The Project Gutenberg eBook of Comedia llamada Selvagia, Comedia Serafina

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Title : Comedia llamada Selvagia, Comedia Serafina

Author : Alonso de Villegas

Editor : marqués de la Feliciano Ramírez de Arellano Fuensanta del Valle

José León Sancho Rayón

Release date : March 15, 2016 [eBook #51465]

Language : Spanish

Credits : Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box and the
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*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK COMEDIA LLAMADA SELVAGIA, COMEDIA SERAFINA ***

  

Nota de transcripción

Índice


Cubierta del libro

Comedia llamada Selvagia


COLECCION
DE
LIBROS ESPAÑOLES
RAROS Ó CURIOSOS.


TOMO QUINTO.


COMEDIA

LLAMADA  SELVAGIA,

COMPUESTA

POR ALONSO DE VILLEGAS SELVAGO.


COMEDIA  SERAFINA.

Logotipo del editor

MADRID,
IMPRENTA Y ESTEREOTIPIA DE M. RIVADENEYRA,
calle del Duque de Osuna, núm. 3.


1873.


[p. i]

Adorno de principio de capítulo

ADVERTENCIA PRELIMINAR.

A ilustrada

A mediados del siglo XVI vivia en Toledo un jóven estudiante que, nutrido con la literatura novelesca de aquella edad, aplicó su disposicion y genio á componer una novela ó comedia, como entónces se llamaba á este género de obras, á imitacion y manera de la famosa Celestina , prototipo literario á que fielmente se ajustaban todas las composiciones de esta índole, y que pueden muy bien calificarse de comedias novelescas ó novelas dramáticas. Propúsose, sin embargo, una esencial diferencia en el desenlace, y que en vez de ser lastimoso, como en la Celestina , fuese feliz y acabase en el [p. ii] casamiento de los principales personajes que en la tal comedia intervienen. Llevó dichosamente á cabo su propósito, y dedicándola á su señora Isabel de Barrionuevo, salió á la luz pública en la imperial ciudad la Comedia Selvagia , que ha sido confundida por algunos con la titulada Comedia Salvaje , de Joaquin Romero de Cepeda, por más que entre ambas existiese lejana semejanza, y se hubiese publicado esta última treinta años despues que la primera [1] .

Segun la usanza de sus predecesores, puso nuestro autor al principio de su [p. iii] comedia unos versos acrósticos, en que declaraba su nombre, edad, patria y dedicatoria. En efecto, reuniendo la primera letra de cada uno de los versos, que empiezan en la página VII , se lee claramente: Alonso de Villegas Selvago compuso la Comedia Selvagia en servicio de su señora Isabel de Barrionuevo, siendo de edad de veinte años, en Toledo, su patria [2] . Suponiendo, como tenemos motivos para creerlo, que no hubiese transcurrido ningun tiempo desde la composicion hasta la impresion de la obra, y dada ésta á la imprenta en 1554, resultaria de esta fecha que Villegas nació en 1534, no obstante que el Sr. La Barrera, en el artículo que dedica á nuestro autor en su Catálogo Bibliográfico del antiguo Teatro Español [3] , señala su na [p. iv] cimiento desde 1530 á 1534. Nosotros, teniendo en cuenta, ademas de lo que el propio Villegas dice en su Selvagia , lo que vuelve á repetir en un libro probablemente autógrafo y no citado por ninguno de sus biógrafos, escrito á fines del siglo XVI [4] , y por último, la noticia que él mismo nos suministra en una nota que puso en la Crónica de las Antigüedades de España , de Juan de Rihuer [p. v] ga [5] , creemos poder fijar definitivamente la fecha de su nacimiento en el año de 1534.

El festivo estudiante, que habia dado muestras de su claro y agudo ingenio con la publicacion de la Selvagia , siguió la carrera eclesiástica, llegando á ser cura párroco de San Márcos, de la ciudad de Toledo, y capellan mozárabe de aquella catedral. Aprovechado y doctísimo teólogo, dedicó su saber y privile [p. vi] giadas dotes á otra clase de obras, muy distintas por cierto de aquella con que habia principiado su carrera literaria. La más importante de estas obras, y la que más nombradía le alcanzó entre sus contemporáneos, fué su célebre Flos Sanctorum , del cual se hicieron várias ediciones.

Natural era que en el nuevo género de escritos á que se habia dedicado recordase con pesar y áun se arrepintiese de haber compuesto la Comedia en sus juveniles años; y ya que no podia negar su paternidad, supuesto que aparecia su nombre en la portada del libro y en el acróstico que hemos citado, deseó que desapareciese, por lo cual destruyó cuantos ejemplares pudo haber á las manos. Esta circunstancia explica fácilmente la rareza de esta obra, de la que apénas ha llegado hasta nosotros alguno que otro contadísimo ejemplar [6] . En la Comedia Selvagia se advierte el propósito de [p. vii] imitar, más que á la primera Celestina , á la segunda, de Feliciano de Silva, de quien Villegas se muestra tan entusiasta y admirador, que le llama radiante luz y maravilloso exemplar de la española policía, y que así como el sol entre las otras luminarias celestes resplandece, así brilló éste por su sagacidad é ingenio .

Tambien se trasluce claramente que tuvo á la vista la tragicomedia de Lisandro y Roselia , si bien no la nombra; pero ademas de que el personaje Escalion está copiado del Brumandilon de aquélla, lo hace hijo de éste, contando á mayor abundamiento la muerte de Elicia y el castigo que por tal delito se le impuso á aquel rufian [7] . En suma, si la Selvagia es inferior á las tres obras citadas, no por eso debe desdeñarse, cuando ha merecido á un historiador extranjero de nuestra literatura, Mr. Jorge Ticknor, el juicio crítico siguiente: «Es ingenioso y está bien desenvuelto su argumento, y el diálogo, aunque abunda [p. viii] en ridículas pedanterías, no carece de cierta gracia y naturalidad.»

Escribió Alonso de Villegas, ademas de las obras ya citadas, la Vida de San Isidro Labrador , que se publicó en Madrid en 1592 [8] . Tambien escribió la Vida de San Tirso , que con una carta del mismo Villegas aparece impresa en Toledo en 1595, al fin de la Relacion que envió al Rey el corregidor de dicha ciudad, D. Alonso de Cárcamo, acerca del templo á la sazon descubierto, y que se suponia consagrado á aquel santo [9] .

[p. ix]

No sabemos el año en que murió; pero es indudable que alcanzó muy dilatada vida, supuesto que en 1602 firmó una aprobacion de El Poema de San José , compuesto por el maestro Valdivieso; y ademas la quinta parte de su Flos Sanctorum lleva la fecha de 1604. Tambien se le atribuyen por D. Nicolás Antonio Los Favores de la Vírgen , Valencia, 1635; y Soliloquios Divinos , Madrid, 1637; pero, como observa atinadamente el Sr. La Barrera, si estas obras pertenecen en efecto á nuestro autor, resulta que ó las citadas ediciones no son las primeras, ó debieron de publicarse póstumas, si bien no es absolutamente imposible que llegase á pasar de los cien años. En el Museo de Pinturas existe un cuadro del toledano Blas de Prado, que representa á la Vír [p. x] gen con Jesus niño y varios santos, y en él está representado Alonso de Villegas [10] .

En cuanto á la Comedia Serafina , que tambien incluimos en el presente volúmen, podemos asegurar que es un curioso libro, más raro todavía que la Selvagia . Á excepcion del ejemplar que se conserva en la biblioteca del Sr. D. Pedro Salvá, no sabemos que exista otro alguno en España. El argumento singularmente picaño y la disposicion y forma por extremo erótica en que están escritas algunas escenas de dicha Comedia , explican suficientemente su rareza, por más que en la época en que se publicó hubo de agradar bastante, cuando de ella se hicieron dos ediciones [11] .

La obra fué dedicada al Duque de Gandía, que lo era entónces D. Juan [p. xi] de Borja y Llansol, padre de San Francisco; pero no nos ha sido posible averiguar el nombre del autor ni su patria. Por nuestra parte, estamos muy distantes de creer que la Serafina , ni la Thebaida , á que va unida, suministren datos bastantes para afirmar que el autor fuese andaluz, como lo hace Salvá, ó valenciano, como pretende D. Leandro Fernandez de Moratin.

Sólo nos resta añadir que para la impresion nos hemos valido de la excelente copia que de la mencionada produccion hizo de su puño y letra el Sr. Bohl de Faber, del ejemplar que se conserva en la Biblioteca Imperial de Viena, copia que hoy tambien existe en la Nacional de esta córte, y á la cual faltan algunos versos del Nunque , final de la obra; pero esta falta la hemos suplido fácilmente, teniendo á la vista este mismo Nunque , publicado íntegro en el tomo I del Ensayo de una Biblioteca Española de Libros raros y curiosos .

Excusamos decir que estamos firmemente persuadidos de que las obras contenidas en este volúmen son de suma [p. xii] importancia para la historia de la literatura y del arte patrio, que, lentamente y desde la carnalidad de las sensaciones, llega á elevarse hasta el más alto espiritualismo, y hasta la más pura y bella poesía.

F. del V. J. S. R.

NOTAS

[1] La comedia Salvaje de Cepeda está en verso y se publicó por primera vez en las Obras de Joaquin Romero de Cepeda, vecino de Badajoz.—Sevilla, por Andrea Pescioni, 1582, 4.º—La insertó tambien Don Eugenio de Ochoa en el Tesoro del Teatro Español desde su orígen hasta nuestros dias . París, Baudry, 1838. Conocemos del mismo autor las siguientes obras, que se han hecho ya bastante raras:

La antigua, memorable y sangrienta destruicion de Troya. Recopilada de diversos autores, por Joaquin Romero de Cepeda, vecino de Badajoz.—Toledo, Pero López de Haro, 1583, 8.º

Conserva espiritual , compuesta por Joaquin Romero de Cepeda, vecino de la ciudad de Badajoz.—Medina del Campo.—Francisco del Canto, 1588.

[2] En el acróstico se ha cometido una errata de que debemos prevenir á nuestros lectores, para que pueda leerse bien; en la página X, donde dice:

Y puede por frágil tu mente caer;

debe leerse:

U puede por frágil tu mente caer.

[3] Catálogo Bibliográfico y Biográfico del Teatro Antiguo Español, desde sus orígenes basta mediados del siglo XVIII . Por Don Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado. Madrid, 1860, página 496.

[4] Via vite. Libro que contiene instituciones y exortationes espirituales para el christiano; en que se enseña de que manera ha de comenzar y proseguir el camino de las virtudes hasta llegar á ser perfecto, hecho por Don Florencio Harlemano, monje cartuxo en Lovayna. Tradúxole de lengua teutonica en latin, Tacito Nicolao Zegero, del órden de los menores; y en español el maestro Alonso de Villegas, Toledano. MS. en 4.º, de 236 páginas, más 16 de preliminares é índice. Está dedicado á Doña María de Çuñiga, monja en el real monasterio de San Clemente de la ciudad de Toledo. Despues de la dedicatoria hay un prólogo al lector del maestro Alonso de Villegas; donde dice «aviendo, pues, yo acabado los seis libros y partes del Flos Santorum y siendo Dios servido de darme vida sobre sesenta y seis años, determiné, por no estar ocioso, que siempre desde la primera edad aborrecí y evité, traducir en nuestra lengua española el libro de Florencio.»

[5] En la Biblioteca Nacional existe este códice, que lleva por título, Coronyca de las antigüedades despanna, dirijida al muy alto y cathólico, e por esso muy poderoso e ynvictíssimo, emperador don Cárlos, señor de las espannas y de las alemannas y de los otros reynos y señorios sujettos á aquellas . A la vuelta de la primera hoja se lee esta nota: «El autor desta crónica breve de cosas del mundo, y en particular de las de España, fué un fraile de los de los mínimos, como parece en una carta que está al fin della, y fólio 3, dice que es sacerdote y predicador religioso, y que la escribió siendo el emperador Cárlos V de 25 años, y concurre con el de 1525; es muy breve en su prosecucion y parece que acierta en la cuenta de los años, que es mucho de preciar en semejantes chrónicas, éste es mi parecer, y doyle en 18 dias de Julio, año de 1594, en que la acabé de leer siendo de edad de 60 años.

m.º Alonso

de Villegas.»

[6] Dos ejemplares de la Comedia Selvagia hemos tenido á la vista para hacer la presente edicion, el uno, que es el que nos ha servido principalmente, pertenece al entendido y generoso bibliófilo Sr. D. Pascual de Gayángos; del otro es copia exacta la portada que publicamos, reduciéndola en una tercera parte.

[7] Páginas 236 y 237 del presente volumen.

[8] Vida de San Isidro Labrador , cuyo cuerpo está en la Iglesia parroquial de San Andres de Madrid, escrita por el maestro Alonso de Villegas, Toledano. Dirigida á la muy insigne villa de Madrid.—Madrid, por Luis Sanchez, 1592, en 8.º

[9] Traslado de la carta y relacion que embió á su Magestad el señor don Alonso de Cárcamo, corregidor de la imperial ciudad de Toledo (Grabado de la tapadera del aguamanil, intercalado en el texto). Relacion que hizo á su magestad Esteban de Garibay, su coronista.—Dificultades y obiecciones cerca de la opinion que el bienaventurado martyr san Thyrso fué natural de Toledo.—Apología en que se responde á algunas obiecciones y dubdas puestas así contra la carta del Rey Silo como contra la verdadera declaracion del hymno gothico de san Thyrso, embiada al rey nuestro señor, por don Alonso de Cárcamo, su corregidor en Toledo.—Planta y alzados de las ruinas descubiertas.—A don Alonso de Cárcamo, corregidor de Toledo, el maestro Alonso de Villegas.— Vida de san Thyrso mártir , colegida de diversos autores, por el maestro Alonso de Villegas. En Toledo, por Pedro Rodriguez, 1595, en fólio, 38 hojas.

[10] Catálogo Descriptivo é Histórico de los cuadros del Museo del Prado de Madrid , por D. Pedro de Madrazo. Parte primera, pág. 519.

[11] En el Catálogo de la Biblioteca de Salvá, escrito por D. Pedro Salvá y Mallen, Valencia, 1872, páginas 516 á 522 del tomo 1, puede verse la descripcion de estas dos ediciones, una de Valencia, 1521, y la otra de Sevilla, 1546.

Adorno fin de capítulo

[p. xiii]

Adorno de principio de capítulo

Excmo. Sr. D. Juan Eugenio Hartzenbusch.

M ilustrada

Muy señor nuestro y respetado amigo: Despues de recibir la gratísima carta que con fecha 14 de Octubre último tuvo V. la bondad de dirigirnos, y en la cual tan felizmente resolvió el acróstico enigma que á todos habia ocultado el nombre del autor de Lisandro y Roselia, nos dedicamos con indecible diligencia á buscar noticias de la vida y hechos de Sancho de Munino, natural de Salamanca, á quien desde entónces tuvimos por verdadero padre del mencionado libro. Sucedió, pues, que ni los discretos é infatigables amigos á quienes V. dejó este encargo en Salamanca, ni ménos nosotros, conseguimos [p. xiv] averiguar cosa alguna relativamente al tal sujeto. Entónces pasó por nuestras mientes que acaso en el consabido acróstico pudiera leerse el nombre del autor de otro modo, y en efecto vimos que tambien se lee Muñon, juntando las primeras letras de los tres versos en que está el apellido, de la manera siguiente: Mu-N-Non, y como la doble n se pronunciaba en lo antiguo como ñ , resultará Munnon, segun ya hemos indicado.

Pero naturalmente se nos ocurrió que la nueva leccion de aquel nombre nada significaba ni valia, si tampoco se hallaban noticias de Muñon, noticias que por todas partes buscamos ansiosos, y no sin fortuna; pues que al fin encontramos en nuestros mamotretos una coleccion de Estatutos de la Universidad de Salamanca, que vino á henchir colmadas las medidas de nuestro deseo. En la citada coleccion leimos que en 31 de Agosto de 1549 celebróse un solemne claustro pleno en la Universidad Salmantina, presidido por el rector D. Diego Ramirez de Fuenleal, con objeto de formar unos estatutos relativamente al entierro [p. xv] de los señores Rector, Maestre escuela, Doctores y Maestros de dicha Universidad; mas hé aquí que entre los asistentes nos encontramos con el nombre del Maestro Sancho de Muñon, teólogo . Vuélvese á reunir el claustro en 9 de Octubre del mismo año para decidir que no se diesen tratados in scriptis bajo ciertas penas; y tambien entre los maestros que asisten encontramos el nombre del teólogo Sancho de Muñon; y finalmente, en 9 de Noviembre del mismo año celebróse otra reunion para formar estatutos sobre el exámen de los estudiantes artistas, ántes que pasen á medicina y teología, y tambien entre los concurrentes encontramos á los maestros Fray Melchor Cano y Sancho de Muñon, teólogos.

Los tres estatutos mencionados se imprimieron en Salamanca, en casa de Andrea de Portonariis, en 1549, en fólio; y excusado nos parece decir que están á la disposicion de V., y que con estos datos sus buenos amigos de Salamanca podrán seguir sus pesquisas y tal vez consigan descubrir noticias más im [p. xvi] portantes, y áun averiguar y saber al dedillo la vida y milagros del socarron que por tanto tiempo se nos burló enmascarado con su famoso enigma; y aunque real y verdaderamente se llame Sancho de Muñon, como nosotros con toda seguridad creemos, ni él mismo se negaria, si viviera, ni nosotros negarémos jamas que V. fué, querido amigo, quien le arrancó la careta y nos le dió á conocer á todos con sin igual perspicacia, donaire y desenfado.

Quedan de V. siempre muy cariñosos amigos, Q. B. S. M.,

El Marques de la Fuensanta del Valle.

José Sancho Rayon.


[p. xvii]

Ilustración: Portada original

Aumentar
Icono Comedia llamada Seluagia. En que se introduzen los amores d’vn cauallero llamado Seluago, con vna ylustre dama dicha Ysabela: efetuados por Dolosina alcahueta famosa. Compuesta por Alonso de villegas Seluago. Estudiante.


[p. I]

Adorno de principio de capítulo

PRÓLOGO
DEL AUTOR AL LECTOR.


S ilustrada

Si consideramos el famoso dicho de Plinio el segundo, que dice ningun libro haber que bien entendido dexe sin fruto á su lector, con muy justa causa esta mi mal limada obra puede vagar y mostrarse por su patria para causar en ella algun pequeño deleite y moral provecho, atento á lo que el divino Platon maravillosamente dixo, que no sólo para nosotros naciamos, sino para la patria y amigos; lo que de mí algun tanto ponderado, con este pequeño dón, aunque en voluntad grande, la pretendo servir. No dexo de considerar, [p. II] discreto lector, ser grande mi osadía y mayor mi atrevimiento, en así con mi tosca Minerva quererme poner en lo que claros y doctísimos varones sus excelentísimos ingenios han mostrado, cuyos altos y maravillosos entendimientos, en el cómico estilo disfrazados, no sólo su profundo saber descubren, mas con urbanos dichos y graciosas palabras, astutamente sus sinceras y limpias vidas declarando en satírico modo, la nefanda y mala manera de vivir de nuestro siglo con gran astucia reprehenden. Pues entre otros que de semejante sagacidad han usado, como el sol entre las otras luminarias celestes, el magnífico caballero Feliciano de Silva (radiante luz y maravilloso exemplar de la española policía) mayormente resplandece, y dado que lo dicho sea razon conveniente para yo sin ella en mi temeraria osadía ser notado, considerando que el sol y la luna comunmente á todos los entes cuerpos mortales son provechosos, contemplo asimesmo que una pequeña estrella en particular suele causar provecho en alguno de ellos. Tambien, como por expe [p. III] riencia vemos en el mar, que del fruto de su vientre suele dar mantenimiento con abundancia de pescados diferentes á la mayor parte de la tierra, no por eso dexan de ser agradables y gustosos en algunas personas los pequeños peces de algun manual y chico estanque, por lo cual, dado que evidentemente esta mi rústica y no madura fruta, cogida en mi pequeño cercado, no sea agradable á todos en general, no dexo de tener confiança que alguna preñada por salir á tal tiempo la cobdicie. Y si en esto ansimesmo le faltáre gracia, á lo ménos, siendo como es fruta nueva, alguno sólo para la traer en la mano la deseará. Atento á lo qual, yo de la incusacion en que puedo ser puesto, y ella en la osadía que en se publicar ha tenido, sin otra réplica contraria podrémos ser absueltos; de donde no con menor causa que Cayo Lucilio, en esta mal cortada obra, con razon podré decir que ni á los indiscretos debe ser dada, ni á los sabios ofrecida, que los unos, entregándose sólo en la paja, que es el sonido de las palabras, no sacáran della algun fruto, [p. IV] y los otros, no haciendo caso del grano por la abundancia que en sí tienen, ocupados en otros más arduos exercicios, ningun provecho les podrá tener; solamente en el medio destos dos extremos puede parecer que de lo uno y otro lo que les conviniere sacarán, dando gusto al apetito auditivo con el estilo de sus razones, ansimismo guardando sus sentencias y dichos memorables para su provecho en lo íntimo del entendimiento. Y si por caso algun lugar seco y desaprovechado vieren, podrán proseguir en su propósito, porque los tales casos más son puestos para guardar el decoro y no dexar manco el estilo que por algun vicioso deseo. Su nombre della fué Selvagia , no tanto por ser del principal que se introduce, quanto por ser en sí selvagina y rústica. No va debaxo de algun amparo y defensa dirigida, no por no haberlo menester, mas porque, segun son sus defetos, ninguno bastára. Solamente como desahuciada del vivir, á la batalla sale confiada, no en sus armas defensivas, sino en la mucha benivolencia de los lectores, que no se habrán con ella, por [p. V] ser novel, á todo riesgo, sino con grande misericordia y piedad, de que resultará que ella viviendo agradecida del beneficio recibido, á todos con voluntad entera agradará, y yo, su auctor, hasta la muerte por lo mismo les quedaré en obligacion, quedando por su verdadero siervo y criado, sometiéndome asimismo en esto y en lo demas á la correpcion de la sancta Iglesia y de sus fieles administradores. A quien, si en lo que dixere algun error se mostráre, por él con humildad pido perdon, pues más mi grande ignorancia que mi pequeña malicia en este caso será la causa.— Valle.


[p. VII]

Adorno de principio de capítulo

DIRIGE EL AUTOR SU OBRA.

A tí, que los túrbidos mares furiosos,

Luctando tu barca primera combaten,

Obrando los vientos venéreos sabrosos,

No pierdas aquello con que se rebaten:

Si quieres que cesen y no te maltraten,

Ofréceles luégo palestra sangrienta,

De donde tu parte, sin culpa ni afrenta,

Estrague las fuerças que en contra debaten.

Venciendo tal guerra, tendrás adquerido

Inmensos trofeos y claros despojos,

Librando tu cuerpo de penas y enojos,

Lo cual á sus siervos promete Cupido:

Empero, si fueres en ella vencido,

Ganando tu mente crecido tormento,

Habrás en tu vida muy gran descontento

Sacado del gozo que vino fingido.

Si tú, pues, con ánimo fortificado

Esperas tal guerra por parte vencer,

Los libros en contra pretende leer,

Verás cómo sacas provecho sobrado:

[p. VIII] Aqueste, pues, mira que te es dedicado,

Gozando sus dichos, que siendo jocosos,

Ofrecen proverbios en sí sentenciosos,

Con modo satírico siendo mezclado.

Osado se puede sin dubda llamar,

Miradas sus faltas y pocos primores,

Pues quiere sin fuerzas con otros mejores

Valer siendo pobre de baxo lugar:

Sabemos de Cota que pudo empeçar,

Obrando su ciencia, la gran Celestina,

Labróse por Rojas su fin con muy fina

Ambrosía, que nunca se puede estimar.

Compuso la parte segunda partida,

Osando por causa pasar de lo humano,

Materia teniendo de Feliciano,

En quien elegancia no tiene medida:

De norte tan claro tomando seguida,

Intento guiarme por esta jornada,

A ver si mi cimba pequeña caxcada

Saldrá por buen puerto donde fué regida.

En ser terminada con caso gozoso,

La obra no pierde si tiene valor,

Viniendo sus fuerzas en contra de amor

Aquel que por torpe se dice vicioso:

Gozando sus gozos te muestra gozoso,

Y goza los gozos que goza su parte,

Adonde gozando por gozo tal arte,

En gozos te goza con gozo sabroso.

Ni quiero que dexes por miembro perdido

Sus actos, que tienen no casta sonada,

En donde, si miras, verás matizada

Rabiosa contienda del falso Cupido:

[p. IX] Verás asimismo su fin dolorido,

Y quantos afanes tiene su deleite

Cubiertos encima con un buen afeite,

Y son por de dentro manjar desabrido.

Ovidio se muestra por parte sacado

De sus amorosos remedios bien lleno,

En que, si contemplas, podrás á tu seno

Sacar gran provecho si fuere penado:

Verás al furioso Citareo privado,

Seyendo triforme por tantos efectos,

En donde los unos quedando perfectos,

No tienen los otros su fin aplicado.

No ménos los otros, con ser muy seguidos,

Ofrescen de suyo provecho á sus entes

Robados del dote de los excelentes,

Adonde se muestran ser brutos perdidos:

Y siendo risibles se van convertidos

Sus pérfidos ánimos en irracionales,

Apénas sabiendo que son inmortales,

Viviendo conforme de los escogidos.

En parte se muestran las artes malvadas

Lustrosas, por Circes artera famosa,

De Febo salida discreta y hermosa,

En furia de Vénus sus tramas obradas:

Verás ansimismo vejeces saladas,

Autor de las cuales es un epimeo,

Robustos desgarros de un gran giganteo,

Rastreras mentiras del mesmo tramadas.

Y todo juntado, verás dibujadas,

Obrando las fuertes humanas edades,

No ménos que todas sus enfermedades,

Viciosas al ánima limpia criada:

[p. X] En ello contempla si tienes tocada,

Y puede por frágil tu mente caer,

Ofresce tu cuerpo por ella perder,

Si sientes que dello será libertada.

Impuso nuestr’alma su gran Hacedor,

En grado tan alto de ser sustancioso,

No siendo corpórea, que por piadoso

De no la perder se puso en dolor:

Obtuvo ser siervo de grande señor,

Doliéndose della no fuese perdida,

En tanto que puso como hombre la vida

En muerte, quiriendo ser su redemptor.

De donde parece que todos debemos

Abrir nuestros ojos, huyendo los vicios,

Dexando los torpes y malos indicios,

Do siempre metidos y puestos nos vemos:

En ellos, pues cierta la muerte tenemos,

Volvamos la rienda sin más tener calma,

En donde se salve y remedie nuestr’alma,

Y no se confunda tal bien, pues podemos.

No parte pequeña de nuestro pecar

Tomó para sí la carne dañosa

En ser á los cuerpos cruel y penosa,

Andando contino por los trabucar:

No pueden con ellos seguros estar,

Ni ménos alivio pequeño tener,

Osando sus fuerzas en contra poner,

Soborna sus partes á la sustentar.

En estas sibílicas guerras buscamos,

No fuerza, mas arte por nuestra flaqueza,

Teniendo con ellos pocos fortaleza,

Osando á las veces con honra quedamos:

[p. XI] Los hechos extraños por esto buscamos,

En donde sus males se ponen y penas,

Do siempre sacamos materias muy buenas;

Obrando por ellas muy bien nos hallamos.

Si bien se notase, por esto van dando

Varones humanos los tales tratados,

Por esto yo mando mis cinco cornados

Al templo sublime que van levantando:

Teniendo, pues, pena por irse mostrando

Rugosas sus faltas, siendo descubierto

Intento con esto surgir en el puerto,

A todos por ellas perdon demandando.


[p. XII]

ANDREÆ ALFONSI PIUM AD LECTOREM EPIGRAMMA.

Floribus hoc: plenum: varijs varioque lepore

nectare et ambrosia: perlege lector opus.

Dat tibi Seluagiam: per doctus Seluagus auctor.

Nerigidum Nasum rhino cirotis agas.

Panditur hic cæcum cæci velamen amoris.

Si sapis: hic cernis quaeque cauenda tibi.

Frange leues arcus: crudeles frange sagittas

iam pharetrate puer: si tua damna patent.

Quid precor in sacro numero numerare deorum.

Si tua quis longe numina vana probat.

Edocet Alfonsus: tacite quot vulnera confers.

Iurgia quod fraudes: et sine lege dolos.

Prodocet et scillan veneris vastamque charibdin:

quo vebit infirmam parua inuenta ratem.

Vade liber felix totum relegende per orbem:

det rogo terra tibi: det rogo limpha viam.


[p. XIII]

ARGUMENTO DE LA COMEDIA.

Un caballero llamado Flerinardo, generoso y de abundante patrimonio, vino de la Nueva España en esta ciudad, donde un dia por ella ruando, como acaso pasase por casa de un caballero anciano llamado Polibio, de una fenestra della vido una fermosa doncella, de la qual excesivamente fué enamorado. Pues como le fué dicho el tal Polibio tener una muy apuesta hija, cuyo nombre era Isabela, y la tal fenestra fuese de su aposento, creyendo ser la mesma Isabela la que visto habia, por caballero de su amor se intitulaba. Donde, dando parte á un gran amigo suyo, caballero de illustre prosapia, llamado Selvago, de su crescida pena, sucedió que el mesmo Selvago, teniendo deseo de ver quién á su amigo tan subjeto y captivo le tenía, cumpliendo un dia su propósito y viéndola, no pudiendo su libertad someter á lo que á la verdadera amistad de Flerinardo debia, grandes cuitas y mortales deseos á su causa padesce, tanto que fué puesto en grave enfermedad. Pues veniendo su gran amigo Flerinardo en presencia de su hermana Rosiana, llamada á visitarle, conoció que la tal Rosiana era la que en la fenestra de Polibio habia visto, y no Isabela, como se pensaba, porque acaso, como hubiese amistad entre las dos doncellas, aquel dia se habian juntas recreado, [p. XIV] lo cual como á Selvago fuese dicho, con excesivo placer, porque abiertamente osaria amar á Isabela, de su tan grave enfermedad fué sano, donde poniendo en el negocio una vieja astuta, cuyo nombre era Dolosina, cumplieron enteramente sus deseos, siendo primero desposados por palabras de futuro, lo que de á poco, con licencia de sus padres, se puso por obra, pasando lo mesmo de Flerinardo con Rosiana. Pues estando el dia que las bodas se solenizaban con gran regocijo, vino un maestro de la Nueva España, que habia sido de Flerinardo, el cual declaró cómo el mesmo Flerinardo era hijo único de Polibio, padre tambien de Isabela, que de chico, con un tio suyo, en aquellas tierras se habia partido; con las quales nuevas, todos muy gozosos, quedando dos hermanos con dos hermanas juntos en matrimonio, se dará fin á la comedia.


[p. 1]

Adorno de principio de capítulo

CENA PRIMERA DEL PRIMER ACTO.

En que Flerinardo, noble caballero, siendo captivo del amor de Rosiana, illustre doncella, la qual en una fenestra vido, dexando cargo á un su siervo llamado Escalion para que se certificase de quién la dama fuese, él, en su posada, de su ventura gravemente se lamenta; donde acaso veniéndole á visitar un su gran amigo, cuyo nombre era Selvago, y sabida la causa de su pena, por evidentes razones y grandes exemplos de su propósito apartarle procura, lo que no pudiendo con él acabar, su favor le promete en el caso. Escalion viene diciendo ser la fenestra en que la doncella por su señor habie sido vista, del aposento de Isabela. Donde se sigue que pensando Flerinardo ser la mesma Isabela la que su corazon habia robado, más firme en su propósito, la procura servir, ordenando nuevas invenciones para poner en obra su deseo. Introdúcense:

FLERINARDO. — SELVAGO. — RISDEÑO. — ESCALION.

Flerinardo. Resuenen ya mis enormes y rabiosas querellas, rompiendo el velo del sufrimiento con que hasta hoy forzosamente [p. 2] han sido detenidas. Penetren los encumbrados cielos mis fuertes y congojosos clamores, forzando su fuerza sin ella por haber sido forzada con acaescimiento tan desastrado y fuerte. Maticen los delicados aires mis muchas y dolorosas lágrimas, de miserables y profundos sospiros esmaltadas. Descúbranse los furibundos alaridos, quebrantando los claustros y encerramientos que tanto tiempo han tenido, esparzan con su ligero ímpetu las delicadas exhalaciones de que el no domable corazon solie ser cercado. Apártese de mí todo contento, pues gloria sin ella, por haberla tenido, mis míseros sentidos han gozado. Dolor, angustia y pena procuren de hoy más mi compañía, quieran con querer lo que mi contraria ventura no queriendo quiso. Apercíbase mi pequeña fortaleza para tan horrenda batalla como comenzar quiere; descubra sus insignias y estandartes de clemencia, poniéndose los soldados de servicios en alarde de rompimiento. Resuenen los roncos atambores con querellosos zumbidos, los tiros mensajeros penetren con fuertes dislates los túrbidos vientos y municiones de majestad contraria; los ligeros dardos y tajantes espadas con desvíos consuman los míseros combatientes, inquira el fuerte caudillo del [p. 3] ingenio nuevas y exquisitas maneras de combates para que pueda venir en algun próspero suceso su fluctuoso partido. ¡Ay de mí, en quánto dolor y tormento el inhumano Cupido mi no subjetado corazon tan súbitamente pudo someter! ¡Oh amor, amor, cómo jamas creyera que tanta fuerza en forzar los no forzados alcançabas, perdiendo sin perder al no perdido para que del todo recuperar se pueda! ¡Ay de tí, Flerinardo, el más mísero de los míseros, sin que causa en tí se halle para que tal nombre te convenga! considera en qué estado tu contraria fortuna te ha traido despues de te haber libertado de muy muchos y grandes peligros, porque más agora, vuelta su rueda, su contrariedad en tu daño experimentases. ¡Oh, cómo mi tan amada libertad sin alguna se halla por haber sido tocada de la pestilencial ponzoña del inconstante Cupido, donde otra cosa no se espera suceder, sino que la vida junto con el ánima satisfagan al inviolable precepto de natura, si la causadora de tanto daño no pone la triaca saludable en la infistolada y encurable herida! Mas, ¡ay de mí! que primero las veloces influencias celestes dexarán su acostumbrado camino, que tal medicina en mi crecido mal sea aplicada, pues mi flaco meres [p. 4] cimiento, con el grande de mi seráfica dea, en ello no da lugar, por lo cual soy forzado á que mi vida, llena de contrarias miserias, en miserias miserablemente perezca; y áun si esto con brevedad fuese, no pequeña gloria se me seguiria porque mi mal de todo punto se acabase. ¡Oh Cupido, tirano y crudelísimo juez! pídote, pues soy impotente para tan crudo tormento como, sin te ofender, en mí pusiste, ó me dés manera como le pueda sustentar, ó del todo exagerando tu injusticia, consuma ya mi trabajosa y triste vida. ¡Oh cruda y desastrada suerte de amadores, que cresciendo cada dia más sus fatigas, las fuerzas para sustentallas se disminuyen, y el sentido para más sentillas se aumenta, y la muerte, por dar más pena, huye de la penosa vida! ¡Oh vida sin vida, pues viviendo paso vida de muerte! ¡Oh muerte sin muerte, pues muriendo no muere mi pena! ¡Oh pena sin pena, pues penando no pena mi dolor! ¡Oh dolor sin dolor, pues doliendo su dolor es descanso! ¡Oh descanso de mi pena, remedio de mi cuita, amparo de mi tribulacion, auxilio de mi desconsuelo, vida por quien la mia se conserva, deja ya de atormentar á quien delante tu clarífico aspeto misericordia postrado demanda!

Selvago. ¿Qué es esto, señor Flerinardo, [p. 5] que tan súbito mudamiento al presente en vuestra figura se muestra? ¿por ventura habeis sabido alguna desastrada nueva de vuestra patria, que tales extremos os fuerza á demostrar, ó sentisos fatigado con alguna enfermedad inopinada? Por Dios, señor, no me lo tengais más celado, que bien sé ser algun arduo caso nuevamente en vos acaescido, pues siendo tamaña vuestra amistad, áun no soy desto sabidor; pídoos, mi señor, en quanto puedo, que más con el anhelo del callar vuestras pasiones y penas, por vos no me sean escondidas, pues que os es manifiesto que siendo vos triste no puedo yo ser alegre, y que teniendo vos pena no tendré yo placer, y finalmente, que vuestro mal y bien (como en la verdadera amistad conviene) ha de ser por mí igualmente rescebido; aliende lo dicho, como el sabio declara, diciendo que en los amigos todas las cosas han de ser comunes, y pues por tales yo y vos nos tenemos, justo es que de vuestro dolor me deis parte, porque en ello, si pudiere ser, os dé el remedio más conveniente, con que vuestros afanes algun tanto se disminuyan.

Fler. Si fuerça en la mia hubiese para él alguna manera demostraros, señor Selvago, el grave dolor que mis sentidos ator [p. 6] menta, ni vos dello seríades ajeno, ni yo dexarie de rescebir soberano consuelo en manifestar mis cuitas á quien sé que por suyas las tendria; mas, ¡ay de mí! que no solamente para declarar mi pena me falta poder, mas áun yo mesmo (lo que más en la enfermedad ha de tener) la causa del todo ignoro, de que se sigue un tan grave detrimento en mi penosa fatiga, que la muerte, en todo mal fin y cabo, en el mio para mayor gloria deseo ya que viniese, donde con ella se podrie ganar lo que en la vida por tan perdido tengo.

Selv. Aunque vuestras oscuras razones se muestran tales á mi flaco entendimiento, no por eso dexo de conjeturar de qué pié, como dicen, os sentis, por causa de tantos y tan diversos circunloquios y rodeos como en vuestra plática habeis usado, lo que siempre se les dió á los hermanos de semejante cofradía, como en la que vos, á lo que veo, quereis entrar, pagando la luminaria de muchas y muy diversas pasiones adelantada; mas aunque esto así pase, no por eso dexeis de manifestarme si vuestro mal es de amor, porque de semejantes criados y familiares que vos en vuestro transfigurado rostro demostrais, este perverso señor suele siempre acompañarse.

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Fler. Quereros yo, señor, encubrir lo que vos tan fácilmente habeis entendido, poco ménos sería que locura; por tanto habeis de saber que ruando yo este dia, despues de vísperas, por la ciudad, la fortuna que lo ordenó, mis hados que lo quisieron, y mis ojos que fueron la causa, vi en una fenestra una dama de tanto valor y hermosura, que ni las pasadas la igualaron, ni las presentes la llegan, ni áun las por venir la podrán en alguna cosa hacer ventaja. Pues yo de tal vision espantado, no ménos fuera de mí que los tocados de Circes, ó los que tocaron sus labrios en el rio Lecteo, viéndome en otro mundo, nuevas costumbres y nueva manera de vivir desde entónces en mí se ha hallado; de que mi mísero espíritu de tal manera se siente afligido, que la vida tiene por muerte, y la muerte le sería dichosa vida.

Selv. De gana, señor Flerinardo, si no sintiese que os daba pena de la vuestra, me reiria viendo la noble condicion que teneis y soberano valor, puesto en una tamaña vanidad como en la que poneros quereis ó del todo estais metido; verdaderamente no pudiera pensar que así vuestro buen entendimiento y templado juicio tan de presto perdiésedes en os dar, las manos [p. 8] atadas y tan de ligero, á este valiente robador, cuyo engañoso poderío los vanos sentidos de los simples y soeces hombres de contino señorear procura, dándoles en el fin aquel galardon que su locura tiene merecido. Por vuestra fe, señor, mirá bien lo que hacés; no querais así someteros, de señor, á ser por vuestra voluntad siervo y muy abatido. Considerad los daños y desventuras que desde el principio del mundo hasta en nuestros tiempos ha cimentado, engañando con su apacible cara y fingidos regalos y caricias los que en alguna manera á su voluntad halla conformes. Si bien considerais, todos los que han escripto, veréis que por un sendero los más contra éste sus obras enderezan, contando los desastrosos acaescimientos que por él fueron urdidos y cimentados. Homero, el principal de los griegos escriptores y poetas, aunque en el proseguir de su historia muy ajeno, por eso no dexa de le dar sus toques, demostrando por su Ulixea la engañosa vida y costumbres de la luxuriosa Circes. Tambien Maron, entre los latinos poetas fénix único, todo el quarto libro de su Eneida en decir sus inicuos hechos ocupó; lo mesmo de Ovidio en su Metamorfoseos pareciendo. Salomon le llama pestilencia y lazo en que [p. 9] los ánimos ociosos como en liga se prenden. Tulio dice que ciega los ojos del entendimiento y causa en el cuerpo senetud sin tiempo, ansimesmo que de todos deben ser aborrecidos los que del todo se le dan. El divino Platon dice que torna locos y sin sentido á los en quien mora. Valerio Máximo le baptiza por raíz y principio de todos los males. Petrarca con diversos contrarios le blasona, diciendo ser un fuego intrínseco, una herida deleitosa, un sabroso veneno, una deleitable dolencia, que causa suave y dulce muerte. Hablando en lo mismo un autor de nuestros tiempos, dice que los enamorados impúdicos, como leprosos, deben ser excluidos de todo poblado y conversacion humana, queriendo demostrar ser el amor deshonesto una lepra, que no solamente á sus señores destruye, mas áun á sus familiares y alegados inficiona. Pues si los males que por él de hecho han sido tramados de palabra los quisiese demostrar, ántes el tiempo que la materia tendria fin determinado; mas aunque esto ansí sea, no dexaré de particularizar algunos para más vuestro propósito confundir y mi razon aprobar. Digo, pues, que las mayores guerras que en el mundo fueron ni serán, si á los autores creemos, que fueron las de [p. 10] los griegos y troyanos, por este sacrílego fueron cimentadas, donde tanta gente ilustre pereció, quanta el mundo hasta entónces habia criado. No fueron, empero, menores las que los romanos y sabinos en uno truxeron, donde por este cruel, hermano con hermano y padre con hijo atrozmente se mataban. Pues si queremos decir lo que en nuestra España, por intercesion de la Cava, discípula de este cruel malvado, pasó, bien creo yo que no faltaria qué, si las grandes y mortales llagas que de ello áun tenemos, del todo siendo guarecidas, en ello nos diesen lugar. En personas particulares es cosa espantosa de ver los daños que hasta hoy tiene hechos, pues David por él ofendió á Dios, á quien tanto amaba, tan gravemente, haciendo matar al inocente capitan suyo Urías. Salomon por él, pues, fué idólatra. Su hermano Amon por su causa murió muy desastradamente. Lo mesmo fué del fortísimo Sanson. El padre de Oréstes por él fué privado de la vida á manos de su mujer Clitenestra. Tolomeo, rey de Siria, por su causa recibió otra semejante pena que Agamenon. Por éste el famoso reino de Persia perdió el renombre de invencible, que por largos tiempos habia adquirido, siendo sucesor Sardanapalo, el cual perdió la [p. 11] dignidad de rey en traje femenino. Medea y Prógnes por él mataron á sus hijos. Semíramis, habiendo en hábito de varon regido á la gran Babilonia, por ella edificada, grande tiempo con mucho saber, el mesmo dia que tal vestido dexó, ganó para sí la muerte, dada por su hijo, á quien ella en mala parte amaba. Aníbal dexó de señorear la gran ciudad de Roma por él. Xérxes, á quien los vientos con las mares temian, por viciarse en este pecado perdió su reino y señorío. Por causa de éste se han cometido muy malos y nefandos pecados, como fué el de Passipha con el toro; Pigmalion, con una estatua de piedra; Cratis, pastor, con una cabra, donde por esta causa por un cabron de mala muerte fué muerto; Estello, con una yegua; Aristeo, con una asna; Calígula y Commodo, siendo emperadores romanos en un dia nascidos, pecaron gravemente con dos hermanas carnales suyas; tambien Hemon con Rodope, su propia hija; Thereo, rey de Tracia, con su cuñada Filomena; Thicthes, con Europa, mujer de su mesmo hermano; Sother, rey de Sicia, con su madrastra Stratonice; Ayax Oileo, con la profetisa Casandra; Dionisio el tirano, con las vírgenes Locrenses. Por éste, Tarquino el superbo, no tan solamente fué [p. 12] homicida, mas la muy hermosa y casta Lucrecia se dió con sus propias manos la cruel muerte, y por esta causa él, con todos los más de su linaje, fué afrentosamente de su reino y estado desterrado. Por éste, nuestro leal enamorado Macías miserablemente fué muerto. Por el mesmo, Dante y Petrarca, muy famosísimos y discretos toscanos, tambien padecieron mil cuitas y mortales deseos. Y finalmente, por esta pestilencial ponzoña, la más que matrona romana doña María Coronel, con un tizon de fuego, por no faltar la fe á su D. Alonso, cruelmente se mató. ¡Oh pues! ¿quién será tan de poco juicio, que así de su voluntad se ponga á padecer semejantes afanes como este tirano de contino á sus súbditos ofrece? Mirad, pues, señor Flerinardo, no tan solamente lo que he dicho, mas lo que pudiera decir, y veréis muy á la clara quánto mal será para vos poneros en mar, donde la salida es incierta y los peligros muy ciertos. Juicio tenés no tal que el mio haya menester; mirad con ojos de lince lo que de aquí habeis de sacar, y no solamente seguiréis mi parecer, mas á vos libraréis de muy cierto peligro y rigurosa muerte.

Fler. Por verdad, señor Selvago, que nunca hallé aquel dicho del cómico tan [p. 13] verdadero como al presente tengo en vos experimentado, que dice que fácilmente cuando estamos sanos y fuertes damos saludables consejos al doliente. Cierto si vos fuésedes herido con la hierba que yo estoy emponzoñado, de otra manera mudaríades vuestra plática; mas empero, porque no penseis que contra todo derecho servimos este poderoso señor, por vuestros mesmos exemplos probaré ser sus hechos rectos y justos. Decis primeramente que los griegos y troyanos, por el robo de Elena, tuvieron entre sí tantas batallas; digo que por ello deben mucho á la mesma Elena, pues fué causa á que sus famosos hechos en memoria hasta la fin del mundo quedasen, lo que de otra manera, pasando aquellos fortísimos capitanes su siglo en paz, de ninguna gloria fueran dignos; eso mesmo sus hechos y memorias perecieran con sus vidas, lo que es muy al contrario. Decis que los sabinos y romanos tuvieron ansimesmo entre sí grandes batallas; si bien mirais en ello, más fué por el robo que los siervos de Rómulo cometieron, que por causa de Cupido; y si dixésedes que lo uno se siguió de lo otro, digo que si por las doncellas y matronas que los romanos tomaron, se cimentó batalla en los que siempre habian sido enemigos, por [p. 14] ellas mismas se ordenó la paz, siendo dende en adelante buenos amigos y juntados en un pueblo, lo que Rómulo con buenas razones ni grandes poderes jamas habia podido acabar. A lo que replicais de la destruycion de España, revolved los historiadores y verés si todos se concuerdan en que lo tal subcedió por los pecados de los mesmos españoles, y no tanto por lo que la Cava cometió. Decis que David fué adúltero homicida; mirad lo que dello se siguió, que fué su mucha contricion, por donde fué perdonado, quedando por muy puro amigo de Dios, que tanto como entónces nunca se habia demostrado; siguióse tambien dello el nascimiento de aquel, que sabio de sabios fué llamado, que fué el grande y sapientísimo rey Salomon. Por consiguiente, todos vuestros exemplos podrie volverlos en contra vuestra opinion, sino por evitar fastidio se dexára, demostrándoos brevemente los muchos y soberanos provechos que del amor se siguen á los que con fidelidad servir le procuran. Lo primero es que el amor engendra en él forma ó cuerpo humano, noble y cortés condicion, suave y dulce policía, mucha afabilidad en los poderosos, mediana estimacion en los no tales, grande curiosidad en todas sus cosas, convenible [p. 15] estimacion y gravedad en sus tratos, vida pura y limpia de toda mácula, deseo de ser sabios y virtuosos, grande aborrecimiento de cualquiera liviandad, templada medida en sus pasatiempos, gran recato en lo que mano ponen, mucha habilidad en cualquier cosa, voluntad entera de servir á Dios, tanto por lo que les conviene, cuanto porque digan delante de quien aman bien dellos, de donde se sigue la pureza del ánima, que es guía de la verdadera beatitud. Allende desto, al que es torpe le vuelve avisado, al tosco polido, al superbo humilde, al presuntuoso afable, al avaro liberal, al luxurioso casto, al gloton templado, y finalmente, al amador de todos los vicios le torna siervo de todas las virtudes. Éste hace que los reyes, uno con otro, tengan paces; pacifica esto mismo los reinos, engrandece los linajes, hace nobles á muchos, convierte dos almas y cuerpos en uno, aplaca los robustos, vence los fuertes, doma los superbos, al cobarde da osadía, al temeroso esfuerzo, al inconstante firmeza; entre los reyes reina, entre los caballeros señorea, entre los cibdadanos manda, y entre cualquier otra gente es por señor tenido. De todos es amado, de todos acatado, de todos querido, de todos, finalmente, por señor tenido. Mirad pues, [p. 16] señor, qué es lo que de él siento en lo poco que le he servido, y conocerés qué podrá dél manifestar el que largo tiempo le contrató. Una cosa sola os quiero decir, y es que más querria morir con amor que vivir sin él, porque así la muerte sería dichosa, y por el contrario, la vida del todo desventurada. Y por tanto, pues claro habeis visto cómo tan bien he demostrado mi intencion, y sabeis ser lo que digo verdad, pídoos, por el amistad firme que entre nosotros está, que más mal no digais del amor en mi presencia, porque no será en mí sufrirlo; solamente, si mi vida quereis, me dad algun medio para que la amorosa pasion que me atormenta, del todo no me consuma, disminuyendo la pena á mi trabajosa vida.

Selv. Por verdad que no me faltaban evidentes razones para del todo confundir las vuestras si no mirase vuestro expreso mandamiento, y que todavía, si vos razonais en favor del amor casto y honesto, no tengo yo por qué vituperalle, por ser en sí loable y bueno. Mas, si esto es así, no sé cómo pedís remedio á vuestra pena, puniéndola tal nombre, salvo si es alguno de los que vuestro maestro Ovidio y otros tales han instituido; en lo cual, porque creais que en [p. 17] todo hago vuestro ruego, no dexaré de señalar algunos á vuestra pasion más convenibles; es pues uno de ellos, que todo amador debe, como capital enemigo, huir la ociosidad, poniéndose en arduos y grandes negocios, con que poco á poco pierdan la memoria de lo que aman. Asimismo leer libros sanctos y buenos, darse á los estudios, usar la caça, ya con canes, ya con volatería, porque estando el cuerpo cansado el dia en semejantes cosas, la noche en dormir gastará sin de más tener memoria. Tambien dicen ser cosa provechosa partirse á otras tierras, desviarse de su vista en quanto ser pueda, pues vemos claramente por experiencia, que miéntras más léxos se hallan del fuego, más seguridad se tiene dél. Tambien es provechoso abstenerse del vino y manjares espléndidos, macerando el cuerpo con ayunos y abstinencias, con que mucho se refrena y resiste la luxuria. Eso mismo, quando se sintieron muy penados, deben de tomar pláticas con otras mujeres, mas no de tal manera que por huir de un peligro caigan en otro mayor. Deben tambien procurar de despedir de sí todas las señales de enamorado, porque de lo fingido suelen venir á lo verdadero. Dicen tambien ser cosa provechosa no estar mucho tiempo emplea [p. 18] dos en un cabo, porque el árbol de dos dias puesto, más fácil se destruye que el de muchos años. Debe tambien el que desea ser libre de esta pasion desechar de sí á los tales como él que cumplieron sus deseos. Asimismo deben huir la compañía do hay copia de mujeres, y sobre todo no las ver bailar ó tañer, porque entónces tienen la propiedad del basilisco; despues, si acaso la dexáre, debe no tener memoria de los pasatiempos y placeres que con ella tuvo, que es cierto la recaida peor que la caida. Dice despues desto el mismo Ovidio, alguno dirá estos preceptos ser duros y no de sufrir, pero ha de mirar que ninguna cosa grande costó poco, y que quien algo quiere, algo ha de hacer; porque muchas veces vemos al enfermo tomar cosas muy agras y malas, y que lo que pide no se lo dan, y que le constriñen á que tome lo que no querria por ventura ver, y todo lo sufre por ser sano; por lo mismo consiente barrenar su cuerpo con hierros abrasados y otras cosas semejantes. Otro remedio cuenta para el amor el magnífico caballero Pero Mexía en su Silva , con el cual sanó Faustina, mujer de Marco Aurelio; la cual, como excesivamente amase á un esgrimidor de los que hacian los regocijos públicos, y viéndose en [p. 19] peligro de muerte, por esta causa los médicos mandaron matar y quemar al esgrimidor, y los polvos bebidos en vino por Faustina, fué libre de su amor inhonesto; él mismo da otro remedio, á mi ver el más provechoso que se puede hallar, el qual es que quando uno está de amor muy penado, que le casen y junten con quien ama y ansí será libre. Vos, mi buen señor, mirad si alguno destos os hacen al caso, y luégo por obra se ponga: catad que con la brevedad podria haber remedio en lo que de otra manera sería escusado. Asimismo os suplico que me digais qué sentís de mis palabras, y si os he con ellas dado la pena que en mi porfía verdadera poco há recebistes.

Fler. Son tan diversas vuestras razones, señor Selvago, que bien en ellas se muestra lo mucho que de mi propósito estais ajeno, porque si muy bien mis palabras entendiérades el trabaxo que con tan larga plática habeis rescebido, fuera escusado; mas porque del todo no creais que habeis dado palabras al viento, sabed que el remedio postrimero que señalastes, ó la muerte, lo puede ser de mi pena, que en lo demas no os pido yo cómo del amor fuese apartado, que, como otra vez he dicho, tendrie por mejor la muerte, sino manera al [p. 20] guna para en él largo tiempo permanecer.

Selv. Tampoco yo quiero que penseis, señor Flerinardo, que por falta de inteligencia repliqué no á vuestro propósito, porque sabed que todavía por veros fuera de semejante pena (aunque más gloria por vos sea llamada), os truxe á la memoria la doctrina de Nason, deseando que, siendo de vos seguida, saliésedes de la tenebregura y oscuridad en que puesto estais, porque claramente pudiésedes ver la diferencia, que de mis buenos consejos á vuestras escusas no justas se señala. Mas, pues tan duro y tenaz en vuestro propósito os mostrais, y veo ser por demas la citola en el molino si el molinero es sordo, no con poca pena habré de seguir vuestra voluntad, poniendo por obra vuestro querer. Una cosa os pido eficazmente, que me señalés quién ansí fué bastante tan repentinamente á subjetar vuestro corazon nunca domado, para del todo ver si la tal pena con razon sustentais.

Fler. Pláceme, señor, en que os he convencido á lo que tanto deseaba, y por el auxilio que me prometeis, os doy soberanas gracias, quedando en deuda para quando en semejante negocio esteis puesto.

Selv. En otra cosa me lo podeis pagar si algo fuere, que en eso á buen seguro estoy [p. 21] de no os haber menester. Y porque veais en qué lo estimo, os prometo que tomarie quantos juros y rentas me trujesen pagados á cien mil el millar para quando fueseis enamorado y yo fiador, que no se cumpliese tan presto el término como el del otro que mercó el sayo de seda en Granada por gran precio, pagando un real por cada azotado que sacase la justicia hasta que la postura se cumpliese. Mas dexado agora esto, decidme ya, si querés, quién la señora sea, que lo deseo en estremo saber.

Fler. Primero os quiero traer á la memoria una historia antigua para que más asegurado satisfaga á vuestra peticion. Sabed, pues, que, como recita Bocacio y ántes dél Valerio, Candaulo, rey de los lidos, demostrando su mujer, que muy hermosa dama era, á un gran amigo suyo llamado Gigés por habérselo rogado mucho, vino que aquel Gigés, muy enamorado de su hermosura, buscó manera para cumplir sus deseos, y viendo ser imposible en vida del Rey, le mató alevosamente, y siendo él poderoso señor, alcanzó lo que tanto deseaba juntamente con el reino. Bien veo ser esto para con vos escusado, mas, porque es de sabios prevenir con tiempo á lo que acaescer puede, lo digo. La señora que de sola su vista me captivó, [p. 22] sabed que quién sea áun yo lo ignoro por causa que lugar para sabello me faltó; mas di el cuidado desto á mi criado Escalion, que acaso comigo entónces, como suelo, lo llevaba, y como él sea un hombre que en este caso ó para una quistion, en el reino dubdo que se halle otro tal, muy confiado en su buena industria, por no dar causa de sospecha á los que pasasen, á mi posada me vine, dexándole á él allá, donde no ha vuelto.

Selv. Pues así es, envia un paje á saber en qué se detiene, y sea Risdeño mi enano, que muy entendido en cualquier cosa le hallo.

Fler. Muy bien me parece; hacedle venir aquí.

Selv. Risdeño, Risdeño.

Risdeño. Señor.

Selv. Mira dó te manda que vayas el señor Flerinardo.

Risd. ¿Es para matar á álguien, por ventura? sea, que mi buena disposicion á más que eso me convida.

Fler. Vén acá, amigo Risdeño; tú has de ir por el monesterio de la Trinidad y adelante, á do este dia estuvo el que volteó en la maroma, mira acaso si ves á mi criado Escalion por allí, y dirásle que mucho espacio es el suyo para en la priesa que estoy puesto.

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Risd. No más, señor, que yo se lo diré, y si fuese necesario le daré una fraterna; que sin dubda en algun bodegon con alguna dama quintañona se debe haber detenido, como suele.

Fler. Anda, que no es de los que piensas; mas escusado es, que ves, allí viene.

Risd. ¡Oh hi de puta, y qué color trae el gentil odre; parece que entró á matar el fuego de Sant Francisco, segun viene de sudando y tiznado! ¿Qué es esto, Escalion? ¿habeis andado á moxinetes y más ruin sois vos con alguna legion de sartenes ó calderas, que por cierto que pareceis poco ménos que moharrache con vuestra cara de membrillo asado en horno de pastelero?

Escalion. Ea, peonzuelo de axedres, calla, que por el terrible baladro de Merlin hé de os dar un puntapié por esos vientos, que cuando acordeis á caer no valga el real de á cuatro en el reino.

Selv. Tente, Escalion, ¿no ves que es mi criado?

Esc. ¡Oh pesar de la gruta de Hércules! ¿y no mirais las afrentas que en la cara me ha dicho el ratoncillo de monja, que juro por el acerado mazafrusto de Sócrates, por ménos que esto suelo yo poblar un nuevo ciminterio, y dar un mes qué ha [p. 24] cer á todos los clérigos de un arzobispado?

Fler. No haya más, Escalion, que bien se ve lo que tú vales; mas dime, yo te ruego, lo que concluido dexas, y si conociste á la causadora de mi pena.

Esc. ¡Oh pesar de las que en la cara tengo y tal decis! pues ¿era yo por ventura algun niño, que una no nada que me mandábades, no habia de cumplir? Sabed que supe quién eran sus padres y cómo la doncella se llama, y antejuro por la fantasma de la reorpada de una su familiar, que no poco obligada á mi servicio queda.

Fler. Dime ya ¡oh! por tu fe, mi buen amigo Escalion, lo que tanto deseo, en dos palabras; no uses de tantas circunferencias con quien la soga en la garganta la nueva está esperando.

Esc. Pues así lo quieres, así sea: sabrás que como de tí me aparté, yo me lancé en su posada de un vuelo, y sin haber quien cuenta me pidiese, yo me voy en la cocina, donde aguardando tiempo, detras de una artesa un rato estuve escondido.

Risd. ¡Oh, cómo miente el panfarronazo; y aquí el quarto viene todo tiznado, y dice que estuvo tras una artesa!

Esc. Landrezuela, ¿áun no querés callar? ¿qué estais murmurando entre dientes?

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Fler. Déxale, hermano: prosigue en tu plática.

Esc. Pues sabréis, señor, que no mucho despues que allí entré, vino á la cocina una dueña honrada, con quien yo otro tiempo tuve conocimiento, que, como yo la vi, salgo á raso, donde despues de muchas pláticas la pregunto quién allí vivie, y quién era una hermosa doncella que á la fenestra que salie á la plazuela habrie una hora estaba en ella puesta; entónces con muy buena voluntad me respondió que la casa era de Polibio.

Selv. Ya, ya, ya, no más, por vida de todo el mundo, señor Flerinardo, que sois enamorado de Isabela, hija del mismo Polibio, que mi hermana Rosiana muchas veces me ha dicho que es la más gentil dama de este pueblo, con quien ella tiene mucha conversacion y amistad.

Esc. Voto á rus, bien se ha ordenado, que juro á mi vida sólo pude saber que vive allí Polibio, y lo demas era compuesto.

Fler. ¿Qué es lo que estás diciendo contigo, Escalion?

Esc. Digo, señor, que así es como el señor Selvago dice.

Selv. Pues más os hago saber que tiene muy gran patrimonio para ella, que otro [p. 26] hermano que tiene de muy niño con un tio suyo que le prohijó fué en unas naos á cierta provincia de la Nueva España, donde iba por Gobernador, y nunca del uno ni del otro hasta hoy se supo; mas de su mucho recogimiento, os hago saber que, segun de mi hermana sé, es muy grande, por lo qual este negocio pongo en grandísima dubda.

