intolerable pecado! ¡oh tirano amor! que á tí digo, á más te extiendes, y á más se ensancha tu poder, fasta ensuciar con tu raviosa luxuria parientes con parientas, cuñados con cuñadas, primos con primas, tios con sobrinas, antenados con madrastras, hermanos con hermanas, hijos con madres, padres con hijas; Amnon, hijo de David, tuvo acceso con su propia hermana Thamar, y Cleopatra con su hermano, con el cual despues se casó, y Macarso, hijo de Eolo, con su hermana Canace, y Myrra, hija de Cinare, rey de los Ciprios, con su padre, y Menefon con su madre, y Tereo, rey de Tracia, forzó á Filomela, hija de Pandion, rey de los Atenienses y hermana de su mujer; Biblis torpemente amó á su hermano Canno fasta ajuntarse con él, y Themison tuvo que hacer con su hermana, y Cidon con la suya, y Thistes con Europa, mujer de su hermano, y Publio Clodio con sus hermanas, y Antiocho Sother, rey de Siria, con su madrastra Stratonice, y Marco Antonio, emperador, tuvo conversacion con Faustina, su hermana, y Antonio Caracalla, emperador, con Julia, su madrastra, y Tholomeo Evergetes amó á su hermana Be [p. 275] renice, con la cual se casó, y Theodorico, rey de Francia, con su sobrina, despues de haber muerto al hermano, Júpiter, rey de Creta, se echó con sus dos hermanas Céres y Juno, y Calígula contaminó tres hermanas suyas; lo mismo hizo Commodo, emperador, con sus hermanas, el cual nació en el mesmo dia que Calígula, Phénix, hijo de Amintor, tuvo parte con la combleza de su padre, y Ruben con Bala, manceba de su padre, y Ausílena con su tio; Ptolomeo Filadelfo con Arsinoe, su hermana, y Heródes Antipas con la mujer de su hermano Filippo, Hipermestra con su hermano, Hemon tomó por mujer á Rhodope, su hija; Leucon mató á Orilechon, rey del Ponto, su hermano, por dormir con su mujer, y Valeria Tusculana se acostó por engaños con su padre Valerio, y Papirio, por nombre Romano, hijo de Papirio Volucro, empreñó á su hermana Canusia, y Gedica, mujer de Pomminio Laurentino, amó tanto á su antenado Communio, fasta que se vió con él, del cual menospreciada, de coraje se ahorcó; lo mesmo hizo Fedra, tenida en poco de su antenado Hipólito, al cual de corazon amaba. Sysimbritas, sátrapa de los Persas, dos hijos tuvo de su madre, Claudio César otros dos de Agripina, hija de [p. 276] Germánico, su hermano y su madrastra; Cambíses, rey de los Persas, desfloró á una de sus hermanas, y ésta muerta, estupró otra menor, con la cual se casó y al cabo mató. Filipo, hermano de D. Alonso décimo, rey de España, siendo abad y arzobispo de Sevilla, no mirando en el estado que estaba, por fuerza tuvo que entender con la mujer de su hermano, hija del rey de Dacia; Nicteo, rey de Etiopia, con su mesma hija Nictimene comunicó su ilícito amor. Destas torpísimas abominaciones eres tú causa, amor, y de otras muchas peores que me callo por no ensuciar mi lengua, fasta los pueblos de Sodoma y Gomorra extiendes tu reino. No cuento las tacañerías y nefandas maldades y abominables vicios que por tí cometió el bellaco Neron y el torpe Sardanapalo, y Sotades, poeta, y Tigillino y Eliogábalo y Demetrio Poliorcetes, hijo de Antígono, y Quinto Flaminio, consular, y Hipparco, hijo de Pisistrato, y Papirio y Filipo Macedo y Hostio, príncipe, y Tamira y Semíramis, reina de los Asirios. ¡Oh desenfrenado amor! si los pecados bestiales que tú haces me fuese lícito contar, ántes me falleceria tiempo para decir que materia que dijese. Callo lo que hizo Pigmalion con una imágen muy hermosa, y [p. 277] aquel mancebo ateniense con la estatua de Fortuna, y el otro mochacho con la figura de Praxitelis. No diré lo de Cratis, pastor, con la cabra, á quien el celoso cabron, durmiendo, con los cuernos mató. Dexo pasar lo que Publio Estello hacia con la yegua, y Aristo Efeseo con una asna. No hablaré los amores de Pasifae con el toro, ni otros mil cuentos de exemplos, por no ofender las limpias orejas. ¡Oh maestro de todos los males! ¡oh asolador y pervertidor de la naturaleza! ¡oh estrago de las ánimas! ¡oh destruidor del bien y hacedor del mal! ¿Quién hace todo esto sino tú? ¿quién es causa de tan terribles hechos sino tú? ¿quién puso osadía á éstos á que tan malditos yerros y tan perversos desatinos acometiesen, sino tú? ¿Quién les da fuerzas y ánimo, y pone corazon á que se atrevan á tantas muertes y á tantos peligros, sino tú? Tú les das favor y ayuda, tú los incitas y mueves y despiertas, tú, despues, cuasi burlándote de ellos porque te creyeron, les das el castigo que merecen los tales locos y ciegos, que te siguen y adoran. No hay filósofo, no hay poeta, no hay orador, no hay sancto, no hay