The Project Gutenberg eBook of Sainetes This ebook is for the use of anyone anywhere in the United States and most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this ebook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you will have to check the laws of the country where you are located before using this eBook. Title: Sainetes Author: Carlos Arniches y Barrera Release date: August 23, 2020 [eBook #63019] Language: Spanish Credits: Produced by Josep Cols Canals, Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/Canadian Libraries) *** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK SAINETES *** Produced by Josep Cols Canals, Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/Canadian Libraries) NOTA DE TRANSCRIPCIÓN * Las cursivas se muestran entre _subrayados_, las negritas entre =iguales= y las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. * Los errores de imprenta han sido corregidos. * Se ha respetado la ortografía del original impreso, pero se han puesto tildes a las mayúsculas. * Las páginas en blanco han sido eliminadas. * En la p. 91, se pone título a la Escena XV de «La pena negra», que no aparece impreso por error. * En «El chico de las Peñuelas», se renumeran correctamente las escenas del Cuadro primero. BIBLIOTECA CALLEJA SEGUNDA SERIE CARLOS ARNICHES SAINETES CARLOS ARNICHES SAINETES [Ilustración] MCMXVIII CASA EDITORIAL CALLEJA FUNDADA EN 1876 MADRID PROPIEDAD DERECHOS RESERVADOS Imp. Martín de los Heros, 65. A RAMÓN PÉREZ DE AYALA _Pongo, lleno de vanidad, el nombre de usted en la primera página de este libro, porque usted es mi mayor éxito._ CARLOS ARNICHES Madrid, Julio 1918. EL SANTO DE LA ISIDRA PERSONAJES ISIDRA LA SEÑÁ IGNACIA CIRILA BALTASARA LA SEÑÁ JUSTA UNA VECINA UNA INVITADA UNA NIÑA VENANCIO SEÑOR EULOGIO SEÑOR MATÍAS EPIFANIO SECUNDINO EL ROSCA PACO EL CURIAL JUAN EL MIGAS PÉREZ TORRIJA UN VENDEDOR DE FLORES CONVIDADO 1.º ÍDEM 2.º ÍDEM 3.º UN PALETO UN ROMERO UN MOZO DE MERENDERO _Invitados vendedores, romeros, etc.—Coro general._ ACTO ÚNICO CUADRO PRIMERO Una plazuela de los barrios bajos. Al foro, dos casas separadas por un callejón que da a la calle de Toledo, y en cuyo fondo se ve la Plaza de la Cebada. La casa de la izquierda tiene en su planta baja una tienda de ultramarinos con puertas practicables. La puerta de esta casa, practicable también, da al callejón. A la derecha, otra casa, y debajo una taberna con un rótulo que dice: NÚM. 8 VINOS Y LICORES NÚM. 8. La puerta de la taberna que da frente al público y la que da al callejón, practicables. En los laterales derecha una casa de modesta construcción, y en el ángulo que forma esta casa con la taberna, el chiscón de un zapatero de viejo. En los laterales izquierda, otra casa, en cuya planta baja hay establecida una tienda de sillas, de las cuales vense algunas colgadas en la puerta. La muestra de la tienda dice: LA MECEDORA, SE PONEN ASIENTOS, SE FORRAN SILLERÍAS. El balcón de la casa de la derecha, que es practicable, lleno de tiestos con flores. ESCENA PRIMERA SEÑOR EULOGIO, CIRILA, SECUNDINO _y un vendedor de flores. Al levantarse el telón, aparece el señor Eulogio sentado ante una mesita baja llena de herramientas de zapatería, trabajando. El florero, con un borrico cargado de tiestos, pregona su mercancía. Cirila, con un cántaro apoyado en la cintura, habla en la esquina de la izquierda con Secundino._ VENDEDOR.—¡Buenos tiestos de claveles dobles!... EULOGIO (_Machacando suela y cantando._)— Estoy por decir, señores, que si me tiran a un río salgo llenito de flores. (_Se pone a hacer engrudo._) CIRILA (_Empujando a Secundino que la quiere abrazar._)—¡Vamos, quita, quita! ¡Al principio tóos seis iguales!... ¡Muchas palabras... y luego!... SECUNDINO.—Vamos, no me digas eso, porque tú no me conoces a mí cuando yo me ofusco con una morena como tú. Ven y verás... CIRILA.—Sí, pa que me dejes al segundo chotis, cuando está una más ilusioná, y te vayas con otra... SECUNDINO.—¿Dejarte yo a ti... que eres más rica que una mermelada...? ¡Vamos, que te calles, cacho e gloria! (_Intenta abrazarla._) CIRILA (_Rechazándole._)—¡Vamos, hombre!... EULOGIO (_Que los ha estado mirando, mientras hace el engrudo._)—¡Eh!... ¡Chist, chist, chist!... CIRILA.—¿Qué hay? EULOGIO.—Na... que... ¿si queréis que me vaya a hacer el engrudo ahí dentro? CIRILA.—¿Es envidia u caridaz? EULOGIO.—¡Es... bacalao de Escocia!... ¡Miá tú esta! SECUNDINO (_A Cirila._)—Conque, ¿vienes u qué? CIRILA.—Güeno; tú, a las tres, u tres y media, vas al puente de Toledo, y, según se entra, a la derecha, te arrimas a la primera bola que haiga, y me aguardas. SECUNDINO.—A las tres y media, me tiés arrimao a la bola... ¡Prenda! ¡Serrana! ¡Me tiés más loco, que!... CIRILA.—¡Anda, anda, zaragata! (_Le empuja y vase hacia la casa primera derecha. Secundino coge el cesto y una zafra pequeña de aceite, que tiene en el suelo, a su lado, y se dirige hacia la tienda._) EULOGIO (_Al pasar Cirila delante de él._)—¡Ay, Cirila, Cirila, Cirila!... ¡Qué mal te veo! (_Lo dice como cantando._) CIRILA.—¿Sí?... ¡Caramba!... ¡Pues míreme usté con lentes! ¡El demonio del tío visión!... (_Entra en la casa._) EULOGIO (_Silba y machaca, y de pronto se agacha como para mirar las piernas a Cirila que sube._)—¡Negras!... (_Sigue silbando y trabajando._) ESCENA II EULOGIO _y_ SECUNDINO SECUNDINO (_Que habrá quedado a la puerta de la tienda observando se acerca al señor Eulogio._)—¿Qué?... ¿Qué miraba usted?... EULOGIO.—¡Yo!... ¡Nada!... ¿Conque... entre tres u tres y media?... ¡No estás mal tunarra! SECUNDINO.—¡Es que como hoy es San Isidro y la tengo ofrecido un pito, la voy a llevar a la Pradera! Na, que le ha pasao lo que todas... me ven y se alelan. EULOGIO.—¿Y cuántas novias tiés ahora? SECUNDINO.—¡Pocas!... Tengo la Consuelo y la Socorro, fijas; la Justa de suplenta, y ésta de meritoria. EULOGIO.—¡Anda, diez; qué Secundino éste! Pus ten cuidiao con la Cirila, porque ésta tié mucho coquetismo con el sexo feo, y no lo digo por ti, y si se entera el asistente del siete, te va a llenar los bolsillos de golpes. SECUNDINO.—Pero, ¿dónde se va a poner el asistente conmigo?... EULOGIO.—¡La verdad es que tú tiés suerte! (_Se levanta._) ¿Y cómo te diriges a ellas?... ¿_Oral_ u por escrito? SECUNDINO.—¡Pues misté! en lo primero que conocen que las amo, es en el peso, porque se lo empiezo a correr; y cuando las tengo atortolás las dirijo una carta con letra gótica, con unos perfiles, que me salen unas mayúsculas, que le digo a usté que hacen cosquillas. EULOGIO.—¡Lo creo! SECUNDINO.—El otro día le escribí a la Justa, y pa ponerla inolvidable la hice una hache super... EULOGIO.—¿Y dónde le pusiste la hache? SECUNDINO.—¡Detrás del _ino_!... Y al final la decía: “No te olvido, ni te olvidaré, y una acción como esa, no esperes que yo la cometa...” ¡Tenía usté que haber visto el rabo que puse en la cometa! EULOGIO.—¿Pa que no voltease?... SECUNDINO.—¡Quiá, hombre; pa acabar la carilla!... ¡Un rabo gótico! ¡Y es que aquí, señor Eulogio, hay vista y entrevista, u sea estinto y celebro! EULOGIO.—¡Celebro! ¡Celebro verte güeno, anda! (_Dándole un cogotazo._) ¡Déjame trabajar!... ¡Y ya lo sabes!... ¡Ojo con el asistentito ese!... SECUNDINO.—¿A mí ese?... ¡Lentejas!... (_Vase a la tienda._) EULOGIO.—¡Sí que descendemos del mono, sí! ¡No hay más que ver a Secundino! (_Se sienta y sigue trabajando._) ESCENA III EULOGIO, _una vecina, luego_ PÉREZ EULOGIO (_Cantando._)—“Con una falda de percal planchá...” VECINA (_Del foro con una cesta llena de verduras._)—¡Adiós, señó Ulogio! EULOGIO.—¡Hola! ¿De dónde vienes sin verduras? VECINA.—¿No lo ve usté?... ¡De la compra!... (_Entra en la casa primera derecha._) EULOGIO.—¡Y luego se quejan del flato! (_Mira a la escalera agachándose._) ¡A listas!... “Y unos zapatos bajos de charol... Con el mantón de...” (_Esto último cantando._) PÉREZ. (_Del portal de la casa número siete._)—¡Güenos días! EULOGIO.—¡Hola, Pérez! ¿Qué hay?... PÉREZ.—Oiga osté, señó Ulogio: ¿ha visto osté si ha bajao por casualidá la Sirila? EULOGIO.—¿Que si ha bajao?... ¡Ha bajao!... ¡Y pa que lo sepas, ha estao hablando con Secundino media hora! PÉREZ.—¿Con er Secundino?... ¿Ella con ese garabato urtramarino?... ¡Na, que ese chico se ha propuesto quitarme a mí de fumar! Pero, ¡mardita sea mi suerte, si no ve osté con dentadura postiza a esa garrapata colonial er día que a mí me se acabe el ochavo de pasiensia que me carateriza! EULOGIO.—¡Y te advierto que esta tarde van a la Pradera! PÉREZ.—¿A la Pradera?... ¿Ellos a la Pradera?... ¡Mardita sea mi suerte!... ¡Pues allí es la ocurrensia!... EULOGIO.—¡No te acalores, Pérez!... PÉREZ.—¿Que no m’acalore?... ¡Si ve usté ar Secundino ese, hágame el orsequio de decirle que como yo le vea en la Pradera esta tarde, si calentura trujiere, gorverá con calentura, como dice el rétulo que hay encima der chorro! (_Vase hacia la casa._) EULOGIO.—¡Adiós, Napolión! PÉREZ (_Desde la puerta._)—¡Por estas, que son cruses!... (_Entra._) EULOGIO.—¡Qué exageraos son los de a caballo! ESCENA IV EULOGIO, _el_ SEÑOR MATÍAS, JUAN _el Migas_, PACO _el Curial_, EPIFANIO _y el_ ROSCA. _Se oye en la taberna un gran estrépito de banquetazos, palos, voces y gritos de pelea._ EULOGIO (_Levantándose asustado._)—¡Anda, diez!... ¡Ya se ha armao aquí dentro! ¡Bronca en el ocho! =Música= MATÍAS (_Dentro._) ¡Toma, granuja! ¡Toma, ladrón! EPIFANIO (_Ídem._) ¡Déjame, Rosca! ROSCA (_Ídem._) No quiero yo. (_Salen a la calle el señor Matías; y sujetándole Paco “el Curial” y Juan “el Migas”._) MATÍAS Sal aquí, cobarde, sal aquí y verás como te acogoto y no chillas más. EULOGIO (_Sentado en su silla._) Se armó la bronca, ¡vaya por Dios! Pero no hay miedo con estos dos. EPIFANIO (_Saliendo, y con mucha calma._) Ya estoy en la calle, ¿qué quiere usté? MATÍAS Darte un par de tortas. EPIFANIO Gracias. MATÍAS ¡No hay de qué! EPIFANIO Es usté un anciano, respeto sus canas, y aunque me provoque yo no tengo ganas, porque ya usté sabe que si le hago así, (_Ademán de pegar._) da usté con sus huesos en Valladolid. MATÍAS Dejaime en seguida, le como el redaño. EULOGIO (_Que se ha levantado de su asiento, aparte al señor Matías._) No coma usté cerdo, que le va a hacer daño. EPIFANIO ¡Basta de bromas, soltarle ya! ROSCA Déjale, chico. EPIFANIO ¡Maldita siá! MATÍAS A mí los hombres guapos de tu fachenda me sirven de entremeses pa la merienda, porque en cuanto yo quiero largar sopapos, se acaban en seguida los hombres guapos... EPIFANIO ¡Que no es verdad! JUAN _y_ PACO ¡Calma, señor Matías! MATÍAS ¡Maldita siá! EPIFANIO Yo, cuando quiero sangre me comprometo con hombres que merezgan algún respeto; y no con un pelele _sesagenario_ que es la última palabra del _Dicionario_. MATÍAS ¡Que me lo como, dejaime ya!... EPIFANIO ¡Suéltame, Rosca! ¡Maldita siá! EULOGIO (_Riéndose._) ¡La sangre al río no llegará! MATÍAS ¡Ah! EPIFANIO ¡Ah! LOS DOS ¡Ah! EULOGIO ¡Ja, ja, ja, ja! (_Quedan, Matías en una actitud furiosa, sujeto por Juan y Paco, y Epifanio, en una actitud semejante, sujeto por el Rosca._) =Hablado= EULOGIO (_Adelanta mirando al señor Matías y señalándole con el dedo. Llega cerca de él y le echa una bendición._)—“¡Dominus vobiscum!” MATÍAS (_Con coraje._)—¿Y qué es eso? ROSCA.—¡Que está usté indultao! (_Con desprecio._) MATÍAS.—¡Randa! ¡Golfo! ¡So gallina! EPIFANIO.—Y que no se le olvide a usté el encarguito; ¡su hija de usted es para un servidor! MATÍAS.—¿Mi hija pa ti?... ¡Antes la quieo ver muerta! ¡Cien veces muerta! EPIFANIO.—Mire usté, pollo, tómese usté una taza de tila pa que se le pase el susto, porque es usté una miaja aprensivo, y cuando se haiga usté tranquilizao hablaremos. (_Volviéndole la espalda._) MATÍAS.—¡Soltarme! ¡Soltarme! ¡Expósito!... EPIFANIO.—¡Chist! Y si me ve usted en la calle no tenga usted miedo, que yo no tiro a los gorriones... MATÍAS.—¡Gorrión a mí! EPIFANIO.—¡Lo dicho! (_Empieza a marcharse._) EULOGIO.—¡Adiós, cóndor! EPIFANIO.—¡Vamos, Rosca! (_Vanse mirando y riéndose por el foro._) MATÍAS.—¡Maldita sea mi estampa!... ¡No te vayas... so gallina! ¡Ven aquí!... PACO (_Conteniéndole._)—Pero, ¿quiés callar, señor?... ¡Miá que pué volver! JUAN.—¡Gachó! ¡Tiés un timbre la mar de escandaloso! MATÍAS.—¡Déjame, que lo quió matar!... ¡Ven aquí! ¡Vuelve!... ¡Timador! ¡Golfo! ¡Granuja! (_Grita, yendo hacia el sitio por donde Epifanio ha desaparecido, y a cada insulto levanta más la voz._) ESCENA V MATÍAS, EULOGIO, JUAN, PACO, _la_ SEÑÁ IGNACIA _e_ ISIDRA. _Estas últimas de la tienda de sillas._ ISIDRA (_Sale corriendo._)—Pero, padre, ¿qué es esto?... ¿Qué le pasa a mi padre? IGNACIA (_Saliendo._)—Matías, pero ¿qué ha sido? MATÍAS.—Nada, señor; no sus apuréis. ¡Total, dos bofetás! Que me... digo, que le... (_A Juan._) ¡Dame el sombrero! (_Juan lo coge del suelo y se lo da. Matías lo limpia con la manga, se lo pone y se arregla la corbata._) IGNACIA.—Nosotras oíamos voces, pero como siempre están con broncas en la taberna, no hacíamos caso... ¿Y qué ha pasao? ISIDRA.—¿Con quién ha sido? (_Con ansiedad._) IGNACIA (_Al ver que Matías no habla y mueve la cabeza como dudando si decirlo._)—No nos tengas así, hombre. Habla. ¿Con quién ha sido? MATÍAS.—¿Con quién quiés que sea? ¡Con... ese! PACO.—¡Con Epifanio! ISIDRA.—¿Con Epifanio? IGNACIA.—¿Con ese ladrón?... ¿Y no le has matao?... (_Con furia._) MATÍAS.—No me han dejao éstos. JUAN.—¡Toma, ni él! EULOGIO.—Pero, vamos a ver; la cuestión ¿por qué ha sido? MATÍAS.—Pus verá usté por qué, señó Ulogio. Ya sabe usté que Epifanio y ésta (_Por Isidra._) tenían relaciones cordiales dende hace año y medio. IGNACIA.—¡Así nos hubiéramos muerto tóos el día que puso los pies en mi casa! ISIDRA (_Llorando._)—¡Ojalá! MATÍAS.—Bueno; pues hace quince días, cuando ésta había ya empezao a hacerse el _trunsó_, averigüemos que Epifanio vivía maritalmente con Esperanza, la fiadora, y que la Esperanza lo mantiene... ¿Qué iba a hacer la chica? ¡Lo que hacen las mujeres honrás! Ella se destrozó el alma, y a él lo mandó... bastante lejos. EULOGIO.—Ya me figuro dónde. MATÍAS.—Bien; pues dende ese disgusto mi casa es un panteón de familia. Pero hoy es San Isidro, el santo de ésta, y esta mañana les he dicho pa animarlas: “¡Vaya, arreglar la merienda, que esta tarde vamos a ir a la Pradera!” Salgo a invitar a estos amigos, me los encuentro en la taberna, nos sentamos, y me veo en la mesa del rincón a Epifanio con el Rosca. Yo, como es natural, no le hice caso, y me dirijo a éstos, les hago la invitación, lo oye él y viene y me dice: “Señor Matías, cuente usté con un anfitrión más pa ir con ustés donde sea.” Epifanio, retírate, porque tú pa nosotros has caído en el panteón del olvido involuntario... ¡Me parece que la frase era elegante! Pues bueno; me se queda mirando de hito en hito y me da un papirotazo en la nariz que me hizo de estornudar, y además me agarra de la solapa y me dice: “Si va la Isidra esta tarde a la Pradera, al primero que baile con ella dígale usté que le hago un chirlo.” Me cegué, le dí así en la cara, nos liamos a golpes, salimos a la calle, y aquí fuera ya ha visto usté lo que ha sucedido... ¡Que me se ha achicao! EULOGIO.—No, si ya lo he visto. Bueno; ¿y qué van ustés a hacer? IGNACIA.—¿Qué quiere usté que hagamos? ¡Ir esta tarde a la Pradera! (_Con resolución._) ISIDRA.—Sí, señor; y bailar yo con quien se me antoje. ¡Pus no faltaba más! MATÍAS.—Poco a poco, poco a poco. Esta tarde no salimos de casa. PACO.—Es lo cuerdo. IGNACIA.—¿Que no salimos?... ¿Pero le tiés miedo?... MATÍAS.—Mujer, es que... IGNACIA.—¡Cobarde! ¡Gallina! ¡Ma... Matías, no me hagas desbarrar! ¿Pero es que tú gozas en que ese zángano martirice a tu hija? ¡No! ¡Esto se ha acabao, hija mía, que todavía tié tu madre uñas pa sacarle los ojos al que quiera verte sufrir! ¡Iremos a la Pradera aunque sea solas! ISIDRA.—¡Sí, señora, sí! IGNACIA.—Y bailará con quien le dé la gana; y tú, si tiés miedo, te quedas en casa; te quitas el bigote, te pones unas enaguas, y para cuando volvamos a ver si me lo tiés tóo fregadito. ¡Vamos, hija! (_Vase a la casa._) EULOGIO (_Yendo detrás de ella._) ¡Olé! usté es una persona mayor. MATÍAS.—Pero, ¿estáis viendo?... ¡Miá que es pusilánime el seso débil!... PACO.—¡Va en carázteres! JUAN.—Déjalas que vayan solas si quieren, señor; nosotros podemos quedarnos jugando tranquilamente al mus. MATÍAS.—¡Quita, hombre! EULOGIO.—Pues más valía que se metieran ustés de doncellas... (_Se sienta a trabajar._) MATÍAS.—¡Natural, señor!... ¡Hay que ir y que sea lo que Dios quiera!... Conque hasta luego. Que no tardéis. (_Vanse Paco y Juan por el foro, y el señor Matías a su casa._) ESCENA VI SEÑOR EULOGIO EULOGIO (_Se levanta._)—¡La Isidra peleá con Epifanio!... ¡Ha llegao la mía! ¡Ha llegao el momento de sacar mi gallo! ¡Y poco que se va a alegrar el pobre Venancio en cuanto sepa que la Isidra está libre! ¡Ese chico sí que la quiere! ¡Porque eso es tener cariño, lo que hace él! Querer a una mujer con fatigas, verla con otro, como él la ve con Epifanio, tener el gusano dentro y contentarse con venir aquí, doblar el morro y mirar a su puerta... ¡Y es que ese chico es más tímido que un pájaro-mosca!... Lo que tiene es que yo le quiero más que a un hijo, y voy a hacer locuras pa que esa chica le aprecie... ESCENA VII SEÑOR EULOGIO _y la_ SEÑÁ IGNACIA. _La señá Ignacia sale de su casa y empieza a descolgar algunas sillas de las que había como muestra en la puerta._ EULOGIO.—¡La señá Ignacia! ¡Yo le hablo en favor de Venancio! ¡Esta es la ocasión! (_Se acerca a ella._) ¡Que sea enhorabuena! IGNACIA.—¿Está usted de chunga? EULOGIO.—Lo que estoy es que he visto que es usté una de las madres más maternales que hay, que no consiente usté que le tomen la cabellera a su señora hija... IGNACIA.—¡Y dígalo usté! Epifanio tié narices porque yo no tengo pelos en la cara, que si no... ¡qué se había de reir ese ganso de nosotros! EULOGIO.—¡Ahí voy! Señá Ignacia, yo les aprecio a ustés y quiero que sepa usté una cosa que se me está pudriendo aquí dentro. IGNACIA.—¿Qué cosa es esa? EULOGIO.—Que eso de que no hay ningún hombre que se arrime a la Isidra por miedo de Epifanio eso es un cuento de las mil... y pico de noches. IGNACIA.—¿Que no es verdad? (_Con extrañeza._) EULOGIO.—Yo conozco a uno que la quiere a cegar, y que no le tiene miedo a nadie... más que a ella. IGNACIA.—¿Y quién es ese? EULOGIO.—¡Venancio! IGNACIA.—¿Qué Venancio? ¿El panadero? EULOGIO.—¡El mismo! IGNACIA.—Pues no me he fijao en lo más mínimo. ¿Y la Isidra lo sabe? EULOGIO.—De seguro que lo ha notao; pero alocá con el otro... no ha estao pa más reparos. Y diga usté que Venancio, en cuanto al físico, no le diré yo a usté que sea un Adonis, ni un Romeo y Julieta; pero en lo tocante a hombría de bien, ríase usté de Guzmán el Bueno y de San Homobono, señá Inacia... IGNACIA.—¡Honrao creo que es! EULOGIO.—¡Que si lo es! El año pasao, cuando tuve la pulmonía y me encontré sin amparo y más solo que un sombrero hongo, él fué la única persona que se me arrimó al lecho del dolor de costao y me dijo: “¡No se apure usté, abuelo, que aquí estoy yo!...” Y esas palabras las tengo grabás en bronce aquí dentro, y como sé que revienta por la chica, poco he de poder u los vinculo, si usté me lo consiente... IGNACIA.—¿Que si yo lo consiento?... ¡Sí, señor! ¡Ojalá tenga usté poder pa eso! EULOGIO.—¡Yo lo arreglo todo! ¿Y sabe usté cómo? IGNACIA.—¡Chist! ¡Chist! ¡Calle usté; que sale la Isidra! ESCENA VIII DICHOS, ISIDRA _de la casa. Luego_ BALTASARA _en el balcón. Sale con un lebrillo de ropa recién lavada, que tiende en las cuerdas que habrá colocadas en la barandilla. Al sacudir y al escurrir la ropa debe oir el público el ruido del agua que cae a la escena._ ISIDRA.—¡Pero madre, no se duerma usté, que son las once! IGNACIA.—Pues anda, anda, ayúdame a entrar tóo esto. (_Descuelga sillas, que va entrando Isidra._) BALTASARA (_Sale al balcón, coge del lebrillo una de las prendas de ropa y la sacude antes de tenderla. Cantando._) “Las mujeres incorrutas que se estiman por honrás...” (_Sacude y moja al señor Eulogio, que se levanta sorprendido._) EULOGIO.—¡Eh!... ¡Eh!... ¡Chist!... ¡Oye, tú, incorruta!... BALTASARA.—¿Qué pasa, maestro? EULOGIO.—Na; que u sacudes pa otro lao, u me compras un impermeable; ¡tú verás!... BALTASARA.—¡Estaría usté mu feo con el hule! (_Vuelve a escurrir y prende la ropa en la cuerda con un alfiler._) EULOGIO (_Apartándose como si se sintiera mojado._)—¡Oye, tú: haz el favor, que me estás mojando el chagrén!... BALTASARA.—¡Ande usted, y que le den dos duros, hombre!... (_Sigue sacudiendo y tendiendo._) EULOGIO.—¡Na, esperaremos que pase la nube! (_Se aparta._) BALTASARA.—¿Y qué le parece a usté mi balcón, señá Ignacia? IGNACIA.—¡Eso estaba mirando, chica!... ¡Ni el botánico!... ¡Vaya una de flores! EULOGIO.—Misté la enredadora, digo, la enredadera... Cudiao que trepa, ¿eh?... BALTASARA.—Y misté qué dos tiestos de claveles. Oye, Isidra, ¿a que no sabes quién me los ha regalado? ISIDRA.—¡Qué sé yo!... ¡Tiés tanto conocimiento!... BALTASARA.—Pus, Epifanio. ISIDRA.—Epifa... (_Movimiento de contrariedad._) ¡Caramba, qué suerte!... (_Con fingida sorna._) BALTASARA.—Supongo que no te enfadarás, porque yo sentiría... ISIDRA.—¿Yo?... ¡Como si te quiere regalar la quinta del Atanor!... BALTASARA.—Chica, yo no quería admitirlos; pero como me han dicho que habíais roto... IGNACIA.—¡Claro, has recogío tú los tiestos! BALTASARA.—¡No, y luego, créame usté, que lo sentí... porque tuve que oir lo que quiso hablar!... ¡y anda diciendo unas cosas de ti, que chica!... ISIDRA.—¿De mí? ¿Qué dice de mí? (_Con energía._) IGNACIA.—¿Qué es lo que tié que decir de mi hija?... BALTASARA.—¡Pero no se sofoquen ustés, caramba! ¡Si yo lo sé! ¡Vaya, hasta otro rato! (_Entra y cierra el balcón._) EULOGIO.—¡Adiós, cinematógrafo! IGNACIA.—¿Pero está usté oyendo? ¡Le digo a usté, señó Eulogio, que debía venir la viruela!... EULOGIO.—Pero, ¿qué adelantábamos, si esa está revacuná? IGNACIA (_A la Isidra que llora en silencio y se limpia las lágrimas._)—¡Oye... tú! Pero, ¿qué haces? ¡Pus no está llorando!... ¡Pero Isidra!... ISIDRA.—¡Déjeme usté, madre, déjeme usté!... IGNACIA.—Pero, ¿ve usté?... EULOGIO.—Pero, ¿qué quié usté que haga la infeliz?... ¡Vamos, que si fuera hija mía!... ¡Na, que le digo a usté, señá Ignacia, que su marido de usté es de clases pasivas! ¡Si ésta me tocara lo más mínimo... tiros había aquí!... IGNACIA.—¡Y tú ten formalidad algún día, y olvida ya de una vez a esa mala peste de hombre!... ¡Olvídalo!... ISIDRA.—¡No quiero!... ¡No quiero olvidarlo... pa no dejar de aborrecerlo!... ¡Si yo no lloro por él!... ¿A mí qué? Si es la hiel y la rabia, que me ahogan de pensar que no tengo quién me defienda... EULOGIO.—¡Pero ven acá, so lila! Si tú has despreciao a tóos los que te se han arrimao... ¿quién va a defenderte? ¿U es que quieres que te defiendan por teléfono?... ISIDRA.—Los he despreciao, porque yo he querido a ese hombre a cegar y no podía querer a otro, pero hoy... EULOGIO.—Hoy, ¿qué? ISIDRA.—Créame usté, señó Ulogio, que hoy le haría caso al que se me acercara, a cualquiera que pase, al primero que llegue... (_Con energía._) ESCENA IX DICHOS _y_ VENANCIO _por el foro. Sale con la cesta del pan a la cabeza._ VENANCIO.—¡Buenos días! (_Las ve y se queda parado._) IGNACIA.—(¡Él!) ¡Buenos días, Venancio! EULOGIO.—(¡Anda, Dios, qué oportunidad!) (_A Isidra._) ¿Conque al primero que llegue? ISIDRA.—¡Qué sé yo! ¡Pué que sí!... (_Entra en su casa._) IGNACIA (_Siguiéndola._)—¡Lástima de hija! EULOGIO.—(¡Cosa hecha!) (_Se sienta a trabajar._) VENANCIO.—¡Ni me ha mirao! (_Deja la canasta en el suelo y queda mirando a la puerta de Isidra._) ESCENA X DICHOS _y_ VENANCIO EULOGIO (_Después de una pausa._)—¿Qué?... ¿Se sabe si se han nivelao ya los presupuestos? VENANCIO.—¡Qué sé yo!... ¡Señó Ulogio, yo no sé qué tié esa mujer para mí! ¿Usté ve que la he visto?... ¡Misté cómo me he quedao! EULOGIO (_Le toca la mano._)—¡Frapé!... VENANCIO.—¡Un mármol! EULOGIO.—¡Anda, siéntate, marmolillo!... VENANCIO (_Dándole un pan._)—Tome usté lo suyo, que me falta repartir en dos u tres casas todavía. EULOGIO.—No tengas prisa, hombre, que tenemos que hablar tendidamente. VENANCIO.—Nosotros... ¿De qué?... EULOGIO.—¡Pus... de ella! VENANCIO (_Con rapidez._)—¿De ella?... ¿Qué?... ¡Ande usté!... EULOGIO.—¡Venancio, vamos claros! ¿Tú deseas reirte de las aves que topan? VENANCIO.—¿Yo?... Bueno, explíquese usté mejor, porque... EULOGIO.—¿Tú quieres a la Isidra?... VENANCIO.—¿Quererla? ¡Es poco! Más que eso, señó Ulogio, ya lo sabe usté... EULOGIO.—Entonces, claro, con ese genio que tienes estás aguardando a que la chica un día se enfade, te saque de tu casa y te deposite judicialmente... ¿verdad? VENANCIO.—Yo callo... porque... porque sé lo que es el mundo. EULOGIO.—¿Tú?... ¿Tú qué vas a saber? ¡Tú eres un mixto de pardillo y jilguero! ¡El mundo!... ¿Quieres saber lo que es mundo?... ¡Pues oye, y sácate una copia! El mundo, Venancio, en lo referente al amor, es talmente una zapatería: la juventuz es el escaparate, las mujeres son el calzao y el hombre, el parroquiano. Las mujeres, como el calzao, ca una tié una piel distinta... las tiés dende becerro (que Dios nos libre), hasta el charol más fino y reluciente. Ahora, que la mujer es un calzao que tié el defezto de que no lo hacen a la medida. ¿Qué tié que hacer el hombre?... Pues mirar por el escaparate y escoger a ojo, y decir aquel calzao es el mío, y entrar y disputárselo al _sursum curda_... ¿Me entiendes?... Bueno, tú has encontrao lo que te gusta, pues entra a cogerlo, cuéstete lo que te cuéstete, y cásate pronto, porque mira, chico, el hombre que no se casa, u sea el que no va calzao como Dios manda, tié que andar con chanclas toa su vida... y pa eso más vale que te coja un Miura, crémelo. VENANCIO.—¡Pero es que ese calzao que usté me aconseja es de una piel mu fina para mí! EULOGIO.—¡Quita, primo! ¡La Isidra te está que ni pintá! ¿Y sabes por qué? VENANCIO.—¿Por qué? EULOGIO.—¡Porque te la he puesto yo en la horma! VENANCIO.—Pero, ¿qué está usté diciendo? EULOGIO.—Que la he hablao de ti y que te espera. ¿Lo quiés más claro? ¡Y que es preciso que la hables en seguida! VENANCIO.—¿Yo?... Pero... ¡usté me está volviendo tarumba, señó Ulogio! ¿Ella a mí?... EULOGIO.—¡Sí, señor!... ¡Lo de Epifanio se ha acabao, y vas a hablarla, pero, cómo, ahora mismito! ¡Voy a llamarla! VENANCIO.—¡No! ¡Eh! ¡Estese usté quieto!... ¡Ahora no! ¿Qué voy a decirla yo ahora? (_Deteniéndole._) EULOGIO.—¿Que qué vas a decirla?... Pues te arrimas a ella y la viertes estas frases en la oreja izquierda: “Isidra, aquí dentro tengo un corazón pa usté, y allá arriba un cuartito y un pedazo de pan pa los dos: ¿usté gusta?” VENANCIO.—¿Y si me dice que no tié gana? EULOGIO.—¡La das un _vermú_; miá tú éste! Además, ¡hoy la pués caer en gracia! VENANCIO.—¿Cómo?... EULOGIO.—Regalándole, como obsequio, por su santo, dos tiestos de claveles iguales que aquellos. (_Señala al balcón de la Baltasara._) VENANCIO.—¿Pa qué? EULOGIO.—Tú obedece y calla, que yo me entiendo, y aguarda, que voy a llamarla. VENANCIO.—¡No! (_Deteniéndole._) ¡Por Dios!... ¡Hoy no! ¡No la llame usté, que no tendría valor!... ¡Otro día!... EULOGIO.—¡Qué otro día!... ¡Ahora mismo!... (_Llamando._) ¡Isidra!... VENANCIO.—¡No! ¡Por Dios! ¡Que si me la veo delante me muero! ¡No!... EULOGIO.—¡Tú te callas!... ¡Isidra!... (_Volviendo a llamar._) VENANCIO.—¡No! ESCENA XI DICHOS. ISIDRA, _de la casa._ ISIDRA (_Saliendo._)—¿Qué quié usté? VENANCIO (_Azoradísimo._)—(¡Ella! ¡Me ha perdido!) (_Empieza muy nervioso a hacerse nudos en los picos de la blusa y a retorcerlos._) EULOGIO (_A Isidra._)—¡Ven! Haz el favor... coge de aquí. (_De un pico de la blusa de Venancio._) ISIDRA.—¿Yo? (_Con extrañeza._) VENANCIO.—Pero, hombre... que... EULOGIO.—¡Coge, mujer... coge de aquí... (_Isidra lo coge._) y no sueltes hasta que éste te diga una cosa que quié decirte!... ISIDRA.—¿A mí? VENANCIO.—¡No!... Pero si yo... no la... EULOGIO.—¡Revienta de una vez, hombre! Conque arreglarsus. (_Yéndose._) ¡La primera vez de mi vida que he hecho de cimbel! (_Entra en la casa._) ESCENA XII VENANCIO _e_ ISIDRA ISIDRA (_Después de una pausa, durante la cual Venancio la mira a hurtadillas, sin atreverse a hablarla._)—¡Pues tú dirás! (_Soltándole la blusa._) VENANCIO (_Muy azorado, soplando por el sofoco y limpiándose el sudor._)—No... si yo... es que la... =Música= ISIDRA Anda, y desembucha lo que has de decir. VENANCIO Dispénsame, Isidra; tengo un nudo aquí. ISIDRA Desátalo y habla. VENANCIO Si no puede ser. ISIDRA ¿Por qué? VENANCIO Porque... ¡Vamos, no digo el por qué! ISIDRA Cuando el hombre no es hombre de veras, y hablar con mujeres le da desazón, pues... se debe dir a las afueras y andar con los chicos jugando al peón. (_Va a marcharse._) VENANCIO Oye, espera un momento si quieres, que voy a decirte... ¡que tienes razón! Aunque yo, pa las otras mujeres, no soy tan cobarde ni soy tan melón. ISIDRA Pues vete con ellas. VENANCIO Si no quiero dir. ISIDRA Pues habla en seguida. VENANCIO ¡Lo voy a decir! Isidra, yo siento fatigas... ISIDRA ¿Por qué? VENANCIO (_Acobardándose._) Por... nada. ¡Recontra! ¡Ya me atraganté! VOZ (_Dentro._) ¡Buenos tiestos de claveles dobles! VENANCIO ¿Te gustan los claveles? ISIDRA ¡Pues ya lo creo! VENANCIO Si yo te los regalo, ¿me harás un feo? ISIDRA No tengo esa costumbre. VENANCIO ¡Bendita seas! Voy a escape por ellos para que veas. ISIDRA (_Deteniéndole._) Espera un poco. ¿Qué voy a ver? VENANCIO Pues que yo... ¡Vaya, que no pué ser! ISIDRA Maldigo y reniego de tu cortedad. ¡Un hombre que calla no sirve pa na! VENANCIO Las palabras, aquí se me anudan. Maldigo y reniego de mi cortedad. ¡Que no sepa decir lo que siente un hombre que sabe querer de verdad!... (_Isidra va a marcharse._) Espérate un poco. ISIDRA Ya no hay ocasión. VENANCIO En cuatro palabras está la cuestión. ISIDRA Pues dilas. VENANCIO Que tengo deseos... ISIDRA ¿De qué? VENANCIO ¡De... nada! ¡Recontra! ¡Ya me atraganté! VOZ (_Dentro._) ¡Buenos tiestos de claveles dobles! ISIDRA (_Riéndose._) El de los claveles se va por allí. VENANCIO (_Decidido._) ¡Pues voy a traerlos, pa que hablen por mí! (_Vase Venancio corriendo por el foro y la Isidra se mete en su casa._) ESCENA XIII EULOGIO, EPIFANIO _y el_ ROSCA =Hablado= EULOGIO (_De la casa._)—¿Qué habrá pasao? ¡Se han ido! ¡No se ve a naide! Digo, ¡contra!... ¡Epifanio viene!... (_Se sienta a trabajar._) EPIFANIO (_Por el foro._)—A éstos... (_Señalando la casa del sillero._) les estropeo yo la merienda esta tarde. ROSCA.—No te ofusques, Epifanio, no te ofusques, y deja ya a la Isidra, porque de esa no has sacao ni sacarás... ¡pero que ni agua! EPIFANIO.—Ya sé que no he sacao na; pues ese es mi coraje... ¡Pero yo te juro que no me voy de rositas! ROSCA.—¡Epifanio! EPIFANIO.—¡Rosca... al Retiro! (_Vase Rosca a la taberna. A Eulogio._) Oiga usted, maestro: ¿sabe usted, por una casualidaz, si ha salido la Isidra? EULOGIO.—¿La Isidra?... No sé... digo, sí, hombre; ahora que me acuerdo... hace un rato que la he visto ahí en la puerta hablando con su novio. (_Epifanio hace un aspaviento de asombro, que asusta a Eulogio._) EPIFANIO.—¿Con su qué?... EULOGIO.—¡Con su novio! ¡Con ese chico que la habla ahora! EPIFANIO.—Pero, ¿cuálo? EULOGIO.—¡Ese chico... Venancio! ¡El panadero ese!... ¡Na!... EPIFANIO.—¿Conque ese?... EULOGIO.—¡Creo que sí! Y no tardará... porque me parece que ha dicho que se iba a comprarla dos tiestos de claveles. ¡Na, tonterías! ¡Na! (¡Toma soga!) (_Entra en la casa._) ESCENA XIV EPIFANIO _y_ VENANCIO EPIFANIO.—¡Anda, Dios! ¿Conque Venancio se ha atrevido? ¡Pues na, que le perniquiebro un brazo en cuanto le vea! ¡Digo, ni pintao! ¡Por allí viene! ¡Y con los claveles! ¡Se la gana! (_Se oculta en la esquina de la tienda._) VENANCIO (_Sale muy risueño cargado con un tiesto de claveles._)—¡No los llevaba mejores! ¡Cuando los vea! (_Se acerca a la casa a llamar._) Isi... (_Se detiene al ver a Epifanio, que adelanta sonriendo con sorna._) ¡Anda el otro! (_Tratando de ocultar el tiesto._) ¿Qué hago yo con esto ahora? EPIFANIO.—¡Chist! ¡Pollo! VENANCIO.—¿Qué? EPIFANIO.—¡Que se ve un capullo! VENANCIO.—No importa. EPIFANIO.—¿Y dónde va usted con tanto reventón? VENANCIO.—Donde me parece. EPIFANIO.—¡Chist! (_Le detiene poniéndole la contera del bastón en la cara._) Caramba, joven, ¿sabe usté que me han engañao? VENANCIO.—¡No sé nada! EPIFANIO.—Pues me han engañao, porque me habían dicho que era usté un cachorro de lanas, y veo que no, que usté es ratonero. VENANCIO.—Yo... soy un hombre que no quié meterse con nadie... eso es lo que soy. EPIFANIO.—¡Un hombre! ¿Y a usted le hacen mucha falta las muelas, joven? VENANCIO.—¡Regular! EPIFANIO.—¿Y qué haría usté si yo le extrajera unas varias? ¿Llorar? (_Con guasa._) VENANCIO.—Misté, déjeme usté en paz, señor Epifanio, que yo no me he metío con usté para nada. EPIFANIO.—¿Que no se ha metío usté conmigo? ¡So tórtola! ¿Y se dirige usté a la Isidra sabiendo que es cosa mía? VENANCIO.—¡Yo no sabía eso! EPIFANIO.—¡Pues sépalo usté! Esa joven está prohibida... (_Aparecen en las puertas respectivas Eulogio e Isidra, y quedan ocultos oyendo el resto de la escena._) VENANCIO.—Eso lo veremos. EPIFANIO.—¡Ya está visto! Por lo tanto se lleva usté ese tiesto a su casa y se lo regala usté a la portera. VENANCIO.—¡Usted me dispense, pero este tiesto es pa la Isidra! (_Con energía._) EPIFANIO.—¡Quiá! VENANCIO.—¡Es para ella! EPIFANIO.—¿Para ella? ¡Tire usté eso! ¡So primo! (_Se lo tira de dos manotazos._) VENANCIO (_Furioso._)—¡¡A mí!! (_Va a abalanzarse a Epifanio._) ESCENA XV DICHOS, ISIDRA _y_ EULOGIO ISIDRA (_Salen y detienen a Venancio._)—¡Venancio! ¡No! EPIFANIO (_A Isidra, señalándole los claveles que están en el suelo._)—¿Los ves? (_Riendo._) ¡Porque eran pa ti! (_A Venancio._) ¡So párvulo! (_Entra riendo en la taberna._) ISIDRA.—¡Ladrón! (_Con furia entra en su casa._) VENANCIO (_Casi llorando de coraje se abalanza a la mesa del zapatero y coge la cuchilla._)—¡Le parto el alma! EULOGIO.—¡Venancio! (_Sujetándole._) VENANCIO.—Le parto el corazón, suélteme usté. (_Forcejea._) EULOGIO.—¡Quieto! VENANCIO.—¡Suélteme usté, suélteme usté, señó Eulogio, u no respondo! EULOGIO.—¡Chist! Que viene gente. ¿No oyes? ¡Quieto ahora! ¡Ya le buscaremos! VENANCIO.—¡Sí, pa matarlo! ¿eh? EULOGIO.