Fler. ¡Oh alto y poderoso Dios, cómo son grandes tus maravillas! que yo deseaba en estremo esta nueva, pensando que algun descanso en mi afligido corazon pondria, y á lo que veo ha ser para mi mayor tormento, sabiendo del soberano valor de mi seráfica dea, de mucha castidad adornado, y mi baxo merecimiento de inmensas pasiones esmaltado: ¡ay de mí sin mí! pues lo soy de quien teniéndome en sí convertido, memoria de mí ninguna tiene, ni en mí poder se halla, por su crescido merescimiento, para que mi trabajosa fatiga manifestada le sea.

Risd. Señor Flerinardo, por el amor que mi señor os tiene haré por vos lo que por otro que él no hiciera, esto es, que yo voy algunas veces con recaudos de mi señora Rosiana para ella, yo os manifestaré la primera vez que haga este camino, y podréis comigo envialla á decir vuestro propósito, [p. 27] que yo me profiero, atento á lo ya dicho, de por obra ponello, y esto ha de ser con que hagais á Escalion alguna afrenta ó le nalgueis bien, porque me quiso denántes tragar, y me llamó peon de axedres, raton de monja y otras mil sabandijas; sino de otra manera será escusado.

Selv. Juro de verdad que mi Risdeño ha dado el mejor camino que en esto puede haber; no resta sino que así se determine, que yo seré en que presto se haga.

Fler. Tan usado soy toda mi vida á sufrir desventuras, que dubdo si soy yo á quien tanto bien se le concede; á vos, señor Selvago, doy las gracias por las mercedes que sin yo merecello de contino me haceis, y á tí, hermano Risdeño, prometo que de mí no vayas descontento.

Risd. No quiero otra cosa sino lo que he dicho.

Selv. Por mi fe, Risdeño, que la afrenta que le harán ha de ser hacelle amigo tuyo.

Risd. Amigo sea él de Barrabás, que mio no por agora.

Selv. Cierto que lo has de hacer.

Fler. Ea, Risdeño, haced lo que vuestro señor os manda y yo mucho os ruego.

Risd. Agora, pues todos me lo rogais, [p. 28] sea, con tal condicion que me pida perdon de lo pasado.

Fler. Cumple con él, Escalion, por tu fe, que bien sabes lo que en ello me va.

Esc. Áun él piensa que lo tiene todo acabado.

Fler. Dexa eso, haz lo que te digo, que ninguna honra pierdes.

Esc. Quiero pues: señor Risdeño, yo os pido perdon de las descortesías que os dixe.

Risd. Levantaos, hijo, Dios os dexe lograr.

Esc. Hi, hi, hi, gracioso está por mi vida, y la mano me da que le bese; quita, Risdeño, que eso no quedó en la postura.

Risd. Anda, que bien la puedes besar, que una vez llevé el acetre al cura quando un domingo echaba agua bendita, y áun os promete que esta mano os vengue de quien os enojáre.

Selv. ¿Estás ya contento, Risdeño?

Risd. Sí, y muy pagado.

Selv. Alto pues, bien será que yo me vaya á mi posada, que se hace hora de acostar; por la mañana nos juntarémos en la iglesia, señor Flerinardo, y darémos una vuelta cabalgando por esa calle, que gran deseo tengo de á vuestra señora ver, por las nuevas que della tengo.

[p. 29]

Fler. Si poder para salir fuera tuviere, así se hará.

Selv. Haceos al trabajo, que no es tiempo de regalo, y á Dios quedeis.

Fler. Con él vais, mi señor.

Risd. ¿No me hablais, amigo Escalion, que me voy?

Esc. San Cristóbal os acompañe, gentil hombre.

Risd. El pajecito de Sant Bartolomé con vos quede.


[p. 30]

CENA SEGUNDA DEL PRIMER ACTO.

En que Velmonte, criado de Flerinardo, dice á Escalion, compañero suyo y gran panfarron, que le acompañe esa noche en un concierto que con una moza tinie, donde no pudiendo con razones excusarse, acuerdan los dos de llevar en su compañía tres criados de Selvago. Lo que así acordado, habiendo dado algunas músicas, y topado un alguacil que los puso en alboroto, á sus posadas tornan á dormir. Introdúcense:

VELMONTE. — ESCALION. — SAGREDO. — RUBINO. — CARDUEL. — RISDEÑO. — ALPINA. — ALGUACIL. — MOZA.

Velmonte. Haréisme merced, señor Escalion, por otra tal, que me guardeis el cuerpo esta noche, porque tengo de hablar á cierta moza; que ya sabeis que obras son veces, y que qual por mí tal por tí, y que aunque uno sea rey, á veces ha menester á un rústico labrador; dígolo porque, aunque yo para con vos sea muy poco, algun dia me habréis menester. Y tambien, si teneis memoria, habréis oido decir que la una mano lava la otra, y las dos al rostro, lo cual significa que los que de una comunidad son, en el tiempo necesario se han de favorecer.

[p. 31]

Escalion. ¡Oh señor Velmonte, y qué mal viaje sería el nuestro de esa manera! No esteis en que más seguro iréis solo que en mi compañía, que yo juro por la metafísica de Aristótiles, el menor de toda la ciudad no sabria mi salida quando en el camino nos pusiesen treinta celadas de parientes y amigos de hombres que yo he privado de la vida; pues viéndose mi vigoroso brazo en tal aprieto, ¿qué ha de hacer sino despedazar dos ó tres docenas dellos, de do se siga alguna revuelta, que fuera mejor habernos estado en casa? De mí, que diga que no, todavía me pesa enviar tantas ánimas de fieles al purgatorio: demas desto, mi confesor otra cosa no me encarga sino que tenga conciencia de los huérfanos y viudas que por mi causa padecen gran laceria en toda Europa.

Velm. Para eso buen remedio: no se dé quenta de nuestra salida, y así no habrá lugar lo que decis.

Esc. ¡Oh qué donoso caso! Por el santo martilojo de peapá, el diablo se trasformaria en alguna persona y lo manifestaria, quando otro faltase, por el provecho que dello le podrie venir. Mas mejor será, pues todavía estais en que hagamos este camino, que fuésemos sin espadas, porque no haya, aun [p. 32] que se ofrezca, causa en algun rompimiento.

Velm. Tan de culpar es por cierto dar cinco de corto como de muy largo, que desa manera en manifiesto peligro nos pondriamos, especialmente en semejante negocio; de mi parte os digo que mi espada de noche me es buena compañera, la qual en ningun tiempo dexaré.

Esc. Pues que así os parece, hágase otra cosa que se me representa acertada, la qual es que nos vamos por la posada de Selvago, y llevarémos los dos criados con Carduel, su paje, que llevando su guitarra, miéntras vos hablais con la dama, no sonará mal un chistecico de aquel rapaz, que, segun he sabido, canta maravillosamente.

Velm. ¿Pues y los dos criados á qué han de ir allá, que es dañoso tanta gente en tal caso?

Esc. Andá, que todos somos amigos, y miéntras más moros más ganancia, quanto más que serán menester para que me tengan á que no haga tajadas á todos los que pasaren, que vos y el paje érades poco para mis grandes fuerzas.

Velm. No me medre Dios si éste no es un gran panfarron cobarde, que porque no le asienten el guante, si tiene algun enemigo, pone tantas escusas.

[p. 33]

Esc. ¿Qué dices, Velmonte, que no te entiendo?

Velm. Digo que sea como te parece.

Esc. Alto, pues, vamos luégo.

Velm. Pues toma tu espada, y mira si quieres una rodela, que allí están dos.

Esc. No quiero sino el espada, que ella y la capa harán lo que convenga.

Velm. Alto, pues, sin detenernos vamos fuera.

Esc. Con pié derecho, que el corazon me da que tengo de rebanar alguno ántes que á la posada vuelva.

Velm. Por aquí, por San Cristóbal, echemos, que es el mejor camino.

Esc. Sea por do quisiéredes; mas, decid, ¿quién son los que están á la puerta?

Velm. Vuelve, vuelve, no huygas, Escalion, que no es sino Risdeño el enano, que toma aire á la puerta.

Esc. ¡Oh pesar del terrible Nembroth, que así has de afrentar la persona, como si fuese quien quiera, diciendo que huyese! Va la persona á ponerse á la calleja por asegurar sus espaldas pensando que tiene los enemigos á ojo, y ultrájasme dese modo.

Velm. Perdóname, que pensé que por otra causa lo hicieses.

Esc. Bueno está el pensé, por vida de [p. 34] mi agüela la tuerta; pues dime agora, ¿por un pensamiento que tenga has de lastimar la honra de un hombre como yo? reniego de los huesos de Brumandilon, mi padre, si una cuchillada en la cara no sufriera mejor que tal ultraje; cómo, ¿y hombre soy yo que tengo de huir?

Velm. Acaba ya, que pues te pido perdon y conozco mi yerro, no soy á más obligado; mira que ya vienen aquí los criados de Selvago, Rubino y Sagredo, que nos deben haber conoscido; no se les diga lo pasado, que sé que me culparán, porque te conocen bien.

Esc. Destos he yo menester, que de presto los torno bobos haciendo del cobarde esforzado.

Rubino. ¡Oh, señores, qué buena venida es ésta á tal hora!

Esc. El señor Velmonte nos ha menester á todos esta noche, y á Carduel con su guitarra, que todavía nos darémos una buena holgadura.

Sagredo. Alto, voto á Mares, que yo llevaré tambien mi ruiseñor, que no sonará mal con la guitarra.

Esc. Pues haced llamar al paje.

Sagr. Veisle aquí do viene con Risdeño, que él nos entró á decir cómo veníades.

[p. 35]

Risd. ¡Oh mi amigo Escalion! no quiero perder un abrazo.

Esc. Eso como mandéredes, que yo soy el que gano.

Risd. Ántes estais en eso engañado, que porque abaxándoos me hiciésedes acatamiento os abracé.

Esc. Aunque eso sea, soy á más obligado; mas decidme, señor Risdeño, ¿quereis ir á dar una vuelta por la ciudad en la compañía?

Risd. ¿Y si llama Selvago entre tanto?

Carduel. De eso bien seguro que ántes del alba será la vuelta.

Risd. Sea pues, que, en fin, por llevar con vosotros á quien os defienda de quien os enojáre, me habeis sacado de mis casillas.

Velm. Pues, señor Carduel, ¿está buena la guitarra?

Card. De verdad que hoy la encordé, porque tenía pensado de ir á dar una gateada al alba en cierto cabo; empero, pues viene á cuenta, no sabrá mal en el primer sueño.

Risd. ¿Cómo, Carduel? ¿eres por ventura enamorado?

Card. Sí, por cierto, que no lo negaré, y áun en cabo que me siento por muy dichoso.

[p. 36]

Risd. Ya, triste de vos, padre, ¿no considerais el caso? á quien no pusimos vida va con chapines á misa. Pues dime, ¿qué ves en el mundo, que te cuentas por enamorado?

Card. ¿Qué tengo de ver? ¿Soy algun enano como vos para no sello?

Risd. Ya duelos le dé Dios al camaron de alberca; decí, ¿no os parece que cual soy tengo mejor disposicion para serlo que vos, que áun no sois, como dicen, fuera del cascaron?

Card. Si por cierto, y áun para chirriar de una jaula como tordo.

Risd. ¿Pasais por esto? ¿No veis qué dice? al fin fin que tantas á Pedro como á tu amo, cada ruin zapato há lazo; pues no medre yo si á mi señor no lo dixere cómo ya andais emputecidillo.

Card. Señor Escalion, ruégale por tu salud que no se lo diga, que dirá al mayordomo que me azote.

Esc. Señor Risdeño, por mi vida, que no lo has de decir.

Risd. No me lo ruegues, señor, que aquel rapacillo no se ha de igualar con un hombre barbado como yo.

Velm. Por mi fe, que lo has de callar, porque te lo ruego yo.

Risd. Ora si él me pide perdon de rodi [p. 37] llas y me besa la mano, soy contento; si no, bien será escusado.

Esc. Hazlo, señor Carduel, que por vida de mi amiga, otro tanto me pasó á mí este dia con él por mandado de mi señor Flerinardo.

Card. Alto, que sí haré.

Risd. Pues con mucha contriccion.

Card. Señor Risdeño, yo os pido que me perdoneis si de mis palabras recebis enojo.

Risd. Alto, que yo os perdono; levantaos, hijo.

Esc. Hi, hi, hi, pese á la puta que me parió, señor Risdeño, qué gracioso eres; sús, alto, vamos de aquí, que las doce han dado.

Velm. Ea tú, señor Carduel, toca la guitarra, veamos en qué mundo vivimos.

Esc. Por el dorado vellocino de la Reina de Nápoles que va divino, y áun el ruiseñor no suena mal. Por vida de tus amores, señor Carduel, que digas una coplita de las que sueles.

Card. De tal manera me conjurastes, que me conviene hacello.

Esc. Sea, pues aquí no será en vano, que una mochacha me suele mirar quando de dia paso por aquí, y no de mal ojo.

[p. 38]

Card. Callad pues:

Ojos garzos há la niña,

¿Quién se los enamoraria?

Es tan linda y tan hermosa

La niña con su mirar,

Que causa pena rabiosa;

Sólo por la contemplar,

A todos quiere matar

Con sus ojos de alegría

¿Quién se los enamoraria?

Esc. Por la temerosa figura de la serpiente Hidra, con mayor gracia y más al propósito no vi cosa decir en toda mi vida; dome á Dios, Carduel, si mujer me hallára, si por tí yo no perdiera oyendo las gargantas que tu tan deleitosa voz levanta, matizadas con la bien ordenada música cordial que tus dedos componen.

Risd. Agora digo que con razon eres enamorado, Carduel.

Card. ¿Qué os parece, señor Risdeño? pues sabed que ello y yo estamos prestos á lo que os cumpliere.

Velm. Aquí es el lugar; bien podeis, señor Carduel, cantar alguna cosita buena.

Card. Luégo se hará, habiendo conocido bien la estancia; ¡ay si nos oyen, con paciencia, no nos envien por colacion algunas lágrimas de Moysen ú sopas de arroyo!

[p. 39]

Velm. Señor Escalion, allegaos un poco más comigo, por merced.

Esc. El señor Rubino irá, que quiero gozar de la música.

Velm. No hace al caso, quédense los dos, que si algo fuere menester, cerca es; un silbo lo puede hacer todo.

Esc. Sea como mandáredes.

Velm. De verdad, que bien digo yo que de cobarde tiene Escalion más que de esforzado, que ansí con la música se escusó de llegarse aquí comigo. Mas, ¿qué digo yo? ¿es mi señora Alpina la de la fenestra? Ella es, cierto; ¡oh mi muy amada señora! mirad lo que ordenais deste vuestro criado que por vuestro mandamiento aquí es venido.

Alpina. ¡Oh mi señor Velmonte! rato há que os estoy esperando; decidme, señor, ¿traésme los botines que me mandastes?

Velm. Mi vida, aquí vienen, ved qué quereis que se haga.

Alp. Señor, que deis una vuelta, porque hay ventanas, y de presto os entraréis, que yo tendré la puerta como conviene, que ya todos los de casa duermen.

Velm. Como mandais, señora, se hará. ¡Oh Velmonte, cómo este dia con piedra blanca le has de señalar, pues tan presto gozarás de tan buena y desenvuelta mocha [p. 40] cha! La puerta me parece que abre, á la Magdalena me encomiendo.

Alp. Paso, señor, mirad no hagais estruendo, que duermen aquí cerca los mozos, no nos sientan.

Velm. Mi vida, así será como decis.

Alp. Por mi vida, que vuestras obras no concuerdan con vuestras palabras; mas decidme, ¿aquellos que allá fuera tañen vienen con vos?

Velm. Mi señora, sí, que amigos son todos, y áun os digo que está allí un rapaz que canta maravillosamente.

Alp. Oid, oid, que por mi salud ya cantan.

Card.

¡Oh qué gozo tan gozoso,

Cómo goza mi sentido

Gozando de ser querido!

Velm. ¡Dome á Dios, y cuán á proposito ha cantado!

Alp. ¡Oh qué gracioso rapaz! por cierto que parece que los ángeles cantan con él.

Velm. Oiga, ¿qué dice la vuelta?

Card.

Ya mi gozo se ha gozado

Con el gozo que buscaba;

Gozoso y regocijado,

Del sumo gozo gozaba;

Este gozo me causaba

Que se goce mi partido

[p. 41] Gozando de ser querido.

Quien goza de gozo tal,

Con gozo debe mostrarse,

Que gozar de gozo igual,

Sin gozo puede gozarse,

Y pues gozo puede darse

A mi gozoso partido,

Gózese siendo querido.

Risd. Por mi vida, Carduel, que juegas lindamente de vocablo; mas por me hacer merced que digas una copla á una moza que está en aquella ventana.

Card. Por serviros, señor Risdeño, más que eso me profiero hacer.

Risd. La voluntad os tengo, señor, por servir; mas haced lo que agora os ruego.

Card.

¡Oh ventana muy dichosa,

Cómo fué tal tu ventura,

Que gozes, sin sentir cosa,

D’una dama tan graciosa

Y de tanta hermosura!

¡Oh si yo tú me volviera,

Y me quedára sentido,

Cómo muy dichoso fuera,

Porque así gozar pudiera

De los gozos de Cupido!

Esc. ¡Oh Carduel, qué bien lo haces! juro al bendito rosario de Santa Marta, que de presente y tan al propósito no vi en mi [p. 42] vida mejor cosa; ¿qué dices en esto, señor Risdeño?

Risd. Digo que tenés razon; mas oidme un poco, veréisme requebrar con la dama, que no será de poco pasatiempo.

Esc. Vé presto, por tu fe, Risdeño, que de cosa no holgaré más que de oirte; mas mira que rajes largo.

Risd. A mi cargo. Despues que mis ojos con temeraria osadía (norte de mi procelosa vida) miraron tu divina y angélica figura, de tal manera quedaron captivos, que más un punto de libertad no han tenido; ¡oh, pues, mi verdadera señora! pídote humildosamente que me digas, pues jamas pensé sino en te servir, por qué así con tanta crueza me quieres de contino tratar. ¿No sabes que en me dar la muerte pierdes un siervo muy leal á tu servicio, y que más que quantos viven firmemente te ama? mas, pues de tu acostumbrada crueza quieres usar, yo te ruego que del todo me des la muerte, porque con ella reciba el descanso que viviendo tan perdido tengo; de lo qual, si bien miras en ello, no te viene otro provecho sino adquirir en tu soberano valor un pernicioso renombre de violenta matadora del que con mayor lealtad jamas sirvió á Cupido.

Moza. ¿Quién es vuestra merced, señor, [p. 43] que en verdad á nadie veo, que no sé si habla alguna piedra?

Risd. Deso reniego yo, mi señora, que mi flaco merecimiento delante de vuestro soberano merecimiento sea nada y en tal por vos siempre tenido.

Moz. Por mi fe, señor, que estaba yo bien ajena que así por mi causa alguno tan perdido estuviese; mas mirad, señor, que por ventura estais engañado, y no soy quien vos pensais.

Risd. ¡Ay mi señora! por mi vida, no me deis tales disfavores, que no tendré poder para los sufrir, que habiéndoos tanto tiempo servido, á manera de desden me digais que no sois vos la que sin vida viviendo me hace andar; que si mi intencion ántes de agora no os he descubierto, no ha sido sino por temor de os enojar; verdaderamente os digo, mi señora, que si las penas que por vos he padecido y de cada dia padezco del todo os fuesen demostradas, no dudo sino que concederíades en mi ruego, movida solamente de piedad de mis ansiosas querellas y penosos trabajos.

Moz. Pues que así es, señor, que tantas penas por mis amores habeis pasado, haced dos cosas que os diré, y con ellas podréis salir de pena.

[p. 44]

Risd. ¡Oh mi señora, y cómo me puedo llamar dichoso, pues algo me quereis mandar! por tanto decid, señora, que mil haré, quanto más dos.

Moz. Lo uno es que me digais quién sois, y lo otro que os caseis comigo, que de otra manera será escusado; que de verdad os digo que estotro dia me traian al sacristan de mi lugar, y áun por bien poco se dexó de efectuar, que no fué sino que él ni sus padres ni los mios quisieron; por tanto, ó me responded concediendo, ó partíos de mi puerta, que no parece bien las mozas como yo estar á tal hora hablando con quien no conocen.

Esc. ¡Oh pese á rus con la zuratica! ¿no la ois? de casamiento habla y que no se dará ménos.

Card. Bien vendrá, mas oid qué responde Risdeño.

Risd. El mayor beneficio que mi ventura me pudie hacer es el presente; por tanto, señora, en lo que decis del casamiento, yo me siento por muy dichoso; en lo decir quién soy, para allá dentro lo guardo; por tanto mirad cómo quereis que se haga.

Moz. Señor, primero me lo habeis de decir y jurar que me tomaréis por esposa, que no querria que me engañásedes.

[p. 45]

Risd. ¡Oh perla, cómo eres graciosa! Y no quiera Dios que á quien yo tanto quiero engañe; por tanto méteme allá, que á voces no lo he de decir.

Moz. Señor, haré lo que decis; pero la entrada no hay otra si no os atais en una soga que yo os echaré, y con mi ayuda y vuestra ligereza subais; mas hagoos cierto que no estais acá muy seguro, porque si los dos hijos de mi señor nos oyen, no os podréis librar bien si no sentis en vos fuerza para contra ellos.

Risd. Deso, señora, no tengais pena, que aunque los contrarios fuesen siete armados de corazas y capellinas, para el mundo que me tiene, mozo tenés delante, que á todos hiciese cara y los quitase los despojos; por tanto no dubdeis de echar la soga.

Moz. Señor, pues una cosa os encomiendo, que de dos mancebos que son los hijos de mi amo, al menor en ninguna manera hagais mal, porque me dió una sortija de plata y le quiero yo mucho.

Risd. Pues, entrañas mias, pídoos de merced que primero vais á fregar, porque si de fuerza lo habeis de hacer, hecho estará ántes de mi subida, y más porque no lo sientan los que allí hácia nosotros vienen, que me parece mucha gente.

[p. 46]

Esc. Gente y mucha, pese á Mars; alto, piés hácia la posada, dad al diablo cuenta con serranos.

Card. Espera, espera, Escalion, que la ronda es.

Alguacil. ¿Quién sois, gentiles hombres? ¿qué armas traeis?

Risd. ¡Oh señor Nava, vuestra merced es y así desconoce á sus servidores!

Alg. ¡Oh señor Risdeño, y á tal hora por aquí!

Risd. Señor, salimos á pasear un poco yo y mis compañeros por coger el aire.

Alg. Bien me paresce, mas ¿quién era el que huyó denántes?

Risd. Escalion, el criado de Flerinardo, que, como tiene tantos enemigos, no fiándose en nosotros, quiso acogerse á sus piés.

Alg. No me habien dicho eso á mí dél, pero cosas son que acontescen; vos, señor Risdeño, ¿tenés necesidad de nosotros?

Risd. Yo tengo de serviros, señor.

Alg. Pues á Dios, caballeros.

Risd. Con él vayais, señores.

Esc. ¡Ay, ay, desdichado, que cerca vienen, muerto soy! ¡Jesus, Jesus, confision! ¡oh, qué cortado voy, válame Dios, de la muerte! de cierto en los piés no me puedo tener, la muerte tengo ya tragada. ¡Oh des [p. 47] dichado de tí, Escalion, á qué te ha traido tu ventura! quiérome arrojar en esta mazmorra que aquí está abierta, pues ya mis piernas no tienen poder para más huir. Mas áun no asoman los enemigos, sin dubda á mis desventurados compañeros deben de estar destrozando, ¡oh desventurados de vosotros, y quán afortunado fué vuestro nascimiento, pues tan mal habréis logrado vuestra alegre juventud! Agora el diablo creo me hace á mí blasonar de las armas, y siendo más cobarde que una gallina, lo qual por un cabo es bueno, porque siquiera me tengan en algo; mas doy á la mala rabia tenida que por ella habeis de andar siempre la barba sobre el hombro, y estar obligado á que ninguno en toda la ciudad haga desafío que por compañero ó padrino no os convide, donde en diez años que en esto he andado, he sacado de barato este relativo, ó rascuñillo de veinte y cinco puntos que tengo de oreja á oreja, y tres veces apaleado, y quiera Dios que esta noche no quede la vida por las costillas. Mas ¿qué digo yo? si tras mí vinieran, ya hubieran llegado; sin duda por la otra calleja se fueron, y si esto es ansí, y mis compañeros quedaron libres, en el mundo no me conviene parar; mas, empero, buena escusa será llamar á Velmonte di [p. 48] ciéndole que riñen los compañeros; buen consejo es, allá vuelvo, mas no sea el diablo que me engañe, mas todavía quiero ir, que allí pienso que está. ¡Hola, hola, señor Velmonte, que matan á nuestros compañeros, pese al mundo, que nosotros y vos enhoramala acá venistes esta noche!

Velm. ¡Oh mi señora Alpina! ¡á Dios quedeis, que voy á ver qué sea esto!

Alp. ¡Oh señor, no salgais, no os acaezca alguna desventura!

Velm. Dexadme, señora, que mal haria que viniéndome acompañar se viesen en algun peligro y no los favoreciese.

Alp. Pues á Dios vais, que en gran fatiga quedo; tomá, que se queda la rodela.

Velm. ¿Qué es esto, Escalion?

Esc. Andad, que allá lo veréis; echad mano, que así conviene muramos como hombres; échense esas lanzas en los pozos.

Velm. ¿No diréis qué es?

Esc. Treinta hombres, que bien lo decia yo ántes.

Risd. ¿Para quién, Velmonte, para quién?

Velm. ¿Que no estais todos muertos, que así me lo dixo Escalion?

Risd. Anda, calla, era nada, el alguacil y dos porquerones que van rondando, fuéronse en conociéndome.

[p. 49]

Esc. ¡Oh pesar de la leche que mamé, y tal me decis! Dexadme, que yo haré á nada, que no me ponga otra vez á mí en alboroto.

Velm. Dexalde al cobarde, que no hayais miedo que mate moro.

Risd. Pues que si le vieras ir voceando, que parecia que ciento iban tras él.

Esc. Quiero volverme y decir que no los hallé; mas ¿qué rodelas y espadas son éstas? sin duda algunos huyendo de la justicia, como acontece, las arrojaron en este portal para volver por ellas; de molde me vienen, que diré que dexo á sus dueños mal heridos. ¡Oh, descreo de la hórrida barba de Caron, y cómo por tener piés los demas se escaparon, que ellos conoscieran quién es Escalion!

Velm. ¿Qué es esto, Escalion? ¿qué rodelas y espadas son ésas?

Esc. ¿Qué ha de ser, pese al mundo? mis cosas que no pueden dexar de ser.

Risd. Cuéntanos, Escalion, por tu fe, lo que ha pasado.

Esc. Habeis de saber que, como fuese tras el alguacil como vistes allá abaxo, salieron docena y media de hombres á mí, y como yo iba enojado, por la ganzúa y tinacetas del buen ladron, no hice dellos más caso [p. 50] que si uno ó dos fueran; pues doy tras ellos tan denodadamente, que al primero maté y el segundo no habló más; los otros, por presto que quise ir á ellos, con miedo de mis regurosos golpes, tomaron las de villadiego, que fué parte para les dar la vida; yo por guardar mi costumbre, que es gozar del despojo de los vencidos, les tomé las armas que veis.

Risd. ¿Es posible eso, Escalion?

Esc. Posible, por vida del turco, andad comigo; vellos heys que no bullen pié ni mano con dos heridas terribles, que Héctor ni áun su hijo Astianax, el que Ulíxes despeñó de una torre, no las hicieran.

Risd. Dalo al demonio, vámonos á la posada, no nos echen á todos la culpa.

Esc. ¿Qué echar culpa? ¿no estoy yo aquí? que sabida la verdad, el mismo Corregidor dirá que vayan con los muchos, porque tomar de mí la enmienda sería echar á perder el reino todo.

Velm. Vámonos, por vuestra vida, Escalion, que todavía es bueno ponernos en salvo.

Esc. Sea así, pues lo quereis.

Risd. Decidme, Escalion, por vuestra fe, ¿cómo nos dexastes denántes quando el alguacil?

[p. 51]

Esc. Ya no más; sabed que yo, con la música, estaba un poco dormido, y despertando á deshora, semejóseme que treinta hombres nos iban á matar, y porque no me hallasen de sobresalto, desviéme para echar mano y ponerme como convenia, y así ansí, acordándome de Velmonte, fuíle á llamar porque todavía hiciera su parte.

Risd. Agora bien está, aquí nos podemos despartir y cada uno á su posada se vaya á dormir lo que de la noche queda; en lo de los muertos nadie hable palabra, que no sabiéndose el matador todavía no tenemos peligro, lo que si se sabe es al contrario.

Velm. Sea pues; señores, por este suceso se pierde la colacion, mas otro dia se vendrá, señor Carduel, yo serviré las mercedes.

Card. Servicio y pequeño. Señor, Dios os guie.


[p. 52]

CENA TERCERA DEL PRIMER ACTO.

En que Flerinardo se levanta y pide á su criado Velmonte de vestir, pasando con él muchas razones sobre el amor; viene Selvago á le visitar. Flerinardo cuenta un sueño que dice haber esa noche tenido, despues de lo qual Velmonte dice lo que á todos esta noche con la música ha acontecido. Luégo Selvago y Flerinardo se van cabalgando á ruar. Entre tanto Escalion va á pedir cuenta á una mujer que tiene en el lugar público, sobre lo qual riñen y pone él manos en ella, siendo luégo por un otro rufian, llamado Hetorino, apartados. Introdúcense:

FLERINARDO. — VELMONTE. — SELVAGO. — ESCALION. — RISDEÑO. — LESBIA. — HETORINO.

Fler. ¿Mozos, mozos?

Velm. Señor.

Fler. ¿Es de dia?

Velm. Más acertado fuera preguntar si era hora de comer.

Fler. ¿Qué me dices? ¿Por ventura estás loco, que, segun me parece, no há dos horas que duermo?

Velm. El dicho está gracioso; como comenzases despues de amanecer á dormir, poco más habrias dormido; mas porque me creas, mira por esta fenestra y verás á [p. 53] Febo, como, por estar en medio de nuestro horizonte, las terrestres sombras ha del todo disminuido.

Fler. Cierto ansí es como dices, en lo qual veo cómo se muestra en mí el nuevo hábito que he profesado; que no solamente mis potencias interiores, mas áun las costumbres exteriores en otras muy diversas y diferentes ha trasformado; dame, dame presto de vestir, que no conforma el descuido presente con el concepto que en mi ánimo se muestra.

Velm. ¿Qué vestidos quieres, señor?

Fler. El jubon y calzas leonadas me conviene por la congoxa que me atormenta. El sayo será el morado recamado de oro, pues mi ventura lo ha querido. Asimesmo la gorra de la medalla de Cupido me darás, pues ya por mi divisa le tengo.

Velm. ¡Oh, señor, y cómo perfectamente eres alindado y gentil-hombre! De verdad que con más razon viéndote en un espejo de tí te debrias enamorar, que aquel niño fermoso Narciso en la fuente, como los poetas cuentan, que por no poder gozar de lo que amaba, fué en flor de su nombre convertido.

Fler. ¡Ay de mí, que con todo eso delante de mi querida señora me siento por [p. 54] más disforme que Tersítes, por causa de ser ella la summa de hermosura y perfeccion seráfica que hasta hoy ha sido en el mundo descubierta!

Velm. Dime, señor, ¿sufres afan en ser enamorado?

Fler. Por mi fe, que estás donoso en el preguntar. Dime, ¿de tan torpe naturaleza estás formado que en mi apariencia no lo vees?

Velm. No tomes pasion que no lo digo por tanto; mas dime, ¿tomarias de tu voluntad tu libertad primera si te fuese dada?

Fler. No por cierto, aunque con ella me rogasen, porque el amor es de tal condicion que la pena que á sus súbditos da tiene dentro de sí una delectable gloria y muy apacible descanso.

Velm. Pues ¿qué será la causa que siempre os mostrais ser congoxosos?

Fler. Esto causa que todos los que aman son avaros, y porque los ignorantes en el amor no le deseen, muestran tal apariencia, tiniendo otra cosa en lo secreto encerrada.

Velm. De esa manera aunque os veamos quexar no os darémos crédito, pues, como habemos dicho, es todo falso.

Fler. A pocas me habrias cogido á pelo, mas porque siento en tí que no eres digno [p. 55] para que tales misterios manifestados te sean del todo, te lo quiero encubrir, sino vé que me aparejen de comer, que pues veo ser hora y yo tengo gana, no me será dañoso.

Velm. Señor, hecho está, quando fuéredes servido te puedes sentar.

Fler. Sea luégo, mas tú tendrás entre tanto cuidado de me hacer aparejar el caballo blanco con el jaez de carmesí, que tengo de salir luégo fuera.

Velm. Como lo mandas, señor, se hará. ¿Habeis visto cómo le así de las piguelas quando me negaba que el amor no tiene especie de pena? y á la verdad, si bien lo miramos, no dexaban de tener razon sus palabras, porque el amor la pena que á sus verdaderos servidores pone, siendo en sí rigurosa, dellos por gloria apacible es recebida; donde se sigue que fuerza el cuerpo á que muestre en exteriores señales su sér, que es penoso, puesto caso que el sentido goce de la encubierta y engastada gloria. Por esta causa los de semejante tiro tocados, mostrando mucha tristeza, están llenos de apacible descanso; mas ¿qué digo yo? ¿este que aquí viene no es Selvago? él es cierto; bien será irlo á denunciar á mi señor, que no creo le pesará de su venida, y con [p. 56] razon pues siempre el médico fué apacible al enfermo. ¡Señor, señor!

Fler. ¿Qué dices, Velmonte?

Velm. En el zaguan se apea el señor Selvago.

Fler. Tan saludable sea para mí su venida como la de Cincinato al afligido pueblo.

Velm. Vesle, ya entra.

Fler. ¡Oh señor Selvago, escusado habés mi ida á vuestra posada!

Selv. Por tanto vengo yo por quitaros de trabajo; mas ¿qué ha sido la causa que no habeis hoy parecido por la iglesia?

Fler. No otro sino que habiendo toda la noche gastado en diversos pensamientos, ya cerca de la aurora me vino un profundo sueño, en el qual cosas maravillosas, aunque bien oscuras, me fueron representadas; en esto, pues, gasté hasta poco más há de una hora, en que he dado la refeccion quotidiana al cuerpo.

Selv. Pues, señor, ¿no nos dirés alguna cosa de lo que entre sueños os fué demostrado?

Fler. Fácilmente se concederá lo que dices, pues el mesmo deseo tengo yo para ver si de vos es entendido lo que á mí tan ajeno se me hace.

Selv. Aunque por temeridad tengo pen [p. 57] sar de entender lo que á vos se muestra oscuro, todavía para ver su dificultad, deseo que me lo esplaneis por entero.

Fler. Habeis pues de saber, señor, que no sería yo bien en aquella imágen, que apropiada es á la muerte, convertido, quando la señora que en captividad mi corazon tiene puesto, se me demostró con tanta ira y enojo contra mí, quanta hermosura y beldad para con todos tiene; yo, pues, con mayor temblor en mis miembros que la hoja seca en el alto roble combatida del indomable Boreas, con mucha humildad esperaba á qué muerte más severa me quieren condenar sus crueles razones. Habiendo, pues, algun tanto mis muchos miedos considerado, con algo más apacible rostro, desta manera me habló. ¡Oh tú, que por tan mi verdadero captivo te has mostrado, forzando tu fuerza á la que de mi parte te ha venido, demostrando asimesmo por palabra la gran pena que en obra por mí padeces, como á la verdad eres digno á que rigurosamente mi crueldad contra tu locura proceda, pues no solamente violaste mi limpieza con tu dañado pensamiento, mas, áun poniendo mi honra en condicion, te jactas y vanaglorias en á todos manifestarlo; cierto de gran pena te has hecho digno, y no tanto por lo [p. 58] ya declarado, quanto por tener voluntad de posponer mi amor por el de aquella que otro que fraternal por ley humana y divina es vedado, pues mira quien tal crímen cometió con qué cara pedirá misericordia, pues cierto que con razon le será negada! Yo entónces, puesto en grave congoxa por oir semejantes razones, vueltos mis ojos en dos fuentes, de hinojos delante aquel seráfico aspecto me pongo, pronunciando tales palabras, con abundancia de sospiros esmaltadas. ¡Oh gloria por quien la mia en rabiosa pena fué tornada, dulce y apacible recordacion y memoria de mis trabajosos afanes, ruégote (si rogarias en tu alto merecimiento tienen lugar) que si mi persona por obra ó pensamientos maliciosamente tu soberano valor ha maculado, solamente porque yo ignoro la culpa, por tí me sea demostrada, para que, como fénix, yo mesmo de tu ofensa en mí ejecute la debida venganza! Entónces ella, con rostro amoroso y apacible, me respondió en esta manera. Por ver tu mucha contricion, y que áun el pecado no se puso por obra, yo quiero por agora perdonarte; mas avísote que mires por tí, que en gran peligro estás puesto, y más te digo, que el mono mofador muy presto mudará su sér, y en manso unicornio será [p. 59] convertido, perdiendo de tal manera su libertad, que sólo de coraje en el filo de la muerte será puesto, donde por el mesmo que su pena causára, la vida le será restaurada con muy crecido placer y soberano gozo, de que no pequeña parte te vendrá. Pues dichas estas palabras, subitáneamente de mi vista se desapareció, y yo de aquel profundo sueño fuí libre.

Selv. Maravillosas cosas me habeis dicho, señor Flerinardo, y á la verdad en gran turbacion por ello soy puesto; dado que de lo que sea estoy bien ignorante, por lo qual será sano consejo privarlo de la memoria; que por la mayor parte los sueños siempre son vanos, y que el presente no lo sea y amenace trabajos, no por eso los debemos sentir dos veces, agora con la recordacion, y despues con la obra.

Fler. Ansí es, señor, como decis; por tanto, si os parece, vamos fuera, que ya es tiempo del ruar.

Selv. Sea quando fuéredes servido.

Risd. Señor Flerinardo, por cumplir lo que os prometí, sabed que mañana tengo de ir con recaudo de mi señora Rosiana para Isabela; por tanto ved qué me mandais que por vos haga, que de grado lo tomaré á cargo.

[p. 60]

Fler. ¡Oh mi verdadero amigo, y cómo nueva de tanto placer no me la hubieras ya manifestado! Sabe que una letra tengo escrita; mira si hay en tí osadía para se la dar.

Risd. Señor, con que vuestro nombre vaya dentro, á mí me place, porque la daré debaxo de algun fingido color.

Fler. Así será como dices; y pues por aquí es el camino, quando hobieres de ir te podrás entrar por allá.

Risd. Bien me parece; así se hará, señor.

Fler. Escalion, tú, Velmonte, quedaos en la posada con los criados del señor Selvago; solamente Risdeño vaya en nuestro seguimiento.

Esc. Albricias te diera porque ántes habláras: alto como saeta que de la ballesta sale, á la gualtería; me llego á ver el cayro que mi puta Lesbia dende ántes de ayer ha cogido, que bien sé que ha tenido feria con los gancheros de la maderada; pues ñégeme blanca, que hago voto solemne á las cenizas del Ilion troyano si el diablo sea bastante de la sacar de mis manos viva; héla, está á su puerta, con mal ojo me mira, pues mándola yo que aunque le pese ha de hacer virtud. Puta, enhorabuena esteis, si quisiéredes; ¿cómo os ha pasado con la ma [p. 61] derada? diréis vos, cada dia viniese; pues hágoos saber que á buen tiempo llegó, que, como el vivir, he menester dos escudos, en que tengo mi espada y broquel empeñado, que juro al santo devoramiento de Jonas, un niño me sacase el alma si quisiese, pues mira si es razon que habiendo yo hecho los escesos que tú bien sabes, que ande las manos en el seno; por tanto, sin más me detener, me da lo que te pido, que mi señor Flerinardo me podrá echar ménos en la posada.

Lesbia. Por mi vida, Escalion, que tú vienes donoso cada dia con tus pedidos y demandas; mas dime, ¿quál marimaderada, ó qué dices? que así viva yo que no te entiendo.

Esc. Pues no os me hagais de nuevas, que es Dios mi señor, y no creo en otro, si en él, bofeton os dé que el guante os dexe engastado en lo profundo de los sesos.

Lesb. Quítate allá, Escalion; muestra tus fieros á quien no te conozca, que viejo es Pedro para cabrero, y muy bien he visto hasta dó llega tu lanza; una vez te hube menester, y en todo el mundo pareciste, con tener contigo un tributo; fin tuvo, que cada dia se llega el tercio; requiérote, ó que mudes la condicion, ó hagas cuenta que no me [p. 62] conocistes, que por los huesos de mi madre, que pudren, que si por tí no fuese, rufo hay en el pueblo que sin le dar blanca alzase las manos á Dios porque yo le hablase, y áun no me faltaria una faldilla cada dos meses de su parte, lo que de tí, de cuatro años acá que te conozco, ni áun una sed de agua no he conocido, sino pelarme las cejas, y áun sobre eso malas gracias.

Esc. ¿Qué es esto, puta? ¿de quándo acá os nacieron alas? ¿por ventura ha andado Hetorino al oreja, que os igualais y teneis tanto rallo? Pues requiéroos que luégo me deis lo sobredicho; si no, por los bipereos caballos de la gorgona Medusa, cien pasadas en derredor de esta casa haga temblar la tierra, en fin de lo qual tu persona con la de todas tus vecinas sin redencion cruelmente se trague y consuma; por tanto, porque desto seas libre, dame, vida, lo que pido, que en tu servicio se ha de poner, y gastándolo yo, haz cuenta que tú lo gastas.

Lesb. ¿Con qué? mala rabia me diese que me quitase la vida si yo tal hiciere; y ¿por qué, malos años, por tus ojos los bellidos, has de tener en mí cambio para que tú gastes con bellacas donde te se antoja?

Esc. ¡Oh pesar de la terrible chimera, y que tal tengo de oir y que no tome venganza [p. 63] de quien me ha causado tal enojo! mas, espera.

Lesb. Señores, señores, que me mata este rufianazo en mi casa.

Esc. ¿Rufianazo? bellaca, toma.

Lesb. ¡Ay, ay, ay! justicia de Dios sobre mí venga si no hiciera que te carguen de leña, don cobardazo, que para mí tienes tú manos.

Hetorino. ¿Qué es esto, señor Escalion, y qué voces son éstas, Lesbia, que das que decir á todo el barrio?

Esc. ¡Oh, señor Hetorino, sabed que me ha tratado muy mal de palabras, que yo ántes me quebrára el ojo que poner manos en ella!

Lesb. ¿Así que esto ha de pasar con este desuellacaras?

Het. Calla, calla, Lesbia; no des cuenta á muchos, que te están escuchando: vos, señor Escalion, íos de aquí, no se recrezca más mal de lo pasado si viniere algun alguacil, al instante.

Esc. Sea como mandáredes, que, en fin, no se gana honra con una mujer.

Lesb. Anda, anda, rufianazo; plega á Dios que á la puerta halles quien te saque el alma.

Esc. ¡Oh pesar del mundo malo, y tal [p. 64] tengo de sufrir! Dexadme, señor Hetorino, que no creo sino en Dios si tajadas no la hago á puntillazos.

Het. No harás, por mi vida, sino que nos vamos, que viene gente.

Esc. Agora sea como quisiéredes; mas sabed que me haceis agravio, que estas tales, si no es con su daño, no se pueden tolerar.


[p. 65]

CENA CUARTA DEL PRIMER ACTO.

En que Isabela, hermosa doncella, siendo estrañamente captiva del amor de Selvago, muy mucho entre sí se lamenta, hasta que por Cecilia, doncella y criada suya, la manifiesta que Risdeño la viene á visitar de parte de Rosiana, hermana del mesmo Selvago, el qual, siendo en su presencia, una carta de Flerinardo en nombre de Rosiana la da, y della se despide. Siendo, pues, por Isabela enteramente entendida, con mayor pena vuelve á su cuidado, hasta que siendo ansimesmo por Valera, ama de leche suya, visitada, y sabido enteramente el negocio, prometiéndole gran favor y provecho en el caso con un fingido conjuro que ha de hacer, astutamente la saca muchas y muy ricas joyas, y con ellas á su casa torna muy gozosa. Introdúcense:

ISABELA. — CECILIA. — RISDEÑO. — VALERA.

Isabela. ¡Oh soberano Criador de todas las cosas, debaxo cuyo poder y mando las virtudes de los cielos en su propio oficio permanecen, rodeando á su voluntad las operantes influencias, signos y planetas celestes con maravilloso artificio, sin en un punto de su debido límite y sendero desviar, no todas de una operacion y medida por causa que chaos ó confusion no hubiese en ellas [p. 66] , sino unas en su apariencia mayores que otras, para que por su exemplo los mortales, no con igualdad de estados más diferentes, su siglo pasasen! Asimesmo criaste con maravilloso saber los cuatro elementos, de los cuales el fuego, que es el más ligero, careciendo de cuerpo, el más alto y cercano lugar de los cielos ocupa, teniendo debaxo de sí el aire, que es el segundo en ligereza y asiento, el qual predomina y señorea sobre las aguas señaladas por tercer elemento, estando éstas asimismo sobre el último y más pesado, que es la tierra. Todo lo qual, en la creacion del soma ó cuerpo humano pone tasada parte, acudiendo tú con lo mejor y más noble, que es el ánima racional, que le aparta y divide de los brutos terrestres, siendo la más apta y aparejada obra para que, loándote, tus soberanas maravillas en alguna manera conozcamos, ¡Oh, pues, poderoso Dios, que de nada á tu imágen y semejanza me criaste y ansimesmo con tu sangre y muerte redemiste para que tu gloria á mi voluntad gozase! ¿Qué será, oh Dios? ¿qué novedad es esta que ansina tan repentinamente yo otra me hallo, de mí sin apartarme apartada, sin me trocar vuelta, sin vida muriendo, con vida sin la tener? Lloro, espántome; gimo, maravíllo [p. 67] me; rio, tengo pena; hablo, desahógome; callo, consúmome; compañía me da pena, soledad me congoxa, placer me destruye, pesar me acaba, descontento no quiero, contento me da muerte. ¡Oh, pues, Dios bueno, qué contrariedades tan diversas en mí de tan poco espacio acá he sentido, que la vida me mata y la muerte me sería saludable medicina y provechoso remedio! ¡Oh desventurada doncella, en fuerte hora nascida, en contrario planeta engendrada! ¿qué es de tu presuncion? ¿qué es de tu fantasía? ¿qué es de tu gravedad? ¿qué es de tu tan amada limpieza, tu grande recatamiento, tu amada libertad, tu claro linaje, tu soberano valor, tu descanso, tu placer, tu alegría, tu contento, y finalmente, tu fresca mocedad, deleitosa juventud y muy alabada hermosura? ¡Ay de mí, que todo lo veo trabucado, todo muerto, todo perdido, sin que esperanza alguna de recuperarlo me quede! ¡Oh amor, amor, que he entendido ser éstos tus juegos, tus tratos y tus perdidos devaneos! Tú á los grandes señores abates, á los medianos atormentas y á los pequeños lastimas. Al emperador, al rey, al magnífico, al noble, al caballero, al ciudadano con el rústico labrador señoreas; en todos mandas, á todos de [p. 68] baxo tu yugo pones, á todos con mil géneros de penas atormentas. A unos ensalzas, á otros pierdes, á otros abates, á otros das dolor, á otros descanso, á otros sospechas, á otros enemistades, á otros confianza, á otros guerra, á otros paz y á otros, finalmente, das amargoso fin. Tú asuelas los reinos, pierdes las ciudades, tramas civílicas batallas en los ciudadanos, destruyes todo género de personas, y maldad no se comete en el mundo que por tí no sea tramada y por tu causa concluida. Yo, doncella noble, de muy generosos padres recreada, no sólo porque sienta tu violento poder, me quisiste lastimar, mas áun con muy cruel muerte me fuerzas á que mi vida, llena de angustias y dolores, en dolores angustiada perezca. ¡Oh Selvago, caballero illustre, el más apuesto que mis ojos vieron! vida por quien la mia del todo no perece, yo te pido que si aquella mesura que para todos tienes, comigo no te falta, que no desprecies mis piadosas lágrimas y humildosas plegarias, porque mi vida del todo no se consuma. Mas ¿qué digo yo, mal afortunada doncella, y estas razones convienen á tal persona como yo soy, y no paso ántes por mil géneros de muertes, que tambien tengo merecidas, queriendo así destruir mi honestidad y honra? No, no, no será así, que [p. 69] primero conviene que mi trabajosa vida perezca, que tal deshonra dé á mi famosa prosapia y linaje; mas ¡ay de mí! que el amor que en mis entrañas encerrado tengo, es tan grande que no consiente que por istinto razonal me rija, forzando mi fuerza á que del todo se fuerce en amar al que forzosamente debe ser amado.

Cecilia. Señora, señora.

Isab. ¿Qué me quieres, Cecilia?

Cec. Risdeño está aquí, que te quiere hablar de parte de su señora Rosiana.

Isab. Di que éntre. ¡Oh Dios mio, y quán dichosa y bienaventurada sería yo si de parte de aquel caballero su señor viniese!

Risd. Fermosa señora, tu gran amiga Rosiana te manda comigo besar las manos y te envia este prendedero, de dos que su hermano le dió, que porque le parecieron buenos y galanes, dedicó el uno á tu servicio.

Isab. Risdeño hermano, cada dia me quiere tu señora hacer mercedes sin querer recibir los pequeños servicios que de mi parte le son ofrecidos; mas hágote saber que el prendedero no querria que por dármele de tu parte dixeses venir de tu señora.

Risd. Puesto caso que ansí fuese, mi señora, ¿perdia algo vuestro valor por ello? ¿No os parece que soy yo persona para dar em [p. 70] presa, y ser querido y amado de la más hermosa dama de todo el mundo?

Isab. Por cierto, Risdeño, así lo digo, especialmente considerando bien tu buena dispusicion y gentileza.

Risd. De verdad, señora, que precio más esa palabra que si me hicieran marqués del Perú, porque me podré alabar que me llamó gentilhombre la más apuesta y hermosa dama que jamas nació; que aunque yo veo no ser así, todavía por venir de tal cabo, me gozo; mas, dexado agora esto, tomad esta carta que me dió Rosiana para vos.

Isab. ¿No digo yo que todo viene lleno de sospechas tu mensaje? mas dime, ¿qué novedad es ésta, que me escriba Rosiana no lo habiendo acostumbrado?

Risd. Cada dia hay novedades en el mundo; por tanto ved qué me mandais.

Isab. Al presente no otra cosa sino que des mis besamanos á tu señora y que con mi Cecilia enviaré mi recaudo.

Risd. Yo vendré por él, si fuéredes servida.

Isab. No quiero que tomes tanto trabajo, pues será escusado.

Risd. Pues, señora, así lo quereis, así sea; el Señor, que tan hermosa os hizo, en vuestra compañía quede.

[p. 71]

Isab. El ángel bueno te acompañe, Risdeño, que siempre me das placer con tus palabras.

Risd. Por obra quisiera yo que fuera eso, señora; mas, pues no puede ser, recebid la voluntad del pobre gentilhombre.

Cec. Señor Risdeño, aunque no os haya hecho ningun servicio, recebiré merced de vos que deis mis encomiendas á Carduel, y llevarle heis este par de escofias y paños de manos que le mandé estotro dia, por señas que son labrados por mi mano.

Risd. Señora Cecilia, por dichoso tengo á Carduel por ser de tal persona como vos favorecido; mas yo os prometo, á fe de gentilhombre, que otro galan hay en el pueblo de quien muy mejor que dél fuérades servida.

Cec. Con él estoy muy contenta, señor Risdeño; mas pídoos que me digais quién es ese galan que me decis.

Risd. Yo; que os juro, por vida de mi amiga, que os sirviera mejor que Roldan, y en ello no perderíades cosa.

Cec. ¿Sabeis que pienso, señor Risdeño? que estais burlando de mí.

Risd. ¿Burlar ó qué? Burlado me vea á las cañas, aunque fuese almorzando con un par de perdices, si tal hago, sino que os aconse [p. 72] jo lo que os cumple que dexeis á Carduel, que es rapaz y pelado, por mí, que aunque no soy muy grande de cuerpo, en fin, soy hombre bienquisto donde quiera, y más que tengo un pariente del padrastro de la suegra de mi abuela en Indias, que fué agora treinta años allá y nunca dél han sabido, que no puede dexar de venir presto con mucho dinero para todos nosotros; pues mira que mal librarás tú desto, señora Cecilia.

Cec. Agora quédese para otro dia, señor, que haya más tiempo, porque me llama mi señora, y dime si quieres hacer esto que digo.

Risd. Por haceros placer, aunque sea contra mi mesmo, hasta la muerte lo cumpliré.

Cec. Pues Dios os pague, señor Risdeño.

Risd. Él quede con vos, mi señora.

Isab. ¡Cecilia, Cecilia!

Cec. Señora.

Isab. Entorna tras tí esa puerta, y si mis padres aquí por ventura vinieren, házmelo saber; á los demas védales la entrada.

Cec. Así será, señora.

Isab. Agora que estoy sola quiero ver lo que en la carta viene, que no puedo creer que de Rosiana sea; cierto que mi esperanza [p. 73] salió verdadera, que esta letra de varon parece; ¡oh señor Dios, si fuese de mi verdadero amigo, quán por dichosa me tendria! mas, en fin, con leella quitaré todas estas dubdas.

CARTA.

«Así como los pequeños hijos de la caudalosa real ave, puestos á los radiantes rayos del lúcido Febo, para que verdaderamente sean tenidos por legítimos y propios hijos de la tal madre, con grande admiracion ocupan la vista en aquella prefulgente luminaria, sin tener parte para de allí ser apartados por el crecido amor mezclado de grande admiracion que tan fixo en ella pusieron, de la mesma manera, excelente señora, mi flaco y débil entendimiento puesto delante tu claro y lúcido aspecto, para que su sér claramente demostrase qué parte de humano en sí tenía, de temeroso y crecido temor ocupado, los líquidos y delicados aires con profundos alaridos esmalta, sin que las contínuas suasiones de su madre, la razon, de tal espetáculo apartarlo puedan, no dexo de sentir, como humano, seráfica dea, la cruda y muy temerosa contienda que dentro de mí siento encrudelecerse, despues que mis ojos fueron con tu divina vista clarifi [p. 74] cados; mas considerando la gloria y triunfo que se me puede seguir, siendo en ella victorioso, con grande y humildosa paciencia hasta que tu soberano valor de ello sea contento, sustentarla pretendo; mas ¡ay de mí! que sin duda no será tan diamantino corazon que la fuerza de quien la mia se siente forzada, algun espacio de tiempo sustentar pueda. Si tienes, excelente señora, deseo de saber quién es el que tan atrevido á tu valor, sin merecimiento, ser quiso, sabrás que Flerinardo se nombra, que otro valor no tiene sino el deseo que de ser tuyo en sí considera, y porque tal atrevimiento á más no pase, en esto sin cesar ceso, pidiendo á tu mucha clemencia, no por mi valor, mas por el que de tu parte me viene, un dón me sea concedido, el qual es que siendo recibido de tu soberano valor benignamente, del nombre de ser tuyo se me dé que goce, con que mis gozos de tal gozo gozando, su vida sin tan rabioso tormento se pueda gozar.»

Isab. ¡Oh soberano Dios, y quán profundos son tus misterios! verdaderamente agora todo el caso de esta carta entiendo, que Flerinardo pasando estotro dia por la calle de la fenestra de mi retraimiento, quando Rosiana se vino á holgar en mi [p. 75] compañía fué por él vista en la mesma fenestra, y segun ella me dixo, muy captivo (por las señales que mostró) de su fermosura; de que se siguió que habiendo él sido sabidor que la tal fenestra era de mi aposento, pensando ser yo la que su libertad habia captivado, tal osadía ha cometido. ¡Ay de mí! que dello ningun bien se me sigue, porque siéndole á Selvago manifestado, lo que por su grande amistad es cierto, no espero que de mí se duela, de que por muy cierta tengo mi muerte, por causa que la vida con alguna esperanza hasta aquí se sustentaba.

Cec. ¡Señora Isabela, señora Isabela!

Isab. ¿Qué dices, Cecilia?

Cec. Tu ama Valera te viene á visitar, que habló con tus padres y pregunta por tí.

Isab. Súbela aquí, que yo la perdonaré su visitacion.

Cec. Vesla, viene, señora.

Valera. Enhorabuena vea yo la cara de oro y perlas preciosas, fresca como las flores de Mayo. Hija Isabela, en Dios y en mi conciencia, que de cada dia más te vas tornando una emperatriz en fermosura. Santa Pascua fué en domingo si no me pareces una Verónica y retrato de San Miguel, el ángel que está en mi perrochia en unas andas de oro.

[p. 76]

Isab. Téngote en merced la visitacion, que bien creo me quieres bien, pues la crianza que en mí hiciste con el tiempo áun no has olvidado; mas en lo que dices que estoy hermosa, sabe que no es oro todo lo que reluce, que qualquiera pasa trabajos.

Val. ¿Y qué trabajos pasais, hija mia? ¿por ventura será el cuidado de la familia, ó de los muchos hijos? Cierto, como las malas venturas que yo padezco deben ser; sola, triste y en laceria entre cuatro paredes, sin haber quien á mi triste vejez me haga algun refrigerio ó regalo: ¡ay, hija mia! éstos debes de llamar trabajos, que los que tú puedes pasar tortas son y pan pintado.

Isab. No sé: cada qual siente sus duelos.

Val. En forma me debria reir si tuviese gana de pensar qué son los que, hija, llamas duelos, que cierto de esto no puede faltar; que pedistes la ropa de seda, no os puso el sastre la guarnicion á vuestro contento, ó que enviastes á comprar cintas de una color y truxeron de otra, ó que la criada no vino tan presto á vuestro llamado, y otras cosas á ésta semejantes: ¿es esto, hija? dilo, no hayas vergüenza. Ya dolor, hija mia, si te vieses vieja, sola y amarga, llena de mil enfermedades y sin un cornado que gastar, ni ménos qué poder vender; de dia en [p. 77] el verano al resestero y en el invierno al helada, querer comer y no tener qué, y ya que se halle, no poder; despues en la noche, para aliviar el afan del dia, echaros en unas atochuelas sin otra cobertura: éste me podés vos con razon llamar afan, que lo demas no hay por qué se haga caso dello.

Isab. Madre señora, los tuyos no quiero que iguales con los mios, porque ésos el cuerpo lastiman, mas estos otros atormentan el ánima.

Val. Ya, ya, mal lograda muera yo, que bien salva estoy dello, si te entendia; agora digo que tienes razon, algun gentilhombre ha llamado á tu puerta, ¿qué me dices? ¿es esto? Pues, hija, si así es, no me lo debes negar, que sábete que hasta la muerte me hallarás aparejada en tu servicio, con tal que ames á quien te convenga y debaxo de yugo matrimonial, que lo demas á Dios es enojoso y á las gentes aborrecible.

Isab. Madre señora, sabe que á ese blanco asiesto mis tiros, que no me tengas por tal que otra cosa en mí hubiese.

Val. Pues así es y tus pensamientos son tan buenos, dime el negocio por entero, que mi madura edad te dará en ello el consejo más conveniente, y no quiero que tengas en poco lo que te prometo, que de cier [p. 78] to es más que puedes pensar, por tanto no cumple que se me encubra.

Isab. Madre mia, digo que en afortunado tiempo mis ojos miraron á Selvago, hermano de mi gran amiga Rosiana.

Val. ¡Oh Dios, y qué agradables me han sido, hija, tus razones! que, así Dios me dé buena postrimería, muchas veces he pensado quien en esta ciudad te convenia más por esposo, y cierto otro no hallaba sino el que me has dicho, y su compañero y grande amigo Flerinardo; mas resta que me digas si eres tú dél amada, porque siendo así, con poco trabajo vendria todo á buen fin.

Isab. Sabe, madre, que si esto así fuera, que por la más dichosa que todas las nacidas me pudiera contar; mas no sé yo si él ama en otro lugar, que esto me hace vivir en grave tormento.

Val. Hija hermosa, en eso no tengas cuidado, que yo te prometo de te dar cosa, con que desde la primera vez que te vea, padezca por tu causa mayor pena que tú por él puedes agora tener.

Isab. ¡Oh mi buena señora y piadosa madre! sabe que si lo que de palabra dices por obra se cumple, que te seré en más cargo que á la madre que me parió, porque ella me dió [p. 79] sér, ó fué á lo ménos causa, y tú me redimes de cruda y trabajosa muerte.

Val. Hija y señora, lo que yo digo yo lo cumpliré; resta que á mi casilla, á lo poner en obra, me llegue, donde ántes de una hora me profiero dar la vuelta.

Isab. Madre mia, para eso será menester alguna cosa.

Val. No puede ser ménos.

Isab. Con me lo decir será luégo remediado.