sabio que de tí no escriba mil vituperios, no piensa que ha hecho algo el que no da su puntada en labrar los males que [p. 278] causas; los libros están llenos de avisos y consejos que huyamos de tí como de cosa ponzoñosa. El sabio Salomon unas veces te llama pestilencia, otras veces red y lazo en que se prenden los ánimos libres, otras veces dice que trastornas el seso y juicio y discrecion del hombre, y que por tí muchas ánimas preciosas se perdieron. Sanct Jerónimo te nombra olvido de la razon y feo vicio y cercano á locura, así te bautiza Aristóteles, Séneca y Plutarco. Petrarca te define por contrarios, que eres un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una deleitable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte. Séneca, trágico, dice que eres una blanda pestilencia, una grande fuerza de la voluntad, un sotil calor del ánimo. Valerio Máximo dice que tú á muchos forzaste á padecer y hacer cosas ilícitas y torpes, y que esta dulzura, comun á todos los otros brutos animales, es la raíz y principio de todos los males, el mesmo dice. Esta luxuria es la que echó á perder á Anníbal, capitan valeroso, y á él y á toda su hueste y exército entregó en poder de los romanos, y Xerxes perdió su imperio por enviciarse en este deleite; pues ¿qué cosa haber puede más empecible y dañosa [p. 279] que este vicio, con el cual se huellan y pisan las virtudes, y las victorias se pierden, y la gloria se convierte en infamia, y las fuerzas del ánimo y del cuerpo se conquistan? El divino Platon dice que, como los peces con el cebo, así los hombres con el amor se toman. Tulio dice que empide el consejo, y es enemigo de razon, y ciega los ojos del entendimiento, y trae el cuerpo á vejez. El mesmo dice, aquellos acusamos y juzgamos ser dignos, que todos aborrezcan los que dados á los halagos y deleites de la triste vida, no miran ni proveen que dolores y tormentos por ello recibirán. Ovidio dice que estás lleno de solicitud y congoja. Terencio dice que en el amor reinan estos vicios, injurias, sospechas, enemistades, treguas, paz, guerras, que es cosa que en sí no tiene órden ni consejo. Diógenes Cínico lo llamó negocio de los ocios, porque esta pasion principalmente ocupa á los dados á ocio y holgura, que miéntras se desocupan de virtuosos exercicios vienen á caer en la cosa más trabajosa del mundo. Caton, el más viejo, decia que el ánimo enamorado vive en ajeno cuerpo. Sant Agustin dice lo mesmo, que el alma más está donde ama que donde da vida. Pues ¿cuál es ya el loco y atreguado que viendo los males que hace [p. 280] el amor, no huya dél y lo aborrezca como auctor y causa de todos los malos recabdos que en la vida se hacen? Si afea el cuerpo, si disminuye la hacienda, si abrevia la vida, si destroza la honra y destruye la fama, si infierna el alma, si destierra las virtudes y coge los vicios, si desbarata y desconcierta las familias y repúblicas, si quiebra las amistades, si derrueca las ciudades, si revuelve los reinos, si causa tantas muertes, tantos estupros, tantos adulterios, tantos incestos, tantos sacrilegios, tantas bestiales luxurias y tan abominables pecados, ¿por qué no nos apartaremos del amor? ¿por qué no lo echamos de nosotros? ¿por que todos nos abrazamos con él? ¿por qué no lo despedimos de nuestros corazones, pues tantos sabios lo vituperan, diciendo mil leyes de él, manifestando sus malos afectos y dañosas obras, y tantos exemplos de desastres que han venido á los que el amor siguieron, á ello nos mueven, y agora lo vemos en lo que pararon estos sabrosos y desdichados amores? Murió Lisandro, generoso caballero, dispuesto, mancebo, rico y valeroso. Murió Roselia, gentil dama, mujer moza, de casta, y sublimada en próspero y alto estado; murió su doncella, muy querida y encubridora de su yerro; murió Oligides, escudero privado del [p. 281] malogrado mi amo, el cual, como más culpante por haber dado entrada á su perdicion cayó de las almenas y se despeñó y se hizo menuzos; murió la maldita y falsa alcahueta Celestina, miembro de Satanas; murió su sobrina Drionea, mujer enamorada y buena discípula que habia sacado la vieja para que sucediese en su lugar en todas sus alcahueterías y hechicerías. Sacarán mañana á justiciar á Brumandilon, taimado rufian y gran fanfarron, y á Siro, mozo de espuelas, y los ahorcarán por ladrones y homicidas. Todo esto causas, amor, cuyo ancho poder, porque á mí no me sojuzgue, determino irme á servir á Dios á un yermo, donde esté apartado de tu furia y de los placeres y halagos y deleites de la vida, para conseguir la suma bienaventuranza, ad quam Deus optimus maximus nos vebat .