—¡Pa lo que quieras! (_Le entra en la casa a empujones, después que luchan y forcejean._) ESCENA XVI JUAN _el Migas_; PACO _el Curial_; _la_ SEÑORA JUSTA, CORO GENERAL DE CONVIDADOS. _Después_ MATÍAS, IGNACIA _e_ ISIDRA. _Luego_ EPIFANIO _y el_ ROSCA. _Al fin_ EULOGIO _y_ VENANCIO. =Música= CORO (_Dentro._) Alegre es la mañana y hermoso el día: hoy va a ser cosa buena la romería. ¡Vamos allá! y el que no se divierta tonto será. MUJERES Veréis cómo la Isidra tarda una hora. HOMBRES Es que ella nunca ha sido madrugadora. MUJERES Y se estará poniendo la ropa nueva, pa bailar en el santo si hay quien se atreva. HOMBRES ¡Pues no ha de haber! MUJERES Silencio, que eso pronto lo hemos de ver... JUAN _y_ PACO Vamos, señor Matías, anden ligeros, que esperan aquí todos los compañeros. ISIDRA (_Dentro._) Ahora mismo salimos. MATÍAS (_Ídem._) Voy en seguida. (_Sale Isidra con pañolón de Manila._) HOMBRES ¡Olé las buenas mozas! MUJERES ¡Qué bien vestida! ISIDRA Aquí estoy preparada y dispuesta pa dir a la fiesta con todos ustés, y ande ya porque estoy deseando pasarme bailando dos horas u tres. HOMBRES Pues por nosotros no ha de quedar; pero Pifanio se va a enfadar. ISIDRA (_Con coraje._) Que nadie diga nada de ese hombre, porque no quiero que me lo nombren. CORO (¡Qué modo de engañar, qué bien hace el papel! ¡No quiere confesar que la ha dejado él!) IGNACIA (_Saliendo. Lleva también pañuelo de Manila._) ¡Hola, señores! MATÍAS (_Saliendo._) Muy buenos días. CORO ¡Señora Ignacia! ¡Señor Matías! MATÍAS Si estamos todos vamos allá; que si no el santo se enfadará. TODOS Alegre es la mañana y hermoso el día; hoy va a ser cosa buena la romería. (_Al empezar el desfile salen de la taberna Epifanio y el Rosca._) EPIFANIO ¡Un momento! (_Deteniendo a todos._) ISIDRA ¿Qué quieres? EPIFANIO Con tu licencia, tengo que hacer a éstos una advertencia. MUJERES (_A los hombres._) Ya está Epifanio provocativo. HOMBRES (_A ellas._) Como le falte le como vivo. EPIFANIO (_Con mucha calma._) ¿Por qué se van ustedes a la Pradera y a mí no me convidan? ISIDRA Pues bueno fuera. EPIFANIO Están ustedes en su derecho, y que les haga muy buen provecho, pero tengo que darles un consejo de amigo. ¡Que esa chica no baila más que conmigo! (_Por Isidra_) MATÍAS (_Furioso._) Bailará con quien quiera. ¡Pues no faltaba más! Y aquí está quien te come los hígados, si vas. EPIFANIO Usté debe callarse, señor Matías, porque son estas cosas suyas y mías. Conque, señores, digo, lo dicho; al que esta tarde tenga el capricho de sacar a la Isidra, nada más que una vez, allí mismo, ¡por éstas! le rebano la nuez. IGNACIA (_Furiosa._) ¡Tú rebanas muchos pedazos de pan! ¡Canalla, granuja, boceras, charrán! (_A los hombres._) De tantos mozos como hay aquí, ¿nadie rechista? ¿Qué hacéis así? ¿Es que no hay un hombre de veras, u qué?... ISIDRA ¡No hay ninguno, madre; no se canse usté! VENANCIO (_Saliendo de la casa de la derecha con el señor Eulogio._) ¡Servidor! ISIDRA (_Con alegría._) ¡Venancio! VENANCIO Hay uno. EPIFANIO (_Burlonamente._) ¿Tú? VENANCIO ¡Yo! ¡Yo bailo con ella! EPIFANIO ¡Me paice que no! CORO (Buena se prepara, por lo que se ve.) VENANCIO (_A Epifanio._) Allí nos veremos. EPIFANIO (_A Venancio._) Allí te veré. PACO Ea, señores, no ha pasao na; a divertirnos vámonos ya. TODOS (_Yéndose._) Alegre es la mañana y hermoso el día; hoy va a ser cosa buena la romería. ¡Vamos allá! y el que no se divierta tonto será. (_Se van todos, menos Epifanio y el Rosca, que quedan en medio de la escena, y Eulogio y Venancio a la puerta de la casa de la derecha, mirándose en actitud de reto, marchándose Epifanio y el Rosca por el foro riéndose, y Eulogio y Venancio se meten en la casa._) =Mutación= CUADRO SEGUNDO El puente de Toledo la tarde de San Isidro. ESCENA PRIMERA SECUNDINO SECUNDINO.—Pues, señor, llevo un cuarto de hora arrimao a la bola, y la Cirila sin venir. ¿Se habrá encontrao con el bruto ese del asistente?... ¡Le tengo una _tirria_ a la tropa!... Porque ya se sabe, el comercio y la melicia semos de lo más rivales que hay... en lo que toca a las criadas; porque, claro, un paisano, por mucho que quiera, no pué salir de un saqué, bien mezclilla, bien de cuadros, y los melitares tienen el aquel del uniforme. ¡Digo! Pues si me pusiese yo un casco con llorón de cerda, guerrera ajustá, mi pantalón de punto, mi media bota, mi sable, mis espuelas y un puro así, y me fuese a paseo a la plaza de Oriente, setenta y siete u setenta y ocho niñeras con pasión de ánimo a la primera vuelta... Pero, claro, con este traje, tóo lo más que las causo es _itericia_. Gracias que la Cirila tié un pupilaje pa distinguir a la juventud comercial, que me río yo... Esta tarde nos columpiamos, y la voy a dar unos _vaivienes_ en un columpio de esos que dicen: “¡Ay, qué gusto da el mareo!”, que va a ser la descoyuntura. ¡Calla! ¡Ella! ¡Allí viene!... ¡Cirila! ¡Cirila! ESCENA II CIRILA, _una_ NIÑA _y_ SECUNDINO SECUNDINO.—¡Chica, creí que no venías! CIRILA.—¡Pus gracias que me han dejao, y miá el rabo que traigo! SECUNDINO.—¡La niña! ¡Anda su madre! ¿Por qué no la has dejao en la casa cuna?... NIÑA.—¡Yo quiero ir al brazo! SECUNDINO.—¡Cállate, chica, si no, no te compro un matasuegras! CIRILA.—Bueno, ¿y en qué vamos a pasar la tarde? SECUNDINO.—¡Primero te compro el pito más grande que haiga, y luego nos columpiamos! CIRILA.—¡Sí, eso, eso, que a mí me gusta mucho! SECUNDINO.—Y después, ¿sabes lo que hacemos?... CIRILA.—¿Qué? SECUNDINO.—Nos vamos a la fotografía instantánia y nos hacemos un grupo de cada uno, y luego uno de los tres juntos. CIRILA.—¡Eso!... ¡Yo de busto! SECUNDINO.—Justo; tú de busto; la niña sentá en el suelo, detrás de ti pa que no se asuste, y yo de cuerpo entero, apoyao así, tocando el pito, la metá de la cabeza recliná en tu busto y la otra metá de perfil, mirándote así... CIRILA.—¡Vamos, vamos, zaragata!... ¡No te fijes tanto, que me enturbias la vista! SECUNDINO.—¡Arza pa el columpio! NIÑA.—¡Yo quiero ir al brazo! SECUNDINO.—¡Vamos, chacha! (_La coge._) ¡Yo me columpio con niña y tóo! (_Vanse._) ESCENA III PÉREZ _y_ TORRIJA, _vestido de carrero de un regimiento_ TORRIJA.—¡Mialá, por allí va! PÉREZ.—¡Ya la he visto!... ¡Con la niña y el Secundino!... ¡Mardita sea su estampa!... ¡So infiela!... Pero mialás: ¡si esta tarde no corre por esa Pradera más sangre que cañamones dan por catorce pesetas... aunque sea mala comparación, que sí lo es!... TORRIJA.—¡Calma, ten calma! PÉREZ.—¿Calma yo?... ¡Mardita sea mi suerte, si no cojo a ese hombre y hago un triple asesinato con él solo!... ¡Mardita sea la!... (_Yéndose._) TORRIJA.—¡A éste le va a perder el carácter! (_Vanse._) =Mutación= CUADRO TERCERO La Pradera de San Isidro el día del Santo. A la derecha un merendero rodeado de mesas y banquetas. A la izquierda un columpio que juega. En primer término, al mismo lado, mesas y banquetas de otro merendero supuesto. Puestos de vendedores ambulantes, «Tíos vivos», barracones de figuras de cera, etc., etc. Corros de gente merendando, bailes, romeros que van y vienen. Animación extraordinaria. ESCENA PRIMERA _Preludio en el que suenan mezclados los estrepitosos ruidos de la fiesta, organillos, murgas, redobles de tambor, voces, gritos de vendedores, algazara de la gente, etc., etc._ =Música= CORO Con tres o cuatro orquestas de varias clases, pueden bailarse a un tiempo polkas y valses, y con tanto barullo, con tanto ruido, nos alegramos todos de haber venido. ESCENA II CIRILA, SECUNDINO _y la_ NIÑA _comiendo rosquillas_ =Hablado= CIRILA (_Con un pito grandísimo, rodeado de flores de papel._)—¡Pero miá que es hermoso! (_Le toca._) NIÑA.—¡Yo quiero un pito grande, como ese! SECUNDINO.—Cuando seas mayor. CIRILA.—Bueno, y ahora nos columpeamos. SECUNDINO.—¡Mira, mira, ahora bajan de ese columpio! CIRILA.—¡Pus anda, vamos nosotros! SECUNDINO.—Yo me subiré primero, y me das la niña. (_Se sube._) ¡Ajajá! ¡Venga la chica! CIRILA.—¡Toma! (_Suben a la Niña._) NIÑA.—¡Y cuando yo diga, das tocino! CIRILA.—¡No, si yo voy a subir también! ¡Dame la mano! (_Va a subir._) ESCENA III DICHOS, PÉREZ _y_ TORRIJA PÉREZ (_Sale y detiene a Cirila._)—¡Arto! CIRILA.—¡María Santísima! ¡Pérez! SECUNDINO.—¡Uy, el asistente! PÉREZ.—¡Venga usté acá, fregatriz adurterina! CIRILA.—¡Haga usté el favor de retirarse, que no tengo ganas de conversación! SECUNDINO.—¡Oiga usté, melitar, u deja usté a la señora, u bajo! PÉREZ.—¡Anda con él, Torrija! (_Torrija empieza a mover el columpio, y cada vez que Secundino quiere bajar le da un palo en las piernas._) SECUNDINO.—¡Eh!... ¡Chist!... Pero ¡eh!... ¡Pare usté!... ¡Que me pare usté! ¡Eh! NIÑA (_Muy contenta._)—¡Tocino! ¡Tocino! (_Palmoteando._) CIRILA.—¡Por Dios, la niña! PÉREZ (_Cogiéndola de un brazo._)—¡Venga usté acá, sirena corrompida!... ¿A osté le parece bien puesponerme a mí a esa lamprea urtramarina?... SECUNDINO.—¿Lamprea? ¿Yo?... ¡Pare usté!... TORRIJA (_Dándole más fuerte._)—¡Quieto! NIÑA.—¡Tocino! ¡Tocino! CIRILA.—¡Tú tiés la culpa! PÉREZ.—¿Yo?... ¡Infiela!... ¡Lo sé todo! ¡Sé lo de tu señorito, que me lo acaban de contar! CIRILA.—¿Quién? PÉREZ.—La Vicenta. CIRILA.—¿Esa golfa? PÉREZ.—Sí, señora; que está allí en aquel grupo, y te lo dirá en tu cara. CIRILA.—¿A mí ese pingo?... ¿Y está allí?... ¡Vamos a ver, si me lo dice la arranco el moño! Aguarda un rato. SECUNDINO.—¡No! ¡Eh! ¡Chist! ¡Pararme! ¡No te vayas, Cirila! PÉREZ.—¡Tenga osté a la niña, que en seguía volvemos! (_Torrija le da más fuerte, y vanse corriendo._) SECUNDINO.—¡No! ¡Eh!... ¡Chits!... ¡Melitar!... ¡Se van! NIÑA.—¡Tocino! ¡Tocino! SECUNDINO.—¡Eh, pararme, pararme! ¡Eh, buen hombre, haga usté el favor! (_A un paleto que pasa._) ¡Haga usté el favor, por Dios! PALETO.—¿Que dé con más juerza?... ¡Güeno! (_Le da más fuerte al columpio y se va._) SECUNDINO.—¡No, eh, por Dios, que no era eso!... ¡Amigo!... ¡Chits!... ¡Oiga usté!... (_A un romero que pasa._) ROMERO.—¡Esos de pueblo no saben! ¡Verá usté yo! (_Le da más fuerte y vase._) SECUNDINO.—¡No, si no es eso! ¡Eh! ¡Chits!... ¡Y yo ya no los veo!... (_Para el columpio._) NIÑA.—¿Pero no nos dan tocino? SECUNDINO.—¡La morcilla es lo que nos debían de dar! ¡Infames!... ¡Se la ha llevao! (_Bajan_.) ¡Vamos, chica! NIÑA.—¿Vamos por rosquillas? SECUNDINO.—¡Por tripas de melitar! ¡Cirila!... ¡Cirila!... ¡Y haberla comprao este pito pa eso!... (_Vase corriendo. Se lleva la Niña al brazo._) ESCENA IV _La orquesta toca parte del pasacalle, y a los últimos compases salen_ PACO EL CURIAL, _que va delante con la guitarra al hombro; detrás varios con cestas y botas de vino, otros con bandurrias y guitarras, detrás las mujeres palmoteando y riendo, y a lo último_ JUAN, LA SEÑÁ JUSTA, ISIDRA, IGNACIA _y el_ SEÑOR MATÍAS, _con cestas y líos. Coro general._ =Música= TODOS Alegre es la mañana y hermoso el día; hoy va a ser cosa buena la romería. ¡Vamos allá! ¡Y el que no se divierta tonto será! =Hablado= PACO.—¡Alto... ar!... IGNACIO.—Bueno; ¿nos quedamos aquí? PACO.—Yo creo que aquí, porque como barullo, es donde hay menos barullo. TODOS.—¡Sí, sí! ¡Aquí, aquí! MATÍAS.—Pues vengan las cestas. (_Se las llevan._) MUCHACHA.—Traer la comba. UNO.—¿Quién quiere columpiarse? VARIOS.—¡Yo... yo!... (_Saltan, juegan, se columpian, etc._) MATÍAS (_A Paco._)—Oye, Paco: tú que eres de la curia, recomiéndales a ellas y a ellos que usen del mayor tiento en juegos y demás. PACO.—No tenga usté cuidao, que yo les hablaré individualmente uno por uno a cada cual. Por de pronto examinaré las botas. Esta parece que rezuma. (_Se empina la bota y bebe._) JUSTA (_A la señá Ignacia._)—¿Pero no ve usté a mi marido?... ¡Ya empieza! (_Interrumpiéndole._) Pero, ¿qué haces? PACO (_Muy enfadado._)—¡No me cortes la acción, señor, que es muy dañino, hombre! (_Bebe._) IGNACIA.—¡Déjelo usté! JUSTA.—¡No quiero que abuse! PACO.—¡Si por eso no quió llevarla a ningún lao! ¡Esta es como los baños del Molar!... ¡No sirve más que pa quitar el humor! (_Se va bebiendo. Bajan varios invitados hablando._) CONVIDADO 1.º—¡Que te digo que esos mansos, a lo mejor, dan un chasco!... CONVIDADO 2.º—¡Yo te digo que no, vaya! ¡A que no viene el panadero!... CONVIDADO 3.º—¡Pué que venga! CONVIDADO 2.º—¿Quién se quiere jugar cinco duros a que no viene? ISIDRA (_Que ha estado oyendo, se acerca._)—¡Yo! ¡Yo juego esos cinco duros! CONVIDADO 2.º—¿Contra qué? ISIDRA.—¡Contra esto! (_Se quita el mantón de Manila y se lo tira a la cara._) CONVIDADO 2.º (_Devolviéndoselo._)—¡No quió que te vuelvas a cuerpo! ISIDRA.—¡Si lo jugara por ti, puede!... ¿Quiés tener el gusto de bailar conmigo el primer baile?... ¿A que no?... CONVIDADO 2.º—¿Que no?... Dí tú que no puedo, porque estoy comprometido con... con... ésta creo que es... UNA.—¡Conmigo, no! CONVIDADO 2.º—¿No?... ¡Bueno, ya no me acuerdo!... ¡Pero yo estoy comprometido con alguien! ISIDRA.—¡Con el miedo! ¡Gallina! (_Despreciándolo. Vanse los invitados._) IGNACIA.—¡Por Dios, Isidra, no te exaltes ni te sofoques! MATÍAS.—¡Ten cachaza, Isidra, ten cachaza! Y ya que hemos hecho la burrá de venir, mucho cudiao, porque tengo a Epifanio detrás de las orejas. VOCES.—¡Aquí... aquí!... IGNACIA.—¿Qué es eso? TODOS.—¡Bravo! ¡Bravo! JUSTA.—¡Un organillo! ¡Ya hay organillo! TODOS.—¡A bailar! ¡A bailar! MATÍAS.—¡El baile! ¡Ya me ha entrao escalofrío! UNO.—¡Venga ya, señor Paco! PACO.—¡Ahí va el agua! (_Empieza a tocar y bailan todos, quedando sentados el señor Matías, la Ignacia, la Justa y Juan en un lado. Isidra, sola, separada del grupo, en otro._) IGNACIA.—¡Ven aquí, chica! ISIDRA.—¡Estoy bien, madre!... ¡Me he puesto aquí pa ver si se fija algún hombre en que estoy de non! ESCENA V DICHOS, EPIFANIO _y el_ ROSCA _aparecen en lo alto de una rampa del foro. Paco, el Curial, que es el que toca, al ver a Epifanio, va dando al manubrio cada vez más despacio, y las parejas, asombradas, bailan con mayor lentitud._ ISIDRA.—¡Él! MATÍAS.—¡Anda la órdiga! ¡Ya está aquí! IGNACIA.—¡Maldito sea! JUSTA.—El bólido. (_Bebe. Calla el organillo y cesa el baile, quedando cogidas las parejas._) EPIFANIO (_Al Rosca._)—Anda, ¡pus no han parao! ROSCA.—Te tién pánico. EPIFANIO.—Hombre, por Dios, señores, sigan ustés, que no me molesta. MATÍAS.—Toca, Paco. (_Toca y sigue el baile._) EPIFANIO (_Dirigiéndose a la Isidra._)—¿Se quié usté dar dos vueltas, niña? ISIDRA.—¡Me dan nausias! EPIFANIO (_A la señora Ignacia._)—¿Y usté, joven? IGNACIA.—¡Vaya usté y que le ahorquen! EPIFANIO.—¡Está bien! (_Al señor Matías._) ¿Y usté, pollo? MATÍAS (_Se levanta._)—¡Epifanio, que tengo canas! EPIFANIO (_Poniéndose la mano sobre los ojos en pantalla._)—¡Uy, es verdad! ¡No había reparao! ¡Tíñase usté el pelo! ROSCA.—¡O use usté el vigor del cabello! EPIFANIO (_A la Isidra._)—¿Conque no? ISIDRA.—¡No! EPIFANIO.—¡Está bien! (_Se sientan enfrente en una mesa del merendero._) ¡Chico! (_Dan unas palmadas y sale un chico._) ¡Tráete dos chicos! ROSCA (_Dando con el bastón a una pareja que pasa bailando por delante de él._)—¡Chist! ¡Pollo! ¡A ver cómo se baila, que hace mucha calor! EL QUE BAILA (_Con sorna._)—¡Guasa! (_Sigue bailando._) ROSCA (_A Epifanio._)—Oyes tú, ¿sabes lo que observo?... que el panadero no se da a luz. EPIFANIO.—¡Miá tú este! ¡Ni lo esperes! ¡A ese le ha salido una erución del susto! ROSCA.—Natural... si es un tipo así... que... ¡Contra!... (_Levantándose._) EPIFANIO.—¿Qué es? ROSCA.—¡Que no le ha salío na!... ¡Mialo, por ahí viene!... (_Eulogio y Venancio aparecen en lo más alto de la rampa de la izquierda, y quedan hablando y mirando al grupo de la gente que baila._) EPIFANIO.—¡Es verdad! ¡Ay, su madre! MATÍAS (_A Ignacia._)—Bueno, ahora nosotros. (_Se levanta y ve a Venancio._) Va... ca... la... ¡Anda, Dios! IGNACIA.—¿Qué te ha dao? MATÍAS.—¡María Santísima! ISIDRA.—¡Él!... ¡Gracias a Dios!... (_Con intensa satisfacción._) JUSTA.—¡Mialo!... (_A Juan._) ¡Eso es un hombre! JUAN.—¡Me río del dos de Mayo! ESCENA VI DICHOS, VENANCIO _y_ EULOGIO. _Venancio y Eulogio se acercan por detrás del grupo que forman los que bailan, y vienen a pasar por delante de Epifanio y el Rosca._ VENANCIO (_A Epifanio._)—¡Buenas tardes! EPIFANIO (_Poniéndose la mano en pantalla delante de los ojos._)—¿Quién ha sido? VENANCIO.—¡Un servidor! (_Epifanio y Rosca se vuelven a mirarle._) EULOGIO (_Coge una de las copas de vino que tienen en la mesa._)—¡Con permiso!... (_Se la bebe._) ROSCA.—Oiga usté: ¿quién le ha dao a usté licencia?... EULOGIO.—¡Tengo bula! (_Va hacia el sitio donde está el señor Matías._) EPIFANIO.—Bueno, ¿y quieres decirme dónde le pego yo a este chico que no le haga daño? ROSCA.—¡Yo le daba en el cerviguillo! VENANCIO (_Llegando al grupo donde está el señor Matías._)—¡Buenas tardes, señores! EULOGIO.—¡Pero que mu güenas! MATÍAS.—¡Paco, no toque más! (_Cesa el baile._) VENANCIO.—Señor Matías, usté dispense, pero... MATÍAS.—Y usté, ¿se pué saber a qué tenemos el honor de que haiga usté venío a sobrar?... (_Muy enfadado._) EULOGIO.—Oiga usté, pero ¿es que esto es un baile de señoras solas?... MATÍAS.—¡Aquí lo que sobran son hombres! EULOGIO.—¡Hombres de... mote! (_Mirándolos a todos._) VENANCIO.—Bueno, a lo mío. Siento sobrar: pero yo le he dao a una mujer palabra de bailar con ella, y vengo a cumplirla... Y esa mujer me espera... MATÍAS.—Esa mujer no quiere bailar. VENANCIO.—Vamos a verlo. (_Va hacia ella._) Isidra, ¿me hace usté el favor de bailar conmigo? ISIDRA.—Sí, señor. Gracias, Venancio. (_Se levanta y se cogen del brazo._) VENANCIO.—Ya lo ve usté. Que hagan el osequio de seguir tocando. TODOS.—¡Sí, que toquen! ¡Que toquen! MATÍAS (_A Paco._)—No toques. Y tú (_A Isidra._) te sientas, que aquí no quió broncas. (_Con mucha furia._) IGNACIA (_Levantándose enfurecida._)—¡Paco, a tocar! PACO.—¡Yo no toco! MATÍAS.—¡No toques, no toques! IGNACIA.—¡Vaya, u toca él u toco yo! PACO.—Misté que ahora viene una habanera ceñida. TODOS.—¡A bailar, a bailar! VENANCIO.—Gracias, señá Inacia. IGNACIA (_Sentándose._)—No hay por qué darlas. MATÍAS.—¿Y qué papel hago yo aquí ahora, se pué saber? EULOGIO.—¡Papel Job! (_Se sienta el señor Matías. Empieza a tocar Paco y sigue el baile._) ROSCA (_A Epifanio._)—¡Oye tú... que... que están bailando! EPIFANIO.—¡Ya lo veo! Rosca, ve y avisa la Extremaunción pa un choto. VENANCIO (_Cada vez que pasa bailando por delante de Epifanio se quita el sombrero como saludándole, y le dice con sorna._)—¡Servidor!... (_El señor Eulogio, que va bailando solo detrás de Venancio, al pasar por delante de Epifanio, le echa una bocanada de humo en la cara. Epifanio hace un movimiento de ira. Dan otra vuelta._) ¡Servidor! EPIFANIO (_Levantándose._)—¡Vaya, se acabó el panizo! (_Se acerca a Venancio y le da un cogotazo._) ¡Servidor! (_A Paco._) Toque usté a banderillas. (_Retrocede, metiendo mano al bolsillo._) ISIDRA (_Deteniendo a Venancio en su primer impulso._)—¡Venancio, por Dios!... ¡Por mí!... (_Venancio se detiene._) EULOGIO (_A Venancio._)—¡Calma, como te he dicho! (_La gente se interpone entre ellos. Eulogio se coloca detrás de Venancio._) VENANCIO.—¡Soltarme!... ¡Si estoy sosegao! ¡Dejarme, a ver, que yo me entere! ¿Quién ha sido ese que me ha pegao?... EPIFANIO.—¡Un hombre! (_Colocándose delante de él._) EULOGIO (_Alargándole hasta la cara uno de esos juguetes que se estiran y se recogen a voluntad, y a cuyo extremo va una cabeza de cartón figurando ser la de un gato, que abre la boca al estirarse el juguete._)—¡Miau! EPIFANIO.—¡Estese usté quieto!... ¡Un hombre! ROSCA.—¡Hay comprobantes! VENANCIO.—¡No le hagan ustés caso, que es mentira! ¡Usté no es un hombre!... Usté... ¡usté es un granuja! EPIFANIO.—¿Yo? (_Queriendo abalanzarse a él._) EULOGIO.—¡Miau!... (_Repite el juego de antes._) ROSCA.—¡Calma, hombre, que la ofensa no es tan grande! (_Conteniéndole._) VENANCIO.—Usté es un granuja y un borracho que ha vivido hasta hoy asustando a varios tontos que tienen más cariño a la piel que a la vergüenza, y explotando a las mujeres para llenar el buche gratuitamente, que es lo que buscaba usté con esta familia; y eso... lo vengo yo a impedir, ¡so vago! EPIFANIO.—Eso... ¡Maldita siá! (_Queriendo acometerle._) EULOGIO (_Repite el juego._)—¡Miau! ROSCA.—¡La cosa no es pa alterarse aún! VENANCIO.—¡Y a esta joven la atosiga usté, porque ve usté que se le va el momio, y porque ella no ha tenío un hombre que la defendiera!... MATÍAS.—¡Oye, tú, que está aquí su padre!... VENANCIO.—¡Muy señor mío! ¡Pero las cosas han cambiao! EULOGIO.—¡Todo cambea! (_Con filosofía._) VENANCIO.—Yo, esta mañana era un párvulo; pero dende mi casa aquí he dao el gran estirón. EULOGIO.—¡He presenciao el desarrollo! VENANCIO.—Y digo que esta mujer... EPIFANIO.—¡Esa mujer es mía... para que usté se entere! ISIDRA.—¡Suya! ¿Tuya?... (_Adelantando._) IGNACIA.—¡Isidra! (_Queriendo detenerla._) ISIDRA (_Con ira._)—¡Pus anda, aquí me tienes; ven por lo tuyo! (_Se cruza de brazos terciándose el mantón._) EPIFANIO.—Bueno, y si no... ande usté con ella... ¡peor pa usté!... (_En tono muy despreciativo._) ISIDRA.—¡Peor!... ¿Qué dices? ¡Ladrón! ¿Qué has dicho?... (_Con furia._) MATÍAS.—¡Hija! (_Deteniéndola._) ISIDRA.—¡Charrán! Peor ¿por qué? ¡Dilo fuerte, dilo pronto! ¡Dilo! (_Exaltadísima._) VENANCIO.—¡Basta! ¡Ea!... ¡Oiga usté, amigo, cuando esté usté delante de esta mujer, se quita usté el sombrero, así!... (_Se adelanta rápidamente, se lo quita y lo tira al suelo con rabia._) EPIFANIO.—¡Recontra! VENANCIO.—¡Y ahora le voy a cortar a usted la lengua! EPIFANIO.—¿A mí?... ¡Vamos a verlo! VENANCIO.—¡Mira, ladrón! (_Le da un palo._) EPIFANIO.—¡Lo mato! (_Mete mano al bolsillo y saca la navaja._) TODOS.—¡Socorro! ¡Guardias! ¡Que se matan! (_Confusión y gritos._) VENANCIO (_Al verle sacar la navaja a Epifanio, le coge las manos, obligando al otro con su esfuerzo a que suelte la navaja._)—¡Suelte usté eso, cobarde! ¡Granuja! ¡Ahí quieto! (_Lo sienta a la fuerza en uno de los taburetes que están al lado de la mesa del merendero._) EPIFANIO.—¡Rosca, que lo mato! (_Se levanta en un esfuerzo._) VENANCIO (_Volviéndole a sentar._)—¡Quieto ahí! EPIFANIO.—¡Rosca, quítamelo, que lo mato! (_Vuelve a levantarse y Venancio lo vuelve a sentar._) EULOGIO (_A Epifanio._)—¡Que tome usted asiento, señor! VENANCIO.—Y ahora... EULOGIO.—¡Déjalo ya! VENANCIO.—¡Gallina! (_Le da un empujón y caen rodando al suelo la banqueta y Epifanio._) EPIFANIO (_Levantándose y con furor._)—¡Adiós! ¡Nos veremos... y miá si no te la!... (_Se las jura y se va limpiándose._) TODOS.—¡Fuera, fuera! (_Vanse Epifanio y el Rosca por la segunda derecha._) ROSCA (_Vuelve._)—¡Y usté... (_A Eulogio._) usté y yo nos veremos! EULOGIO (_Con el chirimbolo._)—¡Miau!... ¡Ah... y toma! (_Cogiendo la navaja del suelo y cerrándola._) Dale eso a ése y no uséis cosas de estas... ¡que son pa hombres na más! ¡Arrea! (_Dándole un puntapié._) IGNACIA (_A Venancio, que se ha sentado en un taburete agitado y convulso, y al que rodean Isidra, la Justa, Paco, Juan y Matías._)—¡Pero, sosiégate! ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? EULOGIO.—¡Qué quié usté que tenga! ¡El ejercicio que ha hecho! VENANCIO.—Es que a mí ese... ¡Maldita sea!... (_Se levanta agitado blandiendo el palo. Se separan todos asustados. Vuelve a sentarse._) EULOGIO.—¡Oye, tú, a ver si te estás quieto! VENANCIO (_Volviendo a levantarse._)—A mí ese chulo no me... (_Se separan todos._) ISIDRA.—¡Pero, Venancio!... (_Le obliga a sentarse._) IGNACIA.—¡Darle agua! JUAN (_Con un botijo._)—¡Bueno; pero quitarle el palo! MATÍAS.—Bueno. ¿Y a qué ha venío tóo esto, si pué saberse?... (_Cogiendo el botijo que tiene Juan._) VENANCIO.—Pues esto ha venío a que la... (_Se levanta y va hacia Isidra._) EULOGIO.—¡Revienta, hombre! VENANCIO (_Con pasión._)—¡A que la quiero con toda mi alma, señor Matías! EULOGIO.—¡Gracias a Dios! MATÍAS.—¿Y pa eso sólo has armao esta bronca? ¡Vamos te daba así con el pitorro! (_Amenazándole con el botijo._) IGNACIA (_A Isidra._)—Ya lo has oído. Y tú, ¿qué dices? ISIDRA.—¿Yo?... Ya se lo diré a él, madre. EULOGIO (_A Venancio._)—¡Dile que bendita sea su boca! VENANCIO.—Bendita sea la... (_Aparte a Eulogio._) Cuando tenga más confianza. MATÍAS.—Lo único que me gusta de este chico es que tiene un carater parecido al mío. IGNACIA.—¡Calla, fiera! EULOGIO.—¡Choca, chico! (_Dándole la mano a Venancio._) Y tú... (_A Isidra._) el día que sea eso, cuenta con unos bebés, charol de primera. En fin, pa celebrar lo de éstos, (_A Paco._) dele usté al manubrio y echemos un baile. TODOS.—¡A bailar! ¡A bailar! (_Toca Paco y bailan todos._) EULOGIO (_A la señá Ignacia._)—¿Quiere usté? IGNACIA.—¡Vamos allá! (_Se cogen y bailan._) EULOGIO.—¡Y viva San Isidro!... TODOS.—¡Viva! ¡Viva!... (_Algazara, voces y risas. Mucha alegría._) TELÓN LA PENA NEGRA PERSONAJES LUCILA LA CARMEN SEÑÁ ANTONIA EUSTASIA SEÑÁ LORENZA SEÑÁ ROSA INVITADA 1.ª QUINTINA UNA VECINA UNA NOVIA UNA NIÑA SEÑOR BALBINO SERAFÍN LADISLAO SEÑOR VALERIANO UN CARRETERO TESTIGO 1.º SEÑOR MANFREDO TESTIGO 2.º SEÑOR RÉGULO SEÑOR METODIO LIBORIO EL DUEÑO DEL MERENDERO EL PINTURAS TESTIGO 3.º UN NOVIO INVITADO 1.º EL CHICO DEL MERENDERO DONISIO CHICO 1.º ÍDEM 2.º INVITADOS, INVITADAS Y VARIOS CHICUELOS CUADRO PRIMERO La escena representa un trozo de la Ronda de Valencia. A la izquierda, y en primer término, en un chiscón, construído con tablas pintadas y techumbre de zinc, hay establecida una barbería de quince céntimos y «cara al sol». A los lados de la puerta, sillones para los servicios; en una mesita pequeña, útiles de afeitar, como navajas, bacías, etc. Sobre la puerta un letrero mal pintado que diga: SALÓN DE BARBERÍA. NO SE AZMITEN PROPINAS. En el mismo lado y colocada de izquierda a derecha hasta mitad de la escena, se verá la valla de un solar que continúa en ángulo hasta cerca del foro. Próxima a este ángulo y frente al público, la valla tiene una puerta practicable. Entre la barbería y la valla hay espacio para una calle. A la derecha, en primer término, una taberna de pobre aspecto con puerta practicable. En la calle y frente a la puerta, dos mesas, y alrededor, banquetas. Sobre la puerta un letrero que dice: VINOS. Cerca del foro queda un espacio a manera de plaza, formado por las casas de la derecha y la valla del solar que da frente a estos términos, y en este espacio, desemboca una calle bastante ancha. El foro lo constituyen casas y solares. Es de día; un día de invierno de sol muy claro. ESCENA PRIMERA QUINTINA, EUSTASIA, SEÑÁ ROSA, VECINA 1.ª, UNA NIÑA, SEÑOR RÉGULO, EL PINTURAS, LIBORIO, CHICO 1.º Y 2.º _Al levantarse el telón aparecen todas estas personas en la forma siguiente. Quintina, la señá Rosa y Vecina 1.ª, sentadas junto a la valla del solar. Quintina y la señá Rosa cosen al sol, puestos en la cabeza los pañuelos formando pantalla. La Vecina 1.ª peina a una niña que estará sentada en el suelo entre las piernas de su madre. Eustasia, un poco más lejos, lava ropa en un barreño sostenido sobre un cajón. Liborio, sentado en el suelo y apoyada la espalda en la valla, lee un periódico. El señor Régulo, a la puerta de la barbería, pasa por la badana varias navajas de afeitar. El Pinturas trata de obligar a un perrito a que se sostenga sobre las patas traseras. Chico 1.º y 2.º, en la parte derecha del foro, vuelan una cometa que se ve remontarse por las bambalinas._ EUSTASIA (_Dando jabón a la ropa y restregándola luego, canta un tiento._) ¡Ay, ayayay, ay, ayayay! ¡Ay, ayay!... ¡El día que yo te vea... ay, ay, el día!... LIBORIO (_A Eustasia, dejando de leer y confidencialmente._)—¡Chits!... ¡Eustasia!... Daría los noventa y pico de años que me restan de existencia por ser enagua. EUSTASIA.—¡Caramba! ¿sí?... ¿Y con qué ojeto? LIBORIO.—Pa tener el gusto de que me echase usté a la colada. EUSTASIA.—¡Caray, qué rico! (_Cantando._) ¡Ay, ayayay, ay, ayayay, ay!... ROSA.—¿Pero se pué saber qué es lo que te duele, hija? EUSTASIA.—¿Que qué me duele? (_Mirando a Liborio._) Un divieso... que me ha salido aquí al lao. RÉGULO.—Pues belladona con él. EUSTASIA.—Estos me los suele reventar mi marido. LIBORIO (_Escamado y separándose un poco._)—¡Repringue! RÉGULO.—¡Que te mejores! EUSTASIA (_Al ver que Liborio se ha separado._)—¡Ya nos vamos aliviando, ya! NIÑA (_La que se peina, casi llorando._)—¡Pero madre!... VECINA 1.ª—¡Calla, recondená! NIÑA.—¡Si es que m’arranca usté el cabello! VECINA 1.ª—¡Pues no le llama cabello a esto y paece el pelote d’un sofá! ROSA.—Dame una hebra, Quintina. QUINTINA (_Dándole una hebra de hilo._)—Tome usté, señá Rosa. LIBORIO.—¿Y cómo anda de istrución ese perro, Pinturas? PINTURAS.—Ya sabe el ejercicio. Ahora le estoy educando pa monecipal. EUSTASIA.—¡Qué gracia! ¿Y qué le enseñas? PINTURAS.—A andar despacio y a pararse en las esquinas. RÉGULO.—Tóo el manual. LIBORIO.—¡Já, já! (_Riendo._) ¡Tié salero! EUSTASIA (_Cogiendo el lebrillo de la ropa._)—¡Vaya, me voy a tender! LIBORIO.—Y yo. (_Se tiende en el suelo, apoya la cabeza en una piedra y sigue leyendo._) EUSTASIA (_Amenazándole con la pala._)—¡Gracioso! (_Vase por la puerta del solar._) ESCENA II DICHOS _y_ SEÑOR METODIO (_guardia de Orden Público_). _Sale por la calle de la derecha._ METODIO.—Salú, vecindario... Buenos días, Régulo. (_Yendo hacia la barbería y quitándose la teresiana._) RÉGULO.—¡Hola, señor Metodio!... METODIO.—Afeitarme en un vuelo, que voy de servicio. RÉGULO.—Al vapor. Deje usté el armamento. (_Cuelga el sable que se quita Metodio donde éste colgó la teresiana y procede rápidamente al afeitado._) CHICO 1.º (_Dejando al Chico 2.º el hilo de la cometa y viniendo furioso ante la taberna._)—¡Señá Lorenza, señá Lorenza, dígale usté a Donisio que no tire piedras a la cometa, que va a cobrar! (_Cae una piedra y da en el periódico que lee Liborio._) LIBORIO (_Incorporándose furioso._)—¡Pero, chico! (_Mirando hacia la derecha._) ¡A ver si te estás quieto, que más dao en el folletín! (_Cae otra piedra entre las vecinas._) ROSA (_Asustada._)—¡Rediez!... ¡qué cantazo! QUINTINA (_Indignada._)—¡Pero señá Lorenza, que sigue con las piedras!... LORENZA (_Saliendo con calma de la taberna._)—¡Ay, hija, ni que fueran ustés de porcelana! ¡Jesús!... (_Al chico._) ¡Donisio... no tires, hijo, que vas a romper un cacharro! LIBORIO.—Guasitas encima, ¿eh? DONISIO (_Que sale huyendo por la derecha de los chicos de la cometa, que la recogieron a su tiempo._)—¡Madre! ¡madréee... que me pegan! (_Donisio es un pequeñuelo que va en mangas de camisa, lleva tirantes y fuera de los calzones el faldón de la camisa._) LORENZA.—¡Hala pa dentro, mala pécora! (_Lo entra en la taberna dándole azotes._) ESCENA III DICHOS _y un_ CARRETERO _Se oye próximo el rodar de un carro, ruido de colleras y dos o tres trallazos._ CARRETERO (_Dentro._)—¡Riá, mula! ¡Riá, condenada! ¡Mula! ¡Sooó! ¡Generala! ¡Sooó! (_Saliendo sucio de harina hasta la exageración, con la boina casi blanca y cara y manos enharinadas._) ¡Güen día!... ¿Hay quien _afaite_? PINTURAS.—Pase, caballero; pase y asiéntese, que se le va a servir de seguida. CARRETERO.—¿_Ande_ m’asiento? (_Empieza a sacudirse la boina contra una rodilla, y luego se golpea la ropa levantando una terrible polvareda de harina. Tosen todos los que hay en escena._) PINTURAS.—¡Recoles!... (_Tosiendo._) ¡Ejem!... ¡ejem! Aquí... asiéntese aquí. (_Le ofrece un sillón._) RÉGULO (_Tosiendo._)—¡Ejem!... ¡Chits!... Oiga, buen amigo, no sacuda más, que ha desperdiciao usté dos libretas, lo menos. CARRETERO (_Sentándose._)—¡Maldita siá lá!... Si se pone uno que... PINTURAS (_Al maestro._)—Paño. RÉGULO (_Dándole el paño._)—A ese con verduguillo y sin repaso. PINTURAS (_Pone el paño al carretero y le quita la boina._)—Dejaremos la boina aquí. (_La cuelga._) CARRETERO.—¡Oye, tú, a ver _ande_ la dejas, no me la _van_ quitar! PINTURAS.—¡Caballero, este salón es de confianza! CARRETERO.—Lo digo porque, no vas a pensarte, el otro día en la Ronda Segovia m’apandaron una a listas, recién estrená. PINTURAS (_Dándole jabón._)—Aquí no semos de esos. (_Tose._) ¡Ejem! ¡ejem! ¿Y esa harinita que acarrea usté, es _candial_ u centeno? CARRETERO.—Es pa cataplasmas. PINTURAS.—¡Bullanguerillo! (_Le da más jabón._) METODIO (_Al señor Régulo._)—El bigote déjamelo a lo kaiser. CARRETERO (_Al escuchar un inquieto cascabeleo de colleras, se vuelve furioso hacia la derecha y dice dando un grito terrible._)—¡Coronela! PINTURAS (_Asustado y dando un salto._)—¡Mi madre! ¿Qué pasa? CARRETERO.—¡Aguarda, hombre! (_Incorpórase y mira hacia donde ha dejado el carro._) ¡Maldita siá! ¡Coronelááá! (_A gritos._) ¡Ay, Granaíto, Granaíto, que te voy a hacer polvo! PINTURAS.—¿Más polvo? CARRETERO (_Se levanta rápidamente, coge el látigo que habrá dejado apoyado en la pared y echa a correr con el paño puesto y la cara llena de jabón_.)—¡Siooó, mula! (_Se oyen trallazos._) ¡Machooó!... ¡Perro! ¡Maldita sea tu casta, ladrona! (_Se oye ruido de colleras._) ¡Siooó! ¡Mala sangre! ¡Asesinooó! (_Vuelve y deja el látigo_) ¡Amos, hombre; esa perra, ca vez que la engancho en varas, m’atolondra el macho! PINTURAS.—¿Es coqueta? CARRETERO.—¡Burro! (_A Pinturas._) (No es a ti.) (_Alto._) ¿Tú también? ¡ay, si güelvo, si güelvo! (_A Pinturas._) _Afaita._ PINTURAS (_Afeitando._)—¿Y qué, ha visto usté cómo anda eso de la política? CARRETERO.—¡Política! Quita, hombre, a mí tóo lo que no sea la República ¡agua limón! (_Metodio se vuelve y le mira._) Y vengan palos, y cortar caezas, y colgar gente rica. (_Metodio vuelve a mirarle._) PINTURAS.—Sí, vamos, usté tira a la _demagogogía_. CARRETERO.—¡Natural! ¡Y ajuera ladrones, y abajo los empleaos, y a destripar guindillas! Créeme a mí. METODIO (_Con la cara llena de jabón._)—¡Oiga usté, mi amigo! CARRETERO (_Con la cara llena de jabón, también._)—¿Qué pasa? METODIO.—Que como siga usté rebuznando a ese tenor, le acabamos a usté de afeitar en la Delegación. CARRETERO.—¿_D’ande_ ha salío esa voz aflautada? METODIO.—De Metodio Lagunilla, agente de primera afezto a la Zona norte. CARRETERO.—Pus pa otro día se afeita usté con kepis, porque así enjabonao no se le nota a usté la autoridaz. Metodio.—Se usan gafas. CARRETERO.—Se usan narices postizas. Acaba, chico. (_Por lo bajo._) ¡Nos ha matao el tío guinda éste! METODIO (_A Régulo._)—¿Y que tenga uno que aguantar esto? RÉGULO.—No haga usté caso, señor Metodio, en estos salones hay que oir toa clase de ditirambos. PINTURAS (_Acabando con el carretero._)—Pa servir a usté. CARRETERO (_Levantándose._)—¡Está esto güeno! (_Mira al guardia con ira, mientras saca de la faja una bolsa de cuero y deslía el cordón que la cierra._) ¡Te digo que si uno no mirara!... ¡Así degollasen a la!... ¡Lástima de!... ¿Qué se debe? PINTURAS.—Quince céntimos. CARRETERO.—¡Maldita siá! (_Dando los quince céntimos._) En paz. (_Liando la bolsa y guardándola._) ¡Y luego que si _libertá_, y si pimientos morrones! (_Coge el látigo, se acerca a la pared y en vez de descolgar su boina coge la teresiana de un manotón._) ¡Miá tú a mí el esbirro éste! METODIO.—¿Eh? que ha cogido usté mi teresiana. CARRETERO (_Soltándola encima de la mesa._)—¡Rediezla, pues eso me faltaba, irme con tonterías en la caeza! ¡Me caso hasta en!... (_Dando trallazos y voces._) ¡Riá, Coronela! ¡Huesque! ¡Ladrona! ¡Granaíto! ¡Ay, qué macho, qué macho! ¡Mala sangre! ¡Arreeé! (_Se oye alejarse el carro y se oyen las voces del Carretero que se pierden a lo lejos._) RÉGULO (_Acabando._)—Servidor, señor Metodio. METODIO.—Bueno, ¿y qué haces cuando te tropiezas con un _devocionario_ de esos? RÉGULO.—Hacer la vista gruesa, es lo que coge. METODIO.—Hay que tener más pacencia... (_Vase foro izquierda. El señor Régulo vase con Pinturas a la barbería. Durante la escena anterior, se han marchado la Quintina, Vecina 1.ª y la Niña, y luego Liborio, quedando sólo la señá Rosa._) ESCENA IV SEÑÁ ROSA _y el_ SEÑOR BALBINO (_El señor Balbino, es un tipo de verdulero ambulante; sale por la izquierda con un borriquillo que lleva un serón cargado de frutas y hortalizas._) BALBINO (_Pregonando._)—¡Pimientos coloraos d’asar! ¡A treinta, tomates! ¡Como la grana, tomates! ¡Parroquianitas, que son de moda! ¡A treinta, tomates! VOZ (_Dentro._)—¡Verdulero! BALBINO (_Contestando._)—¡_Perroquiana_! VOZ.—¿Los da usté a veinte? BALBINO (_En voz alta._)—Aguárdate que consulte. (_Al burro._) ¿Los damos a veinte, Catalino? (_En voz alta._) Dice mi socio que no hay negocio. (_Pregonando._) ¡Como la grana son! ¡Como la grana son! ROSA.—Adiós, Balbino. BALBINO.—Hola, señá Rosa, ¿pero toavía anda usté pol mundo? ROSA.—Y el rato que me queda, hijo. BALBINO.—Así sea. ROSA.—¿Y vienes por la manduca? BALBINO.—A ver. He visto bostezar a _Catalino_ y he dicho las doce y cuarto y nos hemos venío pa acá en busca del _lunche_. (_Descarga el serón con las verduras y lo pone junto a la taberna y le coloca al burro en el cuello el saco del pienso._) ROSA.—Siempre estás de güen humor, hijo. BALBINO.—¿Yo? Yo no. El que es feliz es mi _socio_. Aquí lo tié usté; tié tres cargos, cuadrúpedo, industrial y verdulero, pus entavía le queda tiempo pa sus asuntos particulares con una burra vecina. Místelo; nos queremos como hermanos. Hace cinco años que nos hemos juntao bajo la razón social de Balbino Verdolaga y Compañía, y menos en las algarrobas en tóo lo demás vamos a medias; pues aún no hemos tenío el más ligero disgusto. ¿Qué le falta a este burro pa ser una persona?... ¡Darme un par de coces! Y no lo espero, ¿verdá _Catalino_? ROSA.—¿Qué dice? BALBINO.—¿Dice que si usté gusta? ROSA.—Gracias, hijo. BALBINO.—¡Ande come uno comen dos, no sea usté niña! ROSA (_Levantándose y marchándose._)—¡Anda y que te dé el viento, guasón! (_Vase._) BALBINO.