Val. Segun de una grande amiga mia he sabido, que en otros tales casos se ha exercitado, será menester lo que agora diré. Primeramente, una saya blanca, con su cuerpo y mangas, de tu persona, para cierto conjuro necesaria.

Isab. Y qué tal, madre, te la daré; mas agora me acuerdo que no sé si podrá servir, porque es de grana y está guarnecida de brocado de raso.

Val. Ántes es muy propia, que el amarillo del oro aprovechará más en el conjuro. Es ansimesmo menester un manto, que te le cobijases la primera vez en disanto ó en domingo.

Isab. No le tengo sino de tafetan, mira si será bueno.

Val. Sea negro, que abasta. Un tocado [p. 80] tuyo es menester, el que tú más quieres, porque miéntras más le hubieras amado, más te amará Selvago en viéndote.

Isab. Una crespina morada con ricas piedras es la que yo más quiero, por ser galana de mucho precio.

Val. Ése me hará á mí más provecho.

Isab. ¿Qué dices, madre?

Val. Digo que será muy propia, por ser morada es amores; mas te hago saber que todo, en acabando el conjuro, se ha de quemar, porque ansí conviene.

Isab. Con que aproveche no me pena; mas di si es menester otra cosa.

Val. Has de buscar en todo caso un joyel en que esté pintado ó de bulto hecho un corazon con saetas.

Isab. No será menester buscalle, que vesle, aquí le traigo al cuello, y áun por mi vida, que vale más de cincuenta escudos él y la cadena en que está.

Val. Propio viene, porque ansí encadenes tú á Selvago; ansimesmo son menester dos vasos de plata para poner ciertos liquores.

Isab. Dos jarros tengo allí que no se acuerdan en casa dellos, buenos pienso que serán.

Val. Tambien has de proveer de algunas conservas, mas eso quede á tu arbitrio, por [p. 81] que qualesquiera bastarán; y finalmente, esa colonia de carmesí que tienes ceñida habrá de ir allá, en la qual se pondrá toda la fuerza del negocio, que de todo ello te será vuelta; mas ten cuidado de te la poner al tiempo que por tu calle pase Selvago, y como lo veas venir, pondráste de manera en la fenestra que pueda él verte la colonia; mirarle has al rostro desde que asome, sin pestañear y partir los ojos dél, lanzando algunos pequeños sospiros por espacio de algun tiempo, y con solo esto que hagas verás maravillas; y áun te certifico que si en algo de lo dicho no yerras, que le ha de hablar, y áun de tal manera, que tú conozcas la operacion que habrá hecho en él el conjuro.

Isab. Plega á Dios, madre, que como dices sea, que en lo que á mí toca yo lo cumpliré bien. Resta que me digas si falta otra cosa, porque se te dé con lo dicho, que mi Cecilia lo llevará á tu posada en veces.

Val. Por mi vida, que á tí he menester que me quites la vergüenza en tanto pedir, aunque no querria que fuese tanto que nos hallásemos al cabo con nada, boqui-abiertas, cantando: Tres ánades, madre .

Isab. ¿Qué dices, madre, que no te entiendo?

[p. 82]

Val. Señora, lo que digo es que si se pudiesen haber algunas blanquillas, que el conjuro iria más perfecto.

Isab. Dineros tengo, madre, no me tengas por pobre; mas dime qué tanto montarán las blanquillas que dices.

Val. Yo te diré: el número de siete es el más perfecto entre todos los números, y más dos sietes, y más tres, y por órden adelante en donde quiera que hobiere cabal número de sietes; mas hágote saber que el más de todo es siete sietes; sino, infórmate de los arisméticos, verás cómo te digo la verdad.

Isab. Sin informarme te creo; por tanto acaba de concluir.

Val. Digo ansí, señora, que setenta ducados han de ser, ó setenta reales, mas no será tan firme como lo primero.

Isab. Los setenta ducados te daré, y más si más pidieras, y áun en oro, que pocos se hallarán por la ciudad al presente.

Val. Alto, señora, que si las tres tocan, se habrá de quedar para mañana.

Isab. ¡Cecilia, Cecilia!

Cec. Señora.

Isab. Tráeme de mi recámara la saya blanca de grana y el manto que me puse este domingo, quando fuí á ver á mi prima al monesterio.

[p. 83]

Cec. Veslo aquí, señora.

Isab. El tocado ó crespina morada y los dos jarros de plata, que los hallarás al suelo del arca encorada, traerás tambien.

Cec. Señora, ¿quieres hacer almoneda, que aquí lo traigo? Por el tocado dan cinco blancas, y si vos habeis puesto de vendelle á quien más diere por él, seguro le tengo, porque el caudal de la madre vieja áun no llega á tanto.

Isab. Calla, mala landre te mate, que no es tiempo agora de reir, sino cúbrete tu manto y debaxo lleva lo que pudieres desto adonde mi ama Valera dixere. Tendrás aviso si alguno te preguntáre qué llevas y por fuerza lo hubiera de saber, que digas que para que se adobe lo llevas.

Cec. Señora, ansí lo haré.

Val. Señora hija, el dinero me puedes dar, las conservas no se te olviden.

Isab. Ves aquí. Madre, el dinero; en otro camino llevará Cecilia las conservas, que las tendré aparejadas.

Val. Pues yo me voy, la Madre de Dios quede contigo.

Isab. Ella te guie, madre mia.


[p. 84]

CENA PRIMERA DEL SEGUNDO ACTO.

En que Valera, muy gozosa con las joyas que lleva, á su casa llegada, manda á Cecilia que á la puerta la aguarde, donde fingidamente en una pieza alta hace grande estrépito y ruido porque Cecilia piense que entiende en el conjuro; la qual, estando á la puerta, á su requebrado Carduel vido pasar, con quien tiene graciosas pláticas. Siendo, pues, despedida y por Valera despachada, á su señora da el recaudo, y como acaso Selvago por allí en aquel instante pasase, de Isabela, que á la fenestra estaba, escesivamente fué enamorado, donde habiéndole manifestado su propósito, á su posada muy cuidadoso y pensativo vuelve. Introdúcense:

VALERA. — CECILIA. — CARDUEL. — ISABELA. — SELVAGO. — RISDEÑO.

Val. Hija Cecilia, por tu vida, que con lo que allá queda seas de vuelta presto, porque me hará gran falta si las tres primero hobieren dado.

Cec. No tengas pena, madre, que presto tornaré; por tanto yo voy. Dios quede contigo.

Val. Él sea en tu compañía. Por mi salud, que desta vez yo salga de laceria, y á pesar de gallegos deseche el pelo malo por [p. 85] entero; no, sino fingid santidad toda la vida, que yo os mando mucha mala ventura. Cierto fué grande mi sagacidad, y mayor la simpleza de Isabela, aunque si bien se mira, el amor siempre desecha de su posada toda razon y consejo, que ciertamente no es tal Isabela que le falte para ser bien entendida, aunque el buen crédito que de mí tiene fué gran parte á que el negocio viniese á tales términos, que pensando ser para su provecho, ha enriquecido mi casa, y áun pensará que me resta debiendo. Mas ¿qué digo yo? ¿qué haré para que con lo que he prometido pueda salir á seguro puerto? que de verdad, si Selvago ama en otra parte, con trabajo le podrémos inducir á que haga virtud; que si no ama, cosa fácil será, porque solamente viendo á Isabela, la hermosa niña y de lucida prosapia, que le mira con amorosos ojos, acudiendo con algunos sospiros á sus tiempos, más que diamante ha de ser su corazon si no hace sentimiento. Mas aunque yo lo del conjuro burlando decia no dexa de ser menester si él, como digo, ama en otro cabo; y si así es, como á botica famosa me voy á casa de Dolosina, la sotil hechicera, que por ser alivio de cuitados, siendo tan amiga mia, ella nos sacará el pié del lodo. ¡Ay Dios! ¿quién lla [p. 86] ma á mi puerta, que cosa muy nueva es? ¡Jesú, Jesú, hija Cecilia! ¿y tú eres? por mi salud, que áun pensé que no fueras llegada á tu casa; bien paresce que tienes mejores piernas para caminar que no yo, pues tal priesa te has dado.

Cec. Madre señora, Isabela me ha sacado de harona, que á su deseo alas habia yo menester.

Val. Cállate, hija, que de esa condicion son los enfermos.

Cec. Pues ¿qué enfermedad tiene mi señora?

Val. ¿Qué mayor la quieres que amar no siendo amada?

Cec. Agora creo, madre, lo que me dices, que áun yo no estoy muy libre de ese mal, que buen testigo representaría en el caso.

Val. Pues, hija Cecilia, á nadie puedes mejor decir tus secretos que á mí, que te los sabré encubrir y dar remedios en ello provechosos.

Cec. Por la bondad de Dios, agora ni vuestra ayuda ni la ajena me puede causar mal ni bien, que sé cierto que soy amada en igual grado que amo.

Val. Aunque eso así sea, no te haria daño quien te diese cosa con que no tuvie [p. 87] ses temor que te habia de olvidar para siempre, ni por otra, aunque fuese más hermosa.

Cec. Si tú, madre, lo que dices hicieses, no sé con qué te lo podria satisfacer, porque de otra cosa al presente no tengo temor.

Val. A mí no quiero que paga alguna me des, sino que proveas lo en el caso necesario.

Cec. Si mi posibilidad en ello es bastante, yo estoy muy aparejada.

Val. Agora lo puedes ver. Lo primero son necesarias dos palomas de color de ñeve para sacarles la hiel, que es cosa en esto muy aprobada; ansimesmo un cabrito tierno y de buen tamaño, dos gallinas prietas cresticoloradas, dos quesos de los de Mallorca ó Pinto, dos docenas de huevos de ánsar con algunas madrecillas, dos cangiloncillos de hasta cuatro ó seis azumbres de lo de San Martin ó Monviedre, y ansí, finalmente, dos monedillas de oro bermejo; que si tú desto me provees, verás maravillas.

Cec. Entiende agora en lo necesario, que despues darémos un córte en esto.

Val. Mira, hija, que aunque se te haga dificultoso, que el provecho que dello resulta lo ha de hacer fácil, que bien sabes [p. 88] que mucho no ha de costar poco, y que á buen bocado buen grito; quanto más que lo dicho, en una vuelta de ojo que des en la despensa de tu señor lo puedes á tu salvo cantusar y enviármelo.

Cec. Ansí es, madre; mas lo que has dicho más tira á bastecida cena que á remedio en casos de amores.

Val. Poco sabes de achaques de mastuerzo; pues yo te digo que quien esto te aconseja no te quiere ver muerta.

Cec. Madre, si puede ser, darme has traslado de lo sobredicho, y tendrémos cuenta en la bolsa, que tal puede ser, que al fin sea todo aire.

Val. Ya pensé que te tenía convertida; mas pues lo veo contrario, espérate aquí baxo un poco, que allá arriba quiero concluir con el negocio de Isabela; avísote que por cosa que oigas no te alteres, porque ningun daño te puede venir.

Cec. Así será, madre, como dices. ¿No habeis visto la dueña honrada cómo me quiere coger de las piguelas? Pensábase, por su vida, que sus tres treinta años habian de bastar á burlarse de mis quince, pues yo le juro que ha menester más letras de las que tiene para comigo, que aunque no me he visto en estudio, sé bien quántas son cinco [p. 89] y no he miedo que alguno me eche dado falso. Válala el diablo, la consuegra de Barrabas, qué estruendo trae allá arriba; por mi vida, que me tengo de salir á la puerta, que no soy bastante de oillo sabiendo que lo causa gente de garabato. En buena hora yo lo dixe, que si bien veo, mi Carduel es el que viene por allí; bien será este buen rato que se me apareja echalle en mi casa, pues el lugar y el tiempo lo consienten. ¡Oh mi señor Carduel, con eso hace tal dia! ¿Cómo es posible que gozo de vuestra agradable vista? Sin duda que este dia puedo llamar bienaventurado, pues en él tanto gozo me ha venido sin yo dél ser merecedora.

Card. No con ménos turbacion mi verdadera señora, está ocupado mi sentido con la gloria tan inmensa que goza, que de dubda mi juicio está lleno pensando si la bienaventuranza que posee es sueño ó ficcion; no sé qué en ello piense, porque verdaderamente la figura que me captivó y de contino trae muerto es la que estoy contemplando; mas si considero quán contraria la fortuna siempre se me ha mostrado, no me hallo digno de tanto bien como al presente poseo. ¡Ay mi señora! por amor de Dios que me desengañes del engaño (que [p. 90] sin engañar siempre me engaña) en que al presente estoy puesto, declarándome si sois vos aquella que tantas cuitas y mortales deseos me hace padecer, trayendo mi sentido sin que sienta, y sintiendo no tenga de sí parte.

Cec. Señor mio, sabed que yo soy aquella que no ménos de obra por vos padece que de palabras vos por mí habés mostrado, y la que miéntras Febo, con su agradable rostro dando la vuelta en nuestro hemisferio, con la Europa su claridad participa, el pensamiento de vos no aparta, por causa que el otro restante de tiempo, el tal, junto con el ánima, en vos tiene trasformado, reservando para sí solo aquello de que, por no poder consigo más, en mí sin mí tiene su aposento; y pues quedais en vuestra pregunta satisfecho, de la mesma manera á la de mi parte ofrecida os pido que con la respuesta satisfagais; esto es, que por vos me será declarado cómo os habeis sentido despues que de mi presencia corporal habeis sido apartado.

Card. Ya podeis ver, mi señora, qué tal se podia sentir el cuerpo siendo ausente de su ánima, que por tal á vos os confiesa y siempre ha tenido; por tanto con más razon debo yo á vos preguntar lo que de mí [p. 91] habeis querido saber, pues no en mí, sino en vos, vivo, y mi vida en vos tiene su asiento y morada cierta; por lo qual, si ver quereis cómo estoy, en vos mesma lo podés ver y muy fácil conjeturar; mas decidme, mi señora, ¿qué buena ventura para mí ha sido aquesta que de vuestra soberana vista, en tan no pensado lugar, al presente se me haya concedido que goce, que de cierto bien descuidado estaba yo que tanto descanso en esta jornada se me habia de seguir?

Cec. Señor, he venido con cierto recaudo de mi señora Isabela á una su ama que aquí vive; mas decidme adónde vos guiais vuestro camino, que, segun me parece, no es de mucho espacio.

Card. Así es, señora, que vengo de la posada de Flerinardo á saber si quiere esta tarde ruar, y paréceme que se ha sentido mal dispuesto, y con esto vuelvo á mi señor, que me está esperando.

Cec. Pues si ansí es, no cese vuestro viaje; sólo quiero de vos saber si os dió no sé qué de mi parte Risdeño.

Card. Señora, sí, y por ello vuestras fermosas manos beso, que me parece que lo tal no es otra cosa para mí sino poner cadenas fuertes al que con grillos en vuestra prision teneis captivo.

[p. 92]

Cec. Más que no eso merece vuestra persona, señor Carduel; mas agora el Ángel de la Guarda os acompañe, que entro en esta casa.

Card. El mesmo y la Magdalena quede en vuestra compañía, mi señora.

Cec. Doy al demonio la vieja y sus zarzas, ¿y quándo ha de acabar? mas héla dó viene; ¡válame el poderoso Dios, si no parece que sale de la herrería de Vulcano, segun sale tiznada!

Val. Hija Cecilia, toma este ceñidor y dale á tu señora, y díle de mi parte que mucho me debe, que á gran peligro me he puesto por ella, que haga como le dixe.

Cec. ¿Quieres otra cosa, madre?

Val. No, hija, sino que la Trinidad vaya contigo.

Cec. Y con vos quede. Por mi vida, que tengo temor desto que la dueña honrada me dió, que sé cierto que ha estado en las manos de los enemigos malos. De verdad que con razon deben ser castigadas las personas á éstas semejantes, que con sus tratos perversos, no sólo ponen sus almas en los infiernos, mas á muchos cuitados en muy duros afanes y dolores, por sus falsos intereses, hacen vivir. Poco sosiego muestra Isabela, que de su fenestra me hace señas que [p. 93] vaya presto, haciéndosele pesado y floxo el paso que traigo con no me alcanzar un huelgo á otro.

Isab. ¿Qué me dices, Cecilia? ¿traes recaudo, que tanto te has detenido?

Cec. Veslo aquí, señora, y díxome Valera que mucho le debes por lo hecho, y que hagas con el ceñidor segun te dixo.

Isab. Dime, ¿viste por ventura lo que con él obró?

Cec. No tuve ese lugar, que se subió ella en una pieza alta, habiéndome dicho que en lo baxo esperase, y comiénzase adonde estaba un ruido que gran miedo me puso. Semejábame que daban en unas calderas grandes golpes, mas otra cosa no pude ver.

Isab. Pues, hermana Cecilia, ten cuidado de te poner en esa fenestra, que á estas horas suele Selvago pasar, y si acaso le vieres, sea yo dello sabidora.

Cec. Por mi vida, á buen tiempo hablaste, que vesle, allí viene.

Isab. ¿Qué me dices?

Cec. Lo que oyes, y sino, asómate y verle has.

Isab. Razon tienes. ¡Oh Cupido, dios de los enamorados! yo, tu sierva, humilmente te pido que en esta hora muestres tus maravillas; que, pues mi libertad en [p. 94] la deste caballero pusiste, no consientas que tan libre triunfando tus soberanas leyes profane, haciendo mi vida con tantas cuitas y mortales deseos con deseos deseosa deshacerse.

Selv. ¡Oh soberana deidad, debaxo cuyo poder y mando el universal orbe se rige y gobierna! ¿Y qué será esto que mis ojos agora consideran y con tanta veneracion adoran? ¿Por ventura es alguna vision angélica que de las celestiales moradas en las tierras es venida? que cierto no es de creer en humano cuerpo tan suprema beldad y hermosura ser junta, donde las ebúrneas aljofaradas de su divino rostro demuestran los vivos esmaltes del celeste rosicler sobrepujando á los diáfanos rayos de la lúcida Proserpina en claridad soberana; pues si esto es así, no será sino que la humildosa salutacion que á su divinal espectáculo conviene, por mí al presente le sea ofrecida en esta manera con gran turbacion comenzada. ¡Oh imágen de aquella cuyo natural retrato en lo íntimo de mi alma al presente se ha esculpido, no con livianos y perecederos matices, mas con nativos y premanecientes colores maravillosamente debuxada; causando con la nueva causa de acaescimientos nuevos y no pensados efec [p. 95] tos de desventuras, entretexidos en el precipitadero donde aposento han tomado! ¡Oh ubérrima y abundosa fuente de toda fermosura, de donde con estraño y sotil artificio sus muy provechosos liquores maravillosamente hasta lo íntimo de mi corazon han manado, causando en él un metamorfoseos ó conversion nunca semejante vista, por causa que en lugar de ser con ellos recreado, en furibundos y espantables fuegos le han encendido, causando que su principal sér de que se crió, en pura y delicada agua se convierta, demostrándose por los vidriosos ojos en gran abundancia al nuevo mundo, donde del todo han de ser niquiladas y consumidas! ¡Oh más que seráfica y esclarecida vision, nobilísimo y excelente espectáculo, donde mis ansiosas querellas de hoy más han de ir á juicio, por causa de haber sido citadas por el portero de tus no perdonadores ojos, en donde, no por temer su buena justicia, mas por la rigurosidad del juez, rigurosamente á muerte y tenebrosas tinieblas serán juzgadas, padeciendo, no la pena que cometieron, pues fué ninguna, mas el deseo que de servir á tí, mi real princesa, han tenido! ¡Oh pues preclara y divina dea! pido humilmente á tu grande potestad, no por los servicios que de mí [p. 96] has recebido, que son ningunos, mas por el deseo que de servirte, despues que mis ojos tu divina figura contemplaron, he tenido, que con benevolencia de tu piadosa majestad salida, hablando metafóricamente, los sacrificios que dentro de mi atribulado corazon á tu persona se ofrecen, demostrándose el humo que del tal sacrificio es causado, por los incensarios de los lacrimosos ojos, de tí sean recibidos, y al presbítero de los tales, instituidor del nombre de ser tuyo, le sea dado que goce, porque de otra manera, siendo por tí vencido y con crueldad tratado, no solamente por tu causa sentirá una rabiosa muerte, mas áun, como fénix, con espontánea voluntad por él mesmo será causada. De donde, no sólo tu real persona será maculada con nombre de desagradecida, mas tu ínclita fama, con mancilla á su sér no conveniente, alcanzará renombre de cruel, homicida y violenta matadora.

Cec. Señora, señora, señora Isabela.

Isab. ¿Qué dices, Cecilia, que así me quieres apartar de mi deseada gloria?

Cec. Tu madre Senesta viene por el corredor hácia tu aposento.

Isab. ¡Oh desventurada yo, que así mi descanso se me acaba! Contornea esa fe [p. 97] nestra, porque del todo mi descanso quede en tinieblas.

Cec. Señora, ya es hecho.

Selv. ¡Ay de mí, el más afortunado de los nacidos! ¡triste yo, que mi gloria se ha eclipsado, mi descanso es consumido, mi alegría es desterrada y mi libertad es del todo perdida! ¡Ay, ay, desventurado! ¿qué nueva herida es ésta, que mis entrañas ha traspasado? ¡Ay de mí, que agora la siento, agora la hallo, agora me duele, agora me lastima, y finalmente, agora por ella pienso perder la vida! ¡Mozos, mozos!

Risd. Señor.

Selv. Dime por tu fe, Risdeño, ¿adónde estoy?

Risd. Cierto, la pregunta es donosa, con que no hay dia que por esta calle no pase dos ó tres veces.

Selv. Mira, Risdeño, no me lastimes con tus palabras; que de mí te digo que otro soy del que solía, y de cosa de lo pasado no tengo memoria.

Risd. Dime, ¿por ventura hante rociado de alguna fenestra con agua del infernal rio Flegeton? porque tiene tal propiedad, como tus razones han demostrado.

Selv. Sábete que así es como dices, sino que otras veces suele ser traido por los de [p. 98] monios, y agora fué por un ángel celestial á mí dado; y por tanto da razon á mi demanda, que no sin causa lo pregunto.

Risd. ¡Cómo, señor! ¿no tienes memoria que ésta es la posada de Polibio, y que con quien hablabas era su hija Isabela?

Selv. ¡Oh desventurado yo! ¿y es verdad lo que me es dicho?

Risd. Sí, cierto.

Selv. Pues mucho más es mi muerte; mas dime, ¿viene álguien con nosotros?

Risd. Señor, no; que tú los mandastes á todos los criados quedar en la posada.

Selv. Pues así es, pídote que sea secreto lo que has visto, y con esto nos volvamos, que en mí no se halla poder para adelante pasar.

Risd. Sea como, señor, tuvieres por bien.


[p. 99]

CENA SEGUNDA DEL SEGUNDO ACTO.

En que Selvago, que con grave enfermedad quedó en su lecho, de su madre y hermana es visitado; asimesmo por su leal amigo Flerinardo, con quien tiene muchas pláticas sobre su inopinada enfermedad. Introdúcense:

SELVAGO. — RISDEÑO. — FUNEBRA. — ROSIANA. — FLERINARDO.

Selv. Aderézame, Risdeño, ese lecho en que este mi fatigado cuerpo el último descanso reciba.

Risd. Señor, ya por obra he cumplido lo que de palabra mandaste; mas dime, yo te ruego, qué es lo que en tí sientes, pues en són de doliente usas de sus previlegios.

Selv. Siento tanto, que mi sentido en sentirlo sin sentir queda.

Risd. Di, ¿es enfermedad del cuerpo?

Selv. No, mas poca sanidad del ánima.

Risd. Por ahí anda Isabela.

Selv. Pues dime, adivino malicioso, ¿cómo sabes lo que has hablado?

Risd. Donoso estás, por mi fe, como si yo no estuviera presente quando con ella platicaste.

[p. 100]

Selv. Sin dubda, ya no me acordaba; mas ruégote me digas, pues te picas de sabido, ¿qué conjeturas de su meneo concebiste?

Risd. Buenas.

Selv. ¿Cómo no me parecieron á mí tales?

Risd. Puede ser, porque los á tí semejantes los favores que les dan no creen, y por el contrario, el disfavor sin que se les dé le reciben; dígolo por causa que sentí de Isabela, que no le pesaba en que le declarabas tu pena, que es buena señal para tu parte.

Selv. Dime, ¿no vistes cómo contorneó la fenestra y se fué?

Risd. Allá voy, no me vuelvas las palabras, que si bien lo miras, no se entró por tu causa, pues con buen semblante hasta el fin oyó tus razones.

Selv. ¿Pues por qué crees que lo hiciese?

Risd. Alguna cosa le constriñó en ello, lo que se vido claramente en que primero volvió su cabeza que el cuerpo hiciese muestra de se ir; y despues de entrada no contorneó la fenestra sin que pasase algun tiempo primero, y por tanto no conviene, pues eres discreto, que tales extremos muestres sin causa, que no desde el lecho la has de servir, sino padeciendo en pié trabajos y fatigas por su causa. Y pues lo que te di [p. 101] go vees ser así, esfuérzate, que, como dice el refran, visto hemos acuchillados, que podrá ser que otro dia ganes lo que hoy piensas haber perdido.

Selv. ¡Oh, cómo con razon dicen que el sano dice al doliente: Dios te dé salud! Pues hágote saber que más mal hay que parece. Dime, ¿tú no sabes que mi gran amigo Flerinardo pena por ella y que me descubrió á mí su secreto, y que conforme á ley de amistad yo he caido en crímen de traicion?

Risd. No mires en eso, señor, que más obligado eres á tí que no á otro.

Selv. Siendo yo de tu estado y condicion no fuera mucho; mas en el ilustre y magnífico caballero no se consiente, porque no sólo su vida ha de apartar de mácula, mas su fama de pensamiento della, que si bien miras, más se parece en el buen paño la raza que en el no tal, y que tanto en quanto yo y los de mi estado á los del vuestro sobrepujamos, tanto somos más obligados á librar de mácula nuestra fama y honra, y de la misma manera alguna cosa en nosotros sería pecado, que en vosotros no tendría dél especie, por lo qual á mí conviene con alegre voluntad rescebir la temerosa muerte ántes que mi famoso linaje reciba algun peligro en su limpieza; una cosa te [p. 102] ruego por la crianza que en tí he fecho, que el caso á todos hasta despues de mi muerte tengas celado, que sin dubda pienso que su venida no puede tardar, segun lo que mi atribulado cuerpo siente y mi afligido espíritu padece.

Risd. Señor, Dios lo hará mejor que vuestro entendimiento en sí concibe; mas agora mirad lo que conviene, que á vuestra madre Funebra, y hermana veo acá venir.

Funebra. Hijo mio, descanso de mi atribulada vejez, ¿qué sentís? ¿qué mal es el vuestro, que mi ánima, despues de lo saber, ningun descanso ha tenido? Por vuestra vida, mi amor, que me lo digais, que si vos en el cuerpo lo sentís, yo en el ánima lo padezco, por causa de ser vos en quien mi vida, despues de la muerte de vuestro padre, está pendiente.

Selv. Señora mia, grave mal es el que siento, y mayor por ignorar la causa; pídoos, porque no me seais causa de mayor pena, que vos no la tomeis, que siendo Dios servido, yo cobraré salud cumplida.

Fun. Así plega á su infinita bondad, que con la muerte de vuestro padre sea contento y no me dé otro semejante azote con la vuestra.

Ros. Señor hermano, si por ser yo la per [p. 103] sona que más en esta vida con razon os ama, la causa de vuestra poca salud me descubriésedes, no sería pequeña la merced que de vos recebiria, porque no sólo tendríades en mí quien en igual grado que vos vuestro mal sintiese, mas en ello hasta la muerte trabajaria, buscando la medicina en vuestra pena más conviniente.

Selv. Mi querida hermana, bien de poco entendimiento sería yo si á vuestras consolatorias razones negase, pudiendo, su convenible respuesta; mas hágoos cierta que para lo que decis en mí falta el poder de manifestarlo, por ser del todo en ello ignorante; aunque os hago saber que de tal manera lo podria rodear fortuna, que en vuestras manos mi vida ó muerte estuviese. Mas empero al presente, como he dicho, tan poca razon de mi dolencia os puedo dar, como grande sinrazon sería, sabiéndola, querérosla encubrir.

Ros. Pues tal es, señor, vuestro propósito, no os quiero en esto dar más enojo, sino rogar al Criador de todas las cosas que aquella sanidad os envie que más os conviene, porque mi señora madre, de tal hijo, y yo de tan buen hermano, pudiésemos enteramente gozar.

Selv. Ansí, mi señora, os ruego yo, que [p. 104] gran pena me sería dexar en tal tiempo su postrimera edad en pena y vuestra agradable juventud en angustia.

Risd. Señor Selvago, tu gran amigo Flerinardo te viene á visitar, que sabiendo tu mala disposicion, un punto no se detuvo.

Selv. ¡Oh poderoso Dios, que mi fin llega! ¡Ay, ay!

Ros. Señor mio, señor mio; ¡ay desventurada de mí, mi hermano y mi señor muerto!

Fun. ¡Oh, la más triste y desdichada de las nacidas! ¡y no revienta madre que tal pudo ver!

Risd. Mirad, señora Rosiana, que puede ser desmayo; rocialde el rostro y tornará en sí.

Ros. Muestra esta redoma; triste fué mi nacimiento, que su rostro no da señal en tales experiencias.

Risd. ¿No veis, señora, cómo dixe verdad, que ya vuelve en su sentido?

Selv. ¡Oh querida hermana! ¿por qué no dexastes á mi penosa vida que del todo se acabára, porque sus fatigas hicieran lo mesmo?

Risd. Señora Rosiana, usad del mesmo remedio con vuestra madre, que no ménos es necesario para su vida.

[p. 105]

Fun. ¡Ay, ay, desventurada mujer, que de tal hijo ha de ser privada!

Ros. Mi señora, sabed que no es lo que pensais, que ya está muy mejorado.

Fler. ¿Qué es esto, señor Selvago? ¿es por ventura regalo? ¿hoy no estabádes en toda buena disposicion? ¡Válame el poderoso Dios, y qué trocado estais en tan poco tiempo! por mi verdad, que á dubda lo tuviera si por esperiencia no lo hobiera visto.

Selv. En eso verés, señor Flerinardo, qué sentirá el espíritu de dentro, quando tales señales el cuerpo de fuera muestra.

Fler. ¡Cómo! ¿y no sabrémos vuestra enfermedad qué sea?

Selv. No he sentido otra cosa sino que en este instante me sobrevino un tal desmayo en el corazon, que á pocas fuera de me quitar la vida.

Fler. ¿Pues agora qué tal os sentis?

Selv. Mejor, gracias se den al omnipotente Dios, que todo lo ordena.

Fler. Mi señor, no temais, que placerá al que habeis dicho que del todo vuestra mejoría se cumpla.

Selv. Ansí le plega á su divina clemencia.

Fun. Mi hijo, ¿querés alguna cosa á mí ó á vuestra hermana, que nos vamos á nuestro aposento?

[p. 106]

Selv. Mi señora, no otra cosa sino que no tengais pena, que Dios es piadoso y concederá en vuestras plegarias.

Fun. Él lo tenga por bien por quien él es.

Ros. Señor hermano, Dios os cumpla la mejoría, como todos habemos menester.

Selv. Mi querida hermana, en vuestras oraciones me encomiendo.

Ros. Deso podés, mi señor, estar seguro, que aunque indigna, gran parte de la noche presente pienso de gastar en mi oratorio.

Selv. Con esa confianza pienso del todo ser guarecido.


[p. 107]

CENA TERCERA DEL SEGUNDO ACTO.

En que estando solos Selvago y Flerinardo, por haber allí estado Rosiana se viene á descubrir el engaño que Flerinardo tenía en nombrarse por amador de Isabela. De que, rescibiendo gran mejoría Selvago en su enfermedad del cuerpo, buscando otra tal para las pasiones del ánima, por causa de Flerinardo, á Escalion se da cargo que llame una famosa alcagüeta á quien se cometa el negocio. Introdúcense:

FLERINARDO. — SELVAGO. — ESCALION.

Fler. ¡Cómo, señor Selvago! ¿que esta gentil dama que aquí agora se partió es vuestra hermana?

Selv. Es de cierto; mas ¿por qué lo decis?

Fler. Porque me siento por el más bienaventurado de los nacidos.

Selv. ¡Oh mi verdadero amigo! pídoos por el firme vínculo de amistad que entre nosotros está, que la causa de vuestras razones del todo me declarés.

Fler. Sabed, mi buen señor, que la señora por quien mi vida muriendo vive es ella, y gocéme porque siendo hermana vuestra, y vos tanto mi señor, en yugo matrimonial no me será negada.

[p. 108]

Selv. ¡Oh poderoso Dios y Señor, cómo son grandes tus maravillas y no ménos tus secretos infalibles! Sabed, mi buen señor, que no sólo vuestras razones me han vuelto la vida, mas mi espíritu de muy grande y rabiosa pena han librado.

Fler. Pues, señor, pídoos que la causa del todo me denunciés, que de vuestro contento no poca parte me puede caber.

Selv. Es, pues, desta forma: que, como acaso este dia viese en una fenestra de su aposento á Isabela, hija de Polibio, abrasado mi corazon de su fermosura, pensando que de vos fuese amada, los estremos que habés visto me forzó á que mostrase, donde si por vos no fuera, ciertamente mi vida trabajosa en trabajos al presente perdiera su sér, no por verme de amor desesperado, mas por lo que á vuestra verdadera amistad era deudor.

Fler. Maravillas, señor, me habeis dicho; mas en ninguna manera puedo pensar de dó procedió el engaño de me tener por captivo de Isabela.

Selv. Yo os diré, señor, lo que en eso entiendo: ya habréis sabido que mi hermana tiene con Isabela grande conocimiento, pues acaso, como otras veces suele, este otro dia se fué á se holgar con ella, donde, [p. 109] estando en la fenestra de su aposento, de vos fué vista, y vos della enamorado, de do se sucedió ser cosa verisímil pensar que por Isabela era vuestra pena, por ser la tal fenestra de su aposento, y su persona tan digna de ser amada.

Fler. Verdaderamente, señor Selvago, creo lo que habés dicho, y no tengo por ello otro pesar sino la carta que Risdeño de mi parte le llevó, que me tendrá de hoy más por burlador, y en vuestro partido no viene dello algun provecho.

Selv. Aunque sea bien de estimar lo que decis, no por eso quiero interrumpir la gloria que he recibido con algun pesar de su memoria, que, pues de la angustia pasada así soy librado, en lo venidero no debo temer; que, como dicen, Dios no hizo á quien desampare.

Fler. Así es verdad; mas pídoos que dexado esto aparte me digais si tenés memoria del sueño que este dia os manifesté, que cierto al presente se ha cumplido, que dicie, si bien me acuerdo, que el mono mofador, que sois vos, por lo que contra mí sustentastes del amor, perderia su sér y en manso unicornio sería convertido, esto es, ser preso del amor de Isabela por la propiedad del unicornio; ansimesmo que por el caso [p. 110] sería puesto en peligro de muerte, como aquí se ha visto, del qual sería librado por quien lo causára, que soy yo, pues de mí vuestra pena procedia, y por mis palabras fué del todo quitada.

Selv. Cierto, así es, señor, como decis, y muchas veces acaesce por arte diabólica salir algunos sueños verdaderos, porque á los demas se dé crédito, lo que por la sacra religion es vedado.

Fler. Bien es verdad lo que, señor, decis; mas ¿qué será que por la mayor parte en sueños se nos representa lo que el cuerpo de dia intentó?

Selv. Eso procede por parte de otros cinco sentidos, fuera de los esteriores, que el ánima posee, y como ella de su sér no esté sujeta á las pasiones actuales, del mesmo privilegio todas sus potencias gozan; de do se sigue que durmiendo el cuerpo, los sentidos del ánima velan, que causan los sueños; y lo mesmo á los irracionales es concedido, que el caballo y el can y todos los semejantes, como qualquier hombre, sueñan, y de aquí vemos que los canes estando durmiendo ladran y se revuelven entre sí.

Fler. Holgado he, señor, con lo que habés dicho, aunque en algo dello no estaba ajeno; mas trocando razones, dicidme, ¿qué [p. 111] sentis al presente del amor? ¿por ventura habés ya mudado vuestro parecer antiguo?

Selv. Señor, áun no, ni Dios lo quiera, que si contra vos este dia argüí en su ofensa, no fué sino contra uno de tres que el sabio señala, conviene á saber: uno divino, el qual es santo y bueno; otro comun, como el que un amigo con otro tiene, y éste tiene el medio de todos. El ultimo llaman velvino ó bestial, pues semejante es quien en él se pone, por ser malo y puesto en el carnal apetito, del qual dixo el anciano Séneca que si de los dioses tuviese el perdon, y de las gentes ningun vituperio ni afrenta, sólo por la suciedad que consigo tiene, con todas sus fuerzas le habia de evitar y huir. Contra éste, pues, fué mi intento de incusar por malo, como de verdad lo es, de donde por lo dicho podemos sacar que si uno con nombre de amador es baptizado, no por eso ha de ser reprendido hasta que su intento demuestre, conforme al qual, ó de dado á la virtud, ó de vicioso, puede adquirir renombre; pues claramente hemos visto que de tres partes en que se divide el amor, las dos son buenas y la una mala, aunque, si bien se mira, más son los que por la mala van, aunque sola, que por las dos buenas caminan, y por esto, tomado el amor absoluta [p. 112] mente por el malo ántes que por el bueno entendemos.

Fler. Aunque eso así sea, no dexais por lo pasado de tener culpa, pues mi intencion ignorábades; mas dexando esto, al presente procuremos en dar remedio á vuestra enfermedad.

Selv. En la pasion del ánima, señor, os le pido, que para la del cuerpo ya no es necesario, pues del todo le he ya conseguido.

Fler. Huelgo que por vuestra boca la nombreis pasion, mas sabed que para todo hay su contrario, y ansí le habrá en vuestro mal.

Selv. ¡Oh mi verdadero señor y leal amigo! ¿y cómo pensais hacer tanto bien?

Fler. Agora lo sabréis; mas cumple que se le dé parte en ello á mi criado Escalion.

Selv. Señor Flerinardo, no sé qué me diga, que mal concepto tengo dél, que cumple más de palabra que de hecho.

Fler. ¡Oh, cómo de cierto estais engañado en pensar tal, por ser muy al contrario de su condicion! quanto más que en esto no ha de servir sino de ser intérprete entre vos y una dueña honrada deste pueblo, cuyas maravillosas hazañas y tratos ingeniosos á quantos los han oido tiene hiantes y fuera de juicio, por ser en gran manera no creibles.

[p. 113]

Selv. Pues, señor, hacelde llamar, si pensais ser ése buen camino.

Fler. ¡Escalion, Escalion!

Esc. ¿Qué me mandas, señor, que aparejado como siempre estoy en tu servicio?

Fler. Buen amigo, es menester que en presencia del señor Selvago cuentes lo que estotro dia de aquella buena vieja me comenzaste á decir, porque al caso nos sería al presente necesaria.

Esc. ¡Cómo! ¿y ansí pensais que tan manualmente los hechos no pensados de aquella famosa hechicera se han de relatar? Pues yo juro por lo que á ley de quien soy debo, que si Livio otra vez al mundo volviera, con su arpada lengua y limada policía, mayor materia en la vida desta hallára para escrebir que quando los hechos de todo el pueblo romano por décadas relató; mas por ser á vuestro mandamiento obediente, bien en suma quién ella sea y sus manuales tratos demostraré. Habeis, pues, de notar que quando la famosa Claudina vivió, tuvo una hija por nombre llamada Parmenia, que, despues de la muerte de su madre, ni gualtería dexó por correr, ni meson por arrastrar, ni áun muladar ni establo que no probase; pasando, pues, su bellaca vida desta forma, una hija le dió la ventura [p. 114] más abundosa de padres propios que mozo de convento apelativos. Ésta, pues, es la que entre manos tenemos, que siendo nacida, su madre la baptizó con nombre de Dolosina, conveniéndola para la vejez tanto quanto sus obras dan por testimonio; dexo de contar que la madre, viéndose algun tanto en dias, procuró de mudar el oficio y volverse al que de generacion y avolorio le viene, en el qual se dió tan buena industria como en el pasado habia tenido maña, aprovechándose de la inocente hija en lo que le salia á pelo, que, como asaz de fermosura tuviese, no poco de necios era requestada, donde, con industria de su madre, ella hacia para sí mangas y para la vieja faldillas. Pues como ninguna cosa en su sér permanezca, no se haciendo ya tanta cuenta della, acordó la buena madre de sacar á la pequeña hija á volar, trayéndola por diversas partes y regiones, hasta que teniendo su asiento en Milan, la buena vieja dió fin á sus dias, quedando la hija huérfana y en estraña tierra, aunque no por eso perdió la realeza de su ánimo, que con lo que al presente de hacienda tenía, dió consigo en París, abriendo su tienda y mostrando sus mercaderías á la córte francesa. Tomando, pues, allí conocimiento con cierto nigro [p. 115] mántico, su arte muy por entero la enseñó, saliendo en él tan famosa maestra, quanto el delicado entendimiento de una mujer es bastante. No contenta mucho con tal nacion, en España pretende tornar, y visitando las principales ciudades della, aquí en su propia tierra fué tornada; donde habiendo salido muy niña y fermosa, vieja y disforme volvió. Fué, pues, desde poco aquí casada con un panfarron llamado Hetorino, mi amigo especial, con quien agora bien contenta y gozosa vive. Tienen allá cerca el rio una casa con dos puertas y dos moradas, donde él enseña á esgrimir algunos gentiles hombres en la una, y ella á labrar mozas en la otra, ordenándose entre las dos casas de discípulos, no pocos (ántes muchos y muy grandes) malos recaudos entre dia. Es asimesmo la vieja la más subtil y taimada alcagüeta hechicera que en nuestros tiempos, ni áun creo que en los pasados, se hallára; porque, no sólo con sus palabras y conjuros ablanda los muy duros corazones, mas áun con su meneo y visaje os hace venir las manos atadas á conceder su propósito y voluntad; muchas veces, como su marido (de quien yo he sabido) me ha dicho, que con el arte de nigromancia que aprendió, delante dellos se torna invisible, y desde algun tiem [p. 116] po da señas verdaderas de lo que pasa en muy diversas tierras; tiene tambien poder de convertirse en animales y aves, con que no sólo hace sus hechos, mas áun se defiende de quien su mal procura, porque, como dicen, o demo á los suyos quiere. Es fama que tiene muy gran tesoro, aunque el lugar está celado, mas por ello la insaciable hambre de la codicia nunca olvida, ántes siempre, confesándose por pobre, por una moneda de plata hará, como dicen, ciribones. Tiene á la contínua en su casa dos mozas de buen parecer para alivio de cuitados que sus aventuras buscan, que tan bien amaestradas la dueña honrada las tiene, aunque de pocos dias, que al triste que en sus manos cae, no sólo con sus fingidos halagos lo que encima tiene les da, mas áun la palabra por prenda de más les dexa empeñada. Ésta, pues, de quien, señores, habeis oido, es la dueña por quien me habeis preguntado, de quien con razon se podria decir que lo que en la leche mamó, en la mortaja mostrará; por tanto ved si en algun caso á su oficio tocante la habeis menester, que yo salgo fiador, si morralla bulle en ella, halleis muy cierto remedio y refugio apacible.

Selv. Señor Flerinardo, en dubda estoy [p. 117] de poner este negocio en manos de mujer tan nefanda, que cierto, por sólo ella ser en él participante, qualquier infortunio que acaezca tenemos bien merecido.

Fler. No mirés, señor, eso, que tambien hemos visto por mano de personas indignas haberse obras excelentes efectuado; por tanto, si á vos os parece, pues agora es ya noche, hacelda venir en la mañana ante vos, que si muy á vuestro propósito no se profiere concluir este hecho, poco se habrá perdido.

Selv. Pues, señor, así os parece, así se haga; no resta sino quién será el mensajero.

Esc. Señor Selvago, por vuestro amor, yo lo quiero ser; mas hágovos saber que si alguna cosa de paga no ve, no la sacarán de casa con garabatos, fundándose en que dicen que, lodo seco mal se pega.

Selv. Por eso no quede, que ves aquí diez escudos que le puedes dar de mi parte, prometiéndole grandes mercedes si en ella halláre remedio mi fatiga.

Esc. Desa manera yo digo que teneis el pleito de vuestra parte.

Fler. Pues, señor Selvago, porque se hace tarde, bien de mañana será mi vuelta; pídoos que os esforceis, que mal parece tan [p. 118] ta flaqueza en edad tan floreciente, y adios, que me voy.

Selv. Con él vais, mi señor, que yo haré por cumplir vuestro mandamiento.


[p. 119]

CENA QUARTA DEL SEGUNDO ACTO.

En que Escalion va á casa de Dolosina á le llevar los diez escudos de parte de Selvago. Los quales la dexa habiendo con ella acabado que entenderá en aquellos negocios, quedándose asimesmo esa noche en casa de la vieja con una su criada llamada Libina. Introdúcense:

ESCALION. — DOLOSINA. — CLAUDIA. — LELIA. — LIBINA.

Esc. Ahora que ya Flerinardo se ha entrado á su aposento, quiero ir á casa de Dolosina con el recaudo de Selvago, ca mejor se negociará agora que de mañana, y áun podria ser que del porte de los diez escudos tuviésemos buena cama hasta el alba. Buen acuerdo es éste; alto, via á caminar por esta calle, pues será á ménos peligro. Bien está, que ya veo la puerta, y á Dios si están acostadas; mas poco se perderá en que llame, pues venimos con provecho. Tá, tá.

Dolosina. ¿Hija Lelia, hija Lelia? corre presto, por tu vida, mira quién llama á tal [p. 120] hora á la puerta, y si es el mercader de quien te dixe hoy.

Lelia. Madre señora, si es él, más vale que vaya á le abrir Claudia que yo.

Dol. Bien has dicho; vé pues, Claudia, mira quién es.

Claudia. Ya voy, madre, mas por mi salud, que en el llamar más semeja al bachiller desta mañana que al que decis.

Dol. Sea quien fuere, asómate á esa fenestra y vello has.

Claud. ¿Quién está allá baxo?

Esc. Gente de paz es, señora Claudia; abrid á Escalion si sois servida.

Claud. ¡Válale el demonio al desuella caras! ¿y qué quiere á tal hora? Madre, Escalion es, ¿mandas que abra?

Dol. Vé, hija, que no se pierde cosa; veamos qué demanda es la suya.

Claud. Entra, señor Escalion, y sube si fueres servido.

Esc. ¡Oh perla, y cómo eres graciosa! mas dime, ¿está Hetorino y la madre en casa?

Claud. Señor Escalion, él hoy se partió fuera de la ciudad; la madre está arriba; sube si eres servido.

Esc. A ella he yo menester, señora; por tanto allá subo. Muy buenas noches, [p. 121] señora Dolosina, y á la compañía y todo.

Dol. Muy buenas te las dé Dios, hijo Escalion; ¿qué es lo que mandas en mi pobre casa, que ya sabes que todo está á tu mandar?

Esc. Madre señora, cierto negocio provechoso que se ha recrecido; mas primero que dél te dé cuenta, quiero que me digas quién es esta hermosa doncella, que por la ley del cuaderno, muy bien me ha parecido.

Dol. ¡Ay traidor, cómo se te van los ojos tras la carne nueva! Bien dicen que la tal aplace; mas sábete que es doncella bien quitada de todo ruido, que me ha rogado que la tenga aquí en mi casa algun tiempo recogida, que por ser huérfana de padre y madre, sin algun arrimo de pariente, fuérale trabajoso pasar en su honra la vida, que, mal pecado, tenemos un mundo tal, que las semejantes, estando solas, poca seguridad tienen de las malas lenguas y perversas intenciones, de que se sigue que la mala llaga sana, y la mala fama mata; que lo uno está en causa propia, y lo otro en ajena lengua.

Esc. ¿Cómo es su gracia?

Dol. Libina.

Esc. Pues á fe de gentil-hombre, que si la señora Libina por suyo me recibiese, que [p. 122] no perdiese en ello cosa, ántes se podria alabar que tenía señorío sobre quien no consentiria que su chapin abajase á ménos.

Dol. Hijo Escalion, muy contrarias van tus palabras de lo que yo te he dicho; mas si te parece, dime á qué fué tu venida, porque es hora que dés la vuelta y acá nos recojamos.

Esc. Madre, á solas lo quiero haber contigo, por tanto mira dó quieres que sea.

Dol. Entraos, hijas, en esa pieza miéntras hablamos dos palabras. Ya está hecho, bien puedes decir tu recaudo.

Esc. Madre señora, has de saber que de parte de Selvago, único amigo de mi señor Flerinardo, á tí soy venido, que te ruega excesivamente que luégo de mañana á su posada te llegues, que será cosa bien de tu provecho, á lo que, de mi oido, por lo bien que te quiero, dixe que alguna cosa comigo adelantada te enviase, lo qual fué tan cumplidamente como su generosa persona demanda, por tanto ves aquí diez escudos de presente que te envia, y largos ofrecimientos de futuro si remedio en su fatiga pusieres, que á lo que yo imagino es de amor; por tanto, mira qué me respondes, que cierto tú lo debes hacer, pues provecho no pequeño dello se te seguirá.

[p. 123]

Dol. Aunque, hijo Escalion, ya tenía por mí de no ponerme en semejantes tratos, por rogármelo tú al presente, yo mudaré mi propósito concediendo en tu ruego; y á lo que dices que por mí heciste, yo lo tengo en soberana gracia, y quedaré obligada á ser presta en todo lo que te cumplirá.

Esc. Pues, señora, entre otras mercedes que de tí espero, es una, que hables por mí á Libina, esta doncella que aquí tienes, que cierto della estoy muy pagado, y si no recibiese algun favor sería puesto en toda congoxa.

Dol. Porque veas, hijo, lo que te amo, yo haré por tí lo que por mi padre fuera escusado, por tanto reposa un poco, que yo te tornaré alegre, porque sientas qué es hacer placer á la madre Dolosina, que lo sabe muy bien pagar con el doblo. ¿Hija Libina?

Libina. ¿Qué es lo que mandas, señora?

Dol. Quiero de tí tanta gracia que hables á este señor y le quieras, que en ello no perderás cosa.

Lib. Por mi salud, madre señora, que en otra cosa puedes mandar, que eso es bien escusado.

Esc. Haz, señora Libina, lo que la madre te ruega, que juro por los temidos barbotes de Pluton, de te servir bien y lealmente, fuera [p. 124] de lo que tu valor vale, porque he sabido que eres quitada de semejantes tratos.

Lib. Gentil hombre, poca necesidad tengo al presente de vuestros servicios, por tanto mudad vuestro propósito; y de vos, madre, estoy, y con razon, bien afrentada, que sabiendo mi condicion me probais con tales palabras.

Dol. Ea, hija, haz lo que te digo, que yo fiadora, que dello no quedes pesante.

Lib. Por mi vida, madre, que es en vano; ¡cómo! ¿y así habia de poner mácula en mi fama? Jesú, tal no me mandeis, que moriré de pesar.

Esc. Madre, así Dios te dé buena postrimería, que no cesen tus palabras en mi favor, y toma la capa mia, porque miéntras más se escusa, más su amor me abrasa.

Lib. ¿Qué te dice ese señor de secreto? que, por mi fe, su pensamiento es en vano.

Dol. Díceme que se tiene por bienaventurado en tener tales pensamientos, que al fin piensa que tu crueldad será contra él amansada.

Lib. Sí, sí, sí; dichoso él, como cera de todos santos, no se vaya de por ese camino; espéreme en pié, que yo le aseguro que de tal pecado no lo acusen.

Dol. Bien veo yo, hija Libina, ser esto [p. 125] fuera de tu condicion; mas has de mirar que te lo ruego yo, que algun dia me habrás menester, que aunque te sea cuesta arriba, bien habrás oido que mano besa hombre que la quirrie ver cortada, quanto más que yo conozco de tí que no querrias que lo fuese la suya.

Lib. Por mi vida, madre, que no estás en lo cierto, que si no mirase á no darte á tí enojo, ya de aquí me habria partido por no oir tales razones.

Dol. Pues por mi salud, que aunque más santa te muestres, que has de recibir de nosotros fuerza; alto, hijo Escalion, vén comigo, que yo la dexaré donde haya menester las manos.

Lib. ¡Ay madre! ¿por que me haces tanto mal?

Dol. Por tu bien es, hija.

Lib. ¿Qué mucho ganar es hacer placer á este gentil hombre?

Dol. Agora quiero, hijo, que delante de mí la abraces para ver dónde llega tu diestra.

Lib. Ya en brazos de un toro de Xarama le vea yo, que corre siete leguas tras una moxca.

Dol. Haz, hijo, lo que te digo.

Lib. No será él tan desmesurado.

[p. 126]

Dol. ¿En mesuras me mirais? Alto, que en esta cárcel aprisionados quedaréis, sin esperanza de que hasta el alba quedeis libertados, que yo me llevo la llave.

Esc. Madre señora, ten cuidado de mi negocio.

Dol. Sí tendré, hijo; huelga, que siendo tiempo yo te llamaré.

Claud. Señora madre, ¿qué se hizo de Libina y Escalion?

Dol. Sabe, hija, que allá los dexo encerrados en la pieza de los huéspedes.

Lel. ¿Dióte alguna cosa?

Dol. ¿Y qué me habia de dar, Lelia? ¿No soy más obligada á la amistad que tiene con mi marido Hetorino, que á interes alguno?

Lel. No lo digo porque recibas pena, madre, sino que pensamos Claudia y yo, quando llamó á la puerta, que fuese alguno de nuestros huéspedes, y cayó la suerte á Libina, que dello estaba bien descuidada.

Dol. Andá, locas, íos acostar, que vuestro san Martin os vendrá otro dia.

Lel. Ya vamos, madre, quédate á buenas noches.

Claud. Por tu fe, Lelia, que nos lleguemos callando al aposento donde sus mercedes están; veamos las razones que entre sí [p. 127] pasan, pues él es tan taimado y ella no peca de necia.

Lel. En Dios y en mi conciencia que me lo quitaste de la boca, que, como dicen, si bebo, en la taberna, si no, huélgome en ella; ya que esta noche estamos vacantes, tomarémos un rato de pasatiempo oyendo las bravosidades que entre sí tendrán.

Claud. Pues sea con mucho tiento, no sientan la celada que les tenemos puesta.

Lel. ¿No le oyes, Claudia? ¿no le oyes al necio cómo se lamenta?

Claud. Óyete, no lo sientan, que al cabo estoy.

Esc. Por Dios, señora Libina, que no creyera que tan cruda habias de ser para quien tanto como yo te quiere, especialmente en lugar tan aparejado á batalla de amores, en que solos estamos; no, señora, por tu vida, no seas de tal condicion, sino concede en mi voluntad, que yo te aseguro que no te pese despues de habello hecho.

Lib. Donoso está, por mi vida, yo le digo que se vaya y él descalzóse las bragas; mas decid, hombre de bien, por vuestra fe, ¿qué servicios ó qué dones he de vos recebido para concederos vuestro ruego? ¿qué conocimiento de mí teneis, que así pensais? hoy venido y cras garrido. Pues prométoos que [p. 128] no se hace la boda de hongos, sino de buenos florines redondos, ó servicios, que en tanto los estimo, y por tanto os podes tener por dicho que de mí al presente no habréis más de lo habido.

Esc. Señora, si miras la buena voluntad que desde que te vi te he tenido, á más me eres obligada.

Lib. Deso comerémos, por vida de mi agüelo; pues hágoos saber, hermano, que en más estimo un real de plata que quantas voluntades hay en el mundo, que no sé que color tienen.

Esc. Pues te muestras contra mí tan zahareña y no quieres hacer lo que te digo, una cosa de tí quiero que no me sea negada, la qual es que de tu voluntad, con que al presente seré contento, me dés una docena de besos.

Lib. Xó que te estriego; por mi vida, que le solteis el freno y escopirá, ó le asgais de la barba y deciros ha mil gracias; axó, niño, dalde un tres, que dos merece; ya los diablos le besen, que no tienen mocos.

Lel. ¿Pasa por tal cosa Claudia?

Claud. En verdad no lo creyera si ciento de á caballo me traxeran por testigos; en Dios y en mi conciencia, mayor asno enalbardado que éste no se halle en toda Arca [p. 129] dia, aunque el pastor Argos con sus cien ojos le fuera á buscar.

Lel. Por mi salud, que tienes razon, que de verdad yo acá fuera en oirlo tengo el mayor empacho del mundo.

Claud. Pues yo no, sino que parece que lo sueño, ca se ha oido éste es en toda la ciudad por muy valiente y desenvuelto tenido; y verdaderamente dicen que en donde se piensa que hay tocinos no hay estacas, pues tan cobarde y atado al presente se muestra.

Lel. Así es, hermana Claudia, el vulgo inconstante, que lo bueno en malo y lo malo en bueno suele mudar, dando á unos fama de santos y graves varones, y no siendo vero lo que dice el pandero, tienen en su pecho una hedionda piscina encubierta; y por el contrario, otros, por hipócritas y malos tenidos, tienen su tribunal y asientos por electos en la eterna beatitud.

Claud. Clara y manifiesta verdad es ésa; mas calla un poco, verémos en qué paran los trajes, qué responde Escalion á lo dicho.

Esc. ¡Oh pesar del horrendo dragon domado por el fuerte Belorofonte! ¿y cómo ía de ser verdad que con tus cruezas y desvíos has de dar la muerte al más temido varon [p. 130] de toda Europa? no será, sino que yo llame á la madre, que me dexe salir á tomar venganza de quantos delante se me pusieren, pues de quien me causó el enojo no conviene.

Lib. Ce, señor, por tu fe, no hagas tal cosa, sino llégate acá, dime si há mucho que me conoces.

Esc. ¡Oh, Dios sea loado, que me dices que á tí me llegue!

Lib. Por mi vida, que ya dello me pesa. Ce, señor, por vuestra vida, que os tengais en vos, que no soy de las que pensais.

Esc. ¡Oh qué blanco pecho que tienes, señora Libina! Juro por las que en la cara tengo, que mejor no le vi en toda mi vida, aunque por mis pecados he visto muchos; pues la delicadez dél es de olvidar, sino que me parece tomar en las manos mantequillas de Guadalajara.

Lib. De verdad que con razon dice el proverbio, mete el gallo en el muladar y saldrá heredero, ó lo que más le conviene, al judío, dalde un palmo y toma cuatro. ¿Cómo, y tal ha de pasar, gentil hombre? teneos allá, que por los huesos de mi madre (que pudren) he de dar voces como una loca.

Esc. Señora mia, pídote de gracia que me digas, si fueres servida, cómo de tu genti [p. 131] leza podré gozar, y toma de mí quanto quisieres, que de verdad te digo que me tienen tus amores muerto.

Lib. Ya no os moristes vos, marido, por falta de caperuzas, que siete teníades en vuestra arca.

Esc. ¡Oh pesar del mundo malo! ¿y que esté yo rabiando por tu causa, y tú diciéndome gracias? por tu fe, no seas, señora, de tal condicion, que me harás hacer una locura que llegue á orejas del turco.

Lib. Agora, si tú por mí hacer quieres una cosa, yo concederé en tu ruego; mas en otra manera será escusado.

Esc. No tardes, pues, en me lo decir, que, por el gorjal de Sant George, ántes será hecho que dicho, y si es cosa de armas y tengo de castigar algun atrevido, á mí por un cabo, y á que tangan por él por otro, puedes enviar.

Lib. No es lo que piensas, sino que me hagas haber once varas de anascote para un manto, y seda con que guarnecello, y serás luégo sano; y no pienses que con otro hiciera esto, que cierto no es ansí, que si no mirase tu gentileza y que me tienes buen amor, por mi salud, fuera bien escusado, por ser yo persona tan quitada de semejantes tratos.

[p. 132]

Esc. ¡Válale el demonio á la coxita remilgada, y qué palabras suelta! juro por mi verdad, que por ella se debió decir: pico de once varas, y con qué guarnecelle.

Lib. ¿Qué dices entre dientes, señor? ¿parécete caro? Pues dilo presto, que podrá ser, si te detienes, haber vuelto el propósito.

Esc. Digo, señora, que pudiéndome mandar un caso de honra, me afrentas en pedirme una nonada.

Lib. Con eso seré yo contenta.

Esc. Pues ¿cómo será, que no lo tengo aquí?

Lib. Más dias hay que longanizas; tráelo tú, que luégo serás pagado.

Esc. Señora Libina, ves aquí cuatro reales para en señal, y yo te prometo, á fe de quien soy, de te los enviar mañana.

Lib. No querria que me burlases.

Esc. Bien parece que no me has contratado mucho, pues dubdas en mi palabra.

Lib. Agora, señor, muestra, que yo te fio; mas, por mi vida, que te sosiegues un poco, que la noche es larga.

Esc. Así es menester, señora, para quien ha de caminar largo y dormir en ella.

Claud. ¿No ves, Lelia, lo que pasa, y cómo ha sabido Libina traer el agua á su [p. 133] molino haciéndole creer del cielo cebolla y que era una religiosa?