[p. 282]

¶   Aquí se acaba la tregicomedia de Li-
sandro y Roselia, llamada Elicia, y por
otro nombre quarta obra y tercera
Celestina, nuevamente impresa.
Acabóse á veinte dias del mes
de Deciembre. Año del nas-
cimiento de nuestro Sal-
vador Jesuchristo de
mil y quinientos y
quarenta y dos
años.

[p. 283]

CARTA DE UN AMIGO DEL AUTOR, EN QUE LE PIDE PERDON PORQUE HIZO IMPRIMIR LA OBRA SIN SU LICENCIA.

Aquel soberano rey Salomon, guiado por el saber y cordura de que sobre todos los nacidos le quiso Dios extremar, entre muchos saludables consejos que para nuestra salud escribe, y entre las maravillosas doctrinas que para reparo de la mundana vida nos enseña, y entre las monstruosidades y milagros que más su entendimiento agotaban, solas tres cosas él halló que hartura no reciben, y la última que nunca dice bástame. Y sin dubda, aunque comparar las pequeñitas arenas de mi pobre juicio al inestimable saber de aquel valeroso rey, soberbia parezca, y temeridad grande querer añadir lo que él tan cumplido escribió, no pienso ser esta extrañeza de que Salomon se espanta ménos de mirar en el hombre, á quien Dios, sobre todas las cosas sensibles, príncipe quiso hacer. Cuyos ojos así como nunca se cansan de ver, ni los otros sentidos de sentir, así la voluntad no se harta jamas [p. 284] de desear, por cuya razon pienso no seré tenido por de poco juicio, ni me será reputado á atrevimiento el dón que á vuestra merced quiero suplicar me conceda; pues mi deseosa voluntad con otra cosa no piensa hartar su hambre ni contentar su apetito, si no fuere con las sobras que del alto entendimiento suyo á los que poco sabemos se nos pueden comunicar. No fué pequeña merced para mí la que recebí de su liberalidad con inviarme aquella obra que se llama Elicia y cuarta parte de Celestina , que su sotil juicio compuso, porque por ella veo ser verdadera la estimacion que de su entendimiento siempre tuve, pareciéndome que pues que en una materia tan fuera de su experiencia tanto se aventajó sobre todos los que han escripto, no es ménos de que en las cosas de peso todos se queden muy atras de su saber. Gran consuelo recibí leyéndola, y gran edificacion para el ánima notando la manera de su proceder, y con cuánto ingenio y sotil elocuencia pinta las cosas que más á pecar nos atraen, y los engaños de las vanas gentes, y las adulaciones de los servidores, y la hipocresía de los esforzados. De suerte que, como en espejo claro, podamos ver por esta pequeña muestra que de su juicio nos quiso dar, de qué peligros apartemos nuestros sen [p. 285] tidos, y á quien fiemos las personas más, y con quién comuniquemos nuestros secretos, y en qué distribuyamos las haciendas. Pero como mi voluntad sea de la condicion del fuego, que nunca dice bástame, no me contento con la merced recebida, sin pedir otra mayor, la cual será tan provechosa á todos los hombres cuanto señalada para mí. Esto es pedirle perdon del atrevimiento tan osado que tuve en hacer imprimir sin su licencia esta obra, pareciéndome que con su gravedad no podria acabar que con su licencia se hiciera, y tambien que, emprimiéndola, todos quedarian muy aprovechados, y yo glorioso con haber alcanzado que esta merced, por mi atrevida diligencia, á todos se les comunicase. Y para esto le suplico mire ser dicho de la Summa Verdad, que ninguno encienda la candela y la ponga debaxo del celemin, pero sobre el candelero para que todos vean la luz. Así