—Usté se lo pierde. (_Mira el reloj._) ¡Cuánto tarda la Lucila! Voy a avisar que nos preparen la comida. (_Mete al burro por la calle de la derecha y entra él en la taberna._) ESCENA V SEÑOR MANFREDO. _Luego_, BALBINO. (_Manfredo, que es un viejo desastrado que se dedica a pasear anuncios, sale por la izquierda llevando en alto y sujeto por un palo un gimnasta de músculos atléticos, pintado en un lienzo en actitud de sostener dos enormes pesas en las que se leen las palabras: “Fuerza”, “Robustez”, “Hermosura”, “Virilidad” y a los pies de la figura un letrero que dice_: BOLA, 10, GRAN GIMNASIO.) =Música= MANFREDO Quien quiá ser un señor de poder y vigor y adquirir robustez, puede ir Bola diez. Me alquilé para anunciar como ustedes pueden ver, mi misión es pasear y exhibirme por doquier y aunque no expreso el rubor que esta exhibición me da, digo para mi interior: ¡Ay, mamá! ¡Ay, mamá! Cuántas tonterías hacen los mortales cuando necesitan tres o cuatro reales. Yo he visto a un banquero que quebró en León bailando guajiras en un callejón. —— Ayer tarde me paré en la calle de Alcalá y una joven de buen ver que pasó con su mamá, al mirar este Sansón le salió del pecho un ¡ah! y exclamó con timidez: ¡Ay, mamá! ¡Ay, mamá! y la madre al verla tan acongojada y tan suspirante y tan colorada, dijo: no hagas caso, que es una ilusión, Siempre se exagera la musculación. Este sansón vale un millón. =Hablado= MANFREDO (_Mirando al gimnasta._)—¡Chitsss!... Hercúleo... ¿Vamos a ver si nos fían media copa?... Bueno. (_Se dirige a la taberna._) BALBINO (_Que sale de ella._)—¡Calle!... (_Reparando en Manfredo._) ¡Manfredo!... pero, ¿eres tú?... MANFREDO.—¡Balbino de mi alma!... ¡¡Cuánto me alegro!! BALBINO.—¡No te había conocido! Chico, ¿pero qué es eso que llevas a cuestas? MANFREDO.—¡Un _azleta_! BALBINO (_Mirándolo._)—¡Gachó, qué tío! (_Leyendo._) Fuerza, robustez, hermosura, _verilidaz_... ¿Y tóo eso, qué es? MANFREDO.—Cinco reales. Que me he metido a niñera d’anuncios; los llevo a paseo. BALBINO.—Pues la cosa no es mu pesá que digamos. MANFREDO.—Sin embargo; ¡el Herculitos este tié sus deficultades, no creas! BALBINO.—¿Cuálas? MANFREDO.—Pues mira, primero, la chirigota pública. Ayer sin ir más lejos nos ven dos señoritos y va uno y le dice al otro: ¡Miá qué grupo tan bonito: _Sansón y Donlila!_ Y el pitorreo siempre molesta: Y segunda y prencipal, que como tóo el peso lo llevas arriba, en cuanto te tomas dos copas, te empieza a _titubear_ el _azleta_ y de una legua te conocen que has bebido. BALBINO.—¿Por la _oscilación_? MANFREDO.—Natural. (_Deja el gimnasta apoyado en la tapia de la taberna y se sientan._) ¿Y tú qué haces por estos barrios? BALBINO.—Pues náa, chico, que ahora comemos aquí. MANFREDO.—¿Sus habéis mudao? BALBINO.—Arganzuela, decisiete. Hace un mes escaso. MANFREDO.—¿Y tu vástaga? BALBINO.—Dedicá a su comercio. Ya no tardará. MANFREDO.—¿Y tu sobrino? BALBINO.—¿Quién, Serafín? No sé de él. MANFREDO.—¡Repringue! pero, ¿no vive con vosotros? BALBINO.—Hace dos meses. Nos la jugó de puño. MANFREDO.—¡Chico!... ¡No lo hubiá creído! ¡Qué _engratetú_! Toa la vida a tu lao y de repente... BALBINO (_Con tristeza._)—Y lo peor de que nos haiga dejao no es la _engratetú_, Manfredo... MANFREDO.—Pues, ¿qué es? (_Con interés._) BALBINO (_Acercándose a su interlocutor y con misterio._)—Lo peor es que con ese motivo estoy atravesando un drama de familia que atufa. MANFREDO.—¡Porra! Pero, ¿es de veras? BALBINO.—¿Que si es de veras? Te quiero como un hermano y te lo voy a contar tóo pa que veas cómo las estoy pasando. MANFREDO.—Me dejas _demudao_. Cuenta, cuenta... BALBINO.—Mira, Manfredo, tú ya sabes que respetive al bienestar, mi casa era un eden... ¡Más!... ¡Un _eden concert_!... MANFREDO.—Me costa. BALBINO.—Ya que mi chica perdió a su madre a los tres años, dije, pues que no eche de menos el cariño que la va a faltar y la _quintudupliqué_ el mío; que tú sabes que ciego por ella y si me pide la luna no se la traigo porque no sé por dónde se sube, que si no, se la bajaba de un cuerno. MANFREDO.—Me sigue _costando_. BALBINO.—De chiquilla, pa que tuviese con quién juar, recogí a mi sobrino Serafín, como sabes, cuando murió mi cuñada y me lo llevé a casa. MANFREDO.—Acción meritoria. BALBINO.—Pues bien, los chicos, primero con el apego de criarse juntos, después con lo natural que da el roce, pues lo que era una cosa, luego fué otra, y en total, que mi Lucila se _pirrió_ por Serafín, sin que él se diese cuenta, y de pronto, cuando más mochales estaba la chica, va el ganso ese y se nos larga a vivir con una tal Carmen. MANFREDO.—¡Mi madre! BALBINO.—Lo que oyes. MANFREDO.—¿Ella se habrá quedao _desconsoladisma_? BALBINO.—¡Carcúlate! Ahora, que ya la conoces, y como ella cree que yo no me he enterao de náa, pues pa no darme el desgusto, la creatura se repudre por dentro y se va a llorar por los rincones; pero delante de mí siempre está con unas risas y unas alegrías que m’hacen más daño que un clavo en las botas. MANFREDO.—Pues vaya una coba triste. BALBINO.—¡Considera! Y yo, la verdad, quisiera una cosa de ti. MANFREDO.—¿Cuála? BALBINO.—Que t’aguardes, y cuando venga la chica, yo me largo ahí dentro, y a ver si tú _pués_ sacarla con maña su verdadero sentir. No sea que me haga algún disparate que me amargue. MANFREDO.—No lo creo; pero en fin, déjamela a mí, que yo la hablaré. (_Se oyen risas lejanas._) BALBINO.—¡Calla!... ¡Ella viene! Ya está ahí. MANFREDO.—¡Y cómo se ríe! BALBINO.—Lo de siempre. ¡La pobrecilla, pa engañarme!... ESCENA VI DICHOS _y_ LUCILA LUCILA (_Sale por la izquierda con una cesta llena de juguetes baratos, y atado al asa un hilo con globitos de colores. Viene riéndose exageradamente y mirando atrás._)—¡Já, já, já! ¡Qué gracia! ¡El demonio del hombre! (_A su padre._) ¡Hola, agüelo! BALBINO.—¿Pero qué te pasa, tarambana? LUCILA.—¡Náa... calle usté, que vengo partía de risa! ¡Já, já, já! ¡Qué salao! MANFREDO.—¿Pero qué t’ha sucedío pa ese jolgorio? LUCILA.—¡Quite usté, señor Manfredo! ¡La gracia _el_ mundo! Un señor viejo que m’ha preguntao que cuánto quería por los _juetes_ con escaparate y tóo. BALBINO.—¿Y tú qué has dicho? LUCILA.—Que veinticinco años y un bigote rubio. BALBINO.—¿Y qué t’ha contestao? LUCILA.—Que no llevaba suelto, y le he añadío que pa gaitas ya las vendo yo. ¡Já, já! ¡Qué salero! MANFREDO.—¡Eres el demonio! BALBINO.—¿Y has vendío mucho? LUCILA.—¿Vender?... ¡Ganas! Dende que ha salío el futu-bul se están poniendo las creaturas que no siendo a coces no saben a qué juar. ¡El mejor día agarro yo el _bazar_, le pego un puntapié y _futu-bul_! En toa la mañana no he vendío más que Don Nicanor tocando el tambor, a una señora gruesa, y _Don Genaro_ saludando a una estitutriz, que como era francesa no ha entendío el saludo y me lo quería devolver. Total: entre la señora y la estitutriz, dos perras. Se lleva una perra el Ayuntamiento, conque le queda a usté otra pa mantención, ropa limpia y ladridos... ¡Usté verá el negocio! BALBINO.—¡Pa echar _utomóvil_! Vaya, voy a avisar que nos calen la sopa. (_Vase a la taberna._) LUCILA.—Sí, que traigo gazuza, padre. ESCENA VII LUCILA, MANFREDO. _Luego_ BALBINO. Manfredo (_Aparte._)—¡A ver si se me franquea! (_Hace señas de inteligencia a Balbino, que se asoma con disimulo tras la puerta de la taberna. Alto a Lucila_.) Oye, ya m’ha dicho tu padre que sus habéis mudao. LUCILA.—Sí, señor, en la cae la Arganzuela. Tenemos un chalete lujosísimo, con vistas a la mar... a la mar de solares. MANFREDO.—Ya iré a veros. LUCILA.—Pues vaya usté pronto, que está la escalera pa caerse. ¿Y l’habrá dicho a usté también que Serafín nos hizo rabona, eh? MANFREDO.—Eso m’ha contao. Y que se fué con una tal Carmen. LUCILA (_Con tristeza._)—Sí, señor. Mañana precisamente hace dos meses, mire usté. MANFREDO.—¿Tú habrás tenido el primer disgusto? LUCILA.—¡Hombre... sí que lo sentí, porque le tenía una miaja de ley, pero náa más! Ahora que... ¡lo que son las cosas de la Providencia!... ¿A que no sabe usté lo que he sabío esta mañana, señor Manfredo? MANFREDO.—¿Qué has sabido? LUCILA.—¡Pues que Serafín y la Carmen han tarifao ya! MANFREDO.—¡Rediez! LUCILA.—¡Y de mala manera! Me he encontrao al cojo Changa, ese amigote suyo, y me lo ha contao tóo. Al mes de vivir juntos, la madre lo echó a la calle; creo que no congeniaban. Al menos eso dicen ellas. Pero la verdá de la cosa es que la Carmen no le quería, y se ha encaprichao, según dicen, con el señor Valeriano, el pollero, que tié guita larga, y ha dejao al otro por puertas. MANFREDO.—¡Buen castigo! ¿Tú te habrás alegrao de ole? LUCILA.—¿Yo? ¿Por qué me voy a alegrar? MANFREDO.—¿Que por qué?... ¡Porque sí! No disimules; porque tú quiés a Serafín hasta donde se pué querer. LUCILA (_Sorprendida._)—¿Yo? ¡Qué tontería! ¿Quién se lo ha dicho a usté? MANFREDO.—Un pajarito que tóo lo sabe: la experencia. ¡Tú le quieres, no lo niegues! LUCILA.—¡Hombre... quererle, claro!... Algo. MANFREDO.—¡Mucho! LUCILA.—Es natural... ¡Toa la vida a su lao!... Que cuidarle cuando se ponía malo... que reirme con sus bromas... que adivinarle los gustos... Y un año y otro, siempre juntos... pues, claro, aunque una sea un perro... se toma cariño. MANFREDO.—Es que tú l’has tomao un poquito más que cariño. LUCILA (_Vacilando._)—¡Tanto como eso no, pero he pasao malos ratos, sí, señor; pa qué le voy a usté a engañar! Pero no se lo diga usté a mi padre, ¿eh? MANFREDO.—¡Descuida, mujer! LUCILA.—Pues los he pasao; porque yo que sé lo que es querer, he visto que ella no le quería y él cáa vez más loco. A una palabra suya iba de cabeza, y en cambio mis consejos y mis _avertencias_, náa... Como si soplase usté al sol pa enfriarlo: inútil. Pero el querer es así: loco, y hay que aguantarse. Ya ve usté, yo era todo por su bien, sin interés denguno... (_Se le saltan las lágrimas_,) y ella en cambio, le desprecia... pus se ha ido con ella, y es que la vida tié esas cosas... ¡Ay! ¡Si yo me hubiese podido hacer más chiquita, más chiquirritita de lo que soy... y me hubiese podido esconder en el corazón de esa mujer, entonces sí que le hubiera querido, señor Manfredo, entonces sí que le hubiera querido! (_Llora._) MANFREDO (_Conmovido._)—¡Me caso en el gimnasta! ¡Maldita sea mi suerte! LUCILA (_Secándose las lágrimas._)—(¡Chito! ¡Calle usté! ¡Mi padre!) BALBINO.—Ya está la sopa, tú. LUCILA.—Vamos. BALBINO.—Oye, (_Observándola._) ¿pero qué es eso? ¿Llorabas?... LUCILA.—¿Yo?... ¡Quite usté, hombre! ¿Llorar? (_Ríe._) ¡Já, já! ¡qué gracia!... Pues precisamente le estaba diciendo al señor Manfredo, que estoy mu contenta porque ca día está usté más arriscadete y más guapo. ¡Como que unas señoras me lo querían coger anteanoche pa una tómbola!... ¡Misté qué ojos más ladrones... y misté qué nariz! ¿Usté ha visto una alcachofa más bonita en su vida? BALBINO.—¡No seas niña, Lucila, y no desimules! LUCILA.—¡Bendito sea mi padre! ¡Ele! ¡Esto sí que se quiere de veras en el mundo, señor Manfredo! ¡Él pa mí, yo pa él, sin coba, ni paripé... siempre juntos los dos! (_Le abraza._) ¡mi agüelete!... ¡Ele! (_Quiere reir y llora._) BALBINO.—¿Lo ves, lo ves cómo lloras? LUCILA.—Bueno, ¿y qué? Aunque llore, ¿qué? Es de alegría, señor. También se llora de alegría. Hay días que llueve con sol, ¿verdá usté?... (_Empujando a su padre._) ¡Eche usté pa alante, so gitanazo! ¡Já, já! ¡Místelo, tié la esbeltez del talego! (_Abrazándole._) ¡pues no quiero yo na a este tío viejo! BALBINO.—¡Pero lloras, lloras! LUCILA (_Llorando francamente._)—¡De alegría... de alegría! ¡Si es de alegría, señor! BALBINO (_A Manfredo._)—¿Estás viendo? ¡Maldita sea!... (_Entran abrazados en la taberna._) MANFREDO (_Furioso, cogiendo el gimnasta._)—¡Mecachis hasta en!... ¡Después de ver esto, hoy te va a pasear a ti tu señora agüela! (_Se lo echa al hombro y sale corriendo por detrás del solar._) ESCENA VIII SERAFÍN _y_ LADISLAO _Salen por la derecha. Vienen mirando hacia atrás como ocultándose de alguien._ SERAFÍN (_Azorado._)—¿Es la Carmen? LADISLAO.—Sí, es ella. Se ha parao en la tienda de telas con una mujer. SERAFÍN.—La esperaré aquí. LADISLAO.—Bien hecho. Y atiende, Serafín; espero que quedes como un _hombrito_; duro con esa golfa, y que no te ablande el cariño que l’has tenido. SERAFÍN.—No tengas cuidao. Lo que no la diga, será porque no me deje la rabia. LADISLAO.—Piensa que esa mujer te ha tomao de pito en tales términos... que te puede utilizar un sereno _impugnemente_; y piensa que por su culpa estás siendo el _hazme de reir_ de la sociedad. SERAFÍN.—Lo he pensao tóo, y que no me quiera y me deje por otro es lo que me importa. Lo demás, ¡a mí qué! LADISLAO (_Furioso._)—¿Cómo que a ti qué?... ¿Y el honor?... ¿Y la guapeza de un hombre tirá por los suelos?... ¿Y la befa social?... ¿Son fruslerías? Ten denidaz. SERAFÍN.—¡Lo que tengo es que no puedo vivir sin ella, y hay que arreglarlo sea como sea! LADISLAO.—Por la tremenda. Créeme a mí. La mujer es un ser fútil y veleta que compará con nosotros no vale el pan que come. Ahora tú procede. SERAFÍN.—¡Chist! ¡Cállate! Ya viene. Ladislao.—Pues ahí estoy. A ver esas agallitas. (_Se oculta junto a la barbería._) ESCENA IX SERAFÍN _y_ CARMEN _Carmen sale por la derecha y va a seguir y marcharse por la izquierda hasta que la detiene Serafín._ SERAFÍN (Estoy temblando, no sé si de coraje u de qué.) (_Alto a Carmen._)—¡Carmen! CARMEN (_Volviéndose sorprendida._)—¡Tú! SERAFÍN.—Yo, sí, señora. CARMEN.—Bueno, ¿y qué quieres? SERAFÍN.—Dos palabras. CARMEN.—Vengan y que no sean más. SERAFÍN.—Mucha prisa llevas. CARMEN.—Regular. Conque, ¿qué hay? Acaba. SERAFÍN (_Titubeando._)—Náa... que yo... que yo no puedo estar así más tiempo. CARMEN (_Con frialdad._)—Pues cambia de postura. SERAFÍN.—Miá, Carmen, no te burles, que vengo muy en serio. ¿Tú es que quieres mi perdición? CARMEN.—De ti no quiero nada, ni eso; ya lo sabes. SERAFÍN (_Exaltado._)—Entonces, ¿por qué me has engañao? CARMEN.—Y dale molino. La engañá he sido yo, Serafín; te lo he dicho cincuenta veces; yo, que creí que la simpatía que te tuve podría ser cariño, que luego he visto que no y que prefiero ser franca a ponerte en ridículo. Me lo debías de agradecer. SERAFÍN.—¡Carmen, piensa lo que dices! CARMEN.—Estas cosas del querer no se piensan, chico; se sienten u no se sienten, y en paz. Conque me alegro verte bueno... (_Intenta irse._) SERAFÍN (_Sujetándola._)—Aguarda, miá que voy a hacer una barbaridad, Carmen. CARMEN.—No lo creo. SERAFÍN.—Miá que tú no sabes cómo te quiero; miá que estoy en ridículo, y miá que lo sé todo; porque tú me has dejao por otro. CARMEN.—¡Mentira! SERAFÍN.—Y ahora tiés prisa pa ir a buscarle. CARMEN.—¡Mentira! SERAFÍN.—Verdá; y es el señor Valeriano el pollero. CARMEN.—Bueno, y últimamente, ¿qué? ¿No soy libre? Ese u otro, alguno tié que ser; porque monja no querrás que me meta. Conque suelta... SERAFÍN.—No te suelto... no... ¡Tú te vienes conmigo! CARMEN.—Vaya, Serafín, no te pongas pelma, y déjame... SERAFÍN.—Pues vente. CARMEN.—¡Ni arrastrá! Suéltame o grito. SERAFÍN (_Exasperado._)—¿Qué gritas?... ¡Maldita sea, no sé como no te ahogo! CARMEN.—¡Ay!... (_Luchando por desasirse._) ¡Suelta, granuja!... ¡Guardias! SERAFÍN.—¡Calla! ¡calla! CARMEN (_Llorando._)—¡Déjame!... ¡Suelta!... ¡Guardias! (_Empieza a asomarse gente a las puertas._) ESCENA X DICHOS, SEÑÁ ANTONIA _y_ SEÑOR VALERIANO _por la izquierda_ ANTONIA.—¡Carmen! ¡Carmen! CARMEN (_Soltándose de Serafín._)—¡Madre! (_Se abraza a ella._) ANTONIA.—¿Pero qué es eso?... ¿Es ese golfo?... ¿Qué te hacía ese golfo? CARMEN.—No, nada; si no era nada. ANTONIA.—¿Pero otra vez a atosigarte? Quita... (_Queriendo soltarse._) deja... déjame que lo lisie, ¡ladrón, sinvergüenza, granuja! SERAFÍN.—¡Usté tié la culpa de tóo! ANTONIA (_Gritando._)—¿Pero es que no nos vas a dejar en paz, so randa?... ¡so vago!... ¡Que maldita sea la hora que te conocimos!... ¡Dilo! ¡dilo! (_Pausa._) VALERIANO (_Que ha quedado en último término, adelanta con cachaza y le dice a Carmen en voz baja, casi al oído._)—Que no escandalice. ANTONIA.—¡Habla, so chulo sinvergüenza, habla! CARMEN.—Madre, por Dios, no escandalice usté, que se asoma gente. (_Se van asomando más vecinos por esquinas, puertas y ventanas._) ANTONIA.—¿Y qué?... (_A grito pelado._) ¿Y qué que escandalicemos? ¡Mejor! Así se enterará tóo el mundo, que no, que no, y que no lo quieres, no señor... ¡por granuja! ¡por golfo! ¡Eso es!... (_A todos._) ¡Sí, señores, ya lo saben ustés!... SERAFÍN (_Amenazador._)—¡Si no fuá usté una mujer!... ANTONIA.—Pos si no fuera yo una mujer, ya hace tiempo que llevarías tú las narices con medias suelas: que por eso has abusao, so gallina; pero se acabó la ganga... Ya hay un hombre que nos defiende... ¡Uno!... ¡Ahí lo tienes!... ¡Atrévete ahora! (_Señala a Valeriano._) VALERIANO (_Al oído de Antonia._)—¡No me ponga usté en ridículo! SERAFÍN.—Ya he visto a ese señor, sí señora; y sé cómo se llama y todo: don Nadie. VALERIANO (_Va hacia él con calma._)—Creo que hace usté mal en faltarme, joven. SERAFÍN.—Lo dicho, está dicho. ANTONIA.—¡Vale más que tú, cien mil veces! SERAFÍN.—¡Mentira! VALERIANO.—Con sosiego. (_Vuelve hacia Serafín._) CARMEN (_Intentando detenerlo._)—¡Por Dios, Valeriano! VALERIANO (_Al oído._)—No me pego con obleas. (_A Serafín._) Esclarecido pollo. Esa joven y su respetable y distinguida madre... BALBINO (_Que está asomado con Lucila a la puerta de la taberna, tose._)—¡Ejem! ¡ejem! VALERIANO (_Siempre en su voz._)—¡Tolú! Quedan desde este momento bajo mi salva... guardia; con lo cual quiero decir que el camino de su domicilio para usté desde hoy, es una senda erizada de cosco... rrones. Punto. En la brevedaz está la claridaz. ANTONIA.—¡Mu bien dicho! SERAFÍN.—¡A mí, Prim! VALERIANO.—Sin embargo, medite. (_A los vecinos._) Y esto se ha arrematao, curioso vecindario. (_Saludando a todos con el sombrero._) De ustés afeztísimos. (_A Carmen y Antonia._) Caminen. ANTONIA.—Toma quina. (_Vanse los tres izquierda._) SERAFÍN (_Dando un puñetazo en una mesa y sentándose violentamente._) ¡Maldita siá! LUCILA.—¡Bribonas! ¡Infames!... ¡Serafín! BALBINO.—¡Chist! Nosotros ni pío. Se lo tiene ganao. Adentro. (_Entran en la taberna._) VECINA 1.ª (_Con sorna a Eustasia, que está a la puerta del solar._)—Oye, Ustasia, ¿has visto qué fresco... que qué fresco hace? EUSTASIA.—Éntrate no te costipes, chica. VECINA 1.ª—¡Ja jay! (_Ríe. Los vecinos se retiran sonriendo con burla y comentando en voz baja el ridículo de Serafín._) ESCENA XI SERAFÍN, LADISLAO, _que sale de su escondite_ _Ladislao, cuando ya se han ido todos, sale como disparado y furioso del sitio donde se ocultaba, va hacia Serafín, que habrá quedado de bruces sobre la mesa en que se apoyó, y levanta la estaca como para sacudirle un palo en la cabeza, deteniéndola luego en el aire. Le mira, después con desprecio y escupe._ SERAFÍN (_Levantando la cabeza y mirando a Ladislao._)—¿Has oído? LADISLAO (_Se sonríe, se acerca a él, y casi en su oído imita el balido de un cordero._)—¡Béee! SERAFÍN (_Levantándose descompuesto._)—¡Ladislao! LADISLAO (_Muy serio._)—¡Béee! SERAFÍN (_Con rabia._)—¿Y qué quiés decir con eso? LADISLAO.—Que te lo _traduzgan_. SERAFÍN.—¿Qué me quiés decir, contesta? ¡Y no me vuelvas más loco de lo que estoy! LADISLAO.—Serafín, has quedao a la altura de un cacahué apaisao. SERAFÍN.—¿Y qué quiés que haga, dímelo?... ¿Qué voy a hacer? LADISLAO (_Con energía._)—Después de la chunga de que eres _vírtima_, no tiés más que dos caminos: u vengarte u rifar el bigote. _Ozta_. SERAFÍN.—¡Ladislao! LADISLAO.—En seco. Piensa en el choteo de tóo el mundo; en que los vecinos se te han pitorreado; y sobre tóo, en que esa y ese a estas horas se están columpiando con tu mansedumbre. SERAFÍN.—¡Eso es verdá! En eso tiés razón. LADISLAO.—Cuando una moza le hace a un hombre lo que esa te ha hecho a ti, el hombre tié derecho a todo... ¡a todo! SERAFÍN.—¿Qué quiés decir?... (_Se asoman a la taberna Balbino y Lucila._) LADISLAO.—Que pa un sujeto de vergüenza es más dizno un grillete que un cencerro. Ya lo sabes. Conque si quiés recuperar mi estimación, hoy se toman los dichos el Guitarrero y la Isabel; La Carmen y el señor Valeriano son los padrinos; a las doce y media pasará por aquí la comitiva pa ir a la Vicaría; pues bien, vente aquí a esa hora, espéralos, y a la una ponme un Besa tu mano dende la delegación u dende la Casa de Socorro. De lo contrario ya sabes el piropo que te aguarda en la historia. ¡Béee! SERAFÍN (_Desesperado._)—¡Es verdá!... ¡Adiós! (_Le alarga la mano._) LADISLAO (_Rechazándola con el bastón._)—No, la manita no. ¡Cuando la _denifiques_! SERAFÍN.—¡Por éstas, que me las pagan! (_Vase corriendo por la derecha._) LADISLAO.—¡Anda con ellos! (_Se sienta._) Náa, que está visto; hombres que tengan vergüenza no quedamos en el mundo arriba de siete. ESCENA XII LADISLAO, SEÑOR BALBINO _y_ LUCILA, _de la taberna_ BALBINO (_Acercándose a Ladislao de puntillas y acercándose a su oído._)—¡Béee! LADISLAO (_Asustándose._)—¡Canario! LUCILA (_Por el otro lado._)—¡Béee! LADISLAO.—¿Pero qué es esto? LUCILA.—Que te balamos. (_Sentándose a su lado._) BALBINO (_Sentándose también._)—Y de esos siete que tienen vergüenza déjalo en media docena. LUCILA.—Pa que sea cuenta redonda. LADISLAO.—¿Quién sobra? BALBINO.—¡Tú! LADISLAO.—¿Yo? LUCILA (_Imitando el balido._)—¡Síiii! LADISLAO.—Señor Balbino, si es broma... BALBINO (_Levantándose._)—Ven aquí, obelisco de la _morralidaz_, diosa _Cimbeles_ del honor: y tú que precipitas a una perdición a un pobre chico que le ves amargao de un desengaño, dime... ¿Aonde tiés enterrao el cadáver del que se fué a vevir con tu mujer y encima te rompió un brazo?... ¡Contesta! LUCILA.—¡Es una pregunta suelta! LADISLAO.—¡Señor Balbino, lo mío era otra cosa! Me engañó mi mujer y fué con un amigo, pero yo tenía un hijo. LUCILA.—Y no sabías de quien era... la culpa... ¿verdá? BALBINO.—¿Y aonde están los restos del que luego la puso una churrería, y del monecipal que la usufructuó tres meses, y del que la mantiene ahora?, ¿dónde? ¿Es en la _negrópolis_ del Este, por un casual?... LUCILA.—¡Contesta rico, no te cortes, que semos de confianza!... LADISLAO.—Lo mío fué una desgracia. BALBINO.—¿Una desgracia?... ¡Béee! LADISLAO.—¡Hombre, si se pone usté así!... LUCILA.—¿Y tú le niegas la mano a un hombre honrao?... ¡Béee! LADISLAO.—¡Si no fueran ustés un viejo y una chica!... (_Furioso._) LOS DOS.—¡Béee! LADISLAO.—¡Maldita siá! (_Vase rápido izquierda._) BALBINO.—¡Adiós, so _pulcro_! LUCILA.—¡_Canalla_... novedá! LOS DOS.—¡Sinvergüenza! BALBINO.—¡Va servido! LUCILA (_Apurada. Con amargura._)—Y ahora, padre, ¡por Dios! Corra usté. Traiga usté a Serafín. BALBINO.—¡Miá, hija, que si nos metemos nosotros, van a creer!... LUCILA (_Suplicante._)—¡Hágalo usté por mí! ¡Es pa quitarle de una perdición pa toa su vida! BALBINO.—Miá que está muy cegao y que me expongo a un desaire. LUCILA.—No, padre, no le hace. Búsquelo usté. Hay que salvarlo y que piensen lo que quieran. BALBINO.—Tiés razón. Yo daré con ese loco. Pero tú me aguardas ahí dentro. Sin salir pa náa. Sin meterte con nadie. LUCILA.—Sí, señor, palabra. Ahí quieta espero. BALBINO.—Pues adentro. No tardo. LUCILA.—¡Por Dios, tráigalo usté! (_Entra Lucila en la taberna._) BALBINO.—¡Ojalá lo encuentre! (_Vase corriendo derecha._) ESCENA XIII TESTIGO 1.º, TESTIGO 2.º y TESTIGO 3.º _Son tres tipos ridículos; el primero es el Pinturas, dependiente de la barbería, vestido de gala, el segundo, un mancebo de una tienda de ultramarinos a todo lujo, y el tercero un concertista de guitarra. Llevan una guitarra, una bandurria y una cítara._ TESTIGO 1.º—Güeno, ¿estamos? TESTIGO 2.º y TESTIGO 3.º—Estamos. TESTIGO 1.º—Pus ahora permitidme que sus _arengue_. TESTIGO 2.º—Oye, tú, no te _dilates_, que faltan cinco minutos. TESTIGO 1.º—Seré un tiro. TESTIGO 3.º—Pues, ¡pum! TESTIGO 1.º—Allá voy. Semos, como sus costa, testigos de la boda de la Isabel y Fernando el Guitarrero, y he creído de mi deber componerles un hizno cantando sus esponsales. TESTIGO 2.º y TESTIGO 3.º—Ha sío una idea. TESTIGO 1.º—Conque vamos a darle el último repaso con ojeto de ejecutarlo esta tarde después de la cuchipanda. TESTIGO 2.º y TESTIGO 3.º—Duro con él. TESTIGO 1.º—Bueno, pues cuando veamos a los novios más amartelaos, me adelanto yo y exclamo: Señores, oído a la caja. Hizno-tango. A Isabel y Fernando, en sus esponsales. =Música= LOS TRES. No poneros tontitos ahora y un instante tan sólo dejad el arrobo, el cariño y los mimos y este hizno al amor escuchad. Hizno chulo que ha compuesto este gachó, un e-mulo del glorioso don Gunó. Paca, Paca, pa casarse hay que tener poca, poca, poca juerga y trabajar, y no beber y no faltar ni una noche de tu hogar. Se mu formalito, cumple su deseo, pero siempre acorde con lo que aconsejan en el himeneo. Pero si ella _tace_ algo que esté feo, cógela del moño y meneo, meneo, meneo. Como este plan lo cumplas tú, turururú, nadie en Madrí te tose a ti, tiriririrí; mas si ella no te es fiel del tó, tororororó; pero si la guías como un hombre debe hacer no hay que temer. Si eres formalito como así lo creo, ya verás qué dulce himeneo, meneo, meneo. Y esto dicho que el Señor salud os dé, y avi-sarnos en cuanto venga un bebé bebé, bebé, bebebebé. =Hablado= TESTIGO 1.º—¡Creo que ha salío al pelo! TESTIGO 2.º—¡Superior! TESTIGO 3.º—Sin embargo, en la segunda corchea del otavo compás, te se duerme la púa. TESTIGO 2.º—Se tendrá en cuenta. TESTIGO 1.º (_Se oye dentro rumor de gente._)—¡Chits!... ¡Callarse... que están ahí! ¡Ya viene la cometiva! TESTIGO 3.º—¡Es verdá!... ¡Mialos! TESTIGO 2.º—¡Vivan los novios!... VOCES (_Dentro._)—¡Vivan!... ESCENA XIV DICHOS, _el_ GUITARRERO, _la_ ISABEL, CARMEN, VALERIANO, _la_ SEÑÁ ANTONIA, LIBORIO, INVITADOS _e_ INVITADAS. _Salen todos los del acompañamiento, detrás de los novios y los padrinos, armando alegre algazara, dando vivas y tirando al alto gorras y sombreros._ ANTONIA.—Hombre, podíais haber avisao. Ya sus echábamos de menos. TESTIGO 1.º—Pues estábamos aquí aguardando. LIBORIO.—Pues una vez que no falta nadie, en marcha pa la vicaría. Primera pareja, los novios. Segunda, la Carmen y el señor Valeriano, que pronto harán el mismo recorrido por su cuenta. ANTONIA.—¡Y que lo digas! LIBORIO.—¡Y el resto de la cometiva a la _neglisé_, y la orquesta a la cola! TODOS.—Mú bien. TESTIGO 1.º—¡Andando! TODOS.—¡Andando! ESCENA XV DICHOS _y_ SERAFÍN, _luego_ LUCILA, _después unos_ CHICOS, _y por último_ BALBINO SERAFÍN (_Saliendo por la derecha._).—¡Señores, un minuto! CARMEN (_Con sorpresa._)—¡Serafín! ANTONIA.—¿Otra vez? VALERIANO.—¡El consabido pollo! LIBORIO.—¿Qué se ofrece, joven? SERAFÍN.—Ustés disimulen. Siento molestar, pero deseo decirle dos palabras a ese señor. VALERIANO.—¿A mi humilde persona? SERAFÍN.—Quería que tratásemos un asunto solos y fuera de puertas. VALERIANO.—Joven, es usté menos oportuno que una charanga a la hora e la siesta. Voy envitao. Tenga usté cachaza, que hay tiempo pa todo. (_A la gente._) ¡Andando! SERAFÍN (_Deteniéndole._)—¡Es que u viene usté u le llevo yo! VALERIANO (_Con calma._)—No me zarandee usté, que puede que me moleste. HOMBRES.—¿Pero qué es eso? SERAFÍN.—¡Eche usté pa alante como los hombres, so tardío! TODOS.—¡Fuera ese! CARMEN.—No haga usté caso. (_A Valeriano._) ANTONIA.—¿Vienes a armarla, so charrán? VALERIANO.—Señores calma. Por un garbanzo no se descompone la olla. Ustés, a la Vicaría. Yo voy ahí a cincuenta pasos, hago así, (_Acción de dar un papirotazo._) y regreso. (_A Serafín._) ¡Andando! SERAFÍN.—Vamos. (_Vanse los dos por la izquierda._) TODOS (_Intentando detenerlos._)—¡No, no! ANTONIA (_Furiosa, deteniéndolos a todos._)—¡Sí!... ¡Sí!... ¡Dejarlos! (_Se asoma Lucila a la taberna._) ¡Dejarlo que lo escalabre!... ¡Quieto tóo el mundo! (_Volviéndose hacia donde se han ido._) ¡Rómpale usté la cabeza a ese golfo, pa que escarmiente! ¡Zurre usté a ese granuja!... ¡Así te hagan trizas, so hambrón!... ¡Sinvergüenza!... ¡Fuerte, dele usté fuerte! LUCILA (_Frenética de ira, sale de la taberna, se lanza hecha una hiena sobre la señá Antonia, y la agarra del moño zarandeándola._)—¿Que le dé fuerte? ¡Toma, tía perra! ¡Toma! ANTONIA (_Aterrada._)—¡Jesús! CARMEN.—¡Ay, mi madre! ANTONIA.—¿Pero quién?... ¿Quién ha sido? LUCILA.—¡Yo!... ¡Yo he sido, tía gamberra! ANTONIA.—La arrastro. (_La sujetan._) LUCILA.—¡Azuzar a dos hombres pa que se maten!... ¡Tía asesina! ¡tía chula! (_A los hombres._) ¡Y vosotros, gallinas, que lo consentís!... ¡Cobardes!... ¡Granujas!... ¡Yo!... ¡Yo sola contra todos! (_Empieza a tirarles verduras del serón que dejó Balbino a la puerta de la taberna, con una ira y una rapidez que les asusta._) ¡Tomar, tomar, blancotes! ISABEL (_Huyendo._)—¡Ay, mi mantilla! (_Se arma un escándalo monumental._) NOVIO.—¡Que me han dao con un tomate! (_Limpiándose la cara._) CARMEN.—¡Sujetarla! TESTIGO 1.º—¿Pero quién se arrima? MUCHOS.—¡Guardias, guardias! LUCILA (_A unos chicos que salen._)—¡Ayudarme vosotros, chicos! CHICO 1.º—¡Venga de ahí! (_Los chicos empiezan a tirar también._) CHICO 2.º—¡Duro! (_Tirando._) BALBINO (_Que sale corriendo._)—¿Pero qué es esto? LUCILA.—¡Padre, duro con ellos! BALBINO.—¡Vaya una menestra! (_Huyen todos chillando y corriendo._) LUCILA.—¡Cobardes! ¡Granujas! (_Tirando._) BALBINO.—¡Una boda con patatas! =Mutación= CUADRO SEGUNDO Telón corto. Un lugar de las afueras de Madrid. En el telón, a la izquierda, se verá pintado un merendero cuya puerta es practicable. Sobre la puerta un emparrado, y debajo de él dos o tres mesas y algunas sillas de anea y banquetas. Es de día. ESCENA PRIMERA DUEÑO _del merendero y el_ CHICO _El Dueño retira el servicio de una mesa que acaba de ser abandonada por algunos parroquianos._ CHICO (_Sale por la derecha mirando hacia atrás con cara de asustado._)—¡Anda diez! DUEÑO.—¿Qué te pasa? CHICO.—Náa... dos que se están pegando ahí en un desmonte. DUEÑO.—¿Por qué? CHICO.—No sé; se conoce que venían desafiaos. Y uno le ha dao al más joven una de tortas que lo ha vuelto loco... (_Mirando._) ¡Calle!... Sí... ya han acabao de pegarse... y vienen pa acá. DUEÑO.—Pues silencio. Nosotros _ande_ nos llamen. (_Entran los dos en el merendero._) ESCENA II SERAFÍN _y_ SEÑOR VALERIANO _Salen por la derecha, revelando cierta agitación en sus semblantes, y con los trajes algo descompuestos. Serafín viene sacudiéndose la ropa, sucia de tierra, oprimiéndose los labios con un pañuelo, y mirando a ver si tiene sangre. De vez en cuando escupe. Trae un carrillo muy colorado._ VALERIANO (_Con su habitual tranquilidad._)—Bueno, yo, salvando su parecer, creo que las bofetás tienen un límite, pollo. SERAFÍN (_Secamente._)—Lo que a usté le parezca. (_Se toca las narices con un pañuelo._) VALERIANO.—Lo de las narices es una ligera erosión. Tengo una mano... ¡que estoy más disgustao!... ¡paece una piedra! ¿Conque me guarda usté rencor por los cachetes? SERAFÍN.—A usté, no. VALERIANO.—Pues entonces, después de la refriega yo opino que debíamos darnos las manitas, como hacen los hombres. SERAFÍN.—Me es igual. (_Se dan la mano._) VALERIANO.—Sí, señor; en medio de su desgracia, me ha sido usté simpático, joven. Es usté un hombrito de corazón, aunque no le acompañen las fuerzas; y ¡qué caramba! Eso no es náa; a su edad de usté me las han arreao a mí, que durante ocho días tenía que llevar las narices en equilibrio. Siéntese usté ahí. (_Señalando una mesa._) SERAFÍN.—No, gracias. VALERIANO.—Que se siente usté, digo. SERAFÍN.—Bueno. (_Se sientan los dos. Valeriano llama dando dos palmadas._) DUEÑO (_Sale._)—¿Qué desean? VALERIANO.—Dos quinces y un botijo. DUEÑO.—En seguida. (_Vase al merendero._) VALERIANO.—Y ahora cuando la traigan, se lava usted el carrillo con un poco de agua fresca; es mejor que el árnica. SERAFÍN.—No, si no tengo náa. VALERIANO.—Bueno, hombre, pero por si se infla _espontaniamente_. (_El dueño sirve el vino y el botijo y vase._) Beba usté. (_Ofreciendo un vaso de vino a Serafín. Beben unos sorbos._) SERAFÍN.—Gracias. VALERIANO.—Y ahora, joven, aquí de sobremesa y antes de separarnos, quiero darle a usté como compensación de los mamporros, cuatro consejos. SERAFÍN.—Usté dirá. VALERIANO (_Bebe un trago._)—Discreto pollo: es usté un chavalillo inesperto con el atolondro propio de la _juventú_ y debe usté apuntarse esta máxima pa el resto de su vida: La mujer, es como un sorbete, cuando se toma con mucho calor hace daño. Tóquese usté las narices y me dará la razón; y crea usté a un zorro viejo: no desafíe usté a nadie sin motivo, porque acalorao no mira usté el rótulo y, creyendo meterse en una confitería, a lo mejor le resulta a usté una tahona. Llueven las tortas. Y no canso más. Respective a lo de la Carmen, no sea usté niño. Yo, como ca _quisque_, poseo el espejuelo de mis atraztivos y lo manejo con la contumelia propia de una pestaña experimentada. ¿Que cae una alondra? No la voy a hacer ascos por miramientos al cazador vecino. Sería majadero. (_Se levanta._) Conque cuatro cosas en total, joven; pacencia, serenidaz, agua fresca y... pague usté esas dos copas, que no lo voy yo a poner todo. Y venga esa mano. Sé que se queda usté amargao por dentro y por fuera; pero así he aprendido yo, y como el tiempo _desinfla_ y tranquiliza, cuando pasen algunos días, pué que no tenga usté una mano más amiga que la que hoy le ha hecho a usté daño, bien a su pesar. Salú. (_Vase por la izquierda._) ESCENA III SERAFÍN; _luego_ LADISLAO. EL DUEÑO _del merendero durante la escena_. SERAFÍN (_Casi llorando._)—¡Sí! ¡Me comen la vergüenza y la rabia!... ¡pero ese tío tié razón! ¡No tié él la culpa; es ella!... ¡ella! LADISLAO (_Sale por la derecha azorado y jadeante._)—¡Gracias a Dios! ¡Por fin doy contigo! (_Mira a todos lados._) ¿Pero qué es esto?... (_Con burlona sorpresa._) ¡Tú solo! ¡Solo con dos copas! ¡Tú _meditamundo_! ¿Y ese hombre, que no lo veo? (_Mira por debajo de las mesas y las banquetas y luego dice a Serafín con voz siniestra y casi al oído._) Serafín, ¿ande has echao los pedazos? SERAFÍN (_Con desprecio._)—¡Déjame en paz! LADISLAO.—Oye, ¿pero qué tiés en la cara?... ¿Tú no habías pasao el sarampión? SERAFÍN (_Llama y sale el dueño del merendero._)—¿Qué se debe? DUEÑO.—Treinta céntimos. SERAFÍN.—Ahí van. (_Paga y se levanta. Vase el dueño llevándose las copas._) LADISLAO.—¡Recontra! De modo, que tras... _ecétera_, apaleao y encima pagano. SERAFÍN (_Furioso._)—¡Cállate, o por mi salú que te dejo seco! LADISLAO (_Aterrado._)—Oye, tú... SERAFÍN (_Separándose dominado por una gran excitación._)—¡Sí! ¡No tengo cara pa vivir mal mirao! Ahora irá ese tío, lo contará todo y se reirán de mí... Y se reirá ella... ¡ella más que nadie! Y luego, por donde voy, la burla y la chirigota... ¡No, no lo resisto; ella me ha engañao, pues contra ella! ¡La mataré! ¡Tengo derecho! ¡Hay que ser hombres! Adiós, Ladislao; voy a dar gusto a todos, a ti y a mí, y a los compañeros de taller y a las vecinas y al mundo entero. LADISLAO.—Pero, ¿qué dices? SERAFÍN.—¡Adiós! (_Vase por la izquierda._) LADISLAO.—Oye, tú, y de paso dile a tu tío Balbino, que ya lo cogeré yo a solas, que lo de esta mañana no me s’ha olvidao. (_Se sienta y da dos palmadas._) ¡Merenderero! ESCENA IV LADISLAO _y_ BALBINO BALBINO (_Que sale por la derecha, se acerca a la mesa._)—¡Va! LADISLAO (_Sorprendido y temeroso._)—¡Caray! BALBINO.—¿Qué desea el gorrión? LADISLAO.—¿Usté? ¡Hombre, m’alegro! (_Levantándose, al mismo tiempo se sienta Balbino._) BALBINO.—No; que he venido, he visto la solfa que le han dao a tu amigo por seguir tus consejos, he visto que la cosa no pasaba a mayores, he permanecido _nutral_ y aquí me tiés pa servirte. LADISLAO.—Pues m’alegro, porque quería yo que arreglásemos la cuentecita de esta mañana. BALBINO.—¿Tiés prisa en cobrar? LADISLAO (_Amenazador._)—¡Lo que tengo prisa es en mascarle la nuez a los que me faltan, eso! BALBINO (_Fingiendo miedo._)—¡Oye, tú, Ladisladito, por Dios, que yo creo... (_Solloza._) que no debías ensañarte con un pobre viejo! LADISLAO (_Envalentonado._)—Y si tié usté miedo, ¿pa qué insulta usté, so maula? BALBINO (_Llorando._)—¡Hombre, no te enfades... yo, ha sío en un pronto; y piensa que si a mis años me haces así, (_Le da un pescozón._) me tiras al suelo!... ¡Tenme lástima! LADISLAO.—Oiga usté... (_Cogiendo el sombrero._) BALBINO.