Lel. Cierto es entendida, y ya se tiene cuatro reales para el pico de la cañada.

Claud. Ansí me parece; mas si tuvieres por bien entrémonos en nuestro albergue, que ya tienen sus mercedes pausa, y lo de aquí adelante es más para gustallo de presencia que para oirlo de léjos.

Lel. Es bien acordado, sea luégo.


[p. 134]

CENA PRIMERA DEL TERCERO ACTO.

En que estando Selvago en su aposento entendiendo con la música, viene Escalion con la vieja á le hablar, á quien habiendo su mal declarado, y siendo por ella buen fin prometido, en señal de cumplida paga Selvago le da cincuenta doblas con que á su casa á lo poner por obra vuelva. Introdúcense:

SELVAGO. — RISDEÑO. — ESCALION. — DOLOSINA.

Selv. ¡Válame el poderoso Dios! ¿qué será esto? ¿por ventura no estaba yo agora en el reino de mi señora, lleno de su gracia y gozando de su soberana gloria? ¿pues, cómo me hallo en mi lecho? sin duda que con algun fingido ensueño he sido engañado; bien será me certifique de segunda persona. ¡Mozos, mozos!

Risd. ¿Qué mandas, señor?

Selv. Dime, Risdeño, por tu fe, ¿dónde he yo estado esta noche?

Risd. El cuerpo, señor, á do se halla al presente, mas del alma no sé cosa.

Selv. Pues dime, necio, viviendo yo, ¿pueden hacer divorcio entre sí?

Risd. No sé, pregúntaselo á Sant Agus [p. 135] tin, que dice que el amador tiene su ánima en donde ama.

Selv. Agora verdaderamente creo que de cierto yo no soy Selvago, que en Isabela está convertido y en ella vive; mas yo soy su efigies y cuerpo, y así no fué vano lo que poco há entre sueños imaginaba; mas dime, ¿qué hora piensas que sea?

Risd. Despues de la salida de la luminaria en quantidad mayor del firmamento, puede dos veces el cinocéfalo haber urinado.

Selv. ¿Qué has dicho, que no te he bien entendido?

Risd. ¡Cómo, señor! ¿No sabes la propiedad del cinocéfalo, que tiene apariencia de mona?

Selv. No, mas di quál es.

Risd. De urinar de hora en hora tan por nivel, que sobrepuja al más concertado relox que ser pueda, por obrar en él naturaleza, y por esto habiendo urinado, como dixe, dos veces despues de la venida del sol, que es la mayor lumbre del cielo, por causa que es ciento y veinte y cinco veces mayor que la tierra, serán las seis del dia.

Selv. Gracioso estás con tus poesías á mí, que estoy la soga á la garganta; dame aquel laud y salte á la puerta de la sala, y [p. 136] si vieres á Flerinardo, ó á otro de su parte, entrarás á me lo decir luégo.

Risd. Señor, así lo haré. ¡Oh santo Dios, y qué soberana gracia tiene este hombre en quanto mano pone, y cómo constriñe el instrumento que en sus manos tiene á que de su pena y dolor sea participante! De cierto que si el famoso Orfeo y el dulce Orion con el estimado Anfion al presente fueran vivos, con ser los más excelentes músicos que la antigüedad tiene en memoria, en ninguna manera con esto se podian igualar, que de verdad mi sentido tiene elevado en oir los altos y baxos, cercas y léxos de las sonoras cuerdas, ordenando á sus tiempos con suave melodía unos pequeños descuidos que, con mayor cuidado, los ánimos de los circunstantes en ella eleva. Ya me parece que su voz hace muestras de querer, con su alta armonía, las fantasías y diferencias del instrumento matizar; que, segun otras veces he visto, no ménos las apacibles gargantas, los delicados sonidos de la voz mostráran bien gustosas, que los ligeros dedos, los confusos redobles con suave dulzura han ordenado; mas ¿quién es esta fantasma ó estantigua que con Escalion viene? ¿Por ventura el fuerte Enéas, en él convertido, con la anciana Sibilla, quieren en los infiernos, [p. 137] donde Selvago pena entrar la segunda vez? Pues ténganse por dicho que no han de pasar tan livianamente como piensan en mi barca, pues el ramo de oro no les fué concedido.

Esc. Amigo Risdeño, estés en buena hora, ¿qué hace tu señor Selvago?

Risd. Señor Escalion, vos seais bien venido, y si en lo que mi señor entiende quereis saber, allegaos á la puerta de aquella sala y seréis en vuestra pregunta satisfecho.

Esc. Dime, por tu fe, ¿es él el que tañe?

Risd. No otro.

Esc. Por tu vejez, madre, que gocemos un poco de la música, que tiempo nos queda, pues no es ella de perder.

Dol. Sea, hijo, como quieres, que, por mi verdad, el sentido me tiene allá robado, que, mal pecado, como la armonía y dulzura de la música representa y sabe á la celestial gloria, y yo, en lo último de mi vida esté, no puede hacer ménos de poner mi juicio por algun tanto en lo que tan presto para siempre tiene de gozar.

Esc. Así quiera Dios, madre, y que allá todos nos veamos.

Dol. Harto, hijo, es de pusilánimo y miserable el que piensa de no verse allá y tiene en ello muerta su esperanza, mas calle [p. 138] mos algun tanto, y del todo de la música podrémos gozar, que comienza nueva y alta materia.

Selv.

A los montes de Parnaso,

A caza va mi cuidado,

Vestido de ropas verdes

Que la esperanza le ha dado;

De canes, que son servicios,

Viene todo rodeado,

Los monteros pensamientos

Vienen cerca de su lado;

En una cueva metida,

Lugar solo y apartado,

Descubierto han una cierva,

Tras ella todos han dado;

Las cornetas de gemidos

Fuertemente han resonado,

El cuidado y un montero

Los primeros han llegado;

La cierva, sin tener miedo,

Muy constante se ha mostrado,

Los perros se parten della,

Que tocalla no han osado,

Porque, con sola su vista,

Los ha muy mal espantado.

Ellos estando en aquesto,

Un caballero ha llegado,

Armado de ricas armas,

Con señales de morado;

En su mano trae blandiendo

Un dardo bien afilado,

Que, como al cuidado vido,

Con soberbia le ha hablado:

Por tu muy gran osadía

[p. 139] De mí serás maltratado;

Diciendo estas palabras

El venablo le ha tirado,

Por medio del corazon

De parte á parte le ha pasado:

No contento con aquesto,

A la cueva le ha llevado,

Échale fuertes prisiones,

Do le dexa encarcelado.

Dol. Por mi salud, hijo mio, que me semeja que en la gloria de la melodía del ángel Sant Miguel he gozado el tiempo, que aquí con vosotros oyendo á Selvago he tenido.

Esc. Por la cruel remembranza de Megera, madre, que tienes la mayor razon del mundo; mas, pues lo ha ya dexado, entremos si fueres servida.

Risd. Escalion, mira, una palabra al oido.

Esc. Di lo que quisieres.

Risd. Quiero que me digas de qué cimenterio ó soterraño has sacado esta semejanza de la suegra de Barrabás, que contigo viene.

Esc. Calla en mal hora, no digas tal, que si lo sabe será gran daño, que ésta sola basta á dar la medicina más conveniente á la peligrosa enfermedad de tu señor.

Risd. Pues dime, ¿es, por ventura, el [p. 140] espíritu de Galeno, que fuiste por él al otro mundo para este negocio?

Esc. Otra vez á doce, anda con nosotros, que presto sabrás de su venida, y quién sea, y no burles de quien te puede dañar, que muy fácil, por su arte, puede saber lo que della dixiste.

Risd. Ya, ya, á fe de gentil hombre, que sé ya todo el caso, que tú debes haber sacado del ciminterio del Cármen el cuerpo de Celestina, que este dia falleció, y como allí tan presto se consume y come la carne, no hallaste sino los huesos que traes contigo; digo esto, si fué verdad, que murió de la caida del andamio de su casa, y no se estuvo, como la otra vez, escondida tras el artesa.

Esc. Bien dicen que quien mucho habla pocas veces acierta; mas no sé qué de tí me piense, que así quieres con tus pesadas palabras en són de gran poder á tu señor quitarle el remedio que le viene. Por tanto, yo te ruego que tus palabras cesen y vayas á decir á Selvago cómo estamos aquí.

Risd. Agora, que yo iré, no tomes pasion con lo que burlando se dice. ¿Señor, señor? Escalion, el criado de Flerinardo, y una dueña, están allí fuera, que te quieren hablar, si les das licencia.

[p. 141]

Selv. Di que entren, mal mirado, que yo dello primero te avisé.

Dol. ¡Oh mi hijo y buen señor! vos esteis muy en buen hora, en buena fe; mas decidme, yo os ruego, ¿qué enfermedad es la vuestra, que á tal hora teneis el aposento de los tales por morada?

Selv. Madre mia, tu venida sea para mí tan buena como la de Judit con la cabeza de Holoférnes á los afligidos ciudadanos; pídote que me perdones si no te fago el acatamiento á tu persona debido, pues mi poca salud es en ello la causa.

Dol. ¿Y qué dolencia es la vuestra, hijo? que, por mi salud, segun de vuestro rostro concibo, no puede faltar sino que de regalo sea.

Selv. Mi señora, sabe que para en eso fuiste llamada; por tanto, siéntate, reposa un poco, que toda mi fatiga te será descubierta, donde, si en tí en alguna manera remedio se hallase, no sólo á un enfermo darás la vida, que es asaz buena obra, mas áun mi persona y bienes en tu poder serán puestos, quedándote aún con esto en muy grande deuda.

Dol. Pues, señor, no ceses en me lo decir, que si hiciere al caso, aunque mi poder sea poco, sólo por lo que tu persona [p. 142] merece, junto con la vida en tu servicio sacrificaré.

Selv. ¡Oh madre mia, y cómo me eres agradable! Cierto si por obra cumples lo que de palabra has profesado, con mi vida no te podré gratificar; por tanto, has de saber que mi vida sin ella se ve por ser del todo muerta y de sí apartada y en ajeno poderío crudamente captiva, lo que en la vista de Isabela, hija de Polibio, en un instante de tiempo se ordenó.

Dol. Al cabo estoy, señor; á buen entendedor pocas palabras.

Selv. Pues, madre, ¿qué conjeturas tienes en esto? ¿parécete grande la dolencia, ó carece de remedio?

Dol. De ser grande no pongo duda, mas sábete que para todo hay remedio sino para la muerte.

Selv. Pues ¿cómo piensas hacer esta caridad?

Dol. Yo te diré: tú tienes pujamiento de sangre, por tanto paréceme que alguna sangría será necesaria.

Selv. ¿Quieres decir, madre, que dineros lo pueden hacer todo?

Dol. Parece que me viste el juego.

Selv. ¿Pues será menester otra cosa?

Dol. Sí, tres en número.

[p. 143]

Selv. ¿Quáles son?

Dol. Las que el Gran Capitan al arzobispo mozárabe señaló, cuando la guerra de Orán ordenaba.

Selv. Di, pues, ¿qué fué lo primero?

Dol. Dineros.

Selv. ¿Lo segundo?

Dol. Dineros.

Selv. Bien te entiendo; di qué fué otra cosa.

Dol. Dineros.

Selv. Pues quanto en eso no se perderá cosa, que hartos dineros hay.

Dol. Pues tuya es Isabela.

Selv. Mira lo que dices.

Dol. No creas que la vejez caduca el sentido me haya robado, como las otras esteriores potencias, que de cierto no es así, pues ella y la necesidad en gran manera le han limado y polido, á que fácilmente, por conjeturas en el principio, los fines ciertos y verdaderos inquira; por tanto callen barbas y hablen cartas, que es lo que más hace al caso, y verás quién es la vieja Dolosina, y cómo sus promesas no son falsas.

Selv. Risdeño, toma esta llave y sácame un portacartas que verás en aquel cofre.

Risd. Señor, vesle aquí.

Selv. Madre mia, toma estas cincuenta [p. 144] doblas en señal de que lo restante es tuyo, si verdaderas fueren en todo tus palabras.

Dol. Téngotelo en merced, señor, éstas, con las diez que ayer con Escalion me enviaste, que en el hacer de las mercedes has mirado el mucho valor de quien las da, y no el poco merecimiento de á quien se conceden.

Selv. Madre señora, mucho vales, y á más te soy obligado por tus agradables promesas.

Dol. Agora, mi buen señor, yo me quiero partir para con más brevedad concluir el negocio.

Selv. Madre mia, merced recebiré, que si en su presencia te vieres y te hiciere al caso, esta letra le des de mi parte.

Dol. Mi buen señor, yo lo cumpliré bien, aunque poco hace al caso; mira si me mandas otra cosa.

Selv. Que el ángel bueno te guie en esta jornada; mira si tienes necesidad de alguno de mis criados que te acompañen hasta la posada.

Dol. No hay necesidad, señor, que quien me truxo tomará este trabajo.

Selv. Escalion, hermano, ruégote, si allá no fueres necesario, que des luégo la vuelta, que tengo de haber cierto negocio contigo.

[p. 145]

Esc. Yo cumpliré vuestro mandado, señor Selvago.

Selv. Madre señora, al Criador de todas las cosas te encomiendo.

Dol. Él quede, señor, en tu compañía; no tomes pena demasiada, ten buena esperanza en el suceso, que en manos está el pandero que le sabrá tañer.

Selv. Con esa esperanza sustentaré la vida.


[p. 146]

CENA SEGUNDA DEL TERCERO ACTO.

En que Escalion, por la promesa que á Libina hizo, no osa entrar en casa de la vieja y despídese; la vieja pide cuenta á su criada Lelia de los negociantes que han venido. Despues desto hace un conjuro sobre la carta de Selvago, y con ella para casa de Polibio se parte. Introdúcense:

ESCALION. — DOLOSINA. — LELIA.

Esc. Señora Dolosina, ¿sabe que me parece que por tí ha cantado el cuclillo, que vas cargada de oro como abeja á la colmena?

Dol. ¿No sabes, hijo, que del rio á veces cargado á veces vacío? mas hágote saber que con todo eso no alcanzo para un orinal de plata.

Esc. Agora, madre señora, esto aparte, sábete que no puedo entrar en tu casa; por tanto, como llegue á la puerta, me darás licencia.

Dol. ¿Tienes algun arduo negocio, ó qué es la causa?

Esc. No, pese al mundo, sino que mandé anoche á Libina once varas de anasco [p. 147] te, y díle en señal quatro reales y quedó mi palabra obligada á que se las llevaria hoy, y reniego de los tártaros si tengo más blanca que un podenco, ni rastro de donde al presente me venga.

Dol. Hijo Escalion, recio caso es no cumplir la palabra que se pone, especialmente un hombre como tú, de los quales es dicho, de la palabra, como el toro por el cuerno, se han de preciar; y tú erraste en el prometer, pues posibilidad te faltaba, mas aunque esto ansí sea, yo rogaré á Libina que te espere más tiempo, y ella lo hará por mi ruego y porque dicen que el deudor no se muera, que la deuda sana queda; mas mira que te aviso que no me hagas caer en vergüenza con ella, si esperándote por mí despues la burlares, que yo, como dicen, seré tenida á lo pagar, y no es razon, pues de mí recibes la buena obra.

Esc. ¡Valga el demonio la vieja enredadera! ¿y fuera mucho que me escusára con la otra, pues hoy tal lance á mi causa ha echado? sino que piensa que diciendo que me espere áun me pone en gran cargo; pues, no las ayude Dios más, que ellas de mí lo lleven si del Perú no me viene, que, por el sacrílego robo de Elena, treinta saltos dé sin que se me caiga blanca, y de pelado regatease la soga, como dicen.

[p. 148]

Dol. ¿Qué dices, Escalion? ¿viénesme por ventura royendo las faldas? No lo debes hacer, que de cierto no es pequeña la buena voluntad que yo te tengo, y si tienes alguna necesidad, dilo luégo, no hayas vergüenza, que quien no habla no le oye Dios.

Esc. No digo, madre, sino que reniego de los trasuntos de Balcebú, porque á tal tiempo me vino esta necesidad con que mi palabra ha de venir á ménos.

Dol. Agora, hijo, confia en Dios que todo se hará bien; mas ves aquí mi posada, mira si quieres entrar.

Esc. Tornarme quiero, pesar de quien me parió, que ya no osaré parecer donde gentes hobiere; quédate á Dios, madre, que yo pienso de hacer algun hecho que sea sonado, que de dos males el mayor se ha de evitar, que es que no se quiebre mi palabra.

Dol. El Ángel bueno te acompañe, hijo. Tá, tá, tá.

Lel. ¿Quién llama allá fuera?

Dol. Abre, Lelia, que yo soy.

Lel. Madre, enhorabuena vengas.

Dol. Dime, Lelia, ¿qué hacen esas mochachas?

Lel. Sube y vellas has echadas, que áun agora duermen el sueño de la salud.

[p. 149]

Dol. Bien me parece que otro ha de ganar lo que ellas han de comer, mas pase, que agora tienen tiempo; dime, ¿ha venido álguien á buscarme?

Lel. De parte del tiniente, á quien llevaste la moza ántes de ayer, te enviaron dos pares de perdices con muchos perdones á vueltas.

Dol. Dios le dé de sus bienes, que sabrosas serán por ser de las rentas de Dios escotadas.

Lel. El mercader de Claudia vino luégo como que tú te fuiste, y ha estado con ella y se ha ido.

Dol. ¿Qué truxo?

Lel. Una saya naranjada que cantusó á su esposa, para Claudia, y un manto razonable guarnecido, para tí.

Dol. Andar, agua vertida no toda cogida; de quien no nos debe nada buenos son cinco dineros; dime si ha venido otrie.

Lel. La desposada, que tiene el joyel empeñado en los dos ducados, vino muy asustada por causa de estar hoy convidada en casa de su esposo, y por no estar tú aquí hube yo de ser el zurujano; y áun, por mi conciencia, que pasó un mal rato por no ser yo buena maestra, en pago de lo qual me dexó esta sortija de oro.

[p. 150]

Dol. Bien haces, hija, de ensayarte temprano, que, por mi salud, quando grande te lo halles y dello no seas pesante; mas la sortija me viene á mí de derecho, por ser tú aprendiz en mi casa.

Lel. Madre, yo te la daré; mas déxamela traer algun dia primero.

Dol. Muestra, boba, que no es anillo en el dedo, sino honra sin provecho, y tener siempre cuidado no se pierda sin lo sentir, lo qual, si acaesce, da doblado pesar que recreacion con él han tenido, y por tanto será bien que me le des, que quien quita la causa quita el pecado.

Lel. Toma, madre, que más quiero ser yo pesante que tenerte á tí descontenta; los dos ducados están entre las almohadas de tu lecho.

Dol. Bien está todo eso; dime, hija mia, si me ha venido otrie á buscar.

Lel. No, madre, no ha venido otra persona alguna.

Dol. Pues, hija Lelia, tráeme aquí lo necesario para un conjuro; eso mesmo, los vestidos rotos de mujer mendicante y pobre, que con ellos tengo de ir á cierto negocio.

Lel. Madre señora, ves aquí he traido los vestidos que me pides y eso mesmo lo necesario para el conjuro, que es: el ólio [p. 151] infernal, las candelas del cerco de la otra noche, el ídolo de arambre juntamente con la bujeta del ungüento serpentino, la lengua del ahorcado, los ojos del lobo cerval, la espina del pez rémora, los testículos del animal castor, el pedazo de carne momia, y las taleguillas de las hierbas del monte Olimpo que truxiste el dia de Mayo. Mira si es menester otra cosa.

Dol. La redoma azul pequeña, con el agua del rio Leteo, me trae tambien.

Lel. Vesla aquí, madre, ¿quieres más?

Dol. No, sino que cierres bien la puerta y arriba te subas.

Lel. Hecho está, madre.

Dol. Yo, la maga y gran sabidora Dolosina, enseñada en las artes del mago Simon, sin falacia ni engaño, á tí, Pluto, rey y señor predominante en las tremendas y espantables tinieblas del Erebo y reino infernal, donde el rio Cocito, con sus negras y oscuras aguas, por las breñas y rocas, donde las sombras hacen su habitacion se despeña; juez soberano entre los rectísimos pretores. Minos, Caco, y Rodamante, veedores esecutarios en las causas de los afligidos pasajeros de Caron, domador, eso mesmo, de las terribles y no domables fuerzas de las tres tartáreas furias, Alecto, Megera y Tesifon, [p. 152] con las virtudes ocultas de los presentes materiales te conjuro: á que dexado tu cetro y silla real, vengas con aquella obediencia á que me estás obligado tú, en pago del dedo cordial que te tengo ofrecido, á me servir, y sin engaño ni aparencia fingida, cumplas en todo y por todo, mi querer y voluntad; y si tu imperial persona, en otros importantes negocios ocupada, tuviera por enojosa esta venida, por el tanto, con tus veces y grande poder, á mi fiel familiar Escarcafierro me envia, el qual en esta carta que presente tengo, se encierre, y siendo en manos de Isabela puesta, de la manera que esta imágen de arambre es abrasada con estas virgíneas candelas, así su corazon con fuegos excesivos en el amor de Selvago se encienda, matando con la presente agua del olvido, traida del infernal rio Leteo, todos y qualesquier amores que en otras personas haya puesto; donde lo contrario haciendo, no sólo de tu poder y persona blasfemaré, mas con todas mis fuerzas te seré capital enemiga y cruel competidora, donde, con buen seguro, que en mi poder te llevo, con estas armas de fingidos vestidos, á comenzar la dubdosa batalla me parto.


[p. 153]

CENA TERCERA DEL TERCER ACTO.

En que Dolosina, de muchos temores acompañada, en hábitos de pobre mendicante va á casa de Polibio, y fingiendo pedir limosna, en el aposento de Isabela, guiada por Cecilia, entra, donde con muchos rodeos alguna parte de su mensaje le declara; lo que por Isabela entendido, ignorando de qué parte viniese, ella y Cecilia con las almohadillas de labrar le dan muchos golpes, hasta que fingiéndose por muerta, estando ellas un poco descuidadas, se les va huyendo, dexando allí la carta de Selvago. Introdúcense:

DOLOSINA. — CECILIA. — ISABELA.

Dol. ¿Áun qué sería si hubiese la vieja Dolosina de pagar hecho y por hacer, en este camino? que por mi salud, mirando bien en ello, en gran peligro voy, especialmente con el hábito que llevo, que sólo en ser conocida cae mi vida en gran riesgo; pues los agüeros que he visto lo adoban. Dos falcones maltratando una graja se me representaron en saliendo de mi casa; poco más acá vi en el suelo una lechuza muerta; el primer hombre que al encuentro me vino, sobre ser cornudo, le dieron este dia de palos: bueno va todo, quiera Dios no sean [p. 154] badanas, que en este oficio, y en un caso semejante al que agora voy, dexó mi abuela Claudina la vida por las costillas en manos de los criados de Theofilon; pues mi madre Parmenia indicio hay de que por otro tanto en Milan la mataron á talegazos. Ahora bien, sea lo que fuere, venga lo que viniere, que piés malos camino andan. Dolosina es astuta, y lleva buena compañía, quanto más que si con la empresa salimos, más me valdrá de cien síes renovados, y por tanto, haldas en cinta priesa á caminar rico ó pinjado, muerto ó con gran ditado, de una vez que á todo riesgo un jubon sin mangas, ó un almilla de plumas, podrémos medrar. Mas agora esfuerza, esfuerza, Dolosina, ten buen corazon, que el tal quebranta mala ventura; pues que la puerta de Polibio se muestra de enfrente, y nadie parece, de rondon me entro, que el hábito lo demanda, y adios: ¿quién será esta doncella que á mí se viene? Cierto no sería poco tenella de nuestra parte; quiérola hablar blandamente, que buenas palabras valen mucho. Hija hermosa, dicha buena hayais en todo lo que mano pusiéredes, ¿recibiria de vos tanta gracia que delante de la señora Senesta me pusiéredes? que, mal pecado, vengo con una necesidad muy grande, y [p. 155] como haya sabido ser ella persona en quien las tales como yo hallan siempre gran auxilio y socorro, deseo con ella probar mi ventura por ver si es verdad lo que se dice.

Cec. Dueña honrada, mucho quisiera cumpliros vuestro deseo, mas sabed que al presente será escusado, porque está en su aposento, con mi señor Polibio, durmiendo la siesta; aunque si es cosa que en alguna limosna ó obra pia toque, mi señora Isabela la remediará.

Dol. ¡Oh, cómo he hallado buen puerto! de verdad que con tal comienzo no puede ser el fin adverso.

Cec. ¿Qué dices, madre? Si te parece, bien; si no, darás la vuelta.

Dol. Digo, hija, que aunque á la señora Senesta quisiera, que bien suplirá en mi necesidad la señora que me habés dicho.

Cec. Pues detente un poco, vieja honrada, iré á se lo decir.

Dol. Pues sea presto, por vuestra vida, que mi pena no quiere dilacion. ¡Oh, cómo si al dicho del esforzado Héctor doy crédito, que dice que comienzos prósperos traen tales fines, yo pienso de salir en este caso con paz y del todo vencedora, pues tan oportuno lugar para mi propósito demostrar se me ha seguido! Ea, ea, esfuerza, Dolosina, [p. 156] que ya se llega tu hora, en la cual no harás pequeña ganancia, si desplegas tu lengua y abres tu entendimiento, en manifestar tu propósito.

Cec. Madre, entra comigo, que Isabela te aguarda.

Dol. ¡Ay, hija, plega al misericordioso Dios que tal acogimiento en su presencia halles, como al presente de tí he tenido!

Cec. A él le plega por su infinita bondad; mas ves allí á mi señora, llégate allá, y manifiesta tu necesidad, que con ayuda de Dios ella será remediada.

Dol. Así lo creo yo, hija, que do tanta hermosura se muestra, no puede faltar piedad grande para los que della son menesterosos. Doncella ilustre, y la más hermosa de cuantas en el mundo viven, el Señor que tal os formó, en estado y honra os prospere, porque los afligidos y necesitados en vos hallen cumplimiento de sus deseos.

Isab. Dueña honrada, tú seas bien venida. Por haber sabido de esta mi doncella que con cierta necesidad á mi señora Senesta venías, y ella esté al presente ocupada, yo su hija, por lo que á ser caritativa debo, siendo de tu cuita certificada, si mis fuerzas fueren en ello bastantes, te la remediaré; por tanto no ceses en me lo decir, que aliende [p. 157] de ser limosna, por ser mujer como yo, con más entera voluntad cumpliré tu deseo.

Dol. ¡Ay perla de oro, y cómo te lo dices! ¡Cierto que de tal figura no se esperaba ménos! Has, pues, de saber, señora, que mi venida en esta casa ha sido por ver si una grande necesidad que tengo, en alguna manera remedio alcanzase; que como nosotros los necesitados y afligidos no tengamos otrie á quien ocurrir con nuestras miserias sino á los ricos y poderosos, los quales de justo derecho son tenidos en nos remediar, y como en este caso esta familia á todas las de la ciudad sobrepuje, aquí determiné de me llegar, concibiendo en mi pecho que si aquí me falta remedio, mi cuita sin él perecerá; de donde grande detrimento y pérdida á mi vida se sigue.

Isab. Madre mia, por tu fe que no llores ni te acuites, que si, como he dicho, no me falta el poder, tú partirás de mi presencia contenta.

Dol. Así lo creo yo cierto, mi señora, que no sin causa puso Dios tanta beldad y gracia en un cuerpo humano, sino para que más en tener misericordia entre todos se señalase.

Isab. Dexa eso, madre, y dime tu cuita, que tengo deseo de sabella para del todo la remediar.

[Pg 158]

Dol. De cierto, hija mia, que á lo que al presente de tí he concebido que debes ser muy misericordiosa y llena de piedad, lo que en una doncella ilustre y fermosa como tú estrañamente resplandece; porque dado caso que, como dice el Evangelio, aquellos son bienaventurados que se preciaren de misericordiosos, siendo, como es, gran virtud en qualquier estado, en los de ilustre prosapia es muy mayor en estremo, lo que manifiesto se ve quando un gran señor ó rey perdona á sus súbditos ó á otros los crímines que contra él cometieron, que nace de por ser misericordiosos querer más dexar sus ofensas sin castigo, que ver en su próximo tormento: exemplo tenemos en nuestro gran César Carolo V, luz que á todos los magnánimos y fuertes antiguos en tinieblas dexa, con quanta misericordia y piedad haya tratado á sus muy crueles enemigos, habiéndolos tenido en su poder, como fué los dias pasados al Rey de la Galia, que contra él tan contrario se mostró, donde teniéndole en su poder, y por muy justa batalla vencido, no sólo le perdonó, mas áun muy llegado á él en afinidad y parentesco, á su tierra le envió. Eso mismo con el fuerte Duque de Saxonia, y sus parientes y allegados, que con tan justa causa merecian otro [p. 159] acogimiento que el que en él hallaron; mas su imperial persona, no mirando los deservicios que dellos habia recebido, con misericordiosa y pia benivolencia los brazos abiertos, el perdon con su amistad les ofrece. Pues si dello debe ser loado, no quiero que mi baxo juicio y débil entendimiento lo determine, pues por serlo tanto indeterminado se queda. Todo esto, hermosa doncella, os he querido decir porque veais en quanto sois de estimar, por la gran misericordia que en vos, á lo que he visto, se encierra, por donde á los que contra vuestra persona erraren sois tenida á perdonar, y ansimesmo á los que de vuestro acorro tuvieren necesidad, como yo agora, con alegre cara y larga voluntad se la ofrecer.

Isab. Dueña honrada, para comigo, que bien se me entiende todo lo que has dicho, no son menester rodeos ni circunferencias, sino manifiéstame tu fatiga, que yo procuraré de la remediar.

Dol. ¡Oh mi emperadora, y cómo si así fuese yo me podria contar por bienaventurada, y mi vida saldria de laceria y afan muy crecido! mas primero que de mí lo sepas, te quiero decir de dónde nace la caridad, y por qué unas personas tienen en buscar á otras, en sus fatigas, remedio.

[p. 160]

Cec. A la larga toma el galgo la liebre; valga el demonio á la vieja importuna, si ya no me tiene quebrada la cabeza con sus palabras, y áun quiere comenzar materia nueva; por mi vida, que no la sufra yo más, sino que allá fuera me salga, acabe quando quisiere.

Dol. Digo, pues, señora piadosa, que principalmente se sigue de la buena voluntad y amor, lo que se ve muy á la clara en nuestro redemptor y maestro Jesuchristo, que por el amor que al humanal linaje tuvo, con caridad y querer excesivo, por redimirle se ofreció á muerte de cruz en aquel siglo bien vituperable. Pues de la mesma manera nosotros, discípulos de tal maestro enseñados en caridad, nos dolemos de las adversidades y desventuras de nuestros próximos, y les buscamos con todas nuestras fuerzas remedio, siendo guiados por un amor secreto que en ello nos fuerza, donde quien lo contrario hiciere, con razon debe de ser reprehendido, pues no cumple lo que en la ley de fe tanto es encomendado. Pues si esto es así, ¿con quánto querer debemos, con caridad amorosa, socorrer á nuestros próximos en sus necesidades? pues sabemos del sabio que dice: que quien favorece al mortal hace obra de [p. 161] Dios inmortal, especialmente los ricos y poderosos á los necesitados y afligidos; y no digo tanto en los ricos como en otros mil estados, que unos á otros nos podemos aprovechar y favorecer, ansí como en las gracias que habemos aprendido por arte, como con las que la naturaleza en nos puso, participándolas con aquellos que dellas tienen necesidad y serán ansimesmo por ellas en sus cuitas remediados.

Isab. Dueña honrada, bien basta lo que me has dicho; por tanto luégo me di tu fatiga quál sea, que tengo otra cosa en que entender.

Dol. Piadosa doncella, así lo haré; por tanto óyeme con atencion mis palabras, y cumplirás tu deseo si de sabello alguno tienes.

Isab. Mejor me ayude Dios, que tú vienes con necesidad, sino con alguna buena trama, y si así es, mándote yo que no te alabarás dello.

Dol. ¿Qué dices, señora?

Isab. Digo que de presto concluyas ó me dexes ya.

Dol. ¡Oh mi señora, y cómo lo quieres ya saber! Pues yo te prometo que es con razon porque tú eres la que en ello ganas.

Isab. Pues ¿en qué gano yo, buena vieja? [p. 162] por mi vida, que tengo mil recelos de tí, y que no sé si lo que yo agora digo será falso.

Dol. Señora, no perturbes mis razones con tus inopinados aceleramientos, que si digo que tú ganas, es porque quien hace limosna adquiere provecho para el ánima, y quien la recibe, para el cuerpo; pues si esto es así, mira si ganas tú más en remediar mi cuita que yo, mas porque no recibas mayor pena de la recibida con mis largas y toscas razones, has de saber que yo fuí casada en mi mocedad con un fidalgo, y por mi mala ventura, al segundo año enviudé, quedándome de mi amado marido un hijo pequeño. Pues no contenta la fortuna con aquesto, en una noche toda mi hacienda y bienes por un fuego perdí, porque, como dicen, la miseria sigue á los afligidos y persigue á los escogidos; donde sola, que parientes ningunos conocia, y pobre desde entónces, he pasado mi trabajosa vida peregrinando por diversas naciones, siempre en compañía de mi pequeño hijo, el qual en poco tiempo creció, parándose tan fermoso y agraciado, quanto otro dubdo que en su tiempo fuese; yo, con amor de madre, mendigando, ó como pude, le hice enseñar las gracias que á un gentil mancebo convienen, entre las quales la música en gran manera [p. 163] en él floreció, ayudando su melodiosa voz, en tal manera que espanto á quien lo oye ponia; pues, estando yo algo con él consolada, y ya á su causa con algun remedio, hubo en una ciudad donde estábamos con otro mancebo una question, en la qual su contrario perdió la vida, y por miedo de la justicia aquí nos venimos, do pasamos grande laceria por causa que á mi hijo una grave dolencia le ha sobrevenido, de que mi afortunada vida en tal manera se ve congojosa y fatigada, que la muerte excesivamente desea por ser su postrimero remedio.

Isab. Pues, dueña honrada, ¿qué me pides agora á mí para en eso?

Dol. ¡Oh mi buena señora! ¿quieres que te lo diga? sabe que lo que yo de tí para su mal quiero, es tu soberana gracia.

Isab. Buena vieja, en gran confusion me ponen tus palabras; mas di, ¿qué entiendes por mi gracia?

Dol. Que dés tú, pues eres poderosa, á aquel enfermo la vida, que por tu causa muere.

Isab. ¿No digo yo que áun en mal punto acá habries venido, doña falsa, con tus alcahueterías?

Dol. ¡Jesú, Jesú, señora! ¡Desdichada de mí! no dés voces, que no soy de las que piensas, ni mi venida es á ningun mal.

[p. 164]

Isab. Pues dime, mala, en tales dias envejecida, ¿cómo dices que ese tu hijo por mi causa muere?

Dol. Señora, no pienses que en ello hablo de gracia, que de cierto es así, porque el pobre que con necesidad muere, el rico que dello fué sabidor le mata, y si piensas que en ello te engaño, pregúntaselo á todos los doctores santos, y verás si es así; más desdichado fué mi nacimiento, que bien sé yo que dicir la verdad amarga, y por esto me has afrontado mis canas, pero sea, que más pasó Dios, y sus siervos más han de pasar, aunque ni por esto de tal cargo seré acusada, que por no me avergonzar á los que tienen, mi hijo con suma necesidad pereciese.

Isab. Yo te cogeré á las palabras, doña raposa, y áun, por mi fe, que pienses llevar lana y vuelvas sin cuero.

Dol. ¿Qué dices, señora? ¿pésate ya por lo que dixiste? si así es, yo te perdono, pues por ignorancia pecaste.

Isab. Anda ya, anda, buena vieja; á otro perro con ese hueso, que muy bien te he entendido, y sé dónde asiestas tus tiros; no te me hagas tan santa con tus palabras, pues en ellas está el engaño; mas dime de parte de quién vienes, que podria ser tu [p. 165] mensaje no fuese en vano; mas si de otro cabo de quien yo pienso viene, amonéstote que otra vez acá no me vuelvas, porque librarás mal, y ésta se te perdonará atento á los sermones de piedad que tú me has predicado.

Dol. ¡Ay señora! ¿y quién dices? que cierto mi venida no es más de lo que has sabido.

Isab. Dueña noble, ya te he dicho que te he bien entendido; á perro viejo, no tús tús, que ya sabes bien que de cosario á cosario no se pierde sino los barriles; por tanto dime lo que te pregunto, que en tal hora puedes ser venida, que de mí lleves buen galardon por tu mensaje.

Dol. ¡Oh mi buena hija! sabe que tu pensamiento es verdadero, y de parte de quién yo vengo por esta carta lo verás.

Isab. ¡Ah doña falsa, que cogido os he la verdad sin que la podais encubrir! mi fe, aunque vieja y yo mochacha, engañado os he. ¡Oh mala vieja, quién no estuviera avisada de las tales como tú, que con sus azucaradas y santas palabras, vienen á robar la castidad de las nobles doncellas! pues yo os aseguro que el pago que de aquí llevares será, conforme á la misericordia que á mi honestidad debo, bien igual á tus sermones. Agora ¿qué dices en esto? ¿no respondes? ¿por ven [p. 166] tura buscas algunas escusas? pues yo te digo que te serán escusadas; mas bien será que anden las manos y cesen las palabras, que, pues á mí injuriaste, de mí llevarás el castigo. Oyes, Cecilia, Cecilia.

Cec. Señora.

Isab. Ven aquí, toma tu almohadilla, darémos un refregon á esta falsa alcagüeta, que ansí mi honra y limpieza queria robar.

Cec. ¿Qué, desas es la señora? Alto, que aparejada estoy.

Dol. Aun en mal hora acá habriemos venido, si esto así se prosigue adelante.

Isab. ¿Qué murmuras, malvada? ¿Tienes alguna escusa?

Dol. Digo, señora, que este papel es una purga que asentó hoy el doctor, y habia de costar mucho precio, lo cual á tí venía á pedir; y porque me creyeses te la mostraba, y si piensas aún que en ello te engaño, tómala y verlo has.

Isab. Esas escusaciones á quien no te entendiese, matrera, tus falsas revueltas, pues hágote saber que mal se cubre cabra con la cola; por tanto, si recepta es, recibe en ella nuestros golpes, pues escudo y capacete te falta. Alto, hermana Cecilia, á las manos, mas cierra primero la puerta, no se nos vaya el gallo.

[p. 167]

Dol. En mal punto acá vine, que esto á dos palabras tres pedradas; me parece que vale más al fin callar, como negra en baño, que cada gallo canta en su muladar.

Cec. Ea, señora, no canses que tiene mucho pelo; y áun no siente los golpes, toma exemplo en mí, y qué tajos arrojo.

Dol. ¡Ay! ¡Ay, desventurada yo, que me fino!

Isab. Redobla tus golpes, Cecilia, en esta cuña que ya rechina la piedra y presto caerá.

Cec. Por mi fe, vesla en el suelo.

Dol. ¡Ay, señores, que me muero, confision!

Cec. Ya te absuelven, hermana, y áun de tal manera que puedes á tus descendientes dar parte.

Isab. Déxala ya, Cecilia, que bien basta lo hecho.

Cec. ¿No ves, señora, que destas tales se dice que tienen siete almas como gato, y áun no será la primera del todo salida? mas agora bien está, pues mi almohadilla demuestra las entrañas de trabajada; mas ¿qué piensas hacer desta, que, á lo que creo, está muerta?

Isab. Por mi fe que dello me pesase, porque solamente quisiera escarmentalla; mas [p. 168] si es hecho, y no se puede escusar, con hacerlo saber á mi señor Polibio todo el caso por entero, no habrá más; que quien burla al burlador, ya habrás oido.

Cec. Pues, señora, yo quiero ir á llamalle.

Isab. Bien será; torna, torna, Cecilia.

Cec. ¿Qué dices, señora?

Isab. ¿No ves qué recia va por el escalera abaxo? Cierto que con engaño lo fingie, que en viéndote salir, y la puerta abierta, luégo se levantó más recia que un quadrillo.

Cec. Así me parece, mas no la arriendo la ganancia desta tarde; y si bien le supo, tórnese al regosto.


[p. 169]

CENA CUARTA DEL TERCERO ACTO.

En que Isabela, leida la carta que la vieja dexó, y entendiendo enteramente el caso, mucho su celeridad y poco miramiento incusa; Cecilia le da muchos consuelos; en fin de pláticas va á llamar á Valera para que entienda en las amistades de Dolosina con ellas. Introdúcense:

ISABELA. — CECILIA.

Isab. Agora ¿consideras, Cecilia, quantos engaños y traiciones hay por el mundo? ¿Quién pensára tal, que esta mala vieja, con sus fingidas santidades y palabras dulces, vinia á contaminar el homenaje de mi limpieza?

Cec. Cierto, señora, que no debia ser esperta en las armas; pues viniendo á dar combate á fortaleza, venía sin amparo de capacete para las piedras y petrechos que los cercados habian de soltar en su defensa.

Isab. ¿No viste cómo se hizo muerta como raposa apaleada?

Cec. Si vi, mas poco le prestó, que si mi espada no hiciera muestras de se quebrar, no cesára aún por su industria la batalla.

[p. 170]

Isab. Agora bien, vaya á la mala ventura, que por el necio atrevido de quien la envió, no faltaré al amor que á Selvago tengo; pues por sus razones este dia pasado claramente conocí no vivir engañada.

Cec. ¡Ce, señora, qué digo yo! ¿No ves la carta que traia la falsaria á par de la puerta?

Isab. Por tu fe, Cecilia, que la hagas pedazos, que me parece ofender á Selvago lo contrario haciendo.

Cec. Por mi salud, señora, que tal no sea, sino que hemos de saber en qué mundo vivimos, y reir un poco con sus necedades, pues se puede hacer tan á nuestro salvo.

Isab. Haz tú lo que por bien tuvieres, mas yo lavo en ello mis manos; mas mira á todo esto no sea recepta de purga, como dixo la vieja, y te quedes soplando las manos, tu gozo en el pozo, con la miel en los labios.

Cec. Anda, señora, que no es noramaza, que toda la sangre de alteracion se me habia ido á la servilla: mas oye si te parece, pues á tí viene dirigida, y si algun paso lamentable en ella vieres, mira que con lágrimas y sospiros le solenices, porque así conviene, y es precepto en la ley de bien amar.

[p. 171]

Isab. Anda en mal hora, ó la rompe, ó acaba ya.

Cec. Agora oye:

Carta.

«Si fuerza en la mia hubiese para la que de tu parte me viene, seráfica dea, en alguna manera relatar, no sólo mi rabiosa fatiga en ello recibiria contento, mas á tu grande piedad y benivolencia, acerca de ella, mostrarie en alguna manera su sér; mas ¡ay de mí! que ni la pena que por tí padezco consiente, por ser tal, en papel ser esculpida, ni ya que lo fuese de tí, ni de ninguno de los mortales por lo mesmo le serie dado crédito, porque todas quantas veces el radiante Febo, su lucida corona del Oriente en nuestra Europa nos demuestra, en fénix convertido, en fuegos por mí mismo fabricados, soy deshecho, tornando en el instante á renacer; porque la pena siendo perdurable, infinito sea su tormento. No dexo de recebir, mi dea, algun pequeño consuelo por tan á la clara haberte mi propósito declarado, aunque por otra parte considerando la cruda respuesta, por ser ninguna, que por tí me fué dada, en más y mayor descontento es convertido; de donde una tal desesperacion [p. 172] á mis sentidos se demuestra, que la vida tienen por pena, y la muerte les sería muy agradable vida, la que, último y postrer medio de descanso en mi trabajosa cuita deseo que fuese, y sin duda será, si tú, mi preclara dea, no truxeres el saludable letuario de tu soberana gracia al en tí convertido Selvago, y por tí crudamente de la vida excluido.»

Isab. ¡Ay de mí! la más sin ventura doncella de las nacidas, y ¿qué oigo? ¿Y es verdad que de parte de mi Selvago me viene este mensaje? Muestra, muestra, Cecilia, ese bienaventurado papel, aunque en muy fortunado tiempo llegado, seré en ello bien certificada para que la pena, que tan bien he merecido en dar tal pago á quien tanto bien me traia, en mí execute.

Cec. Mira, señora, que no me parecen bien los extremos que muestras, pues más con razon habias de tomar gozo con tal acaescimiento, que por él demostrar tanta tristeza.

Isab. ¡Ay desventurada yo, que áun esto es poco, pues tan desaconsejada he sido con quien toda mi gloria en su poder tiene! dime tú, ¿no ves quánta razon tengo para salir de sentido, pues por mi poco saber, no ménos que de mi muerte he sido [p. 173] causa, si Selvago de lo que con su mensajero pase es sabidor? pues es cierto que de hoy más de mí no tendrá cura, habiendo una vez á él y otra á su carta con tanta esquiveza tratado.

Cec. Señora Isabela, ántes en eso vives engañada, porque la condicion de los hombres es tal, que aquello que les es negado con mayor eficacia procuran, y lo que fácilmente les conceden, muy presto dellos es olvidado; quanto más que siendo, como es, Selvago bien entendido, sabiendo el caso por entero, ántes por él te dará gracias, que, como dices, se apartará de su propósito, porque si tú apaciblemente á la vieja y su mensaje recibieras ignorando la parte, no sólo de liviana fueras ultrajada, mas áun de inconstante amadora adquirieras renombre; pues la fe á su verdadero amor debida, recibiendo mensaje ignorando ser suyo, del todo era falsada.

Isab. Por verdad, hermana Cecilia, gran consolacion y deleite de tus palabras me viene, que sin ellas fuera imposible remediar mi vida; mas pídote por el amor y fidelidad que me eres deudora, pues en lo uno tan bien has razonado, que en lo que de aquí resulta me aconsejes, para que si algo por mi ignorancia se ha perdido, con tu [p. 174] mucha discrecion se recupere, y yo, del crudo tormento que padezco, algun remedio reciba.

Cec. No dexo de conocer, mi señora, ser gran presuncion la mia en ponerse á dar parecer á quien á mí y á muchos otros le puede dar, mas porque no parezca que tu mandamiento recuso, cumpliré lo que por tí me es mandado; digo, pues, que, sin más detenimiento, á tu ama Valera mandes llamar, la qual venida, ella dará algun medio como te reconcilies con aquesta vieja que con el mensaje aquí vino, que yo sé que las dos tienen en sí gran amistad; porque, si no me engaño, aunque con hábito de mendicante venía disfrazada, es Dolosina, la famosa alcagüeta, que tales ensayos hace para más á su salvo ordenar sus tratos.

Isab. Bien me parece, Cecilia, lo que has dicho; por tanto, por mi amor, que tú recibas el trabajo en llegarte á su posada á la llamar.

Cec. Señora, en todo cumpliré tu mandamiento; por tanto á Dios quedes, que yo voy.

Isab. Por tu fe, Cecilia, que no tardes, y vé en buen hora.


[p. 175]

CENA PRIMERA DEL QUARTO ACTO.

En que Dolosina, medrosa por lo pasado, encuentra con Valera; cuéntanse las dos sus negocios, muy alegres por lo que la una de la otra colige. Dolosina la encarga que recaude una carta de Isabela para Selvago, y con este acuerdo se despiden. Introdúcense:

DOLOSINA. — VALERA.

Dol. Alivia tus piés, Dolosina, que áun todavía estás en la tierra de tus enemigos, no tengan alguna celada encubierta ó vengan en el alcance caballeros corredores que nos quiten el despojo y quede la vida de las pihuelas; quiero echar por esta calleja hácia Sant Roman, que me parece encubierta, en que me podré librar, si tras de mí vinieren; ya no hay peligro, que léxos estoy, quiero reiterar lo que por mí ha pasado, pues, como dicen, en salvo está el que repica; por mi vida, que puedo hacer cuenta que hoy nací, pues de tan eminente peligro fuí librada, con razon se podria de mí decir, atrevióse morilla y comiéronla lobos; válame Dios, y que fortaleza y sagacidad de doncella; sin duda que pasé por ello y [p. 176] no lo puedo creer viendo una mochacha áun, como dicen, con la leche en los labios, y que tan fácilmente á la vieja y astuta Dolosina engañase, haciéndole sacar el hijo del cuerpo y decir duro y maduro, y despues, sin podello negar, en porte del mensaje, darme tal trato ella y la otra rapaza de su criada, aunque, por mi vejez, si no fuera por el lugar ser peligroso, que todos nos entendiéramos á coplas; mas pase, que yo fiadora de tomar la venganza á mi propósito, mujer es y fermosa, mal me andarán las manos, pues allá dexé la carta, si no la hago caer en el garlito, aunque más haga de la grave y generosa. Mas ¿qué digo yo? ¿y cómo podrá ser esto quando mis sagaces razones para con ella tan poco aprovecharon? cierto que será trabajoso caso de vencer su fortaleza, que es á la verdad muy entendida, y al parecer muy casta por extremo; por mi salud, que si de su manera fuesen todas las mujeres de nuestro tiempo, que mala ganancia harian las de mi oficio, mas loores á Dios que no son todas así. Mas ¿qué digo yo? ¿es Valera la que allí viene? Cierto, ella es, quiérome atapar y pasarme de largo, no me conozca con el hábito que llevo; mas escusado es, que ya me ha conocido.

[p. 177]

Val. ¿Qué es esto, señora Dolosina? ¿qué hábito es éste? por ventura es negocio de importancia, pues así las armas habeis cambiado.

Dol. Así es, hermana, como decis; mas ¿dónde guiais vuestro camino tan de prisa, que me parece que vais á ganar beneficio?

Val. Ántes ando en os hurtar el oficio.

Dol. ¿Cómo así?

Val. Como que tengo para vista del proceso cincuenta piezas de oro en mi casa.

Dol. ¿Quién es la parte?

Val. Es secreto.

Dol. Por mí no lo dexará de ser.

Val. Mi hija de leche, Isabela.

Dol. ¡Santo Dios, y qué oigo! pues decidme, hermana Valera, así hayais buena postrimería ¿quién es el galan?

Val. Selvago, si le conoces, se nombra.

Dol. ¿Es sueño lo que oigo? agora, pues, las partes me habeis dicho, decidme lo que pasa, que de vuestro provecho no me puede á mí pesar.

Val. Esa confianza tengo yo de vos, y por tanto os lo quiero decir. Habeis de saber que Isabela muere por este caballero, y descubriéndome á mí su secreto, le prometí que con un conjuro que en un su ceñidor pondria, la primera vez que mirase á Sel [p. 178] vago le haria venir en su propósito; en fin de razones, ella me cargó de cosas de precio, que dixe ser apropiadas al conjuro, el qual le embié con una su criada, y yo voy agora con la priesa que veis, á ver lo que ha pasado.

Dol. Maravillas me habeis dicho; mas hágoos saber que yo ando en un negocio del mesmo Selvago con el hábito que veis.

Val. ¡Ay desventurada yo, y qué oigo!

Dol. Ántes bienaventurada, y comigo juntamente; que sabed que muere por Isabela.

Val. ¡Oh mi buena hermana! ¿y es verdad lo que decis?

Dol. Sí por cierto.

Val. Agora os quiero abrazar, que sin duda me habeis dado la vida, y si os parece, pues bien á nuestro salvo lo podemos hacer, vos á Selvago por una parte, y yo por otra á Isabela, hagámosles que compren caro el placer que esperan gozar.

Dol. En mi corazon estais, así sea; mas hágoos saber que he hoy con Isabela estado, que iba por le dar una carta, y siendo en su presencia, poco me valieron mis astucias á que no barruntase á lo que iba, y ella y una su criada me dieron un trato de cuerda con sus almohadillas en que labran, que pensé [p. 179] perder la vida; mas libréme dellas huyendo dexándoles en un rincon la carca.

Val. ¿Dijístesle de parte de quién íbades?

Dol. No hubo lugar.

Val. Pues en eso estuvo el error; mas, pues ya pasó y no puede dexar de ser, íos á vuestra casa, que yo quiero llegarme allá, y con lo que negociáre, á vos acudiré.

Dol. Bien me parece eso; mas debes de procurar que ella le escriba una carta, en que lo mande que esta noche á la hablar por alguna secreta parte se llegue, que si ella le ama, como decis, fácil será de alcanzar, y si así fuese, á mí darés provecho y á vos no vendrá daño.

Val. Bien, estoy en eso, mas todavía fuera mejor alargarles la cura para que alargáran la paga á nosotras.

Dol. No se pierde cosa en que se haga lo que tengo dicho, por tanto concluye de presto, y con la carta, si ser puede, irés luégo á mi posada.

Val. Alto, pues ansí os parece, ansí sea; no me quiero detener, id con Dios.

Dol. Él os guie, hermana Valera; ¿qué te parece, Dolosina, de los tratos y mudanzas de este mundo? ¡quán presto perdido y quán presto ganado! ¡quán poco há estaba [p. 180] la más afligida del mundo, apaleada, habiendo tan mal negociado, y agora alegre y regocijada! y con razon, pues las albricias que dello espero, no las trocaria por cien piezas de oro; quiera Dios que no se abuchorne la venida de Valera, que si así no es, por ciertas las tengo; agora bien, ya veo mi puerta, quiero entrar y reposar un poco, que el tiempo dirá lo que ha de ser.


[p. 181]

CENA SEGUNDA DEL QUARTO ACTO.

En que Cecilia encuentra en el camino con Valera, y dándole el recaudo de su señora, va con ella á la ver, donde acaba que una carta para Selvago escriba en que le manda que esa noche por la fenestra de su aposento venga á la hablar. Hecho esto, Isabela da largas mercedes á Valera, ansimesmo una rica sortija para Dolosina, en seña que las amistades sean firmes; despues de lo qual, Valera va con este recaudo á Dolosina. Introdúcense:

VALERA. — CECILIA. — ISABELA. — DOLOSINA. — LELIA.

Val. ¿Es la que allí viene Cecilia? ella es sin duda; ¿y adónde endereza tan de priesa su camino? quiérola llamar, que, segun va de cuidadosa, no me ha visto. Cecilia, Cecilia.

Cec. ¡Oh madre! por mi vida, que te iba á buscar, que mi señora Isabela te ha necesidad.

Val. Alto, pues, hija, vamos quando quisieres, aunque se pierda otro negocio bien importante que agora tenía.

Cec. Así cumple, madre, porque mucho eres menester.

Val. ¿Tiene otra nueva enfermedad, ó siéntese fatigada con la llaga antigua?

[p. 182]

Cec. Algo deso no puede faltar; mas agora vamos á la posada, que della serás satisfecha en tu pregunta; ya parece la puerta, entra presto, madre, que ya mi señora nos ha visto y nos llama.

Val. ¡Oh mi perla de oro y mi señora! ¿no me decis si os hallais más sosegada con la operacion del conjuro? que, por mi salud, bien segura estoy que os fué provechoso, por lo mucho que á mí de mi parte me costó.

Isab. Madre señora, si lo que por mí has hecho te hobiese de pagar por entero y como tú mereces, muy más grande habia de ser mi valor y posibilidad; porque te certifico que fué grande la operacion de tu obra, que, como tú ántes me denunciaste, así como me vido fué preso de mi amor, y por palabra me lo demostró, de que yo soberanamente me gozaba si la fortuna, enemiga de todo placer ajeno, no lo hobiera hoy trabucado; ca sabe que una dueña en hábitos de mendicante me vino con una carta suya, mas yo, ignorante que dél fuese, no sólo de palabra, mas de obra, yo, y juntamente comigo, Cecilia, mi doncella, la tratamos muy mal, hasta tanto que de las manos se nos fué dexándose la carta en el suelo, por la qual he sabido todo el caso, de que estoy la [p. 183] más afligida y atribulada mujer del mundo, con temor que si de Selvago es sabido, viendo mi esquiveza, no haga mudamiento, que causaria que mi vida otro tanto hiciese.

Val. Mi buena hija, sabe que ya lo tengo todo eso remediado.

Isab. ¡Oh mi buena madre! ¿y cómo has hecho tanto bien?

Val. Yo os diré: poco ántes que con Cecilia, que por vuestro mandado á me buscar iba, encontrase, estuve con esa vieja que decis, que muy íntima amiga mia se muestra, que siéndole por mí preguntado la celeridad y estrañeza de su vestido, como entre nosotras ninguna cosa haya secreta, por entero me lo declaró; y yo como vuestro corazon tanto entendiese, viendo el mal que se puede seguir, porque lo que con vos pasó no manifestase á Selvago, le prometí de vuestra parte la respuesta de la carta, y ansí mesmo que esta noche con vuestra licencia os podria hablar, por algun lugar secreto, lo que ella os vinie á decir junto con os traer la carta; y si yo lo prometí, no se os debe hacer grave, pues mayor mal fuera si á Selvago le fuera descubierta la manera que en recebir su mensaje se tuvo.

Isab. ¡Ay amiga! Como por un cabo me has de cruda muerte hecho libre, y por otro [p. 184] me das á pasar gran afrenta; que puesto caso que de corazon á Selvago ame, no tampoco quisiera darle ansí tan abiertamente mi libertad en conceder lo que por mí prometiste.

Val. Señora hija, si bien miras en ello, no es tan grande el favor, si se le concede, como vos le pintais, que de hablallo de una fenestra á vuestra honra ningun peligro se sigue.

Isab. Bien está, madre, lo que dices, mas debaxo esa hoja hay otra, que quien para en eso le concede lugar, es causa á que en lo demas le dé posesion; que será tan escusado como lo que más lo puede ser, si vínculo de matrimonio no se pone de por medio.

Val. Mi señora, así se lo podés declarar, y qual el tiempo tal el tiento; que si conforme á vuestro propósito respondiere, haréis lo que por mejor y más honesto tuviéredes, y si no, podréisle vos de su propósito desengañar, aunque para mí tengo que no será él tan desmesurado, viendo que ántes gana que pierde en el negocio.

Isab. Hermana Cecilia, ¿qué dices tú en esto?

Cec. Digo, señora, que lo que se ha de hacer tarde que se haga temprano no es mucho.

[p. 185]

Isab. Pues dame papel y tinta, que más quiero por el consejo de vosotras errar, que por el mio acertar en el caso.

Cec. Ves aquí, señora.

Isab. Por tu fe, Cecilia, que miéntras yo escribo saques algunas conservas aquí á mi madre, en que entienda.

Cec. Ve, señora, que sí haré. Ce, madre, ¿hay posibilidad en tí para poner en cobro estas rajas de poncil con estas pastillas? Por señas que á mi señor le fueron enviadas desde Valencia.

Val. Hija Cecilia, aunque las muelas se me cayeron, encías me quedaron, que tienen sus veces.

Cec. Pues toma, madre, y si quieres que las parta ó enternezca con los dientes, porque no tomes trabajo, yo lo haré por amor de tí.

Val. Calla en mal hora, no te hagas tú Marta, la que de piadosa maxcaba el azúcar á los dolientes; pues hágote saber que hablando en véras, que fiase más en mis encías que tú en tus dientes, porque ellos te pueden faltar, y á mí no tengo temor sino que de cada dia más me sean mejores.

Isab. Madre Valera, ves aquí la carta, y á esa buena vieja dirás que si viese el pesar que tengo de lo pasado, que fácilmente [p. 186] me perdonaria, y darle has esta sortija de mi parte, porque algo de lo pasado se enmiende; y dirá de mi parte á Selvago que á las doce, en la fenestra de mi aposento, le espero. Tú, por lo que por mí has hecho, aunque sea bien poco, tomarás esas cien piezas de oro que para buxerías me dió mi madre Senesta este dia.

Val. Bésote, señora, las manos por mercedes tan cumplidas, que bien en sí demuestran la parte de donde proceden.

Isab. Madre, déxate agora deso, y vé con el recaudo, que de mucho más eres merecedora.

Val. Pues, hija señora, yo voy, plega á Dios que él cumpla vuestros deseos con mucha honra vuestra y de todos los que bien os quieren, porque á mí me quepa parte.

Isab. El ángel bueno te acompañe, madre.

Val. Y con vos quede, hija mia.

Cec. Madre, bien puedes salir, que no parece persona por el patio. Dios vaya contigo, y dirás á Dolosina que no tenga de mí querella, pues era mandada.

Val. Sí haré, hija, queda con Dios. ¿Qué te parece, Valera? ¿y que rechaza ésta para perder el juego? Como tan de presto has sido rica y fuera de laceria, no sino es [p. 187] táte en tu casilla fingiendo santidad, que allí te irá la comida por vida del turco. Fuera, fuera la burlería, sino que cada uno trabaje, y de lo que trabajáre coma y negocie por el mundo, poniéndose en peligros y afrentas, que como dicen: quien no se aventura no aventura, y quien no sufre trabajo, no goce enteramente del descanso; yo cierto poco trabajé, mas púseme en grave peligro de honra y vida, mas como la fortuna á los osados favorezca, así truxo en tan buen órden mi deseo; mas agora cese esto, que, si bien veo, la puerta de Dolosina es aquélla. Verdad es que en su fenestra está puesta por atalaya esperando mi venida.

Dol. ¿Hija, Lelia? ¿hija, Lelia? Vé presto. Abre esas puertas.

Lel. ¿Viene tu marido Hetorino, madre?

Dol. ¡Anda, que no! haz lo que te digo.