que, mi señor, pues ve la ceguedad que todos tenemos viviendo en la escuridad del mundo, y revueltos en sus lazos y arterías, yo le suplico no tenga por mal que vuestra merced encendió la candela componiendo esta obra, que yo la ponga en el candelero, imprimiéndola, para que á todos aprovechen los consejos y avisos que en ella van escriptos. Que aun [p. 286] que otro provecho no se sacase sino loar y conocer el poder de aquel Señor, que tan vivo y claro juicio le dió, sería harto; y en esperanza de su consentimiento, acabo besando sus generosas manos, suplicándole otra vez este dón me conceda, aunque ninguna cosa ya me puede hacer más suyo de lo que soy. De Madrid, á veinte y dos de Noviembre de mil y quinientos y cuarenta y dos años.


[p. 287]

RESPUESTA DEL AUTOR Á SU AMIGO.

Si la estrecha y antigua amistad que entre vuestra merced y mí hay desde los primeros principios de gramática, donde con gran exercicio de las artes liberales aprendidas de unos mesmos maestros y preceptores, venimos despues juntos á estudiar aquella tan alta sabiduría y tan escondida á los entendimientos humanos, cuan bien enseñada de un tan famoso varon, luz de las Españas, no terciára entre nosotros, bien creo que vuestra merced habia dado no pequeña ocasion de enemistad, pues quiso que los varios juicios de los hombres, de hoy más, discanten en mí al són de la liviandad que hace imprimir mucho á mi pesar. Nadie mirará que cuando me ocupé en esa niñería, estaba yo ocupado de una muy trabajosa terciana, la cual no me dejaba emplear en mis principales estudios; y así fué necesario tomar alguna recreacion en cosas de pasatiempo y no fatigar mi ingenio, pues mi cuerpo quedaba tan cansado de frio y calentura. Y no piense vuestra merced que me [p. 288] satisfará con solo el perdon que me pide y con loar tanto esos papeles, que ésa es la nobleza de los buenos, ninguna cosa á sus ojos ser mala, que en la mesma moneda quiero que me la pague. Yo leí el libro de las espantosas hazañas que el esforzado Hector hizo camino de Panonia, que vuestra merced con tan sobrada elocuencia compuso, y me hizo merced de inviar con el mesmo mensajero que recibió mis borradores, y siempre tuve creido ser imposible que el valeroso Hector tan nombrado fuera y tan temido, y tan deseada su muerte de los príncipes griegos, si no hubiera hecho aquellas heroicas hazañas ante del cerco de su ciudad. Y miéntras más lo leia, más necesidad me ponia de lo tornar á pasar; la majestad de las palabras, la grandeza de los hechos de un tan animoso varon, las sotiles imaginaciones, la artificiosa invencion, las sentidas canciones derramadas por esos cuatro libros con tan subida trova y alto estilo, me ponian admiracion, aunque, á la verdad, siempre esperaba de su más divino que humano entendimiento que saldrian obras tan primas como ésas, pues tal era la forma y el dechado donde salian las labores. Así que, por vengarme del atrevimiento que vuestra merced tuvo en sacar á luz esos borradores [p. 289] sin mi licencia, he entregado á Juan de Junta los libros de Hector, en lugar de inviallos á vuestra merced, para que los impriman, que bien creo que, como el sol con su luz escurece la claridad de la luna, así estas obras de vuestra merced, con su gran lumbre, escurecerán esa enojosa recua de libros de caballerías, y no lo tenga vuestra merced á mal, pues la mesma razon me guia á mí para vengarme que á él para atreverse. Vale.