—No sabes el miedo que he pasao dende esta mañana... porque yo decía, si esa fiera me encuentra, con el genio que tiene, y me da así na más... (_Le da un puñetazo._) ¡me atonta! LADISLAO.—Oiga usté, haga el favor de poner los ejemplos de palabra, ¿eh? BALBINO.—Los viejos, hijo, ya no valemos pa náa... Figúrate si con tu fuerza levantas el pie y me das de esta manera... (_Le da un puntapié._) pues me amargas. LADISLAO (_Asustado._)—¿Pero quiere usté hablar sin acionar? BALBINO.—¡Yo es pa que me comprendas, hijo! De manera que tenme lástima y que no te se ocurra darme dos chuletas así... (_Le pega dos bofetadas._) ni tirarme encima de una silla, como un pingajo indecente... (_Lo tira al suelo._) LADISLAO.—¡Pero qué es esto! BALBINO (_Llorando._)—Ten lástima de un pobrecito anciano, hijo... LADISLAO (_Furioso._)—¡Eso le vale a usté, que es un viejo! BALBINO.—¡Dios te lo pague, hijo! ¡Adiós, rico! (_Vase llorando._) =Mutación= CUADRO TERCERO Riberas del Manzanares. En los laterales izquierda, últimos términos, se ve la fachada posterior de un restaurant, y un trozo de jardinillo correspondiente a él y circundado por una empalizada de listones unidos en forma de celosía. Esta valla que constituye un ángulo recto, tiene un pequeño portoncillo, practicable, que da a la escena en línea paralela a la casa. Por las ventanas abiertas del merendero sale la viva claridad de la luz eléctrica. En el telón de fondo se ven los pinares de la Florida, y en la parte derecha de la decoración un poético remanso del río, iluminado por la luna, que luce su claridad entre las copas de viejos álamos. Un puentecillo rústico da por el foro, paso sobre el río.—Sobre la orquesta se oye muy lejos la marcha de un tren, que pasa por la vía férrea próxima al lugar de la acción; las levísimas campanadas de un reloj muy lejano y los perdidos ecos de la canción de un viandante. Escúchase también el ladrido, casi imperceptible, de un perro de los que acompañan a los vigilantes de los lavaderos, y contrastando con estas perdidas notas de soledad y misterio se escucha dentro del merendero el rasgueo alegre de las guitarras y la vibrante voz de un cantador de flamenco, que es jaleado con ruidoso entusiasmo. ESCENA PRIMERA CANTADOR, _dentro_ =Música= Es la penita más grande querer y que no te quieran, quien quiere sin esperanza conoce la pena negra. Ay, serrana mía, por quererte a ti de veras conozco yo esa penita. ESCENA II LUCILA. _Sale por la izquierda, primer término, envuelta en un mantoncillo; se para junto a la empalizada y escucha las últimas notas de la canción flamenca, que termina con voces y aplausos, reinando luego el silencio._ =Hablado= LUCILA (_Admirada._)—¡Buena voz! Paece un mixto de verderón. Debe ser Pepe el Trampas. Náa, que no he marrao. Aquí está la boda del Guitarrero. ¡Jesús divino, qué día llevo! Dende la ensalá que armé esta mañana lo estoy pasando de _ole_. Primero cuatro horas en la _delega_ por haberle deteriorao el crepé a la Señá Antonia; así de que salgo, dejo a mi padre, me voy a cá la señá Quintina a ver qué había sido de Serafín, y me cuenta la pobre vieja, toa _azará_, que a las siete había llegao el susodicho joven con la cara como una pandereta, después de haber corrido tóo el _barrio_ averiguando en qué merendero estaban celebrando la toma de dichos; y así de que llegó a casa escribió una carta, le dijo a la señá Quintina que se la llevase a su maestro si a las once de la noche no había vuelto, y apretó a correr. No se necesita ser un lince pa calcular las tripitas que traerá. Y yo, yo estoy que me deshago de nerviosa; tengo frío y calor tóo a un tiempo, y me saltan las sienes. ¡Ojalá dé con él! Rondaré el merendero... (_De pronto queda escuchando._) ¡Sí!... (_Mira con atención._) Uno se acerca. ¿Será él? (_Se oculta por la izquierda._) ESCENA III LUCILA, _oculta_; SERAFÍN. _Después_ CARMEN, SEÑOR VALERIANO, INVITADO 1.º _e_ INVITADA 1.ª SERAFÍN (_Apoyándose angustiado en la empalizada._)—¡No me puedo tener en pie! Tengo el sudor helao y la boca amarga como una retama. Llevo dos horas esperando una ocasión, sin saber si entrar de repente u aguardar que salgan. Aguardaré: es más seguro. He querido irme cien veces, he probao y no puedo; cuando me separo de aquí paece que hasta las piedras me llaman gallina... Y en toas partes oigo lo mismo... las mismas palabras, que ya se me han agarrao al corazón. ¡Te ha engañao! ¡Mátala! ¡Tiés derecho!... Y yo no sé; no sé si tengo derecho u no, lo que digo es que me ciega la idea de que está con otro. Y así no puedo vivir. Sí. Esta noche acabará todo. (_Se oyen voces dentro del merendero._) Salen... ¡Que no me vean! ¡Si fuera ella! (_Se oculta tras la empalizada._) CARMEN (_Dentro del jardinillo y como hablando con alguno del merendero._)—¡Ja, ja, ja! (_Ríe._) No, si no tardamos. SERAFÍN.—¡Ella! ¡Por fin! (_Saca la navaja._) VALERIANO (_Dentro._)—No, un menuto. Vamos ahí, al lavadero del _Quico_, a ver si quié dejar venir a la chica, y verán ustés cómo baila las sevillanas. (_Salen por el portoncillo a la parte exterior de la escena Carmen, Valeriano, Invitada primera e Invitado primero._) INVITADA 1.ª—¡Oye... qué noche hace; si paece de verano! INVITADO 1.º—Da gusto. CARMEN.—Yo estaba deseando de salir; me ahogaba ahí dentro con el humo de los cigarros (_Aparte a Valeriano._) y tenía gana de que hablásemos un ratito con libertá. VALERIANO.—Y yo. Pero, ¿por qué no has sacao el mantón? CARMEN.—Si no tengo frío. INVITADA 1.ª—Yo me le he puesto. VALERIANO.—Póntelo que por aquí siempre cae relente. CARMEN.—Lo cogeré por darte gusto. (_Entra por el jardinillo al merendero._) INVITADA 1.ª—No tardes. INVITADO 1.º (_Desde el puentecillo._)—Mirar qué bonito hace desde aquí este pedazo del río con la luna. (_Valeriano y la Invitada_ 1.ª _van a mirar._) INVITADA 1.ª—Qué hermosa es la noche, ¿verdá? VALERIANO.—La noche y el día; cuando se está a gusto tóo es bonito. CARMEN (_Saliendo._)—¿Dónde están?... (_En este momento Serafín, que se oculta tras la empalizada, va a lanzarse sobre Carmen con la navaja en la mano y se encuentra fuertemente detenido por Lucila, que al ver su actitud sale de su escondite sigilosamente quedando en acecho tras él, hasta este momento en que le sujeta el brazo y le tapa la boca con la otra mano._) SERAFÍN (_Va a llamar._)—Car... LUCILA (_Tapándole la boca._)—Chissss... SERAFÍN (_Con voz ahogada._)—¿Eeeeh?... ¿quién? LUCILA (_En voz baja._)—¡Silencio! CARMEN (_Llamando._)—¡Valeriano! VALERIANO (_Desde el foro._)—Por aquí. CARMEN (_Mirando hacia atrás al irse._)—Juraría que he oído moverse esas ramas. (_Desaparece por el foro._) ESCENA IV LUCILA _y_ SERAFÍN SERAFÍN.—¡Lucila! pero, ¿eres tú? LUCILA.—Sí, yo; ¡yo mismita! SERAFÍN.—Suelta... suelta... (_Forcejean._) LUCILA.—No... aguarda... aguarda un momento. (_Al ver que ha desaparecido Carmen._) Ya... ya estás libre; ya _pués_ guardarte esa navajita y salir. Y a tóo esto mu buenas noches. SERAFÍN (_Tembloroso y frenético._)—¿Y tú a qué has venido? LUCILA.—Náa, hombre, que como no _te se vé_ el pelo por dengún lao y no tiés _tiléfono_, quería hablarte y ¡velay! SERAFÍN.—¡Vete... vete y déjame, Lucila! LUCILA.—Y ¡camará, cómo recibes; recibes que arañas! (_Restañándose con saliva un arañazo de la mano._) Si lo sé te dejo _trajeta_. SERAFÍN.—Bueno, pronto; acaba y vete. ¿A qué has venido? LUCILA.—¿Que a qué he venido? (_En voz baja con ira._) ¡pues a llamarte asesino y cobarde!... SERAFÍN.—¡A mí! LUCILA.—¡A ti!... ¡que querías asesinar a una mujer! (_Le sujeta el brazo._) SERAFÍN.—¡Lucila! LUCILA.—¡Baja la voz!... ¡Sí, asesinarla! SERAFÍN.—¡Tengo derecho! LUCILA.—¿Derecho a matar? ¡A matar a una mujer! ¿porque no te quiere?... ¡Mentira! SERAFÍN.—Suelta. LUCILA.—No quiero. Ten paciencia. Alguna vez en la vida hay que oir a la razón, aunque moleste. El hombre, no tié derecho a matar a una mujer, nunca, Serafín, nunca; ni aunque le engañe. Así, en redondo. ¡Ni aunque le engañe! SERAFÍN.—¡Bueno, déjame en paz! Tú eres una chica que no sabes lo que hablas. LUCILA.—¿Que no sé lo que hablo? ¿que no tengo razón?... Bueno, conformes; pero si yo no la tengo, menos la tienen esos chulos indecentes que te aconsejan y que porque llevan un pantalón ceñido y unos tufos repeinaos, se creen amos de las mujeres y jaleándose unos a otros arrean por el mundo, haciendo cisco a toda la que se les resista. ¡Pero, eso sí, cuando ellos se cansan de una mujer, entonces, chito! Pa eso son los amos. La pisotean y ahí queda eso. ¡A la basura!... ¡Ole los valientes! ¿Quién defiende eso?... ¿Quién? ¡porque si lo dice la justicia, reniego de ella! ¡y si lo dicen los hombres, los hombres que dicen eso, no son hombres, Serafín! ¿Queréis que la mujer sea una esclava?... bueno; pero entonces lo menos que se pué hacer es dejarla que escoja la cadena que más le guste. ¿No te parece? SERAFÍN.—Yo no sé de eso que me dices; pero oye, Lucila, (_Con amargura._) ¿cómo vive uno viendo su querer en otros brazos? LUCILA.—¡Ay, mu remalamente, chico! Eso sí que lo sé yo por _esperencia_. SERAFÍN (_Sorprendido._)—¿Tú? LUCILA.—¡Yo!... ¿Te paece raro, verdá? Pues sí, Serafín; yo, he querido a un hombre más que a mi vida. SERAFÍN.—¿Pero tú? LUCILA.—Más que a mi padre; más que a náa en el mundo. ¡Y él, ni agua! SERAFÍN.—¡No se lo habrás demostrao! LUCILA.—Tóos los días. SERAFÍN.—¿Con palabras? LUCILA.—¡Qué palabras! Lo que no dicen los ojos al mirar y las acciones buenas, ¿cómo lo van a decir los labios? Y ese hombre, no ha reparao en ello ni pa agradecérmelo. Y yo callando y sufriendo le he visto irse con otra. Llorar y reir por ella; y en mis ratos de desesperación lo he pensao tóo, tóo... ¡Menos matarlo!... porque él no tenía la culpa. El cariño lo escoge el corazón libremente y se quiere lo que se quiere, bueno o malo, sin saber por qué. Y por amor, Serafín, se sufre, como yo he sufrido; se llora, como yo lloro... ¡pero no se mata! (_Llora._) ¡No se mata! SERAFÍN.—¡Lucila! ESCENA V DICHOS, SEÑOR BALBINO; _luego_ VALERIANO _y_ CARMEN BALBINO (_Saliendo y poniendo la mano en el hombro de Serafín._)—Y sabes... SERAFÍN (_Sorprendido._)—¡Tío Balbino! LUCILA.—¡Padre! BALBINO.—¿Y sabes quién es el sujeto que ha matao la alegría de esa creatura? SERAFÍN.—¿Quién? BALBINO.—¡Tú! SERAFÍN.—¿Yo? BALBINO.—¡Tú! LUCILA.—¡Padre, por Dios! BALBINO.—¡Me da la gana decirlo! No está la nochecita pa miramientos; conque trae esa navaja, (_Se la quita del bolsillo._) y arrea pa tu casa. SERAFÍN (_Resistiéndose._)—¡Tío! BALBINO (_Amenazador._)—Y cállate, si no quiés llevarte el melón en rajas; que lo menos que podemos pedirte es que sufras tú por esa, lo que ésta ha sufrido por ti, ¡conque andando! SERAFÍN.—¡Es que me llamarán cobarde! BALBINO.—Te aguantas. ¡Más vale paecer cobarde que ser asesino de mujeres! ¡Esa sí que es cobardía!... Y además, mira... (_Aparecen en el fondo Carmen y Valeriano, cogidos del brazo muy juntos, hablándose amorosamente al oído. Quedan parados._) SERAFÍN.—¡Ellos! BALBINO.—¡Ellos!... ¿Y ves ese cariño que es pa otro? ¡Pues ese no sería pa ti ni a navajazos! Conque ¿a qué pelear?... SERAFÍN.—¡Sí... tié usté razón!... ¡Tié usté razón!... ¡Adiós!... ¿Por qué... por qué no me habrá querido? (_Vase rápidamente frotándose los ojos._) LUCILA (_Con amargura infinita. Abrazando a su padre._)—¡Así, Serafín, así es como se quiere!... ¡Ay, padre, cuántas veces he dicho yo esas mismas palabras!; ¿por qué... por qué no me habrá querido? (_Se escucha en el merendero la voz del Cantador que canta_:) ¡Es la penita más grande querer y que no te quieran; quien quiere sin esperanza conoce la _pena negra_! (_Cae pausadamente el telón, mientras cantan la copla._) FIN DEL SAINETE LAS ESTRELLAS PERSONAJES ANTOÑITA SEÑÁ FELICIANA UNA TIPLE LA TRIANÓN SEÑOR PRUDENCIO CASILDO POLINIO SEÑOR PEPE EL CARPANTA ACACIO LEOVIGILDO SEÑOR MÁXIMO EL CIRUQUI EL REPOLLO CHICO PARROQUIANO 1.º EL EMPRESARIO RODRÍGUEZ UN SERENO UN INSPECTOR UN CAFETERO AMBULANTE ELECTRICISTA 1.º ÍDEM 2.º UN CARPINTERO UN TRAMOYISTA PARROQUIANO 2.º LA ACCIÓN EN MADRID.—ÉPOCA ACTUAL ACTO ÚNICO CUADRO PRIMERO Salón modesto, en planta baja, de una barbería. Al foro puerta vidriera de dos hojas que da a la calle. En la pared del fondo, a los lados de la puerta, perchas de hierro. En la lateral derecha, en primero y segundo término, adosadas a la pared, anchas repisas de madera imitando mármol, llenas de útiles para el servicio de peluquería; sobre las repisas espejos grandes con marco negro, y ante ellas sillones de rejilla de los que se usan en estos establecimientos. En la lateral izquierda, en primer término, una puerta practicable cubierta por un portier de reps; y en segundo término otro servicio de peluquería igual en absoluto a los de la derecha. En el centro de la habitación un velador sobre el cual habrá periódicos y cepillos. Algunas sillas de rejilla estarán próximas al velador y otras distribuídas convenientemente por el salón. Es de día. ESCENA PRIMERA _Al levantarse el telón aparecen el_ SEÑOR PRUDENCIO _afeitando al_ SEÑOR MÁXIMO, _guardia de Orden público, cuyo sable y cuya teresiana estarán colgados en la percha de la derecha._ ACACIO, _aprendiz de la barbería, vestido con su blusa larga se halla sentado junto al velador leyendo un periódico._ PRUDENCIO (_Afeitando._)—Pues nada, créame usté a mí, señor Máximo, usté será todo lo de orden público que guste—sírvase de inflar el izquierdo (_El señor Máximo infla el carrillo izquierdo._)—; pero yo lo que repito es que no siendo el que yo le digo, pa la política española no hay otro remedio. MÁXIMO (_Quejándose._)—¡Ay! PRUDENCIO.—¿Cuálo? MÁXIMO.—Oye, ¿hay otra navaja? Porque ¡camará! esa paece que la has afilao en el fregadero. PRUDENCIO.—¡Hombre, pues precisamente es la joya de la casa! MÁXIMO.—¡Mecachis en la joya! Pues guárdala pa cuando venga el ispetor de la Latina, le afeitas con ella y pué que le hagas un favor. PRUDENCIO.—¿Por qué? MÁXIMO.—¡Porque quié que lo trasladen al Hospital! PRUDENCIO.—¡Exagere usté una miaja! (_Mira el reloj._) ¡Recontra, las once y cuarto y esos dos sin venir! ¡Qué habrá pasao! ¡Estoy de nervioso que no sé cómo no he degollao a este hombre! (_Llamando._) ¡Acacio! ACACIO.—¿Mande usté? PRUDENCIO.—Oye, ponte a la puerta y mira a ver si vienen el señor Polinio y el señor Pepe el Carpanta, que tardan y tengo el alma en un hilo. ACACIO.—Güeno. (_Sale a la puerta y mira a ambos lados de la calle. El señor Máximo, durante los anteriores apartes, se ha secado la cara que le habrá lavado Prudencio y se mira al espejo._) PRUDENCIO (_Cogiendo el pulverizador._)—¿Refrescamos con colonia? MÁXIMO.—No, no quiero eso. PRUDENCIO.—¡Hombre lo siento! MÁXIMO.—¿Por qué? PRUDENCIO.—Porque me quita usté la única satisfacción que puedo tener como republicano: pulverizar a un guardia de orden público. (_Peinándole._) MÁXIMO.—¡Guasón! Lo que he notao es que me has hecho dos cortecitos mu decentes. PRUDENCIO.—Señor Máximo, no le choque a usté; ¡me ha pillao usté en un día terrible de nervioso que estoy! MÁXIMO.—¿Pues qué te pasa? PRUDENCIO (_Quitándole el paño, sacudiéndolo y doblándolo._)—¿Que qué me pasa? (_Máximo se levanta y se cepilla._) ¡Pues que hoy... (_Con voz conmovida y misteriosa._) pué ser un día célebre pa mí! Que estoy esperando un recao que, de serme favorable, si el mes que viene está usté franco un día y quié usté honrarme con su amistad, se viene usté a mi hotel... MÁXIMO (_Queda inmóvil con la pierna derecha en alto y asombradísimo._)—¡Arrea! PRUDENCIO.—Que ya le daré a usté las señas, y nos damos un paseo en mi _automóvil_, que ya le diré al _Chufer_ que no corra. MÁXIMO.—Pero, ¡oye tú! ¿es que te ha caído la lotería? (_Se pone la teresiana y el sable._) PRUDENCIO.—¡Mejor!... Sino que, hoy por hoy, no puedo ser más explicativo. ¡Y lo dicho, dicho! MÁXIMO (_Con cara de asombro._)—¡Chico, me dejas parao! PRUDENCIO.—Sabía que le iba a dejar a usté parao, pero como usté es guardia, ya tié costumbre. MÁXIMO.—Pues na, que sea como lo dices. (_Le paga el afeitado._) PRUDENCIO.—Gracias, señor Máximo. MÁXIMO (_Marchándose y mirando con recelo a Prudencio._)—¡Hotel!... ¡Chufer!... ¡Este está mochales!... (_Vase foro._) PRUDENCIO.—¡El infeliz se va creyendo que estoy loco! ¡Mísero agente! (_Guarda el dinero en el cajón._) ACACIO (_Desde la puerta._)—¡Por fin! ¡El señor Polinio y el señor Pepe vienen! PRUDENCIO (_Respirando con satisfacción._)—¡Ay, gracias a Dios! ¡Me devora la impaciencia! (_Sale a su encuentro._) ESCENA II DICHOS, POLINIO _y el_ SEÑOR PEPE EL CARPANTA, _por el foro_ POLINIO.—¡Hola! PEPE.—¡Ya estamos aquí! (_Entran corriendo y muy alegres._) PRUDENCIO.—¡Pasar... pasar! POLINIO.—¿No está tu mujer? PRUDENCIO.—No. ¡Os anhelaba, como el hambriento a una fuente! PEPE.—¡Será el sediento, hombre!... PRUDENCIO.—Yo me refería a una fuente de chuletas. ¿Qué hay? (_Con impaciencia._) POLINIO (_Con alegría._)—¡Hecho el negocio! PRUDENCIO (_En el colmo de la satisfacción._)—¿Hecho?... ¡Venga un abrazo, y cuarenta, y ciento! (_Se abrazan efusivamente._) PEPE.—¡Aprieta! ¡Ya eres feliz! PRUDENCIO.—¿No han puesto dificultad? POLINIO.—_Denguna_. El señor Román _aceta_ el traspaso de esta barbería por setecientas pesetas. ACACIO (_Que está escuchando, en segundo término, con asombro._)—¡Recontra! ¿Qué dicen? PEPE.—Dentro de un rato nos esperan en la taberna pa entregarte el dinero, y que firmes la escritura. PRUDENCIO.—¡Gracias, gracias! ¡me habéis hecho hombre! (_Vuelven a abrazarse._) ACACIO (_Aparte._)—¡Qué barbaridad! ¡Ha traspasao la barbería! ¡Ay, en cuanto lo sepa la señá Feliciana! POLINIO.—Güeno, y una vez ultimao el asunto, me paece que ya es hora de que me confíes tus proyectos y me digas el por qué del traspaso del Salón, _ecetra_, _ecetra_, porque el señor Pepe no me lo ha querido revelar. PEPE.—Era la _consina_, hasta que estuviese hecho. PRUDENCIO.—Es verdá; pero ahora nada más justo. ¿Se lo revelo todo? PEPE.—Revélaselo. PRUDENCIO.—Pues mira, Polinio, Dios le da a cá uno la fortuna, en una forma diferente; y a mí me la dao con mis dos hijos, la Antoñita y Casildo. Con la Antoñita, porque el día que esa criatura debute en un teatro como _mono-cuplé-tanguista_, la Otero va a tener que tostar cañamones, si quié atender a su susistencia. PEPE (_Asintiendo._)—¡Acordes! PRUDENCIO.—Y con mi Casildo, porque recortando capote al brazo y metiendo el hombro a la hora suprema, el _Frascuelo_ era una pastilla de clorato comparao con él. PEPE.—¡Acordísimos! PRUDENCIO.—Pus, güeno; (_Con tono iracundo._) mi mujer, la Feliciana, celebro oscuro que no tié más horizontes que la boca del puchero, al ver que he sacao a la chica den _cá_ la modista, y al chico de la imprenta _pa_ atender a su educación artística, se ha empeñao en decirme que estoy loco y que esto va a ser nuestra ruina. ¿Será tozuda? POLINIO.—¿Pero tú no te achicarás? PRUDENCIO (_Con exaltación creciente._)—¿Yo achicarme? Si Dios echa al mundo una horná de celebridades, y en esa horná metes la _Patti_ y metes _El Gordito_, y me tocan a mí en clase de hijos, dicho se está que coger ambas _estrellas_ y _prostergarlas_ en el antro de una barbería, ¡sería un crimen, que un padre como yo, no comete! POLINIO.—¡Bien hecho! PEPE.—Y en esto—y perdona que ataje tu palabra honrada—surjo yo con mi ejemplo. Yo era un ser vago y errante que vendía por esas calles _chuletas de huerta_, y que tenía una chiquilla que andaba galocheando por ahí con ramitos de violetas; pues, güeno; de la noche a la mañana, me se evadió mi hija a París, con su madre, contratá con una _troupe_ pa bailes españoles, ayer hizo tres meses; y de una renacuaja vestía con un pinguito de falda y una criba de mantón, fíjese usté en la _metramórfosis_. El jueves me lo mandó. (_Le enseña un retrato._) PRUDENCIO.—Fíjate en el retratito. ¡Mira eso! POLINIO.—¡Camará, bonita es, pero va casi en cueros! PEPE.—Hay que azvertir que apenas ha tenío tiempo de hacerse ropa. POLINIO.—¡Ya, ya! ¿Y dice usté que aquí llevaba una faldita? PEPE.—¡Una vergüenza! POLINIO.—¡Pues se conoce que la ha perdido! PEPE.—Pues güeno, desde que se fué que me he dejao las patatas y vivo de guagua, ¡porque no hay mes que no me mande de ciento cincuenta a doscientos _franques_ oro! PRUDENCIO.—Se conoce que lo que se ahorra en ropa pa ti. PEPE.—Por eso le he aconsejao a éste que lo venda tóo, que se deje de esta porquería de España, que emigre con su hija a París como yo, que me voy pasao mañana, y a la vuelta de un par de años regresamos del extranjero, y ¿usté sabe esos solares de la _cae_ de Lista, pasao un estanco que hay? ¡Nuestros hoteles! POLINIO.—¿Usté dice donde la tienda-asilo? PEPE.—¡En la acera de enfrente! PRUDENCIO (_Exaltado._)—¡Y yo, Polinio, deslumbrao por este ejemplo, te aseguro que es inútil que me _graznen_ lo que quieran! Busco el aplauso, la fortuna, la gloria de mis hijos... ¡y aunque la persona que se oponga a ello me haga escabeche, mi último cuarto de kilo se saldrá del barril pa cumplimentar esta sacrosanta misión! PEPE (_Entusiasmado._)—¡Eres un varonil! PRUDENCIO (_Con energía._)—¡Soy un padre! PEPE (_Viendo aparecer a Casildo._)—¡Chits, callarse! ESCENA III DICHOS _y_ CASILDO _puerta foro_ CASILDO (_Saludando con la mano desde la puerta._)—¡_Saluz_! PRUDENCIO (_Radiante de satisfacción._)—¡Mirarle! ¡Mi Casildo! ¡Ahí lo tenéis! ¡Ese es el monumento _taurómaca_ más grande del porvenir! PEPE.—¡Hola, pollo! POLINIO.—¡Adiós, pollo! PEPE.—¿Cómo estás, pollo? (_Casildo no contesta._) PRUDENCIO.—¡Me se cae la baba! (_Casildo después de saludar parsimoniosamente a lo torero, con la mano, se acerca a un espejo, se atusa los tufos con un cepillo y vuelve a ponerse el sombrero con coquetería, estirándose la chaquetilla. Carpanta, al ver que Casildo no contesta, dice con voz más alta._) PEPE.—¿Que cómo estás? (_Sigue el silencio._) (Este monumento es bastante mal educao.) PRUDENCIO (_Sonriendo._)—No te ha oído. Estas notabilidades son así, chico; ¡no se fijan en na! (_Acercándose a su hijo._) ¿De aonde vienes, hijo mío? CASILDO (_Con tono desdeñoso y sin mirar a su padre._)—Del mundo. PRUDENCIO (_Sonriente y muy complacido._)—¡Qué manera de contestar! ¿eh? POLINIO.—¿Ha madrugao? PRUDENCIO (_Con asombro._)—¿Madrugar esa personalidaz? Que se marchó anoche a las diez y viene ahora. (_Aparte y sonriendo a los dos._) (¡Las mujeres que se lo rifan!) POLINIO.—¡Ya, ya! PRUDENCIO (_A Casildo._)—¿Vas a acostarte, hijo? CASILDO.—¡Clarinete! PRUDENCIO.—¡Oye, qué gracia! ¿Habéis oído? ¡Clarinete! CASILDO (_A Prudencio. Secamente y sin mirarle._)—La petaca. PRUDENCIO (_Dándosela._)—Toma, hijo mío. CASILDO (_La vacía, se guarda los cigarros y la tira con desprecio sobre el velador._)—Cerillas. PRUDENCIO (_Le da una caja._)—¡Ahí van! CASILDO (_Se guarda la caja._)—¡Que no me se despierte hasta que yo avise! (_Saluda con la mano y se va contoneándose primera izquierda._) PRUDENCIO (_Siguiéndole hasta la puerta._)—No tengas miedo. ¡Ah, oye! Ciérrate por dentro, no te sorprenda tu mamá en el primer sueño. POLINIO.—¿Por qué le dices eso? PRUDENCIO (_Sonriendo._)—¡Por na! ¡Que anoche se le llevó un mantón a su madre y se conoce que lo ha empeñao! PEPE.—¡Angelito! ¡Qué monada de criatura! (_Riendo._) PRUDENCIO.—Y como la Feliciana no reflexiona que a estas grandes figuras hay que aguantarlas sus genialidades, me temo un _esasbruto_. POLINIO.—¡Natural! PRUDENCIO.—Y qué, ¿habéis visto qué hechuras de torero tiene? ¿Se le da un aire al Conejito, _verdá_? PEPE.—¡Sí, tiene algo de _Conejito_... sino que más en gazapo! POLINIO.—Güeno; y volviendo a lo de _enantes_, respective al chico, na tengo que _ojetarte_, porque se ve que cuidándolo pué llegar a ser _Gordito_, pero por lo que toca a la chica, ¿tú crees que servirá pa _chanteuse_, Prudencio? PRUDENCIO.—¡Amos, hombre! ¿Que si servirá?... Vaya, ahora que estamos solos, ¿queréis verla y oirla pa que veais que no es pasión de padre cuando digo que es una maravilla? POLINIO.—¡Sí, hombre! PEPE.—¡Con mucho gusto! PRUDENCIO.—¡Pues quitarse las telarañas! (_Llamando._) ¡Acacio! ACACIO (_Acercándose._)—Mande usté. PRUDENCIO.—Ponte a la puerta, y si viene la señá Feliciana nos avisas, no sea que nos sorprenda. ACACIO.—Güeno. (_Vase a la puerta a vigilar._) PRUDENCIO (_Yendo a la puerta primera izquierda y llamando._)—¡Antoñita!... ¡Antoñita! ANTOÑITA (_Dentro._)—¿Mande usté? PRUDENCIO.—Sal un momento, haz el favor. ANTOÑITA.—Voy. PRUDENCIO.—Ya está aquí. ¡Veréis qué prodigio! ESCENA IV DICHOS _y_ ANTOÑITA, _primera izquierda. Antoñita es una chiquilla como de diez y seis años, con cara abobada y pretendiendo suplir con una verbosidad ridícula la gracia de que carece. Al salir, ligera y sonriente, hace una reverencia._ ANTOÑITA.—Servidora de ustedes. Muy buenos días, ¿Cómo están ustedes? LOS DOS.—Bien, ¿y tú? ANTOÑITA.—Yo, bien, a Dios gracias, pa servir a ustedes. ¿Las familias güenas?... Vaya, me alegro mucho y por muchos años. Tanto gusto. POLINIO.—Muy bien, muy bien. PEPE.—Es una monada de chica. ANTOÑITA.—Tantas gracias, es favor. No lo merezco. Ustedes son muy güenos, al parecer. Y ya lo saben ustedes, con permiso de mi papá, en lo que sea útil, pueden mandar a una servidora. Tanto gusto. PRUDENCIO.—Bueno. Pues estos señores... ANTOÑITA.—Repito que tanto gusto. PRUDENCIO.—Desean verte bailar y que nos cantes algo aquí en familia. ANTOÑITA.—Sí, señor, tanto gusto. Lo que deseen de una servidora de ustedes. ¿Quieren ustedes soleares, tango, sevillanas, panaderos, malagueñas, peteneras u _cake-vale_? Porque eso tié que ser a gusto de ustedes; porque ustedes sabrán lo que quieren; porque una no sabe con qué dará gusto; porque a lo mejor va una servidora y baila panaderos, y qué sabe una servidora si ustés les tien rabia a los panaderos. Porque eso el que lo quiere es el que lo pide. PEPE.—¡Tié razón la chica! POLINIO.—¡Es lista, es lista! PRUDENCIO.—No, lo que queremos es lo que sepas mejor; un tanguito de esos con que vas a debutar, u cualquier cosa... PEPE.—¡El tango, el tango! POLINIO.—¡Eso! ¡Venga el tango! PRUDENCIO.—¡Duro con él! ANTOÑITA.—_Perfetamente._ Bueno, y cuando baile, ¿lo marco con todo?... (_Sonriendo picarescamente._) LOS DOS.—¡Con todo, con todo! ANTOÑITA.—Pues con permiso de ustedes voy a ponerme un alfiler (_Se lo pone._) pa ceñirme la falda, ¿saben ustedes? porque si no el ondulao no resalta. El tango se llama “Vete a la gloria.” PRUDENCIO.—Yo te acompañaré. Venga de ahí. (_Cogiendo una guitarra._) ANTOÑITA.—¡Lo voy a cantar con picardía! PRUDENCIO.—¡Veréis un pasmo! (_Acompaña con la guitarra._) =Música=[1] [1] En bailar y cantar este número con la poca gracia con que lo haría una chiquilla de esas a quienes se quiere ridiculizar, consiste su verdadero efecto. ANTOÑITA ¡Ay, que me voy a morir y tú me vas a matar! ¡Ay! ¡ay! ¡ay! LOS DOS ¿Qué hay? ANTOÑITA ¡Nada de particular! El moreno que me enloquecía se casa pa Mayo; que yo _iznore_ por Dios la noticia si no me desmayo. ¡Ay, los hombres, mamita, mamita de mi corazón, qué embusteros, qué falsos, qué pillos, qué pérfidos son! ¡Ay! ¡ay! ¡ay! PRUDENCIO (_Recitando._)—¡Olé, por las laringitis agudas! ANTOÑITA (_Cantando._) Y ahora escuchen con mucho cuidao un tanguito que me han enseñao. —— ¿Quién es pa ti más dulce que lo es el mango? ¡Mi guachindango! ¿Quién es la que conmigo quiere hacer changa? ¡Mi guachindanga! Dame una prueba sólo de amor, nenita. ¡Toma tripita! ¡Ay, deja que me acerque, guachindanguita! ¡Ay, por Dios, chachito, no te acerques, quita, déjame, porque estás loquito, ay, retírate, ay, retírate! ¡Retírate, por Dios, Pepito, retírate, por Dios, que grito, y no me des con el codito que me despepito! TODOS ¡Retírate, por Dios, Pepito, retírate, por Dios, que grito, y no me des con el codito que me despepito! ANTOÑITA Anda, por Dios, José, ¡retírate! TODOS Ande usté, don José, ¡retírese! (_Después de cantar Antoñita hablan sobre música._) PEPE (_Entusiasmado._)—¡Devino! POLINIO.—¡Superior! PRUDENCIO.—¿Eh? ¿qué sus paece la vocecita? POLINIO.—¡Que es una voz que encanta!... ¡qué digo encanta!... ¡que arroba!... y me quedo corto. PEPE.—El día que oigan a esta chica en el extranjero, te la enjaulaban. ¡Esto no es mujer, esto es una _ruiseñora_, hombre! ANTOÑITA.—Güeno, ¿y a ustedes les molestará quedarse _bizcos_?... ¿No?... pues les voy a bailar a ustedes un tanguito; ¿que saben ustedes lo que es _azúcar cande_?... ¡pues más _cande_! PRUDENCIO.—¡Veréis qué disloque!... ¡Arza con la salida! (_Antoñita baila._) ACACIO (_Jaleando._)—¡Su gracia!... ¡Su cuerpo!... ¡Su madre!... (_Todos se asustan. Prudencio corre a esconder la guitarra._) ANTOÑITA (_Asustada, cesa de bailar._)—¡Mi madre! PRUDENCIO.—¡Mi mujer! POLINIO.—¡Su madre! PEPE.—¡La Feliciana! (_Los cuatro simultáneamente._) ACACIO.—¡No, si era que la jaleaba! ¡No asustarse! PRUDENCIO.—¡Maldita sea tu estampa, qué susto nos has dao, ladrón! (_Pegándole con la guitarra._) PEPE.—¡Anda, sigue, sigue! (_Antoñita sigue bailando hasta terminar el tango._) =Hablado= POLINIO.—¡Ahí la gracia! LOS DOS (_Aplaudiendo._)—¡Bravo! ¡bravo! ¡Muy bien! PRUDENCIO (_Con entusiasmo._)—¿Qué? ¿qué tal? ¿y el salero? ¡el salero! POLINIO.—¡Yo no he visto un salero parecido! ANTOÑITA (_Sonriente y satisfecha._)—¡Tantas gracias!... Una servidora está alicortada. No sé cómo pagar a ustedes... Es algo de favor... Y eso que he bailao en suelo de madera, que el día que a una servidora le pongan _linoleum_... ¿Saben ustés lo que es _linoleum_? PEPE.—¡Ya lo creo! ANTOÑITA.—Una cosa que se escurre... ¡pues ese día, que no se me agarren los pies, yo creo que arrebato! PEPE.—Nada, chico, que esto en un París u en una Londres, nos traemos el dinero en camiones. PRUDENCIO.—¿Sí, verdad? (_Con entusiasmo, abrazando a su hija._) ¡Hija mía, qué porvenir nos aguarda!... ANTOÑITA.—¡Ya lo creo papá! PEPE (_A Polinio, aparte._) (¡Ya habrá usté advertío que tié menos gracia que una caja e betún!) POLINIO (_Ídem._) (Ya, ya; pero, ¿quién le quita las ilusiones a un hombre así?) ANTOÑITA.—Y respective a declamar en picaresco, sabe una servidora una cosa un poco verde, que donde me la oyen, me se mueren de risa; porque una servidora, la recalca con una intención, que verán ustedes, si no les molesta. POLINIO.—No, dila, dila. PARROQUIANO 1.º (_Entrando._)—Buenos días; ¿me hacen el favor de afeitarme? PRUDENCIO (_Contrariado._)—¡Hombre, espere usted si quiere, porque ahora!... ACACIO.—Siéntese, que es que estamos mu ocupaos... (_El parroquiano se sienta al foro._) PRUDENCIO.—Empieza. ANTOÑITA.—Pues verán ustedes. Es un monólogo, pero lo tengo que decir yo sola, si no no paece monólogo. Es en verso, fijarse: Cuando salgo a la calle y llovizna un poquito, me levanto las faldas enseñando el tobillo; mas si un pollo me sigue, recogiendo el vestido, me le... (_Como recordando._) me le... ¡Ay! ¿cómo dice?... ¡qué rabia! me le... ¡pos no me s’ha olvidao!... me le... (_Haciendo esfuerzos ridículos por recordar._) me le... ¡mecachis qué coraje! ACACIO (_Acercándose a ella y en voz baja._)—¿No es me le atortolo? ANTOÑITA.—¡Qué va a ser! Bueno, me se ha olvidao, pero es una cosa que voy ¿saben ustés? y cuanto más me sigue el pollo, más me levanto, más me levanto, hasta que una servidora le enseña las medias y acabo así con este desplante: ¡Pa los listos son a listas! ¡pa los tontos son a cuadros! (_Hace una postura ridícula, quedando recogida y enseñando las pantorrillas. El parroquiano se acerca, mira y se vuelve a sentar._) PEPE.—¡Una monada! POLINIO.—¡Preciosa! (_Aplauden todos._) ESCENA V DICHOS _y_ FELICIANA _en la puerta_ FELICIANA (_Con ira al ver el cuadro._)—¡Maldita sea la pena! PRUDENCIO (_Aterrado._)—¡La Feliciana! ANTOÑITA.—¡Mi madre! ACACIO.—¡El ama! PEPE.—¡_Tablón_! (_Estas voces simultáneas._) FELICIANA.—¡Muy bonito! ¡Está bien! (_A la Antoñita, zarandeándola._) ¡Arza pa dentro, gandula! (_Dándola metidos disimulados._) ANTOÑITA.—¡Madre, si era que!... (_Huyendo._) FELICIANA.—¡A remendar la ropa, que es tu obligación! ¡Bribona! ¡Holgazana! (_La persigue hasta que se va primera izquierda._) PRUDENCIO (_A Polinio y Carpanta._)—¿Estáis viendo cómo trata a las celebridades? FELICIANA (_Al parroquiano._)—¿Y usté, qué quería? PARROQUIANO 1.º (_Con extrañeza._)—Servirme. FELICIANA.—¿Y lo tenéis esperando? ¡Anda a afeitarle u te desuello, granuja! (_Queriendo pegar a Acacio._) ACACIO.—Si era que... era que... Siéntese, siéntese el caballero. (_Se pone a afeitarlo._) FELICIANA.—Y ustés, (_A Polinio y a Carpanta, con brusquedad._) si no tién na que hacer aquí, la calle es gratuita... POLINIO.—Señora, nosotros estábamos _almirando_... las dotes de la niña. FELICIANA.—¡Tantas gracias! Aquí pelo pa quitar es lo que nos hace falta. PRUDENCIO.—Feliciana, que son amigos... FELICIANA.—Lo celebro. Tertulias en el Cerro e los Ángeles. PEPE.—Usté disimule... (_Excusándose._) FELICIANA.—Y si no quién ustés volver, aquí tienen ustedes su casa... PRUDENCIO (_Aparte a los dos._)—(Hacer caso _miso_ y esperarme en la taberna.) LOS DOS.—Somos suyos... (_Saludan y se van._) FELICIANA.—Pal gato. (_Saluda también muy fina._) ESCENA VI PRUDENCIO, FELICIANA, ACACIO _y el_ PARROQUIANO _que, después que lo afeitan, paga y se va_ PRUDENCIO.—¡Muy bonito! (_Con ira._) ¡Feliciana! FELICIANA.—¿Qué hay? (_Rabiosa._) PRUDENCIO.—¡Como trato social eres más repelente que una manga riega! FELICIANA.—Mira, Prudencio, vamos a hablar con franqueza. ¿Tú necesitas las narices este invierno? PRUDENCIO.—¡Quizás que sí! FELICIANA.—Pues si no quieres desprenderte de ellas... ¡Ya me conoces! Hazme caso a mí y que acabe este desorden de casa; que acabe hoy mismo, ahora mismo, porque estoy decidía, cueste lo que cueste, a que no se lleve la trampa el peazo e pan que tenemos y a no perder por tus locuras dos hijos que me han costao muchas lágrimas y muchos dolores el criarlos. ¡Eso es! PRUDENCIO.—Está bien. (Cualquiera le dice ahora lo del traspasito.) Bueno, ¿y todo eso, qué viene a ser poco más o menos? FELICIANA.—Pues viene a ser que mañana vuelve Casildo a la imprenta y la chica en cá la modista. ¡Eso es! PRUDENCIO.—Bueno, de modo que te ostinas en que ese monumento _taurómaca_... FELICIANA.—¡Mentira! El chico no sirve pa torero. PRUDENCIO.—¿Que no sirve? (_Con indignación._) FELICIANA.—¡Qué va a servir; si está la pobre criatura de cornás que lo miras por la espalda y se le ve la corbata al trasluz!... ¿Y tú crees que he criao yo a mi hijo pa colador? PRUDENCIO.—¿Y respetive a la Antoñita, qué?... ¿También es un guiñapo artístico?... FELICIANA.—¡La Antoñita, peor! PRUDENCIO.—Entonces dí, celebro oscuro, ¿pa qué le ha dao la naturaleza una voz a nuestra hija? FELICIANA.—Pa que se calle y no _berrée_. PRUDENCIO (_Frenético._)—¡Feliciana! FELICIANA.—Loco, más que loco. No quieres tú a tus hijos más que yo los quiero. Pero el quererlos no es motivo pa que me ciegue y vea cosas que no son. ¿Que es fácil ser torero?... ¡Ese es tu error, Prudencio! Y no mires a los que han llegao porque Dios les dió ese don; mira a los infelices que, ciegos por la avaricia, mueren como perros en la cama de un hospital. Y por lo que toca a la chica, estás igualmente equivocao; porque una cosa es la gracia que hacen los hijos a los padres en el comedor de casa, y otra la que se necesita pa brillar en el mundo. Y sobre todo, que no, ¡vaya! ¡Que no me da la gana ver a mi hija en un tablao enseñando las carnes; porque mujer que se remangue más arriba de lo necesario pa no coger barro, será buena pal cromo de una caja e cerillas, pero no lo es pa su casa ni pa sus hijos! ¡Eso es! PRUDENCIO.—¡Pero ven acá, mollera vacía! Si eso fuera así, ¿por qué me dicen tóos los parroquianos que hago bien? FELICIANA.—Pues, porque personas que vienen pa un cuarto de hora y que encima te ven con una navaja en la mano, ¿pa qué te van a contrariar? PRUDENCIO.—¡Razonas como una sandía! FELICIANA.—Razono como una madre sensata y prudente. PRUDENCIO.—¿Sí, eh?... Pues ahí va mi _ulti-matum_. Estoy cumpliendo mi deber y argumentarme en contrario es como tomar el caldo con tenedor. Y creo haberte dicho lo suficiente. FELICIANA (_Con rabia._)—¿Es decir, que no cejas? PRUDENCIO.