Lel. ¡Oh, señora Valera! ¿Y tú eras? Sube, que allá está la madre.

Val. Así lo quiero hacer, hija Lelia.

Dol. ¿Qué tenemos, comadre, hijo ó hija?

Val. Hijo, y áun bien á nuestro provecho.

Dol. Donde vos estábades no podia ser otra cosa; mas merced recibiré en que me declares por estenso lo que allá ha pasado.

Val. Es así que yo las hallé en gran al [p. 188] boroto, y penadas sobre lo que en vos habian hecho, despues que supieron por la carta la parte, y cierto que les pesa verdaderamente por ello.

Dol. No quiere Dios más del pecador, y eso les bastará para comigo, aunque gravemente me habian injuriado.

Val. Yo les quité parte de su pena diciendo haberte aplacado con que enviase respuesta, y á dar licencia que esa noche se viesen, sobre lo qual pasamos muchas cosas más; en fin de razones quedó convencida, y así escribió esta carta, encargándome que te la diese, pidiéndote de su parte perdon; ansimesmo que digas á Selvago cómo á las doce le aguarda en la fenestra de su aposento; mira si he bien negociado, que en señal de lo dicho ser verdad te envia esta sortija, y porque del todo tu rencor olvides.

Dol. Así me parece, por cierto, que pintado no podia ser mejor á nuestro propósito; mas espantada estoy cómo no os dió á vos parte, pues tanto por ella habeis hecho.

Val. Anda que sí dió, y áun razonable.

Dol. ¿Qué, por mi vida?

Val. No cosa.

Dol. Ea, dilo ya.

Val. Cien monedas de oro.

[p. 189]

Dol. Desas estocadas que te tiren muchas, no será mucho que quedes mal herida.

Val. Así me parece; mas por mi fe que te las trocase por las albricias que de Selvago has de haber.

Dol. Sabes que veo que más vale páxaro en mano, que las tienes seguras, y yo no sé lo que sucederá; mas mira si me mandas alguna cosa, que quiero luégo allá llegarme.

Val. No más sino que vayas en buena hora, que en la mesma, á pesar de gallegos, tornaré yo adonde salí; mañana voy allá á saber lo que ha pasado, y luégo aquí á holgarme contigo un poco.

Dol. Pues vendrás ántes de comer, porque comas juntamente con nosotros, que aunque no sea la comida como tú mereces, recebirás la voluntad.

Val. Para conmigo no tienes necesidad de ofertas ni semejantes convites; mas porque no me tengas por mal criada, yo acepto la merced, y Dios quede contigo, que me parto.

Dol. Él te guie, hermana Valera, que por esta otra calle es mi camino.


[p. 190]

CENA TERCERA DEL QUARTO ACTO.

En que Funebra viene á ver á su hijo Selvago, el qual con ella trata sobre el casamiento de Flerinardo con Rosiana; queda en que se sepa la voluntad de las partes; desde á poco viene Flerinardo, con quien Selvago tiene razones sobre lo concertado; ansimismo viene la vieja con Escalion, y dando la carta, con las alegres nuevas de sus albricias, lleva dos ricas joyas con que á su casa torna muy placentera; entre tanto Selvago y Flerinardo se aparejan para el concierto. Introdúcense:

FUNEBRA. — RISDEÑO. — SELVAGO. — FLERINARDO. — ESCALION. — DOLOSINA.

Fun. Dime, Risdeño, ¿cómo ha estado tu señor esta noche? ¿hale venido algun desmayo despues que yo y su hermana le dexamos?

Risd. Señora, con ayuda de Dios, mejor se ha sentido.

Fun. Dios sea bendito por siempre jamas, amén, que cierto de cuidado en toda la noche no he dormido sueño; entra, por tu fe, hijo Risdeño, y mira si duerme ó qué hace, que le quiero ver.

Risd. Señora, ya voy; hablando está entre sí, ¡ay Dios! y ¿qué dice?

[p. 191]

Selv.

Pues mi fuerza se ve fuerte,

Forzando siendo forzada,

Con fuerzas fuerce la muerte

Y será beatificada.

Risd. ¡Gran Dios, y que sentenciosa cancion temporalmente fabricada! de cierto que las muy famosas del poeta castellano de nuestros tiempos no la igualan, ni áun llegan á ella con cien azotes; quiero callar, que parece que prosigue en su propósito.

Selv.

Levántate, corazon,

Por esos aires y vuela;

Y descubre tu pasion

A tu muy dulce Isabela.

Risd. En eso habias de parar, que es lo que más te duele; agora bien, quiero decirle á lo que vengo, no le tome la venida de su madre inopinadamente. ¿Señor, señor? dexa por agora tus elevamientos, mira que tu madre Funebra te viene á visitar.

Selv. Dame, pues, de vestir, Risdeño, no me halle á tal hora en la cama y barrunte algo de mi dolencia.

Risd. Donoso estás, por mi fe, con haberte ya llorado por muerto.

Selv. ¿Qué me dices? ¡cómo! ¿y mi mal le fué manifiesto?

Risd. Bien parece que todos tus sentidos tienes ocupados en la contemplacion de Isa [p. 192] bela; pues ¿no te acuerdas de anoche quando con la venida de Flerinardo estuviste sin sentido?

Selv. Ya caigo en lo que dices, vé, pues, mira si saldré yo allí fuera.

Risd. No será menester, señor, que ya viene.

Selv. Pues iráste de aquí tú, que quiero comunicar con ella algunos secretos.

Fun. Mi hijo, en buena hora esteis, pláceme que os veo levantado y fuera del peligro de anoche.

Selv. Mi señora, por ello doy muchas gracias á Dios, que de vuestras lágrimas se dolió, no mirando mi grave malicia, de mayor castigo merecedora; mas si, señora, tuviéredes por bien, os querria dar parte de un pensamiento que tengo, que no poco me tiene cuidoso por lo mucho que á vos y á mí toca.

Fun. Pues, hijo, luégo me le declarad; que siendo como decís, razones que en él sea yo certificada, porque si fuere cosa en que consejo quadre, especialmente el mio, en ello está bien aparejado.

Selv. Madre señora, dexados los preámbulos y largos razonamientos que en tales casos suelen ser traidos, pues al presente para con vos no son necesarios, considerando [p. 193] en el trance que ayer mi vida se vido puesta, y que sería gran dolor para mí, si la muerte me llamase, dexar vuestra persona junto con la de Rosiana desmamparadas, yo determino, si dello fuéredes contenta, á vos un buen hijo, y á ella un honrado y noble marido dexar, con quien no sólo nuestro claro linaje será ennoblecido, mas en muy sublime gloria ensalzado, habiendo al presente en ella oportunidad bastante; lo que si de las manos se dexa agora, dubdo que tan presto otro semejante caso se nos ofrezca.

Fun. Mi hijo y mi buen señor, bien sabes que despues de la muerte de vuestro buen padre, en vos ella y yo toda nuestra esperanza hemos tenido, pues esto claramente se nos muestra; en lo que á mí toca, yo lo dexo en vuestras manos, porque sé que seréis tan celoso en mirar lo que á vuestra hermana conviene, como el cercano parentesco lo demanda; solamente quiero de vos saber quién la parte sea, porque mas, habiéndose ordenado por vos, sabiéndolo, me goce.

Selv. Sabed, señora, que con quien yo tengo pensado que este negocio se execute, es con el generoso y muy noble caballero Flerinardo, íntimo de mis amigos, cuyas virtudes y magnificencias si hobiese por en [p. 194] tero de mostrar, ántes tiempo que materia me faltaria; solamente quiero que sepais que él solo es el que á mi hermana meresce, y si él no, pienso que otro que más que él sea áun no ha nascido, y pues esto tan á la clara se demuestra, lo que falta es que della su intencion y postrera voluntad sepais, porque más en contento de las partes se ponga por obra, quedándome á mi cargo de lo mesmo de Flerinardo saber, para que más presto se confirme.

Fun. Hijo mio, en estremo soy gozosa de vuestras palabras, por tanto yo quiero luégo poner por obra lo que por vos me es encargado, y con lo que hobiere tornaré á vos.

Selv. Mi señora, así os lo encomiendo, rogándoos que con gran vigilancia colijais si Rosiana dello es contenta, porque, sin su voluntad, no quiera Dios que yo haga cosa contra ella.

Fun. Así lo haré, hijo mio, y agora esforzaos y comed, pues se hace tiempo que yo voy á lo poner por obra.

Risd. ¿Señor, señor? Flerinardo viene.

Selv. A mejor tiempo no podia ser su venida.

Risd. Vesle, ya entra.

Fler. ¡Oh mi señor Selvago! eso sí que [p. 195] me contenta, y no mostrar la flaqueza de ayer.

Selv. Mi señor Flerinardo, á ira de Dios, como dicen, no hay casa fuerte; mas pues de mí, poco más ó ménos, podréis conocer como en mi pena me ha pasado, resta que cómo en vuestra fatiga os ha contescido me declarés.

Fler. Por lo que vos sentis, mi señor, quiero que eso conozcais; pues la dolencia es tal, que más por esperiencia se puede devisar que por palabras ajenas entender.

Selv. Pues sabed, señor, que no puse en olvido lo que me dixistes; ca sabed que lo comuniqué con mi señora Funebra, y viene bien en ello.

Fler. ¡Oh mi señor Selvago! ¿y es verdad lo que decis, ó haceislo por me conhortar?

Selv. Cierto, señor, así pasa; por tanto sed alegre, que si tan seguro estuviese yo en mi pena como vos en vuestro deseo, no me sería trabajosa, porque desde aquí os doy por vuestra á mi hermana, y yo por tal os recibo.

Fler. Mi señor Selvago, si las mercedes que de vos contino he recebido por entero hobiese de gratificar ó servir, muy más grande habia de ser mi valor; solamente [p. 196] con esto os pienso de pagar, que es ponerme en vuestro poder para que de mí y de lo que poseo podais enteramente á vuestra voluntad disponer; pues no sólo hoy con vuestro prometimiento me habés dado la vida, mas de muy cruda muerte redemido.

Selv. Señor Flerinardo, más que eso merece vuestra generosa persona; mas decidme, ¿habeis visto á vuestro criado Escalion?

Fler. Agora en el camino me vido, y pienso que se vino tras de mí.

Selv. Risdeño, mira si está Escalion en la posada.

Risd. Con el señor Flerinardo vino, y díxome que le diese de comer, que estaba ayuno por andar en vuestro servicio.

Selv. Él tiene mucha razon; vé tú, mira si se le dió, y en habiendo comido, dile que se allegue aquí.

Risd. Luégo se hará.

Fler. Decidme, señor Selvago, ¿y qué concertastes con aquella buena vieja?

Selv. No más de que tomó, al parecer, muy á pechos el negocio, y á eso quiero enviar á Escalion para que sepa si se ha negociado algo.

Fler. Bien me parece; sea pues luégo, que veisle viene.

[p. 197]

Esc. Señor Selvago, ¿qué me quereis mandar, que presto soy?

Selv. Que reciba de tí tanta gracia, que te llegues en casa de Dolosina á ver lo que ha negociado.

Esc. ¡Oh señor, y cómo soy afligido en no poder cumplir vuestro mandamiento!

Selv. ¿Cómo así?

Esc. Mandé ayer once varas de anascote á una su criada con protestacion de se las llevar hoy, y no sólo no las tengo, mas ni áun de qué comprallas, que por la santa letanía más pobre estoy que puta en cuaresma; no sé si la moneda ha tomado miedo de mí, como los hombres, que así huye de verse en mis manos.

Selv. Pues por eso no quede, que si de anascote se las mandastes, á fin de que vaya adelante tu palabra, yo te las daré de carisea para que se las dés.

Esc. Señor, bésote las manos por la merced, que por venir á tal tiempo la estimo en más.

Selv. Pues anda, Risdeño, á mi recámara y dáselas, y otras tantas para él, con que se vista, que más le debo yo por andar tan de buena gana en mi servicio.

Esc. ¡Oh señor Selvago! agora digo que me has puesto en tanta obligacion que, por [p. 198] las encendidas brasas de San Lorenzo, si Dolosina no trae buen recaudo de ir yo con mano armada á casa de Polibio, y á pesar de quien me lo quisiere estorbar, sacar á su hija Isabela, y la poner en tu poderío, mamparándote de todo el mundo que sobre el caso te quiera dañar; pues sólo con saber que soy yo de tu parte, no habrá alguno tan fuera de sentido que contra tí quiera ser, por no desmamparar su cabeza.

Selv. Bien se cree de tí, Escalion, que harias como dices; mas agora, como te hayan proveido, irás donde te tengo dicho.

Esc. Señor, pues así lo quieres, así sea; mas mejor fuera de una vez echar á un cabo estos negocios. Alto, señor Risdeño, agora se verá vuestra amistad, que, pues está en vuestro poder, no sea la carisea de lo peor, no se diga por vos, bueno os lo dan; ¿entendéisme?

Risd. Por mi fe, Escalion, que es de lo mejor que alza cola en esta tierra; veis aquí veinte y dos varas en dos partes.

Esc. Bien es como dicis; mas lo uno se me quede aquí hasta la vuelta, y quedaos á Dios, que voy de priesa. Mi fe, Escalion, á muchas destas pedradas podria ser que te echasen los sesos de fuera, mas por mi fe, bien mirando en ello, que es gran liberali [p. 199] dad para mí ésta, que dé carisea por anascote, y tanto en quantidad á la coxita de Livina: cierto que será mejor tramontallo sin dalle cosa, que seguro estoy que no me pida delante el alcalde la palabra: mas ¡qué digo yo! ¿no es aquélla Dolosina? ella es, que aldear trae. ¡Oh señora Dolosina! vengas en buen hora, que bien has sido deseada, y á buscarte iba á tu casa, y á cumplir mi palabra con Livina y darla por anascote carisea, porque sienta á quién hizo placer.

Dol. Hijo Escalion, placer he que cumplas lo que con ella pusiste, por ser de hombre de bien; mas si te parece, porque no trabajes tanto, déxalo en aquella casa á guardar hasta la vuelta.

Esc. Bien será, así lo quiero hacer.

Dol. Y áun de estos bobos son los que yo he menester, que por hacerse liberales y ser tenidos por generosos, hinchen mi casa, y dejan la suya vacía.

Esc. Madre, ya lo dejé, vamos presto á la posada, que si has negociado bien, yo te mando por tus albricias doscientos pesantes de oro.

Dol. Lo que fuese sonará, y allá lo sabrás.

Risd. Señor Selvago, ya viene Escalion y la vieja.

[p. 200]

Selv. ¿Qué me dices, Risdeño? ¿es posible?

Risd. Sí, por cierto, que ya llegan cerca.

Selv. ¿Miraste qué rostro traien, alegre ó triste?

Risd. Bien placentero á lo que parece.

Fler. Señor Selvago, salgamos á la recebir, que estos que poco pueden, tienen en mucho cuando alguno de nosotros les hace alguna vénia, que para ellos sea grande.

Selv. Bien decis, señor, así se haga.

Esc. ¿No ves, madre, á Selvago y á mi señor cómo nos salen á recebir?

Dol. Así me parece.

Selv. ¿Qué me dices, madre? ¿no me pides albricias? Mira que lo tendré por mala señal.

Dol. Áun tiempo hay para todo, entremos allá dentro, que si no las he pedido, no es porque no hay de qué, sino porque estoy segura que otro venga á me las ganar.

Selv. ¿Qué me dices, madre? Mira que saldré de sentido. Por Dios que me digas en una palabra si me traes buen recaudo, ó por el contrario, porque de una gran congoxa en que estoy pueda ser libre.

Dol. ¿Y qué tendries, señor, por buena nueva?

Selv. Que hobiese mi señora con algun engaño recebido mi carta.

[p. 201]

Dol. ¿Y si la hobiese recebido sabiendo ser tuya?

Selv. No lo creo.

Dol. Luego ménos tendrás por verdad lo restante, quando en eso pones dubda; mas si te diese yo un testimonio firmado de su mano, ¿daríesle crédito?

Selv. Entónces sí; mas porque eso es imposible, por tal esto otro tengo.

Dol. Si yo te lo diese aquí, luégo ¿qué mercedes me daries?

Selv. Ningunas serien bastantes.

Dol. ¿A lo ménos?

Selv. Lo que mi posibilidad pudiese.

Dol. Pues agora quiero ver en tus mercedes quánto la nueva estimas, y cómo galardonas á quien en el filo de la muerte se ha visto hoy por tu causa; mas dejadas razones por escusadas, sábete que Isabela te ama cordialmente.

Selv. ¡Oh santo Dios, y qué oigo! ¿Y es esto posible? Por tu te, madre y señora, dime la verdad, y no quieras por darme alguna pequeña esperanza al presente, hacer que en lo venidero reciba muerte cruda y dolorosa.

Dol. Pues más te hago saber, que esta noche has de ir por su mandado á la hablar por la fenestra de su aposento, al punto de la media noche.

[p. 202]

Selv. Ya, ya, ya, agora digo que es ficcion todo lo que me has dicho; pues eso es tan imposible como sería posible baxar los planetas y signos celestes á tomar asiento acá en la tierra.

Fler. Señor Selvago, no tengais tan poca confianza en esta noble dueña, que en sus palabras pongais dubda, quanto más que cosa es virisímil, si Isabela os ama, daros este favor, mereciéndole vos tan bien.

Selv. ¡Oh mi señor Flerinardo, no me digais tal, que no puede ser que mi señora tantas mercedes, siendo tan pequeño mi valor, me quiera conceder!

Dol. Pues sabe, señor, que así es verdad, como tengo dicho, y por esta carta escrita por su mano lo podrás fácilmente conocer.

Selv. ¡Oh mi buena señora! ahora os creo, agora siento que decis verdad, agora bien conozco mi mucha infidelidad y engaño manifiesto.

Dol. Toma, señor, léela, y siendo certificado de mis palabras, veré en quánto la nueva, para tí tan dichosa, estimas.

Selv. ¡Oh papel bienaventurado, pues fuiste merecedor de tocar aquellas diafanas y ebúrneas manos de mi seráfica dea! dime, yo te ruego, en un punto, por aquella gran [p. 203] gloria que en aquel tiempo recebiste, el secreto que en tí viene esculpido; porque más presto mi fin ó mi vida gloriosa se cumpla.

Fler. Señor, mirad lo que dentro viene y dejaos de palabras, que traen poco fruto.

Selv. ¡Oh mi señor! dejadme gozar por entero de tan gran bienaventuranza como tengo presente, pues con ello solo mi vida bienaventurada consiste.

Fler. Lugar habrá para todo, haced agora esto.

Selv. Quiero, pues, hacer vuestro mandado.

CARTA.

Si los muy famosos romanos concedian gloria de triunfo á sus fuertes caudillos, que tales contra alguna gente, aunque rústica y bárbara, se mostraron, de quánta mayor gloria tu presuntuoso corazon es digno en no sólo haber tenido atrevimiento de gozar de pensamientos nocibles á mi soberano valor, mas áun por tu boca en mi presencia manifestallos; bienaventurado tú, pues que ya, sin te poder ser quitado, de la gloria de tal atrevimiento gozaste, forzando á que mi fuerza su rigor contra tí aplacase, y no sólo constreñirme á que por entero tus lamentables [p. 204] querellas oyese, mas áun acerca dellas mi piadosa clemencia su sér en alguna manera demostrase; con razon te puedes contar entre los del todo beatificados, pues lo que á todo el mundo fuera vedado, en tí solo hubo suficiencia para que se concediese, que es gozar de tales pensamientos como gozas, hallándose en tí valor bastante para lo tal; no debes tomar presumpcion ni soberbia con esto, pues que quien tuvo atrevimiento para en lo que tuviste, de lo tal, bien es merecedor; á lo que el mensajero te dijere darás crédito, y si vieres que te cumple, pondrás por obra.

Selv. ¿Qué os parece desto, señor Flerinardo? ¿y con qué podré yo pagar á quien dello ha sido la causa?

Fler. Cierto, señor, que vos os podeis tener por bienaventurado, y de las mercedes que á esta noble dueña hiciérdes es bien merecedora, pues en tan poco espacio de tiempo, lo que fuera mucho concluirse en diez años, acabó.

Selv. Madre mia, estas dos fuentes de mi aparador recibe agora de mi parte, y ruega á Dios que esto tenga buen suceso, que no perderás los pasos que por mí has dado.

[p. 205]

Dol. ¡Oh mi señor, y cómo verdaderamente por sólo vuestra magnificencia y liberal condicion, de grande realeza acompañada, mereceis que todo el mundo os sea subjeto, quanto más esta pobre vieja con la obligacion que por lo pasado de servir os tiene! mas porque no penseis que os quiero ser desagradecida, os quiero dar una joya que la estimarés en más que las que vos á mí me habés dado, que es esta sortija, que de parte de vuestra señora me fué dada por cierta afrenta que con ella me pasó, ántes que supiese que de vuestra parte era enviada.

Selv. Verdaderamente, madre señora, que la tengo en más de lo que dices, y la quiero pagar bien á vuestro contento, y será de enviaros á vuestra posada una pieza de contray para que os vistais vos y vuestra gente.

Esc. ¿No ves, Risdeño, qué lance ha la vieja echado?

Risd. Sí, que fuera de las dos fuentes, que por mi fe, con la hechura, valen más de quatrocientos ducados, quiso echar aguja para sacar reja, aunque de verdad que de todo es merecedora, que mucho en tan poco tiempo ha negociado.

Esc. Así me parece.

[p. 206]

Dol. Señor Selvago, bien parece que á nadie quieres deber, bien en ello se parece tu generoso ánimo y noble condicion, que no se contenta con no deber á alguno, mas quiere que todos le sean obligados; mas, pues aquí no hay qué hacer, yo me quiero tornar á mi casa, tú, señor, tendrás cuidado de ser al punto de las doce á la fenestra de su aposento, que así me fué mandado que te lo dijese.

Selv. Bien lo tengo en cargo, madre mia, mira quién quieres que te acompañe.

Dol. Escalion me hará la merced, como suele; sús, pues, el Criador de todas las cosas quede en vuestra compañía, mis señores.

Selv. Él vaya contigo, madre.

Fler. Escalion, dexando á la madre te volverás, porque te habrémos menester esta noche.

Esc. Bien, señor, no tomes ménos de cinta de plata.

Fler. Señor Selvago, si sois servido, esta noche os quiero acompañar.

Selv. Mi buen hermano y señor, no es justo que tomeis tanto trabajo, que asaz tengo de gente que me acompañe.

Fler. Todavía quiero ir con vos, que no sabemos lo que puede suceder.

[p. 207]

Selv. Pues así lo quereis, sea, señor, como fuéredes servido; mas miéntras se hace hora, podemos un rato reposar y tomar la refeccion quotidiana; tú, Risdeño, tendrás cuidado de nos aparejar las armas que vieres ser necesarias, y en siendo tiempo avisarnos.

Risd. Señor, sed seguro que yo lo haré todo.


[p. 208]

CENA QUARTA DEL QUARTO ACTO.

En que Selvago y Flerinardo van al concierto enviando delante á Carduel, el qual con Cecilia tiene sus requiebros; llega Selvago, habla con Isabela. Conciertan que otra noche vengan por un su jardin, y por palabras de presente la reciba por esposa; con que muy gozosos tornan á sus posadas. Introdúcense:

SELVAGO. — FLERINARDO. — RISDEÑO. — CARDUEL. — CECILIA. — ISABELA.

Selv. Risdeño, Risdeño.

Risd. Señor.

Selv. Mira si está todo á punto, que me parece ser ya hora.

Risd. Rato há que lo tengo aparejado.

Selv. Pues llama esos mozos, y darnos has á nosotros dos cotas y dos rodelas.

Risd. Veslas aquí, señor, juntamente con otros dos montantes.

Selv. Vistámoslas, que si áun fuere temprano darémos una vuelta á la cibdad.

Fler. Alto, pues; mas dime, Risdeño, ¿ha vuelto Escalion de casa de Dolosina?

Risd. Señor, no; que debió de quedarse para escalentarla los piés.

[p. 209]

Fler. ¡Oh hi de puta, mal mirado! pues que, ¿no sé lo dije yo que volviese luégo y me dixo que así lo haria? por mi vida, no hay más ley en éstos que en los tártaros; qué donoso chiste, que los ha el hombre de tener en las palmas de contino para aprovecharse dellos en una necesidad, y siendo venida hanse de salir afuera; pues yo juro, á fe de caballero, que no lo pierda Escalion de mí.

Selv. Señor Flerinardo, no es justo que por un enojo pequeño que dél os venga, que acaso no habrá sido más en su mano, olvides los servicios que hasta hoy os tiene hechos, quanto más que al presente no es necesario, pues bien tenemos quien nos acompañe.

Fler. Pues, señor, si os parece vamos luégo, no sea causa nuestra tardanza que lo ganado se pierda, que mejor y más justo es que nosotros esperemos, que no que Isabela nos aguarde.

Selv. Bien me parece, señor, así sea; tú, Risdeño, llama á Carduel, mi paje.

Risd. Señor, vesle aquí, mira qué le mandas.

Selv. Dime, Carduel, ¿sabes dónde es nuestro camino?

Car. Muy bien, señor.

[p. 210]

Selv. Pues véte un poco adelante, y avisarnos has de lo que pasáre, si hay ruido de gente, ó si está todo sosegado.

Car. Así lo haré, señor.

Selv. ¿Vienen esos mozos, Risdeño?

Risd. A la puerta están bien á punto, que Sagredo va hecho un relox, y sus compañeros de la misma manera.

Selv. Pues quédate tú si quieres á reposar, no recibas alguna afrenta si se nos recreciere algun peligro.

Risd. Señor, por no obedeceros en eso os pido que me perdoneis; ca sabed que con vos tengo de ir, y lo que de vos fuere será de mí, ni quiero que penseis que, aunque el cuerpo no es muy aventajado, que me faltará corazon para cualquier caso de afrenta, especialmente en vuestro servicio.

Selv. Téngotelo en merced, Risdeño, que si yo de tal manera te hablé, no fué porque de tu lealtad dubdase, mas porque me pesaria en estremo si á mi causa se te recreciese algun daño.

Risd. Siendo yo con vos no temeré cosa que venirme pueda, por tanto, comencemos nuestro camino, y cesen las palabras que traen poco fruto.

Fler. Por mi fe, Risdeño, si fueras del tamaño de San Cristóbal, y tuvieras esfuer [p. 211] zo conforme al que con ese pequeño cuerpo demuestras, que tú solo tuvieras más aventajada fortaleza que todo el mundo junto.

Risd. ¿Cómo, señor, y tan á pocas hablas en mi gran valentía? Pues yo os aseguro que sin que San Cristóbal me prestase su cuerpo, osase entrar en campo sobre un caso de honra con quatro tales como vuestro criado Escalion, y áun pensaria de les llevar los despojos.

Selv. Desa manera á más te pones que el pastor de la Sagrada Escriptura, pues él, siendo de tu estatura, lo hubo con uno solo, y tú lo quieres haber con quatro.

Risd. Pues más digo que no los venceria yo con honda como ese que habés dicho.

Selv. ¿Pues cómo?

Risd. A puros torniscones y puntillazos.

Fler. Por mi vida, Risdeño, que si fueras en tiempo de los epimeos, á quien tú pareces, que dellos fueras en rey elegido, porque los defendieras de las grullas, que con ellos tienen batalla.

Selv. Agora cese esto para otro dia; gocemos de Carduel un poco, que me parece que va cantando adelante.

Fler. Por mi fe que no suena mal la voz del rapaz con el sosiego de la noche.

[p. 212]

Car.

Servid, servid, amadores,

Con lealtad á Cupido;

Que vuestros tristes clamores

Tendrán gozo muy cumplido.

El que firme se tuviere

En su fatiga cuidosa,

Quando ménos se temiere,

Le vendrá nueva gozosa;

Y ansí su pena rabiosa

Y su dolor no fingido

Tendrán gozo muy cumplido.

Las fatigas y pasiones

Que dan dolor al penado,

Se tornan consolaciones,

Viéndose ser remediado,

Asina vuestro cuidado,

Y dolor que da Cupido,

Tendrá gozo muy cumplido.

Selv. Por mi fe que más conforme á lo que en mi corazon tengo, no podia ser cancion en la vida.

Fler. Cierto que en sí es bien sentenciosa; más en extremo suena bien con las gargantas y melodiosos descuidos con que el rapaz la ha matizado.

Selv. En extremo parece bien; mas ya á lo que veo llegamos cerca, bien será detenernos aquí un poco miéntras el relox da la determinada hora.

Fler. Sea pues; mas si, señor, os parece, [p. 213] nosotros dos podemos llegarnos más á ver si hay muestras de algun sentimiento.

Selv. Sea así; mas decidme, señor Flerinardo, ¿no gustais del requiebro de mi paje? que, por mi fe, con razon aquí se puede decir para esas cruces, que este són no es de perder, porque segun me parece ya ha descubierto campo el rapaz, y enemigos con quien escaramuce y se dé de las astas.

Fler. Ora oigamos un poco, sabrémos algo de su secreto.

Cec. Por cierto, señor, no con ménos presteza salí forzada á gozar más por entero de vos, oyendo la sabrosa melodía de vuestro suave canto, que los agrestes latinos, al sonido de la temerosa furia, quando la venganza del herido ciervo de Silvia se tomaba.

Car. Con razon mi señora, habés apropiado mi ronca voz de cisne al terrible baladro de la infernal Alecto, pues tan semejantes son en especie; mas pídoos, mi señora, que no por eso la batalla que vuestra soberana hermosura de contino me hace en alguna manera se encruelezca, porque los soldados de mis congoxosos pensamientos del todo no sean rendidos, y por vuestra mucha crueldad, miserablemente muertos.

Fler. Por mi fe que no espunta necio el rapaz. ¿No habeis visto, señor Selvago, cómo [p. 214] cimentó tan maravillosamente su propósito de la comparacion de la dama?

Selv. Así me parece, mas oigamos la respuesta della.

Cec. Con más razon, mi señor, tengo yo de tener duelo de los soldados que de mi parte en la batalla, que habeis dicho, pelean, porque mirando ser vos caudillo de la parte contraria, y estando fortificado de persona de tanto valor, con armas defensivas de tantas gracias y gentilezas, ansimesmo las ofensivas de tan subidas razones y sentenciosas palabras como de contino les tirais, no pongo dubda sino que todos ellos, siendo vencidos, vuestra vitoriosa mano sobre ellos y mí quede triunfante y vencedora.

Selv. Por mi fe que se han igualmente juntado sus mercedes, que por bachillerejo que él sea, ella merece bien el grado de licenciada, pues tan sabiamente sabe difinir las proposiciones y argumentos por él puestos; mas ya me parece que dan las doce y nuestra hora se llega, bien será ponernos en el puesto.

Fler. Hora oid, señor, que ella se despide, veamos qué sea la causa.

Cec. Mi señor, grande afan llevo comigo por dexar tan presto, siéndome forzado, vuestra graciosa plática y dulce conversa [p. 215] cion, mas para otro dia se quede; mi señora Isabela me encomendó que á esta hora la llamase para lo que vos bien sabeis, por tanto me dad licencia.

Car. Mi señora, si no tuviese esperanza en lo que dices, aquí fuera mi muerte, mas por esta causa me habré de sufrir, y en lo que decis que sé bien, digo que así es; porque sabed que mi señor es venido ó llega cerca, y yo á lo hacer saber me adelanté, por tanto ved qué se hará sobre ello.

Cec. Que, señor, le digais que se llegue luégo hácia aquella otra fenestra que allí parece, que así me lo encomendó mi señora.

Car. Pues, mi buena señora, yo voy, los ángeles queden en tu compañía.

Cec. Y contigo vayan, señor.

Selv. Ta, ta, por Dios, Carduel está gracioso, que con la criada de mi señora lo habia.

Fler. Agora no me maravillo de lo que á los dos he oido hablar, que como dicen, en casa del alboguera todos son albogueros; pues él en vos, y ella en su señora, tenian tales maestros.

Selv. Hora oigámonos, no sienta lo que sentido habemos.

Car. Mi señor Selvago, una criada de Isabela me dixo que debaxo de aquella fenestra tu ventura esperases.

[p. 216]

Selv. Pues, señor Flerinardo, aquí podés hacerme la merced. Tú, Carduel, di á Risdeño, que allí baxo verás, que se venga contigo adonde el señor Flerinardo está, y que haga al un criado desos que se quede donde los dexamos, y al otro que se pase á la otra calleja, y que si á su salvo lo pudieren hacer, que defiendan la calle á los que vinieren, y si no, que hagan alguna seña.

Car. Señor, así se hará.

Selv. Mi señor Flerinardo, alguna buena rogativa os encomiendo, pues será necesario en este trance.

Fler. Andad, señor, que el ánimo me da que habeis de venir con más alegría que llevais cuidado; tened buen corazon, que todo lo demas es vano.

Selv. En cargo lo tengo; adios, hasta la vuelta.

Isab. Dime, Cecilia, ¿sabes si ha venido aquel caballero?

Cec. Señora, ahí está donde tú le mandaste.

Isab. Pues abre paso esa fenestra, y certifícate bien si es él.

Cec. ¿Quién es el que está abaxo?

Selv. El que sentencia de su vida ó muerte, afligido está esperando.

[p. 217]

Cec. Llega, señora, no temas, que es él.

Isab. Véte, pues, tú un poco á dormir, no te enojes con mis prolixidades.

Cec. Ya voy, señora. Bueno va esto; á solas lo quiere haber. Dentro está el tordo de la gorrionera; mas á mí ¿qué me pena? donosa estaba yo si habia de ser la judía de Zaragoza, que llorando duelos ajenos cegó, quanto más que por mí y ella se podria decir: cállate y callemos, que sendas nos tenemos.

Isab. Dime, señor, ¿por mandado de quién eres ahí venido?

Selv. Mi señora, soylo por el de aquella que no sólo mi vida rige y gobierna, mas mi ánima tiene debaxo su dominio y mando sometida.

Isab. Pues y tú ¿qué sientes en eso?

Selv. Siento tanto, que mi sentido por sentillo mucho sin sentido queda.

Isab. Cierto que jamas vi tantas contrariedades en un ente ó cuerpo como tú agora has demostrado, si no fuese en aquella ficion que el humano entendimiento inventó, llamada Chimera, cuya compostura de cuerpo es semejante á la que en tus palabras has demostrado.

Selv. Así es, mi buena señora, como decis; que sabed que mi juicio, despues que [p. 218] de vuestra soberana vista fué tocado, en semejante ficion, que habés dicho, fué convertido; porque si esa Chimera tiene su cabeza de dragon, cuya propiedad es cubrir sus oidos á las palabras del encantador, porque dél no le venga daño, así mi sentido desecha toda audiencia al que de su intento apartarle procura, por el mal que se le seguiria en dexar de padecer por tal causa; y si otra parte en este animal fingido de doncella se muestra, que es el cuerpo, ansí mi entendimiento es de mujer, pues en ella, si tal se consiente decir, es convertido. Tiene ansimismo esta ficion los brazos de oso, cuya propiedad en ser desacordado se señala, ansí mi juicio por tenella en vos, de sí ninguna memoria tiene. Dásele tambien á este simulacro imposible lo alto de sus piernas, que tienen nombre de corvas ó muslos de leon, que sus pequeños hijuelos, naciendo muertos en vida trae; así mi sentido la muerte, que sin gozar de la vida que tengo, ántes poseie, con fuertes clamores hizo de sí apartar, y con nueva vida ennoblecer. Finalmente, las piernas y regimientos de este monstruo son de cabra, que por los riscos y peñas fragosas es hallada, sin temor de la muerte que de allí se le puede recrecer, pues ansimesmo mi entendimiento su [p. 219] bido con sus pensamientos en la cumbre de tu soberano valor, con grave pena teme no ser precipitado y caido en triste muerte de desesperacion, la qual me está muy cierta si tu soberana piedad, ocurriendo al eminente peligro que se le ofrece, en alguna manera no diere de mano para que libremente dél libertarle pueda; y pues por tan particular, excelente señora, en lo que por tu causa soy convertido y por tí padezco, te ha sido declarado, pido á tu grande clemencia que con la brevedad necesaria en el presente lugar, donde por tu mandamiento soy venido, alguna forma de vida, que tal con razon pueda ser llamada, por tí se me declare, ó pronunciando la sentencia contra este afligido amador, á muerte precisa sea sentenciado, para que con ella gane lo que viviendo por tan perdido tiene.

Isab. Holgado he, noble caballero, con las razones últimas que por tí han sido pronunciadas, por causa que con ellas pides lo que yo deseo que entre nosotros se haya efectuado, que es con brevedad responder al intento que por tus razones me ha sido declarado; y por tanto oye atentamente lo que decir quiero, porque tú de la vanidad que contigo tienes, y yo de fatiga que con tus mensajes y palabras recibo, serémos li [p. 220] bres. Bien he conocido de tí desde el primer dia que tuviste atrevimiento de me declarar tu propósito, que me amas, aunque con qué amor yo lo ignoro, porque si es bueno y á buen propósito enderezado, á mi padre, y no á mí, habeis de ir con semejantes mensajes, y si por el contrario es malo, mira si es justo que una doncella noble y generosa como yo, en su fama y honra tal mácula pusiese; y por tanto, pues, por estas breves razones que de mí has oido puedes colegir lo mucho que sobre el caso te pudiera demostrar, ruégote, por aquella nobleza que tu claro linaje en sí tiene, que no quieras más con tus muchas importunaciones el honor de una tal doncella como yo empecer, mas apartando de tí tan nefanda voluntad, ciegues el camino al mal apetito y le abras á la razon que claramente te demostrará quán provechosas y buenas sean mis palabras, y por el contrario, quán dañosos y malos tus deseos ilícitos.

Selv. Si pensára, cruel señora, que para del todo matarme, el presente favor de tí me venía, ántes la sentencia rigurosa en mí executára, que habiendo gozado de tan vana esperanza, al presente con más crecido tormento y pasion en mí sentilla; mas ¡ay [p. 221] de mí! que ni hay causa para que tal ay de mí se manifieste, pues la bienaventuranza que en este ay se me sigue, en ay de soberano gozo se convierte, que por bienaventurado me podria intitular si la vida que agora ó despues ha de pagar la deuda que debe, con pagarla á lo que tu soberano valor y fiel servicio es obligada, de tales dos deudas se viese libre para más la poner en la fama en morir por tal causa; mas si esto con brevedad ser pudiese, no por pequeña bienaventuranza lo tendria, mas ¡ay de mí! que por ser muy al contrario mi vida viviendo en muerte morirá, y mi fin desventurado sin serlo, con estarme de contino presente olvidado de su oficio y nombre, de mí teniendo fastidio, será para siempre apartado y dividido. ¡Oh mi muy verdadera señora, escesivamente pido á tu soberano valor, pues el modo de muerte y el quándo, que es luégo, por tí se me ha manifestado, el lugar á tal sacrificio perteneciente por tí se me declare, porque cumpliendo en todo tu mandamiento y querer, no sólo tú seas en ello satisfecha, mas áun mi muerte será gloriosa y su fin bienaventurado siendo en todo á tu querer obediente!

Isab. Cesen, cesen, ¡oh señor mio! tus [p. 222] injustas querellas, que si mis razones fueron bastantes á causallas, mi sentido no lo es en oillas, por el rabioso tormento que muestras á mi causa padecer, no solamente mi fuerza á que sus fuerzas sienta constriñe, mas áun recibiéndole por suyo enteramente con otro nuevo que en mí concibe, su sér me fuerza á sentir, y mi fuerza sin ella forzosamente en manifiesto peligro se ve puesta; por tanto, escusados qualesquier preámbulos y circunferencias, sabe, señor mio, si no lo sabes, que tuya soy y por tal me tengo y confieso; y si dices que por mí sufres grave pena, yo por tí rabioso tormento; y si por mi causa pierdes la vida, yo por la tuya paso dos mil muertes; y pues, señor, tan abiertamente mi voluntad has sabido, haz, ordena, manda á tu voluntad, que de mí (pues mi libertad señoreas) por entero serás obedecido; y si atento al entrañable amor que en tí tengo, con vínculo de matrimonio tuvieres por bien de recibir la tal posesion, aunque clandestinamente y sin licencia de mis padres, se haga, teniendo bien por entendido que, con limpio amor y igual grado soy de tí amada, posponiendo tu persona á todo peligro y afrenta que en este caso se pueda suceder, gloriosamente me gozáre, y lo contrario haciendo, no [p. 223] sólo no me pagarás el verdadero amor que me eres obligado, mas de mi muerte y fin miserable serás causa.

Selv. Ni mi persona por obra, ni mi sentido de palabra, ni áun mi entendimiento en imaginacion excelente, señora, será bastante á te dar las gracias por las soberanas mercedes que de tí al presente me vienen. ¡Oh bienaventurado yo, que habiendo mi vida visto el espantable barquero del oscuro rio Flegeton, siendo en el punto de la muerte, tan maravillosamente por quien era la causa soy en ella restaurado y vuelto! ¡Oh si fuese posible, mi señora, que lo mucho que mi ánimo siente, el cuerpo con alguna demostracion te lo pudiera representar! como creo que de lo hecho, no solo tendrias pena, mas en ser tanto de mí estimada soberanamente te gozarias, porque con palabras vanas exteriores, lo verdadero que en el interior siento no dañe con el velo del callar, quiero en todo satisfacer; solamente digo que con el amor y voluntad que las mercedes me prometeis, con esa las recibo, contándome por igual de los que de la eterna beatitud gozan, en que me hagais digno de vuestro soberano matrimonio; por tanto, ved, señora, cómo quieres que se ordene, que aparejado estoy, [p. 224] como siempre, para en todo cumplir vuestro mandamiento.

Isab. ¡Oh mi señor, bien tenía por mí que donde tanta virtud mora otra respuesta no se esperaba! por lo que, si os parece, la noche siguiente en esta mesma hora, trayendo vos aparejo, por las paredes del jardin, que desta otra parte parece, podréis entrar, donde algun buen órden en nuestros negocios se determine, porque más, sin ofensa de Dios, nuestros deseos se cumplan.

Selv. Mi señora, en soberana merced la que por vos me es prometida recibo, y como decis se cumplirá.

Isab. Mi señor, aunque bien contra mi voluntad, os pido licencia, porque allende de ser hora, para quitar la sospecha que se puede recrecer si alguno nos viese, es bien acordado.

Selv. Mi señora, si la pena que dello recibo no se templase en alguna manera con la gloria que tan presto conseguir espero, en manifiesto peligro sería mi vida puesta; mas considerando lo dicho al presente me habré de sufrir, y por tanto, vos, mi señora, la teneis y para á mí eso mesmo la dar.

Isab. Pues, señor mio, el Criador de todas las cosas os acompañe.

[p. 225]

Selv. El mesmo quede con vos, mi señora. ¿Qué os parece, señor Flerinardo? ¿habeis oido algo de lo pasado? ¿puédome tener enteramente por dichoso?

Fler. Mi señor, muy bien lo he oido, y de cierto que entre los tales podeis ser contado, pues de tal persona en tan excesivo grado sois querido.

Selv. Así es como decis; mas, pues en esto no hay más que hacer, si os parece volvamos á la posada y reposarémos lo que de la noche queda; y siendo el dia venido, yo hablaré con mi señora Funebra sobre vuestro negocio, porque enteramente seais alegre, quedando los desposorios públicos para cuando los mios se celebren.

Fler. Señor, téngoos en merced, que, con vuestra mucha alegría, de mí no habeis perdido memoria.

Selv. Esa causa la pone más en mí, que, pues vos en mi pena habeis sido participante, justo es que en la gloria y descanso seamos ansimesmo conformes, y pues ya dentro en la posada estamos, bien será entrar á nuestro albergue; vosotros, criados, íos á dormir, que no pondré en olvido el buen servicio que esta noche de vosotros he recebido; ruégoos que en ello tengais el secreto que conviene y la calidad del hecho demanda.


[p. 226]

CENA PRIMERA DEL QUINTO ACTO.

En que Escalion concierta con Sagredo y Rubino, los criados de Selvago, un convite en casa de Dolosina. Venida la hora, y sentándose á comer, llega Risdeño á la puerta con un dón para la vieja. Entrando comen todos juntos, pasando entre ellos graciosas cosas. Acabada la comida dales nuevas del desposorio de Flerinardo ser ya concertado, con que muy gozosos él á su posada se vuelve, quedando los otros en casa de la vieja con sus criadas. Introdúcense:

ESCALION. — SAGREDO. — RUBINO. — DOLOSINA. — VALERA. — CLAUDIA. — LELIA. — LIBINA. — RISDEÑO.

Esc. Aun ¿qué sería si esta noche hobiesen despachado á mis amos, enviándolos, como dice el refran, con cartas al purgatorio? que por mi fe á mala señal tengo haber tan presto Isabela vencídose, y concedido en el negocio. ¿No fuese ántes alguna guadramaña para cogellos á todos juntos como en gorrionera, donde paguen hecho y por hacer? Agora sea, que yo no lo estimo en dos quartos, pues en salvo está el que repica; y si nos faltase señor, pan comen en las Italias. [p. 227] Por mi vida, pues, que estaba donoso Flerinardo en avisarme que diese presto la vuelta; ¿pensábase el necio que estoy harto de vida? pues engáñase cierto, que más agora que nunca quiero gozar de mi mundico, pues es mi tiempo, y no que fuera donde, por ventura, en llegando nos dieran caperuza, ó nos enviáran cargados de leña; una fuí al baño, y ésa con daño. Este otro dia salieron todos los compañeros, y áun tuve la muerte á los ojos, que á pocas me pudieran engastonar en lienzo, y enviarme á poblar el pradillo de San Agustin, y ¿habia de tornar al juego? pues á fe mia que se engañan en más de la mitad del justo precio, que desde entónces firmé en mí de nunca más perro al molino, porque cantarillo que muchas veces va á la fuente, ó dexa el asa ó la frente. ¿Mas qué digo? ¿no son éstos Rubino y Sagredo, los criados de Selvago? Ellos son, cierto, quiéroles hablar sobre qué mundo corre, y si han ellos sido en la escaramuza, y andan descarriados por aquí. ¡Oh, señores! Y ¿dónde por estos barrios?

Sag. Señor Escalion, están Selvago y Flerinardo en consulta sobre ciertos negocios, y nosotros venímonos á dar una gateada por aquí á buscar quien bien nos haga.

Esc. ¡Oh, pese al mundo, y cómo he [p. 228] sido engañado, que tan á su salvo salieron del juego! Pues, señores, ¿sabeis si Flerinardo ha preguntado por mí?

Rub. Creemos que no, porque los dos no han salido de un aposento.

Esc. ¿Pues no me decis cómo os fué esta noche? que yo he estado el más afligido hombre del mundo, que me quisiera hallar en ello, sino que Dolosina jamas me dió ese lugar, que, como su marido Hetorino está fuera del pueblo, ella no quiere dexar su casa á humo de pajas, por temor no la roben; y áun tambien os digo que me tiene hoy allá convidado.

Sag. En lo que desta noche preguntais, sabed que nos fué muy bien; mas decidnos, señor Escalion, ¿qué gente tiene en su casa Dolosina? porque os hago saber que Rubino y yo deseamos ser sus parrochianos, con apercibimiento que acudirémos bien con las obladas.

Esc. Sabed, señores, que tiene tres mozas de gentil parecer, de las cuales una, llamada Libina, tengo yo; mas si vosotros quereis, yo seré parte á que con las otras privásedes vosotros, mas hágoos saber que ha de bullir pecunia.

Rub. Ántes nos haréis la mayor merced del mundo, que en eso no faltará.

[p. 229]

Esc. Pues sea de esta manera: esperadme aquí miéntras voy á la hablar en ello, y si puedo, negociaré con ella en que hoy comamos todos juntos.

Rub. A tiempo vendria, que á fe mia dos pavos y quatro gallinas he cantusado de la despensa, de ántes de ayer acá, con intento que el domingo nos diéramos una holgadura en la huerta del Rey; por tanto id, que aquí os esperamos.

Esc. Pues adios hasta la vuelta. A fe como guante al pié me viene esto, porque cuidoso andaba por llevar algo de mi parte á la mesa de Dolosina, que parece mal, quando el convidador es de ménos cuantía que el convidado, entrarse las manos en el seno á sentarse á la mesa. A la puerta veo á Dolosina, quiero dalle el mensaje. Madre señora, ¿qué haces pensativa aquí?

Dol. Mi fe, hijo, pienso cómo salir de vergüenza contigo y con un ama de Isabela que tengo convidada, aunque por tí no me daria tanto, pues como en tu casa estás; pero dáseme de la otra, que yo no tengo tanta posibilidad como su persona merece.

Esc. Pues, madre, un buen remedio te daré si recebirle quieres, el qual es que los dos criados de Selvago, Sagredo y Rubino, por oidas, de Claudia y Lelia, tus doncellas [p. 230] (perdóneme Dios si peco), andan en alguna manera enamorados, y si tú les das licencia que vengan hoy á comer contigo, ellos proveerán tu mesa de manera que muy á tu honra cumplas con quien has dicho; y no te pese dello, que mozos son que lo que por ellos hicieres te sabrán agradecer y gratificar.

Dol. Hijo Escalion, ellos y los buenos años vengan en buen hora á mi casa á recebir servicio.

Esc. Madre, pues yo voy á que envien el recaudo.

Dol. Hijo, con la bendicion de Dios.

Esc. Bien se ha negociado esto; pues la vieja vino tan de corazon en ello.

Sag. ¿Qué nos dices, Escalion?

Esc. Que hagais lo que dixisteis, que de buena voluntad seréis recibidos.

Rub. ¡Oh, Dios te dé salud, hermano Escalion, que de verdad no tenía mayor deseo que tener alguna persona con quien pase tiempo, y le dé parte de mis placeres!

Esc. Pues decidme, ¿qué pensais enviar?

Rub. Yo de mi parte dos pavos y quatro gallinas, asimismo el pan que fuere menester y un buen xamon de tocino.

Sag. Pues yo daré principio y postre con [p. 231] forme al tiempo, que será fruta verde y olivas de Córdoba y queso de Pinto.

Esc. Mirad que no contais lo más necesario.

Sag. ¿El vino, creo, decis? Pues no tengais pena, que no faltarán seis ú ocho azumbres de lo de Monviedro.

Esc. Contigo me entierren, que quentas al uso del flamenco, que decia: entre dos compañeros veinte y cinco de vino y uno de pan, y sobra pan y falta vino; mas tened cuenta de lo proveer con tiempo, que lo dicho basta quanto la mar.

Rub. Deso perded cuidado, que luégo se hará.

Esc. Pues alto, ildo á proveer y dad la vuelta, que aquí os espero.

Rub. Sea, quedad con Dios.

Esc. Por mi fe, Escalion, que á muchas destas se te ha de caer la colilla; ayer paño para un entero vestido que el príncipe se lo puede cubrir, esta noche pasada con Libina, que hace comigo más caricias que la reina Iseo con Tristan, agora comer de autan á costillas de otro; así, así, pese al mundo, anden todas, y más la caxcada, que buen rey mozo nos tenemos, haya buena olla, que mal testamento no ha de faltar. Pues á Dios digo mis culpas, si se hace [p. 232] lo que he medio oido del desposorio de Flerinardo con Rosiana, allí serán las descabeñadas, pues librea buena y otros percancillos no pueden faltar. Pues, por mi fe, aunque dexe una razon por otra, que no trocase mi estado por del mejor caballero del reino, porque si bien se mira vivo más descansado y más á mi provecho que todos ellos; que sus estados y señoríos, no sólo no les traen descanso, mas áun les causan vida muy desventurada, porque por mucho que tengan para cumplir con la honra, siempre andan alcanzados, tristes, cuidadosos, pensativos, llenos de cuidados y congoxas; no tienen un placer que no reciban innumerables pesares y zozobras. Siempre la barba sobre el hombro, quando por su causa, quando por la de sus vecinos y parientes; el pecado venial que cometen se les hace mortal; la injuria que reciben, por pequeña que sea, es muy acumulada de todos; andan en mayor peligro si los reyes se muestran furiosos; siempre, aunque estén sanos, con muletas, que son los criados, los quales, si les faltan, en casa han de estar encerrados; pues si las rentas no les acuden á tiempo, no cumpliendo con quien deben, son en público baldonados y en secreto maldecidos; asimismo son á más obligados con [p. 233] los pobres, y que poco pueden, lo que si por no poder más no se hace, luégo el vulgo tiene materia de que roer; esto, en suma de mil quento de razones que pudie traer al propósito; por el contrario, yo contino alegre, contino lleno de placer sin haber á quien, si á Dios no, de mí bueno ni de mí malo sea tenido á dar cuenta, con mi diayvito donde quiera valgo, donde quiera me honran, donde quiera soy tenido, si aquí me va bien, acullá no he temor que por robarme me quiten la vida; si recibo alguna afrenta, en dos dias no hay memoria; si me quiero ir á pasear sin que aguarde á los criados, lo pueda hacer; y finalmente, yo, en descanso y dos mil pasatiempos paso mi vida, que dellos son deseados y nunca habidos, por lo qual muy claro se muestra que en más aventajada y de desear sea mi vida que la de los que he dicho. Ya me parece que veo á mis compañeros, bien será, pues se hace hora, no detengamos la ida.

Rub. ¿Es hora, señor Escalion?

Esc. Eso decia comigo, que podemos ir, porque huésped con sol ha honor, quanto más que si fuese temprano podrémos pasar un rato de tiempo con aquella gentalla.

Sag. Sea pues, que ya á razon ha de estar aparejado despues que se envió.

[p. 234]

Esc. Iza, iza, ojo á la ventana.

Rub. ¿Quién es aquélla, Escalion?

Esc. Libina es, que nos llama.

Sag. Buena moza es, por mi vida, si la pieza es tal como la muestra del paño.

Esc. Presto seréis fuera de esa duda; mas ahora entremos.

Dol. ¡Oh mis hijos! ¡Oh mis emperadores! tal se me torne el bien qual vosotros me pareceis.

Sag. ¡Qué enjaezada parola tiene la noble! mas qual yo y ella somos, tal salud la dé Dios.

Dol. Entrad, mis señores, que todo es vuestro, y como tal lo podeis tener, juntamente con su dueño.

Sag. Madre señora, en buen hora estés tú y la compañía y el ofrecimiento te tenemos en soberana gracia, que de la mesma manera de nosotros te puedes servir y en ello estamos muy aparejados.

Esc. Dime, madre, ¿quién es aquella dueña que allí está?

Dol. La que, hijo, te dixe hoy que era ama de Isabela y gran amiga mia, que por me hacer á mí merced, hoy se vino á estar con nosotros.

Esc. Pues, señora, hazme merced que mandes baxar aquí á Lelia y á Claudia, que [p. 235] estos mis señores compañeros en tal la recibirán.

Dol. ¡Ay hijo! ¿no ves que están las cuitadillas, mal pecado, desnudas, entendiendo en el comer? mas ten paciencia, que tiempo habrá para todo; mas esto aparte, por tu fe, Escalion, que me digas, ¿estos gentiles hombres son de la ciudad ó forasteros?

Sag. Madre mia, de aquí somos naturales.

Dol. Pues decidme, señores, quién fueron vuestros padres, porque si lo que decis así es, no puede ser sino que de mí seais conocidos.

Sag. Sabe, señora, que yo soy hijo de Sempronio, criado de Calixto, y de Elicia, y este mi compañero es de Parmeno y Areusa, donde por la familiaridad que nuestros padres tuvieron, ansimesmo por el parentesco que entre nuestras madres hobo, entre nosotros tenemos muy firme amistad y bien querencia.

Dol. ¡Oh mis buenos hijos! por mi salud, que os he de abrazar, ca sabed que no pequeño conocimiento tuve yo con vuestras madres, ántes que desta tierra Parmenia mi madre me llevase, y áun, por mi salud, que cuando volví y supe el desdichado caso que á las dos acaesció, que no fué mi dolor pequeño.

[p. 236]

Esc. Pues dime, madre, ¿qué les aconteció?

Dol. No fué nada, hijo.

Esc. Dilo ya, madre.

Dol. Diéronlas de puñaladas, que no fué nada.

Esc. Echa allá, ¿y es pulla ésa? mas dinos, madre, ¿y quién hizo tanto mal? que, por las ebúrneas puertas tartáreas, sólo por lo que á la amistad de su hijos debo, en todo el mundo sabiendo quién es le busque, y más tajadas le haga que letras tiene Baldo y Bartulo con la Coronica española.

Sag. Por mi vida, madre, que hasta agora bien ayunos deso hemos estado; ca los dos de pequeños nos salimos desta tierra, y por gran aventura en Italia nos conocimos, donde con deseo de nuestra patria aquí tornamos, y queriendo saber qué se hizo de nuestros padres, nos fué dicho que de sus muertes naturales murieron, por lo qual estamos muy espantados de lo que dices.

Dol. Pues yo os diré, hijos: sabed de cierto que Parmeno y Sempronio por homicidas de una buena vieja murieron degollados en el mercado, y Areusa, poco despues en casa de la famosa Celestina, á manos de dos rufianazos, que, si bien me acuerdo, se nombraban Grajales y Barrada. Eso mesmo [p. 237] Elicia, mucho tiempo despues por un panfarronazo llamado Brumandilon; aunque no se fué sin castigo éste, porque degollado murió, y no pensés lo dicho haber muchos dias que pasó, que de cierto la sangre tienen reciente; mas de una cosa, hijos, os podés alabar, que teneis madres medio mártires, que, por mi salud, casi sin culpa las mataron.

Esc. Arre nora mala, y á todos ha metido la vieja en la danza, que, por mi vida, este Brumandilon que ha dicho fué mi padre; ya dolor, y si se descubriese á mis compañeros, cómo tomarian de mí rabiosa venganza; mas esto aparte, á fe que está donosa Dolosina, que piensa que se deleitan estos otros mucho con sus palabras, y no sabe que, como dicen, no hay peor burla que la verdadera, y ella dalle que dalle, y entre col y col lechuga, bien te quiero más bao; y despues que los ha descalabrado, úntales el casco diciendo que sus madres fueron medio mártires.

Dol. ¿Qué dices entre dientes, hijo Escalion?

Esc. Digo, madre, que pues eso es ya pasado, no lo traigas de presente á la memoria, pues no estamos en tiempo de llorar los muertos, sino de tomar placer entre los vivos.

[p. 238]

Dol. Mi hijo, no pienses que lo que he dicho ha sido sin causa, que quiero que sepas que no tanto he querido decir esto por dar á estos señores pasion en ello, mas porque nos acordemos de la muerte, que á nadie perdona, y que hoy somos y mañana no; porque, como dice el sabio, su memoria es parte á nos apartar de ofender á Dios, especialmente en los placeres y regocijos, de que tenemos ejemplo en la historia de San Juan que se intitula el limosnero; el qual, siendo gran señor y obispo, industriosamente hacia labrar su sepulcro bien despacio siendo muy suntuoso en obra, porque, como todos le dixesen que ¿cuándo se habia de acabar? le recordasen que se habia de morir; ansimesmo tenía un hombre que industriosamente, quando estaba en algun regocijo ó banquete, le venía á decir que hiciese acabar su sepulcro, pues no sabia quando le habrie menester, porque acordándose de su muerte no se destemplase en la tal fiesta á cometer algun vicio y pecado: eso mesmo un señor eclesiástico, noble y generoso caballero en nuestros tiempos, sobre un mármol que tiene labrado para en siendo muerto poner su sepulcro, recibe la refeccion quotidiana, y todos ó los más dias quiere comer en él, en el qual mármol [p. 239] están cortados unos hermosos versos que, demostrando la historia del caso, nos avisan que nos abstengamos, con la memoria de la temerosa muerte, de pecar, especialmente en los tales actos y convites, cosa por cierto en que cada qual habia de tomar exemplo por el grande fruto que dello se nos puede conseguir. Esto al presente baste, que pues Libina viene á nosotros, ya la comida debe estar á punto.

Lib. Madre señora, todo está aparejado, ven quando fueres servida.

Dol. Sea luégo, hija, que nunca yo hallo mejor tiempo para comer que quando lo tengo gana, ni me sabe mejor acordándome que Dario, rey de Persia, huyendo de Alexandre, su enemigo, habiendo perdido todo su exército, en un cenegal hediondo y lleno de cuerpos muertos se abajó á beber, diciendo que cosa no le habia sabido mejor en su vida que aquello, porque con más sed lo habia bebido; por tanto, hijos, si os parece, vámonos á sentar.

Esc. ¡Ay madre! ¿y quién ha de ir acordándose lo que de la muerte has dicho? que, por mi vida, las cabras nos has metido en el corral con tus palabras.

Dol. ¿Por eso habias de dexar de comer? anda en mal hora, ven, sentémonos.

[p. 240]

Esc. Ojo, compañeros, veréslas, que vuestras requebradas han de ser.

Rub. Di sus nombres, y señala quál es Lelia, que por el nombre le soy aficionado.

Esc. La que trae las servilletas á la mesa se llama Claudia, la otra que anda allá dentro es Lelia, por quien preguntais; Claudia es fresca como veis y hermosa, mas Lelia es más mochacha: si os parece, lleguémonos hácia allá, y hablarlas hemos.

Dol. ¿Dónde vais, locos? venios á sentar.