[p. 290]

RESPONDE Á LA CARTA DEL AUCTOR DANDO RAZONES QUE LE MOVIERON Á IMPRIMIR SU OBRA.

Aristóteles, summo filósofo, entre otras muchas sentencias y dichos admirables que escribió en su filosofía, así natural como moral, dice, que el bien humano tanto se asemeja al divino cuanto es más comunicado; y si este filósofo en todo ó lo más de su doctrina acertó, no ménos me parece en este dicho como en los demas ser digno de todo crédito; pues juzgamos ser un hombre más malo que otro en la mesma especie, en cuanto á los otros más hace participar de su malicia, y por eso dice Sant Augustin, que Arrio, hereje famoso, tantos grados se le acrecientan en el infierno de pena, cuantos por su ocasion siguieron aquella pestilencial seta, y si de lo malo esto se verifica, mucho más, á mi ver, será verdad de lo bueno, porque tiene mejor objecto esta obra que no malo la otra proporcionablemente, esto en ser bueno y lo otro en ser malo, ca en comunicar lo bueno nos asemejamos á Dios, y en difundir lo malo á Lucifer, y que sea [p. 291] obra de Dios comunicarse, no es menester razon donde la expiriencia está á la mano. Vemos que Dios en tres maneras se comunica á sí mesmo, la una en la creacion y conservacion de todas las criaturas, dándoles sér y despues conservallas, ca de otra manera si Dios no les sustentase el sér que les dió, segun sagrados doctores, todas se anichilarian. La segunda y más particular, en darnos su gracia, con la cual, dice Sant Pedro en su Canónica , nos hacemos particioneros de la divina y beatífica esencia. La tercera y más principal en la encarnacion; aquí se comunicó plenariamente juntando la naturaleza divina con la humana, de tal manera que del verbo divino y del ánima y humanidad resultase una tercera persona, que es el Hijo, como afirma Sant Augustin en el libro XIIJ De Trinidad , y así pudiésemos decir que Dios es hombre y el hombre es Dios, y que el hombre es amigo de Dios; y por eso dice Christo, ya no os diré siervos, sino amigos. Pues para ser verdad lo que el filósofo en su tiempo dixo, baste que nuestro Dios se habia comunicado en la primera manera; á las piedras, dándoles parte del sér que tiene sin perder él nada; á los árbores y plantas, sér y engendrar fructificando; á los brutos, sér, engendrar y sen [p. 292] tir; al hombre todo eso y más hacerle á su semejanza en las tres potencias del ánima, la cual es una en esencia y tiene tres potencias, entendimiento, voluntad y memoria, y si éstas se distingan de alma ó no, no es éste lugar de disputarlo, basta que todos conceden haber tres potencias en el alma, en las cuales resplandece la omnipotencia, la sabiduría y bondad de Dios, nuestro señor, más que en otras creaturas. Así que, como diga Lactancio Firmiano, que cuanto más semejantes fuéremos á Dios, tanto más buenos serémos, parece manifiesto lo que el filósofo dice, que si comunicáremos algun bien nuestro, por este respecto será más heroico y divino, pues imitamos en ello á Dios. Pregunto, ¿por qué tenemos por mejores olores el algalia, almizcle, mosquete, ámbar gris, estoraque, menjoy, encienso, pomas compuestas, bálsamo; y de las hierbas los jazmines, clavellinas ó claveles, alhelíses, hierbabuena, artemisa, toronjil, acandalamo, albahacas, azucenas; y de las aguas, el agua de azahar, agua de trébol, agua de ángeles, sino porque más difunden y esparcen por el medio su apacible y suave olor? ¿Por qué dicen los filósofos ser de mejor olfato los brutos que los hombres, y de los brutos los podencos, [p. 293] bueytres, águilas? allende de la razon física, porque tienen las narices más cerca del cerebro, sino porque su virtud olfativa se derrama y extiende por grande espacio. A tanto que se cuenta de los bueytres, que de trescientas leguas sintieron y odoraron los cuerpos muertos que yacian en una dura y áspera batalla, y de ellos dice Plinio en el libro décimo de su Natural historia , capítulo VII, que dos ó tres dias ántes sienten dónde ha de haber matanza de hombres, y así luégo acuden para se hartar; lo mesmo dice Sant Hierónimo de las águilas; de los podencos, claro está que sacan por rastro la caza que