—¿Cómo cejas? ¡Ni cejas ni narices! FELICIANA.—¿Es decir que te empeñas? PRUDENCIO.—¡Empeñao! ¡Mi hijo será diestro, mi hija divete! ¡Es mi misión! FELICIANA.—¡Tu hijo será impresor, tu hija modista! ¡Es la mía! PRUDENCIO.—¡Por estas te juro que no! (_Junta las manos._) FELICIANA.—¡Por estas te juro que sí! (_Le imita._) PRUDENCIO.—¡Hemos acabao! (_Desde la puerta. Vase foro._) FELICIANA.—¡Usté lo pase bien! (_Con ira._) ESCENA VII FELICIANA _y_ ACACIO. _Luego,_ ANTOÑITA. FELICIANA (_Desolada._)—¡Dios mío; pero es posible que ni reflexiones, ni amenazas, curen a este hombre de su ceguera!... ¿Y cómo voy a consentir yo que este loco, trastornao por el consejo de unos cuantos guasones, nos lleve a la miseria y a la perdición?... (_Llorando._) ¡Dios mío! ¡Dios mío! (_Se sienta junto al velador ocultando la cara con el pañuelo con que seca sus lágrimas._) ACACIO (_Con pena._)—¡Pobre mujer!... ¡Y eso que no sabe la metá de la metá! ¡Qué dramas! ¡Amos, que yo no puedo ver esto! Una mujer traspasá por el dolor, una barbería traspasá por setecientas pesetas y un servidor traspasao... al arroyo en cuanto venga el otro amo. Si yo tuviese valor se lo relataba todo. Porque, ¿qué hago yo en la calle? Nada, que se lo digo. Allá voy. (_Acercándose y con voz temblorosa._) Se... se... señá Feliciana. FELICIANA.—¿Qué te pasa? ACACIO.—Que vaya, que quió que lo sepa usté todo; que el señor Prudencio, a espaldas de usté y con objeto de allegar recursos pa irse con la Antoñita a París, le ha traspasao al señor Román, (_Feliciana se levanta._) por setecientas pesetas, el presente salón con tóos los enseres, menos usté y yo, que seremos las vítimas. FELICIANA (_Aterrada._)—¡Jesús! ¿Qué dices? ACACIO.—Lo que usté oye, _ce_ por _be_. FELICIANA.—¡Dios mío!... ¿pero es posible? ACACIO.—_Ce_ por _be_. Se lo juro a usté por la memoria de mi santa madre que está en el pueblo. FELICIANA (_Exaltadísima._)—¡Basta! ¡Te creo! ¡Ese loco es capaz de todo!... ¡Me temía esto! ¡Ay, si no puedo evitarlo, nos ha perdío pa siempre! (_Como tomando una resolución repentina._) ¡Acacio, la gorra, ponte la gorra! ACACIO.—¿Y qué hago? FELICIANA.—Ponte la gorra y vete corriendo a la ebanistería de mi hermano y le dices: Señor Leovigildo, de parte de la señá Feliciana que vaya usté a la barbería en seguida pa una cosa mu grave. Vuela. ACACIO.—Comprendido. Un momento. (_Entra primera izquierda y sale en seguida._) FELICIANA.—¡Quién sabe si todavía podremos evitar esta ruina! ¡Corre por Dios, Acacio! (_Vase Acacio foro._) ¡Virgen del Carmen! ¡Qué locura! ¡Ay, Dios mío, que yo no sé lo que me pasa! Pero güeno; no hay que amilanarse; pa estas ocasiones es el carácter. ¿Traspasar el salón, eh?... ¡Ni a pedazos, ni con el Juzgao, ni hecha harina me sacan de aquí! ¡Lo juro! Y en este mismo instante se han acabao los toreros y las divetes... pero pa siempre. ANTOÑITA (_Dentro, cantando._) Retírate por Dios, Pepito... Retírate por Dios, que grito... FELICIANA (_Que se exalta más al oir a su hija._)—¡Sí, canta, canta... so gamberra! ¡Ya te daré yo a ti Pepito! (_Llamando._) ¡Antoñita! ¡Antoñita! ANTOÑITA (_Dentro._)—¡Madre! FELICIANA.—Ven aquí, sal. ANTOÑITA.—Estoy ensayando. FELICIANA.—Sal, rica, sal, que te voy a dar un _repaso_. ANTOÑITA (_Saliendo._)—Oiga usté, madre, ya he cogido un cambio de tono pa darle más picardía, misté. (_Cantando._) Retírate por Dios... FELICIANA (_Furiosa._)—¡Retírate de mi vista o te desuello, so tunanta! ANTOÑITA (_Huyendo atemorizada._)—¡Uy, por Dios! ¿pero qué es eso? FELICIANA.—Que como te oiga yo rebuznar otra vez u me vuelvas a cantar un tango, es el último día de tu vida, ¡so bribona! ¡Y arza, ahora mismo a ponerte el mantón, que vas a volver en cá la modista! ANTOÑITA (_Con espanto._)—¡Cómo en cá la modista! FELICIANA.—¡Yo, yo te voy a llevar de una oreja! (_Todo esto con gran energía._) ANTOÑITA.—¿Pero está usté loca? ¡Una _meso-soplano_ quitando hilvanes!... ¡En seguida!... ¡No señora; no, señora, y no, señora! FELICIANA.—¡Ah, sí! ¿Y te vuelves contra mí? ¡Te voy a arrancar la piel, so tunanta, bribona, holgazana! (_Persiguiéndola furiosa._) ANTOÑITA (_Huyendo asustada._)—¡Ay, ay, ay! ¡Casildo! (_A grandes voces._) ¡Padre! ¡Ay, que me quié pegar! ¡Casildo! ¡Casildo! ESCENA VIII DICHAS _y_ CASILDO _primera izquierda, interponiéndose entre las dos_ CASILDO (_Con solemnidad._)—¡Chits! ¡Quietuz! FELICIANA.—¡La mato! (_Casildo la contiene._) CASILDO.—¡Parsimonia! ¿Óbice de la reyerta? ANTOÑITA.—Y tó por no quererse morir una iznorada en esta porquería de casa, entre pelos y navajas, ¡eso es! FELICIANA.—¿Porquería, eh?... ¡Ya te daré yo a ti porquería! CASILDO.—Señora madre... El libre albedrío de los hijos es tan respetable como la... FELICIANA (_Rabiosa._)—¿Y qué has hecho tú del mantón que te llevaste anoche, so golfo? ¡Dilo, dilo en seguida! CASILDO.—¡No entremezclemos! FELICIANA.—¿Lo has empeñao, verdá? Lo mismo que los pendientes de la semana pasá y los juegos de cama de hace quince días... ¿Y pa eso quiés la turomaquia? Pa dejar tu casa sin un trapo y vengan borracheras y malas compañías y vagancia y perdición, ¿no es eso? Pues ea (_Sujetándole por la solapa._) ¡se acabó el toreo y mañana a la imprenta a ganarte honradamente una peseta! ¡Porque yo quiero! ¿Lo oyes? ¡Porque yo lo mando! (_Le zarandea._) CASILDO.—¡Del dicho al hecho hay que tomar el tranvía! FELICIANA (_Ya frenética._)—¡El tranvía! ¡Vaya, pues ahora mismo! ¡Ya me se ha llenado a mí el costal de ganas! (_Furiosísima._) ¡Lo vas a ver! (_De un tocador de la derecha coge unas tijeras._) ANTOÑITA (_Atemorizada._)—¡Pero, madre! CASILDO (_Con extrañeza y terror._)—Señora madre... FELICIANA (_Frenética._)—¡Córtate esa coleta inmediatamente! CASILDO (_Aterrado._)—¡Rediez! ¿Pero qué dice usté? ¿Que me ampute?... FELICIANA.—¡Córtate esa coleta he dicho, o por la sangre de mis venas que te deshago, so granuja! ¡En seguida! ANTOÑITA (_De rodillas, suplicante._)—¡Ay, madre, la coleta no! CASILDO.—¡Que me suelte usté, que no! FELICIANA.—¡Que no! ¡Yo te la cortaré, so vago, tunante, infame! (_En un arranque de fiereza le hace inclinarse contra el suelo y le corta la coleta de un tijeretazo._) CASILDO (_Durante la lucha._)—¡No, madre! ¡Mi porvenir! ¡Por Dios! FELICIANA (_Tirando la coleta al suelo después de cortársela._)—¡Así, fuera porquerías! CASILDO.—¡Rediez! (_Tocándose la cabeza y en el colmo del terror._) ¡¡Me la ha cortao!! ANTOÑITA (_Con horror._)—¡Se la ha cortao! CASILDO (_Tirado en el suelo y dando un grito desgarrador._)—¡¡Padre!! ESCENA IX DICHOS _y_ PRUDENCIO PRUDENCIO (_Entra corriendo asustado por los gritos._)—¿Qué pasa? CASILDO (_Sentado en el suelo con desaliento y señalando la coleta._)—¡Me la ha cortao! ANTOÑITA (_Señalándola también._)—¡De raíz! PRUDENCIO (_Cogiéndola y con inmenso pavor._)—¿La coleta? ¿Quién? FELICIANA (_Empuñando valientemente las tijeras._)—¡¡Yo!! PRUDENCIO (_Aterrado._)—¡Ah! ¡¡Tú!! ¡¡¡Tú!!! ¿Pero tú sabes lo que has quitado de la cabeza a tu hijo, so imbécil? FELICIANA.—¡Una tontería! (_Con desprecio._) PRUDENCIO (_Frenético._)—¡Ea! ¡Esta bestialidad colma la medida! Y puesto que te opones bárbaramente a que tus hijos lleguen a la gloria que Dios les destina, me los llevo de aquí. ¡Nos vamos de esta casa! ¡No aguanto más! ESCENA X DICHOS, LEOVIGILDO _y_ ACACIO _de la calle_; PARROQUIANO 2.º ACACIO (_Que entra corriendo._)—¡Aquí está, aquí está su hermano de usted! FELICIANA.—Leovigildo, Leovigildo, ven, escucha... LEOVIGILDO (_Entrando._)—Lo sé todo. Silencio. Me lo ha contao Acacio en el camino. (_A Prudencio._) ¿Pero, qué has hecho, so insensato? ¿Pero es de veras que has traspasao la barbería? PRUDENCIO.—¡Sí, señor! ¡La he traspasao porque estoy cumpliendo un sacrosanto deber! (_Enseñándole la coleta._) ¡En cambio, mira la mutilación bárbara que le ha hecho ese cernícalo a este monumento! (_Enseñándole la cabeza de Casildo._) LEOVIGILDO.—¿Y le llamas monumento a una cebolleta? ANTOÑITA.—¡La cebolleta lo será usté! CASILDO.—¿Qué dirá el Ciruqui? (_Con voz llorosa._) LEOVIGILDO.—¡Prudencio, vuelve en ti, reflexiona! PRUDENCIO.—No tengo na que reflexionar. Nos vamos de esta casa. Estoy decidido. ANTOÑITA.—Sí, señor; vámonos. CASILDO.—Nos vamos. FELICIANA (_A Leovigildo._)—¿Pero estás oyendo? PRUDENCIO.—Y conste, que te echarán de la barbería. FELICIANA (_Con furia._)—¡No hay quién! LEOVIGILDO.—No la echarán, porque yo desharé el traspaso devolviendo al señor Román las setecientas pesetas. PRUDENCIO.—Haz lo que gustes. Mandaremos por la ropa. ¡Hijos míos, la gloria nos llama! Yo os llevaré a ella. Vámonos de aquí. ANTOÑITA.—¡Madre, no sea usté tonta y véngase usté a la gloria! FELICIANA.—¡Prudencio, por Dios, mira lo que haces!... ¡Mira que si sales por esa puerta!... PRUDENCIO.—¡Es mi deber! ¡Adiós pa siempre! ANTOÑITA.—¡Adiós, madre! CASILDO.—¡Qué dirá el Ciruqui! (_Vanse los tres foro._) FELICIANA (_Llamándolos acongojada._)—¡Prudencio!... ¡Hijos! LEOVIGILDO (_Sujetándola._)—¡Quieta! FELICIANA (_Llorando amargamente._)—Pero, ¡si se van! LEOVIGILDO (_Con energía._)—¡Deja que se vayan! ¡Muérdete el corazón, pero tú aquí, a conservar la libreta! ¡Es tu deber serio y honrao! ¡Que se vayan! Pué que sea mejor; así probarán dónde está la verdá, si en las ilusiones tontas, o en el trabajo humilde y verdadero. ¡Y poquitas lágrimas! FELICIANA.—Es verdá. Tiés razón. Ellos lo quieren; ¡que Dios los ampare! (_Sin dejar de sollozar._) PARROQUIANO 2.º (_Entrando._)—¿Me pueden afeitar? FELICIANA.—Sí, señor. Acacio, afeita a este caballero. ACACIO.—Pase aquí. (_El Parroquiano se sienta en el tocador de la izquierda y Acacio le afeita._) LEOVIGILDO.—Y tú, a tu trabajo, como si tal cosa. Voy a hablar con el señor Román. Vuelvo en seguida. FELICIANA.—Gracias, Leovigildo. Pero, ¡esos hijos!... ¡ingratos!... ¡sin mí!... (_Llorando._) LEOVIGILDO.—Adentro, a lo tuyo, y calma. (_La lleva hasta primera izquierda._) ¡Hasta luego! (_Vase foro. Acacio queda afeitando al parroquiano y limpiándose las lágrimas.—Cae el telón pausadamente._) _Empieza un preludio en la orquesta, y al terminar el motivo del tango, se levanta la cortina y aparece un telón blanco, y, pegado en él, un gran cartel de color que dirá_: SALÓN MADRILEÑO Debut sensacional en la cuarta función LA BELLA ANTOÑITA mono-cuple tanguista NUEVA ESTRELLA No faltéis _Al terminar el preludio, se alza el telón del anuncio y aparece el_ CUADRO SEGUNDO La escena representa el escenario de un salón «Music-Hall» visto de costado. El telón de boca del supuesto escenario figura estar al lado izquierdo del verdadero, ocupando desde la segunda caja hasta el foro, y, por consecuencia, el foro simulado ocupa iguales términos a la derecha. Los bastidores de este escenario se verán de canto, ocupando el centro de la escena, a distancias simétricas y con varales de luz tras ellos. En primer término, a la izquierda y cerca del supuesto telón, la taquilla de la luz eléctrica. A la derecha una puerta practicable, que se supone da a un pasillo, con cuartos de artistas. La decoración supuesta será una selva. ESCENA PRIMERA _Al hacerse la mutación aparecen dos o tres_ CARPINTEROS _acabando de colocar la decoración. El_ ELECTRICISTA 2.º _colocando bombillas de luz en los varales. El_ ELECTRICISTA 1.º _manipulando en la taquilla de la luz._ RODRÍGUEZ, _representante de la empresa, mirando por el agujero del telón._ CARPINTERO 1.º (_A los otros._)—¡Amos, rediez, que sus dormís! (_Mirando hacia las bambalinas y con voz más fuerte._) Manolo, pon el foro. UNA VOZ (_Desde arriba._)—¿El japonés? CARPINTERO 1.º—No, hombre, la selva. (_Cae desde arriba un telón que ventea el Carpintero 1.º, colocándolo en su sitio._) ELECTRICISTA 2.º (_Al primero._)—¿Qué luz se le da a la debutanta? ELECTRICISTA 1.º—P’al tango dicen que la demos el rojo; pa los _coplés_ la daremos el verde. ELECTRICISTA 2.º—Pues prueba a ver. ELECTRICISTA 1.º (_Dando luz verde._)—¿Va? ELECTRICISTA 2.º—Sí, apaga. (_Se apaga la luz verde._) ESCENA II DICHOS _y_ EMPRESARIO, _que sale primera derecha_ EMPRESARIO (_Con acento catalán._)—“¡Rodrígues! ¡Rodrígues!” RODRÍGUEZ (_Deja de mirar por el telón. Habla con acento andaluz._)—¿Qué quié osté? EMPRESARIO.—Oiga, miri, que se dé la entrada a escape y curriendo, ¿sabe? ¡Que vamos con una mica de retraso y me tengo al ispetor detrás de las urejas! RODRÍGUEZ.—Oiga osté, ¿y qué tar de gente, don Manué? EMPRESARIO.—Va a haber un llenaso de bote en bote. Pero miri, no es estraño: cuarta sesión y debut... ¡as claro! RODRÍGUEZ.—Y qué, ¿ha visto osté vestía a esa niña? EMPRESARIO.—Ahora vengo de su _camarino_, y qué quiere que le diga, como mona es mona. RODRÍGUEZ.—Pero oiga osté, que yo la he visto ensayar esta tarde y... (_Gestos de duda._) EMPRESARIO.—Miri, miri, déjese de cuentos; el caso es que da un lleno, que es lo que se buscaba, y si la matan que la maten, ¿sabe? A nosotros, ¿qué? RODRÍGUEZ.—En eso tié osté rasón. EMPRESARIO.—Lu que se busca, y nada más... ¡hombre! Ande, avise. RODRÍGUEZ.—Voy allá. (_Vase primera derecha._) EMPRESARIO (_Al Carpintero_ 1.º)—¿Está todo listo? CARPINTERO 1.º—Todo, sí, señor. (_Vase el empresario por el foro. Suena fuera un timbre eléctrico._) ESCENA III POLINIO _y_ PRUDENCIO POLINIO (_Sacando casi en brazos a Prudencio._)—¡Vamos, hombre! ¡Pero no te pongas así! ¿Pero qué te pasa? PRUDENCIO (_Temblando de miedo y con voz acongojada._)—¡Ay, Polinio! ¿Que qué me pasa?... ¡Pues que a medida que va llegando la hora del debut de mi hija, me se está poniendo un amargor de boca, y tengo un vacío de estómago que me muero! ¡Mira cómo tiemblo! POLINIO.—¿Pero hombre, qué has hecho de aquellos bríos? PRUDENCIO.—¡Ay, no sé, no sé! ¡Ay, Polinio de mi alma, oye! ¿Tú crees en serio que gustará la chica? POLINIO.—¡Pues no ha de gustar! La chica es un asombro de gracia. ¿Qué digo un asombro? ¡un aspaviento! PRUDENCIO (_Con voz entrecortada._)—¡Ay, Polinio, no te choque esta emoción! Tú no sabes lo que es ver a una celebridad y decir: ¡eso es un engendro mío! POLINIO.—¡Me lo explico! Y además que comprendo tu miedo; porque si por una de esas cosas, que no lo mande Dios, la chica no gustase... PRUDENCIO.—¡Calla, hombre! (_Aterrado y nervioso le da un puñetazo._) POLINIO.—¡No, si hablo en _pletérito!_ ¡Calcúlate tu situación! Sin dinero y sin barbería; porque aunque tu mujer siga con ella, con la Feliciana no hay que contar. PRUDENCIO.—¡Como que ayer me la encontré, me miró el saqué, se echó a reir y me volvió la cara!... ¡figúrate! (_Se oye un gran rumor detrás del supuesto telón, rumor que remeda con la mayor exactitud al del público cuando invade un teatro: escúchanse entre el natural vocerío estas frases:_ ¡Acomodador... a ver mi asiento!—¡Caramelos y bombones!—¡El _Heraldo_!... _Sin cesar en absoluto, se atenúan los rumores del público supuesto, para que no se pierda el diálogo._) ¡Ay! ¿oyes? ¿qué ruido es ese? ¿qué pasará? ¿qué es? (_Impaciente._) POLINIO.—Voy a ver. (_Se acerca, mira por el agujero del telón y dice con mucha alegría._) ¡La gente, la gente que entra!... ¡Ya están entrando! PRUDENCIO (_Asustado y tembloroso._)—¿Entran ya? ¡Ay! ¡ay, qué emoción! POLINIO (_Que sigue mirando._)—¡Y qué buen público! ¡Va a estar lleno! PRUDENCIO.—¡Ay! ¡Aquí quisiá yo ver a la Feliciana, a ese ser egoísta y bárbaro, que estará a estas horas roncando en su cama muy tranquila! ¡Ay, qué temblor! ¡Ay, que no creí que era esto tan emocionante! (_Se escuchan bastoneos y muestras de impaciencia en el público._) ¡Oye!... (_Los dos atienden._) ¿Qué pasa ahora? POLINIO.—¡Que se cansan de esperar! ¡Como no empiezan! PRUDENCIO.—¡Ay, pues que empiecen, que empiecen!... (_Muy nervioso, y recorriendo el escenario dice a grandes voces._) ¡Que empiecen! ¡Que empiecen! POLINIO (_Conteniéndolo._)—¡Calla, hombre! ESCENA IV DICHOS _y_ RODRÍGUEZ; _luego_ ANTOÑITA; _después_ EMPRESARIO _y luego el_ INSPECTOR; _por último,_ TRIANÓN RODRÍGUEZ (_Saliendo. A Prudencio._)—¿Y la Antoñita? PRUDENCIO.—¡Ya debe estar; ya debe estar vestida! RODRÍGUEZ.—¡Voy a avisarla, que empieza ella! (_Acercándose a la puerta derecha._) ¡Antoñita! ¡Antoñita! (_Llamando a voces._) ANTOÑITA (_Dentro._)—¡Voy, voy en seguida! PRUDENCIO.—¡Ay, Polinio, llegó el momento! ¿Qué será de nosotros? POLINIO.—¡Ánimo, Prudencio! ¡El porvenir es tuyo! RODRÍGUEZ (_Asomándose por el agujero del telón._)—¡Molina, la sinfonía! (_Se oye a poco un vals al piano. Antoñita sale por la puerta de la derecha, vestida de “coupletista”, con un traje corto, verde y rosa, de muy mal gusto; lleva muchas flores en la cabeza; saca en la mano un sombrero cordobés. Viene radiante de alegría._) ANTOÑITA.—¡Ya estoy! ¿qué les paece a ustedes el trajecito? (_Contoneándose muy satisfecha._) POLINIO.—¡Precioso! ¡Una monada! ¡Una divinidaz!... PRUDENCIO.—Oye, ¿no será demasiao verde pal público? ANTOÑITA (_Enfadada por la observación._)—¡Qué va a ser! ¿Usté qué sabe? ¡Ya verá usté en cuanto me vean qué murmullo! ¡_Pal_ teatro cosas vivas! ¡En vestir las voy a dejar a todas así!... (_Empequeñecidas._) PRUDENCIO.—Sí, hija; si pué que tengas razón. Pero yo es que ya no veo de miedo. ¡Mira qué temblor! (_Enseñándole la mano temblorosa._) ANTOÑITA (_Enfadada._)—¡Caramba, padre! ¡pero qué pesao está usté con el miedo! ¡Jesús! que lo tuviese yo, güeno; ¿pero usté?... ¡Si sabré yo lo que va a pasar! ¡Un delirio en cuanto me vean y me oigan! y es que lo mismo me se da a mí del público este que del del Real, que el de cualsiquier lao. La cuestión pa gustar es atractivo, y desenvoltura, y cosas modernistas... ¡y déjeme usté a mí!... ¿Que todas saludan de esta manera? (_Hace un saludo vulgar._) ¡Pues yo así!... (_Hace un saludo raro moviendo la cabeza hacia la izquierda muy rápidamente y con una sonrisa más rara que el saludo todavía._) ¡que tié más novedad! ¡y con esto y dos o tres ademanes que ha estudiao una servidora, el público en el bolsillo de una servidora!... ¡Va usté a verlo! POLINIO (_Con entusiasmo._)—¿Pero no te animas de oirla? PRUDENCIO.—No; si yo también estoy seguro... pero... vaya... es que... ANTOÑITA.—¡Paece mentira! ¡Dudar de mí!... ¡Si gusto, como gustaré, no le vuelvo a mirar a usté a la cara!... ¡Merecía usté tener una hija tonta! RODRÍGUEZ (_Acercándose._)—¡Prevenida Antoñita! ANTOÑITA (_Preparándose._)—¡Venga ya! (_Acercándose a la primera caja._) RODRÍGUEZ.—¡Arriba el telón! (_Sube el telón y se llena de luz el escenario._) PRUDENCIO (_Casi llorando._)—¡Ay, cómo me ha herido esa luz! ¡Hija mía, Dios te bendiga! POLINIO (_A Antoñita._)—¡Ánimo! ANTOÑITA.—¡Me sobra! (_Con indiferencia._) RODRÍGUEZ.—¡Fuera! (_Antoñita sale a escena, saluda y se oye un aplauso prolongado. Los personajes que están en escena y dos o tres tramoyistas quedan entre cajas de topes y arrojes mirando a Antoñita._) POLINIO.—¿Lo ves? (_Con viva satisfacción y abrazando a Prudencio._) ANTOÑITA (_Desde escena, sonriendo a su padre con disimulo._)—¿Ve usté el efecto del saludo? PRUDENCIO.—¡Qué aplauso! (_Muy alegre._) RODRÍGUEZ.—¡Tenemos una gran _clac_! (_Prudencio, indignado, le da un cogotazo. El piano deja oir un tango y Antoñita empieza a bailarlo muy mal y con ademanes raros; se pone el cordobés y se le cae en dos ocasiones. Se oyen en el público risas prolongadas._) PRUDENCIO (_Con angustia._)—¡Ay, paece que se ríen! ¿Qué será?... ¿Qué es?... ¿Qué es?... ¿Qué es?... RODRÍGUEZ.—No sé... ¡voy a ver! (_Vase a mirar por detrás del foro._) POLINIO.—¡Nada, que se conoce que hace gracia, que gusta!... ¡Que les ha chocao lo del sombrero! (_Se acentúan las risas en el público y se escuchan toses burlonas._) PRUDENCIO.—¡Ay, Polinio, que paece pitorreo! (_Lo dice muy azorado._) POLINIO.—¡No, hombre, qué va a ser! ANTOÑITA (_Sin dejar de bailar se acerca a la caja donde está su padre, y al dar una vuelta, dice muy rápidamente y con cara de angustia que trueca en seguida en el gesto sonriente que pone constantemente al público._)—¡Se me ha desatao una cinta! (_Habla con gran rapidez._) PRUDENCIO.—¡Recontra! (_Aterrado. A Antoñita._) ¿Salgo a atártela? POLINIO (_Sujetándole._)—¡No por Dios! ¿Dónde vas? (_Siguen en el público las toses y las risas._) PRUDENCIO.—¡Que se esperen un poco y ven y te la ato! ANTOÑITA (_Que baila ya azoradísima._)—¡No sé de dónde es! UNA VOZ (_En el público._)—Pero, ¿quién te ha vestido? PRUDENCIO.—¡No sigas!... ¡Ven, ven, Antoñita! POLINIO.—¡Calla, hombre, calla, por Dios! ¡Que la azaras! ANTOÑITA (_Sin dejar de bailar._)—¡Y me se está cayendo una liga! PRUDENCIO.—¡Dios mío! UNA VOZ (_Atiplada, del público._)—¡Pero si eso es una niñera! OTRA VOZ.—¡Asaura! VOCES.—¡Callarse! OTRAS.—¡Fuera la _clac_! (_Siguen rumores fuera._) ANTOÑITA (_Bailando cada vez peor y casi llorando ya._)—¡Ay, que me muero de angustia! PRUDENCIO.—¡Éntrate, éntrate y no sigas! RODRÍGUEZ.—¡Deje usté de bailar! ¡El cuplé, el cuplé en seguida! ¡Pronto, el cuplé, Antoñita! ¡Valor! (_Todos hablan a un tiempo, el público grita y patea; Antoñita, cada vez más azorada, hace un desplante ridículo y termina el baile entre carcajadas y voces de burlona aprobación. El piano preludia el cuplé._) POLINIO.—¡Duro en el cuplé, que te haces con el público! PRUDENCIO (_Furioso y a gritos y desesperado._)—¡Gritarla, con lo que vale esa criatura! ¡Porque lo vale! ¡A qué andar ya con modestias! ¡Lo vale, sí, señor! ¡Lo vale! RODRÍGUEZ.—¡Calle usté ahora! (_Antoñita empieza a cantar con voz temblorosa._) ANTOÑITA.—(_Cantando._) ¡Ay, que me voy a morir! ¡y tú me vas a matar! ¡Ay!... (_Hace un gallo._) UNA VOZ (_Del público._)—¡Qui-qui-ri-quí! (_Risa general._) PRUDENCIO.—¡Cochinos! ¡Dejarme salir!... ¡Cerdos! POLINIO.—¡Cállate, Prudencio! ANTOÑITA.—(_Cantando con voz llorosa._) El moreno que me enloquecía se casa pa Mayo, que yo _iznore_, por Dios, la noticia si no me desmayo. ¡Ay, los hombres, mamaíta, mamaíta de mi corazón! UNA VOZ.—¡Ande usté a vender décimos! PRUDENCIO.—¡Insúltalos! ¡Ladrones! ¡Asesinos! (_Frenético de ira._) ANTOÑITA (_Cantando._) ¡Qué embusteros, qué falsos, qué pillos, qué pérfidos son! (_Acercándose._) ¡Ay, padre, que yo estoy muy mala!... ¡Yo me muero! (_Intenta cantar otra vez, desafina y se produce un pateo formidable, voces e insultos._) RODRÍGUEZ.—¡Al _Pepito_! ¡Al _Pepito_! ANTOÑITA (_Cantando._) Retírate, por Dios, Pepito, retírate, por Dios, que grito. UNA VOZ (_Del público._)—¡Retírate tú!... (_Risas, toses, aullidos._) ANTOÑITA (_Llorosa, sofocada y sin saber lo que hace deja de cantar y grita dirigiéndose al público._)—¡Indecentes! (_Vocerío espantoso, gritos, imprecaciones. Cae el telón. Llorando, acongojada se abraza a Prudencio._) ¡Ay, padre de mi alma, que creo que no he gustao! PRUDENCIO (_Sosteniéndola en sus brazos._)—¡Pues no has de gustar hija mía!... ¡Han sido dos o tres!... ¡Morrales! ¡Golfos!... ¡No llores, hija! POLINIO.—¡Cálmate, cálmate, Antoñita! (_Sigue oyéndose fuera un alboroto horrible._) ANTOÑITA (_Angustiadísima._)—¡Ay, agua, agua, que me ahogo! PRUDENCIO (_Suplicante._)—¡Por Dios! ¡Por caridad! ¡Un poco de agua! EMPRESARIO (_Saliendo primera derecha hecho una fiera._)—¡Nos ha perdido! ¡Insultar al público! ¿Qué ha hecho usted? POLINIO (_Con ira._)—¡Qué sabe la chica! RODRÍGUEZ (_Sin dejar de mirar por el telón._)—¡Y no callan! EMPRESARIO.—Pero, ¿qué quieren? RODRÍGUEZ.—¡Rompen las butacas! (_Miran los dos por el telón._) ANTOÑITA.—¡Ay, a mi casa! ¡Llevarme a mi casa! ¡Yo me muero aquí, me ahogo! ¡Vámonos! INSPECTOR (_Furioso._)—¡La empresa! ¡A ver, la empresa inmediatamente! EMPRESARIO.—¡Servidor! INSPECTOR (_Con tono imperativo._)—Es necesario que esta señorita salga inmediatamente a pedir perdón al público, inmediatamente. PRUDENCIO (_Frenético de coraje._)—¿Qué? ¿Mi hija a pedir perdón a esos golfos? ¡Primero me ahorcan! INSPECTOR.—O pide perdón, o me la llevo detenida inmediatamente. PRUDENCIO.—¡Detenida mi hija! (_Furioso._) ANTOÑITA (_Sollozando y aterrada._)—¡Ay, no por Dios, perdón!... ¡Ay, no padre, detenida no! ¡Ay, que no me lleven, por Dios! (_Se abraza a su padre como quien se refugia de un peligro._) PRUDENCIO.—¡No hija; me matarán antes! INSPECTOR.—Pues que salga inmediatamente. EMPRESARIO.—Sí, hombre, que salga; verá usted, si no cuesta nada. (_Empujando a Antoñita._) POLINIO.—Sí, hombre, es mejor, déjala. (_Trata de que Prudencio suelte a su hija, que es zarandeada por unos y otros._) PRUDENCIO.—¡Mi hija humillada! ANTOÑITA.—¡Sí, señor; deje usted, padre, saldré! ¡Después de todo, he faltao! Así no se me llevarán, ¿verdá? ¡Que suban el telón! ¡Ay, sostenerme! (_Desfallecida, sin poder casi andar._) RODRÍGUEZ.—¡Arriba el telón! (_Sube el telón._) EMPRESARIO.—Vamos. (_Empujándola._) ANTOÑITA (_Sale trémula, cogida a los bastidores; al verla el público protesta y grita._) VOCES.—Chist... (_Imponen silencio._) ANTOÑITA (_Entre el hipo amargo de un llanto mal contenido._)—¡Re... re... respetable público!... ¡Perdón! (_Se echa a llorar amargamente y cae arrodillada. Baja el telón en silencio._) PRUDENCIO (_Sale a cogerla._)—¡Canallas! ¡Asesinos! (_Llorando._) ¡Hija mía! ¡Yo, yo tengo la culpa! ¡Perdón, hija mía! ¡Perdóname! ¡Insultarme a mí!... ¡Matarme a mí, si queréis... pero a este peazo e mi alma!... (_Llora._) POLINIO.—¡Vamos, vámonos! (_Sacándolos del escenario._) EMPRESARIO.—¡Vaya, fuera, fuera, despejar! (_Los empuja a un rincón._) RODRÍGUEZ.—¡Libre la escena! (_Empujando a todos._) ANTOÑITA.—¡Ay, sí... nos echan!... (_Angustiadísima._) Vámonos... ¡pero con mi madre!... ¡Llevarme con mi madre! PRUDENCIO.—¡Sí, hija, sí! Polinio, trae la ropa en un rebuño. POLINIO.—¡Voy en seguida! (_Vase puerta derecha._) EMPRESARIO (_Empujándolos._)—¡Libre el paso! (_A Rodríguez._) Que salga la Trianón y les cante la pulga, a ver si los contenta. RODRÍGUEZ.—¡Trianón! ¡Trianón! (_Dando voces primera derecha._) TRIANÓN (_Saliendo._)—Aquí estoy. (_Viste de cupletista._) RODRÍGUEZ.—¡Sugestiva, niña, sugestiva: a ver si los amansas! TRIANÓN.—Conmigo _hocican_... Verá osté. Arriba er trapo. (_Esto último lo dice mirando arriba.—Se levanta el telón, se oye el tango, empieza a bailar y se oyen voces en el público._) VOCES.—¡Esto, esto!... ¡Ahí lo bueno!... ¡Tu madre!... ¡Olé!... (_La Trianón baila de un modo descocado e indecente._) POLINIO (_Sale, puerta derecha, con un lío de ropa y el mantón, y se acerca donde están Prudencio y Antoñita abrazados._)—¡Vámonos! (_En este momento hace la Trianón un desplante y el público aplaude, quedando luego en silencio._) ANTOÑITA (_Llorando._)—¡Cómo la aplauden a esa! ¿Por qué no habré gustao yo así, padre? PRUDENCIO (_Con amargura._)—¿Que por qué no has gustao así? ¡Pues porque Dios no me ha querido castigar del todo, hija mía! (_Salen por detrás del telón del foro. Sigue bailando la Trianón y el público jaleándola._) =Mutación= CUADRO TERCERO Calle corta de los barrios bajos de Madrid. Es de noche. ESCENA PRIMERA _La SEÑÁ FELICIANA dando muestras de impaciencia y de extremada curiosidad pasea por la calle envuelta en un mantón. Se para, se acerca a menudo al primer término izquierda y mira._ FELICIANA.—¡Ay, Dios mío! ¡Cuánto tarda ese chico! ¿Qué habrá pasao?... ¡Los menutos se me hacen siglos! ¡Ay, Jesús Nazareno de mi alma, Dios quiera que haiga gustao esa chica!... ¡Su padre me creerá tan tranquila roncando en la cama, le conozco y llevo un diíta que no sé cómo me tengo en pie!... Porque yo lo odio; odio eso de _ercenarios_ y de públicos, bien lo sabe la Virgen Santísima, pero así de que recibí el recao de que la chica debutaba esta noche, le puse dos velas a la Virgen, le recé un rosario y le pedí... ¡paece mentira que se lo pidiera yo!... ¡le pedí que la aplaudiesen, que la llenasen el _ercenario_ de flores, de coronas, de tóo lo mejor que haiga en el mundo! ¡No por mí, bien lo sabe Dios! ¡Por ella, na más que por ella, por su bien y por su alegría! ¡Hija de mi alma! (_Se seca los ojos con el pañuelo y mira a la izquierda._) ¡Ay! ¿es aquél?... ¡Sí, aquél es! ¡Gracias a Dios! ¡Acacio!... ¡Aquí, aquí estoy! (_Llamándole con la mano._) ESCENA II DICHA _y_ ACACIO_, que sale por la izquierda, con el traje descompuesto y con las narices hinchadas; jadeante._ ACACIO.—¡Señá Feliciana! FELICIANA (_Cogiéndole la mano con gran impaciencia._)—¿Qué, qué ha pasao? ACACIO.—Pu... pu... pues nada, que... FELICIANA.—¿Te has caído? ACACIO.—¡Yo no!... ¡Ha sido que!... ¡Espere usté que respire! (_Toma aliento._) FELICIANA.—¿Pero ha gustao la chica?... ¡Pronto, dilo pronto! ACACIO (_Titubeando y sin saber qué decir._)—No... si... la... la chica... como gustar la chica... le diré a usté... FELICIANA.—¿Qué? ACACIO.—Que al principio, sí, señora, ha gustao. FELICIANA.—¿Y luego? ACACIO.—Luego también... ¿sabe usted?... Al menos a mí. FELICIANA.—Bueno, ¿y al público, y al público? ACACIO.—Sí... sí, señora... al público, mucho... Sino que aunque ha gustado un poco, yo que usté en cuanto llegase a casa, lo que es las dos velitas de la Virgen, ¡puf! ¡puf!... (_Hace la acción de soplar._) ¡Apagás! FELICIANA.—¡Pero, ay, no me asesines! ¡Habla! ¿Qué es lo que ha sucedío con la chica? ACACIO.—Pues na; tóo ha sío por culpa de uno; un guasón de patillas que estaba en delantera. Verá usté cómo ha pasao la cosa. Se alza la cortina, se presenta la Antoñita de verde, que estaba pa comérsela, con permiso de usté, y rompo yo sólo en un aplauso nutrido, y me sigue el público; ella, en vez de saludar, hace una cosa así elegante con la cabeza, (_Imita el saludo de Antoñita._) como si _estornudara_, y va el guasón de las patillas y dice:—¡_Jesús_!—Y yo digo:—¡_Fuera ese_! y me sigue el público y le echan. Encomienza a bailar la chica, y en esto me veo que se la salía una cinta por la abertura de la falda... y van, y se ríen las butacas. La Antoñita, algo azará canta, se le va una nota que yo no sé si era un _re_ o un _sí_, aunque creo que _sí_, y al dar el _gallo_, se armó el _maremanun_ en el público. Risas, toses, patadas, ladridos... Ella se sofoca, se echa a llorar, yo aplaudo, me sigue el público; les llamo ¡_cochinos_!... y me sigue el público... me sigue el público y me da una paliza en el _fuayere_, con grabaos en el texto como salta a la vista. Y el final no lo he visto. No lo he visto por dos razones: primera, porque misté cómo tengo este ojo; y segunda, porque me echaron los guardias a la calle; y me he venido corriendo pa tranquilizarla a usté como lo hago; porque como gustar, la verdá es que la chica ha gustao. ¡Al menos a mí! FELICIANA (_Que durante el relato anterior expresa con gestos el convencimiento del desastre, dice con energía._)—¡Bueno, no me digas más! ¡Lo que yo me temía! (_Sigue furiosa como hablando consigo misma._) ¿Lo ves, infame, ladrón, asesino, mal padre?... ¿Lo ves? ¿Lo estás viendo? ¡Amarga es la _leción_... pero quién sabe si Dios lo habrá hecho! ¿Dónde habrán ido?... ¿Qué será de ella?... ¡Pobre hija mía! (_Vase derecha._) ACACIO (_Que ha dicho la anterior escena con el sombrero en la mano, intenta ponérselo de varias maneras sin conseguirlo._)—¡Rediez con el _debutito_! ¡Na, que póngame el sombrero como me lo _póngamelo_, me encuentro con una dificultad del tamaño de una nuez! No, lo que es como debute otro día, voy de mantilla. ¡Palabra! (_Vase corriendo por la derecha._) =Mutación= CUADRO CUARTO Plaza en los barrios bajos de Madrid. Desembocan en ella distintas callejuelas. A la izquierda; en segundo término, una puerta practicable cerrada, y sobre ella un rótulo que dirá «Barbería». Sobre la puerta cuelgan dos bacías de cartón. Es de noche. Los faroles de la plaza y de las callejuelas encendidos. La luna ilumina con suave claridad la parte izquierda del escenario. ESCENA PRIMERA EL SERENO _y un_ CAFETERO _ambulante. Al levantarse el telón aparece el_ SERENO _sentado en un portal leyendo un periódico a la luz del farol. Se oye a lo lejos el pregón del_ CAFETERO. CAFETERO (_Hablado con música._)—¡Cafeeé calienteeeé!... ¡Cafeeé!... (_Sale a escena._) SERENO.—¡Hola, tú! CAFETERO.—¡Adiós, Pepe! SERENO.—Échate un vasito. CAFETERO (_Sirviéndole._)—¡Vaya una helá que está cayendo! SERENO.—¡Anda, que de peores han de caer! ¡Ahora escomienza el invierno! (_Bebe el café._) VOZ (_Lejos._)—¡Serenooó! SERENO (_Fuerte._)—¡Vaaá!... (_Pagando._) ¡Toma! (_Vase foro izquierda._) CAFETERO.—¡Hasta mañana! (_Vase foro derecha._) ¡Cafeeé calienteeé... cafeeé! ESCENA II _El_ SEÑOR PRUDENCIO _y_ ANTOÑITA. _Al desaparecer el_ CAFETERO, _aparecen por el extremo de la calle del foro el señor Prudencio, embozado en su capa y Antoñita, arrebujada en un mantón, con una toquilla en la cabeza y un lío de ropa en la mano. Andan vacilantes y como temerosos de llegar a la barbería_. ANTOÑITA (_Llorosa y sosteniéndose en el brazo de su padre._)—¡Ay, padre de mi alma, yo no puedo más!... ¡Tengo un temblor y un frío!... ¡Yo no me muevo de aquí! (_Se sienta en el quicio de una puerta al lado de la barbería._) PRUDENCIO (_Muy conmovido._)—Pero oye, rica, ¿por qué no nos vamos en cá el señor Polinio, donde estábamos, y mañana de día vienes tú solita? ANTOÑITA.—¡Ay, no, padre; no se empeñe usté! ¡Yo estoy muy mala! ¡Yo quiero subir a casa! ¡Yo no estoy fuera de mi madre ni un _menuto_ más, no señor! PRUDENCIO.—¿Pero no comprendes, hija, que después de lo que nos acaba de pasar y siendo tu madre dueña de la barbería, yo ya no puedo entrar ahí más que a que me pelen? ¡y carcúlate si me coge tu madre, me rapa!... ¡y con razón! ANTOÑITA.—¡Ay, qué temblor! (_Tiritando._) PRUDENCIO.—Llamaremos al sereno y entras tú, ¿quieres? ¡Yo... yo voy a dar un paseo!... (_Llorando._) ANTOÑITA (_Se levanta y le abraza._)—¡No, padre; por Dios! ¿cómo se va usté a ir? PRUDENCIO.—¿Pero con qué cara entro yo, si esa casa ya no es nuestra, Antoñita? ANTOÑITA.—La casa no será de usté, pero es de mi madre, y mi madre es mía, y usté también es mío; y yo la hablaré, y verá usté cómo no nos echa; porque si nos echara, ¿dónde vamos a media noche y con la _helá_ que está cayendo? PRUDENCIO.—¡Hija de mi alma!... ¿tienes frío? ANTOÑITA (_Llorando._)—¡Ay! ¿por qué no habré gustao, padre? PRUDENCIO.—¡No, si has gustao, hija!... ¿pero crees que no has gustao?... ¡ya lo creo que sí!... sino que... vamos... te ha faltao eso que... ¿Quiés mi capa, hija? ¿Estarás helá con ese traje? ANTOÑITA.—No. Misté qué lástima, ¡se me ha roto todo! (_Enseña el traje roto._) ¡Pero el frío lo tengo en los huesos! PRUDENCIO (_Con ira, señalando a la barbería._)—¡Y esa madre infame y egoísta, ahí dentro, roncando!... ¡miserable! ANTOÑITA.—¡Ay!... ¡mire usté! (_Asustada mirando al foro._) PRUDENCIO.—¿Qué es? (_Volviéndose._) ANTOÑITA.—Dos hombres. (_Aparecen en el foro discutiendo el Ciruqui y el Repollo Chico._) ¿Me querrán coger por lo del teatro? Arrímese usté... tengo miedo. (_Prudencio la abraza._) ESCENA III DICHOS, _el_ CIRUQUI _y el_ REPOLLO CHICO, _que salen del foro, se acercan a la barbería, se fijan en el grupo y saludan_ CIRUQUI (_Acercándose._)—¡Güena noche! PRUDENCIO.—(¡Calla! ¡Paece la voz del Ciruqui!) (_Alto._) Ciruqui, ¿eres tú? CIRUQUI.—¡Pa servirle, no asustarse! REPOLLO.—¡Y un servidó! PRUDENCIO.—¡Con el Repollo Chico! (¡La cuadrilla de tu hermano!) ANTOÑITA.—(¿A qué vendrán?) PRUDENCIO.—¿Y qué os trae por aquí a estas horas? CIRUQUI.—Pos na, que viníamos a jasele una rasón a la señá Felisiana de parte de Casirdo y se la _jaremo_ a osté, que mejó será. ¿No? (_Al Repollo._) REPOLLO.—Sí (_Muy seco._) PRUDENCIO.—¿Pues qué pasa? REPOLLO (_A Ciruqui._)—(Díselo en frazmentos. ¿No?) CIRUQUI.—(Sí.) (_Titubeando._) Pué lo que pasa es que... Casirdo ¿sabe osté?... pué ha toreao esta tarde. PRUDENCIO.—¡Mi hijo! ¿Ha toreao? (_Muy alegre._) REPOLLO (_Con tristeza._)—Un ratito. CIRUQUI.—Y como Casirdo e como e, que ya sabe osté como e, dijo dise, puesto que esta noche _drebuta_ mi hermaniya, si le digo a mi pare que atoreo, le doy un día de acongojo... ¡y se lo cayó er probetiyo! PRUDENCIO.—¡Pobre hijo mío! (_Con cara radiante._) Y qué, ¿habrá quedao como los ángeles? (_Los toreros se miran._) CIRUQUI.—¿Como los ángeles? (_Mira al cielo._) ¡Por ahí, por ahí! REPOLLO (_Mirando al cielo también._)—¡Más arto! PRUDENCIO (_Cambiando en gesto de terror la expresión alegre de su cara._)—¡Recontra! ¿Qué decís? ANTOÑITA.