Esc. Acá es, madre, sobre un ciento de bodoques: siéntate tú, que vamos á ver si las cocineras usan bien su oficio.

Dol. Pues así pasa, ven, siéntate, señora Valera, y remojarémos la palabra miéntras aquellos locos vienen.

Val. Cierto, no es malo el xarope; ¿y de dónde lo hobiste? que por mi salud jamas lo hallo sino vinagre, donde quiera que voy por ello.

Dol. Selvago me lo envió, dos horas há; con juramento, que despues he besado veinte veces el cangiloncillo en que está, que dado caso que no bebiese, me deleito de llegallo á la boca.

Val. Y áun con eso tienes en el rostro tales colores, que por mi salud en tu mocedad no las podias tener tales.

[p. 241]

Dol. Malo va esto, vieja me ha llamado; mas no se me irá con ella.

Val. ¿Qué dices, comadre?

Dol. Digo que como ya tú, de vieja, estás en los huesos, que no has podido tomar color como yo.

Val. Eso me parece al judío que dió la pasa al carnero, y le atentaba luégo la cola por ver si habia engordado; tú no ves que hasta que el vino que agora bebí haga operacion áun habrá tiempo.

Dol. Pues por la misma causa verás que mis colores son de mio, y no causados por la bebida; que sabe, si no lo sabes, comadre, que toda mi vida he sido fermosa y fresca mujer, y como agora en lo mejor della esté, mira qué maravilla si tengo colores.

Val. ¿Qué años habrás, comadre?

Dol. Este otro dia hice esa cuenta, y hallé en el libro de la parrochia que tengo hasta cuarenta años.

Val. De la mitad arriba, y áun Dios y ayuda.

Dol. ¿Qué dices, comadre?

Val. Que de más edad te juzgára.

Dol. Y áun más te hago saber, que por de ménos edad me tengo, de lo qual es buen testigo mi marido Hetorino, que se espanta de ver el cuerpo que tengo de no [p. 242] che; por lo qual pienso que el libro de la parrochia se engañó, que mal pecado quando se hace el baptismo, como el sacristan está embarazado, da el libro á que lo escriban mochachos, y ellos ponen lo que se les antoja.

Val. Ora, comadre, dexa eso, demos otro deogracias, pues tan ocupados con vuestras dueñas están esos gentiles hombres.

Dol. Otra hallarés más perezosa en eso.

Val. Ora tañeldes la campanilla, que mucho tardan en su plática.

Dol. Locos, locos, ¿por qué no os venis á sentar?

Esc. Madre, si tú no vienes á echar el baston entrellos será escusado, porque la batalla está muy rigurosa, especialmente que las damas áun de hablarlos se desdeñan.

Dol. Agora espera, que yo os concertaré. ¿Qué es esto, Claudia? Y tú, Lelia, ¿por qué no hablais estos señores, y os venis con ellos á comer?

Claud. ¡Ay, madre, déxate deso! Comed vosotras allá, que yo y Lelia despues comerémos.

Dol. Anda, mal hora, déxate deso. Tómala tú, señor. ¿Cómo es tu gracia?

Sag. Sagredo.

[p. 243]

Dol. ¿Y el compañero?

Sag. Rubino.

Dol. Pues, señor Rubino, toma por la mano á Lelia, y tú, hijo Sagrado, á Claudia; Escalion él se tendrá el cargo á su Libina, y vámonos á sentar.

Lel. ¡Ay, señor! déxame, que no soy desas, ni tengo de ir allá.

Dol. ¿Qué es esto, Lelia? ¿Mándolo yo y dices tú otra cosa? ¡Por mi salud, si no mirára al honor de los convidados, que yo hiciera cosa que no pluguiera á todas! mas irse han los huéspedes, y comerémos el gallo, que asaz habrá tiempo.

Esc. Ea, señora, no tomes pena, que á ella le pesa por te haber enojado.

Dol. Anda, hijo, déxame, que aquella habia de cumplir de ojos lo que yo mandaba por la boca.

Esc. Hora no haya más. Tú, señor Rubino, con la señora Lelia en este cabo os asentad, y junto, en esotro cabo, estará Sagredo y Claudia; yo y Libina nos sentarémos acá en lo baxo; las dos madres, pues se hallan solas, hagan entre sí compañía en la cabecera de la mesa.

Claud. Madre, á la puerta llaman.

Dol. Vé, pues, hija, mira quién es.

Claud. ¡Dios sea comigo! y á Risdeño, el [p. 244] enano de Selvago, tenemos á la puerta con un mozo que trae una pieza de paño.

Dol. Él y los buenos años: vé, hija, por tu fe, abre.

Claud. Ya voy, señora.

Risd. Esté enhorabuena la fresca.

Claud. En tal venga el gentil-hombre. Sube, señor, si eres servido, que allá está mi señora.

Risd. Quiero, pues, madre, estés en buen hora tú y la compañía. ¿Qué es esto que veo? ¿y aquí estais vosotros, y no hubiera memoria del pobre de Risdeño?

Dol. Hijo, señor, vengas en buen hora. Daca, Claudia, aquí una silla, ponla entre mí y la señora Valera. Siéntate, señor, por tu vida, y comerás.

Risd. Quiérolo hacer, pues que tanto me lo ruegan. Tú, mochacho, dexa sobre esa arca el paño y véte.

Dol. No le envieis, señor, comerá primero.

Risd. Déxale, madre, que será menester en la posada, que si algo habie de comer, yo supliré por él y por mí.

Dol. Pues ¿y dónde lo habies de echar, señor, que tu cuerpo con poca cosa se podria henchir?

Risd. Donoso está el dicho. ¿Cómo, ma [p. 245] dre, y agora sabes que tengo dos estómagos? Pues quiero que sepas que lo que en cuerpo falto eché en estómagos, que otra cosa no tengo de dentro; si no, exempli gracia, comenzad á partir esas aves y verés maravillas.

Claud. Por mi salud que dice verdad. ¿No veis que hace de engullir?

Sag. Déxale, señora, que mucha priesa trae mucho vagar, y quien con ligereza el camino anda, de descansar tiene.

Esc. Ce, señora Dolosina, mira que no guardas la ley de palacio, que has bebido tres veces con el primer manjar.

Dol. Hijo, por eso estamos agora en la sala donde hay otra ley, que bien sabes que dixo el sabio: «Cuando estuvieres en Roma vive como en Roma»; por esto quiero yo guardar la ley de sala, pues en ella estoy.

Esc. Madre, ¿quántas veces, tú que sabrás todas las opiniones, es lícito beber en una comida?

Dol. Por cierto, hijo, abusion es que nunca la cato, ni la puedo hallar lo firme; unos, por ser malaventurados, dicen tres, otros, casi semejantes, dicen cinco, otros nueve, otros trece, y otros, de la qual opinion soy yo, dicen treinta y seis veces; mas empero yo, por cumplir con todos, bebo tres, y des [p. 246] pues seis, y ansí adelante hasta el último término, por topar y cumplir lo más cierto.

Risd. Eso me parece, madre, como el teniente que echaba las fiestas, y decia: esta semana, señores, no sé en qué dia cae una, fiesta de guardar, holgad toda la semana, y así toparés con ella.

Dol. Así es, hijo, como decis, por lo qual con justa causa se me consiente, como ves; quanto más que de tal culpa me desculpa el refran antiguo que dice que el horno y el viejo por la boca se calientan; que puesto que yo agora no sea vieja, por estar en víspera de ello, puedo usar de sus previlegios; mas en eso no mireis vosotros, que vais, miéntras yo hablo, como por la posta, por esos pavos, y á pocas me habríedes dexado los huesos en los platos.

Esc. No hables, madre, que bien sabes que oveja que bala bocado pierde, hasta que te enfade el manjar, como hace Risdeño, y no tendrás de nosotros queja.

Risd. ¿Sabeis por qué lo hago yo? yo os diré. Contáronme un cuentecillo sobre otro tanto como esto, con el qual quedé avisado, y fué que dos hombres, en un camino que iban, llegaron á una posada, donde siéndoles puesta para comer una liebre, el uno dellos preguntó al otro al principio si tenía [p. 247] memoria de que habia muerto su padre, el respondió que le dieron unas calenturas, y mandándole el médico sangrar, vino á descubrirse ser resfriado, donde haciéndole medicinas, y dándole purgas, obrando con algunas dellas tanto que si viviera quedára purgado para toda su vida, al fin de questiones levantándosele el pecho tomó y murióse; pues miéntras aquél contaba esto el compañero habia ya dado al traste con la liebre, de lo cual el que contaba se sintió mucho, aunque no lo demostró. Otro dia, poniéndoles, en otro lugar, una gallina para comer, tornó á preguntar el de primero al otro que de qué habia muerto su padre, el qual, dando muchos y grandes bocados, respondió en una palabra diciendo: de una landre.

Esc. Hi, hi, hi, por mi vida que estuvo donoso, aunque para nosotros tambien fué bueno el cuento; pues no te hará daño lo que entre tanto comiste.

Risd. Por eso remedié yo con tiempo, que fué tener pausa hasta que los estómagos dixeron, no más pavos por agora.

Esc. Madre, por tu fe, que nos eches acá el un jarrillo desos, que allá el uno bastará.

Dol. ¡Ay hijo, no digas tal! por tu vida, [p. 248] que me dará desmayo si así lo hiciese; ¿tú no ves que yo al uno y mi comadre al otro habemos tomado por compañeros? mas porque con los amigos más se ha de hacer, toma allá.

Risd. Alonge, dixo Lucía al odre; porque bien me basta á matar la sed lo que escancian las dos que tengo al lado; pues por su abundancia, traspasando su fuerza el intervalo de enmedio, llega á poner operacion en mis estómagos.

Dol. En Dios y en mi conciencia, comadre, que nos ha llamado borrachas en buen romance.

Val. Comadre, nunca peor os digan; ca sabed que un tiempo, segun he oido, se tuvo por virtud, que fué quando el gran Caton lo exercitó; y porque en persona tan veneranda no hubiese vicio, ese que en él se halló, por ser dél usado, le baptizaron por virtud.

Dol. ¡Oh quién fuera en ese dorado siglo!

Risd. Burlada te halláras, porque á las mujeres les era vedado.

Dol. ¿Qué decis? no lo creo.

Risd. Pues sabe que era ansí, que tenian por averiguado ninguna mujer que bebiese vino ser casta, y despues acá por el apóstol [p. 249] fué dicho que en el vino estaba la luxuria.

Dol. Cierto, gran crueldad hacian éstos con sus mujeres, pues que tanto bien les vedaban.

Risd. Ántes les hacian honra, y si ellos lo bebian, más era por ser fuertes en las batallas que tenian que por el apetito del cuerpo; más digo, que algunos mataron sus mujeres porque lo bebieron, y ninguna pena por ello les fué dada, lo que agora, no solamente á las mujeres se consiente, mas á los infantes pequeños muy contra toda razon se les da, porque dado caso que los ponen en mala costumbre, acórtanles la vida, porque siendo el niño en sí muy cálido por razon de la sangre que tiene nueva, y el vino ansimismo siendo caliente, dos extremos juntos consumen la vida al que ansí le fué dado; mas esto aparte, señores compañeros, mirad que es mucho retozar ése, especial estando quien lo vea á diente.

Sag. Señor Risdeño, no tenés en eso más razon que un bonete redondo, que si vos sois corto, echaos á vos la culpa, que buenas mochachas tenés al lado.

Risd. Eso será para pedilles consejo en algun arduo caso.

Sag. Anda, señor, que el pajar viejo, desque encendido, malo es de apagar.

[p. 250]

Risd. Bien es verdad, mas hasta en eso es el trabaxo, y tambien aquí no hay lugar de lo que decis, porque si yo mostrase mas favores con alguna de estas señoras, la otra con razon de mí se podia quejar.

Claud. Donoso está, por mi vida.

Risd. Mas si alguno de vosotros, señores, quiere comigo trocar asiento, no recibiria pequeño servicio en ello.

Esc. Qué, ¿áun servicio ha de ser?

Risd. Ya veis, señor, si tal persona como yo se sufre hablar en otros términos.

Dol. Volvedme, hijos, el jarrillo si habés hecho con él.

Esc. ¿Ya se acabó eso otro?

Dol. Sí, hijo, que, como Risdeño echaba en sus dos estómagos, con lo que nosotras bebimos concluyóse presto.

Esc. Toma, madre.

Dol. ¡Ay hijos, y cómo os habeis habido tan cruelmente con él, que casi tripas no le habeis dexado!

Risd. Por mi vida, que son buenas las olivas, y que siempre las acostumbro por me hacer buen estómago y me quitan la sed de la tarde.

Dol. Así es que en eso son apropiadas.

Esc. Pues, madre, perdónanos nuestro atrevimiento; tu, Risdeño, negocia con la [p. 251] madre, que nosotros nos entramos en otra pieza.

Risd. Ántes os quiero decir á todos unas buenas nuevas.

Esc. ¿Qué son?

Risd. Que están concertados los desposorios de Flerinardo y Rosiana; por tanto, concluid presto, que seréis en la posada necesarios.

Esc. ¡Oh, Dios te dé buenas nuevas, que así será como decis! Ea, compañeros, cada uno á su albergue con su huéspeda, que quien tiempo tiene y tiempo atiende, tiempo viene que se arrepiente.

Risd. Señora Dolosina, mi señor te envia muchas saludes de su parte, y esta pieza de raja que te mandó ayer en pago de la sortija.

Dol. Mi hijo, á tu señor dirás de mi parte que le beso las manos mil veces por las mercedes que cada dia me hace, y si tú de mí has menester alguna cosa, aparejada estoy.

Risd. De la misma manera me puedes mandar, madre; mas agora me da licencia, que me he detenido.

Dol. Tú, hijo, la tienes.

Risd. Pues quédate con Dios, señora.

Dol. Él vaya en tu compañía.

[p. 252]

Val. Comadre, muchos años nos holguemos juntas, y mirad si me mandais algo, porque voy á la posada de Isabela.

Dol. No más sino que le deis mis besamanos, y que le tengo en merced la sortija.

Val. Así lo haré, comadre, quedá en buen hora.

Dol. La madre de Dios te guie, comadre Valera.


[p. 253]

CENA SEGUNDA DEL QUINTO ACTO.

En que Polibio habla con su mujer Senesta, en que será bien dar compañía á su única hija Isabela. Senesta despues de razones viene en ello; conciértanse que le vendrá bien Selvago; queda en que por un primo del mesmo Polibio se le hable. Introdúcense:

POLIBIO. — SENESTA.

Pol. Señora y mi amada compañera Senesta, pues que Dios por su infinita misericordia tuvo por bien de juntarnos á los dos en matrimonio, y ansimesmo darnos de sus bienes tan largamente con mucha honra de linaje; y lo que más se ha de estimar, un dón tan excelente, que fué el fruto de bendicion con que gran consuelo y descanso siempre hemos tenido en nuestra hija Isabela, tan cumplida de gracias interiores como de exteriores adornada; yo tengo en mí determinado, si en ello juntamente vuestra voluntad viene, porque la fortuna con algun mal reves no tenga lugar (soltándose del palo de Bocacio) contra nosotros, de que se le dé una compañía tal qual su noble linaje demanda y su agraciada per [p. 254] sona merece, porque dado caso que hasta hoy no se ha visto en ella causa de algun mal indicio, sólo porque, como dicen, quien quita la causa quita el pecado, me parece ser éste buen acuerdo para que nuestra fama y honra se adelante de contino; y si miramos á los antiguos, que tinien por costumbre no poner esta carga en sus hijos hasta que ya en perfecta edad los veian llegados, sufríese por la simplicidad y buenas maneras de aquel dorado siglo lo que agora no ha lugar por la mucha malicia del nuestro; tenemos exemplo y cada dia lo vemos por experiencia que muchas nobles y generosas personas, por la confianza que de sus hijos tenian, los vinieron á perder, hallándolos clandestinamente, no á su honra, desposados, de que los míseros padres, viendo su fama perdida, no sólo de la hacienda en casos que se recrecen, mas de la vida son privados y miserablemente destruidos; por lo qual claramente se demuestra que no pequeño cuidado han de tener los padres en poner estado con tiempo á sus hijos, y más si fueren hijas, y muy mayor si las tales de hermosura son adornadas; porque dificultosamente se puede guardar lo que por muchos es cobdiciado, y pues para que no las pierdan, deben temprano ponellas en cui [p. 255] dado de contentar marido y regir familia, lo que se aprueba con aquel verdadero y vulgar proverbio que dice que aquélla fué mejor doncella que más temprano fué casada, porque con la carga del matrimonio acesoria, no sólo pierden todas y cualesquier liviandades que la juventud en sí tiene, mas con grande castidad y virtud procuran gobernar sábiamente aquello en que de tan niñas fueron impuestas.

Senesta. Mi señor Polibio, la sentencia de vuestras sábias y discretas razones en su principio demuestra lo que qualquier agradecido christiano con su Dios ha de tener, que es darle soberanas gracias por los bienes que dél tiene recebidos, en lo qual digo que, en lo que á mí toca, yo cumplo, aunque no por entero, mas con todo aquello á que mis fuerzas son bastantes. Decis más, mi señor, que por quitar toda ocasion á nuestra hija Isabela en alguna liviandad que perjudique á nuestra honra, determinais de ponella en estado perfeto de vivir; cierto si no conociese bien á quien he criado, no habrie dubda, sino que en eso habie de tener grande recatamiento; mas dígoos de cierto, mi señor, que podeis bien dormir á sueño suelto en ese caso y con mucha seguridad, porque, si me decis de muchas no [p. 256] bles doncellas que han degenerado á su linaje, cometiendo algun mal exceso en su fama, á lo ménos no quiero que mi Isabela ser de las tales se presuma; porque, si consideramos su mucha virtud, su grande castidad, su contínuo recogimiento, su extraña gravedad, su cumplido saber, su gravedosa presuncion, no sólo semejantes escrúpulos os quitará, mas qualquier cuidado en su guarda nos hará perder; por tanto, mi señor, considerando lo dicho, no cures tan presto ponella en tantos cuidados y trabajosos desabrimientos como la carga del matrimonio en sí tiene, sino dexalda, señor, goce enteramente parte de su juventud en sosiego y descanso, que, teniendo con más perfeta edad mayor experiencia en los tratos de tal estado, cumpliéndose lo que decis ella en ello, más sábiamente se regirá, y nosotros, entre tanto, de su presencia agradable y linda conversacion gozar podrémos.

Pol. No quiero, señora, que penseis que todas las cosas tienen dentro de sí la aparencia que de fuera muestran, pues se ve ser muy al contrario; especialmente en este animal tan no conocido que racionalmente por miembro diviso, cuya condicion atestiguan todos los sabios que por entero imposiblemente se puede conocer, lo que se ve [p. 257] manifiesto en lo que nosotros cada dia más nuevamente en nosotros descubrimos; por lo qual no es razon que tanta confianza en vuestra hija acumuleis, pues de cierto entónces la conoceréis ménos quando más pensais que la teneis conocida, y si de sus virtudes y linaje decis, digo que no es justo que dello tanto caudal se haga, pues vemos muchas veces en el buen paño caer raza; y pues esto y lo dicho tan claro se muestra, ruegos, mi señora, que en mi voluntad vengais, porque en ello sólo se hace lo que al provecho de todos conviene.

Sen. Pues, señor mio, ésa es vuestra voluntad, aunque verme quitada de tal hija lo sienta en el alma, yo lo tendré por muy bueno, y si con mis palabras habeis recibido enojo, pídoos que me perdoneis, porque dello no fué causa querer seros inobediente, sino la fuerza que al amor filial me forzaba me fuerza á ser contra la vuestra fuerza; mas con la instancia que puedo os demando, mi señor, que me digais qué causa más agora que nunca para tratar en esto se os ha ofrecido.

Pol. Mi señora, yo os tengo en señalada gracia en que vuestra voluntad en este caso á la mia subjetés, y en lo que decis que por qual razon más agora que otra vez en esto [p. 258] os hablé, os quiero demostrar. Habeis de saber que pensando en mi pensamiento muchas veces quién más de los desta ciudad á ser nuestro yerno sea perteneciente, entre otros he hallado dos que igualmente á nosotros son convenientes, de los quales, el uno se llama Flerinardo y el otro Selvago; pues teniendo yo de contino ojo alerto en estos que tengo dicho, hame sido hoy manifestado que Flerinardo está ya prometido en casamiento y hechos sus contratos con Rosiana, hija de vuestra gran amiga Funebra, y ansimesmo hermana de Selvago, el otro que yo digo; por lo qual, atento á que otro tanto no haga el mesmo ya nombrado Selvago, lo que si así fuese faltaria en toda la ciudad quien á nosotros convenga, yo determino este dia en todo caso enviarle al comendador, mi primo, á que sobre el negocio le hable y su voluntad enteramente descubra.

Sen. ¡Oh señor, y cuán por dichosa me podria tener si lo que decis se efectuase! porque á la verdad, de la mesma manera que habeis dicho pasa, en efecto, que esa doncella que habeis dicho tiene con nuestra hija muy firme amistad, y luégo que allá se ordenó, le envió su mensaje á se lo facer saber, y de cierto que en lo que de Sel [p. 259] vago decis, sería caso bien acertado, porque no sólo por el conocimiento tan antiguo que con su madre tengo lo deseo, mas, entendiendo bien sus virtudes y buenas maneras, en estremo lo querria ya ver concluido.

Pol. Pues, señora, en esto por el presente no haya más, que yo tendré cargo en que hoy se ponga por obra; y si por ventura se confirma, todos en ello recebirémos entero contentamiento, y si acaso por la parte dél faltáre no debemos recebir pena por ello, que, como dicen, quando una puerta se cierra otra se abre; solamente vos, señora, lo encomendad al eterno Dios, que, si para su servicio ha de ser, él lo ordene, y si al contrario, él prestamente lo confunda y deshaga.


[p. 260]

CENA TERCERA DEL QUINTO ACTO.

En que Selvago con su cuñado Flerinardo va al concierto; llegados al jardin, Selvago canta un soneto. Despues de lo qual, entrado, su señora lo está esperando, donde habiéndola recebido por esposa goza de los últimos gozos del amor, de que muy gozoso del jardin sale, y por intercesion de Flerinardo conocen la gran cobardía de Escalion, de lo qual con mucho placer se tornan á dormir. Introdúcense:

SELVAGO. — RISDEÑO. — CARDUEL. — FLERINARDO. — ESCALION. — ISABELA. — CECILIA.

Selv. ¿Duermes, Risdeño?

Risd. Señor, no; ¿qué mandas?

Selv. Que me des mis armas y hagas aderezar esos mozos.

Risd. Señor, veslos aquí; los compañeros se quedan aparejando.

Selv. Pues tenme de ahí (que, si no me engaño, las once tocó agora el relox), armaréme.

Card. Señor, señor.

Selv. ¿Qué dices, Carduel?

Card. Flerinardo con sus dos criados, Escalion y Velmonte, están á la puerta.

[p. 261]

Selv. ¡Oh, cómo la verdadera amistad siempre en las necesidades se conoce! sin duda que le soy en mucho cargo.

Risd. Señor, en más te es él á tí, pues hoy le has remediado todas sus fatigas en prometerle tu hermana por esposa.

Selv. Aunque lo que dices así sea, no dexo por eso de sentir lo que por mí hace; mas acaba presto, Risdeño, darás esa escala de cuerda á Carduel que lleve, y tú ansimesmo aquel laud.

Risd. ¡Cómo, señor! ¿y has de ser como el mosquito que va cantando á robar los que duermen?

Selv. El símile como de quien sale; siendo tú chiquillo y ruinejo, así hablas en tu comparacion del mosquito tu pariente.

Risd. Aunque chiquillo y ruinejo, como vos, señor, decis, no me trocaria por uno que más alto que vos fuese.

Selv. ¿Cómo así?

Risd. Por las muchas virtudes y gracias que los de tal marca tenemos.

Selv. Di, pues, algunas, en tanto que me acabo de aderezar.

Risd. En metro os las podria decir, porque así me las enseñaron á mí; mas, por abreviar, en dos palabras concluiré. Primeramente por la mayor parte los de esta es [p. 262] tatura son todos muy vivos, ingeniosos y ardidos, que, por verse los tales ser en poco tenidos, siempre inquiren nuevas y esquisitas invenciones para ser de todos estimados; tambien si un pequeño se desafia con un grande, si el tal pequeño vence es más estimada su vitoria por ser más contra natura. Tienen otro provecho, que el pequeño que fuere á la guerra armado, siendo las armas conformes al cuerpo, no le darán con el peso mucha pena, y si el tal fuere á caballo, le dará ménos fatiga, y con otro tendrá ventaja en las armas defensivas, pues detras de un escudo se puede defender, y ofender al contrario; y si fuere huyendo y los enemigos llegaren cerca, fácilmente donde quiera se puede esconder y encubrir su persona. Eso mesmo si en frontera ó campo se halláre, do ha de jugar el artillería, más seguro estará de las pelotas que el grande; y si acaso le hurtaren sus armas ó vestidos, allende de medrar poco el ladron con ellos por ser chicos, donde quiera los podrá conocer; tambien es gracia que si entráre por puertas ó ventanas pequeñas, no tendrá necesidad de se abajar ni se hará mal en la cabeza. Es escelencia de los tales que con poco dinero se pulen y atavian, y si hecho lo mercáren, aunque sea mayor, [p. 263] fácilmente lo pueden tornar á su medida; esles tambien provecho, que si fueren á dormir en cama angosta, el pequeño dormirá más á su talante que el que no lo fuere. Son ansimesmo los de tal estatura pulidos, que por estirarse y ser mayores andan muy del tempe, y tienen bien otra gracia, que sin pena se visten y calzan por tener los brazos más llegados á los piés, donde si algo se les cayere de las manos, sin que se sienta, lo tornan á recoger, y por lo dicho éstos son muy buenos danzantes. Sobre las dichas gracias, si el de tal estatura fuere mercadante de cosa que se ha de medir á brazas, ganarán más, porque le dan á él grande brazada, y él dala pequeña. Tienen tambien sobre lo dicho otra escelencia, que si dieren alguna caida de lugar alto, el de ménos estatura dará ménos golpe; y si acaso fuere camino en la fiesta, siendo avisado, á la sombra del compañero se defenderá del sol; y finalmente, todas las veces que con otro habla, le hacen acatamiento, porque para bien entendelle, se acorvan estando él muy entonado. Esto es, señor, lo que yo hallo más en el de mi estatura que en el de la vuestra, sin otras muchas cosas que sobre el caso pudiera decir y por prolixidad dexo.

[p. 264]

Selv. Cierto que he tomado gran deletacion con tus palabras, que las debes tener de coro para semejantes tiempos; mas, pues ya estoy del todo á punto, vamos fuera; tú, Carduel, véte adelante, como ayer hiciste, camino del huerto.

Card. Ya voy, señor.

Selv. ¿Tomaste el laud, Risdeño?

Risd. Bueno está eso, señor, ¿y no le ves, que hace más bulto que yo?

Selv. Pues si no le quieres llevar, dásele á Sagredo que le lleve.

Risd. Agora, señor, que yo le llevaré; porque si acaso hubiere alguna refriega me pueda tan en tanto esconder en él.

Selv. ¿Pues cómo, así nos habies de ayudar? ¿no te mostrabas anoche más fuerte de eso?

Risd. No, señor, que ayer no iba allá Escalion, y yo tenía sus veces, y siendo él presente, no podria ser más de como quien soy, aunque todavía pondria el laud en medio de la batalla para que allí se descarguen los golpes y quebrante la furia de las partes.

Selv. Agora bien, vamos fuera, ¿es mi señor hermano Flerinardo?

Fler. Él, que aunque indigno dese nombre, mucho os desea servir.

Selv. ¡Oh señor, y no reposárades esta [p. 265] noche! que para en esto de hoy mi gente bastara.

Fler. Ora, señor, dexad esas razones por escusadas, y vamos nuestro camino, que yo recibo la merced en que de mí acepteis algun servicio.

Risd. Señor Flerinardo, ¿no venía en vuestra compañía Escalion? ¿dónde está?

Fler. No sé cierto, mas de quanto agora estaba comigo, y tras de nosotros debe venir, si no ha tomado las de villadiego y dádonos cantonada.

Risd. Vesle allí dó viene; anda, Escalion, no te quedes tanto atras.

Esc. ¡Oh pesar de quien me parió, Risdeño! ¿y para qué me das voces? que venía ahí echando mano pensando que los enemigos parecian, y dado caso que así fuera, nos quedáramos burlados, porque oyendo tal nombre, si ellos eran naturales de Europa, no pongas dubda que me pararan delante.

Risd. Pues ¿cómo es verdad lo que dices, pues que cada dia nos cuentas nuevas questiones que has tenido?

Esc. Eso es verdad, que no me conociendo toman esa presuncion; mas si despues, por aventura, de mis manos salen sin herida mortal, quando el caso cuentan á quien me conoce, les dice que ese dia nacieron.

[p. 266]

Selv. Señor Flerinardo, una palabra al oido.

Fler. ¿Qué decis, señor?

Selv. Que deseo conocer en estremo dó llega su lanza de Escalion, porque verdaderamente creo ser todas sus blasonerías fingidas, y si os parece, lo podrémos probar esta noche.

Fler. Señor, haced como vos quisiéredes; mas no sea de manera que nos cueste caro la burla si él hace algun desvarío.

Selv. No, que en eso primero se proveerá; mas agora, pues al huerto hemos llegado, entendamos en lo que conviene, que despues habrá tiempo para todo.

Fler. Haced como os pareciere.

Selv. Muestra, Risdeño, ese laud miéntras viene la hora, descubrirá este gozoso corazon alguna parte del gran contentamiento que en sí tiene.

Risd. Vesle aquí, señor.

Selv. Pues di á Velmonte y á Escalion que se detengan en la boca de aquella calle, Sagredo y Rubino se pondrán en aquella encrucijada que allí baxo parece, y que á todo el mundo defiendan el pasaje.

Risd. Señor, ya se ha hecho, y Escalion dice que si álguien por su pertenencia quisiere pasar, que le ha primero de engastonar [p. 267] su espada en el cuerpo y facelle volver sin cabeza ni piernas, porque no tenga necesidad de caperuza ni zapatos.

Selv. Anda, déxale, que del dicho al fato hay gran rato; y oye, que quiero comenzar un nuevo soneto, nuevamente en mi pecho concebido y por mi soberano gozo fabricado.

SONETO.

Resuene mi voz alta y amorosa,

Sus gozos con gran gozo demostrando,

Los altos con los baxos matizando,

Su gloria nos descubra gloriosa:

¡Oh cielos luminosos, tierra umbrosa!

¡Oh fuegos incorpóreos, mar terrible!

¡Oh tierra, muestra gozo no falible,

Pues gozas tú con ellos de mi diosa!

En tí su cuerpo tienes pincelado,

Su diáfano rostro no terreno,

Ten gozo por haber ansí sacado

Sus lustres y matices de tu seno,

De quien yo solo vivo en su memoria,

Por ser mi suma pena y suma gloria.

Isab. Dime, Cecilia, ¿no estás fuera de sentido en oir música tan atractiva y melodiosa?

Cec. Por cierto, señora, que no ménos en oilla estoy espantada que pesante porque tan presto hizo fin.

[p. 268]

Isab. ¿Qué sientes de la sentencia del soneto?

Cec. Que por más que diga, eres de más merecedora.

Isab. Anda, necia, que no te digo sino quán maravillosamente ha declarado su propósito.

Cec. Eso merezco yo, que me llames necia, porque mentí diciendo que merecias más.

Isab. ¿Qué dices, Cecilia, parécete que tengo razon en hacer lo que por él hago?

Cec. Cierto, señora, que sí, y bien á vuestro seguro, pues vuestro padre corresponde tambien al negocio.

Isab. En pensar eso estoy de gozo casi fuera de sentido; mas llégate, por tu fe, mira si sube, pues ya la música cesó.

Cec. Eso será escusado, que veslo por entre aquellos jardines dó viene.

Isab. Pues, Cecilia, mira que te ruego, y, como señora, te mando que de mi presencia no te apartes; porque puesto caso que hago lo que ves por este caballero, en ninguna manera querria que en mí tomase entera posesion, hasta que habiendo recebido las bendiciones de la Iglesia, por Dios y por las gentes nos sea concedido lugar.

Cec. Ansí lo haré, señora; ¿habeis oido [p. 269] lo que dixo? pues, mejor me salve Dios, que va de todo corazon, sino con la boca chiquita; mas pase, que ansí cumple en su honra.

Selv. ¡Oh gloria de mi penosa fatiga, y pena de mi deseada gloria! á tu seráfica hermosura pido humilmente, en señal del dón que por tí se me ha otorgado, de tus ebúrneas manos se me dé que goce, para que con las gozosas muestras del corazon enviadas y por los ojos salidas, el gran huego que de tu parte me consume, en alguna manera con su contrariedad algun tanto se mitigue.

Cec. Mi señora, mira que no se consiente lo que con ese caballero haces, en tenelle de hinojos en tu presencia tanto tiempo.

Isab. Mi verdadero señor, si en lo que mi doncella dice alguna parte de razon tiene, pídoos que me perdonés; mas si el soberano gozo que en vuestra vista he recebido considerais, no tendrés en mucho que llegado hasta el corazon imprimiendo en él su poderío, acudiendo allí todos los sentidos para más sentille, lo esterior sin sentir dexase; mas ya que la razon de la causa los ha tornado en sus asientos, pídoos quanto puedo que os levanteis, si no deseais que yo haga lo mismo.

[p. 270]

Selv. En eso como en lo demas, prometo, mi señora, de no salir de vuestro querer y voluntad.

Cec. Eso ha que me contenta, ¿no veis que abrazada la tiene? mi fe, aunque yo presente estoy, poco valgo para encoger su buena desenvoltura; mal año para gato romano que tal presa haga con asadura de neblí, con la garza, que viene más á cuenta como él con ella.

Isab. Mi señor, no me parece bien lo que haces.

Selv. Descanso mio, si te di paz en pago de la guerra que contino me haces, fué por cumplir con lo que á generoso ánimo se debe, en dar bien por mal.

Cec. Bien alega de su derecho el magnífico, y áun, por mi vida, que, segun de las vísperas entiendo, que en el disanto, él de queja y mi señora de doncella, han de ser libres; por lo qual será bien del mal no tanto, y hacerme entre ellos teniente y darles las manos, porque, segun se presume de los gentiles hombres de este tiempo, no será mucho que diga, andando dias, si te vi no me acuerdo. Ora, mis señores, bien será que lo que se ha de hacer tarde se haga temprano, y seais por mí desposados miéntras más á vuestra honra se ordena.

[p. 271]

Selv. Mi señora, ¿teneis por bien lo que vuestra doncella ha dicho?

Isab. Señor mio, por eso fué mi venida en el presente lugar.

Selv. Pues, en nombre de Dios, que yo recibo, aunque indigno, las mercedes.

Cec. Alto, pues, dadme las manos; vos, señora Isabela, ¿quereis por marido y por esposo á Selvago, que presente está? y no aguardeis á tercera vez, no se canse el zorriote, pues será escusado por faltar madrina que del trenzado estire.

Isab. Digo que sí.

Cec. Y vos, señor Selvago, ¿quereis por tal á Isabela?

Selv. Sí, con entera voluntad.

Cec. Dios os haga largos tiempos buenos casados. Agora no resta sino que se provea la colacion, y mirad que no os suelto mis derechos, aunque otrie haga las velaciones, que se lleve las arras.

Selv. Buena doncella, por el presente, en pago de lo que decis, recebid esta medalla que en vuestro cuello os pongais, no perdiendo la esperanza en lo porvenir.

Cec. Mi señor, aunque por el tanto no se dixese, no quiero dexar de recebir mercedes que con tanta voluntad son ofrecidas; y, por mi vida, que si de tal manera me [p. 272] pagasen todos, que no dexase de tomar las manos cada dia á diez ó veinte docenas de personas, y áun les soltaria lo de futuro; mas ¿qué digo yo? ¿y esa palabra es la primera que os hablais? tá, tá, tá, no paro más aquí.

Isab. ¡Oh mi señor, por Dios os ruego que no hagais tal, porque me perderéis para siempre!

Selv. Mi señora, ántes os tendré más ganada; y por tanto perdonad mis atrevidas manos, que jamas pensaron os deservir.

Isab. ¡Cómo! ¿y tanta desvergüenza ha de pasar y áun delante testigos?

Selv. Así, siendo por ellos certificado, despues tendré por verdadera la gloria que al presente consigo.

Cec. Eso me parece bien, que anden barbas y callen cartas.

Isab. ¡Ay desventurada yo! mi honra perdida, mi vida acabada, ¡ay, ay!

Selv. ¿Señora mia, señora mia? ¡ay traidor de mí, que tanto mal he cometido contra quien de muerte á vida me habia redemido! no será sino que con esta espada de mí tome rabiosa venganza.

Cec. ¡Oh gran Dios! ¿y qué es esto? detente, detente, señor, no hagas tanto mal, mira que perderás á tí y á tu señora.

[p. 273]

Selv. ¡Oh traidor de mí, que ya la tengo perdida! por lo qual me conviene un punto más no vivir.

Cec. Señor, sólo te pido miéntras rocío su rostro con agua de aquel estanque, tengas paciencia, que tú verás cómo siendo en sí tornada, hago con ella que te perdone.

Selv. Pues, buena doncella, sea con brevedad, porque mayor no la tenga mi vida.

Isab. ¡Ay, ay!

Cec. Señora, señora mia, vuelve en tí; acorre al tu Selvago si le quieres ver vivo, que por tu causa se quiere él mesmo en tu nombre sacrificar.

Isab. ¡Qué oigo, triste yo!

Cec. Desplega tus ojos y verás que sólo aguarda una palabra de tí contra él para pagarte la ofensa que contra tí cometió, y si deseas que viva, vé, desvíale de su propósito.

Isab. ¡Oh señor! y ¿qué desvarío tan grande es el vuestro?

Selv. Mi señora, no otro sino que si vuestra misericordia me falta, faltarme ha la vida.

Isab. Soltad, por Dios, el espada, que me dais mayor pena en esto que en la traicion que contra mí cometisteis.

Selv. Sabed, señora, que será escusado si de vos el perdon no me es concedido.

[p. 274]

Isab. Ora, pues yo tuve la culpa en me fiar en vos, justo es que la pena padezca; por tanto yo os perdono.

Selv. Señora mia, ¿por qué habés hecho tan gran sentimiento en que yo tomase la posesion en lo que de derecho era mio?

Isab. Aunque eso así sea, no era razon que tal pasára hasta que las bendiciones de la Iglesia se hayan recebido, y si no mirase que éstas nos serán dadas presto, yo me diera, en pago de mi pena, la muerte.

Selv. Ora, señora, ¿no me decis cómo sabés que nuestros desposorios se celebrarán públicamente presto?

Isab. ¿Cómo decis eso, y no os habló hoy el comendador, mi tio, de parte de mi señor Polibio, en que si queríades hacer comigo matrimonio? ca sabed que Cecilia estuvo esta siesta á la puerta de su aposento, y, segun me dijo, habiendo entre sí hablado sobre el desposorio de vuestra hermana con Flerinardo, trataron en que me desposasen con vos, sobre lo qual os hablaria el Comendador.

Selv. ¡Santo Dios, qué oigo! sabed, señora, que así pasa como habeis dicho, que hoy me habló, y yo, ignorando la parte de quien venía, porque no me fué por él dicho, por no despedille luégo, que fuera [p. 275] mal mirado, dije que hablaria á mi señora Funebra y le daria respuesta, y pues ya soy avisado, daldo por concluido.

Isab. Así me parece, señor, que lo debes hacer; mas, por mi vida, que no tornés á vuestras pesadas burlas, que me dais grande enojo en ello.

Selv. Bien mio, al que en mí manda, que es el amor, echad la culpa, pues en mí, por ser dél forzado, ninguna veo.

Cec. ¡Qué justicia de Dios! que estén sus mercedes en tales comedias haciendo pausa tras cada acto, y la pobre Cecilia que la papen duelos, estando acá á diente, teniendo á su Carduel tan cerca, no será sino la primera vez que acá vuelva á hacer de modo que entrando no tenga yo envidia de sus abrazos ni besos, y ahora me sufro, porque á más andar se viene á nosotros el aurora; por lo qual será bien los despartir, no los tome allí el dia. Mis señores, aunque os sea trabajoso, por el presente os conviene apartar por ser ya cerca la mañana.

Selv. Mi señora, no menor pena siento con las palabras desta doncella que con vuestra presencia alegría; mas, pues de fuerza se ha de cumplir, dexando con vos el ánima, el cuerpo á muy tenebrosa cárcel va sentenciado.

[p. 276]

Isab. Mi verdadero amigo, no con ménos pena que lleveis quedo; mas con la esperanza de tan presto enteramente gozar de vos quiero en alguna manera me conhortar.

Selv. Ella sola será bastante á me sustentar la vida; y pues así conviene, el ángel bueno quede, mi señora, en vuestra compañía.

Isab. Él guie, mi señor, tus pisadas. Cecilia, anda paso, entrémonos en nuestro aposento, no seamos sentidas.

Cec. Ya estamos acá, señora.

Isab. Pues tornea esa puerta y véte á acostar, dormirémos lo que de la noche queda.

Selv. Echa, Carduel, esa escala.

Card. Puesta está, señor, mira cómo bajas, que hace oscuro.

Selv. ¡Oh mi señor Flerinardo! y qué de cosas os tengo que contar en siendo en la posada, con que de cierto seréis muy alegre, por tanto vamos allá si os parece.

Fler. Primero deseo que hiciésemos lo que en la venida ordenamos de Escalion, porque he visto en él, despues que aquí venimos, cosa con que tengo dubda en su esfuerzo, y querria ser en ello certificado.

Selv. Pues, Risdeño, vé donde están Rubino y Sagredo, y decirles has de mi parte [p. 277] que vayan secretamente por aquella otra calle á dar do está Escalion, y que sin llegarse cerca hagan muestra de acometer, desnudas sus espadas; y que hecho, sin se detener, se tornen á sus estancias sin decir lo que hicieron disimuladamente.

Risd. Señor, ya van determinados á cumplir tu mandado.

Esc. ¡Oh pésete y no á tal, y aquellos á matarnos vienen! alivia, Escalion, tus piés y al soto, que no mientes en ello, ¡ay, ay, desventurado yo, que me matan!

Velm. Cómo, Escalion, ¿así me dexas?

Esc. ¡Santo Dios, que me matan! ¡confesion!

Selv. ¿No veis, señor Flerinardo, qué verdadero salió mi pensamiento? y qué gritar trae el cobarde.

Fler. ¿Qué es esto, Escalion, que has, que así vienes dando voces?

Esc. ¡Ay señor! cien hombres de punta en blanco armados nos salieron á matar, y de los primeros golpes derribaron á Velmonte, mas entre tanto rebané dos ó tres docenas dellos, en que quebré el espada; por lo qual, viendo los contrarios ser tantos, arrojándoles lo que del espada me quedaba, acogíme á los piés, y lo mesmo os aconsejo que hagais, que más vale de [p. 278] cir aquí huyeron que aquí fueron muertos.

Fler. No hayas miedo, vuelve con nosotros.

Esc. No, señor, dexáme, que basta el estrago que dexo hecho; que pienso que voy mal herido, iréme á curar.

Fler. Detente, muéstranos la herida.

Selv. ¡Oh, qué donoso caso! ¿no veis qué huir lleva?

Fler. De cierto que lo veo y lo pongo en dubda, segun la confianza que dél tenía.

Selv. Sabed, señor, que siempre le he yo tenido por lo que aquí ha mostrado, que todas sus hazañas más consisten en blasonar desaforadamente que en algo que de hecho fuese; y pues esto ya se ha concluido, bien será que demos la vuelta á la posada.

Fler. Sea, señor, como por bien tuviéredes.


[p. 279]

CENA QUARTA DEL QUINTO ACTO.

En que Risdeño, muy gozoso por haber ya su señor Selvago, con voluntad de sus padres, alcanzado por esposa á Isabela, celebrándose juntamente allí el desposorio de Flerinardo en casa de Polibio, ve venir un estranjero, el qual, por su intercesion, le lleva delante de Polibio, donde declara ser Flerinardo hijo del mesmo Polibio; por las quales nuevas, todos muy gozosos, entran á cenar, y se da fin á la comedia, quedando dos hermanos con otros dos juntos en yugo matrimonial. Introdúcense:

RISDEÑO. — CRATINO. — POLIBIO. — FLERINARDO. — SELVAGO. — SENESTA.

Risd. ¡Oh, cómo por este caso de Selvago ha parecido verdadero aquel dicho del sábio que dice que los principios, á buen propósito enderezados, no pueden haber desastrados fines! Habés considerado el fin de los amores tan excesivos, aunque castos, de Selvago, mi señor, cómo sin ser el caso descubierto, tan á su honra ha conseguido el fin de sus deseos, habiendo sido desposado, con voluntad de sus padres, con su señora Isabela, celebrándose juntamente las de su gran amigo Flerinardo con su hermana; de cier [p. 280] to que él debe más que otro alguno dar muchas y muy cumplidas gracias al Señor, que de todo ha sido causa, pues tan conforme á su apetito y voluntad todos sus negocios le han sucedido; mas ¿qué digo yo? y ¿quién es este medio doctor que á mí se viene? estranjero parece en su hábito, quiérole hablar y sabré de dónde trae camino. Hombre honrado, si no lo habeis por pesadumbre, reciba yo de vos tanta gracia, que vuestra venida en esta tierra me declarés; pues, no sólo vuestro hábito pone admiracion á quien le mira, mas vuestra reverenda persona causa deseo de saber dónde se enderece.

Cratino. Buen amigo, sabed que yo soy de aquí natural, aunque há grandes tiempos que por estrañas naciones he caminado; por lo qual os pido de gracia que me digais si teneis algun conocimiento con los que en esta casa, donde vos poco há salistes, habitan.

Risd. Señor, sí; ved qué en ello me mandais.

Crat. Que me dixésedes si un caballero, que Polibio se llama, vive en ella.

Risd. Sabed, señor, que ansí es como decis, y áun en ella hoy se celebra gran fiesta, por causa de dos solemnes desposorios que en ella han sido hechos.

[p. 281]

Crat. Pues, señor, en lo uno me habeis hecho la merced, en lo otro no me falte vuestra cortesía en me decir quién son los que tal acto constituyen.

Risd. Un caballero llamado Selvago con una hija de Polibio, asimesmo otro caballero dicho Flerinardo, no desta tierra, con una hermana del mesmo Selvago, que, por la fiesta ser más solemne, hácese todo aquí junto.

Crat. ¡Oh gran Dios, y qué oigo! ¿y es posible que aquí esté Flerinardo?

Risd. Decidme, señor, ¿conoceis vos á Flerinardo?

Crat. E áun traigo las mejores nuevas para él que jamas pensó oir; por tanto guiadme donde está, que en su presencia sabréis el caso á vuestra voluntad.

Risd. Pues, entrad comigo, que yo haré lo que decis; agora ¿veis aquel viejo anciano que allí parece? pues aquél es Polibio, y el que está á su mano diestra es Flerinardo, por quien preguntais.

Crat. A Dios gracias, que bien los conozco; por tanto yo les quiero hacer más alegres que al presente están, hablando primero á Flerinardo, veamos si con el tiempo me ha ya desconocido. Noble caballero, ¿conócesme, que muchas veces me habrás visto?

[p. 282]

Fler. Por mi fe, buen señor, que decis gran verdad, mas el dónde yo lo ignoro.

Crat. Y tú, señor Polibio, mira que por ventura de mí has recibido algun servicio.

Pol. Cierto, ó la caduca edad me engaña, ó vos teneis por nombre Cratino, debaxo cuya disciplina encargué yo un solo hijo que yo tuve.

Crat. Pues sabe, señor, que ansí es como dices.

Pol. ¡Oh mi buen amigo Cratino! ¿pues no me decis qué buenas nuevas me traeis de vuestro discípulo y mi buen hermano Sergio?

Crat. Mi señor, de vuestro muy noble hijo y mi discípulo, mejor las sabréis vos que yo, pues con él tanto tiempo habeis contratado, ca sabed que Flerinardo, que presente está, es.

Pol. ¡Santa María! ¿y qué me decis, que yo no lo creo?

Crat. Pues yo, señor, sí; por tanto, con atencion oid mis palabras y seréis en vuestra dubda satisfecho. Es, pues, de saber que al tiempo que Sergio, vuestro hermano, fué señalado por gobernador en una provincia de la Nueva España, á su peticion, por no tener hijo alguno, le distes uno que vos teníades, llamado Beliselio, el qual prohijó, [p. 283] y con él fué, habrá hasta diez y ocho años, á gobernar su tierra; en la qual, siendo llegado, tomó gran conocimiento y amistad con un rico varon que allí tenía su asiento; mas no habia medio año allí vivido, quando por una grave enfermedad fué de la vida privado, dexando en guarda de vuestro hijo aquel con quien tanta amistad habia tomado, juntamente con toda su hacienda y haber; mas el noble rico, tomando muy grande amor con el infante, y careciendo él de hijos, ansimesmo espontáneamente le prohijó, donde por su mandado, quitándole su propio nombre, que era Beliselio, que tenía, con nombre de Flerinardo le hizo de allí adelante llamar. Pues en este tiempo yo le enseñé todo aquello que á semejante persona que á la suya era convenía; despues de todo lo qual, con deseo de ver aquella fértil y abundosa tierra, determiné con voluntad gastar algun tiempo en verla, lo que no se pudo hacer tan ligeramente, que quando di la vuelta para vuestro hijo, supe que por haber sido muerto aquel noble hombre que le habia prohijado, quedando él por heredero de tesoro innumerable, sabiendo ser natural desta tierra, en ella determinó pasar; lo que por mí sabido, en su seguimiento me puse [p. 284] para del todo manifestalle quién su linaje fuese, pues con él, no sólo será placiente, mas en todos, á quien cabe parte, causará gozo soberano y muy jocundo.

Pol. ¡Oh gran Dios, y cómo son grandes tus maravillas, que habiendo tan cerca de mí tenido un hijo, cuya memoria grande pena me causaba, haberle así desconocido, y pudiendo ansimesmo con su presencia recebir alegría, pensando ser en ausencia, con su deseo padecer grande y penoso tormento! ¡Oh mi buen hijo, que entre mis brazos te tengo y lo pongo en dubda, segun se me hace arduo de creer que tanto bien en la postrimera edad me estaba aparejado!

Fler. ¡Oh mi padre y mi buen señor! cómo de hoy más soy enteramente bienaventurado; pues habiendo sido por dos veces huérfano, con grave tormento mio, para que agora en mayor estima al verdadero y entre todos tan aventajado tuviese.

Sen. Mi señor Polibio, pídoos que me dexés gozar de la bienaventuranza de tal hijo; pues si en el parto graves dolores por su causa padecí, no menores fatigas por su ausencia he tenido.

Pol. Vos teneis mucha razon, mi señora, por tanto hágase como pedis.

Sen. ¡Oh luz y clara luminaria, en que [p. 285] yo me contemplo! y ¿es posible que del bien de tenerte en mis brazos me sea dado que goce?

Fler. Mi señora madre, el bien yo le recibo en podelle tan enteramente gozar, por haberme Dios hecho tan dichoso que de tales padres fuese producido y engendrado.

Selv. Mi buena señora, dénos parte dese caballero, pues mi señora esposa y hermana suya, no la menor de pena, entre todos, con su ausencia ha recibido; por lo qual no es justo que de la gloria del conocimiento sea no participante.

Fler. Mi buen señor, á vos y á ella, junto con mi señora esposa, igualmente quiero abrazar, pues con igual grado de amor á todos tres os amo y estimo; y de verdad, dexada aparte la gloria que de cobrar tales padres recibo, que soberanamente me gozo en hallarme allegado pariente con las tres personas que más en este mundo quiero, fuera tambien de la honra que en serlo de tales excelencias estrañamente me glorifico.

Selv. Respondiendo por las partes, digo, señor, que nosotros de tal conocimiento debemos con razon ser enteramente contentos, por lo mucho que todos ganamos en tal persona como vos tener por afine y pariente en tan cercano grado.

[p. 286]

Pol. Ora, mi buen amigo Cratino, yo querria saber de vos una cosa, de que tengo alguna dubda de tanto bien como gozo; lo qual es que me digais cómo jamas se ha sabido por acá eso todo que me habés dicho que allá ha pasado, pues no es verisímil que una muerte de una persona tan noble y principal, como era mi hermano el gobernador, tanto tiempo estuviese callada y secreta.

Fler. Mi señor, yo os daré en eso más razon que Cratino, mi maestro, podia dar, por causa que en ello fuí más certificado. Es de saber que así como Sergio, el que yo tenía por padre, murió, á consentimiento de los principales de la provincia eligieron por gobernador un caballero natural de aquella tierra; esto fué en una ciudad la más noble de la isla, echando fama ser aquél el que de acá se habia elegido, y ellos lo hicieron pensando tener con él más libertad, pues era entre ellos nacido; el qual, con temor que no le fuese el mando quitado, puso mucha vigilancia en que la muerte del propio gobernador no se manifestase; asimesmo aquel rico, en cuyo poder yo quedé, amándome mucho, por miedo no me apartase dél si mis deudos el caso entendiesen, ayudó á que fuese guardada el astucia; que [p. 287] siendo fallecido, y quedando yo por su legítimo heredero, sabiendo ser deste reino de Castilla natural, en él vine con todo mi heredamiento, que en rentas y juros, siendo aquí venido, gasté, con intencion de hacer aquí perpétua morada.

Pol. Agora sí que Dios nos ha concedido más mercedes que nosotros merecemos, en que á tan próspero suceso todo haya venido.

Risd. Señor Polibio y señores desposados, sabed que yo guié aquí este noble varon, y pues fuí causa que tanto regocijo hayais tenido, muestre cada uno aquí su liberalidad y quién sea, esto es, que me dedes algo con que tenga casa y pucheros, porque determino de me casar y no hallo quien me quiera, que viéndome tan ruinejo y sin blanca, á nadie llego que no diga Dios te ayude por toda esta hacera, enviándome para galeote; que todavía si tuviese algun dinero, no faltaria quien, por no llorar los duelos de sus vecinos, se aburriese á se casar comigo, que como, gracias á Dios, ha habido ogaño tan buena cosecha de mujeres, teniendo yo alguna pecunia no me podrá faltar una. En mí, señor Selvago, bien seguro lo tengo, mas en vosotros, señores, querria que hubiese alguna virtud para los [p. 288] zagales perrigalgos que en vosotros se encomiendan.

Fler. Ven acá, Risdeño, ¿y casarte quieres? ¿no ves que la carga del matrimonio es pesada, y tú, siendo chiquillo, no la podrás llevar?

Risd. Por eso me encomiendo yo á los buenos, para que lo que en mí faltáre por ellos sea cumplido; quanto más que, aunque chiquillo, todavía tendria fuerzas, con un cayado que me ayudase, á llevar la carga, y áun para dar á mi mujer con él, si necesario fuese.

Fler. Calla en mal hora, no digas eso, que no hallarás quien contigo se quiera casar.

Risd. Pues áun esto no es mucho, que yo os prometo que primero que dé la mano, tengo de dar en un papel ciertos capítulos á mi esposa, que ha de ser para que diga si los entiende guardar, y si no, que busque amo.

Fler. ¿Tienes algunos de coro?

Risd. Sí tengo.

Fler. Pues dilos, por tu vida, veamos si hacen al caso á nuestras señoras esposas.

Risd. El primero, que en ninguna manera me lleve á vivir á Cornualla, porque es muy dañoso lugar. Lo segundo, que en todo y por todo me ha de ser obediente, y si yo [p. 289] la mandáre que ruede, que ella se arroje de cabeza. Lo tercero, que gobierne bien su familia. Lo quarto, que no destruya ella en banquetes y almuerzos de comadres, lo que Risdeño zanqueando á casa truxere. Lo quinto, que no me tome conversacion ni amistad con mujeres ni otras personas de mala fama. Lo sesto, que en su casa esté recogida y honesta, y por la calle sea muy recatada y amadora de honra. Lo séptimo, que no me sea demandona ni pedidora de buxerías, ni venga á decir fulana tiene esto y yo no, porque me daria á mí no buena comida, y quizá sería causa á que Risdeño, enojado, la hiciese saltar el oropel de las servillas y recibiese de botiboleo media docena de ya me entendeis. Éstos son los siete pecados más graves acerca de las mujeres en el matrimonio; otras circunferencias y avisos le daria de mí á ella.

Fler. Por verdad que estás gracioso; mas yo te seguro que con las condiciones dichas no te cases tan presto.

Risd. Ese cuidado dexalde á mí, dadme vos lo que yo pido, que podria ser que estuviese ya ojeada.

Selv. Dime, Risdeño, ¿es hermosa?

Risd. Si es ó no, á Dios ha de dar la cuenta; quanto más que, yo fiador, que algun ciego la querria ver.

[p. 290]

Pol. Ora que Risdeño tiene mucha razon en lo que ha dicho y pide; por tanto, yo de mi parte le mando para su casamiento una pieza ataviada con una cama de ropa.

Risd. Pues, señor, me haceis la merced, señalad que la pieza y cama ha de ser conforme al cuerpo de mi esposa, porque si para mí fuese, con una de vuestros galgos cumpliríades la manda.

Pol. Agora que ansí lo digo.

Fler. Yo te mando seis pares de capas y sayos para tu cuerpo, y en nombre de mi señora esposa, todos los vestidos de mantos y sayas que se debieren dar á la novia, conforme á su estado.

Risd. Señor Flerinardo, téngoos en merced qué me haceis tanta fiesta como hace el calendario á San Juan, que le da seis capas, y vos dáismelas con sayos y todo, aunque la manda no es para en tiempo que haga aire, porque yendo con sayos y capas, no teniendo calzas, no sería mucho que fuese echando plazos por toda la ciudad; á vuestra señora esposa tengo en merced su manda, y ruego á la Madre de Dios que así la cobije con su manto, como con el suyo ha de cubrir á mi esposa.

Selv. Yo, en pago de lo bien que me has servido, te mando doscientos escudos, y en [p. 291] nombre de mi señora esposa, el oro que á la tuya perteneciere.

Risd. Señor Selvago, en mucho cargo os soy, pues con vuestra manda no temeré las lanzas y saetas de la mala ventura, habiéndome armado con dosciendos escudos para mi defensa; mas encomiéndoos que no se tornen broqueles, porque no servirán tanto, que son chiquillos. A la señora, vuestra esposa, debo mucho, pues así con el oro amarillo de desesperacion que me manda, me reserva de la que pudie tener en comprallo de los plateros, que me lleváran los ojos; y pues al presente, señores, aquí no hay más que negociar, y tan prósperos sucesos todos estos acaecimientos han tenido, muy alegres y regocijados vosotros, por lo ya dicho, y yo, por de muy pobre verme rico y prosperado, será bien acordado entrarnos á cenar, porque, como dicen, los placeres y los duelos con pan son buenos; con lo qual yo, Risdeño, hombre de bien aunque chiquillo de cuerpo, amigo de todos aquellos que mi bien desean y mi provecho procuran, pidiendo por las faltas cometidas el debido perdon, acabo de representar la comedia llamada Selvagia .

FIN.


[p. 292] Icono Fué impresa la presente obra en la
Imperial ciudad de Toledo, en
casa de Joan Ferrer. Acabóse
á diez y seis dias del mes
de Mayo. Año de
M. D. LIIII.


Comedia llamada Serafina

[p. 293]

COMEDIA

NUEVAMENTE COMPUESTA

LLAMADA SERAPHINA,

EN QUE SE INTRODUCEN NUEVE PERSONAS

LAS QUALES EN ESTILO CÓMICO Y Á VEZES EN

METRO VAN RAZONANDO HASTA DAR

fin á la Comedia .


[p. 295]

ARGUMENTO DE LA COMEDIA.

Evandro, caballero natural del reino, antiguamente Lusitania llamado, y al presente Portugal, se enamoró de una señora, Serafina llamada, de estrema manera hermosa y dotada de todo género de virtud, natural del reino de Castilla; y era casada con un caballero, Filipo llamado, el qual era de natura frio, á cuya causa Serafina se estaba vírgen, fué causa principal para se enamorar de Evandro; pero Artemia, madrastra suya y madre de Filipo, en gran manera la guardaba. A cuya causa, Pinardo, criado y paje de Evandro, fué, en hábito de mujer, en casa de Serafina, y se echó con Artemia, y con Violante, doncella de Serafina, y concertó con Serafina que hablase á Evandro, y así tornó á casa muy próspero; pero Popilia, sirvienta de casa de Evandro, y Davo, criado suyo, mucho y largamente informaron á Evandro de cómo Artemia era dueña de malas costumbres. De lo qual maravillado Evandro, fué en casa de Serafina desfraçado, solamente acompañado de Pinardo, donde efectuó su propósito, hallando vírgen á Serafina, y así todo hobo próspero y agradable fin; pero en el principio, Cratino, secretario de Evandro, mucho lloraba y se quexaba del amor por ver á Evandro tan penado y tan cargado de dolor á causa de los amores de Serafina.