de bien léxos huelen. Pues de las siete planetas, ¿por qué tenemos en más el sol, sino porque más comunica su luz á nosotros y á todas las otras planetas y estrellas? y despues la luna, porque más nos alumbra de noche, y de las otras cinco planetas al lucero, que es el tercero planeta Vénus. De manera que vemos en la naturaleza aquellas cosas ser más estimadas que más comunican el bien que tienen. Loamos á Themístocles y á Camilo, porque sus tierras libraron, el uno á Grecia del poderío de Xerxes, el otro á Roma de los franceses. Asimesmo la historia romana nos trae á la memoria la mucha virtud de los dos Scipiones africa [p. 294] nos, que con gran ardid echaron por suelo aquella antigua competidora del pueblo romano, Cartago nombrada, y otros muchos varones illustres y esclarecidos en hazañas, que por el pro y bien comun hacian hechos valerosos, como son Curcio, Decio, Mucio, Marco Valerio, Eneo Pompeyo, Marco Caton, Lucio Marco, Cayo Mario, Quinto Catulo y otros muchos, como es la casa de los Fabios, Decios, Metellos, de los cuales Tito Livio y Valerio Máximo hacen mencion, y otros muchos escriptores, porque la virtud y prudencia de que naturaleza les habia dotado, la emplearon con grande animosidad y ardimiento, no mirando su bien particular por el bien de la república. Ansí que la memoria destos está perpetuada, porque bien comunicaron sus fuerzas por el favor y remedio de muchos; y si éstos fueron dignos de loar, no ménos aquéllos que con su estilo elocuente, ó con su doctrina provechosa, dejaron libros para utilidad y provecho de los venideros, como dice Salustio en el Catilinario . De manera que las obras ó hechos ó escripturas de todos éstos, en tanto son más preciadas, en cuanto en ellas se hallan exemplos notables y enseñamientos más aventajados, y aquellos que el deseo del bien comun á escribir ó obrar movió y [p. 295] encitó, merecen mayor gloria y fama que no los que por su pasatiempo y ambicion del propio bien suyo fueron á ello movidos. Por lo cual, con mucha razon Plinio, en el prólogo del libro primero de la Natural historia , reprende á Tito Livio, porque decia que por su pasatiempo escrebia, y pues harta gloria le habia sucedido, que dejára de escrebir si no fuera por la inquietud y desasosiego que su ánimo sintiera si de la obra cesára. Respóndele Plinio cuanto mejor fuera haber escripto por causa de augmentar más, y amplificar la gloria del nombre romano que no por sólo su descanso y gloria. De todo esto se saca una conclusion muy averiguada entre teólogos, que el bien en tanto es bien cuanto á muchos más fuere comunicado; por estos términos pone esta conclusion Sant Dionisio Ariopagita, discípulo de Sant Pablo, en el cuarto libro de los Nombres divinos . Esto he querido decir, generoso señor, no porque piense poner acuerdo de alguna doctrina en su entendimiento, en el cual tan acordadas están todas las cosas y con tan gran majestad resplandecen; pero por excusar mi atrevimiento de haber hecho imprimir esta obra, porque no quedase cosa tan señalada fuera del conocimiento de los hombres, pues ve por mi con [p. 296] clusion que, aunque ella en sí tan heroica y soberana parezca, no fuera bien si no fuera comunicado. Y ésta fué la principal ocasion de mi atrevimiento comunicar á los hombres un bien tan singular como éste, del cual pueden tomar dechado para tomar exemplos y considerar sentencias, y huir vicios y abrazar las virtudes; que en lo que vuestra merced me dice que ha hecho de mis libros, yo lo recibo en paciencia, considerando que dice el refran que el que pide es obligado á dar. Así que, mi señor, yo consiento que mi poco saber de todos sea juzgado, saliendo á luz las hazañas de un tan valeroso príncipe, compuestas por un tan baxo juicio como el mio, pues con esto soy seguro por su carta de ser perdonado de mi atrevimiento, y con esta merced quedo con descanso, tan de vuestra merced como siempre. En cuyo loor sin acabar acabo con estos versos en loor de su obra y persona, que es lo ménos que de sus grandezas puedo cantar. De Madrid, á siete ( sic ) de Noviembre de mil y quinientos y cuarenta y dos años.