—¡Ay mi Casildo! (_Llora._) PRUDENCIO.—¡Ay mi hijo! ¡Ay, Ciruqui, habla! ¿Muerto?... ¿herido?... (_Interroga con ansia horrible._) CIRUQUI.—Una mijita meno. Carmarse. REPOLLO.—¡Cuéntalo tó! PRUDENCIO.—Sí, cuenta, cuenta... (_Impaciente._) ¿qué le ha ocurrido? CIRUQUI.—Pos na... fué en su segundo. Era un berrendo en negro, gordo, de Palha... ¡Palha tenía que ser! ¡Mardita sea su casta, que le tengo yo un asquito a esos bichos!... Coge Casirdo los trastos, se va ar toro, y ar da er quinto pase, lo empitona, se lo sacude, ¡y a la armósfera! PRUDENCIO.—¡Dios mío! ANTOÑITA.—¡Qué horror! CIRUQUI.—Y esto sería a las cinco y media... güeno, pos no le gorvimo a ve hasta las ocho y cuarto. REPOLLO.—¡Con desile a osté que bajó ya vendao! ANTOÑITA.—¡Virgen Santa! PRUDENCIO.—¿Y dónde tiene la cornada? CIRUQUI.—No, corná no tié denguna. Ha sío una palisa na má, sino que ha sío una de esa ¡de órdago! ¿No? (_Al Repollo._) REPOLLO.—¡Ha sío un _cúmulo_! PRUDENCIO.—¿Y dónde está? ¿dónde está mi hijo?... CIRUQUI.—Pues ahí se queó en un cafetín hasta sabé si su mare quié recibilo. ANTOÑITA.—¡Vamos, vamos por él! PRUDENCIO.—Sí. ¿Dónde? ¿Dónde es? ESCENA IV DICHOS _y_ CASILDO, _que viene por el foro cojeando, con la cabeza vendada y un brazo en cabestrillo_ CASILDO (_Con voz llorosa._)—¡Padre! CIRUQUI.—_¡Erse-lomo!_ PRUDENCIO.—¡Hijo mío! (_Van a abrazarle Prudencio y Antonia y huye._) CASILDO (_Con terror._)—¡No; no apretarme! ¡Ay, ay, qué dolores! PRUDENCIO.—¿Qué tienes? ANTOÑITA.—¿Qué ha sido? CASILDO.—¡Ay, padre, que yo no toreo más! (_Llorando._) ¡Que no toreo más! CIRUQUI.—¡Vaya, pues nosotros... con permiso!... PRUDENCIO.—¡Gracias por todo, hijos! REPOLLO.—Aliviarse y que no sea na. (_Mutis los toreros foro._) PRUDENCIO.—¿Dónde te duele, hijo de mi alma, dónde?... CASILDO.—¡Me duele _en el total_, padre! ¡Ay, qué dolores!... (_Mirando a su hermana._) ¿Y qué... y ésta cómo ha quedao? PRUDENCIO.—Pues por el estilo. ¡Le ha tocao un publiquito de Palha también! ANTOÑITA.—¡Podíamos estar en la cárcel, conque no te digo más! CASILDO (_Con desconsuelo._)—¡Dios mío! ¿De manera que ya no se van ustés a París? PRUDENCIO (_Con viveza y furia imponente._)—¿A París?... ¡Maldita sea su vida!... ¡Si yo cogiera alguna vez al ladrón aquel del Carpanta, que fué el que me metió en el jaleo y el que me ha traío esta ruina y esta tristeza, te juro que!... (_Amenazador y furioso._) PEPE (_Desde lejos pregonando._)—¡Chuletas de huerta! ¡Chuletaas!... PRUDENCIO.—¡Recontra! (_Con asombro._) CASILDO.—¡Paece su voz! (_Atendiendo._) PEPE.—¡Que humean!... ¡Chuletaas!... PRUDENCIO.—¡Él es! (_Se acerca a la primera derecha y llama a voces._) ¡Carpanta! ¡Carpanta! ESCENA V DICHOS _y_ PEPE EL CARPANTA _por la primera derecha con una cesta_ PEPE (_Saliendo._)—¿Quién? PRUDENCIO.—¡Carpanta! ¡Maldita sea! (_Le amenaza._) PEPE.—¡Prudencio! ¡Tú! ¡Ay, Prudencio de mi alma, mátame si quieres! PRUDENCIO.—Pero oye: ¿cómo es esto? ¿No estabas en París? PEPE.—Sí, Prudencio. Allí estuve y de allí vengo. PRUDENCIO.—¿Pues qué te ha pasao? PEPE.—¿Que qué me ha pasao?... Pues que a mi mujer y a mi hija me las encontré que estaban de una conformidad... que ya sabes tú que yo siempre he sido un fresco; bueno, pues pa ver lo que veía y aguantarlo, tenía que ser completamente _glacial_, y a _frapé_ no hay padre que llegue. Las dejé y me volví. ANTOÑITA.—¡Pobrecito! ¿De manera que se ha quedao usté solo en el mundo? PEPE.—¡Solo, no, con patatas! (_Señalando la cesta._) Me he vuelto a agarrar a la cesta, y poco es una peseta, pero al menos se duerme tranquilo. ¿Y vosotros, qué hacéis? PRUDENCIO (_Señalándole a los hijos._)—Pues mira el _espetáculo_; ésta recién gritada, éste recién cogido y yo recién ambas cosas; con la barbería perdida y sin atreverme a implorar de la Feliciana la miaja de acobijo que tanto despreciábamos. ESCENA ÚLTIMA DICHOS, FELICIANA _y el_ SERENO _por el foro_ FELICIANA (_Dentro, llamando._)—¡Pepeee! ¡Serenooo! PRUDENCIO.—¡Ay, callarse! ¿Esa voz?... ANTOÑITA.—¡Es mi madre! (_Con alegría._) CASILDO.—¡Ella es! SERENO (_Dentro y desde lejos._)—¡Vaaa! PRUDENCIO.—¡Ay, en cuanto nos vea! ¡Pero ella fuera e casa! ¿A qué habrá salido? (_Carpanta se separa y se va a un rincón. El padre y los dos hijos se quedan formando un grupo a la puerta de su casa._) FELICIANA (_Sale foro._)—¡Abra, Pepe! (_Deteniéndose al fijarse en el grupo._) ¿Quién está a la puerta e casa? SERENO.—No sé... (_Acercándose._) ¿Quién? ANTOÑITA.—¡Madre! (_Los dos con voz lastimera._) CASILDO.—¡Madre! FELICIANA (_Corriendo y abrazando a Antonia._)—¡Mis hijos! ¡Hijos míos! ¡Hija de mis entrañas! ¡Corazón! ¡Alma mía! (_Abraza y besa a su hija, y al ir a abrazar a su hijo, éste da un grito de terror. Pausa larga._) ¿Has toreao, eh? (_Con amargura._) ANTOÑITA.—¡Un ratito! CASILDO.—¡Palhas, madre! FELICIANA.—¡Pobrecitos míos! (_A Prudencio que permanece callado._) ¿Y tú alucinao, pobre loco, lo ves? (_Teniendo abrazados a sus hijos._) ¿Lo estás viendo? ¿Has visto las estrellas? CASILDO.—¡Yo las he visto, madre! ANTOÑITA.—¡Y yo casi, casi! PRUDENCIO (_Realmente conmovido._)—¡Feliciana, perdón... pero pa ellos na más! ¡Yo no lo merezco! ¡Armítelos en casa, y yo... yo me iré solo! ¿Los armites? FELICIANA (_Furiosa y gritando._)—¡Vaya usté a paseo, peazo animal! ¡Eso se le pregunta a una loba! Abra usté esa puerta, sereno. (_Abre el Sereno_.) Adentro, hijos míos. (_Con dulzura._) Entrad a ese rincón de casa que llamábais triste y oscuro, porque vosotros ¡pobrecitos! no sabíais que el cariño y el trabajo son alegría y claridad. Adentro. ANTOÑITA.—¡Ay, madre! ¡Cualquier día vuelvo yo a bailar un tanguito! (_Antonia y Casildo hacen mutis por la barbería._) PRUDENCIO (_Entusiasmado y conmovido._)—¡Feliciana, eres una santa! ¡¡Adiós!! FELICIANA (_Cogiéndole del pescuezo._)—¡Pasa, pasa tú también o te acogoto, so mandria! (_Le lleva a la barbería a empujones y puñetazos._) PRUDENCIO.—¡Eres una santa! ¡Dame un beso! FELICIANA (_Rechazándole bruscamente._)—¡Quita de ahí, majadero! PRUDENCIO.—Bueno, te lo daré dentro. (_Entra en la barbería._) FELICIANA (_Con inmensa satisfacción._)—¡Ya son míos! ¡Y curaos de su locura! ¡Gracias a Dios! (_Al Sereno._) ¡Buenas noches, Pepe! (_Mutis barbería._) SERENO (_Cerrando._)—¡Ustés descansen! PEPE (_Acercándose con entusiasmo._)—¡Eso es una madre, eso!... y no las que cogen a las hijas y las quién pa... ¡maldita sea!... (_Marchándose hacia el foro y pregonando._) ¡Chuletas de huerta!... ¡Chuletaaas! (_Música._) TELÓN EL AMIGO MELQUIADES O POR LA BOCA MUERE EL PEZ PERSONAJES CUADRO PRIMERO BENITA NIEVES SEÑÁ DAMIANA SEÑÁ ZOILA TRINI PEPITA AMALIA JULIA LA ONOFRA SEÑOR MELQUIADES AVELINO SERAFÍN EL PINTURERO HIGINIO SEÑOR RAFAEL BERNABÉ EL TULIQUI EL VIRUTAS EL SEÑOR VIRIATO _Coro general_ CUADRO SEGUNDO BENITA NIEVES PACA LA FIERA SEÑÁ CELES UNA VIEJA SEÑOR MELQUIADES AVELINO SERAFÍN EL PINTURERO HIGINIO UN CANTADOR _Un farolero y varios transeuntes_ CUADRO TERCERO BENITA NIEVES PACA LA FIERA MOZA 1.ª ÍDEM 2.ª SEÑOR MELQUIADES AVELINO SERAFÍN EL PINTURERO HIGINIO EL TULIQUI BERNABÉ EL VIRUTAS UN CAMARERO JOVEN 1.º ÍDEM 2.º ÍDEM 3.º ÍDEM 4.º UNO LUCIO UN JOVEN NIÑO 1.º ÍDEM 2.º ÍDEM 3.º NIÑA 1.ª ÍDEM 2.ª _Concurrentes al salón_ — =La acción en Madrid.—Época actual.= — Derecha e izquierda, las del actor. ACTO ÚNICO CUADRO PRIMERO Lugar ameno y pintoresco, próximo a la Ribera del Manzanares, en Puerta de Hierro. Sin simetría, pero dejando entre sí los espacios naturales, se levantan por distintos lados de la escena los anchos troncos de viejos árboles, cuyas espesas ramas prestan al lugar grata sombra. El suelo está tapizado de césped. Al fondo continúa la arboleda. En primer término izquierda, al pie de un árbol, un tronco caído, que sirve de banco, y en tercero derecha, un columpio hecho con una cuerda atada a dos árboles, dando frente al público. Es un hermoso día del mes de Mayo. ESCENA PRIMERA _Al alzarse el telón aparecen los siguientes personajes: Al pie de un árbol corpulento que se levanta en primer término, hacia la derecha, y en derredor de un mantel extendido sobre el césped, sentados en el suelo, la_ SEÑÁ DAMIANA, _la_ SEÑÁ ZOILA, _el_ SEÑOR VIRIATO, _el_ SEÑOR RAFAEL _y_ LA BENITA (_de derecha a izquierda_). _Sobre el mantel se ve una cazuela con restos de comida, platos sucios, mendrugos de pan, varios tenedores y cuchillos, botellas y algunos vasos mediados de vino. Al pie de otro árbol próximo, cestas, mantones y guitarras. Colgados en las ramas y en los troncos de algunos árboles, chaquetas y sombreros de hombre. Debajo de otro árbol, en el primer término izquierda, sentadas sobre el tronco cortado que sirve de banco_, NIEVES _y_ LA TRINI. _Detrás de éstas, en un pequeño claro, varias_ INVITADAS_ juegan al corro, cantando alguna canción infantil_. _Más a la izquierda, otro grupo de_ INVITADOS _beben alegremente_. _En el fondo, centro_, BERNABÉ _toca la guitarra y canta una jota, mientras bailan dos_ MUCHACHAS, _rodeándolas varios_ INVITADOS DE AMBOS SEXOS, _entre los que se cuentan el_ TULIQUI _y_ AMALIA. _En el columpio, sentada_, JULIA, _a la que mece el_ VIRUTAS, _y a su lado, chillando y riendo_, PEPITA _y dos o tres más_. _En el centro de la escena_, AVELINO _salta a la comba, dando él mismo_. _Al empezar la obra hablan todos a la vez y reina en los grupos gran animación y extraordinaria alegría_. GRUPO DEL COLUMPIO VIRUTAS (_Dando fuerte._)—¡Arza!... ¡Ande! JULIA (_Asustada, a gritos._)—¡Estate quieto, Virutas!... ¡Que no me dés más! VIRUTAS (_No haciendo caso._)—¡Arza!... ¡Vaya!... JULIA.—No le dejes, Pepita. PEPITA.—¡No seas bruto, que la vas a dejar de caer! (_Siguen chillando y riendo._) GRUPO DE LA DERECHA DAMIANA (_Ofreciendo con el tenedor._)—Amos; otra tajadita, señor Viriato. VIRIATO.—No, gracias, Damiana; no me cumple más. RAFAEL.—Arriba con este muslo (_ofreciéndole uno de pollo, que saca de la cazuela_), que sabemos tu debilidaz por los muslos. (_Ríen en el grupo._) VIRIATO.—¡Si es que me vais a hacer de reventar! BENITA.—Yo me lo comeré si no lo quiere. (_Siguen bromeando. Benita come vorazmente._) (_Las del baile y el corro cantan a la vez._) AVELINO (_Saltando._)—Ochocientos noventa y cinco. Ochocientos noventa y seis. Ochocientos noventa y siete... DAMIANA (_Riendo._)—Pero ¿qué hace este chico? RAFAEL.—No saltes más, hombre. ZOILA.—Pero ¿qué furia te ha entrao de saltar, demonio? AVELINO (_Para de saltar; habla fatigosamente._)—No, ¿sabe usté? es que le estoy batiendo a un amigo el _rencor_ de la hora, en el salto a comba. Ya le he batido el _rencor_ de la media. RAFAEL (_Riendo._)—¿De la media? ¿Y por qué no te subes el calcetín? AVELINO.—¡Ay, es verdá! (_Se sube el que se le está cayendo._)—Esto, lo hago yo porque hemos fundao una Sociedad el gremio de ultramarinos que se titula: _La dependencia azlética_, y cada uno nos dedicamos a un sport. Yo, es por ver si adelgazo. (_Sigue saltando._)—Ochocientos noventa y ocho. Ochocientos noventa y nueve. _Nuevecientos_. _Nuevecientos uno_... (_Sigue saltando y contando._) DAMIANA (_Al señor Rafael._)—Dale, dale un poco de vino, que se refresque; que entre la corbata tan verde y la cara tan colorá, paece un tomate mollar. (_El señor Rafael sirve vino._) JULIA (_En el columpio._)—¡Que no me dés tan fuerte, que me voy a matar! (_Chillando._) ¡Madre!... ¡Madre! ZOILA.—Tú, Virutas, a ver si la tiráis a la chica. VIRUTAS.—No tenga usté cuidao; si cae, cae encima de mí. RAFAEL.—Pues eso le faltaba si cayese, darse contra un adoquín. AVELINO (_Riendo._)—¡Ja, ja, ja! ¡qué señor Rafael! Tié usté unos golpes que acardenalan. (_Sigue saltando._) _Nuevecientos diez_. _Nuevecientos once_. _Nuevecientos doce_... RAFAEL (_Dándole un vasito de vino._)—Toma, de lo blanco. AVELINO.—Gracias. (_A Benita._) ¿Quié usté _inagurarme_ este _chato_, Benita? BENITA (_Muy huraña y hablando con la boca llena._) No, señor; no quiero náa. NIEVES.—Qué fina eres, mujer. BENITA.—Soy como Dios me ha hecho; y el que no me quiera así, que me deje. RAFAEL.—No decirla náa, que se atraganta. DAMIANA.—Ahí la tienes a este erizo, lo mismito que en casa; se pasa la vida comiendo y gruñendo. VIRIATO.—Pa mí que os la debía de mirar un médico, que esta chica come demasiao; debe tener algo. DAMIANA.—No, si desde pequeña ha sío una glotona. AVELINO.—Hace como yo; que cuando era chico, comía tanto, que hasta quería que me diesen el aceite de hígado de bacalao _a la vizcaína_. DAMIANA.—Pues ahí tienes en cambio a su hermana, que hay que hacerla comer con memoriales. ZOILA.—Esa es otra cosa en el tipo y en todo. No se parecen en náa. BENITA.—Ni falta que me hace parecerme a ella. NIEVES.—¡Y gracias a Dios, hija! BENITA.—¡Bueno, bueno, bueno! (_Sigue comiendo._) NIEVES (_Acercándose al grupo y dirigiéndose al señor Rafael._)—Oiga usté, padre. RAFAEL.—¿Qué quieres, nena? NIEVES.—¿No quedaron en venir esta tarde el señor Melquiades y Serafín? RAFAEL.—En venir quedaron; me dijeron que a los postres. NIEVES.—¿Y cómo no habrán venido? RAFAEL.—¡Qué se yo! Ya me choca que no estén aquí. VIRIATO.—¡Esos dos puntos sí que tién buen humor! DAMIANA.—¡De que ellos lleguen, veréis cómo se alegra esto! BENITA (_Con rabia._)—Pues ojalá no vengan. DAMIANA.—¿Y por qué no van a venir? BENITA.—Porque hacen menos falta que los perros en misa; que ya sé yo lo que me digo. (_A Nieves._) Y tú, más valía que te fueras a buscar a tu novio, en vez de preguntar por nadie. NIEVES.—¡Pero están ustedes oyendo el demonio e la tonta! DAMIANA.—¿Y qué tié que ver que la chica pregunte una cosa inocente? BENITA.—¡Inocente! (_Con guasa._) ¡Ja, jay! NIEVES (_Con ira, a Trini._)—Vamos, vamos, que no tengo gana de armarla. (_Vanse las dos del brazo por la izquierda._) BENITA.—¡Armarla, armarla! ¡Si yo dijera más de cuatro cosas! (_Sigue comiendo._) AVELINO.—¡Bueno, bueno, bueno! dejarse de regaños, que no es día pa ello y écheme usté otro chato, señor Rafael, que voy a echar un brindis. (_Rafael le sirve._) Señores. VIRUTAS.—¿Qué pasa? AVELINO.—¡Viva el taller de lavao y planchao de la señá Damiana Perea, anfitriona de esta garata que estamos celebrando! TODOS.—¡Vivaa! AVELINO.—Y arrimarse, que voy a leer unos versos en cuarteta, improvisaos por mí. DAMIANA.—Venga, venga. VIRIATO.—Venir, que va a leer unos versos Avelino. (_Se acercan todos, formando semicírculo. Avelino coloca una banqueta en el centro y se sube a ella._) RAFAEL (_Riendo._)—¡Válgame Dios, qué chico! BERNABÉ.—Que sean cortitos. TULIQUI.—Venga d’ahí. ZOILA.—Silencio. TODOS.—¡Chist! (_Callan todos._) AVELINO (_Leyendo en un papel muy grande que ha sacado del bolsillo._)—A la señá Damiana y consorte, en el _cincuenta y cuatrogésimo_ cumpleaños del natalicio de la primera. “Subiste media centuria de esta vida amarga y cruel; que te subas la otra media y que lo vea el señor Rafael”. TODOS (_Aplaudiendo._)—¡Bravo! ¡Bravo! VIRIATO.—Y que lo vea un servidor, que tampoco me disgustaría. (_Avelino da las gracias, saludando con una inclinación y cae sobre Viriato y Rafael. Los grupos se esparcen por el fondo; Bernabé, Virutas y Tuliqui quedan en la izquierda; Damiana y Zoila recogen todo lo de la merienda, metiéndolo en una cesta que dejan tras el árbol; Benita continúa de pie, comiendo. El Coro va desapareciendo por ambos lados._) RAFAEL.—Has estado muy bueno, Avelino. AVELINO.—Pues ahí tiene usté a Benavente en la Academia y a mí despachando langa. RAFAEL.—¡Injusticias! (_Se une al grupo de Damiana y hacen mutis por la derecha, como dando un paseo._) AVELINO (_Acercándose a Benita. Lleva la comba metida en el bolsillo por un extremo y el otro arrastrando por el suelo._)—Benita. BENITA (_Con la boca llena._)—¿Qué pasa? AVELINO.—¿Qué quié usté que diga que toquen pa que bailemos: quié usté que diga que _vals_ u que _tuesten_? BENITA.—Que _tuesten_ lo que quieran; yo no bailo. (_Se vuelve de espaldas._) AVELINO.—¿Que no? Bueno; pues al menos me otorgará usté el que la aúpe al columpio y la meza. BENITA.—Bueno; pero en cuanto no quiera, me bajo, ¿eh? AVELINO.—Sí, señora; sin compromiso. Con permiso. (_Va a cogerla en brazos._) BENITA.—¿Pero me va usté a coger en brazos? AVELINO.—Como no quiera usté que la _trasporte_ con ata mantas; no hay otro remedio. BENITA.—Bueno; pero coja usté lo menos posible, ¿eh? AVELINO.—Descuide usté, que tengo costumbre de coger señoritas. La cogeré por lo indispensable. (_La levanta en vilo; Benita sigue comiendo._) BERNABÉ (_Riendo._)—¡Ja, jay! ¿A qué llamas tú lo indispensable, joven? AVELINO.—Hombre, pues no creo yo que el perímetro abarcao exceda de lo preciso. TULIQUI.—Cómo se ataraza, pollo. AVELINO.—¡Caray! Pues si no he calculao mal, lo cogido no es para que nadie tenga que decir. VIRUTAS.—Amos, amigo, que hemos agarrao un puñaíto, ¿eh? AVELINO (_Yendo hacia el grupo, siempre con Benita en brazos._)—Hombre; hagan ustés el favor de no lanzar especies _caciosas_, ¡caray! VIRUTAS.—¿Te irritan las especies? AVELINO.—Lo que me irrita es que están ahí los padres y podrían creerse que yo no procedo de buena fe. BENITA.—Oiga usté, si va usté a seguir la conversación, haga usté el favor de dejarme en el suelo. AVELINO (_No haciendo caso._)—Y que coste que he abarcao lo indispensable, y si no que se mida. LOS DEL GRUPO.—¡Que se mida, que se mida! BENITA.—No, hombre, por Dios; qué se va a medir. Vamos al columpio. AVELINO (_Dirigiéndose al columpio._)—Es que uno tiene que contestar a las sátiras. (_Volviéndose al grupo._) ¡Si yo la he cogido de donde la he cogido!... BENITA (_Incomodada, tirándole el sombrero._)—Pero ¿me lleva usté o no? AVELINO.—Sí, señora; pero es que me molesta que se malicien lo que no es. (_Yendo al columpio y deteniéndose a mitad de camino._) Estoy por volver y... (_Lleva al fin a Benita al columpio y la deja sentada, volviendo a recoger el sombrero. Aparte, para sí mismo._) ¡Rediez, qué bien formadita! ¡Hubiese dao cinco reales porque hubiese estao el columpio en el Puente de Vallecas! (_Vuelve y la mece._) ESCENA II BENITA _y_ AVELINO, _en el columpio_. BERNABÉ, VIRUTAS _y_ TULIQUI, _al fondo con dos o tres más. Por la izquierda, primeros términos_, NIEVES _con la_ TRINI. NIEVES (_Saliendo._)—¿Lo ves? Ya no viene Serafín. ¡Si tengo yo una suerte!... (_Contrariada, agitando nerviosamente el abanico._) TRINI (_Hablando en voz baja._)—¡Pero, por Dios, mujer; disimula, que te van a conocer el mal humor! NIEVES.—¡Que me lo conozcan, no tengo genio de disimular náa! TRINI.—Y luego a mí, lo que me apura es tu novio. ¡Tóo el día huyéndole! ¿Lo habrá notao? NIEVES.—Déjalo que lo note. Lo que siento es que no venga Serafín, porque me hubiá gustao que le hubieses conocido. TRINI.—Sí; y pa verle tú, a mí no me la das. Pa mí, que ese tío te ha enguirlotao, Nieves. NIEVES.—¡No tanto, mujer! ¡Si no hace arriba de un mes que nos tratamos! TRINI.—¿Y dónde os conocisteis? NIEVES.—En el Cine. La noche que íbamos no me quitaba ojo en los intermedios; luego, con disimulo, se arrimó a nosotros y se hizo amigo de mi padre. TRINI.—Tu novio se habrá escamao. NIEVES.—Está que no vive. TRINI.—¿Y es guapo ese hombre? NIEVES.—Guapo y bien portao. Se conoce que hay guita; ya lo verás. Y es lo que yo digo, chica; un hombre así, aparte de lo que te guste es algo. Porque, sí que me da lástima de mi novio, pero ¿qué sacas con un pobre albañil? ¡Miseria y compañía! Y eso de estar agarrá toa tu vida a un mísero jornal, y no tener una mujer siquiera un trapo pa que salga a la calle y se luzca y la miren a una, no me hace, francamente. TRINI (_Dirigiéndose a sentarse al tronco de la izquierda._)—En eso dices la verdad, chica. Pero, oye; ten ojo, que decían que era casao. NIEVES.—¡Qué va a ser! Ha vivido dos años con una, pero ya no la ve. (_Se sientan; Nieves a la derecha._) TRINI (_Mirando hacia el fondo derecha._)—¡Calla; tu novio! ¡Vaya un pisto que trae! ESCENA III DICHOS _e_ HIGINIO _por el fondo derecha_ HIGINIO (_Que ha salido un poco antes, mirando a todas partes se acerca al grupo._)—¡Gracias a Dios! Pero ¿dónde te metes, mujer? ¡Parece que me huyes! NIEVES (_A Trini._)—¡Oye; dice que le huyo! Cansás de buscarte nos hemos sentao aquí; que te diga ésta. HIGINIO.—¡Sí que me choca! TRINI (_Levantándose._)—Pero ya están ustés mano a mano. Poco se ha perdido, y el onceno no estorbar. Conque: de verano, pollos. (_Vase fondo izquierda. Pausa. Nieves se corre en el asiento dejando sitio a Higinio, que se sienta a su derecha._) HIGINIO.—Bueno; ¿y qué es lo que te pasa? NIEVES.—¿A mí? HIGINIO.—A ti. NIEVES.—¡Tú dirás! HIGINIO.—¿Qué te pasa, que ni te veo ni puedo hablarte? NIEVES.—¡Ni que tuviese yo la culpa! ¡Si no te he encontrao en toa la mañana! HIGINIO (_Con acritud._)—Mira, Nieves; guasitas encima, no. No me has encontrao, porque no has querido. Y si te parece, lo mejor es que hablemos francamente de una vez, que no estoy yo pa servir de mono a nadie. Las cosas claras. NIEVES.—Como quieras; pero no sé a qué viene el ponerse así. HIGINIO.—Viene, a que tú ya no eres pa mí lo que eras. NIEVES.—Te se figurará a ti. HIGINIO.—Y es la verdá. Tú has dao un cambiazo, Nieves; ni me quieres como me querías, ni te alegra ya mi querer. NIEVES.—Amos, chico; quita, quita. A ti te han hecho guiños. HIGINIO (_Con ira creciente._)—A mí no me han hecho náa. Y sé lo que te pasa. NIEVES.—Tú dirás. HIGINIO.—Pues lo que te pasa, Nieves, es que tú le estás haciendo cara a otro hombre; así, en plata. NIEVES.—¡Yo! (_Levantándose asombrada._) HIGINIO.—¡Tú! (_Levantándose también, y cada vez con mayor energía._) NIEVES.—¡Mentira! HIGINIO.—Verdá. Y si te has cansao de mí, me lo debías haber dicho antes, y no que me estás haciendo hacer un papel feo. Pero yo soy un hombre de bien, que te he querío con toda mi alma, y como no lo merezco, no te lo aguanto; ¡por éstas! NIEVES.—Tóo eso es mentira. HIGINIO.—Es verdá. Y sé quién es. (_Amenazador._) Y si esta tarde viene aquí ese tipo... NIEVES (_Desafiando._)—Si viene, ¿qué? (_Se oye gran algazara por el fondo izquierda, y vuelven a salir todos los grupos de principio de cuadro._) HIGINIO.—Si viene, por éstas que... Cállate ahora. (_Nieves se sienta, y él queda en pie a su izquierda._) ESCENA IV _Todos los personajes que aparecieron a principio de cuadro, más_ HIGINIO, MELQUIADES _y_ SERAFÍN. _Al final_ ONOFRA. _Por el fondo izquierda, llegan Trini y Julia y detrás Pepita y Amalia, trayendo ambas parejas en alto, y extendidos, mantones de Manila, detrás de los cuales se ocultan Melquiades con las primeras y Serafín con las otras. No ha de verse de ellos más que el sombrero y los pies, hasta el momento que se indica. Les preceden alegremente los invitados, moviendo gran algazara. Forman todos semicírculo, quedando al fondo las de los mantones. Benita se apea del columpio, y avanza con Avelino al lado de sus padres._ =Música= TRINI, JULIA, PEPITA _y_ AMALIA ¡Quieto todo el mundo! Presten atención. Traigo una sorpresa detrás del mantón. TODOS ¿Qué sorpresa es esa que traéis ahí? LAS CUATRO Hay que adivinarla; no se _pué_ decir. TODOS Dos _gachós_ se esconden tras de los mantones. MUJERES ¿Serán dos amigos? HOMBRES ¿Serán dos guasones? TODOS Decid quiénes son. LAS CUATRO Hay que adivinarlo; presten atención. TRINI (_Grupo de la izquierda; señalando y dejando ver lo que se indica._) Por aquí un sombrero. JULIA (_Ídem._) Por aquí unos pies. PEPITA _y_ AMALIA Veinticinco duros, si acertáis quién es. TODOS Por los cuatro pieses, y los dos sombreros, igual pueden ser golfos, que dos caballeros. LAS CUATRO ¿Os dais por vencidos? TODOS Decid quiénes son. LAS CUATRO (_Levantando un poco el mantón, para que por debajo aparezcan Melquiades y Serafín._) ¡Pues mirad qué guajas! TODOS (_Riendo._) ¡Valientes alhajas! MELQUIADES _y_ SERAFÍN (_Saludando sombrero en mano._) ¡Salú a la reunión! (_Avanzan y los demás cierran el semicírculo._) —— SERAFÍN (_Haciendo su presentación._) Serafín el “Pinturero”, el del trus de los placeres. Donde hay vino y hay mujeres, el primero. TODOS El primero. MELQUIADES Y Melquiades el “Chufita”, exclusiva en el suspiro; y señora que yo miro, finiquita. TODOS Finiquita. MELQUIADES _y_ SERAFÍN Y donde vamos los dos o juntos o separaos, pa tó lo que mande Dios, dos dechaos. Y pa gente aliquindoy, este pollo que hay aquí. (_Por ellos mismos._) Por donde quiera que voy, tó pa mí. No hay en todo el hemisferio, aunque usté no lo comprenda, dos gachós que tengan ángel. SERAFÍN Como _mangue_. MELQUIADES Como _menda_. —— SERAFÍN (_Casi hablado._) Ni el mismo don Tenorio, ni el mismo don Megía. MELQUIADES Ni el propio _Cize-Cize_, _Cize Cize_ Campeador. TODOS Me paecen muchos _Cizes_, los que ha dicho este señor. SERAFÍN Ni el señor de Romeo, ni la señá Julieta... MELQUIADES _Tien_ tanta _verosimi-_ _simi simi-liquitú._ TODOS De fijo tien más _simi-_ _limisi_, que tienes tú. —— (_Mientras ellos andan contoneándose, los demás les jalean._) ¡Ole! ¡Ele! ¡Vaya un tío! MELQUIADES ¡Atufante! SERAFÍN ¡Fototípico! MELQUIADES _Tres jolí._ TODOS ¡Olé que sí! =Hablado= (_Terminado el número vuelven todos con gran algazara a sus respectivos sitios. El señor Rafael lleva a los recién llegados debajo del árbol donde ellos merendaban y forman grupo. Aparte hacia la derecha Benita y Avelino._) BENITA.—¿A qué habrán venido esos tipazos? AVELINO.—Me estomagan a mí esos dos _maniquises_. BENITA.—Tráigame usted un poco de salchichón que me he puesto nerviosa. (_Avelino va a la cesta y trae lo pedido por Benita._) HIGINIO (_A Nieves._)—Ahí le tienes. NIEVES (_Con despecho._)—¿A quién tengo? HIGINIO.—A ese tío. ¡Ya estarás contenta! NIEVES.—¿A mí qué me importa ese hombre? (_Le vuelve la espalda._) HIGINIO.—¿Que no te importa? ¡Maldita sea! (_Vase iracundo fondo izquierda; Nieves queda sola, sentada en el mismo sitio._) RAFAEL.—¿Y cómo ha sido eso de venir tan tarde, amigo Melquiades? MELQUIADES.—Señor, se ha cumplimentao la palabra. Dijimos que vendríamos al postre y _hétetenos_ aquí. ZOILA.—Lo bueno siempre se hace esperar. SERAFÍN.—Lo bueno es lo que esperaba, señá Zoila. (_Al ver sentada a Nieves y sola, hace señas de inteligencia a Melquiades._) Vamos a colgar los sombreros, con permiso. (_Se separan del grupo y se dirigen hacia el fondo._) MELQUIADES (_Parándose a mitad de camino y aparte a Serafín señalando a Nieves._)—Ahí la tienes. SERAFÍN.—¡Más bonita que un sol! MELQUIADES.—Está queriendo caerse. Tambaléala. (_Le da un pequeño empujón y vuelve al grupo de Rafael._) SERAFÍN (_Se engalla, se estira y se acerca a Nieves hablándola en voz baja._)—Daría la metá de mi existencia por ser el Guadarrama. NIEVES (_Coqueteando._)—¿Pa qué? SERAFÍN (_Aproximándose; casi al oído._)—Pa verme rodeao de _nieves_ por todas partes. NIEVES.—Iba usté a tener mucho frío. SERAFÍN.—¡Quiá! Nieves usté y primavera yo, a la media hora el deshielo. NIEVES (_Sonriendo._)—¡Pamplinas! SERAFÍN.— “Amarillo es el oro, blanca la plata, y negros son los ojos que a mí me matan.” (_Vuelve hacia el corro donde está Melquiades, después de dirigir a Nieves dos o tres miradas incendiarias, y dice a éste aparte dándole en el hombro._) ¡Tambaleada! DAMIANA (_Ofreciéndoselo._)—¡Un chatito, Serafín! SERAFÍN (_Pasando a su lado._)—Siendo de usté, hasta con narices, señá Damiana. (_Lo bebe._) MELQUIADES (_Aparte a Serafín._)—Pues ahora verás lo que te preparo. (_En voz alta._) Pero ¿qué insipidez es esta, señores? ¿Es que no nos vamos a divertir ni se va aquí a jugar a nada? RAFAEL.—Tiene razón el amigo Melquiades; estáis muy desanimaos. MELQUIADES.—Vaya: le voy a echar una meaja de sal a la juerga. (_Llamando._) ¡Niñas!... ¡Pollos!... arrimarse pa acá, que me se ha ocurrido un solaz modernista, para que nos divirtamos. TODOS (_Acercándose bulliciosamente._)—¡Sí, sí! ¡Eso!... ¡eso! MELQUIADES.—¿Queréis que organicemos un concurso de baile por parejas, con premios y tóo? TODOS (_Aplaudiendo._)—¡Sí, sí! ¡Muy bien, muy bien! TULIQUI.—¿Y cómo va a ser ese concurso? MELQUIADES.—Pues de la siguiente forma: _Pograma_: Base primera. El “Virutas” y el Bernabé, nos van a ejecutar en la guitarra una _Redova u Mazurca rusa_, que ellos saben y que se intitula: “_Ay, qué Moskou._” Se forman parejas, la van bailando una a una y a la pareja que a juicio de un jurao la baile con más estilo, se le _ajudicará_, no una Copa, porque aquí no las poseemos, pero sí un _chato_, al que llamaremos _chato de honor_ u _chato_ Melquiades, si se quiere. TODOS.—¡Muy bien, muy bien! MELQUIADES.—Dicho chato, estará lleno de vino y la pareja gananciosa se lo beberá a medias, primero la señora y después el caballero, con el fin de que el premio consista en que el hombre pose los labios en aquel lugar del _chato_ donde los haya _posao_ el _ojeto_ amado y bailarín. ¿Se aprueba? TODOS.—¡Muy bien, muy bien! MELQUIADES.—Pues vosotros, coger las guitarras, mocitos. (_Bernabé y Virutas, van por ellas al fondo y figuran templarlas._) TULIQUI.—Y nosotros a elegir parejas. ONOFRA (_Joven feísima, sale de entre los grupos y se dirige hacia Avelino._)—¿Vamos a romper la marcha usté y yo? AVELINO (_Mirándola de arriba abajo._)—¿Yo con usté? (_Volviéndole la espalda._) “Llamad al sereno.” ONOFRA.—Hombre, ya sé que no soy guapa. AVELINO.—Hija, por Dios, no es por eso; es que yo me quedo pa _jurao_. ONOFRA (_A Tuliqui, que se coloca entre los dos._)—¿Qué _jurao_? TULIQUI (_A Avelino._)—Que pregunta que, ¿_qué jurao_? AVELINO.—¿Que qué he jurao? (_Al oído._) ¡No bailar con feas!... ONOFRA.—Pues le _avierto_ a usté, joven, que donde yo me marco un _chotís_, se vienen detrás de mí tóos los pollos. AVELINO.—Les dará usté trigo. (_Ríen el chiste todos los del grupo._) ONOFRA (_Incomodada._)—Les doy narices. ¡¡El demonio el hortera!! VIRUTAS (_Avanzando._)—¡Ya están templás las guitarras! MELQUIADES.—Pues a empezar. (_Durante el diálogo anterior, Melquiades y varias muchachas y muchachos han adornado una banqueta con hierbas y flores y sobre ella han colocado un vasito de vino; dicha banqueta la colocan en el centro de la escena y hacia el fondo._) Vosotros, (_A los guitarristas._) sentarse ahí; (_En el tronco de la izquierda._) y el Jurao, lo compondremos, el señor Viriato, la señá Zoila, (_Avanzan los nombrados._) y un decrépito servidor de ustedes. TODOS.—¡Muy bien! MELQUIADES.—Y las parejas, podrían ser, por ejemplo: la Nieves, con... (_Como buscando a uno; llevándola de la mano._) BENITA.—Con su novio; ¡con quién va a bailar! MELQUIADES.—No, eso no; novios con novios, no me hace. Porque novios con novios se supone que se han cogido el _tingli_ en tóo lo tocante al arte _corográfico_ y se llevarían el premio a poca costa. _Tien_ que ser parejas impremeditadas. Veréis: Nieves, con... uno cualquiera... con Serafín, pongo por caso. SERAFÍN (_Avanzando._)—Con mil amores. (_La coge de la mano._) BENITA (_Avanzando._)—Nieves debía bailar con su novio. DAMIANA (_Cogiéndola y haciéndola retroceder._)—Tú te callas, que no eres quién. ¿No estás oyendo que dicen que novios con novios no? BENITA.—Pues que digan lo que quieran; yo digo que con su novio y náa más. MELQUIADES.—A callar. Y tú, baila con Avelino, que es de Coloniales y sabe lo que es jalea; arza. AVELINO.—¡Superior! Agárrese usté que va usté a ver dentro de dos minutos un _chato_ apurao. (_Se agarran del brazo y se colocan en el centro del fondo._) MELQUIADES.—Y el Tuliqui, que es un poco cojo, con la Onofra, que sabe del pie que cojea. (_Los junta._) TULIQUI.—Haremos la nota cómica. MELQUIADES.—Otras tres parejas al líbitum y náa más. (_Forman parejas, al fondo, Trini, Julia, Pepita y Amalia, con cuatro jóvenes._) ¿Estamos? LOS QUE VAN A BAILAR.—Sí, sí. MELQUIADES (_Colocándose a la derecha con el Jurado._)—Pues ¡a una! =Música= Picadito y afinao, ceñidito y bien bailao. Al bailar, poner muchísima atención, pa que vea la reunión, que no es coba el concurso de redowa que manguela ha organizao. TODOS Bien hablao. —— MELQUIADES (_A Nieves y Serafín, que se colocan en el centro._) En posición de empiecen. ¡Que me se cuide la base cuarta! Primera pareja: al redoveo. (_Al quinto compás empiezan a bailar Serafín y Nieves._) La re-do- la re-do- la Redowa se baila sin coba, por la gente de Madrid lo mismo en el Palace Hotel que en un salón de Chamberí. —— NIEVES Baila muy apretao. SERAFÍN Es la base cuarta que ha puesto el Jurao. TODOS La re-do- la-re do- etc., etc. —— MELQUIADES No tié fin pa bailar Serafín. TODOS ¡Qué pillín! —— MELQUIADES Otra pareja. (_Se retiran a la izquierda los que bailan, y avanzan Benita y Avelino, que bailan ridículamente._) AVELINO Ya usté verá, mi dulce amor, cómo al final es pa usté el chato de honor. BENITA ¿De verdá? ¡Ay, qué bien! Pues si es así, ya verá usté que pongo yo tó lo que sé. TODOS ¡Hay que ver qué marcao! Si el premio al fin no lo han ganao, cualquiera ya les quitará lo bailao... —— AVELINO (_Cambiando de manera de bailar._) ¡A la _demimondaine_! (_Bailan todas las parejas._) ¡Eso es! (_Jaleándose._) ¡Mi mamá! Un grupo así es pa un Kodak. ¡Diga usté que venga Kaulak! —— TODOS La-re-do- la-re-do- La Redowa tié más de una arroba de sal y pimienta y tal, y se ha bailado en _la Bombi_, y en el propio palacio Real. —— VIRIATO Estos dos, han bailao tal cual. MELQUIADES Muy mal. Otra pareja. (_Dejan de bailar todos y avanzan Onofra y el Tuliqui._) TULIQUI (_Bailando a su modo._) Creo que de esta manera no se nota la cojera, y hasta puen premiarme por mi gallardez. ONOFRA Tal vez. TULIQUI Comprímase pa que vean que bailamos yo y usté sobre un cacahué. (_Bailan todos._) TODOS La re do- la re do- La Redowa, etc., etc. MELQUIADES (_Interrumpiendo._) Vayan ustedes a la coda. —— TODOS Pues digan ya los del Jurao, pa terminar, quién ha ganao. (_Al terminar el baile, aplauden los que no han bailado._) =Hablado= TODOS.—¡Bravo! ¡Bravo! MELQUIADES (_Después de una pequeña conferencia con los del Jurado._)—Señores: el Jurao ha acordao por unanimidaz, conceder el _chato_ de honor, a la insuperable pareja, Nieves-Serafín. TODOS (_Aplaudiendo._)—¡Muy bien, muy bien! AVELINO (_Rabioso._)—Eso es una injusticia. VIRIATO.—¡Orden! TODOS.—¡Que se calle! (_Avelino afligido, se retira hacia la derecha, acompañado de Benita._) MELQUIADES.—¿Se acepta este fallo? TODOS.—Sí, sí. MELQUIADES (_A Nieves y Serafín._)—Pues podéis beberos el premio sorbito a sorbito, pollos. (_Dándole la copa a Nieves._) Cuando quieras, nena. NIEVES.—Con mucho gusto. (_Coge el vaso._) A la salú de mi pareja. TODOS.—¡Olé! (_Vuelve Higinio por el foro izquierda lentamente y se acerca al grupo poco a poco._) SERAFÍN.—¡Gracias, Nieves! NIEVES (_Va a beber y se detiene con coquetería._)—¡Ay, pero se va usté a enterar de mis secretos! SERAFÍN.—Pué que me convenga. NIEVES.—A mí no; pero en fin, lo dicho. (_Bebe la mitad del vino y deja la copa en la banqueta._) SERAFÍN (_Sin coger el vaso._)—Señores: antes de posar mis labios donde los ha imprimido esa boca que parece talmente un clavel encarnao que se le ha caído del pelo, tengo que manifestar que me embarga el júbilo, que me embarga la emoción y que me embarga... (_Va a coger la copa, pero se interpone Higinio, que enérgicamente la coge._) HIGINIO.—Pues no se moleste usté, yo me lo beberé, que no tengo na embargao. (_Bebe y tira el vaso contra el suelo._) TODOS.—¡Eh! (_Movimiento de estupor; Higinio trata de agredir a Serafín, pero los sujetan los hombres, apartándolos, quedando en medio Melquiades._) BENITA (_Aplaudiendo._)—¡Muy bien, muy bien y muy bien! VIRIATO.—Eso no vale. MELQUIADES.—Pero, ¿qué has hecho? HIGINIO.—Lo que me ha parecido; ¿qué hay? BENITA.—¡Muy bien y muy bien! ¡Ja, ja; qué chasco! (_Ríe; sus padres la amenazan._) RAFAEL (_A Higinio._)—Pero, ¿no ves que era una broma? NIEVES (_Sujetando a Serafín; con ira a Higinio._)—Has metío la pata. SERAFÍN (_Con tranquilidad._)—Hombre, ¿no se le ha ocurrido a usté otra gansada en el rato que hace que está usté ahí haciendo el orangután? HIGINIO.—Si se me ocurre otra, la hago. SERAFÍN.—Pues a ratos no crea usté que estorba una mijita de educación, amigo. HIGINIO.—Tengo la que me hace falta. MELQUIADES.