[p. 297]

Adorno de principio de capítulo

CENA PRIMERA.

EN QUE SE INTRODUCEN

CRATINO. — POPILIA. — EVANDRO. — DAVO. — PINARDO.

Cratino. ¡Oh amor halaguero, oh cruel, oh soberbio, oh enojoso, oh desabrido, oh altivo, oh airado, oh vergonzoso, oh de poca vergüenza, oh amargo, oh dulce, oh enojoso y triste, oh alegre y deleitoso, oh presuntuoso, oh humano, oh turbio en tus cosas, oh de dulce y de agradable conversacion, oh desatinado, oh de gran concierto, oh temeroso, oh humilde, oh esquivo y terrible, oh manso y lisonjero, oh [p. 298] de poco sosiego, oh reposado y no presuroso en tus cosas, oh inicuo, oh justo, oh inconstante y antojadizo, oh firme en tus cosas, oh apresurado y movible, oh constante y moderado en tus hechos, oh vario, oh firme, oh piélago y golfo de tempestad y contínuo tormento, oh puerto seguro y sin temor de contraria bonanza, oh pobre de juicio, oh acompañado de prudencia y de toda crianza, oh mísero y pobre, oh rico y pródigo y muy liberal, oh ajeno de razon, oh acompañado de toda la discrecion del mundo, oh embarazado en tus obras, oh desenvuelto de conclusion, oh amigo de brevedad, oh enemigo de la concordia, oh cauteloso, oh llano negociador! ¡oh cómo nos ligas, oh cómo nos atas y sueltas, oh cómo aprietan tus ligaduras, oh cómo afloxas tus atamientos, oh cómo nos atormentas, oh cómo nos libras de tus prisiones y fuertes cadenas, oh cómo ciegas y trastruecas el entendimiento, oh cómo nos alumbras con tu luz de la manera quel rutilante Febo, alumbrando de claror al sublunar mundo fugados loglevos vapores!

Popilia. Altas maravillosas cosas anda investigando Cratino, y tanto inculca unas con otras, tan contrarias y repunantes entre sí, que no sé adónde se dirige sermon [p. 299] tan ofuscado; pero oigamos, que cada camino, como dicen, suele descobrir sus sendas y hondos barrancos.

Davo. Mil chimeras estoy revolviendo en la imaginacion, y mil sospechas se me engendran de la novedad no acostumbrada; porque quien vido á Cratino estar inquiriendo con demasiada atencion las potencias y poderío del amor y las obras, y acto en sí tan confuso y repunante, no es sin misterio; causa hay, y áun no de pequeña carga; yo aseguro agradable me sería que á tantas enigmas diese conclusion; pero él procede, prestémosle el oido benigno, porque el sermon no perezca, y si alguna duda ó cosa que le parezca resultáre, allí nos quedamos, él juega armado y los compañeros en la tabla, y áun le podemos sobre ello decir el sueño y la soltura, y siquiera porque vea en qué feria vende su mercadería, porque la verdad hija es de Dios, y al amigo ó al enemigo no se le debe decir cosa al contrario del verdadero camino; pero grandes aceleraciones me ocurren con velle tan desatinado, Dios lo convierta todo en sosiego, mas el alma me da que desta vuelta no lloremos duelos ajenos, y yo aseguro que no nos loemos de haber pasado el vado sin mojarnos la zapata.

[p. 300]

Pinardo. Así burlando, como si nuestro mal lo pudiésemos echar á puerta ajena, suelen decir que cada buhonero alaba sus agujas; pero al presente ni las nuestras ni las ajenas, sino oye á Cratino y verás si tenemos necesidad de abrir el ojo, porque, á lo que siento, la nuestra no toca en el hito ni en el blanco; y si lo miras, conocerás á la clara en lo que está, porque por la víspera se conoce el disanto, y, como dicen, harto es de ciego el que no ve por tela de cedazo.

Dav. Pues oye, oye, que á sus nuevas querellas se torna de la manera que primero.

Pin. Pues diga bien y gaste su almacen, que ésas son mis misas, y áun podrán decir por mí, el harto del ayuno no tiene cuidado ninguno.

Dav. ¿Que almorzado has, á lo que parece?

Pin. Mas qué, ¿me tengo de mantener del aire como camaleon, ó andarme haciendo papo de aire como cuervo en el verano? á la fe, no lo niego, que lo primero que hago, en poniendo los piés en el suelo, es guachapear con aquello blanquillo de Madrigal, y despues venga Dios y véalo, que, por mi fe, como dice la otra, ántes beberé [p. 301] que me toque; y esto hecho, lo demas dé do diere y ruede el mundo como quisiere y á la mano que por bien tuviere, que de lo demas yo tener pena, así puedes llamar al rey compadre.

Dav. De manera que el que quisiere tu saliva ayunas ha de ser en la cama.

Pin. Pues ¿qué quieres, que pise el sapo en ayunas? así puedes pedir cerezas por Navidad; pero apriesa habla Cratino, oigamos, porque, como dicen, quien escucha, de su mal oye.

Crat. ¡Oh amor, y cómo escedes los límites de tu jurisdiccion! ¡oh cómo nos distraes en feos actos y en torpes hechos! ¡oh cómo á tu causa se tuerce nuestro triste y miserable vivir! agora digo que no culpo á Lamech, que en la edad primera contraxo bigamia, casando con dos mujeres, contra la dotrina dada á nuestro primer padre en el huerto de los deleites, «serán dos é una carne»; ni ménos inculpo al aceleroso Catilina, que, por amor de casar con la romana matrona, mató al hijo; ni pongo culpa á Clodio, que dió causa á que el César repudiase su legítima mujer; pues trocadas de tu frecha, y llagados de tu áspera mano, excedieron en estremo los límites y términos de la razon; pero no sé qué diga, confuso estoy, porque [p. 302] esta tan suprema potestad del divino consistorio, de la soberana justicia te está permitida, y tú, mandado eres, subjeto estás; por ajeno mando te riges y gobiernas; cállome, cállome, porque quien tras otro cabalga no ha silla, que, do quieres, la subjeccion te releva de culpa, mil defensas tienes, notorias están, á la clara parescen, no digo más; pues que el que sufrió venció, y vido lo que quiso, y á buen callar llaman Sancho, y en boca cerrada no entra mosca. Especialmente que, andando á escuras, presto tropieza hombre, y caminando por donde no es el camino pisado, pocas veces se acierta, y áun Diógenes lo reprobaba; pues tambien hablar hombre en lo que no sabe cosa escusada me parece; allá se avenga, si mal ó bien tiene, él se lo buscó, sé que no tengo de cegar llorando duelos ajenos, de do diere, venga lo que viniera, que lo que fuere de los otros será de mí; porque, á lo que siento, no son tan necios, que cada uno no querrá guardar su cabeza.

Pop. A solas piensas que estás, amigo Cratino, y tienes las espías de las puertas adentro, y pensando que nadie tenias, has hablado, como entre compadres, lo tuyo y lo ajeno, y has revuelto tantas materias ofuscando lo claro, cubriendo de color á lo prie [p. 303] to; y así tan confusamente te has habido en el proceder, que resumir las dudas que de tus sentencias resultan sería querer tomar truchas con haldas enjutas; por tanto, no me revuelvo contigo, porque sería enojarte á tí herirme en el ojo, pero mal suena eso que con tanta eficacia estás afirmando, que, tornándolo de latin en romance, dices que no culpas á los hombres porque ciegamente aman, y parece que los escusas con matizado lustre, diciendo que Dios gobierna todas las cosas. Al cabo estás, entendida me tienes, y si ése es buen coger de agraces, tú lo ves; fea cosa es y mal parece reprobar á la clara la fuerza y poder, franca libertad y libre albedrío, de fino quiebras, y mira que muchas veces por conservar la cosa, se pone en parte que en la mayor necesidad no paresce; torna, torna en tí, y mira lo que dices, y emienda lo dicho, que más vale ser tenido por necio que por porfiado, y áun si miras, del sabio es mudar el consejo.

Crat. Pues cómo, ¿no sabes que Dios permitió que el primer hombre amase nuestra primera madre y así lo formó con una inclinacion natural? verdad es que nunca desordenadamente se amaron en el estado de la gracia.

[p. 304]

Pop. Tú te lo dirás todo, de manera que confiesas que despues del pecado, y así por quebrantar el precepto de Dios, vino la desenfrenada luxuria de la carne y el tan libidinoso apetito.

Crat. Así lo digo, así lo afirmo, y cosa en contrario no la siento.

Pop. Satisfecha estoy para comigo, y di ya lo que quisieres, que yo cuenta hago que me he librado de las manos del gavilan, ó como dicen, de los cuernos del toro.

Pin. ¡Oh cómo estoy enojado, Cratino, de las cosas que te has dexado decir contra el amor! en verdad no quisiera que tan á rienda suelta hobieras en esta materia caminado, porque serás tenido por maldiciente, especialmente en decir mal de lo bueno; y ¿cómo no sabes que dice el filósofo que el amor es fundamento de todas las virtudes? y ¿cómo no sabes que ninguna cosa puede ser virtuosa si en ella no mora amor? en tanto que decia Salomon: en todo no vi sino vanidad, y humo, y viento, y miseria, y vi que debaxo del sol no habia cosa estable, salvo el amor de Dios. Y áun si miras los dos preceptos mosaicos de donde depende toda la ley, dicen; amarás á Dios y al próximo, de manera que mediante el amor somos salvos, y sin él, mia fe, por demas es la [p. 305] citola en el molino de que el molinero es sordo; pues si del amor tenemos tan grandes bienes, tan grandes provechos, y mediante él esperamos el reposo perpétuo, y la holganza sin fin, y la gloria y quietud perpétua, ¿para qué has estado profazando? ¿por qué murmuras? ¿por qué contradices á la ley de la razon? ¿no miras que es cosa peligrosa nadar agua arriba y seguir la opinion del vulgo tan ajena del camino de la verdad? ¿qué dices, qué dices? ¿embazado estás? ¿por qué? ¿pensabas que no hay más de hablar á sabor de paladar?

Crat. No habria palabra mal dicha si no fuese repetida, esto digo; en lo demas, alta me la levantas, por altanería vuelas; abáxate, abáxate y gozarémos de tu conversacion, porque áun los bienes quieren ser comunicados para que el poseedor mejor comunique dellos, porque yo no hablo dese amor tan caritativo, ántes es mi sermon dirigido contra el amor natural, y si la lengua erró, el corazon no pecó.

Pin. Eso digo yo, que es buen emendar de avieso, por saltar del fuego dar en las brasas; y ¿cómo no sabes que el amor natural es el que inclina el ánimo de cada uno á amar su semejante, así que cada hombre se mueve á amar á otro, por natura ó por [p. 306] costumbre, aunque no espere deleite carnal? así parece por las aves y animalias, que las verás en manadas, y aunque no tienen entendimiento, por fuerza y por virtud del amor natural, se acompañan unas con otras y se deleitan con su semejante, sin pensamiento de apetito carnal, porque no hay cosa criada que no tome placer destar con su semejante, y así decia Salomon que qualquiera cosa deseaba su semejante; y áun este amor natural, más te digo, que no es en la mano del hombre, y así dice el filósofo que las personas engendradas so una constelacion, naturalmente son de una voluntad y siempre se aman; y así, decia Platon, ¿quiéres saber quien es semejable á tí? mira quién te ama, porque suficiente causa es para inducir y causarse amor el deleite intelectual, y por eso, como sabes, decia el Ciceron, el amor perfecto no es, salvo amar á otro, no por fuerza, no por miedo, no por interese que esperes dél: así queste amor natural con los requisitos y condiciones que has visto, justo y lícito es, y áun asaz virtuoso, y en él no hay que increpar ni dél tienes que decir, ni por ello culpar en cosa.

Crat. Mucho andas, Pinardo, sotil, y áun no con pequeña diligencia por me tomar á las palabras, y pues andas con tantos [p. 307] circunloquios trastornando las filosóficas cartas, no hablo, no hablo ni ménos en cosa culpo, salvo al amor abominable, que, en su torno á la contínua, sin descansar un punto está torciendo y moviendo á la voluntad humana, induciéndola al amor de las hembras, solamente por el deleite que dellas se espera; ésta es mi intencion, ésta es la pleita para que he estado aderezando el esparto, ésta es la madexa que ando por devanar, ésta es la tela que con tanto ahinco ando tramando; agora puedes decir lo que quieres, que no uso de circunferencia, ántes hablo pan por pan y vino por vino al uso de mi tierra.

Pin. Léxos andabas, mi Cratino, de la verdad, mucho dexabas y áun bien apartado del trillado y llano camino por te ir por las ásperas sendas, pues no hay atajo sin trabajo; mándote yo, por tanto, usar de los propios términos, y á cada uno llámale su nombre y responderte ha; y de lo blanco no quieras hacer negro, ni por el contrario, ni del vicio no quieras hacer virtud, ni á la virtud, usurpándole su nombre, no la cuentes en el número de los vicios; y como que, con tus manos lavadas y tu cara sin vergüenza, á dos por tres llamas al deleite y desenfrenada luxuria amor, por Dios, an [p. 308] das bueno, eso me parece el enjabonar la viuda los tocados negros, pues sabe, sabe que ese apetito que mueve á la voluntad humana se llama amores, y no amor, y el deleite del tal amor consiste en el cuerpo, y por eso no se puede ni debe llamar amor; porque Aristóteles decia que amor no es sino querer que la persona que hombre ama haya bien, y el que ama solamente por interese corporal, que espera del que ama, no lo ama de la manera que comunmente y por la mayor parte se aman los hombres y hembras, que no es sino por saciar su carnal y dañado apetito; así que esta concupicencia desordenada ni es amor ni áun cosa que le semeje. Porque el verdadero amor grandes cosas hace por amor de la persona á quien ama, y si no las hace no es amor; en tanto que decia el Apóstol que ninguno podia forzar el corazon del que ama mucho, y que áun la muerte no lo podia sobrepujar; y de aquí, si se te miembra, decia el Salomon en los Cánticos , el amor es fuerte como la muerte.

Crat. Atento estoy, amigo Pinardo, á tan altas doctrinas de tan resplandecientes colores como estás matizando, trabajando de ingerir tan frescos rosales y tan suaves olores entre mis ramas emponzoñadas proce [p. 309] dientes de la misma raíz del baladro; el amor verdadero y honesto quál sea, por maravillosos términos lo has esplanado, al cabo estoy, satisfecho me has y áun bien alumbrado de la ceguedad que así me ofuscaba los sentidos; y así decia el maestro del divino Platon hablando de la desenfrenada lujuria, no hay mayor captiverio que ser sometido á amor, y que no tienen ojos los que sensualmente aman, decia asimismo, porque aquel amor de concupicencia no es virtud, mas es vicio.

Pin. Algo me vas entendiendo, y pues te satisfacen bien mis sentencias, ¡oh, qué propósito! piensas que decia el Augustino en el libro de las respuestas, amor no es al, salvo el que ama transtornarse en la cosa amada por conformidad de vivir; pero en lo demas ilícito y inhonesto, á que tú quieres llamar amor hermoseándole el nombre, digo que ensucia el ánima y consume el cuerpo, quita la virginidad, roba la fama, enoja á Dios, y así decia el Ciceron: quel siervo de la lujuria no puede enseñorear á otro, y que el que della usa es más esclavo que el comprado; y así decia Sant Pablo que los deleites del mundo puso Dios en la lujuria. E Aristóteles al gran Alexandre, ya que conquistaba el mundo, le escribió diciendo: [p. 310] ¡Oh clemente Emperador, no te inclines á la lujuria, porque es destruicion del cuerpo, abreviamiento de la vida, corrompimiento de virtudes, traspasamiento y quebrantamiento de ley, y engendra costumbres de hembra! así que guárdate, guárdate de tal lazo, que Salomon dice que ni se puede esconder el fuego en el seno sin que se queme la ropa, ni puede estar el hombre con las mujeres sin pecar; por tanto, hermano, el tal tercio húyelo de tu carga, que mal está la estopa cabo el fuego, pues el encomendar la oveja al lobo, ya ves que procede de notoria simpleza, y querer tú andar los piés descalzos por cima de las brasas, sin quemarte la planta de los piés, cosa imposible parece, así que destos juegos huye, huye, que, á buena fe, desta manera se hacen los cogombros retuertos.

Crat. Ya veo de dónde tiras; tan olvidado estuviese el enemigo de la humana natura de mi ánima quanto yo estoy apartado de lo que piensas; más honda, más honda va la conseja, más honda va, ¡ojalá en mí se ensolviera todo, y nuestro señor Evandro estuviera desenredado desa red ó los piés fuera del lazo!

Pop. ¿Qué me dices, que áun todavía dura esta conseja? malo se pára este arroz, so [p. 311] bre que yo pensé que no tienen cosa más olvidada se torna agora al regosto; bien le debiera saber las ojuelas, pues lo que él ganáre en esa mercaduría poco vivirá quien no lo verá, y áun podrá ser que nadára y se ahogára á la orilla, y eso piensa y en eso entiende, y por mi fe, donoso está; el pecar humana cosa es, el perseverar en el mal, obra es del diablo; esto me parece: de lo que ganará en esta venta, no quiero parte, que al gallarin le saldrá. Como creo en Dios, no está en sí ni lo tengo por hombre cuerdo.

Crat. Adivinar agora, en hora mala lo ves; buena andas, Popilia, en tal tiempo pidiendo seso á tanto yerro, me parece eso como preguntar al israelita si sabe oficio de cantero.

Pin. Burlando estais de la feria teniendo en poco el mal de nuestro amo; pues yo seguro que le valiera más estar de quartanas ó herido de landre, que no tornar á entender en esos embarazos, que ni tienen cabo ni medio, especialmente que la envidia de algunos, que ya me entendeis, daña más de lo que se puede pensar.

Dav. Contigo estoy; por eso decia el vandálico preceptor de la moral filosofía, que el envidioso se paga de decir mal de lo [p. 312] bueno y decir bien de lo malo, y el beato Gregorio decia, no hay mayor tormento que la envidia, y cierto, como la polilla gasta la ropa, así la envidia gasta al hombre que della usa, y do mora envidia no puede morar amor.

Pin. Bien dicen que ni el envidioso medró, ni quien cabe él moró; pero hágote saber que la mayor venganza que puedes tomar del envidioso es hacer buenas obras, por eso, hermano Davo, échate bien á dormir, no te guardes, que á buena fe, que dice Séneca que te has de guardar más de la envidia de los amigos y parientes que de la de los enemigos.

Dav. Bien veo que dese vicio nació el primer derramamiento de sangre sobre la haz de la tierra á causa del hijo del primer hombre; pero ¿quién se guardará del ladron de casa, y quién se guardará de la indignacion y ódio de su madrastra? que ya todos sabeis que Serafina es una cordera mansa y una paloma sin hiel, pero el aya que la gobierna guarda fuera, Dios te libre ni áun de encontralla en la calle.

Pin. No sé qué tema teneis vosotros tanto tiempo há con esta mujer, porque yo algunas veces le he hablado, pero no la hallo sino tan justificada y tan apues [p. 313] ta en la razon como si fuese una santa.

Dav. El santo de Pajares, que se quemaba él y no las pajas, y como eso sabe hacer; y por tomarte á las palabras, en buena fe, dé siete vuelcos en el infierno; Dios me guarde del diablo, y despues della y de su ira.

Pin. Eso dexado para en su tiempo, dí que goces, Cratino, que ha sido la causa de tornar Evandro al juego viejo con los naipes nuevos.

Crat. La imaginacion en la cosa siempre suele refrescar las llagas, esto de una parte, y tambien ver á la clara la voluntad de Serafina, han dado causa á que el viejo dolor, cobrando aliento de nuevo con recientes fuerzas, ha tornado á lo atormentar de tal manera, que toda esta noche ni él ha dormido ni á mí dexó pegar los ojos; pues despues que el polo encomenzó á enseñar la gentilidad y resplandeciente cara de Apolo, como los sentidos, con sobrevenir la luz, se divertieron algo de la especulacion en que con tanto ahinco estaban ocupados, ¿quién te podrá decir las lástimas que ha dicho, las lágrimas que ha derramado, los desmayos que de rato en rato le ocupaban la potencia de los vitales espíritus, gimiendo y sollozando y sacando tantos sospiros y tan tristes de enmedio de las entrañas, que tras [p. 314] cada uno parecia que ya la carne, condolida de tantos trabajos, quedaba desmamparada y convertida en su primera composicion? ¿y quién podria, con mil lenguas que tuviese, contar las grandes pasiones y en sí tan repugnantes que le he visto estar padeciendo? Mi fe, hermanos, viendo la causa en tal estado y el negocio en términos no convenientes á la salud de Evandro, como me doliese su cuita, como si sobre mis sentidos la tal pena se estuviera ministrando, tomé por mejor remedio salirme de la sala y entrarme aquí, como veis, llorando ventura tan fuerte y tan contraria y tan áspera y de dañosa zozobra; pero si quereis ver lo que digo y la razon de mi cuita, vení, vení, que desde la puerta veréis que de cien partes no digo la una de lo que pasa.

Pin. Vamos, vamos, que no es tiempo de andar á la flor del berro, y llegados á la puerta seguirémos el consejo más sano, conformándonos con la disposicion en que viéremos estar la cosa.

Pop. Hablando está entre sí, oigamos, sabrémos en qué ley vivimos.

Evand.

La muerte con sus fervores,

Con mal que punto no olvida,

Ya me abraça;

Y en ver tantos disfavores,

[p. 315] La desconsolada vida

Se embaraça;

Y el sentido dice: «Vén

Vén, vén y habe compasion

Del ya vencido.

Esperanza mia por quien

Padece mi corazon

Dolorido.»

Porque con el tal favor,

Que será qual nunca es vido

Acá jamas,

Luégo cesará el dolor,

Y las ánsias del sentido

Habrán compas.

Y pues ellas me dicen

Qu’en viendo tu perficion

Sería guarido,

¡Oh señora, ten por bien

De me dar el galardon

Que te pido!

Y si aquesto se me niega,

Venga ya la confesion

Y su extremo;

Pues la muerte ya se allega,

Y en hallarme en tal sazon,

No la temo.

Y estando en tanta porfía,

Porque tus bienes alexas,

Triste estoy;

Y pues punto de alegría

No tengo, si tú me dexas,

Muerto soy.

Pero no, que pensamiento

De lo tal en mí se cuaje

Ni se sienta,

[p. 316] Mas está el entendimiento

Esperando el tal mensaje

En gran afrenta;

Y áun qu’el triste bien confia,

Dice con ánsias muy viejas,

Pues no erró:

«Vida de la vida mia,

¿A quién contaré mis quexas

Si á tí no?

»Mas para questé contento,

Pues que mi triste vivir

A nadie aplace,

Otra salud no la siento.

Salvo aceptar el morir,

Pues te place;

Ó haz qu’el fuego que m’arde

Lo apague de mis sentidos,

Con favores,

Aquel dios de amor tan grande,

Que consuela los vencidos

Amadores.

»El qual siente lo que siento,

Y siente qu’el mi sentir

Ya no siente,

Y siente qu’el sentimiento

Del sentido y consentir,

Bien consiente

En que la muerte no tarde;

Y á tí, pues tienes sentidos,

Mis dolores,

De mando asoluto mande,

Que hieran en tus oidos

Mis clamores.

»Y si aquesto no concedes,

El alma, con tal querella,

[p. 317] Se me arranca;

Pero mira que bien puedes

Atender, si tú quies vella,

Como basca;

Y venga tu gran bondad

A ver la rabia espantosa

Que no fenece,

Y la justa pïedad

Que á persona tan hermosa

Pertenece.

»Y á la cuita que á mi alma,

De las carnes ya la aparte

Y la alexa,

Vuestra merced ponga calma,

Y tambien el fuego aparte,

Que me aquexa;

Y la muy gran crüeldad,

Que de angustia temerosa

Me fornece,

Incline tu voluntad

A mi vida dolorosa,

Que padece.

»Por qu’el sentido me priva

El sentir que estais airada,

Mi señora;

Y con pena tanto esquiva,

La mi vida amancillada

S’empeora;

Por tanto, el grave pensar

Haz que cese, y el cuidado

Tan pujante,

Y aquel tanto desear,

Que hace ser porfiado

Al amante,

»Haciendo que ya no crezca

[p. 318] La pena, que así se muestra

Mi enemiga,

Y el sentido ya aborrezca

El mal que á mi vida adiestra,

Y no lo siga;

Y haz el daño, avadar,

Que al corazon ha ligado,

Más que ante,

Que no lo dexa mudar,

Sino quanto más penado

Más constante.»

Pin. ¡Oh alto y maravilloso fabricador de las cosas criadas, y qué gran manera de metrificar, por cierto los sonetos del Serafino toscano no se igualaron, con harta parte, en la sentencia ni en la gentileza, ménos se pueden equiparar los metros del galano Petrarca! ¡qué manera tan grande ha tenido para decir lo que quiere! por cierto, si á noticia de Serafina viniese esta glosa tan alta, que en el mismo instante concediese en su voluntad, porque le constaria á la clara que la pasion que por ella se siente da causa de inventar lo que no se pensó.

Pop. Sin duda estoy muy contenta de lo que entre sí le he visto estar metrificando, pero bien será que entremos por consolalle, porque, como dicen, llagas untadas duelen y no tanto.

Dav. Bien será, y anda adelante, Pinar [p. 319] do, que cierto la compañía mucho desecha toda pasion y todo género de tristeza, y, como dicen, todos los duelos con pan son buenos.


[p. 320]

CENA SEGUNDA.

EN QUE SE INTRODUCEN

EVANDRO. — CRATINO. — POPILIA. — DAVO. — PINARDO.

Evand. Mozos, mozos, ¿estais ahí?

Crat. A la puerta de la sala estábamos, ¿qué mandas, señor?

Evand. ¡Oh cómo me abraso en el fuego que veo á la clara proceder de los ojos de Serafina! ¡oh cómo sirviéndola pensé valer más y todo me ha sucedido al contrario! ¡oh cómo la misma discordia está predominando en mi pecho! ¡oh cómo la confusion me acompaña! no me veo capaz de salud, el remedio de mi consuelo della depende, mi salud recobrarse imposible es: ¡oh cómo me sería agradable la muerte! ¡oh cómo en cosa la temo, por cierto tan grata me sería su vista qual fué la del gran vandálico Duque al católico Rey, nuevamente pasado en la provincia antiguamente Latina llamada! Pero ya, ya ahinojándose van unas pasiones sobre otras, poner habrán término en mi vivir, porque cierto es que las cosas que ya van de vencida y no pueden mu [p. 321] cho tiempo durar permaneciendo en un sér, declinar habrán, porque todas las cosas del mundo celeste y sublunar por cierta órden se rigen, y por la Providencia divina, ya á cada un sér le está limitada la obra y fuerza para que ha de provechar; y el norte y trion y planetas, por cierto órden se rigen, la qual exceder en un punto imposible cosa es, segun natura. Si, que la vida, amancillada con tan sobradas angustias, fatigada con tan demasiados trabajos, cargada de tan contínuos dolores, enflaquecida de las contínuas vigilias, decaida de las enojosas lágrimas, no puede durar ni estar tan firme que no fenezca, porque al hombre términos le están constituidos, los quales no puede traspasar.

Pin. Mejor sería, señor, entender en buscar algun conviniente remedio á tu salud, que estar añadiendo materiales al fuego y atizándolo con tan nuevos géneros de querellas.

Evand. ¿Qué mejor remedio que desear la muerte? ¿qué mejor consuelo que desear del todo el fin de mis tristes y miserables dias? pues tanto le aplace á aquella que, con sola su vista me tiene aherrojado en tan áspera prision, que la servidumbre del crudo tirano no fué más dañosa á los vecinos de Agrigento.

[p. 322]

Dav. Para todas las cosas hay medio, para todas las enfermedades hay sus medicinas aplicadas, para todas las llagas hay cura y defensivos, y áun no hay dolor tan grande al qual el tiempo y su discurso no lo disminuya y ablande; por tanto, esfuerza, esfuerza y no te desmayes, que áun Serafina mujer es, del género de las quales dixo Salomon, de cien hombres he hallado uno bueno, pero de mil mujeres ninguna he hallado buena.

Evand. Calla, calla, boca sin verdad, que entendiendo las cosas y autoridades al desuso infamas al sexu femíneo, mediante el qual se sustenta la humana natura, y no sabes que áun el mismo Salomon dixo: el que halló buena mujer halló alegría, y el que echa la buena mujer echa todo el bien de su casa; y áun el Augustino dixo: ninguna cosa habia en el mundo peor ni mejor que la mujer; pues ¿qués lo que estás diciendo? ¿qué estás profazando? porque si quieres mirar y notar con atencion lo que diré, la perfecion de Serafina abasta adornar las faltas de todas las que podrias recitar por culpadas, porque ella es prudente en todo género de disciplina, la qual virtud mucho resplandece en la hembra.

Dav. A osadas, enhoramala, ¡y cómo la [p. 323] tienes bien entendida! Si prudente fuese, de otra manera se habria gobernado en esta jornada.

Evand. Pues está atento, por mi vida, y no murmures ni hables entre dientes, que por extenso te quiero informar de las virtudes y de las gracias de natura, de que Serafina está asazmente adornada; ella es muy pacífica y amiga de toda concordia, de la qual virtud está escripto: bienaventurados los pacíficos, porque ellos poseerán el reino de los cielos.

Pin. A la fe pacífica, pero no quiere consentir contigo en la paz y áun creo que lo acierta.

Evand. Está atento, Pinardo, así la ventura próspera te acompañe. Es honesta en su habla y traje, más que la mujer del ateniense Focion, de la qual se escribe que unas amigas suyas le mostraban muy grandes atavíos y joyas de sus personas, y ella no teniendo ninguna de aquellas cosas, dixo: yo no curo de más atavíos de ser mujer de Focion.

Pop. Mucho holgaria, señor, que nos informases quién era ese Focion, de quien tanto contentamiento tenía la venerable matrona.

Evand. Focion fué ciudadano de Aténas, [p. 324] y sabido en derecho y asaz adornado de la moral filosofía, y áun fué capitan de la ciudad, y fué tan moderado en sus cosas, aunque era pobre, que enviándole el Grande Alexandre setenta talentos de oro, no los quiso recebir, y despues le envió trescientos y ménos los recibió; á cuya causa fué tan estimado, que, despues que el universal monarca venció la segunda vez en batalla al gran Rey Dario, no se halla que en las cartas á nadie escribiese saludes si no fuese á Antipatro y á Focion.

Pop. ¡Oh, qué agradable me ha sido, señor, oir historia de varon tan digno de fama! agora puedes tornar al presupuesto primero.

Evand. Es constante en sus propósitos; de la qual virtud dice el Tulio que ninguna cosa hay de tanta estima ni tan digna en los hombres como la constancia, y cerca desta virtud está escripto en las escrituras lacedemónicas del Licurgo, que habiendo dado las leyes á los de Lacedemonia, con temor que no las quebrantasen les tomó juramento que las guardarian hasta que él volviese, y él se fué á la ínsula de Delfos y nunca más volvió; y al tiempo que murió, mandó que sus cenizas fuesen echadas en la mar, porque los de Lacedemonia [p. 325] no las juntasen y las truxesen, y quebrantasen las leyes que las habia dado.

Pin. Mia fe, desa virtud mejor fuera que estuviera falta Serafina, para que mejor se efectuára vuestro propósito.

Evand. Y es muy templada en todas sus obras y muy humilde en la conversacion, no presuntuosa, no soberbia, no vanagloriosa, no lisonjera, no dura de cerviz, ántes muy piadosa y acompañada de misericordia; muy liberal con sus servidores, no avara, no enojosa, no airada, ántes muy mansa en todas las razones, muy justificada en sus obras; no lisonjera en las palabras; muy verdadera en la razon, muy leal á sus parientas y amigas; no engañosa, no parlera, no desabrida, no de malas respuestas á sus criadas, no loca, no envidiosa, no inconstante, no triste ni con alteracion en sus hechos, y ¡qué fornida de castidad, virtud tan resplandeciente en la hembra!

Pin. Luego ¿en qué andas como Pedro, por demas corriendo tras la esperanza vana y navegando por parte adonde ninguno halló puente? correr en caballo sin freno me parece á mí todo aquesto, sino sólo querer pescar en el golfo con delicada caña.

Pop. Dexalo que, como dices, ¿quién loára la novia sino su madre? pues que, á [p. 326] buena fe, si hobiésemos de volver la hoja, que áun la linda Serafina no se quedase fuera del coco, ántes le alcanzaria buena parte de la colacion.

Pin. Agora, pues, diga lo que quisiere, que quien de locura enferma, tarde ó nunca sana.

Crat. ¿Qué has estado hablando, Popilia? ¿parécete que me contradigo en algo?

Pop. Digo, señor, que allende de ser la misma verdad lo que es dicho, Serafina es muy hermosa y graciosa, y en verdad la blanca flor del azucena ni la muy colorada del rosal ni la del lirio, del olor tan suave, no resplandece más en mi vista, pero cosa conviniente sería que te apartases, señor, desta demanda, porque el agua desta balsa muy pesada es á los que de ella beben; pues estas pendencias con mujeres casadas no engendran sino bandos y discordias en los pueblos, especialmente cuando son emparentadas de nobles parientes de la manera que Serafina; así que, señor, trabajar debrias por la olvidar, que en verdad bien suele amargar á las veces este adobado, y áun quemar los rostros la cocina de la tal boda.

Evand. ¿Olvidar dices, Popilia? ántes se olvidará la noble Diana de dar claridad á [p. 327] las tinieblas noturnas, y ántes los polos se olvidarán de ser guias de los errados mareantes, y ántes el quarto planeta se olvidará de dar la vuelta en el zodiaco, que á mí me pase por pensamiento olvidar á mí señora Serafina; ni ningun temor ni peligro, ni las amenazas de la misma muerte no me son inconveniente para en cosa retroceder de lo ya comenzado, venga lo que viniere, suceda fortuna próspera ó contraria, que ántes las siete pléyades dexarán de parecer con la bruma que yo dexe de seguir la voluntad y mando de Serafina.

Pin. No le hables, Popilia, más á la mano, déxalo, cada loco con su tema, y si mal le fuese en la mercaduría, su bolsa lo sentirá, cada uno es juez y físico de sí mismo; ande el torno, que yo no me entiendo de salir del juego entre tanto que bulleren los dineros ajenos.

Pop. Pues tan determinado estás de echar la soga tras el caldero, porque no vaya todo de mal en peor, gástese el tiempo en buscar remedio conviniente á tu enfermedad y no se entienda de hablar en lo escusado.

Crat. Poco te parece que has dicho, Popilia, á buena fe, en medio del hito has dado, no sé si tirabas allá, pero ¿á dó el re [p. 328] medio? ¿adolo? que yo no siento ni pienso que en el mundo nadie tendrá tan recto ni esperto juicio que con harta parte pueda en esta conjuntura acertar, y grandes y muy oscuros nublados tienen ofuscada la puerta deste tan incierto remedio, el camino desta negociacion tambien está muy cubierto de malezas, más ásperas que las de la montaña Ida; así que venga Dios y véalo, que todo lo veo turbio y avena por escardar.

Evand. La verdad te ha fablado Cratino, amiga Popilia, porque como Artemia, suegra y madrasta de Serafina, sintióla casada, no la pierde de vista, y tiene tanto cuidado della, que no solamente ha hecho lo que digo, pero há más de un mes que ni por pensamiento sale de casa; pues tener pensamiento de vella en ventana ni en celosía es pensar subir al cielo con escalera; y no solamente pasa esto, pero tráela tan acosada y vale en todo tanto á la mano, que nunca la madre del César tanto persiguió ni temió la deshonestidad de la nuera, quanto Artemia tiene y recela la honra del único hijo.

Crat. Y áun allende deso es tan celosa de su natura, que siempre está temblando sobre Serafina.

Dav. Bien hace en corregirla, que así [p. 329] despues hallará en ella gracia, segun afirma Salomon, y como persona discreta se há en la negociacion, porque el castigo al amigo en secreto ha de ser; y así decia Diógenes, que el que quisiere ser amado de su amigo castíguelo secretamente, porque la correccion secreta engendra amor; y así amonestaba el divino Platon, que ninguno á su amigo lo castigase en público, ni ménos cuando estuviese sañudo. De manera que asaz lo hace como persona prudente en querer castigar en cabeza ajena.

Pin. Viña y niña y habar malo era de guardar, canta el andaluz, y áun Salomon dice: guarda á la mujer luxuriosa y valerte ha poco, así que quanto ellas quieren todo sin más pensallo es hecho, peores son de guardar que casa de dos puertas; mándole yo á la vieja bruxa que si la otra quiere no dexará de hacer sus mangas, y áun bien anchas, y áun nunca Dios me diese otra pena sino tenella engañada ántes de tres dias, aunque ponga más guarda que el alcalde de Atienza.

Evand. Mira lo que dices, Pinardo, atiéntate; gran virtud es saber refrenar la lengua, especialmente que no estamos en tiempo de hablar palabras ociosas.

Pin. Como ociosas de verdad lo afirmo [p. 330] por los santos de Dios, que me atreveré de traerte respuesta de Serafina, aunque Artemia la tenga en el vientre de la ballena.

Evand. ¡Oh qué agradable me es ese sermon! por cierto el de Demóstenes no fué más grado en el senado ateniense, quando el rey Filipo pedia que diesen en rehenes á los oradores de la ciudad; pero imposible cosa prometes, que por tan imposible lo tengo como querer trabajar en que el primer movimiento de la natura dé fin á su curso, en ménos espacio de veinte y cuatro horas.

Pin. Pues yo, señor, me encargo de la negociacion, y desde luégo me parto en casa de Artemia: mira qué mandas que diga, mira qué mandas que haga, y si buen recaudo no truxere, no esperes verme; pero aunque sepa abaxar al triste barquero, y aunque sepa ir á hacer compañía á los que andan vagorosos en la ribera Letea, tengo de cumplir la mi palabra.

Evand. ¡Oh cómo tengo por fé lo que Pinardo ha dicho! ¡Oh cómo se duele de mi mal! Y pues tan fiel amigo tengo, que pocas veces lo hallan las atribulados, ya ni temo á la desabrida fortuna, ni áun al amor, que tan riguroso se demuestra contra mí, [p. 331] ni ya tengo pensamiento de ver contraria zozobra. E las ánsias tristes, que así desacompañaban de todo consuelo al atribulado corazon, huyendo van como los glebos vapores, heridos de los rayos del rutilante Febo. Y el grandísimo tormento en que el miserable vivir estaba padeciendo á la contínua, afloxado ha sus muy ásperas ligaduras.

Pin. Ce, ce, Popilia.

Pop. ¿Qué me dices?

Pin. Entre tanto que ese ciego de razon y falto de entendimiento es tan devaneando, como suele, anda acá á tu cámara, y vestirme he tus vestidos, que así entiendo ir á verme con Artemia.

Pop. Anda allá; pero guarda por malos de tus pecados no te conozcan.

Evand. ¡Oh con quánta diligencia, con quánta solicitud procura Pinardo mi salud! ¡Oh cómo tengo pensamiento que ha de dar fin á mis desconsolados sospiros! ¡Oh cómo á mi ver ya mi vida está colgando de la lengua de Pinardo!

Dav. Aosadas, señor, aunque es mozo y de poca edad, yo le tengo por tan astuto, y por tan entendido en todo, que bien hará lo que tiene prometido, y áun tan cumplidamente, que yo fiador quel quede sin vergüença [p. 332] y tú sin quexa; pero recia cosa es amar y estar ausente, aunque tambien dicen que la ausencia suele causar olvido.

Crat. Bien lo creo en el que livianamente ama, y en el que fué tocado en los esteriores sentidos; pero en el que fué tocado en las potencias intelectuales y dentro en la misma ánima, al contrario es y delante está aosadas el verdadero ejemplo, y la verdadera experiencia de lo que tengo dicho.

Evand.

Al morir viendo la vida,

Y qu’el hilo nunca corta,

Del tal dolor condolida,

Ni se acuerda, ni se olvida,

Ni el bien ni el mal la deporta.

Porque estar de vos ausente

Es llorar el bien pasado;

Y el sentido que tal siente,

De lo que siente consiente,

Qu’el sentir sienta cuidado,

Y la vida enmudecida,

Viendo qu’el mal no se acorta,

Del angustia dolorida,

Ni se acuerda, ni se olvida,

Ni el bien ni el mal la deporta .

Mas si mi fuego y mi llama,

Y sentir teneis sentido,

Claro está, graciosa dama,

Qu’el ausencia al que bien ama

Ni le da, ni causa olvido;

Ni el olvido no me olvida,

[p. 333] Ni olvidar no me conhorta;

Mas mi vida con tal vida,

Ni se acuerda, ni se olvida,

Ni el bien ni el mal la deporta .

Porque do toca el amor,

Tal fuego y tal plaga dexa;

Que más crece el disfavor

Y el ánsia y grave dolor

Mientra el triste más se alexa.

Y áun crece tan sin medida,

A la luenga y no á la corta,

Que la vida, ya sin vida,

Ni se acuerda, ni se olvida,

Ni el bien ni el mal la deporta .

Y cresciendo la esperanza,

Siempre crece la tal quexa,

Porque con la confianza

De ver tiempo de bonanza,

Siendo ausente más se aquexa;

Y de ya descaecida

La vida no se conforta;

Y de estar tan decaida,

Ni se acuerda, ni se olvida,

Ni el bien ni el mal la deporta .

Dav. ¡Oh cómo nos ha quitado Evandro de la duda en que estamos! ¡Oh cómo ha dicho maravillas, y por tan sotil estilo que la sentencia de tan sublimados versos trasciende á todo entendimiento humano!

Evand. ¡Jesus! ¡Jesus! Y cómo vienes, Pinardo, ¿qué, en hábito de mujer tiendes seguir este viaje?

[p. 334]

Pin. Mira qué quieres que diga ó haga, que desta manera entiendo engañar la grosa, porque ella me tendrá por moza desas que andan picando los cantones, y no se recelará, y yo dalle he con la mayor, por tanto no es tiempo que me detenga; mira ques lo que me mandas.

Evand. Que des esta carta á Serafina, y me traigas respuesta si me cumple vivir ó si mi espíritu abaxe á visitar las infernales furias.

Pin. Pues yo me voy, y ruega á Dios por salud, que lo demas yo te lo daré hecho de cera, ó mal me andarán las manos.

Evand. El ángel de la Paz te acompañe, y vaya y venga en tu guarda.


[p. 335]

CENA TERCERA.

EN QUE SE INTRODUCEN

DAVO. — PINARDO. — ARTEMIA. — SERAFINA. — VIOLANTE.

Dav. A buena fe, Pinardo, que debes parar mientes por tí, que quien adelante no mira, atras se halla, y destas marcadurías tales siempre veo escapar sin narices, ó á bien librar con un jubon sin mangas, porque, como dice, quales las romerías tales son las veneras, especialmente que ir tú con vestiduras mudadas, y en hábito de mujer, llevas el cuchillo á la garganta, y áun si miras la soga arrastrando; y tambien de necesidad has de mudar tu nombre para efectuar tu engaño, cosa reprobada en derecho, mayormente en perjuicio de tercero, pues quien en malos pasos anda, en mal acaba, y no puede hablar verdad, y si la dixeses, bonico te pararian, pues hablando mentira la tal cocina muchas veces suele amargar, y áun salir á los rostros; y áun Salomon decia que ántes hombre debe amar al ladron que no al mentiroso; por eso guár [p. 336] date, que áun sant Gregorio decia que por las mentiras de los malos no se conoce la verdad.

Pin. Anda, calla, que quien burla al burlador, etc.

Dav. El engañado á la postre no hallará ganancia, decia Salomon, y el poeta afirma, Dios destruye los engañadores y sus engaños y malas lenguas; y áun si miras, debaxo de la piel del cordero va encerrado el lobo, y mira que los malos pensamientos hacen apartar al hombre de Dios.

Pin. Titubeando estó, no sé qué me haga; grandes inconvenientes se me representan de la sentencia, que de tu sermon á las clara procede; pero ¡oh cuitado de mí! ¿qué haré? que lo he prometido, y allende de quedar corrido de lo ya comenzado, no me cumple parar en el mundo si retrocedo de la primera intencion.

Dav. El primer movimiento no es en mano del hombre, dice Platon, mas la perseverancia en el pecado abominable, cosa parece, y el decreto afirma que nunca la carne se corrompe sin el pensamiento; así que tu voluntad dañada, y tan aparejada para el mal, refrénala, que, áun allende de los notorios inconvenientes, Artemia sabe mucha malicia y es formada en todo géne [p. 337] ro de engaños, y sobre manera sospechosa, sentirte ha luégo la cazada y así del juego saldrás descalabrado; por eso, hermano, si quieres bien librar, concierta tu vida de manera que se asegure tu persona; y esto se mire, que cierto aquella vieja cautelosa es, y dos mil géneros de acechanzas te armará.

Pin. ¿Quieres que te diga á un traidor dos alevosos, y podria ser que uno piense el bayo y otro quien lo ensilla, si mucha arte sabe la raposa, más quien la toma?

Dav. Adoba por ahí; ya lo digo yo que la moza loca no ha menester toca; y bien dicen que por demas es á la cabeza quebrada untalle el casco.

Pin. Quédate adios, que ántes la dulce primavera dexará de pintar los campos y florestas con frondas, produciendo flores matizadas con diversos colores, que yo me aparte de efectuar lo ya comenzado; y ya hecho es, la muerte ó la vida comigo va, hacer otra cosa burla sería de muchachos, no quiera Dios que sea tenido por inconstante.

Dav. Sé que no eres rio, que no te puedes volver quando quiera que te pareciere, alzándote á tu mano.

Pin. Gran tacha es no ser hombre firme [p. 338] en sus propósitos, y áun, segun afirma el Salustio, la inconstancia es señal de locura, y el filósofo dice que el inconstante sus cosas pone á la ventura.

Dav. Bien estoy con eso que dices; pero el perseverar en el vicio la constancia con el pecado, no se debe llamar constancia, ni nombre de firmeza merece; y, por el contrario, el que de mal propósito y del camino de los vicios se aparta, no se ha de llamar inconstante, ántes sabio y muy firme en los actos virtuosos y nobles; pero, pues tan predestinado estás en el mal, haz lo que quisieres, y yo arriba me voy, que por demas me parece que es dar consejo á la cabeza loca, ni ménos lavar con lexía la cabeza del asno.

Pin. Por esperimentado mancebo tengo á Davo en todo género de negociacion, y bien veo que él como está sin pasion conseja discretamente, pero ¿qué tengo de hacer sino andar por aqueste camino bueno ó malo, cayendo ó levantando, errando ó acertando, y mostrándome en todo osado, que á los tales la fortuna dicen que suele favorecer? pero el mejor consejo al presente es entrarme en casa de Artemia, pues estó á la puerta, como que entro á ver el aposento, lo qual no tendrán por cosa nueva, [p. 339] porque como la casa es labrada por tan maravillosa arte, todos los forasteros tienen por costumbre de vella como cosa de admiracion; y si acaso viere á Serafina, al tiempo el consejo, que nunca me faltarán razones ni nuevos achaques, y todo es menester; pero válala la maldicion, desde aquella rexa que está en el corridor me llama Artemia, ¿áun quál ha de ser si me ha conocido el diablo?

Artemia. ¿Sois de aquí de la ciudad hija, ó qué enhorabuena quereis en nuestra casa? entrad, entrad, no hayais vergüenza, que, como suelen decir, al mozo vergonzoso el diablo lo truxo á palacio.

Pin. Mozo dice; á otra palabra como esa dexo el manto y la saya como el otro fraile los hábitos, y baxo las escaleras como un cuadrillo; ¿por ahí me entras? no me personeo dese lado; que palabras tiene la noble, habla sin monte.

Art. No lloreis, hija, no lloreis; pero allegaos acá y contadme lo que quereis, y decí, ¿cómo venis así enojada?

Pin. Yo, señora, soy huérfana de padres, y un tio mio, que vive á la puerta de Sant Juan del Alcázar, es mi tutor, y su mujer trátame tan mal que hoy por dos veces ha cuidado matarme, y yo de desesperada me [p. 340] he salido de casa con intencion de buscar con quién viva, porque en ninguna manera puedo sufrir aquella mujer.

Art. Pues no lloreis, hija, no lloreis, que yo enviaré por ese vuestro tio, y haré que dé órden en vuestra vida, ¿oyes, oyes, hija Violante?

Violante. ¿Qué mandais, señora?

Art. A esa pecadora de moza sola y desconsolada, métela en mi cámara, y dale de cenar y estése ahí.

Viol. ¿Cómo os llamais, hermana?

Pin. Ilia me llaman, que no debiera nacer.

Viol. Pues andad acá, hermana, andad acá, quel llorar poco aprovecha.

Serafina. Válala la maldicion aquella moza, y cómo parece á Pinardo el paje de Evandro, ¿es su hermana ó es él mismo? aunque bien me puedo engañar, porque suelen decir que un diablo parece á otro; pero, como que voy á otra cosa, quiero ir al aposento de Artemia y sabré qué hay en el mundo, que una espina tengo atravesada en el corazon, y el alma me da que es esto cosa de gran novedad.

Ilia. A Serafina veo, y si las pisadas trae enderezadas acá, sola estoy; áun si viniese pienso que se urdirla bien esta tela.

[p. 341]

Ser. Estaos, hermana, estaos, n’os levanteis, que debeis estar fatigada.

Il. Más fatigado está Evandro y lo pasa.

Ser. ¡Jesus, Jesus, y eres Pinardo! es verdad que no me la daba el espíritu.

Pin. Esta carta traigo de Evandro, y por traella traigo la muerte á los dientes, como veis, y Artemia anda por ahí, no es tiempo de pláticas; leelda, señora, y dadme la respuesta, que, como veis, en el filo está la negociacion, y desta mi venida depende la salud y vida y honra de Evandro, y áun la vuestra, como veis, no se queda en la posada; sábia sois, en tal reputacion estais tenida acerca de todos, pensaldo bien, pensá las cosas, que yo cumplido he con lo que debo al servicio de quien me ha criado.

Ser. No sufren dilacion estas cosas, como dices, hermano Pinardo; turbada estoy, no sé qué me diga, yo me voy para mejor poder entender en tu despacho, porque malo es burlar hombre con su cabeza.

CARTA DE EVANDRO Á SERAFINA.

Señora y todo mi bien: Si como perdí la libertad y todo libre albedrío, con claridad tan resplandeciente que de contino está procediendo de vuestra vista, juntamente [p. 342] no cobrára esperanza de libertad, escusado me fuera el mi tan apasionado vivir, porque, estando acompañado de tan sobrada pasion, ningun alivio ni sentido tuviera para poder estar á la contina especulando en vuestra sobrada gracia y demasiada hermosura, acompañada de tan incomparable beldad, que claramente veo rescebir los apasionados sentidos clarífica y resplandeciente luz, contra las escuras tinieblas de que á vuestra causa el entendimiento se halla ocupado; pero con vuestra vista toda la escuridad y niebla cerrada se convierte en lumbre, tan fulgente como la procediente de los rayos del clarífico Apolo, de manera que manifiesta es la cuita que por vos me atormenta; pues remedio en verdad no lo espera, porque vuestra tan sobrada honestidad y mesura le antepone mil géneros de inconvenientes. De manera que, sin más esperanza de salud, rescibo en satisfacion, y por cumplida paga, mis males y tan demasiado tormento ser á vuestra causa, y con esto sería contento y me satisfaria si entero estuviese, que mis sobradas ánsias se sienten de vos, pues sois la causa principal y primera de donde mi desconsolado y tan penado vivir proceden, pero mi poco merecimiento, enemigo del tan sobrado atrevimien [p. 343] to, me representa tantos temores, que me hallo indigno de áun pensar en lo tal, y así quedo el más aherrojado captivo de quantos en la casa de amor padescen.

Por la carta bien paresce,

Muy linda graciosa dama,

Que mi vida os obedece,

Y que por vos no fenece

Tan grande fuego y tal llama.

Pero los tristes sentidos

Que se abrasan,

Aunque están ya decaidos,

En verse tan encendidos

Bien os llaman,

Diciendo con gran clamor,

Ven, ven, señora, por quien

Padecemos,

Y aumentarás el dolor,

Y tendrémos mayor bien

Del que tenemos.

Y creciendo el tal favor,

No estimarémos la muerte

Ni la vida,

Ni tendrémos más temor

De ver desastrada suerte

Ni caida.

Pues los otros exercicios,

Tan prontos al daño y mal

Tras que andamos,

Ya han cesado en sus oficios

[p. 344]

Diciendo: señora, y val

Que espiramos.

Así que no están en calma,

Ántes ya muy consumidos

Os desean;

Y los sentidos y el alma,

Con angustias condolidos,

Mucho penan.

Y desta arte así padece

Pena y tormento mortal

La mi vida,

Y la triste ya fenece

Con el ánsia desigual,

Que no la olvida.

Y tambien el pensamiento,

Vacilando en el dolor,

Que así lo trata,

Siente congoxas, tormento,

Viendo claro el disfavor

Que lo mata.

Así que mirando aquesto,

Dama del mundo más bella,

Me vencí,

Pues que no tan lindo gesto,

Ni ménos tan clara estrella,

Yo la vi.

Y con esto satisfago

Del todo al entendimiento,

Segun veis,

Pues que con vuestro halago,

En tan crudo y gran tormento

Le teneis.

[p. 345] Mas ya recibe por gloria

Ser la causa do depende

Á lo que apunta,

La de más alta memoria

Que el ingenio humano entiende

Ni barrunta,

En lo qual cierto, contento

Le tendrá la tal porfía,

Y estaria,

Si tuviese pesamiento,

Que por vos, señora mia,

Se sabía.

Así que á la clara ved

Que mi vida que os adora

Siempre os llama,

Y no quiere otra merced,

Sino que sepais, señora,

Cómo os ama;

Y que dello no pasion,

Ni cosa que lo parezca

Recibais,

Ni ménos alteracion,

Aunque mi vida fenezca,

Vos sintais.

Ser. ¡Oh atribulado corazon, y cómo te cumple padecer, pues á tu causa está penado el que más amas! ¡Oh potencias del ánima, pues sois las más nobles en la humana compostura! ¿por qué no estais muy despiertas y sintiendo, con sentimiento crecido, el dolor que Evandro está padeciendo [p. 346] á mi causa? ¡Oh esteriores sentidos, que no vigilais á la contínua, consintiendo en todo género de pasion, pues fuistes y estais culpados como partícipes en el delito que de mi parte se cometió contra Evandro! ¡Oh corporales exercicios! ¿por qué n’os apresurais en que la voluntad de Evandro se cumpla? Porque, estando él con dolor, estando triste, estando enojado, estando en tormento, estando acompañado de pasion, estándose abrasando en un fuego más agente y más intolerable que no el del infierno, no puedo yo vivir. ¡Oh si la hermana se apresurase en cortar el hilo! ¡Oh si las superiores y celestes potencias dexasen de influir la operacion de natura en mi inferior y flaca composicion, ninguna cosa al presente más agradable me sería; gozo de lo tal, sin comparacion, se derramaria por mis venas! ¡Oh alto Dios, padre comun del género humano, y quán maravillosas y incomprensibles son tus obras! ¡Oh de quánta excelencia está acompañada la masa flaca de la pesada y enojosa tierra! ¡Oh de qué sér tan infinito está adornada y compuesta que del entendimiento humano no se puede imaginar! y pues tan inmensas maravillas usaste con el hombre, adornándolo de tan maravillosa perfeccion, haz al presente, [p. 347] por tu infinita y eterna bondad, que mi espíritu no vaya desesperado á la casa del desabrido y triste Pluton, porque, segun en el agonía en que está, y segun la pena y angustiada vida que padezco, gran temor se me representa que habré de facer compañía al apasionado Ixio, tan atormentado del enojoso buitre, que nunca un momento dexa de estar cebándose con nueva crueza en su pecho; pero ¡oh cuitada! que para más aumento de mi pasion, vienen mis criadas, pensando que tengo mucha voluntad de compañía.

Viol. Hora es, señora, que duermas, que Artemia ya se ha retraido, y algo es noche.

Ser. Pues tráeme, Violante, así el alto Señor te cumpla lo que más deseas, una caxa de acorza, porque comeré un bocado, que muy angustiada me siento y de parte del corazon me vienen grandes desmayos.

Viol. Héla aquí, señora; pero tengo pensamiento que te haces preñada, porque ya me parece que es tiempo, pues há cerca de seis meses que estás casada.

Ser. ¡Bien está en la cuenta; por mi fe, á causa de la incapacidad de mi marido, y á causa de su demasiada impotencia, me estoy tan vírgen como el dia en que nací; estáme esotra diciendo del preñado!

[p. 348]

Viol. ¿Digo algo, señora? pienso que estoy en lo cierto, porque callas.

Ser. Digo, hermana Violante, que eso fuera y mañana pascua, pero si tan derecha te vas acostar.....

Viol. ¡Amarga de mí, y si es verdad lo que por la ciudad se suena que su marido no es para mujer! ¡Ay! digo que estará estotra donosa, moza y fermosa y rica, y que le falta lo mejor. Como es buena cosa el hombre sin manos, pues dos mujeres en la cama tan bien parecen, qual sea su sueño; pues guarde el cuerno, que de allí se suele levantar la tos á la gallina: como se contentan estotras mucho que les guarden la fe sobre tal caso, no me maravillo, sobre que la noche quel marido no habla con ellas, otro dia no les veis el gesto. Andase estotro la mitad del tiempo fuera de casa, y despues piensa cumplir con palabras; áun no sea verdad lo que se suena de Evandro, ¡ay! digo yo que sería la burla coronada.

Ser. ¿Qué hablas entre dientes, Violante? Véte á dormir.

Viol. Acá lo ha Marta con sus pollos.


[p. 349]

CENA CUARTA.

EN QUE SE INTRODUCEN

ARTEMIA. — ILIA. — VIOLANTE. — SERAFINA.

Art. Pues, hija Ilia, ¿estais más consolada?

Il. ¡Oh desventurados huérfanos! que así como carecen de defensor en faltalles el padre, así carecen de todo bien, y faltos de las cosas necesarias y ajenos de todo sosiego, y acompañados de asaz trabajos, pasan su desconsolada y ansiosa vida, procurando todo el mundo de los danificar, y áun las gentes se traen por refran: á él, á él, que no tiene padre; aosadas que no sin causa el derecho les llamó miserables personas porque todos no entienden salvo en les acumular unos agravios sobre otros; pues los tutores lo hacen bonico, qual dicen duelos, tal les dé Dios la salud, que no gastan tiempo sino en destruilles los bienes, y entre sí, ellos burlando, se andan diciendo al menor vendelde la raíz, comelde lo mueble, y despues haga lo peor que viere; no sin causa aosadas por grande maldicion está [p. 350] dicho en el Salmo: sus hijos sean huérfanos y su mujer viuda.

Art. ¡Jesus, Jesus, y tanto sabes! y bachillera me parece esta moza, maravillada me estoy; ¿y qué será esto, mezquina? y ha estado en estudio.

Il. ¿Qué está la vieja razonando? sin cuentas ¿qué reza?

Art. Dios, hija, lo remedie todo, que bien estás en lo cierto; pero el tiempo es largo, échate ahí á mis piés, y Dios nos recuerde á buen sueño.

Il. Lo que sé quiere la mona piñones mondados; eso me dices por la ley de Dios, como dice el beneficiado de San Polo, que amanecia el mozo á la cabecera.

Art. Pues mira, fija Ilia, que no me descobijes.

Il. Y áun en eso ha de parar la conseja.

Art. Hacer honra á estas mozas tales recia cosa es, porque daisles el dedo y tómanse la mano; y ¡amarga de mí, y creo que es loca, y acá se sube, y á mi ver se quiere alzar á mayores! estendeos, veréis como ruin en casa de su suegro; aosadas, como dixo la raposa, que si desta escapo y no me muero, nunca más bodas al cielo.

Il. ¿Qué diablos dice la vieja? callando [p. 351] está, me parece, á todo, y aunque le estoy tentando las piernas, no dice nada; creo que hace del dormido, á otro perro con ese hueso.

Art. Sosiégate, Ilia, sosiégate y estate queda, que andas dando vuelcos como si estuvieses de parto.

Il. Sosegar ó qué; ¿y así pensais que se ha de reposar la moza? á buena fe, no huelgue hasta saltalle encima.

Art. Mira que me darás mala noche, que toda la ropa te has llevado; y si miras, me has dexado en cueros.

Il. Pues ¿tras qué ando yo? y ¿tengo aquí otras ovejas que trasquilar ni otras vacas que guardar? pero necesidad hay de hacer del loco, porque así dicen: híceme albardar y comíme el pan; quiero encomenzar á saltalle en las agujas, fingiendo que me toma espíritu, que ella sin duda callará por no caer en tan gran vergüenza; y sús, á los manojos, que aquí no espero buena nueva destarme como bozal.

Art. ¡Jesus, Jesus, y qué es esto. Madre de Dios! y el demonio la toma á esta moza.

Il. Así, así, vieja cornera; ¿pensais que es todo estar hablando de talanquera?