¶     Despierten las musas del monte Helicon,

Recuerden las hadas, recuerde Sileno,

Y todos ayuden con rostro sereno

Aquella gran furia de mi corazon;

[p. 297]

Envíeme Febo con su dulce són,

Tal elocuencia cual dió á la Chumea,

Que todo mortal, oyéndome crea

Nacer de los cielos aquesta cancion.

¶     Calor divinal me rija y encienda,

Mandando que mueva mi lengua temprano,

La musa de Orfeo despierte mi mano,

Sacando mi pluma de toda contienda;

Descienda en mi pecho tal dón y tal prenda

Rallada por rallo sotil y divino,

Tú, Clio, si quieres mostrarme el camino,

Nada mi verso tendrá de contienda.

¶     No nazca en mi metro vano decir,

Ni ménos jactancia ni otra osadía,

Muy alto Señor del cielo, me invia

De presto torrente que pueda escrebir.

Chorro de gracia me quiera venir,

Sanando mi lengua de toda torpeza,

Sonando mi voz con grande viveza

Pueda tus dones dar bien á sentir.

¶     Con esta extrañeza que aquí ha parecido,

Bramen y giman los poco prudentes,

Oyendo que vive ya entre las gentes

Tal hombre, que á todos los ha escurecido;

Es así como de nuevo venido

Alcídes al mundo con hechos gloriosos,

Las obras de todos los otros famosos

Delante las suyas se han puesto en olvido.

¶     Los escriptores del tiempo pasado

Con grande razon serán olvidados,

Que sus escripturas y versos limados

La alteza de aquéste los haya privado,

Los entendimientos del siglo dorado,

De plata y de estaño y hierro adornados,

Darán por ningunos los hechos pasados

[p. 298] Delante de aquéste de nuevo mostrado.

¶     Calle la lengua del gran Ciceron

Y calle el orar de Quintiliano,

Callen los versos del Virgiliano

Y la policía de Marco Varron;

Aquel componer de Ovidio Nason

Calle tambien y tenga paciencia,

Pues ve que estas obras y extraña elocuencia

Los ha precedido con grande razon.