—Pues la pué usté llevar en la funda de un cacahué y no se le llena; palabra. HIGINIO.—Lo que yo tengo es... (_Vuelve a acometerle._) SERAFÍN (_Sonriendo._)—Lo que tiene usté son _deciséis_ señoras al lao y un sujeto de miramientos vis a vis; pero también tiene usté un carrillo y yo una mano, y la vida ocasiones. Na más. MELQUIADES.—¡Hablas, que esculpes! Y terminao el incidente, señores, que no le vamos a estropear el día a la señá Damiana. SERAFÍN.—Se continuará, pollo. HIGINIO.—Cuando usté quiera. MELQUIADES.—¿Vamos ahí, al sotillo, a jugar a prendas? TODOS.—Sí, sí; vamos. (_La gente se va con Melquiades, murmurando y hablando entre sí, por el foro izquierda. Quedan en escena: la Trini, al fondo; Nieves, junto al árbol de la izquierda; Benita, hacia la derecha, y en el centro Higinio, Rafael y Damiana. Avelino hace mutis por la derecha._) SERAFÍN (_A Trini._)—¿El perro de usté, embiste también, joven? TRINI (_Con coquetería._)—Ni perrito que me ladre tengo. SERAFÍN.—Pues cuelgue usté su hermosura de esta escarpia, que ha encontrao usté un lebrel. (_Se cogen del brazo y hacen mutis por la lateral izquierda, pero bajando al proscenio para pasar por delante de Nieves que, como es natural, queda contrariada al ver que se van juntos._) ¡Y a ver si va a poder ser que pueda uno hablar con una mujer guapa! ESCENA V BENITA, NIEVES, DAMIANA, HIGINIO _y el_ SEÑOR RAFAEL RAFAEL.—Te has _ocecao_, Higinio; te has _ocecao_. NIEVES (_Con ira._)—Ha metío la pata, dígalo usté claro. HIGINIO.—No, señora. DAMIANA.—Sí, señor; que si hubiese hecho algo malo aquí estaba su madre pa regañarla. BENITA.—¡Ha hecho muy bien, muy bien y muy bien! DAMIANA.—Cállate tú ahora. HIGINIO.—Es que no podía más, Nieves; hazte cargo. NIEVES.—Si toa la vida serás lo mismo; un celoso, un primo sin correa pa na. HIGINIO.—Porque te quiero pa mí solo. NIEVES.—Pues por éstas, que no me vuelves a poner en ridículo; hemos acabao. HIGINIO.—¿Que hemos acabao? NIEVES.—Hemos acabao, sí, señor, pero pa siempre, ¡por éstas! (_Besando la cruz de los dedos._) Hemos acabao. RAFAEL.—¡Calma, hijos! ¡Válgame Dios! HIGINIO.—¿Y qué he hecho yo pa esto, señor Rafael? ¿Qué he hecho yo pa esto? Quererla y na más. ¡Y luego dicen! Si debía ser uno como todos: un sinvergüenza pa las mujeres: esos tién suerte y no los primos como yo, que se cuelan de buena fe. ¡Maldita sea! NIEVES.—Pues se acabaron los primos; puedes marcharte cuando te dé la gana. HIGINIO.—¿Que me marche? Pero, ¿estás en lo que dices? NIEVES.—No tengo más que una palabra. HIGINIO.—Está bien. No me lo dirás dos veces. Me voy. Pero antes de irme, escucha una cosa, Nieves. No serás mía, pero de ese hombre tampoco lo eres. Mialás: jurao; al tiempo. (_Vase fondo izquierda._) BENITA (_Aplaudiendo._)—Muy bien, muy bien y muy bien. DAMIANA.—Pero, ¿quieres callarte y no agriarlo más, tonta del bote? BENITA.—Pues no me callo y no me callo, porque tié razón; sí, señora, y sí, señora. NIEVES (_Airada._)—¿Y de qué tié razón, vamos a ver? BENITA.—De todo, sí, señora; que lo que hay es que tú quiés ser señorita y tener lujo y por eso despachas a Higinio, porque es un pobre, y en cambio te has enguirlotao con un tío pinturero que crees que te va a dar el oro y el moro; eso es. NIEVES (_Contenida por sus padres._)—Pero ¿no es pa darla una bofetá? RAFAEL.—Pero ¿qué estás diciendo ahí contra tu hermana? DAMIANA.—Dejar a esa tonta. BENITA.—Sí; tonta, tonta; porque las canto claritas. ¡El lujo, el lujo! ¡Eso, eso es lo que os pierde a muchas! El gabancito de moda, el zapatito de charol y la faldita estrecha y a pintarla por ahí andando a saltitos (_Remedando lo que va diciendo._) como pollos trabaos. Pues no señora; hay que agarrarse al jornalito y ayudar al marido y chincharse; esa es la obligación de una pobre. Y si hay que llevar un pingo, se lleva y se aguanta una, que después de todo, siempre será mejor llevar un pingo que serlo. Eso es. NIEVES.—Pero ¿oye usté? ¡Desvengonzá! ¡Mala hermana! ¡Suélteme usté, que la arañe! (_Quiere pegarla pero sus padres la contienen, llevándosela poco a poco por la primera izquierda._) DAMIANA.—¡Hija, por Dios, que vamos a dar un escándalo! RAFAEL.—¡Entre hermanas, válgame Dios! ¡Vamos, vamos! DAMIANA (_A Nieves._)—¡No llores, hija, no llores! NIEVES.—Envidiosa, más que envidiosa. (_Mutis._) BENITA.—¡El lujo!... ¡el lujo!... Eso, eso; que os da miedo ser pobres, ni más ni menos. (_Al quedarse sola, con gran energía._) Pues no señora: mi hermana, no. Ella pué que me arranque el moño, pero yo la juro que la quito de ese tío. Todo, antes que verla por esas calles sola y pintá de rubio, haciendo de reir a la gente. Mi hermana, no. ¡Por estas cruces! (_Se sienta en el tronco del árbol de la izquierda, llorosa y agitada, limpiándose los ojos con el delantal._) ESCENA VI BENITA _y_ AVELINO, _que sale por el fondo derecha, ocultándose, entre los árboles_. AVELINO.—¡Sola! ¡Yo la exploro! ¡Me gusta a mí esa tontita de una manera avasallante! ¡Tiene un no sé qué así, bobo, que engolosina! Yo voy a ver si la enloquezco por un medio poético que me se ha ocurrido. (_Saca una navaja de muelles, no muy grande, y la abre._) Un poco grande es para mi _ojepto_, pero no he encontrao otra. Me tiembla el corazón que parece que voy a cometer un crimen. ¡Ánimo! (_Llamando desde donde está._) ¡Benita!... (_Avanzando._) ¡Benita! BENITA (_Se vuelve._)—¿Qué? (_Al verle se levanta aterrada._) ¡Jesús! AVELINO.—Perdone usté que venga a cortarla... BENITA (_Retrocediendo asustada._)—¿A mí? AVELINO.—Que venga a cortarla el hilo de sus cavilaciones nada más; que esta navaja es para hacerla a usté una cosa muy agradable. BENITA.—¿Qué me va usted a hacer? AVELINO.—¿Que qué la voy a hacer? (_Avanza con pasos trágicos y cogiéndola de una mano, la trae hasta el centro de la escena. Ella avanza con miedo._) ¿Cómo se llama usted? BENITA.—¡Ah! pero ¿es el padrón? AVELINO.—Es otra cosa más de adorno. ¿Cómo se llama usté? BENITA.—Benita. AVELINO.—Digo de apellido. BENITA.—Baranda. AVELINO (_Sonriendo._)—¡Baranda! ¡Hombre, qué casualidad! Usté Baranda y yo, Escalera. ¡Nos completamos! (_Mirándola con arrobamiento._) ¡Baranda! (_Muy meloso._) ¡Con qué gusto me asomaría! BENITA.—¿Dónde? AVELINO.—Nada, nada; es una cosa pa mí solo. De forma que las iniciales de usté son, B. B. BENITA.—Creo que sí; B. B. AVELINO.—Bueno; pues la voy a hacer a usté un B. B. entrelazao, en el tronco de un árbol, con letra de adorno, que se va usté a quedar _visueja_. BENITA.—¿Y pa eso me ha dao usté este susto? AVELINO.—Y debajo de su enlace pondré mis iniciales: Avelino Escalera Jordán. A. E. J. (_Muy fino._) ¿Me permitirá usted que por lo menos toque la J en su enlace? BENITA.—Como si quiere usted tocar la muñeira. AVELINO.—Ni una palabra más. ¿Lo grabo en aquella encina (_Foro._) u en este chopo? (_1.º derecha._) BENITA.—Pero ¿me quiere usted dejar en paz, hombre? AVELINO.—Lo grabaré en el chopo. ¡Y Dios quiera que algún día no tenga yo que coger el chopo y recordarla dónde empezó nuestro idilio! Manos a la obra. (_Se pone a grabar con la navaja en el tronco del árbol._) BENITA.—¡Tan bien como estaría usted durmiendo la siesta, hombre! AVELINO.—Benita. BENITA.—¿Qué? AVELINO.—Tié usté una mirada que _eleztrocuta_. (_Se oyen risas y rumor de voces de hombres hacia la primera izquierda._) BENITA.—¡Chist!... ¡Silencio! AVELINO.—¿Qué pasa? BENITA (_Fijándose._)—El señor Melquiades y Serafín, que vienen. AVELINO.—¡Esos sinvergüenzas! BENITA.—¿Tramarán algo contra Higinio? AVELINO.—Si quiere usté, podemos escondernos y oirlos. BENITA.—Sí; mejor será. Calle usté; por aquí. (_Se esconden detrás de un matorral alto en la primera derecha, de forma que los vea el público._) ESCENA VII DICHOS, SERAFÍN, MELQUIADES, VIRUTAS, TULIQUI, _y_ BERNABÉ, _por la primera izquierda. Vienen riendo escandalosamente. El último trae un frasco de vino y dos copas, y colocándolo en el banco de la izquierda va sirviendo a sus amigos, que beben formando semicírculo._ SERAFÍN (_Saliendo._)—¡Calla, que me tronzo de risa! TODOS.—¡Ja, ja, ja! MELQUIADES.—Que sí, hombre, no reirse. TULIQUI.—¡Pero si es pa reventar! VIRUTAS.—¡Tienes unas cosas! MELQUIADES.—Señor, que sé lo que me digo, hombre. Oirme y veréis. (_A Serafín._) ¿Cuál es aquí la única cosa que nos es _hóstil_ p’al logro de tus fines benéficos con la Nieves? SERAFÍN.—La Benita. MELQUIADES.—Pues la hago yo el amor, primo, y tóo resuelto. (_Todos ríen._) BENITA (_Estupefacta._)—¡A mí! TULIQUI.—¿Tú con esa mema? (_Riendo._) ¡Ja, ja, ja! MELQUIADES.—¡Natural, señor! Como ese cacho de tonta no ha tenido nunca quien la diga “por ahí te pudras”, pues en cuanto yo la insinúe tanto así, la incendio, cae en mis brazos, se pone de nuestra parte y cuando tú haigas lograo tu ojeto con su hermana, yo abandono a esa renacuaja y que se tome dos pastillas de sublimao, si le gusta. ¿Qué os parece? VIRUTAS (_Riendo._)—¡Eres diabólico! SERAFÍN.—Oye, pero que de primera. TULIQUI.—¡A ver si te da calabazas! MELQUIADES.—¿A mí? ¡A las dos palabras, la pelo al rape si me da la gana! (_Siguen hablando en voz baja y bebiendo. Avelino sale del escondite, abre la navaja y avanza en actitud amenazadora. Benita le sujeta._) AVELINO.—¡Suelte usté! ¡Suelte usté, que le voy a traer dos filetes de cerdo! ¡Miserables! ¡Canallas! BENITA.—¡Chist!... ¡quieto! Déjeme usté a mí sola, que yo sé lo que tengo que hacer con estos bandidos. Lárguese usté pronto. AVELINO.—Si hago falta, me da usté una voz. BENITA.—Bueno. (_Vase Avelino por la primera derecha._) Por mi salú que os acordáis de esta mema pa toa la vida. ¡Deshonrar a mi hermana y tomarme a mí el pelo! Veremos quién puede más, si una tonta o cinco granujas. (_Vase tercera derecha._) MELQUIADES (_A Serafín.)_—De manera que tú a seguir dándola achares a la Nieves con su amiga, y yo a buscar a esa pitusa, y de que la encuentre... BENITA (_Por el foro derecha, lejos y quejándose._)—¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! SERAFÍN.—¿Quién se queja? (_Todos miran al sitio indicado._) MELQUIADES.—¡Calla!... ¡Pero si es la Benita! TULIQUI.—¡Y viene cojeando! MELQUIADES.—¿Se habrá caído? VIRUTAS.—¡Qué ocasión! MELQUIADES.—Dibujada. Dejarme solo. SERAFÍN.—Duro con ella. MELQUIADES.—Sus la brindo. (_Vanse los cuatro riendo por la primera izquierda._) ESCENA VIII MELQUIADES _y_ BENITA, _por el fondo derecha_. _Viene cojeando y se apoya para andar en una sombrilla_. BENITA.—¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! (_Sale quejándose._) ¡Ay, señor Melquiades de mi alma! MELQUIADES.—Pero, ¿qué es eso, rica, qué te ha pasao? BENITA.—¡Ay, que me he torcido un pie! ¡Ay!... ¡Agárreme usté, que no puedo! MELQUIADES (_Yendo hacia ella._)—Pero, ¿es que te has resbalao? BENITA.—Y me he caído, sí, señor. ¡Ay! ¿Me quiere usté llevar a aquel tronco? (_El de la izquierda._) MELQUIADES.—Con mil amores. (_Cogiéndola de la cintura._) BENITA (_Saltando a la “patita coja”, hasta llegar al banco._)—¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! (_Se sienta a la izquierda._) MELQUIADES (_De rodillas, reconociendo el pie lesionado._)—¿Y dónde te duele, rica? BENITA.—Aquí, un poquito más arriba del tobillo. (_Levantando la falda y dejando ver un poco la pantorrilla._)—¿Lo tengo hinchao? MELQUIADES.—No, pero... (¡Camará, qué pantorrilla!) A ver, ¿te duele al tazto? (_Toca con el dedo repetidamente._) BENITA.—No, señor; me hace una punzadita nada más. MELQUIADES.—Eso no es nada; descansando aquí un poquito conmigo, te se pasa. (_Se sienta a su derecha, pero sin dejar de mirar la pantorrilla._) Oye, rica, ¿y sabes que vas muy bien calzadita? BENITA.—¡Regular! ¡Cada una presumimos de lo que podemos! MELQUIADES.—Yo no me había fijao, pero, sabes que tienes un nacimiento que... BENITA (_Haciéndose la tonta._)—¡Je, je! Lo mismo me dijo el otro día el chico de la tienda de sedas. (_Ruborosa._) MELQUIADES.—¿Te dijo que vaya un nacimiento? BENITA.—Sí, señor; que vaya un nacimiento y que si se lo quería dejar pa una _Nochebuena_. MELQUIADES.—¡Anda diez! BENITA.—Y luego, se puso así en jarras y me _añidió_: ¿Le falta a usté una figurita pa ese nacimiento? Y yo enfadada le dije: “Sí, señor, me falta el buey.” MELQUIADES (_Riendo._)—¡Muy salao! ¿Y qué te dijo? BENITA.—Pues... me dió las señas de su casa de usté. (_Se ríe tontamente._) MELQUIADES (_Quedando de pronto serio._)—¿Y por qué no te dió las de su padre político? BENITA.—Se le pasaría. (_Levantándose rápidamente._)—Y en fin, yo me voy, que no quiero que me vean aquí sola. MELQUIADES (_Obligándola a sentarse._)—No tengas prisa, mujer. BENITA.—No, si yo estoy muy a gusto, pero... ¡ay!, no quiero ni pensarlo, si me viesen aquí sola con usté, con las bromas que me dan. MELQUIADES.—Bromas, ¿de qué? BENITA.—Nada, que como a veces, cuando hablamos así de hombres con mis amigas, yo siempre le saco a usté, pues se han maliciao tonterías, que... Bueno, yo me voy. (_Como antes._) MELQUIADES.—Aguarda, mujer aguarda. (_Cada vez más acaramelado._) ¿Y qué es lo que hablas de mí con tus amigas, si pué saberse? BENITA.—Yo, nada; tonterías de chicas. MELQUIADES.—Y dime, Benita, ¿tú no has tenío nunca novio? BENITA.—Novio, novio... lo que se dice novio, no, señor. Tonteos na más. ¡Como soy tan tonta!... MELQUIADES.—Y escucha: ¿no te gustaría a ti tener un novio formal?... Vamos a ver. BENITA.—Formal u chirigotero, que me gustase a mí, que lo demás... es lo de menos. MELQUIADES.—¿Qué te parecería un sujeto como yo, pongo por caso? (_Poniéndose de pie y engallándose._) BENITA (_De pie también._)—¿Cómo usté? ¡Ay! MELQUIADES (_Cogiéndola la mano._)—¿Te gustaría? ¡Dilo! BENITA (_Fingiendo._)—¡Ay, por Dios, señor Melquiades, suélteme usté! MELQUIADES.—Dímelo ya. BENITA.—¡Ay, por Dios, que nos pueden ver! MELQUIADES.—Dame un abrazo, anda. BENITA (_Soltándose y echando a correr hacia el fondo derecha._)—¡Ay, eso no, Melquiades! Ahora no, que vienen. MELQUIADES.—¿Quieres que hablemos luego? BENITA.—Luego, sí. MELQUIADES.—¿Dónde te espero? BENITA.—Aquí mismo, a la hora de irnos. Adiós. (_Medio mutis._) MELQUIADES (_Llamándola._)—¡Benita! ¿Me quieres? BENITA (_Con rubor._)—Cuando yo me vaya, venga usté a leer lo que dejo escrito aquí en la tierra. (_Escribe en el suelo con la punta de la sombrilla._) Ya está. Dispense la _urtugrafía_. Adiós. (_Mutis fondo derecha._) MELQUIADES.—¡Adiós, vida! Yo le he preguntao que si me quería. ¿Qué habrá puesto? (_Va y lo lee._) “_Un porción._” (_Riendo._) ¡Camará con la niña! No, pues se pué pasar el rato con la tontita esa mejor de lo que yo me figuraba. ¡Y por lo visto, me venía camelando hace tiempo! ¡¡Y habrá tantas así!! ¡Que uno no puede estar en todo! (_Vase contoneando por la primera izquierda._) ESCENA IX _Por el foro izquierda aparecen del brazo_, SERAFÍN _y la_ TRINI, _muy amartelados. Hablan bajito; ella ríe locamente. Atraviesan la escena, haciendo mutis por la derecha. Les sigue_ NIEVES, _recatándose entre los árboles, nerviosa, jadeante_. _Falta luz. El cielo empieza a nublarse. Después_ RAFAEL _y_ DAMIANA. _Al final, todos los invitados de ambos sexos_ (_Coro general_). NIEVES (_Celosa y a punto de llorar._)—¡La Trini!... ¡La Trini con él... y haciéndole cara! (_Se escuchan, ya lejanas, las risas locas de Trini._) ¡Cómo ríe!... ¡Ella!... ¡A la que me he confiao... después que le he abierto mi corazón!... ¡Infame! Si debí figurármelo. Y se van lejos... y solos... y una aquí, atá por el qué dirán, sin poder desahogar la rabia. ¡Maldita sea! (_Se apoya, llorosa, en el tronco del árbol de la derecha, primer término._) UNA VOZ (_De hombre, dentro izquierda._)—¡Virutas, diles a esos que vayan al merendero por paraguas, que se ha nublao del todo y va a caer un chaparrón! OTRA (_Ídem, ídem, en la derecha._)—Ya vamos. NIEVES (_En lo suyo._)—¡Por allí van! ¡Y más juntos y más amartelados! Tenía que ser ella; esa infame. ¡Sabiendo lo que yo le quiero! (_Queda llorando._) =Música= VOZ HOMBRE (_En la izquierda._)—¡Oye, que se ha nublao y va a caer un aguacero! VOZ HOMBRE (_En la derecha._)—Llamar a esos, que vengan a coger cestas, guitarras, mantones y tóo. Venir. VOZ HOMBRE (_En la izquierda._)—¡Pues no va a caer nada! UNO (_Pasa corriendo de izquierda a derecha, acompañado de una mujer._)—¡A casa que llueve! CORO (_Dentro, repartido en ambos lados._) Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva. Los pajaritos cantan, las nubes se levantan. Que sí, que no, que llueva chaparrón. =Hablando sobre la música.= (_Salen_ DAMIANA _y_ RAFAEL, _muy deprisa, por la primera izquierda. Ella saca su mantón de crespón negro y él un paraguas._) RAFAEL (_Dirigiéndose al árbol donde merendaron, que es en el que está apoyada Nieves._)—Vamos deprisa, que va a caer un chaparrón. (_Al ver a Nieves._) Anda, ¿pero estás tú aquí? DAMIANA.—Cogeré mi cesta y la guitarra. (_Coge lo que indica._) RAFAEL (_Acercándose y abrazándola._)—Pero, ¿qué es eso, hija? ¿Pero lloras? NIEVES.—No es nada, padre. RAFAEL.—¡Válgame Dios! (_A Damiana._) Pero, ¿no ves la nena llorando? DAMIANA.—Déjala. El disgusto de antes... los nervios... que ella es así. Está como el día. (_Vase por donde salió._) RAFAEL (_Conduciendo abrazada a su hija y haciendo mutis tras Damiana._)—¡Ay qué hija ésta! ¡Lagrimitas de los veinte años, lluvia de primavera; paece que se desgaja el cielo y luego na! (_Vanse._) =Cantando=. VOZ MUJER (_Dentro._) Empezó el día con sol y acaba el día lloviendo. Alegre estaba mi alma y estoy llorando de celos. (_Entre risas y algazara, salen Invitados e Invitadas. Ellos se doblan los pantalones, se suben el cuello de la americana; ellas se ponen abrigos y mantones, recogen cestas y guitarras, y al fin se cobijan bajo los paraguas, que abren los hombres. Empieza a llover._) ELLOS Anda ya; cógete de mi bracero. Vámonos no descargue aquí el nublao; que dirán, si me cala el aguacero: va-calao, va-calao, va-calao. ELLAS Tápeme; pero no me apriete tanto, que si no me separo yo de usté; que pa mí, que aunque jure usté que es santo, le-calé, le-calé, le-calé. (_Abren los paraguas._) ELLOS Pues vamos juntos bajo el paraguas, pa que te diga con ilusión, que en los encajes de tus enaguas llevas prendido mi corazón. (_Llueve más fuerte._) ELLAS Aunque se ponga muy zalamero, no me convence de su querer, que son los hombres muy embusteros; y ande a casita que va a llover. (_Empieza a llover con violencia. El Coro hace mutis por la lateral izquierda._) TODOS Tápeme, etc... Anda ya, etc... ESCENA FINAL MELQUIADES, _el_ TULIQUI, _el_ VIRUTAS _y_ BERNABÉ, _primera izquierda. Luego Benita, fondo derecha. Por último,_ AVELINO _por el mismo sitio._ (_Melquiades se resguarda de la lluvia con su paraguas y los otros tres con uno solo._) =Hablado= TULIQUI.—¿De modo que la Benita?... MELQUIADES.—Dos palabras y cayó en mis brazos; y aquí me ha citao. TODOS (_Riendo._)—¡Ja, ja, ja! VIRUTAS.—¡Gachó, no eres tú nadie! TULIQUI (_Mirando fondo derecha._)—¡Mirarla; por allí viene a tóo correr! MELQUIADES.—Buscándome como una loca. Veréis qué chifladura le ha entrao por mí. TULIQUI.—Vamos a escondernos. (_Se ocultan detrás de un árbol del fondo izquierda._) MELQUIADES.—No reiros muy fuerte, no se escame. BENITA (_Sale corriendo, muy remangada, con un paraguas, abierto chorreando._)—¡Hola, señor Melquiades! ¿Ha visto usté que chaparrón? MELQUIADES.—Te estaba esperando, vida. BENITA.—¿A mí? ¡Ay, cuánto lo siento!, porque el caso es que tengo un compromiso con... con un joven... (_Llamando._) Avelino: aquí. AVELINO.—Aquí estoy. ¡Vaya un diluvio! (_Sale con un pañuelo sobre el hongo, todo mojado, y los pantalones muy subidos, igual que el cuello de la americana._) ¡A casa, que llueve! (_Se cogen del brazo, y, muy tapados con el mismo paraguas, se van riendo por la primera izquierda y despidiéndose con la mano, guasonamente del señor Melquiades, que queda estupefacto. Al mismo tiempo aparecen por detrás del árbol donde se ocultaron, las caras rientes y burlonas de Tuliqui, Virutas y Bernabé._) MELQUIADES.—¡Mi madre! TULIQUI.—Oye tú: ¿y era esa la locura? VIRUTAS.—¿Y decías que en tus brazos? BERNABÉ.—¡Ja, ja! ¡Valiente chasco! LOS TRES.—¡A casa, que llueve! ¡Ja, ja, ja! (_Se van muertos de risa por la primera izquierda._) MELQUIADES (_Indignado._)—¡La panocha! Pero, ¿qué es esto? Tomarme el pelo a mí una mequetrefa, ¡que no levanta del suelo un metro treinta y cinco! ¡¡A mí!! Vaya; pues ahora es cuando está empeñao mi amor propio. Que me trufen, si no la vuelvo loca. (_Tropieza con una cesta que ha quedado olvidada._) ¡Calla!... ¡una cesta! ¿Quién se habrá dejao esto? (_La coge y se la cuelga del brazo._) Me la llevaré. ¡Miá que al final tener yo que llevar la cesta! Pues sí que me han preparao el mutis. ¡Maldita sea! (_Vase primera izquierda con el paraguas abierto y la cesta al brazo._) (_Música en la orquesta._) =Mutación= CUADRO SEGUNDO La Glorieta de la Ronda de Valencia frente a la calle de Embajadores, entre la Veterinaria y la Fábrica de Tabacos. ESCENA PRIMERA _El lugar está desierto; anochece. Pasa un farolero encendiendo los faroles; a poco, a lo largo de la calle, brillan las lucecitas del alumbrado público. Se escucha el pregón, muy lejano, de un vendedor ambulante, y, mucho más lejana, la música, casi imperceptible de un organillo. En una taberna próxima, en cuyos cristales resplandece una luz rojiza, se oye un desacordado guitarreo. Un borracho, con su voz incierta y ronca canta dentro:_ Eche usté cuatro botellas y aquí me dejo la capa, que aluego vendrán por ella. (_Un coro de voces infantiles canta lejísimo como un eco perdido:_) Ramón del alma mía: del alma mía, Ramón; si te hubieras casado cuando te lo dije yo. (_Vuelve a quedar todo en silencio. Se acentúa la obscuridad; en las fachadas de las casas lejanas, van brillando tenues lucecitas. Aparecen por el primer término izquierda,_ NIEVES, _envuelta en un mantoncito de crespón negro, muy repeinada, con su faldita estrecha y sus zapatitos de charol, acompañada de una VIEJA, astrosa, con cara de bruja, encorvada, que lleva mantón raído y un pañuelo viejo a la cabeza._) NIEVES (_Con inquietud._) ¡Virgen de la Paloma, me salta el corazón! VIEJA (_Con voz cascada._) Mujer, ni que vinieses por una mala _ación_. NIEVES No puedo remediarlo; estoy muy _asustá_. VIEJA El sitio está muy solo y nadie nos verá. NIEVES Me ahoga la angustia. VIEJA Deja ya ese apuro y siéntate un poco aquí que está oscuro. (_Nieves se sienta en un banco de la Glorieta. La Vieja queda en pie a su lado. Dan ocho campanadas en el reloj de una iglesia distante. Vuelve el guitarreo en la taberna. Canta una voz de hombre._) Hay que querer a las hembras con los pensamientos malos, que al que no lo hiciese así, ellas le darán el pago. =Hablando sobre la música.= VIEJA (_A Nieves._) ¿Oyes? Las ocho. NIEVES ¡Las ocho! (_Pausa._) VIEJA Cantan bien en la taberna. (_Pausa._) NIEVES ¿Tardará mucho su hermana? VIEJA ¡Qué ha de tardar! ¡Buena es ella! NIEVES ¿La dijo usté lo que quiero? VIEJA Que te eche las cartas, prenda, que tú no vas a su casa porque no quiés que te vean, y que viniese a las ocho a un banco de la Glorieta. NIEVES ¡Cuánto tarda! VIEJA Estás nerviosa. NIEVES (_Levantándose._) ¿No viene allí? VIEJA Sí; es aquella. (_Sale fondo derecha la_ SEÑÁ CELES, _otra vieja, echadora de cartas, más bruja que la anterior. Esta viste de obscuro. Lleva un gabán cortito y un manto negro raído. Se apoya en una muletilla._) NIEVES (_Yendo a su encuentro._) ¡Señá Celes! CELES ¡Hija mía! ¡Cuánta gana que tenía de verte! ¡Qué hermosa estás! ¿Qué te pasa? VIEJA No habléis fuerte. NIEVES Que quiero saber mi suerte, señá Celes. CELES La sabrás. =Cantando.= NIEVES Que mi vida ya no es vida; que tiran de mí, a la vez, de un lao mi casa y mis padres; del otro lao mi querer. Que Serafín me ha exigido que vaya a vivir con él, y yo quiero y no quisiera, y lucho y no sé qué hacer. CELES Ven, que a la luz del farol las cartas te voy a echar; que tóo lo que te convenga, las cartas te lo dirán. VIEJA Siéntate. (_Se sienta._) CELES Persígnate. VIEJA Reza una oración. Corta con la izquierda. En el nombre de Dios. (_Celes saca la baraja, la remueve. Nieves hace cuanto la dice. La bruja echa las cartas sobre el banco. Se ven en el horizonte obscuro, relámpagos lejanos. Nieves, de pronto, da un grito de terror._) NIEVES ¡Jesús! CELES ¿Qué ha pasao? VIEJA (_Ríe con su boca sin dientes._) ¡Que ha visto un murciélago y que se ha asustao! CELES Aquí te salen dos hombres: uno, perdido por ti; otro, que te trae dinero: mira los oros aquí. (_Sale_ SERAFÍN _foro derecha, sigilosamente, sin ser visto. Se coloca detrás de las mujeres, oye y sonríe._) Bastos; te sale un disgusto, pero al cabo triunfarás. Copas, y un hombre moreno rica y dichosa te hará. SERAFÍN Lo que las cartas te dicen, esa es la pura verdá. NIEVES (_Con asombro y alegría._) ¡Serafín! (_Levantándose._) SERAFÍN Y ese moreno aquí esperándote está. (_Muy meloso, ofreciéndola el brazo al que ella se coge._) Vámonos, chula mía; vámonos, negra; vámonos del bracero donde nos vean. NIEVES (_Rendida._) Donde quieras llevarla se va tu negra, que al fin, será mi vida, lo que tú quieras. (_Se van del brazo muy juntos por la izquierda, con las caras casi pegadas; caminan lentamente._ HIGINIO _sale por la derecha, vacilante, lívido, como un loco; los ve alejarse._) HIGINIO ¡Juntos! ¡Se van! ¡De agonía se me salta el corazón! ¡Malhaya la suerte mía, si no los mato a traición! (_Se va tras ellos. Las dos brujas, que han recogido la baraja y que observan lo que sucede, al desaparecer Higinio, siguen riendo._) VIEJAS Ya lo ves. ¡Ja, ja, ja! Siempre así pasará. Detrás del amor los celos siempre irán. Ya lo ves. ¡Ja, ja, ja! Siempre así pasará. ¡Ja, ja, ja! (_Vanse por primera izquierda. Sigue relampagueando en el horizonte obscuro. Cesa la música._) ESCENA II BENITA, AVELINO _e_ HIGINIO _Benita trae a Higinio casi a rastras, porque él forcejea por soltarse. Avelino lleva una blusa larga y una cesta a la cabeza de las que usan los ultramarinos para servir los pedidos, llena de comestibles y bebestibles, la cual deja en el suelo para ayudar a Benita._ =Hablado= BENITA.—¡Quieto, por Dios! ¡Silencio! HIGINIO.—No, si contra ella no es; soltarme. AVELINO.—Efusión de sangre, no, joven. HIGINIO.—Si al que quiero matar es a él; a él, que sé que no la quiere más que para perderla. ¡Suéltame! BENITA.—Que te he dicho que no. AVELINO.—Hágala usté caso, hombre. BENITA.—¡Ten calma y óyeme lo que te digo, ¡caray!, que la volvéis a una más tonta de lo que es! Si esta noche no aparto a ese hombre del camino de mi hermana, mañana te lo desayunas si quieres. (_Soltándole._) HIGINIO (_Abrumado._)—¡Se pierde esa loca! ¡Se pierde sin remedio! ¡Se van juntos!... ¡juntos! ¡Dios sabe dónde! BENITA.—Y nosotros también lo sabemos, tonto; si no, ¿crees tú que los hubiera dejao yo irse? AVELINO.—Van al baile de Provisiones; un baile titulao _El Vaivén_, de ahí orilla a la fábrica de Tabacos. Precisamente a la casa de al lao voy yo a llevar este pedido. BENITA.—Pues allí, en ese bailecito, es donde una servidora lo va a arreglar tóo esta noche. HIGINIO.—Pero ¿cómo vas a evitar que tu hermana...? BENITA.—Muy sencillo. ¿Tú no te acuerdas del señor Melquiades? ¿Aquel tío que me hizo el amor pa tomarme el pelo? HIGINIO.—Sí. AVELINO.—Pues lo ha _enagenao_. HIGINIO.—¿Qué? BENITA.—Que con mis tontunas le he vuelto _mochales_ y ahí lo tengo, al principio de la Ronda, aguardándome sentao en un banco, con dos sacas de ropa que me ha subido del río. AVELINO.—Don Juan Tenorio de mozo de chapa. HIGINIO.—Pero, ¿es posible? BENITA.—Pues ese tío bocón es el que me ha contao en secreto que Serafín hace catorce años que está liao con una verdulera que le mantiene el pico. AVELINO.—De manera que tóo el lujo de ese pollo, lechugas. BENITA.—Tiene cinco hijos con ella; y a esa mujer, que la llaman Paca “La Fiera”, por el mal genio, se lo he ido a contar tóo; la he suplicao que me ayude a salvar a mi hermana y me ha dicho que a las nueve estaría aquí con los cinco vástagos, medio litro de vitriolo y un vergajo. AVELINO.—¡Que es un equipo! Ahora calcúlese usté el _Agarren-Parti_ que se va a armar en ese bailecito esta noche. HIGINIO.—Yo la ayudaré a esa mujer. BENITA (_Mirando por la segunda izquierda._)—Callarse, que me parece que ya está ahí esa fiera. (_Mira._) Sí; ella es. AVELINO (_A Higinio._)—Agárrese usté, que es un huracán. (_Se echa la cesta a la cabeza._) ESCENA III DICHOS _y_ PACA _“La Fiera” segunda izquierda. Es una mujer algo desastrada; viene a medio peinar. Lleva delantal, mantón atado atrás y el pañuelo de la cabeza caído sobre los hombros._ PACA (_Saliendo y pasando entre Avelino e Higinio._)—¡Pero que muy buenas! BENITA (_Dejándola libre el paso._)—¡Señá Paca! PACA.—Aquí estoy. He tardao, porque he ido a dejar los chicos en casa mi prima pa cuando sea menester. AVELINO.—¿Y qué tal? PACA.—Vengo que muerdo. Y a mí no me sujetéis de que vea a ese chulo, que por la papilla que me han dao, ¡maldita sea la leña!, que le hago trizas. AVELINO.—¿Quié usté sentarse? PACA.—¿Yo sentarme? Muerta descansaría yo, ¡mi perra vida! (_Al hablar zarandea a Avelino, produciéndose en la cesta que lleva en la cabeza un gran ruido de cacharros que chocan entre sí._) Si no puedo parar, hijo; si no puedo. Si dende que vino aquí la joven y me contó lo que me contó, que me ha entrao una desazón que... vamos; si hasta creo que me han crecío las uñas. (_Le zarandea más._) AVELINO (_Sujetando el cesto con ambas manos._)—¡Mi madre! PACA.—¿Usté ha visto pelar un pollo, pollo? AVELINO.—¡Por Dios, señora: el pedido! PACA.—Pues menos tardo yo en desollar a ese ladrón, ladrón, más que ladrón. (_Asombrada ante el creciente ruido de la cesta._) ¡Caray! pero ¿qué le suena a este hombre? AVELINO.—El pedido, señora; si se lo estoy a usté diciendo. BENITA.—¡Pero cálmese usté, por Dios! PACA.—¿Que me calme? ¡Cuando le machaque los sesos a ese golfo! ¡Engañarme a mí!... ¡su sangre ladrona! Si son cinco hijos los que tengo: ¡cinco! ¿Por qué no le habré matao ya? ¡Maldita sea la leña! Tóo el santo día vendiendo repollos pa que el zanguango ese venga a hacer el _pinta_ con las chuletas de aquí bajo. (_Volviendo a zarandear a Avelino._) ¿De dónde lo voy a consentir yo; de dónde? ¡Antes voy a la cárcel, a la cárcel y a la cárcel! (_A Benita._) Bueno; y este sonajero, ¿quién es? BENITA.—El joven que nos va a acompañar. PACA.—¿Este? Pues vámonos pal Vaivén. Usté me entra y me suelta en metá del baile, yo saco este vergajo que llevo debajo del delantal (_Levantándoselo y enseñando uno._) y ¿ustedes se acuerdan de hace catorce años que cayó una granizá que asoló medio Madrid? Pues fué un estornudo comparao con la que les preparo. BENITA.—Que se le cae a usté el moño. PACA.—Y me se caerá el alma. ¡Maldita sea! ¡Si me arde la sangre! ¡Si quería yo cogerle en una! ¡Si lo estaba deseandito! ¡Si de éstas me ha hecho cuarenta y cinco! ¡Si es un loco! ¡Si no hay año que no tengamos seis juicios! AVELINO.—¡Un loco y tanto juicio! PACA.—¡Pero de ésta le pierde, palabra!; porque yo le juro a usté, que a él lo mato, al Vaivén le pego fuego y yo voy a la cárcel y ese ladrón al Hospital. ¡Palabra! ¡Que le digo a usté que mi venganza va a ser soná; (_Llevándose a Avelino a empellones por el fondo izquierda._) pero que muy soná! (_Le zarandea para que suenen los cacharros de la cesta._) AVELINO.—¡El pedido, señora; el pedido! BENITA.—¡Cálmese! ¡Cálmese usté! (_Siguiéndoles._) HIGINIO (_Ídem._)—¡Pues sí que es un huracán! (_Vanse._) ESCENA IV MELQUIADES MELQUIADES (_Sale por la primera derecha con dos sacas grandes de ropa, una debajo de cada brazo y silbando como quien llama a una persona._)—Náa; que no se la vislumbra por parte ninguna. ¡Camará! ¡Hora y media esperando! ¿Dónde se habrá metido esa hija de Eva? (_Silba._) Cuando vuelva, la ropita esta ya se ha pasao de moda. (_Silba._) ¡Que si quieres! (_Deja las sacas encima del banco y se sienta entre las dos, dejando el sombrero sobre una de ellas._) Bueno, esa niña, me tié ya un poquito escamao, eso es aparte; porque cáa día es una cosa. Unos días, como hoy, pongo por _verbi gracia_, me hace que la acompañe a recoger la ropa, y así de que la cosa va pesando, me la trasmite, me pone un pretexto pa largarse y me deja sentadito en un banco y de cara al talego como puede comprobarse por la lámina azjunta. Pues otras noches, otras noches es peor, porque me hace que la entre en un café, me se toma una ración de riñones a la _broche_, me dice luego que va a un recao, y me da otro solo de hora y pico. Y es lo que yo la digo: Señor, no es que me duelan los riñones, pero hazte cargo que ante los ojos del camarero, estoy haciendo un papelito de esos de rollo. Y luego, que no me prueba la cerveza y no sé qué tomar. (_Pausa._) Náa, que esa niña abusa de que la he tomao una miaja de ley y tiene conmigo acciones que no son pa un hombre formal. Sobre todo, las que más me cargan, son estas acciones del banco. ESCENA V MELQUIADES _y_ BENITA, _foro izquierda_ BENITA (_Acercándose._)—Buenas noches, chacho. ¡Ay, rico mío! Estarás aburrido, ¿verdá? ¡Qué lástima! MELQUIADES (_Levantándose malhumorado._)—¡Gracias a Dios! Pero ¿qué te ha pasao, nena? Creí que no venías. BENITA.—Dispénsame este ratito de hora y media que es que me ha cogido la señá Dionisia, que habla más que un loro borracho, y conque si patatín, si patatán, no me soltaba. MELQUIADES.—Sí, pero hazte cargo, que uno tié sus quehaceres. (_Se aparta del banco, dejando en él las sacas._) BENITA.—¿Y qué tiés tú que hacer que no sea con tu morucha, tunarra? (_Dándole una bofetada de cariño._) MELQUIADES.—Sí, pero es que abusas de una forma, que... BENITA.—Amos, calla, tirano; después de que dice tóo el mundo que he adelgazao desde que te hablo. MELQUIADES.—¿Qué has adelgazao? Pues que te lleven al café y verán. BENITA.—Si tú me quisiás a mí la metá na más de lo que yo... Pero, ¡claro!, acostumbrao a tantas quiero tantas tengo... (_Coge la saca de la derecha y viene por el mismo lado a entregársela a Melquiades para que la coja._) Anda; coge la saca, cariño. MELQUIADES.—¡Yo! Pero no querrás que yo... BENITA.—Anda, mala sangre; coge. MELQUIADES (_Resistiéndose._)—Mujer, por Dios, ¡que si me viese alguien!... BENITA.—Amos, ladrón; carga. Si es de aquí a casa; media horita na más. MELQUIADES (_Cogiendo la saca con el brazo derecho._)—Bueno. Que a uno le gusta condescender, que si no... BENITA (_Cogiendo la otra saca y pasando al lado izquierdo._)—Dí que una no fuera tonta, pero sabes que me tiés loquita y por eso abusas. (_Al volver hacia la izquierda Melquiades, se encuentra con que le presenta la otra saca._) Toma la otra. MELQUIADES.—Pero oye; ¿yo con las dos? BENITA (_Haciendo que cargue con ella también._)—Tira pa alante, asesino. ¡Si no fuera una tan tonta! ¡Soy más tonta! ¿qué tonta soy, verdá? (_Haciéndole caricias._) MELQUIADES (_Resignándose._)—¡Ay, Melquiades! ¡Veinticinco años haciéndote el Tenorio, y ya ves qué sacas; que te las echen a cuestas! (_Inicia el mutis por la izquierda._) BENITA (_Se va dándole empujones._)—¡Amos, tira, cariño! (_Música en la orquesta._) =Mutación= CUADRO TERCERO Local cuadrado de paredes blancas, en planta baja, que denota haber servido recientemente para tienda o almacén. La puerta del foro un poco a la derecha, y de dos hojas abiertas, da a la calle. Dentro, en la pared del fondo, un cartel con letras de imprenta que dirá: «El Vaivén, Sociedad de baile.—Matinés los jueves.—Prohibido entrar al salón con botas y todas clases de bebidas.—No se permite bailar con la capa puesta.—No se azmiten en el tocador más que señoras solas.—Guardarropa a voluntaz.—VOCAL DE TURNO, _El Chinares_.—BASTONERO, _El Canito_.—ENCARGADO DEL AMBIGÚ, _Lucio el Rifero_». En los laterales izquierda, en primer término, una puerta atrancada con una mesa. Sobre la puerta un letrero que dice: «Guardarropa». Al lado otro que dice: «No hay devolución, sin chapa». En segundo término, otra puerta con otro letrero «Ambigú», y al lado en el telón, frente al público, «Pagos al contado.