Art. Hija Ilia, hija Ilia, ¿por qué me quereis ahogar? ¿qué mal os he hecho? no [p. 352] responde, el diablo tiene en el cuerpo; pero ¿qué tengo de hacer? quiero callar, sino ahogarme ha, quiérola dexar pase su mal; mas aosadas, que nunca más perro al molino.

Il. Bien calla y disimula la vieja, aunque ha sentido el chiste; y paréceme que dexa obrar al mozo á su voluntad, y áun en tiempo está que creo que volveria los gañivetes con pocas palabras.

Art. Ilia hermana, reposaos; mirá, pecadora de vos, qué mal es el que os toma, que debe ser mal de fuera y me habeis cuidado ahogar.

Il. Mejor te ahorquen, que no tienes entendida quán honda va la conseja; sobre que está metiendo tanta obra como caballo garví y tengo necesidad de tenerme á las crines, está disimulando haciéndose de nuevas; aosadas que dicen bien, que pajar viejo es malo de apagar, pero ya es hecho tras lo que andaba, quiero hacer otra vuelta del inocente y abaxarme á los piés, porque no sé qué me diga de lo pasado, y haciendo esto veré en lo que para la negociacion, y como viere así haré; mas mucho me paresce que está tascando en el freno, bien toma la sal, pienso que poco habria que hacer para domalla, pues para hacella andar, aosadas, [p. 353] que no soy yo el primero que le echa las trabas, segun anda de dos en dos.

Art. Donosa moza es ésta, que bien talludo tiene el virgo; á la fe, á los piés de su madre. ¿Vídose tal engaño jamas? Y aquesto no debe ser sino alguno por burlar le hicieron vestir en hábito de mujer, y debe ser algun mozo bonazo, y ándase de casa en casa como mostrenco; áun no sé qué me diga, que mucho ha callado, lo qual es señal de gran cautela. Pues lo poco que habló, un jurista no dixera más á mi ver. Desatinada me tiene, no sé á qué fin fué su venida. Quiero metelle en pláticas, y podrá ser que atine en algo de lo que me conviene saber, y quiero hacer que no siento, y podré con él refregar un poco mi hilado y jugar á la gana pierde, ó en el saco al pié del hoyo, porque mozo me parece de muy buen fregado, y creo que no se hará mucho de rogar, segun es redomado, como potro; de manera que complacelle quiero y lavar bien mis madexas, que esto no es cada dia, y sacaré mi vientre de mal año, que ya no puede ser más negro el cuervo que las alas, y áun, aosadas, que pocos cocos son menester hacelle para que torne al juego; pues en lo demas es falto, tómenlo por descaminado, que tanto tiene como un borrico de [p. 354] dos años, y aosadas que dicen bien, que boyezuelo malo en el cuerno cria; pero roncando está, y aunque le doy del pié no siente, ¿qué será esto, si hace del ventero? Hija, Ilia, ¿dormis? subíos un poco acá y contarme heis qué mal es el vuestro, pues es bonico, hija, bonico; subíos paso.

Il. Si lo dixo al sordo, no al perezoso, que ya lo tengo adobilado.

Art. Bien será hacer que no siento, por mejor efectuar mi propósito; paso, paso, Ilia, que no os corren moros ni va tras vos el toro; con todo eso es pena con estos rapaces que no saben sino á sordas y á locas cumplir su voluntad, y á los otros que los papen duelos.

Il. Quien vido la vieja haciendo del estado, con las tocas largas, con las haldas luengas, los ojos baxos, muy honesta en sus pláticas, y á buena fe, la cordobesa no es tan disoluta en la cama, que no lo puedo más encarecer, aunque está ganando á cuatro dineros como cada hi de vecino; por mi fe, espantado estoy, y hame de comer, si así me trata no amanezco vivo, que no me ha de dexar quitar de encima; por esto se debiera decir: arregostóse la vieja á los bredos, ni dexó verdes ni secos; bien será hacer del modorro y volverme de concha, [p. 355] y así andaré granjeando, que ella quede contenta y yo bien pagado. Pero mucho digo, porque Salomon dice que ni el infierno nunca se harta de ánimas, ni el fuego de quemar, ni la tierra de agua, ni la mujer desta salsa de lo mal cocinado, y á la clara parece, la experiencia cada dia la vemos, y éste las debe dar causa á ser tan desolutas, de que pierden la vergüenza; aosadas que por esto dice Sant Bernaldo, más milagro es estar con las mujeres y no pecar, que no resucitar muertos: así que bien es que por un rato se quede al sol de Dios.

Art. Volveos acá, hija mia Ilia, ¡oh cómo sois desamorada!

Il. Y él dalle; á esa otra puerta, que ésta no se abre; á buena fe, aunque más sepais ni más traigais la mano por el lomo, no me tomés allá hasta que sea el dia.

Art. Más sabe que una raposa, no puedo entender el fin; ello dirá, que no es cosa ésta para pasalla como gato sobre brasas, yo fio que yo sepa de qué pié coxquea la moza; pero gran dolor siento á su causa, tocado me ha en el corazon, lastimadas tengo las entrañas, en gran fuego me abraso. ¡Oh amor enojoso, que áun en mis envejecidas canas no has querido perdonar! ¿en qué te erré? ¿qué hice contra tí? ¿por qué [p. 356] tan mal me tratas? ¡oh cómo eres odioso á toda edad, y en todo estado de gentes procuras de inxerirte en el tiempo del mayor descuido aunque no te llamen! ¡oh cómo estoy desatinada! ¡oh cómo no es en mi mano dexar de cumplir el apetito de la voluntad desordenada! Mas ya es el dia, la luz, desechando las noturnas tinieblas, entra por la ventana. Ilia, Ilia, mira, hija, ques ya tarde, abre los ojos, que áun pienso que estás durmiendo.

Il. Aun, hija, que habrá de ser, y si lo dice de verdad; mas gentil pensamiento es el mio, habiéndola puesto quatro ó cinco veces en las espinas de Santa Lucía, pensar agora que tiene creido que me llaman Ilia; mas, pues ella hace del bobo por sacar las nueces del cántaro, ¿que me pena á mí? quien compra y miente, su bolsa lo siente; pero para que un engaño se quite con otro, y una arte con otra, quiero hacer todavía del necio sobre sello, y así verá en lo que está, y quiero levantarme sin decille nada.

Art. Amiga Ilia, no, por mi vida, n’os levanteis, que áun es gran mañana, y áun el hijo de Latona no resplandece, y Bóreas anda delicado con la sazon del hieme, y áun llegaos acá, que algo habeis estado fa [p. 357] tigada esta noche, y contarme heis qué enfermedad es la vuestra: ¡oid estas razones! ¿veis? al juego se torna la mochacha; adoba esas barreras, que se va el toro.

Il. ¡Qué engullir tiene la vieja desto que no tiene huesos! pues dése priesa, que por mucho madrugar no amanece más ayna. Mas lo que me parece es que no se contenta con lo razonable, y tan caliente se quiere sorber el caldo que le habrá de amargar, porque acabaré yo y quedarse ha el papo al aire, cantando: dos ánades, madre, van por allí.

Art. Mucho me habeis fatigado, hermana Ilia, ¿por qué lo haceis así?

Il. No, sino muchas veces Ilia, y apretar el torno porque salga el mosto; pero con todo eso me quiero levantar, que mi partido se ha asegurado, y desde aquí digo que está en mi mano meter moros en la tierra, ó, cómo dicen, áun puedo pregonar vino y vender vinagre y salirme con todo, pues cierto es que quien el padre tiene alcalde seguro va á juicio; pero cara me cuesta la melcocha, que á muchas noches destas podria hombre quedarse como Juan Alonso, en la playa, y cantando: pésame de vos el conde.

Art. ¿Qué haréis ahora, hija Ilia, en qué quereis entender?

[p. 358]

Il. Irme, señora, si mandas, porque allá en mi casa tendrán pena por no saber dónde estoy, y puédome volver despues, si vos, mi señora, estais en algo contenta de mi servicio.

Art. Por mis puertas, tal sea mi salud, qual vos, Ilia, me pareceis; en mí por cierto, hija, tendréis madre y más que madre, y todas vuestras necesidades se cumplirán, y bien me paresce que vais donde decis, mas luégo, así goceis, os volved. Violante, Violante, ¿estais ahí?

Viol. Aquí estoy, ¿qué mandas, señora?

Art. Que aquesta pecadora de moza le deis de almorzar, que está algo enferma, y pienso que en toda esta noche no ha pegado los ojos.

Viol. Andad acá, hermana.

Il. Ese mal me hagas; quanto que desa manera cada noche querria ser el novio.

Viol. Estas tetillas de gallina podeis comer, hermana, y áun si bebeis vino, cataldo aquí, y por mi fe, ques traido desde Madrigal.

Il. Así se me caerá la cola, por eso no hagais sino rogarme bien que coma, que vergonzosa es la moza.

Ser. Ce, ce, Violante; por tu vida, que ántes que esa moza se vaya me la traigas, que la quiero hablar.

[p. 359]

Viol. Entraos un poco, hermana mia, ántes que os vais, en el aposento de la señora Serafina.

Il. Mas pensé que eran badanas: ya voy, Violante, por cumplir lo que mandas, aunque en verdad más necesidad hay de irme, que yo segura que anda mi tio bebiendo los vientos por saber dónde estoy. Pero quien malas mañas há, tarde ó nunca las perderá.

Ser. ¿Cómo te ha ido, Pinardo, cómo te ha ido, que pienso que has estado más encogido que galgo en espuerta?

Pin. Heme concertado con la madre, señora, y pienso que hemos de ser dos á dos, ó como dicen, tres al mohino.

Ser. ¿Qué me dices? ¿qué, estais amigos?

Pin. ¿Y cómo amigos? y me ha rogado que vuelva luégo, que en todo su seso piensa que soy mujer.

Ser. ¡Mas, por tu vida!

Pin. Y áun por la de Dios.

Ser. ¿Pues á tí qué te parece?

Pin. Que nos ha Dios hecho señalada merced, si lo sabes conocer.

Ser. ¿Cómo es eso? ea, pasa adelante.

Pin. Estando la vieja desabrida es andar á caza con huron muerto, y de la negociacion no se esperaban, salvo mil desconciertos; pero pues ya yo puedo ser intercesor, [p. 360] y entrar y salir cada hora y cada rato, debes, señora, pues claramente amas á Evandro, de abreviar la causa, y, como dicen, lo que se habia de comer cocido hágase asado, y más se podrán hacer las cosas con la brevedad; que la dilacion en aquestas cosas, y el estar pidiendo pan de trastrigo siempre daña, miraldo todo, y tu alma en tu palma, y nadie es tan buen juez como cada uno de sí mismo. Al cabo estás; pero si mi consejo tomases, esta noche yo traeré á Evandro, y á la hora que mandases te hablaria en tu misma cámara. E pues tengo el mando y el palo, no dubdes que yo lo haré. En esotro, señora, te determina, y no tengas temor, que á los corneros quebrados y á lo otro hecho, bien me entiendes, señora, que nunca faltan rogadores.

Ser. Burlando me parece que estás, Pinardo, de los de la feria; y pues tanto quieres apurar el testigo y sacar el hijo del cuerpo, si á eso te atreves, quanto por mí no te detengas más, porque mi voluntad ya la sabes más há de tres pares de juéves, y si quieres sentir, bien sabes que amo á Evandro como el agua á la tierra, pues quien bien ama, tarde olvida, como habrás oido; porque donde el amor toca, tal llaga, tal dolor, tanta fatiga, tal congoxa dexa, que [p. 361] más de diez y nueve Mayos serian menester pasar para quel mal, envejecido y sin calma, en un punto afloxase su dolorido exercicio; de mi voluntad certificarás á Evandro, y á eso que dices, bien me parece, pero por imposible lo tengo, conciértalo allá, y ver y creer, como santo Tomas; pero Violante te llama, y á gran priesa, no te debes detener, ántes disimuladamente te vé, y Dios lo remedie de la manera que es menester, pero muy acompañada de mil sobresaltos me dexas.

Viol. Anda, Ilia, que Artemia te llama, que no sé qué te quiere decir ántes que te vayas.

Il. ¿Áun si quiere que le dé otra vuelta y pague el escote del almuerzo? y ¿áun habrán de ser las tetillas de la gallina los limones del ventero?

Viol. Oir quiero desde esta rexa, que está en el retraimiento, qué secretos son éstos, que no estoy bien con la venida de esta moza.

Art. ¡Oh amiga Ilia! llegaos acá, que no me he levantado á causa del gran dolor de la madre, que me ha dado despues que os levantastes, y áun, si quereis, con la mano podeis tentar de quán levantada la tengo.

Il. ¿Que eso me dices?

[p. 362]

Art. Mirá si me ha entendido la moza, que ya está encima, como buitre encima la carne, y la verdad, no otro amor sino con mozos, que ántes teneis necesidad de tentallos de freno que despuelas.

Il. Aunque me tenga por chocarrero, pues la vieja está á sus vicios, ántes que pase el juego adelante le quiero dar un tiento.

Art. ¿Esperas alguna cosa, hija Ilia?

Il. Áun con Ilia se habrá de quedar; estó diciendo, señora, sino que no me quieres entender, que jugué mis vestidos, y por no tener qué traer ando desta manera, ¿que hay que negar la verdad?

Art. Pues, amigo mio, daos priesa, que yo lo remediaré todo, y deso no paseis congoxo.

Pin. La pulga le he echado en la oreja, ó, como dicen, el agraz en el ojo, bien está; pero dola á la muerte, que bien hace con la hierba, y sabor toma con los caracoles: acabe, que aquí veré á lo que se estienden sus pensamientos, porque el juego y el tentar al hombre en la bolsa, gran toque y muy verdadero suele ser, y áun, amigo, amigo suelen decir, pero no hableis en el dinero; y cierto esta avaricia desordenada, ya tan condida en todas partes, mucho aparta al género humano del camino de la virtud; [p. 363] porque procurando cada uno su propio interese, ni se acuerda de amigo ni de Dios, y muy virtuoso, muy virtuoso ha de ser el que en la mayor necesidad no pierde la vergüenza; y por esto decia Sant Gregorio que en todas las cosas del mundo se hallaba algun sí, salvo en el avaricia, pues es verdad que es de la calidad de los otros vicios; llegaos á Sant Hierónimo y diráos que todos los vicios se envejecen en los hombres, salvo el avaricia, que siempre se renueva y crece, y áun acerca deste vicio dice Salomon, que el que sigue la avaricia turba su casa, y el que ama las riquezas no habrá fruto dellas; y Pitágoras dice que así como el albarda redunda en daño del asno y en provecho del amo, así el vicio de la avaricia es dañoso al avaro y provechoso á los estraños; y á este propósito el moral Séneca decia, quel hombre debe mandar el dinero y no obedecerlo, y áun dice que de dos linajes de gentes no se puede haber bien, salvo mal, de los locos y de los escasos; y que más era de estimar el hombre sin dineros que los dineros sin hombre afirmaba Themístocles, filósofo y capitan ateniense. Así que veamos lo que hará Artemia; pero á lo que parece, bien devanó esta madexa.

[p. 364]

Art. Hijo mio, cata aquí treinta doblas, éstas tengo al presente en esta bolsa que estaba á la cabecera; levantarme he y todas tus necesidades se proveerán, por eso pierde cuidado.

Pin. La pella tengo, bueno es el páxaro en la mano, y de esperar al buitre que va volando sazon hay, levantarme quiero, que ya rabio por estar fuera desta prision, y allende de satisfacer á Evandro encomenzaré á bullir con el dinero.

Viol. ¡Jesus, Jesus, y tal hay en el mundo! ¿que novia ha sido la dueña honrada aquesta noche, y sobre todo áun págale el caballaje? pero no me maravillo, que en tal lugar le han picado, mirá si era buena mi sospecha; donosa es la moza, bobeaba, siempre tuve yo á este Pinardo por mala bestia, mirá qué ha sabido; y las pláticas de Serafina éstas son, todas eran en la conseja, y más la vieja; pues, á buena fe, que me ha de alcanzar parte de la colacion, ó mal me andarán las manos. ¿De casada jugais? pues á perro viejo no tús tús, y si pensais que no os entienden, agua cogeis con arnero. Más que empapada está la vieja, como agua en esponja, oyendo á esotro que sabe más ruindad que Merlin, pero cállome; mas ántes que Pinardo se vaya, en buena fe me ha [p. 365] de tentar el pulso, pues se pica de cirujano, y haré de la boba con él, y así andarémos todas en la danza, y luchando, como dicen, á más tomar.

Pin. ¡Oh pecador de mí, y en la rexa veo á Violante! acechando está; bien ha visto lo que ha pasado, ya ella conosce que el lobo anda en hábito de mansa oveja, temor tengo no redunde algun inconveniente; pero cuerda es, y doncella bien mirada en todas sus cosas, creo yo, que aunque no por mí, que podrá ser que no haya conocido aún quién soy, pero, por la honra de Artemia, calle disimulando otra cosa allende que lo siente.

Art. Fijo mio, pues de que hayais dado recaudo en vuestros negocios n’os olvideis de acudiros hácia acá.

Pin. Yo, señora, lo llevo bien en cuidado, y á Dios quedeis, que ya son casi las diez horas.

Art. Nunca pensára, si por vista de ojos no lo viera, que así el amor me derribára, maravillada estoy de mí; ¿adónde estoy? ¡oh qué ajena me hallo de la libertad en que primero estaba! ¡oh qué falta me hallo de razon! ¡oh cómo el entendimiento está desatinado con la incogitada novedad! pero harto haré si lo puedo encubrir de Se [p. 366] rafina, sino ¡ay! dirá ques cosa torpe el que reprende ser reprendido de la misma culpa. Agora veo que la cuitada tiene razon de amar á Evandro, porque recia cosa es moza y hermosa estar en dieta. Pues ayunar y ver comer á los otros es tentacion y áun no pequeña, me parece, pues levantar la liebre sin matalla cosa enojosa es, y encender el fuego y matallo en encomenzando á arder cosa escusada parece; pero la culpa fué mia, que quise nuera sin tener hijo, porque harto es estar sin el ó tenello incapaz.

Viol. Hermana Ilia, hermana Ilia.

Pin. ¿Qué mandas?

Viol. Aquí en mi aposento te quiero dos palabras, y aunque está todo revuelto, recibirás la voluntad.

Pin. ¿Y á qué propósito ha cerrado las ventanas y la puerta? ¿si quiere que pague el pato?

Viol. ¿Qués lo que dices, Ilia, que hablas entre dientes?

Pin. Digo que todos estamos de un color, pero tambien me maravillo de lo que has hecho.

Viol. Aquí en este estrado, que está delante mi cama, te asienta, hermana; no te maravilles de cosa que veas, que las mujeres humanas somos, y los secretos grandes á [p. 367] los amigos se han de decir en secreto; dotrina tenemos del Salvador, que viniendo con grandes compañas á Hierusalen, á los discípulos, sus muy amados, aparte de las otras gentes, les dixo cómo iba á padecer y que habia de rescebir muerte de cruz, y que habia de resucitar al tercero dia. Así que, Ilia, bien es tener amistad unas personas con otras, y cosa dulce es la conversacion entre los amigos y parientes.

Pin. Si las manos tuviese quedas y no me estuviese besando, bien me paresce lo que dice Violante; pero véola tan encendida, que creo que hobo envidia de lo de la vieja y quiere hacer la chaza, necedad será no cumplille lo que desea; pero quiero encomenzar á jugar, véamos en qué la hallaré.

Viol. Mirad, hermana, por la pasion de Dios, que estoy vírgen, no me toqueis con el dedo.

Pin. ¿Vírgen? y ¡qué tacha! mas ¿dedo era? ni áun por eso, como si no viese lo que es.

Viol. ¡Jesus, Jesus hijo de Dios! ¿y hombre érades, y eso habeis hecho, y así me habeis destruido, y así me habeis querido deshonrar?

Pin. ¡Qué palabras, y estálo tomando [p. 368] con dos manos! pero con algo han de cubrir sus vergüenzas.

Viol. ¡Oh cómo he perdido la virginidad, virtud tan resplandeciente en la hembra! ¡Oh Pinardo, y cómo hasta en la hora presente no conocí tus cautelas! por tí y otros tales se dice en la ley de gracia: guardaros heis de los que andan vestidos como ovejas, y son como lobos robadores.

Pin. Violante hermana, cada uno busca sus medios y procura lo que bien le está, cada una guárdese y abra el ojo, la estopa cabe los tizones en peligro está, ¿yo rogábate? tú me paresce que has estado la golosa por tastar la fruta nueva; pero yo no sé nada, de mis viñas vengo, lo que puedo hacer por amor de tí y por ser del linaje que eres, descargar mi conciencia, que te juro de casarme contigo, porque áun allende de lo que tengo dicho, estoy tan satisfecho de tu gran beldad y de tu demasiada gracia y fermosura sin comparacion de tal manera que ya estoy penando por tí, y me hallo falto de la libertad de que poco ántes estaba asaz adornado, de tu voluntad querria ser cierto, porque conformándome con tu intencion me gobernaré en la presente jornada.

Viol. ¿Qué quieres que diga, señor mio, sino que seguiré tu voluntad hasta la muerte, [p. 369] y que de mí ordenes lo que mejor te estará?

Pin. Pues el tiempo dilacion no la concede, en anocheciendo soy de vuelta, porque tengo de cumplir lo encomendado; á Dios te quedes, que peligro habrá en la demasiada tardanza.

Viol. El Espíritu Santo te acompañe.


[p. 370]

CENA QUINTA.

EN QUE SE INTRODUCEN

PINARDO. — CRATINO. — EVANDRO. — DAVO. — POPILIA.

Pin. No me parece sino que salgo de la galera, en verdad que hago cuenta que hoy me he nacido, grandes cosas he despachado en poco tiempo, pero, de que Dios quiere con todos aires llueve; ¿quién pensára que Artemia, con toda su honestidad y con todo el autoridad del mundo, hubiera picado en el anzuelo tan de presto? pues ¿quién nunca jamas pensó que Violante, doncella hermosa y de buenos parientes, conociéndome á la clara, me otorgára, de su propia voluntad, su persona sin ser compelida ni inducida con palabras? ¡Oh amor, amor, y quán sotil y delicada es el aguja con que labras! ¡oh quán prima es la vira con que hieres! ¡oh cómo es invisible á la vista humana! ¡oh cómo tu ponzoña no se siente hasta que tiene hecha impresion en las entrañas! ¡oh cómo lo veo á la clara! ¡oh cómo no te ha bastado por esperiencia, haberme instruido en haberme enseñado la caida de [p. 371] Artemia y la desenfrenada voluntad de Violante, sino que al presente, por vista de ojos, para que no culpe á nadie, me quieres contar en el número de tus cuentos y prisioneros! pero ¿qué haré? porque, como dicen, guardeos Dios de, hecho es; quiero encubrir mi dolor lo mejor que podré y entrarme en casa, que éste es el mejor remedio: ¡oh quán fuera de seso veo ir corriendo á Cratino! pienso que va á pedir las albricias, á buen almendro seco se llega, mejor viene quien trae en la bolsa la paga, y por esto podria decir quien lo supiese: sobre cuernos siete sueldos, y sobre cornudo apaleado.

Crat. Esfuerza, esfuerza, señor, y torna en tí; cata que viene Pinardo, tu solícito intercesor, y áun á buen seguro que ha recaudado bien, que el alma me lo da.

Evand. ¿Qué, viene Pinardo? ¡oh cómo no lo puedo creer, y por tan imposible lo tengo como querer tocar con el puño en el cielo! mil sospechas se me engendran de su tardanza, temor tengo de algun infortunio ó desastrado acaescimiento, porque ir de la manera que iba es como el que va entre la cruz y el lecho, y en verdad ninguna buena esperanza tengo de su tardanza.

Crat. ¿Que no, señor? pues cátalo ahí tan sano como una manzana, y tan fresco [p. 372] como una rosa, y áun podrian jugar con él á, vivo te lo doy, y áun quedalle el brazo sano.

Evand. ¡Oh mi Pinardo! ¡oh mi fiel criado! ¡oh todo mi abrigo y mamparo! tu venida sea con tanta prosperidad qual fué la del nuestro gran Cárlos en las Españas, nuevamente, llamándose Rey; dime, dime: ¿soy de muerte, ó soy de vida, ó soy libre, ó condenado á perpétua servidumbre? Dilo ya, que de tu lengua depende á la clara mi vida ó mi muerte, mi salud ó enfermedad, mi tristeza perpétua ó gozo infinito, el reposo ó el contínuo trabajo, el sosiego ó el atribulado vivir; ¡oh cómo estoy tal, que con qualquiera cosa con tanto que te apresurases sería contento!

Pin. Yo fuí, y entré en tal pié en casa de Artemia, que di la carta á Serafina, y lo que te responde es que esta noche en anochesciendo, desfrazado vayas comigo, porque en su cámara, á solas, me parece que lo quiere haber contigo; débeslo poner por obra, y dexando todos esotros círculos rodeos: aquésta es la verdad, y á la corta lo he dicho como vizcaíno, pero no tienes que pensar más de en dar recaudo á la moza, que pienso que voluntad no le falta.

Evand. ¡Oh inmenso y maravilloso Dios! [p. 373] ¿qué me está diciendo Pinardo? ¡si estoy aquí ó si estoy durmiendo! ¡oh incomprensible deidad! ¡oh suma y soberana omnipotencia, que de tanto bien haya yo de gozar! imposible me parece segun natura, por no ser proporcionado á mi capacidad.

Pin. Todo eso es gastar tiempo en balde y repicar en el broquel.

Evand. Déxame, Pinardo, que me hallo indigno de parecer ante la luz, que con su demasiado y extraño resplandor encandela mis sentidos, de la misma manera que el artero cazador á la no recelosa perdiz; pero dexados estos inconvenientes tan grandes que de parte de aquella angélica imágen me ocurren, ¿qué me dirás de Artemia? ¿llevarás medio que con ella concertásemos treguas, aunque fuese por pequeña distancia de tiempo?

Pin. ¿Cómo treguas? á la fe paces perpétuas y firmadas, con más que juramento, quedan concertadas entre mí y ella, pues de quebrantallas, no más pensamiento que el rey de los bohemios eximirse del mando de nuestro gran César.

Evand. Cosas estás razonando, Pinardo, dignas y más que dignas de la cautela de Horacio. Pero en verdad tan atordido estoy de lo que me dices, como el piadoso Enéas [p. 374] oyendo la respuesta de Apolo quando tentó de abaxar á la ribera, donde halló vagando al buen Palinuro, saje y maestro de su flota. Así que mucho holgaria de muy por estenso ser avisado de lo que al entendimiento humano, en la primera apariencia, parece imposible.

Pin. Pues así quieres, y estás de gana de comer alcarchofas, sabe que Artemia me llamó, y queriendo ser informada de quién era, le dixe dos mil mentiras; abaste que conmovida de compasion me hizo dar de cena, y áun despues echar á sus piés donde, los más abajes desechados, quedamos tan amigos como dos hermanos; y áun no le abastó la burla, sino que ya yo despedido hoy de Serafina, con tan buena respuesta como has oido, hizo á Violante que me tornase á llamar con propósito de rehacer la chaza, que no pienses que es mujer desas ni se contenta ménos, aunque el un pié en la huesa, sino una en el saco y otra en el papo.

Evand. ¿Y díceslo de verdad?

Pin. Y áun, por las reliquias de Roma y por la casa santa de Hierusalen, lo juro.

Evand. Agora digo que no fué tan gran hazaña la del Teseo de matar el Minotauro, ni la del gran Hércules en vencer al Gedeon, ni Acastus su hermano la hazaña de [p. 375] la muerte del puerco de Calidonia, es meaja en capilla de fraile, en comparacion del hecho tan digno de fama inmortal acabado por Pinardo; por cierto no tengo en tanto el Alcídes domar los fuertes y bravos leones de su natural, ni desterrar las arpías del rey Sineo, quanto haber tú amansado la cabeza de aquella indómita serpiente que me dices, que para tanto eres y á tanto se estendieron las tus fuerzas.

Pin. Pues es verdad que me contenté con andar jugando con ella á la zueca pella solamente.

Evand. Pues ¿á qué más podia pasar la burla adelante?

Pin. ¿Á qué? burlandillo es la cosa, á la fe, que le hice dar señal, así como hacen los nigrománticos al conjurado espíritu, y como quien no quiere la cosa, no me dió sino treinta doblas y en la burjada vienen.

Dav. Sí, por la pasion de Cristo, en la bolsa las trae.

Evand. ¡Por el omnipotente Dios, tanto milagro me paresce eso como ver volar un buey! y más has hecho que si en la plaza de Túnez las ganáras cativando algun moro; y pues tan buen recaudo has puesto, llama acá al contador y hágate una libran [p. 376] za de trecientas dramas de oro, para cumplir tus necesidades.

Pop. Eso tengo yo, en buena fe, por mayor milagro, y áun por obra bien sobrenatural.

Pin. Dios, señor, te consuele y te acreciente la vida y estado, y, como creo, que vienen á pedir de boca para lo que allá dexo medio tramado ó texido del todo.

Evand. ¿Qué, por tu vida? cuéntamelo en presencia de todos y sin que cosa dexes por recitar, que muy agradable me será oirte.

Pin. Has de saber que yo que me abaxaba, andando de bien en mejor, llamóme Violante á su cámara, diciéndome Ilia, porque aquel nombre era el que allá me llamaban, y yo, pensando que queria otra cosa, ni quitó ni puso, salvo cerrar la puerta y ventanas, y abrazóse comigo fingiendo que no sabía quién yo me era habiéndome visto en la lucha con Artemia; y mia fe, yo no supe del fuero de que vi que aquella bobilla se cebaba del aire, salvo encabestralla, porque se acordase del juego, y en fin, nos venimos á conocer, y la apacigüé con que la di la palabra de casarme con ella.

Dav. Luego de corro en corro te has andado, quanto que desa manera á mi ver por tí ha cantado el cuquillo.

[p. 377]

Pin. Pues ¿qué piensas, que me duermo en las pajas? no, sino échate á dormir sin perro.

Evand. Por la ley sagrada, aunque á sabiendas hobieras querido hacer tanto estrago no hobieras hecho más. Pero, pues que así es, tambien te den para Violante dos piezas de seda, y cumple la palabra que le diste, que Dios lo remediará todo; mas cierto estoy maravillado de cómo Artemia se enlazó seyendo dueña tan honrada y tan honesta, y de tanto consejo y de tanta autoridad, y tan antigua en los dias, y habiendo sido tan casta todos los dias de su vida.

Pop. Aosadas enhoramala, ¡y cómo la conoces y sabes la manera de su vida!

Evand. ¿Qué hablas entre dientes, Popilia? que áun tú bien sabes la verdad y tienes entera noticia de las cosas de Artemia.

Pop. No es permiso al femenil hábito hablar en perjuicio, y así quiero dexarte con tu porfía dando pasada; pero so el sayal hay al.

Evand. Santa María del Socorro, ¿qué es eso que me dices á cabo de rato, que no sé bien la verdad?

Dav. La verdad, hablando contigo, señor, Artemia es una mala bestia, envidiosa, [p. 378] rencillosa, soberbia, avarienta, mentirosa, deshonesta, perezosa, enojosa, enemiga en conclusion de toda bondad, enemiga de todo sosiego, y áun se ha picado un poquito de andar de digme en digme, y despues en cada colada ha querido echar sus manteles; que ni se contentó de doncella ir al tálamo vírgen como el portal de Cuarte, sino que áun despues, con mil autos y hechos deshonestos, ensució el lecho del noble marido; pues notorio es asimismo que á su padre de Serafina no le guardó mucha lealtad, pues despues que enhorabuena enviudó ha emendado el avieso, qual sea su negra vida, qual ella lo ha hecho ántes y despues, que ni se contenta con tener en su casa por huésped, de que viene á visitar, al provisor del obispo, ni se contenta con la demasiada conversacion del vicario, ni con la contínua visita del guardian de ya sabeis, ni con la amistad antigua del otro cabez mordido, que ya me entendeis, sino que agora de nuevo ha tomado al que pide para las ánimas de purgatorio, y para acabar de subir el paño de color á ser refregado con estotro, por probar estotro género de gentes de palacio, y áun habrá dicho con su cara sin vergüenza, yo aseguro: quien se muda Dios le ayuda.

[p. 379] Evand. Por la Vírgen Nuestra Señora, no has dicho cosa que nuevamente no viene á mi memoria, ¿y es verdad esto, Popilia?

Pop. Lo que se dice, ó es, ó quiere ser; las gentes hablan por ahí lo suyo y lo ajeno, levantando testimonios sobre cuerpo hechor. Por esto dicen que la caña oxalá quebrada y no sonada.

Dav. Ciertamente ha vendido bien barato su hilado Artemia, y ni ha curado de regatear mucho ni de pararse en las meajas, y áun á lo quel vulgo dice no le llega la renta á la mitad del año, dando á los unos haldas, á los otros mangas, á los otros hábitos de diversos colores, á cada uno segun que su religion lo manda; á los otros dando sobre-pellices fechas á las mil maravillas, de lienzo sevillano, del lino del Guadalcanal, que cuesta á moneda de oro la vara; pues los presentes que envia por año, ¿quién lo podria contar? las cargas de ansarones, enteras, de pollos, de anadones, de lechones, de capones, de palominos, de gallinas, las cestas de huevos frescos, la docena de las perdices, el par de los carneros, la media docena de los cabritos, la ternera entera, las ubres de puerca en adobo, las piernas de venado en cecina, los jamones de dos y [p. 380] de tres años, las cargas de vino tinto, blanco, aloque, clareas, vin grec, otros quella hace hacer adobados en casa con mil aromatizados olores; pues las frutas que les envia á cada uno en su estado, ya es cosa de locura, codoñate, calabazate, citronate, costras de poncil, nueces moxcadas, limones en conserva, pastas de confaciones de cien mil maneras, priscos, peras, membrillos de diversas maneras confacionados y cocidos en el azúcar, y á las vueltas muchas frutas de sarten de mil cuentos de maneras, trayendo las mujeres de en cabo la ciudad, diestras en aquellos menesteres escogidas, como dicen, á moco de candil; y todo para contentar, porque mejor le sobasen la pelleja, queriendo suplir con las riquezas el defecto y fealdad de la natura, porque vella es como la cimbarra del Córpus Cristo y de hechura de almario, larga y desvaida, y el color y gesto como máxcara mal pintada, el talle como rocinazo de molinero, la vista como ídolo del tiempo antiguo, el andar y vision de estantigua y fantasma de la noche, en verdad que tanto temiese encontralla de noche como ver una mandrágula. ¡Jesus, Jesus, Dios me libre de tan mal encuentro!

Crat. Pues harto en suma en la verdad [p. 381] has procedido, Davo, que yo no sé quién sin mentir la enxabonára mejor.

Evand. Por la Verónica sancta de Jaen, no estoy en mí en oir lo que vosotros decis, pero lo que más creo es ver la bolsa de Pinardo poblada y su corazon caliente.

Pin. Tiempo es, señor, que vayas y te dexes de más rondallas, porque ya anochece y has de ir solo y sin esas ropas de seda, désnudate luégo, y en calzas y jubon y con una capa de camino te irás, y yo me voy á quitar estas ropas de gallina; entre tanto te debes aderezar, porque sin dubda tardamos, y mira que á quien dan no escoge.

Evand. Bien me parece que ha dicho Pinardo; sácame, Cratino, una capa y todo lo que vieres que cumple para ir algo demudado, que sano consejo es, y por tal lo tengo, el que Pinardo me da, y cierto de los ángeles ha sido guiado en toda esta su peregrinacion.

Dav. Como la intencion era buena y los pasos en servicio de Dios, no me maravillo.

Pop. Déxalos que ellos hierven sin fuego y andan sin andalid, y en tal pararán.

Pin. Desa manera, señor, vas bien desfrazado, vamos que delante voy por descubrir la tierra.

Evand. Pues vosotros os quedad, y tú, [p. 382] Popilia, ruega á Dios por todos, y que en todo se cumplan y efectuen mis deseos.

Pop. Como son muy justos no es maravilla.

Dav. Ida sin venida.

Crat. ¡Oh Davo, como nunca en cosa das buen tercio, siquiera por bien parecer!

Evand. Alarga el paso, Pinardo, y procura de ir, como suelen decir, á sombra de tejados, y aunque algo se dilate la cura, vé siempre por las calles más angostas, porque el que mal hace siempre aborrece la luz, y áun es justo que se recele.

Pin. Agora me parece, señor, que eches el pié derecho delante, que á la puerta estamos, por eso cúbrete el rostro, y Dios nos tenga de su mano.

Evand. Ó la vista con las noturnas tinieblas me engaña, ó es Violante la que anda por los corredores.

Pin. Ella es, ya viene, que ya yo la tenía avisada; y sin dubda todas las cosas ocurren felices, y de los prósperos principios siempre suelen avenir fortunados sucesos.

Viol. Ce, ce, Pinardo, andas tras mí.

Pin. ¿Hay alguna cosa de nuevo?

Viol. Que está Serafina en la talaya, media hora há, y ya sabe de la venida de Evandro. Por tantos derechos os id á su cámara, [p. 383] que Artemia retraida está, y todos los de casa tengo retraidos en la cocina baxa.

Pin. Éste, señor, es el aposento de Serafina; ya ella sabe que estás aquí, debes entrarte, que yo y Violante aquí nos quedamos por ver si son bravos los toros, y mirarémos asimismo si es verdad lo que se dice, que de cosario á cosario no se pueden ganar salvo los barriles.


[p. 384]

CENA SEXTA.

EN QUE SE INTRODUCEN

EVANDRO. — SERAFINA. — PINARDO. — VIOLANTE. — ARTEMIA. — FILIPO. — DAVO. — POPILIA. — CRATINO.

Evand. ¡Oh cómo de la inopinada vista se turba el sentido! ¡Oh cómo la vista se disipa y los delicados ojos pierden su grato exercicio con la clarífica lumbre, más rutilante que la de la cara de Apolo morando en el signo del toro! ¡Oh cómo las potencias del ánima ya no sienten, de privadas con el demasiado gozo que por ellas se va derramando! ¡Oh cómo los miembros, frios del defecto que sienten en no ser infusos de los superiores espíritus, están temblando con temor que barrunta la segregacion del ánima del dementado cuerpo, como veo á la clara ser verdad lo que los filósofos afirman, que ántes morirá un hombre de alegría demasiada que de mucho enojo! ¡Oh cómo me fuera más honesto morir ausente de mi señora, y no en parte donde mi muerte se haya de hacer partícipe con quien no tiene culpa de mi tan apasionado vivir!

Pin. ¿Paréscete que Serafina entra por [p. 385] astrologías, ó no sé por dónde? en buena fe, mejor fuera diciendo y haciendo.

Viol. Todo es bueno dello con dello; mas Serafina habla, oigamos del arte que enseña su plática, que acá entre nosotras por maestra la tenemos.

Pin. Á la prueba, que á tiempo estamos.

Ser. ¡Oh cómo las angustias de la misma muerte se han aposentado en mis entrañas! ¡Oh cómo las condolidas ánsias de todo en todo van privando de sus potencias á las inteligencias de compostura más nobles, porque, viéndote, señor, penado y el amanzillado corazon fatigado de la tan vieja porfía, no puede resistir al predominante dolor que, al alma, con nueva manera de acucia, al presente está atormentando! Y así conviene á la ya enflaquecida carne de la intolerable pasion que á la contina la está consumiendo, que sienta usando de su natural á la fatiga triste de la demasiada desventura que al presente le ocurre, la qual le causa, en medio del mismo sentido, tal confusion, que no me paresce sino que los agentes de la natura se han suspendido por acortar mi nueva querella, poniendo término á mi ansioso y desconsolado vivir.

Pin. ¡Oh qué facundia tan grande ha tenido Serafina en el razonar! ¡Oh qué elegancia en los vocablos! ¡Oh qué presteza de entendi [p. 386] miento! ¡Oh por quán gentil y compendioso estilo, aunque en breves palabras, ha explicado su intencion!

Viol. Medio sin habla paresce que está; ¿no ves cómo casi apénas puede responder á lo que Evandro le está diciendo? Gran desmayo le ha tomado; cierto verdaderamente le amaba.

Pin. Las manos me paresce que le andan á Evandro, y la lengua, á lo que siento, está enmudecida; eso es lo que hace al caso, que no el andar por las ramas; mucho me paresce que se quexa Serafina; ¿qué será esto?

Viol. ¡Pues cuidas de mí! ¿no quieres que se quexe? estáse tan vírgen como el dia en que nació.

Pin. Qué, ¿todavía os estais en vuestras trece, porfiorando que Filipo es incapaz para novio?

Viol. Pregúntaselo á Evandro despues, que será el testigo de vista, que yo lo que me dicen aquello digo.

Ser. ¡Oh señor mio, y cómo me lastimais mucho!

Evand. Por los angélicos sanctos, nunca pensára tal cosa. ¡Oh qué virtud tan grande de hembra! haber sufrido la impotencia del marido tanto tiempo, si por vista de ojos no lo viera, todo el mundo no bastaba á hacérmelo creer.

[p. 387]

Pin. Bien me paresce que se impone Serafina, que ya no gruñe; y pues ya es de noche, y ellos se toman á la burla, bien será. Violante, que nos vamos á tu cámara.

Viol. Todos los de casa há dos horas que duermen, la puerta está abierta; anda delante y échate, que yo me voy á ver qué hace Artemia, y así aseguraré las paradas.

Pin. Pues yo me voy.

Art. ¿En qué andas, hija Violante?

Viol. Venía señora, á ver si mandas algo.

Art. Dios te consuele y te haga bienaventurada; pero dime, ¿qué se ha hecho Ilia? ¿cómo no ha vuelto?

Viol. De estas mozas cantoneras no hay, señora, que hacer pié; ya estará aposentada en otra casa, porque, por la gracia de Dios, donde quiera que llegan hallan la mesa puesta.

Art. Bien; pero quedó de venir, pena tengo en verdad de ver aquella desventurada de moza andar tan desconsolada.

Viol. En otra parte te duele.

Art. Así que tendrás cuidado, hija, de en viniendo á casa traérmela acá, porque lástima tengo de vella desconsolada y falta de consejo.

Viol. Buena harina le debria hacer el mozo, bien le debiera pesar las ceceras, segun se vuelve á su tienda.

[p. 388]

Art. ¿Qué estás diciendo. Violante?

Viol. Digo que haces bien en tener compasion del próximo, porque por la boca del Salvador está dicho: bienaventurados los que habrán misericordia, porque la hallarán en nuestro señor Dios. E por eso decia San Pablo, que la piedad y misericordia aprovecha para recabar de nuestro señor Dios los bienes deste mundo y del otro.

Art. Huélgome, hija, con lo que dices, y por eso te aviso muchas veces que leas, porque el mejor exercicio de todos es, para todos estados de gentes; pero la misericordia, pues que della hablas, en dos maneras es, que una es espiritual y otra es temporal; porque segun los sagrados doctores, perdonar las ofensas, castigar al que yerra, consejar al que dubda, mostrar al que no sabe, consolar al afligido, sufrir las injurias por amor de Dios, rogar á Dios por amigos y enemigos, y por los muertos y por los vivos, obras son de misericordia espirituales; pues dar de comer al que no tiene, y vestir al que está desnudo, y dar de beber al que ha sed, y visitar y servir al pobre, y visitar y librar al encarcelado, y sepultar los muertos, obras son de misericordia corporales; pero la diferencia que hay del cuerpo al ánima, ésa hay de las unas obras á las otras, porque de mayor excelencia y dig [p. 389] nidad son las espirituales. E acerca de aquesta virtud decia el rey Alexandre que la hacienda de los hombres se multiplicaba en tres maneras: por ganar amigos, por haber compasion de otro, y por perdonar á los enemigos, que la venganza no puede estar sin daño. Y decia Platon quel que desecha los ruegos del pobre vendrá en pobreza. Así que, hija, esto te encomiendo, y muy noche es, véte á dormir y Dios te consuele.

Viol. Si tales fuesen las obras como las palabras, todo estaria bueno, mas ¿qué me pena á mí? que el predicador decia el otro dia: hacé lo que digo y no lo que hago.

Pin. Agora, donosa bienes, que á buena fe no hay dos horas de aquí al dia.

Viol. Hame detenido preguntándome por tí, y áun en todo su seso te llama Ilia; y sobre ques bien haber misericordia de los desconsolados, me ha estado rezando un sermon más largo que hoy y mañana.

Pin. Déxala, huélguese y roiga agora en los granzones, que amanecerá y medrarémos.

Viol. Paso, señor, por vuestra vida, mirá que no soy de hierro, no me trateis desta manera.

Pin. Todas os quexais sin causa, ¿qué haria si os hiciesen mal?

[p. 390]

Viol. ¿Mas paréscete ques buen andar por los abroxos descalza?

Pin. ¿Por abroxos? á la fe, por flores, y áun bien frescas, os parece á vosotras que andais quando caminais por este tal camino, sino que ya es vuestra costumbre por no agradecer el placer que se os hace, decir mal de lo bueno, porque, la mejor y la peor, todas os quereis hacer de rogar, aunque más os sobre la gana.

Viol. No pensé que tenias tan poca vergüenza, Pinardo; pero abasta, ya sé que no has de hallar suelo.

Pin. Anda, que miéntras más moros más ganancia; pero levantémonos, que el alba viene con su rostro muy tierno, y irémos á ver en qué anda la letra dominical.

Viol. Bien has dicho; pero en mi conciencia, que lo fizo bien contigo Evandro.

Pin. Hermana mia, de las dos piezas de seda te harás dos ropas, y de los dineros y monedas que me dió, y con lo que tú tienes, vivirémos á nuestro placer; y ántes de tres dias le digo á la vieja que me case contigo, y hacello há, y áun todavía caerá de esquero con algo para ayudar á rescatar el captivo, y áun pasarémos nuestra vida á placer.

Viol. Placer tengo deso en verdad, y buen consejo me parece; pero anda y darémos [p. 391] conclusion en lo que estamos, porque bien será proveer esto, aunque quitemos de las haldas por añadir en las mangas.

Ser. Abasta ya, señor, por mi vida, sé que nos habeis de matar.

Pin. Áun se están repicando á concejo; deseoso viene mi amo, bien le debe saber la ternera, como estaba manida sacado há su vientre de mal año.

Evand. ¡Oh Vírgen María, señora, y cómo se ha ido la noche en un soplo y ya es el dia claro!

Ser. Deso, señor, no tengas congoxa, que ya hoy aquí te estarás hasta la noche, que esto no es cada dia.

Viol. Contenta está nuestra ama, que áun el dia le quiere encerrado, uno en la cama y otro en el palacio me parece aquesto; pues ándese ahí con su vihuela haciendo són á cada uno que quisiere bailar.

Pin. Déxalos, que áun á tí no te amarga el adobado.

Viol. ¿Qué será bueno hacer?

Pin. Que te vayas á tu cámara, y yo voy al aposento de Artemia, porque, aunque me pesa, ha de cumplir esta jornada.

Viol. Ojos hay que de lagaña se pagan.

Pin. Qué rezar que lleva, como si no supiese la voluntad con que voy.

[p. 392]

Art. ¿Quién toca á la puerta? ¡oh hijo y más que hermano, y tú seas tan bien venido como el agua en el mes de Mayo! y ¿qué tardanza ha sido ésta tan grande? ¿ha habido algun inconveniente?

Pin. He estado aguardando á mi amo Evandro, y con esto me he detenido.

Art. ¡Que lo has estado aguardando! ¿y dónde está? ¿anda él tambien á caza?

Pin. Yo os aseguro que está bien emboscado ó trasconejado, como suelen decir.

Art. ¿Adónde, por tu vida?

Pin. Más te va en esto; espera y cura de tus duelos, y dexa á la pecadora de Serafina goce de su hilaza, que todas os lo quereis hacer.

Art. ¿Y eso me dices? y creo que está en casa Evandro.

Pin. Adevinar, de una dubda me has sacado; déxala, sé que no has de ser tú sola la novia, y á las otras que las papen duelos.

Art. Y ¿ques posible?

Pin. Otra vez doce, y creo que te pesa.

Art. En estar tú, hijo, en medio y haber sido el intercesor, me place en verdad, y pues que así es, démonos de buen tiempo, que este mundo no ha de durar para siempre; y esta vez pase, pero de aquí adelante todo quiero que pase por mi mano, y anden [p. 393] todas, y así se lo dí á Evandro, que de hoy más seamos buenos amigos, y que se quede Pedro en casa y el diablo vaya para ruin. E si mi hijo es bobo, que lo sea en buen hora, que esotra pecadora no ha de estar hecha camaleon deseando lo que sobra á sus vecinas.

Pin. Mucho me huelgo en verdad, señora, de quan cuerdamente lo miras.

Art. Pues ¿qué quieres? ¿téngome de matar por lo que no puedo haber? Déxame, que hoy somos y mañana no; gocémosnos, que Dios sabe en quál casa hay más dinero; pero eso que haces me parece bien, no olvidar las piernas, porque es el caballo lerdo.

Viol. ¡Ah señora!

Art. ¿Qué dices, hija?

Viol. Que en esta hora viene Filipo del aldea y áun no se ha apeado.

Pin. ¡Oh cómo somos perdidos!

Art. Calla, bobo, que yo lo proveeré todo, como hecho de oro y de azul.

Pin. ¿Y tan presto vas?

Art. Hijo, hijo.

Filipo. ¿Qué mandas, señora?

Art. Aquí, callando, te entra en este aposento.

Fil. ¿Hay algo de nuevo?

Art. Hoy le ha venido á Serafina su costumbre más desordenada que otras veces; [p. 394] será gran bien que no la veas, y hay necesidad que ella no sepa que eres venido, porque con el demasiado gozo sentirá grande alteracion y podrá nacer de la demasiada alegría algun desastrado caso.

Fil. ¡Oh señora, cómo está bien proveido! pues cerrad la puerta tras vos.

Viol. El asno, con su alma de cántaro, áun sufrirla los cuernos á ojos vistas.

Pin. Pues ¿tan presto vienes?

Art. Ya queda en el corral, y le he hecho creer que Serafina está con su costumbre, y que hay necesidad que hasta mañana no la vea.

Pin. ¡Oh sotil invencion! ¡oh nuevo género de inventar cautelas! ¡oh astuta y aguda en todo género de maldad!

Art. ¿Maravíllaste, Pinardo? pues por esto dicen, algo va de Pedro á Pedro.

Pin. Pues, señora, ya es tarde, quiero ir á decir á Evandro que nos vamos, que ésta no es casa de por vida, si mandas algo dímelo; pero yo cada dia me estaré en la posada, que Filipo mucho es mi señor.

Art. Pues vé en paz y estotro no pongas en olvido.

Viol. Cata, Pinardo, ques tarde y habrá necesidad que veas á Evandro, ¿en qué andas atónito?

[p. 395]

Pin. Pues vamos y sabrémos si está leuda la masa, ó si está cortido el cordoban.

Viol. Áun les dura el dar de las martilladas, ¿son herreros?

Pin. Evandro habla, oigamos.

Evand.

Ya se alexan los mis males,

Ya el dolor tambien se olvida,

Ya las ánsias tan mortales,

Ya las cuitas desiguales

No amenazan á la vida.

Y los dolores sin calma

Al bien no dan ya desvío,

Y el sentido en sí se pasma

De ver que dentro en el alma

Se me causa algun alivio:

Y los daños inmortales,

Que crecian muy sin medida,

Están tornados atales,

Que sus cuitas desiguales

No amenacen á la vida.

Porque con vuestra belleza,

El mal se alexa y destruye,

Y la tan grande tristeza

Y la muerte sin pereza,

Con sus angustias ya huye;

Y las tan descomunales

Ánsias ya van de vencida,

En saber que están ya tales,

Que sus cuitas desiguales

No amenacen á la vida.

Viol. ¡Oh, válame la pasion del hijo de [p. 396] Dios, y qué alta y qué maravillosa cancion! ¡oh cómo los versos de aquel gran mantuano Maron en la inflacion y pesadumbre, no se les igualan, y por qué sotil y maravilloso estilo ha ensalzado la gloria de que al presente su espíritu está triunfando!

Pin. Mas parece que se entienden á coplas.

Viol. Pues no seas tan pesado, que áun te pueden sentir de dentro; ea, ya, ten alguna vergüenza, mira quál estoy, ni te ha de abastar la cama ni poyos ni paredes.

Pin. Pues ya, señora mia, ya es hecho, y pues tanto te quexas, quiero ir acá adentro, aunque sea el agua de por Sant Juan, y esparciré todos estos ñublados, que hora es que diésemos parte al dia.

Viol. Y áun á la noche me parece á mí que es tiempo ya de dar parte, porque el rutilante Febo, ya aposentado en el ocaso, no resplandece en nuestro horizonte.

Pin. ¿Por ahí me entras? no estoy más aquí.

Evand. ¿Cómo vienes, Pinardo? ¿qué hora es?

Pin. ¿Agora preguntas eso? vámonos, mirá, señor, que anochece, y ya Filipo es venido.

Ser. ¡Vírgen María!

[p. 397]

Pin. Él vino habrá una hora del aldea, y Artemia á mi causa le hizo entrar allá, en el postrer aposento de la casa, diciéndole que tú, señora, estabas con tu costumbre, y porque no sintieses alguna alteracion convenia que no te viese hasta mañana.

Ser. ¡Oh próspero suceso! mas dime, Pinardo, ¿qué, tan privado estás?

Evand. Ya yo, señora, te he informado de lo que pasa, por eso duerme á buen sueño.

Pin. A mí la fe, teniéndola en el degolladero, de que la vi á la colla díxele cómo estabas en casa.

Ser. ¿Qué me dices?

Pin. A la fe, ni quité ni puse; pero lo que pasa díxeselo.

Ser. ¿Y qué te respondió? así no veas contraria ventura de las cosas que más deseas.

Pin. Por el crucifijo de Búrgos, que se holgó como si viese el cielo abierto, porque ella bien vido que su mercaduría no se podia vender secreta; y por no jugar á calla y callemos que sendas nos tenemos, no hay traicion que no hará. E por concluir, me dixo á la clara que de hoy más quiere hablar á Evandro, y que la riña de Sant Juan sea paz para todo el año.

[p. 398]

Ser. De manera que todo lo has soldado y asegurado con el hábito de hembra, y despues ándate ahí diciendo mal de las mujeres.

Pin. Yo, nunca Dios tal mande; pero vamos, señor, que el tiempo es largo y ya sabes el camino.

Evand. ¡Oh! cómo se me arrancan las entrañas en pensar que, un solo momento, me tengo de ver ausente de la vida en que mi triste y miserable vivir se sostiene.

Ser. Yo, señor, soy la que quedo tan desconsolada con tu ausencia, qual quedaron los caballeros del gran Alexandre en tierras ajenas peregrinando, ya muerto el universal caudillo; pero, pues éste es el mejor consejo, sigámoslo, y la Vírgen del Remedio te guie y lo remedie todo, como todos deseamos, conservando tan demasiado gozo como de tu vista se me ha causado.

Evand. Por el mismo camino que venimos te torna, Pinardo, que muy encubierto es; pero por nosotros podrán decir, anoche fuí y agora vengo, marido bueno.

Pin. Así acontece en estas casas recias, á la mañana la cocina y á la noche la carne; pero sube, señor, que yo quedo á cerrar la puerta.

Evand. Davo, Davo, ¿estás ahí?

[p. 399]

Crat. Todos estamos aquí, señor, esperando, y no poco recelosos de tu tardanza.

Evand. ¡Cómo soy de todo bienaventurado! ¡oh cómo mi voluntad se ha cumplido! ¡oh cómo he gozado de la más acabada y perfecta doncella que en el mundo vive!

Dav. No sea el virgo postizo, por hacelle creer que truena.

Evand. Y pues ya mis pensamientos tristes hallaron vado, y mis desconsoladas pasiones han cesado, con el demasiado gozo que por las venas se va derramando, no es tiempo de más querellas ni de buscar géneros de nuevas lamentaciones; alégrate, alégrate, Popilia, que no hizo Dios á quien desmamparase.

Pop. Pues que ya, señor, la Vírgen sin mancilla lo ha remediado todo, de hoy más con más acuerdo, con más consejo, con más sufrimiento le gobierna, y hora es que reposes; si te parece, salirnos hemos.

Evand. Cuerdamente has hablado, Popilia; ¿adónde vas, Pinardo, adónde vas? mira no digan por tí que eres el mozo del escudero gallego.

Pin. Con Violante me voy, porque de que te dan la vaquilla acude con la soguilla.

Dav. Donde te quieren mucho no vayas [p. 400] á menudo, dice el otro, porque la mucha familiaridad ódio engendra.

Pin. Entre los necios y hombres de poca estima es eso, y entre los que andan jugando, á hurta cordel, el juego de la corre-vela, pero, entre los discretos y nobles, miéntra más familiaridad y más conversacion, más causa es de amistad, y así os quedá y holgaos entre esta gente de palacio, y regocijaos bien, que yo, Pinardo, acabo de representar la comedia Serafina llamada.

Adorno de final de capítulo

[p. 401]

NUNQUE COMPUESTO POR EL MISMO AUTOR.

Nunca jamas la soberbia

Careció de desconcierto;

Ni vide tiro más cierto

Que hablando siempre verdad;

Ni hay otra linda beldad,

Salvo abundar en virtud;

Ni hay mayor ingratitud

Qu’el no conocer á Cristo;

Ni jamas yo bien he visto

Sin esperanza de gloria;

Ni vide peor memoria

Que pensar siempre en el vicio;

Ni vi mejor sacrificio

Que el corazon humillado;

Ni vide más hondo vado

Qu’el de la poca conciencia;

Ni vide perfecta sciencia

Sin proceder de lo alto;

Ni hay hombre pobre ni falto,

Salvo el de poco sentido;

Ni hay otro mejor olvido

Que del mal que daña al alma;

Ni hay otra más dulce calma

Que la de los pensamientos;

Ni tan prestos movimientos,

Como los de la mujer;

Ni más fuerte contender

Que esforzar la voluntad;

Ni hay otra mayor bondad

[p. 402] Que la falta del pecado;

Ni vi bienaventurado

Al que sigue tras el mundo;

Ni vi, segun aquí fundo,

Contra cierzo buen abrigo;

Ni al pobre tener amigo,

Por más que tenga parientes;

Ni vi más perdidas gentes

Que las que siguen el mal;

Ni mayor daño, ni tal,

Que la voluntad cativa;

Ni vi cosa más esquiva,

Que la hembra, si está airada;

Ni vi cosa mal gastada

Si se da al menesteroso;

Ni vi qu’el qu’es presuroso,

Abunda de discrecion;

Ni vi yo mejor lecion

Que de la Sacra Scriptura;

Ni hay cosa tan mala é dura

Qu’el malo fingir qu’es bueno;

Ni hay mal de que así me peno,

Qu’en ver padecer al justo;

Ni vi hecho más injusto

Que es culpar al inocente;

Ni tartamudo elocuente,

Ni el perezoso dispierto,

Ni con enojo concierto,

Se vido en el más prudente;

Ni vi que nadie bien cuente,

De lo que pasa en consejo.

Yo, fiador, que no se espere.

Así que, dé donde diere,

Pues se guarda tal costumbre,

Que nunca la muchedumbre

[p. 403] Acierta en cosa que haga:

Y así no vi mayor plaga

Que amar é ser dañado;

Ni otro mejor dictado,

Qu’es usar de la lealtad;

Ni vi mayor claridad,

Qu’es es ser muy limpio en la fama;

Ni vi más caliente llama,

Que si amais de corazon;

Ni vi yo mayor pasion

Que si os niegan el servicio;

Ni vi yo mejor oficio,

Qu’el de la contemplacion;

Ni vi que mala intencion

A la larga floreciese;

Ni vi quien permaneciese

En bien, siguiendo maldad;

Ni vi mayor crueldad

Que entender en torpes hechos;

Ni vi mejores provechos,

Que de la justa ganancia;

Ni vi que la temperanza

Dañase á quien la siguió;

Ni mayor mal no se vió

Qu’el del secreto enemigo;

Ni hay otro perfecto amigo,

Sino el que se muestre en faltas;

Pero destos

No verás uno entre ciento.

FIN.


ÍNDICE

Advertencia preliminar i
Carta a J. E. Hartzenbusch xiii
COMEDIA SELVAGIA
Portada original xvii
Prólogo del autor al lector I
Dirige el autor su obra VII
Andreæ Alfonsi epigramma XII
Argumento de la comedia XIII
Primer acto
Cena primera 1
Cena segunda 30
Cena tercera 52
Cena cuarta 65
Segundo acto
Cena primera 84
Cena segunda 99
Cena tercera 107
Cena quarta 119
Tercero acto
Cena primera 134
Cena segunda 146
Cena tercera 153
Cena cuarta 169
Quarto acto
Cena primera 175
Cena segunda 181
Cena tercera 190
Cena quarta 208
Quinto acto
Cena primera 226
Cena segunda 253
Cena tercera 260
Cena quarta 279
Colofón 292
COMEDIA SERAFINA
Portada 293
Argumento de la comedia 295
Cena primera 297
Cena segunda 320
Cena tercera 335
Cena cuarta 349
Cena quinta 370
Cena sexta 384
Nunque compuesto por el mismo autor 401

Nota de transcripción