¶     Esconda Diana su grande claror,

Tambien las estrellas sus centellear,

Cuando de nuevo comienza á mostrar

Titano la fuerza de su resplandor;

Así desta suerte cualquier escriptor

No tenga sus obras por mucho subidas,

Pues que de nuevo son ya parecidas

Otras más primas y de grande valor.

¶     Los hechos heroicos y grandes hazañas

Del hijo glorioso son honra del padre,

Coronan tambien con gozo á la madre

Viendo tal gozo de las sus entrañas;

Pues ¿qué honra estas muestras darán tan extrañas

Aquel que las hizo y al que le engendró?

¿Qué alteza pondrán en quien le parió?

¿Qué gloria y qué triunfo en nuestras Españas?

¶     Guiado por Dios el rey Salomon,

Dice, con verso de grande elocuencia,

Ser muy mejor saber y prudencia

Que fuerzas y mañas y gran corazon,

Donde parece por esta razon

Quel que esto compuso con su gran saber,

Excede en valor al grande poder

De todos los fuertes que fueron y son.

¶     Aquella ciudad, de Troya nombrada,

No pudo por Hector ser defendida,

[p. 299] Y Ulíxes artero la vió ser perdida,

Tendida por tierra, del todo quemada;

No pudo por fuerza ser amparada,

Ni el gran corazon la pudo guarir.

Saber y cordura bastó á destruir

La fuerte ciudad, que es tan afamada.

¶     Tú, sabio lector, con alto sentido

Verás la elocuencia desta escriptura

Ser muestra y espejo, dechado y figura

De claro juicio y ingenio subido.

Conoce en España de nuevo nacido

Aquel que á los cómicos hace ventaja,

Los trágicos pueden vestirse mortaja

Viviendo varon tan esclarecido.

¶     No quieras mofar, reir ni morder,

Atiende que dice la Summa Verdad

Que aquel que maldice, con riguridad

Allá en los infiernos le hace encender;

Aquello que fuere á tu parecer,

No dulce y honesto, sino desabrido,

Dexa la letra y mira el sentido,

Y nombre de sabio podrás merecer.

¶     Las altas sentencias en el corazon

Las has de poner para las seguir,

Las torpes hazañas para las huir,

Pues toda su gloria, en fin, es pasion.

Los buenos consejos con toda aficion

Toma y abraza, y entiende y remira,

Las feas palabras del alma las tira,

Que leerlas la lengua no es sin razon.

¶     Y en esto te ruego tengas cuidado

Para que seas por sabio tenido,

Y en tu pensamiento lo ten esculpido,

Y así quedes libre de todo pecado;

Mi pobre consejo te quede esmaltado

[p. 300] Glosando lo malo y tomando lo bueno;

Y esté el maldecir de tí muy ajeno,

Con esto en la gloria serás coronado.

Fin.

¶     Si el nombre glorioso quisierdes saber

Del que esto compuso, tomad el trabajo,

Cual suele tomar el escarabajo

Cuando su casa quiere proveer.

Del quinto renglon debeis proceder,

Donde notamos los hechos ufanos

De aquel que por nombre entre los humanos

Vengador de la tierra pudo tener.

Ilustración de adorno

ÍNDICE


Advertencia preliminar v
Carta del Auctor I
Prólogo al discreto lector V
[Primer acto] 1
Primera cena 1
Segunda cena 13
Tercera cena 26
Cuarta cena 40
Quinta cena 55
[Segundo acto] 71
Primera cena 71
Segunda cena 84
Tercera cena 101
Cuarta cena 115
Quinta cena 127
[Tercer acto] 144
Primera cena 144
Segunda cena 159
Tercera cena 173
Cuarta cena 190
Quinta cena 195
[Cuarto acto] 205
Primera cena 205
Segunda cena 219
Tercera cena 223
Cuarta cena 234
Quinta cena 240
[Quinto acto] 248
Primera cena 248
Segunda cena 254
Tercera cena 264
Cuarta cena 266
[Cartas] 283
Carta de un amigo del autor 283
Respuesta del autor a su amigo 287
Responde a la carta del autor 290

Nota de transcripción