—On parle Francaise.» Ocupando todo este frente, tres o cuatro veladores de hierro, y otro en primer término, con unas cuantas banquetas alrededor. En las laterales derecha, una sola puerta, grande, sobre la que dice: «Entrada al salón». Dicha puerta la cubren dos cortinas encarnadas, recogidas con guardamalletas. Del techo pende una araña, hecha con dos palos cruzados y cadenetas de papel, con cinco lámparas eléctricas, una en cada punta y otra en el centro colgando el flexible. Forillo de calle. Es de noche. ESCENA PRIMERA NIEVES _y_ SERAFÍN, _sentados en el velador de primer término; ella a la derecha, y con una carta con sobre, en la mano. En segundo término, en otro velador_, MELQUIADES, EL VIRUTAS, EL TULIQUI _y_ BERNABÉ. MOZAS 1.ª _y_ 2.ª _con un_ JOVEN, _toman cerveza en otra de las mesas. El_ CAMARERO _que sirve, es un viejo calvo y chato, que viste pantalón gris, alpargatas negras, pañuelo al cuello y smoking_. JÓVENES 1.º, 2.º, 3.º y 4.º, _están a la puerta del salón, mirando hacia adentro y jaleando a los que bailan. El organillo, con sonido muy atenuado, deja oir una polka. En el guardarropa_ LUCIO EL RIFERO. _Durante la primera escena, entran dos o tres parejas de la calle al Salón. A su tiempo, salen del mismo_, UN JOVEN _y_ UNA JOVEN. _Todo el mocerío de ambos sexos que figura en este cuadro, denotará por su aspecto físico y por su indumento que pertenece a la más baja extracción del hampa madrileña, que nutre sus gloriosas huestes de organilleros, timadores y pícaros de toda laya. Empieza la acción._ JOVEN 1.º—¡Ole ahí!... ¡Finura! JOVEN 2.º—¡Lo ceñido! JOVEN 3.º—¡Arza, Babolla, que te sobra terreno con un baldosín! JOVEN 4.º—¡Filigranita pura! ¡Ele! (_Salen del salón un Joven y una Joven y van al guardarropa a recoger sus prendas, previa la presentación de la chapa._) UN JOVEN.—Lucio; lo nuestro. LUCIO (_Con voz aguardentosa._)—¿Ya sus vais? (_Les da el sombrero y un mantón de Manila._) UN JOVEN.—A ésta, que la llaman. (_Vanse foro derecha._) MOZA 1.ª (_De las que están en la mesa._)—Oye; ¿cómo tardará tanto Isidoro? UN JOVEN (_En la misma mesa._)—Ya me escama. A ver si ha bajao a trabajar a la Puerta del Sol y le han echao el cierre los de la Poli. MOZA 1.ª—Si supiera que no venía... el “Colores”, me ha convidao a cenar. (_Se levantan y se dirigen al salón._) MOZA 2.ª—No te comprometas, que luego llega Isidoro a los postres, lo toma a mal, y acuérdate del domingo pasao, que llevabas carne de membrillo hasta en el _guá_. (_Llegan a la entrada del salón._) UN JOVEN (_A los que están formando grupo._)—¡A ver si va a poder ser que pasemos! (_Abren calle y entran, primero las mujeres con su acompañante y luego los otro cuatro. Cesa el organillo._) NIEVES (_Entregándola a Serafín._)—Aquí tiés la carta; mándala cuando quieras. SERAFÍN (_Tomándola._)—Gracias, chacha; así se portan las mujercitas. (_Se levantan y avanzan._) ¿A quién se la diriges? NIEVES.—A mi madre. SERAFÍN.—¿Qué la dices? NIEVES.—Que esta noche ya no vuelvo a casa. Que no me esperen más; que me voy con un hombre que me quiere pa toa su vida. SERAFÍN.—¡Ele! NIEVES.—Pero antes de mandarla dime la verdá, por Dios. ¿Tú no tiés compromiso con ninguna mujer? SERAFÍN.—¡Y dale! NIEVES.—¿No me engañas? SERAFÍN.—Mis labios, pa ti besos y verdades; no tién otra cosa, nena. (_Vuelve a tocar el organillo._) Y ahora vamos ahí dentro, y luego donde yo te lleve, y mañana juntitos pa siempre. NIEVES.—¿Pa siempre, Serafín? SERAFÍN.—¡Ni qué decir! ¿Oyes? ¿No te embebece esa música? (_Casi al oído._) Vamos al salón, que vean canela. (_Entran en él._) ESCENA II MELQUIADES, _el_ TULIQUI, _el_ VIRUTAS _y_ BERNABÉ MELQUIADES (_Por Nieves._)—¿Lo veis? ¡Otra a la canasta! VIRUTAS.—¡Se la lleva en el pico! MELQUIADES (_Levantándose y avanzando al proscenio._)—¿Pues vosotros oserváis la locura de esa chavala con Serafín? Pues es un grano de Anís del Mono, comparao con el estrago que yo le he producido a la otra hermanita. TULIQUI.—¿Tanto? MELQUIADES.—¡Chiquillos!... ¡Me quiere, que en algunas ocasiones, ya hasta me carga; pero me carga bárbaramente! VIRUTAS.—Bueno; pero ¿sacas algo? MELQUIADES (_Sonriendo._)—¿Sacas? ¡Una enormidaz! (_Saca cuatro cigarros puros, que reparte y encienden._) Ahí van tres _Panatelas_: _Flor de Cuba_. Hay que echar humo, jóvenes. VIRUTAS.—¡Eres un gran sujeto, Melquiades! BERNABÉ.—Épico. (_Enciende._) TULIQUI.—Pa las mujeres, un _bacilus_. VIRUTAS.—Si a los hombres se les pusiesen rótulos como a los comercios, a ti te se debía de poner en la cinta del sombrero: “A la nueva encarnación...” MELQUIADES (_Con extrañeza._)—¡A mi encarnación!... VIRUTAS.—Déjame acabar, hombre. “A la nueva encarnación... de don Juan Tenorio.” MELQUIADES (_Sonriendo, satisfecho._)—¡Ah; eso sí! ¡Me habías alarmao! (_Chupando el cigarro._) Vamos a humear. (_Entra triunfalmente en el salón, fumando y bailando; los otros le siguen chupando los puros._) TODOS.—Humeemos. ESCENA III AVELINO, _foro derecha. Luego el_ CAMARERO, _del Ambigú_. AVELINO (_Llega a la puerta y retrocede, volviendo a asomarse mira a todas partes con cara asustada. Entra tímidamente de puntillas. Viene con traje de americana y sombrero._)—Aquí debe ser. (_Lee el cartel._) Justo: ahí “El Vaivén”, escrito; (_Acercándose al salón y mirando._) y ahí dentro, corroborao. (_Mirando dentro._) ¡Relente!... ¡Pero qué pegaos bailan aquí! ¡Hay pareja que no se la conoce la soldadura! Y el caso es que son parejas que se pegan, pero se ve que no se hacen daño. ¡Qué gentuza! (_Cesa el organillo. Avelino se separa de la puerta._) Dios quiera que no tarden la Benita y la señá Paca la Fiera, que mientras van por los niños, me han dicho que entrase yo a tomar datos. Tomaré datos. (_Vuelve a mirar por la puerta del salón._) CAMARERO (_Saliendo y fijándose en Avelino._)—¿Qué hace aquél? (_Llamándole desde lejos._) ¡Chist! AVELINO (_Volviéndose asustado._)—¿Qué? CAMARERO.—¿Qué va usté a tomar? AVELINO.—Datos. Iba a tomar datos, ¿sabe usté?, porque yo no soy socio, pero soy transeunte y venía a... a... esperar que viniera una familia. CAMARERO.—¿No querrá usté tomarme el pelo, verdá? AVELINO (_Fijándose en la calva._)—Yo no quiero imposibles, camarero. De forma que hasta ver si vienen las personas que espero, tráigame usté un sifón de gaseosa, que tengo la boca seca. CAMARERO.—En seguida. (_Vase, vuelve y sirve en el velador de primer término lo pedido por Avelino, y se retira._) ESCENA IV AVELINO, JOVEN 1.º, JOVEN 2.º; _luego el_ CAMARERO AVELINO.—¡Dios quiera que vengan pronto esas mujeres! ¡Estoy azoradísimo! Aunque yo creo que hago mal, porque si sale algún chulo de esos y ven que me alagarto, me se comen. Sí, yo me hago el fresco, es mejor. Adoztaré un aire de fresco. ¿Qué aire será mejor: este o este? (_Hace dos posturas ridículas._) Ahora, pa lo que yo no tengo agallas es pa entrar al salón y hacer lo que me ha dicho la Benita, que me ha dicho, dice: “Tú, de que llegues, entras donde bailan, y si ves a mi hermana con el Serafín, te vas y le dices:” (_Mirando hacia el salón._) “Muy señor mío: (_Salen del salón los Jóvenes 1.º y 2.º_) ¡dos puntos! (_Por los que salen._) Me alegraré”... (_Por los jóvenes._) Me alegraré que no se fijen en mí. (_Se sienta a lado del velador en su parte izquierda._) JOVEN 1.º (_Al otro._)—Oye, tú, ¿quién es ese pelanas? JOVEN 2.º—¡Gachó, pero que no lo he visto en mi vida! AVELINO.—(¡Ya se han fijao! Aquí del aire.) (_Adopta un aire de despreocupación._) JOVEN 1.º—Yo voy a ver. (_Se acercan a la mesa de Avelino._) Buenas y refrescantes. AVELINO.—Gordas y dulces. (Yo no me achico.) (_Al Joven 1.º, que se ha quitado la gorra para saludar._) Cúbrase el joven. JOVEN 1.º—Gracias; es que no me viene la gorra. AVELINO.—¿Y qué apetecía el socio? JOVEN 1.º—Usté perdone mi curiosidaz. AVELINO.—El aseo es imperdonable; diga el amigo. JOVEN 1.º—¿A usté le han traído aquí pa rifarlo, pollo? AVELINO.—(¡Arrea!) Sí, señor; me han traído aquí pa rifarme, pero al que yo le toque, pué que se le hinchen las narices. JOVEN 1.º—¿Esas? (_Por las de Avelino._) AVELINO.—O las vecinas. (_Por las del Joven 1.º_) JOVEN 2.º—Pues las tié usté bastante largas. AVELINO.—¡Y eso que no las tengo todas conmigo! JOVEN 1.º—¿Y qué está usté tomando, si no es mal preguntao? AVELINO.—¡Gaseosa! (_Levantándose._) JOVEN 1.º—¡Qué embustero! AVELINO.—Que sí, señor; que es gaseosa. JOVEN 1.º—A ver. (_Con mucha tranquilidad se sirve un vaso y se lo bebe. Avelino le contempla asombrado._) Oye, (_Al segundo._) pues es verdá. JOVEN 2.º—¡Pero qué va a ser gaseosa! JOVEN 1.º—Que sí, hombre; prueba y verás. JOVEN 2.º—¿De dónde? (_Se sirve otro vaso y se lo bebe._) Oye: pues tié razón. (_Aparte al primero._) (¡Hemos refrescao!) JOVEN 1.º—¿Lo estás viendo? (_A Avelino._) ¡Que aproveche! (_Inician el mutis hacia el salón._) AVELINO.—¡Igualmente! (¡Qué sinvergüenzas! No, pues yo no me aguanto.) (_Alto._) Oigan, jovencitos, hagan el osequio; otra curiosidad. LOS DOS (_Volviendo._)—¿Qué pasa? AVELINO (_Les hace seña que se acerquen._)—Ustés que tó lo saben; ¿pa sacar el líquido de aquí dentro, de dónde se aprieta, de aquí (_El pitorro._) u de aquí? (_Al dar a la palanca sale el líquido, poniéndoles perdidos._) JOVEN 2.º—¡Mi madre! (_Retrocediendo._) JOVEN 1.º (_Agresivo._)—¡Y nos ha mojao! (_Van a acometerle, pero Avelino, que ha dejado el sifón sobre el velador saca una pistola del bolsillo y les apunta._) AVELINO.—Bueno, pero si no les gusta a ustedes, les dejo secos; cosa de un segundo. LOS DOS (_Al ver la pistola echan a correr y se meten en el salón._)—¡Rediez! AVELINO (_Riendo._)—¡Ja, ja, ja! ¡Miá si se dan cuenta que esta pistola es un abanico! (_Tira del cañón y saca un abanico, con el que se hace aire, contoneándose._) CAMARERO (_Que sale del ambigú con un servicio para el salón._)—Pero, ¿qué hace usté? AVELINO.—Dándome aires de matón. (_Vase el Camarero._) ESCENA V AVELINO, BENITA, PACA LA FIERA; _luego tres_ CHICOS _y dos_ CHICAS, _hermanos, el mayor de doce años y la pequeña de cinco, vestidos pobremente, por el foro izquierda. Los chicos llevan todos en el bolsillo un pliego de papel de barba._ BENITA (_Se asoma y llama._) Avelino. (_El organillo vuelve a sonar._) AVELINO.—¿Vosotras? (_Guarda la pistola y va a la puerta._) Adelante. BENITA.—Pase usté, señá Paca. PACA (_Entrando._)—¿Es aquí? AVELINO.—Aquí es. (_Benita va a mirar por entre las cortinas de la puerta del salón._) PACA (_En la misma puerta._)—¡Lástima de edificio! Dentro de un minuto no queda de tóo esto ni el solar. AVELINO.—¿Y los niños? PACA.—Ahí los traigo. (_Va a la puerta con ellos._) Pasar, pichones. (_Entran los cinco hasta el proscenio._) AVELINO.—¡Rediez, qué orfelinato! PACA.—Aquí los tié usté: ¡cinco pedazos de mi alma!... ¡cinco pedazos! ¿No es esto pa poner el grito en el cielo? AVELINO.—Pa poner el grito en el cielo y una escuela municipal. Sentarse, pedacitos. (_Los Chicos se sientan en un velador del fondo, colocándolos Avelino._) PACA.—¡Y que no me rechistéis! AVELINO.—¿Y son todos de usté? PACA.—Pa lo que usté guste mandarles; que si fueran patatas, no sabe usté lo que se lo agradecerían. (_A los chicos._) Bueno, ya sabéis, luceros; vosotros lo de siempre: cuando entren los guardias, os escurrís y a casa. Y ahora por lo pronto, sacar los documentos. (_Los chicos sacan del bolsillo los papeles._) AVELINO.—¿Qué documentos son esos? PACA.—Las _feses_ de bautismo. ¿No ve usté que cá mes tengo una escaramuza de estas con ese ladrón? ¡Pues ya los presento con el comprobante en la manita! Los llevo catalogaos. AVELINO.—¡Pues hace precioso! ¡Paecen un lote! BENITA.—¡Chits!... Callarse... allí están. Ya veo a mi hermana con Serafín; venga usté. PACA (_Va corriendo a mirar._)—¿Dónde están? BENITA.—Allí, a la derecha; mire usté. (_Quedan las dos mirando._) CHICO 1.º (_A Avelino._)—¿Se puede tomar algo? AVELINO.—¿Qué queréis? CHICO 1.º—¿Habrá escabeche? AVELINO.—Dentro de un minuto, pué que no haiga otra cosa. CHICO 1.º—¿Nos podía usté dar un bocadillo? AVELINO.—Eso tu mamá, que muerde. PACA.—¡Ah!... ¡Sí!... ¡Allí!... ¡Ya los veo! ¡Ay, ladrón! ¡Ya te he guilao! ¡Ya eres mío! (_Quiere desliarse el vergajo de la cintura y entrar._) BENITA (_Deteniéndola y haciéndola, ayudada de Avelino, que vuelva al centro de la escena._)—¡Quieta, por Dios, que lo echa usté a perder! PACA.—¡Soltarme!... ¡Maldita sea la leña! Sí: baila, baila, ladrón. Bueno; si le pego fuego al local, salven ustés a las criaturas. BENITA.—¡Señá Paca, por Dios! AVELINO (¡Qué mujer!... ¡Si lo sé la traigo con _Minimax_!) BENITA.—Aquí se debe hacer lo convenido: una _leción_ a mi hermana, un escarmiento a ese tío y ¡_Laus Deo_! PACA.—¿Ha dicho usté que _deo_? ¡Puño cerrao y me va a parecer poco! Vamos a entrar bailando usté y yo. AVELINO.—Bueno; pero mucho cuidao, que llevo un terno de lana dulce. PACA (_A Avelino._)—Usté, cuando estemos a tiro de _vergajo_, me suelta; que el resto de la _suaré_, es cosa mía. AVELINO.—¡Prudencia, por Dios! BENITA.—Yo aquí me quedo con la _prole_. PACA.—Adentro. (_Entran bailando._) BENITA.—¡Ahí va el agua! ¡Dios los coja confesaos! ¡Ya se acercan!... (_Mirando al interior del salón._) ¡Aún no los han visto!... ¡Ya han reparao! (_El organillo toca cada vez más despacio._) ¡El señor Melquiades se mete debajo de un banco!... ¡Serafín no sabe qué hacer!... (_Comienza dentro un murmullo que crece._) Hablan... disputan... todos se arremolinan... ¡Saca el vergajo!... ¡Ay! (_Se oye dentro un grito espantoso._) ¡¡En metá de los sesos!! (_A partir de esta frase, el escándalo de dentro es formidable. Gritos, alaridos, ayes, etc. Voces de “¡Guardias!... ¡Socorro!... ¡Que se matan!...”_) ESCENA VI _Salen del salón hombres y mujeres chillando._ TULIQUI, MELQUIADES, VIRUTA, BERNABÉ, _que pasan a la izquierda; detrás_ SERAFÍN, _sin sombrero, cuello, ni corbata, cogido por la solapa de la americana por_ PACA LA FIERA, _que enarbola el vergajo. Detrás_, NIEVES, _llorosa y aterrada, cuatro o cinco concurrentes del baile y_ AVELINO, _con toda la chaqueta rota por un costado y la manga. Todos salen trémulos y demudados._ BENITA _se aparta para que salgan, y los_ CHICOS _se esconden bajo un velador. Otros concurrentes quedan en la misma puerta escuchando._ TULIQUI (_Corriendo._)—¡Un guardia!... ¡Un guardia! AVELINO (_Queda en el centro._)—¡Un sastre! (_Enseñando el roto._) ¡Un sastre! MELQUIADES (_Pasando a la izquierda._)—¡Mi media dentadura!... ¡A ver mi media dentadura! SERAFÍN (_Saliendo furioso._)—¡Suelta! PACA.—¡Granuja! ¡Golfo! ¡Pelanas! SERAFÍN.—¡Suelta o te parto el alma! PACA.—¡Ni muerta! No vendo ni una alcachofa más pa que tú te chulees con nadie; ea: se ha acabao. (_Colocación de derecha a izquierda; Paca, Benita, Avelino, Nieves, Serafín, Melquiades, etc. El coro alrededor._) NIEVES.—Pero, ¿quién es esta mujer? (_A Serafín._) PACA.—¿Qué quién soy? Una prima pa el señor; pa usté, puede que una tía; en el fondo, una madre que no se deja avasallar. Ni más ni menos. NIEVES.—Pero, ¿qué dice esta mujer, Serafín; contesta, por Dios? BENITA (_A su hermana._)—Pero, ¿estás sorda? Pues dice que es la socia de aquí, del amigo. PACA.—Hace catorce años cumplidos; catorce, pa que usté lo sepa, joven. NIEVES (_A Serafín._)—Pero, ¿no decías que estabas libre? AVELINO.—Estaba libre, pero le han bajao el “Alquila.” SERAFÍN.—Tóo eso es mentira, Nieves; no lo creas. PACA (_Amenazadora._)—¿Que no lo crea? (_Hace avanzar a los chicos; Serafín, al verlos, huye hacia la izquierda._) Aquí tié usté las consecuencias. Con sus fés de bautismo; (_Los chicos presentan los papeles._) los cinco reconocidos; deletrée usté si sabe. AVELINO.—¡La prueba testifical es pa bajarle las orejas al caballo de la Plaza de Oriente! (_Pasa al lado de Serafín._) NIEVES.—¡Qué infamia! ¡Qué vergüenza! (_Llora abrumada, sentándose en un velador del fondo._) SERAFÍN (_Ya sin saber qué decir._)—Está bien. ¡Maldita sea! ¡Ponerme en un bochorno como este cada ocho días! ¿A ti te paece bonito lo que me has hecho? PACA (_Señalando a los niños._)—¡¡Pues y lo que me has hecho tú, ladrón, que no gano pa judías!! AVELINO.—¡Cinco pedazos! ¡¡Menudo estropicio!! SERAFÍN.—Te juro que me las pagas, ¡por estas! (_Paca le amenaza, y contenida por todos, se agrupa a la derecha con sus hijos, siempre con el vergajo en la mano._) BENITA (_Interviniendo._)—No la regañe usté, que no ha sido ella. El que nos ha descubierto esta gatada de usté diciéndonos que era usté un sinvergüenza y un canalla, ¿sabe usté quién ha sido? SERAFÍN.—¿Quién? BENITA.—Pues aquí, mi amante. (_Cogiendo a Melquiades y trayéndole a su lado._) Ven aquí, rico. MELQUIADES (_Asombrado._)—¿Qué dices? BENITA.—¿Verdá que has sido tú el que nos ha dicho que el señor era un sinvergüenza? MELQUIADES.—¿Yo?... Oye: a mí no entremezclarme. (_Se aleja hacia la izquierda, pero Serafín, cogiéndole de la americana, le obliga a detenerse._) SERAFÍN.—¿Que ha sido éste? MELQUIADES (_A Benita._)—Pero, ¿qué traición me haces? BENITA.—La que merece la infamia de usté, de brindar mi conquista a esos tres golfos. (_Señalando a Virutas, Tuliqui y Bernabé._) Pero luego, la conquista ha sido que el muy calavera se ha pasado quince días subiéndome la ropa. AVELINO.—¡¡Del río; acaba los párrafos!! SERAFÍN (_Encarándose con Melquiades._)—¿De modo que has sido tú? Pues toma, por charrán. (_Le da una bofetada._) MELQUIADES (_Con asombro._)—¡Mi madre! Pero... ¿me ha pegao? AVELINO (_A Serafín._)—Dele usté otra, que se ha quedao en la duda. SERAFÍN.—Y en la calle, ¡te voy a partir el corazón! MELQUIADES.—¿A mí? Soltarme, que voy a escabechar un bonito. (_Se lían a golpes. La gente grita. Salen todos a la calle. Paca, comienza a repartir vergajazos y hace mutis seguida de sus hijos._) ESCENA FINAL BENITA (_Consolando a Nieves._)—¿Lo ves? ¿Lo estás viendo? ¡Pa caer en esta golfería y en esta inmundicia, has querido dejar la honradez de tu casa y te has desapartao de un hombre de bien! ¡Loca!... ¡Más que loca! NIEVES (_Llorosa y airada._)—¿Y tú quién eres pa hacerme cargos? AVELINO (_A Benita._)—¡Cállate, que bien castigada está! ¡Menuda lección! BENITA.—¡Y que ha sido una leción de solfeo! (_Abrazándola para llevársela._) En fin, no llores. Y ahora, vamos a casa, y mañana vuelves con Higinio. ¡Y da gracias a que tiés una hermana tonta! AVELINO.—Y un cuñao aznegao. (_Mirando el roto de su americana._) NIEVES (_Dejándose llevar._)—¿Y qué le decimos a padre? AVELINO.—A padre yo se lo contaré todo que estoy en condiciones de hablar como un descosido (_Mirándose al suyo de la ropa._) Andando. (_Las hermanas, inician el mutis por el foro._) (_A ellas._) Y que os sirva el escarmiento pa ser humildes y honradas. (_Al público._) Y aquí termina el sainete, perdonad sus muchas faltas. TELÓN EL CHICO DE LAS PEÑUELAS O NO HAY MAL COMO EL DE LA ENVIDIA PERSONAJES CUADRO PRIMERO VALENTINA (35 años) LA SOLE (16 ídem) ENCARNA (20 ídem) LA JOSEFA (35 ídem) LA SEÑÁ MAURICIA (50 íd.) LA SINFO (20 ídem) INDALECIA DOMITILA LAVANDERA 1.ª ÍDEM 2.ª ÍDEM 3.ª ÍDEM 4.ª ÍDEM 5.ª ÍDEM 6.ª ÍDEM 7.ª ÍDEM 8.ª ÍDEM 9.ª SEÑOR HILARIO (45 años) SEÑOR BERNABÉ (50 ídem) PACO CEBRIÁN, CHICO DE LAS PEÑUELAS (25 ídem) SEÑOR COSME (60 ídem) AQUILINO (40 ídem) SEÑOR CECILIO (30 ídem) EL TÍO PELELE (65 años) PANOLI (15 ídem) UN CARTERO _Murguistas, vecinos, vecinas y chicos de la calle._ CUADRO SEGUNDO SEÑÁ VALENTINA SEÑÁ RITA SEÑOR BERNABÉ PACO SEÑOR TOBÍAS (50 años) TÍO PELELE JUSTO VIDAL (ZIPILÍN) (20 ídem) ANTONIO RIZO (VIGUDÍ) (18 años) EMILIO RINCÓN (TELARAÑA) (22 ídem) AMIGO 1.º ÍDEM 2.º ÍDEM 3.º _Transeuntes y banda._ CUADRO TERCERO SEÑÁ VALENTINA LA SOLE ENCARNA LA JOSEFA CHULA 1.ª ÍDEM 2.ª UNA VENDEDORA SEÑOR HILARIO SEÑOR BERNABÉ PACO SEÑOR TOBÍAS ZIPILÍN VIGUDÍ TELARAÑA SEÑOR COSME AQUILINO UN POLICÍA GUARDIA 1.º ÍDEM 2.º HORTERA 1.º ÍDEM 2.º ACTO ÚNICO CUADRO PRIMERO La escena representa el interior de un lavadero cubierto. Es una habitación amplia, cuadrada, de paredes altas. Al foro un gran portalón de dos hojas, ancho, practicable, que da a la carretera de Puerta de Hierro, llena de sol. En los laterales izquierda, dos puertas de habitaciones de la casa, cubiertas con cortinas de lona. En los laterales derecha y hacia el último término una puerta de dos hojas que conduce al tendedero. En la parte superior de las paredes, grandes ventanas de forma apaisada, con cristales polvorientos, por donde se supone que entra la luz que necesita un local tan amplio. El techo, destartalado, con grandes vigas llenas de telarañas. En mitad de la escena, y próximos a los laterales, dos lavaderos de piedra, corridos, llenos de agua y en los que puedan lavar ocho mujeres en cada uno. En el rincón de la izquierda un gran fogón con la caldera para la colada. Tiene tubería moderna. En los primeros términos una mesa de pino, sillas de anea, un armario, un reloj de pesas, grande, antiguo. Arrimadas a la pared, sacas de ropa, canastas grandes y muy usadas, barreños, cuerdas, estacas, largueros, etc., etc. Es de día. ESCENA PRIMERA _Al levantarse el telón aparecen en el lavadero de la derecha en primer término_ ENCARNA, VALENTINA, _la_ SINFO _y cinco_ LAVANDERAS. _En el de la izquierda, la_ SEÑÁ JOSEFA, SOLE, _la_ SEÑÁ MAURICIA _y más_ LAVANDERAS, _hasta ocho. Todas lavan animadamente riendo y bromeando: restriegan las prendas, dan jabón, golpean con las palas, retuercen la ropa, escurren. Una_ LAVANDERA, _con un barreño de ropa vase por el tendedero. El_ TÍO PELELE _entra con un montón de prendas, ya secas y las va doblando y metiendo en una saca_. =Música= TODAS Lava, lavandera, vaya restregón, dale con la pala, venga más jabón. Que si quiés blanquita la ropa dejar, pala, pala, pala, (_Golpeando._) le tendrás que dar. RITA (_Asomándose a la puerta del tendedero y a voces._) Señá Andrea. VOZ (_De mujer, dentro, muy fuerte._) ¿Qué quiés, chica? RITA Cuando tienda avíseme. SINFO ¡Dí que no tienda en mi cuerda que va a tender Salomé! JOSEFA (_Furiosa a Sole._) ¿Pero qué haces, criatura? SOLE (_Con rabia._) Si me s’acabao el jabón. JOSEFA Pos coge el de la Tomasa. ¡Jesús qué condenación! (_Siguen lavando._) —— SINFO Échate una copla, Sole. SOLE ¡Que me van a regañar! UNA No te apures. SINFO Picantita. VALENTINA De las tuyas. SOLE Allá va. —— La soltera del cuarenta dicen que es de las cabales, y ayer me ha echao dos pañales, conque ajuste usté la cuenta. (_Todas ríen. La señá Josefa golpea enfurecida a la Sole._) —— JOSEFA ¡Pero ustedes oyen! ¡Te voy a matar! (_La pega._) SOLE (_Queriendo huir._) ¡Por Dios, sujetarla! (_Avanzando a primer término._) TODAS Amos, déjala. (_Se interponen._) JOSEFA ¡Cantar esas cosas!... ¡Te arranco la piel! (_Pegándola más._) Toma, toma, toma... TODAS No la pegue usté. =Hablado= SOLE (_Huyendo de su madre y llorando._)—¡Amos, pero están ustés viendo!... Estése usté quieta, hombre... que si no pega usté no vive. JOSEFA.—¡Cállate o te arranco la lengua, recondená! SOLE.—¡Pero qué he hecho yo, señora!... ¡Misté que es lo grande, hombre!... VALENTINA.—Amos, Josefa, déjala, que la tiés el cuerpo a la chica que es un puro cardenal. (_Vuelven a las pilas menos Sole y Josefa._) SOLE.—¿Que si es un puro cardenal?... Amos, por gusto quiero que me vean usté este muslo, a ver si saben ustés de qué color es. (_Va a levantarse la falda._) JOSEFA (_Vivamente._)—¡Pero serás capaz, so arrastrá! SOLE.—Si semos mujeres solas. JOSEFA.—¿Y el tío Pelele? SOLE.—Es _nutral_. Al menos eso dice él cuando pellizca. PELELE.—A los setenta y dos cumplíos, le enseñen a uno lo que le enseñen, desaplicao. SINFO.—A más, de que en esta ocasión la chica no es culpable. MAURICIA.—Hemos sío nosotras, que la hemos dicho que cantase a la creatura. JOSEFA.—¿Y quién la manda cantar esas indecencias de coplas? (_Vuelve a la pila._) SOLE.—Si me mandase usté a un colegio de pago, cantaría el _tuesten_, u el _guau guau estep_, u cualquier otra cosa extranjera... ¡pero qué quié usté que aprenda en la cae Los Moratines ande la persona más fina se restriega con papel de lija! JOSEFA.—¿Dónde me he educao yo? SOLE.—En ninguna parte. JOSEFA.—Pues ya ves como no canto golferías. SOLE.—¡Porque tié usté _blonquitis_! JOSEFA.—¿_Blonquitis_?... Quítate de mi vista si no quiés que te deshaga, so galocha. (_Avanza y la da unos tirones del pelo._) SOLE.—Sí, señora, que me quito, que no paece usté mi madre, que me tié usté deshecha a golpes... (_Arreglándose el pelo._) que tengo la cabeza que cuando me peino paece que le saco la raya a un montón de grava. JOSEFA.—¡Fuera de aquí! SOLE.—Sí, señora, que me voy. Que por no respetar no respeta usté ni a los agüelos que los respeta tóo el mundo. ¡Me ha arrancao uno! ¡Misté que lástima! ¡Maldita sea!... (_Como el que adopta una resolución heroica._) Me voy a tender. (_Coge un barreño con ropa._) JOSEFA.—A ver si te duermes... SOLE (_Casi llorando._)—¡Miá si supiese que no me despertaba más!... JOSEFA.—¡Anda d’ahí, que me tiés la sangre negra! ¡Galocha, más que galocha! VALENTINA.—Mujer, si es que la pegas por demás a la pobre criatura. JOSEFA.—Porque quiero que se haga una mujer. SOLE (_Volviendo desde la puerta del tendedero._)—¿Pero usté cree que con estos golpes me voy a hacer una mujer?... ¡Como no me haga una pandereta! (_Josefa va a pegarla y ella echa a correr por el tendedero. Valentina va a probar con la mano el agua de la colada._) ESCENA II DICHOS, _menos_ SOLE. _Luego_ PANOLI _por el tendedero._ VALENTINA.—¡Tío Pelele! PELELE.—Presente. VALENTINA.—Dígale usté a Panoli que eche más carbón, que esto está pa servirlo en garrafa. PELELE (_Llamando._)—Panoli... VALENTINA.—Cuidao que se lo tengo avertido. Que no me se quede fría la colá, niño. Pos como si lloviznara. PANOLI (_Un chicuelo con cara de tonto._)—¿Qué pasa? (_Avanza a primer término por la derecha._) VALENTINA.—Que eches más carbón, vida mía. ¡Camará, que tiés un alma que te se pasea por Recoletos y a lo mejor se sienta! PANOLI.—Pos antes he echao cinco palás. VALENTINA.—Pos dobla, rico. PANOLI.—¡Maldita sea!... Miá que tenerse que pasar uno la vida echando lumbre. (_Simula echar carbón._) VALENTINA.—Mialo, paece un pasmao. (_Avanza secándose los brazos con el delantal._) Bueno; las nueve y media; la que quiera irse a almorzar que se vaya, que hasta la tarde hacemos fiesta en esta casa. Y tú, Sinfo, y usté, señá Mauricia, si queréis un bollito y un trago, arrimaros. (_Saca del armario bandejas, botellas y vasos que coloca sobre la mesa, que está a la derecha._) SINFO.—Allá vamos. (_Se acercan y se sientan._) VALENTINA.—Y lo mismo te digo, Josefa. JOSEFA (_Secamente._)—Gracias. (_Sigue lavando._) VALENTINA.—Amos, ven y no seas erizo. JOSEFA.—No me cumple náa; se agradece. VALENTINA.—Tu gusto, hija. (_Josefa sigue lavando. Las demás lavanderas, se secan, se quitan los delantales, se ponen los mantones y se marchan por el foro. Alguna, así como Panoli, sale por el tendedero._) SINFO.—¡Qué señá Josefa!... MAURICIA.—¡Miá que es agria! VALENTINA.—¡Eso es un limón pasao! (_A Encarna._) Y tú, Encarna, a ver si dejas de lavar, no sea que venga tu padre. ENCARNA.—Le estaba ayudando a la Marcelina. VALENTINA.—Pero ya sabes que no te quié ver en ello. ENCARNA.—¡Y quién se lo va a decir! A más de que es mi gusto. Si no ando en el agua no vivo. (_Viene secándose los brazos desnudos._) SINFO.—¡Pa que no te hubieses criao en el río!... (_Beben unas copas de vino y comen de los bollos que ha servido Valentina._) MAURICIA.—¡De chica se tié dao cáa chapuzón!... ¿Te acuerdas? ENCARNA.—¡A ver! MAURICIA.—Paece que la estoy viendo. Se ponía tal que su madre la trajo al mundo. Y, paf... se zampaba en el agua desnudita. VALENTINA.—Era su costumbre. PELELE.—Hay costumbres que no debían de perderse. Con permiso. (_Se bebe una copa._) (_Sale Sole del tendedero y se acerca mirando los bollos codiciosamente._) MAURICIA.—¿Y qué, hoy tengo oído que es el gran día en esta casa, jóvenes? ENCARNA.—Y que lo diga usté, señá Mauricia. VALENTINA.—Hoy es el día más feliz de nuestra vida. Vienen a pedir la mano de esta... y el mes que viene las amonestaciones de ella y de Paco y las de su padre y las mías. ¡Los dos matrimonios en un mes! SINFO.—¡Ole con ole!... Eso sí que se mojará a lo grande. VALENTINA.—Ni te ocupes. Ya conoces a Hilario que estornuda, le sale bien y convida; conque por una cosa así, que es su felicidad, no digamos. SINFO.—Sus merecéis el bien que _tenís_, hay que decirlo. SOLE.—Sí, señora; que han sío ustés mú regüenas páa tóo bicho viviente que las ha arrodeao y eso tié su pago. (_Comiéndose un bollo._) VALENTINA.—Eso no; la suerte de cáa uno, hija. Que esto ha sío como un sueño. Ya veis; hace dos años, aún vivíamos, yo, tan ajena con mi marido, y mi hermana casá con el padre de ésta; pos en menos que se dice, faltó mi marido, murió mi hermana, quedó mi cuñao solo con la chica, me hizo de venir a cuidarla, las dos nos encargamos de esto, él se fué a su negocio del merendero páa no dar que decir, y pasao el luto lo que estaba de Dios: esta se va a casar con el hombre que quiere y su padre y yo, pues... ¡capicúa! SOLE.—Y tú estarás contenta, ¿verdá, Encarna? ENCARNA.—Contenta y más que contenta; contenta y recontenta, Sole. (_Se abrazan con alegría._) SOLE.—La verdá es que tienes un cacho e novio que no cabe por ese portalón. Es un rato de hombre. PELELE.—Y una celebridá, que no se os olvide. Que dentro de poco no habrá en España un torero como Paco Cebrián, _Chico de las Peñuelas_, porque tié unas agallas que pa él no hay toros grandes ni cornalones. A ese le echan un pavo y se lo come. SOLE.—¡En veces, yo también! (_Ríen todos._) MAURICIA.—¿Y qué, el domingo dicen que alterna en Tetuán? VALENTINA.—Por primera vez, sí, señora. ENCARNA.—¡Ay, si queda bien, qué gusto! VALENTINA.—Mialá, de pensarlo, se ríe hasta con las orejas. ENCARNA.—¡La alegría que tengo! Que quiero, que me quieren, que te veo a ti contenta, a mi padre satisfecho y que hoy por hoy no me cambiaría ni por una marquesa. (_Ríe y palmotea._) SOLE.—Ni aunque te diesen prima, miá esta. ENCARNA.—Y vaya, vengan ustés pa dentro que les quió enseñar la ropa blanca que me trajo ayer la bordadora. Un primor. VALENTINA.—Veréis qué seis enaguas; a la que pueda ser más bonita. TODOS.—Vamos, vamos. (_Vanse segunda izquierda. Sole queda la última._) SOLE.—Me gusta a mí más ver ropa interior de novios y novias... porque claro, paece que una se anima y... JOSEFA (_Deteniéndola._)—¿Ande vas tú? (_Haciéndola retroceder de un tirón de la falda y avanzando ambas al proscenio._) ESCENA III JOSEFA _y_ SOLE SOLE.—A ver la ropa blanca que dice que la... JOSEFA.—Anda a lavar si no quiés que te arranque ese pelote que tienes, so pispajo, fea, gandula... (_Amenazándola._) SOLE.—Pero señora... (_Retrocediendo._) JOSEFA.—¡Tú que tiés que ver náa de nadie!... SOLE.—Pero si es que m’han dicho que... JOSEFA.—Anda páa alante que en tóo me tiés que contradecir, mala pécora, tunanta... (_Haciéndola retroceder a empujones._) SOLE.—Pero señor, pero hija, pero yo no sé qué la pasa a usté, que cuanta más alegría tien los demás más fiera se pone usté, ¡caray! JOSEFA.—¡Fiera!... Cállate si no quiés que te retuerza la lengua, indina, arrastrá... (_La pellizca._) SOLE (_Huyendo._)—¡Ay, por Dios, madre!... ¡Vamos, hombre!... (_Frotándose el brazo pellizcado._) JOSEFA.—Que no te gozas si no me ves rabiando. ¡Que yo no debía vivir! ¡¡No debía vivir!! SOLE.—Ni beber, créame usté. JOSEFA.—Pué que te figures que es el vino. SOLE.—¿Es el aguardiente? JOSEFA.—Es el veneno que tengo aquí que me repudre de ver lo que estoy viendo, que quisiá quedarme ciega pa no verlo... ¡ciega! SOLE.—¡Ya estamos con lo de siempre! (_Chillando._) JOSEFA (_Furiosa._)—No chilles. SOLE.—Pero ¿qué está usté viendo, vamos a ver?... ¿Que son felices? Pues déjelas usté. JOSEFA.—Pues no me da la gana. No quiero, no quiero y no quiero, que esto es un asco de farsa. Unos granujas y una tía hambrona engañando entre tóos a un tío baboso... ¡maldita sea! ¿Y pa qué ha sío una buena en este mundo? Pa tener este pago y verse arrastrá como una esclava y ver que otros triunfan, y ver que otros se van a llevar lo que una... ¡Miá si no ardiese la casa y nos consumiese a tóos! SOLE.—Amos, hija, madre... amos, cállese usté, que me da usté miedo. Pero, ¿por qué les tié usté ese odio, señor? JOSEFA.—Porque son unas asquerosas. SOLE.—Total, ¿qué nos han hecho aquí? Pos llenarnos la andorguita la mar de veces; que si no hubiá sido por esta casa, ¿qué hubiésemos comido la metá e los días? Pos aleluyas al _gratín_ y pan de _no hay_. JOSEFA.—Pero lo han hecho pa rebajarte, pa humillarte, pa tenerte bajo el zapato. (_Reconcentrado._) SOLE (_Imitándola._)—Lo habrán hecho pa lo que haigan querido, pero yo he aumentao cinco kilos; que antes paecía que llevaba las carnes en un pellejo prestao y ahora no se me pué coger un pellizco. Al menos eso dicen tóos los que me lo... (_Golpeándose los labios._) digo, ay... JOSEFA (_Interrumpiéndola bruscamente._)—Lo que eres tú, eres un peazo e carne con ojos, que ni sientes ni padeces ni vales pa na; pero yo veo el mundo, y esta casa y tóo esto podía ser mío, mío... ¡nuestro! SOLE.—Pero, ¿qué iba a ser nuestro? Ganas... JOSEFA.—¿Tú qué sabes? SOLE.—Pero si el señor Hilario no le ha hecho a usté en jamás ni mención de na. JOSEFA.—Porque se entremetió esa golfa de la Valentina, que ha sío más lagarta que una... y me engatusó a ese tío lila... Pero déjate, que poco lo va a gozar, muy poco. ¡Por estas! (_Cruza los dedos. Llora._) SOLE.—Amos, madre, no se ponga usté así. ¡Miá que hasta llorar, hombre! Después de tóo, ¿qué le vamos a hacer? ¿Que son felices? Que Dios se lo habrá dao. ¿Que tienen hombres que las quieran? Pa eso son guapas. Misté, a mí no me da envidia de la Encarna. ¿Que ella es más güena moza que yo? Güeno, pero yo llego donde ella llegue. ¿Que no llego de mi natural? Me aupo. Tóo tié remedio. Después de tóo, yo tengo visto que en este mundo con una mijita de labia y un poquito de paripé, rubias, morenas, altas, bajas, guapas, feas... tóo se despacha. JOSEFA.—¡Quítate d’ahí, cacho prima! SOLE.—Que sí, señora, ¿pa qué envidiar a nadie? Yo, con tener salú, un río con agua clara, ropita que lavar, puños pa dar jabón, un cacho de novio y boca pa cantar, pos no me cambio ni por la reina de España; porque ¿qué tié la reina, corona? Pos me pongo yo dos claveles en el pelo, salgo a la calle andando así (_Anda contoneándose._) y me saludan hasta los alabarderos. (_Pasando a la izquierda._) JOSEFA (_Dándole un manotazo._)—¡Alabarderos! ¡Maldita sea tu estampa! (_La zarandea._) SOLE.—¡Pero madre! JOSEFA.—¡Que la ves a una repudriéndose y llorando y encima te vienes con chacharramanchas! SOLE.—Pero, señor, ¡encima que lo hago pa aplacarla!... JOSEFA.—¡Vete de aquí o te esgarro! (_Amenazándola._) SOLE.—¡Dios mío, pero por qué dará tanta pena la alegría de otro! ¡Miá que es castigo! (_Vase, atravesando el foro de izquierda a derecha, al tendedero, refunfuñando._) JOSEFA.—¡La alegría de otro! ¿Y qué le ha importao la mía a esa golfa? (_Se oyen voces y risas dentro._) Yo que había soñao con ser el ama, verla a ella feliz, rica, valiendo una cincuenta mil veces más... ¡Pues no! ¡Sí, reiros, reiros! ¿Veis estas lágrimas? Pos más amargas las tenéis que llorar. (_Vase foro izquierda._) ESCENA IV VALENTINA, ENCARNA, SINFO, SEÑÁ MAURICIA _y_ TÍO PELELE _de la segunda izquierda_ SINFO.—Bueno, esa camisa del canesú a ondas, esa paece que no l’han tocao manos. MAURICIA.—Pos ¿y el cubrecorsé rosa? VALENTINA.—¿Os ha gustao? PELELE.—Lo que yo digo es que debe dar lástima ponerse una ropa con tanto lazo pa tan poco público. (_Ríen._) VALENTINA.—Es mu requetebonito todo. ENCARNA.—Como dirigido por ti. SINFO.—A mí lo que me ha vuelto loca es el juego de novia. PELELE.—¡Qué juego! (_Con admiración._) SINFO.—¿Le ha gustao a usté? PELELE.—Como que es un juego pa hacer las diez de últimas. MAURICIA.—En fin, chicas, yo me voy al tendedero, que con estas y las otras aún tengo dos sacas en las cuerdas. ¿Me ayudas, Pelele? PELELE.—Pa luego es tarde. ENCARNA.—Y yo echo una mano, ande; y así se recoge en cinco minutos. (_Vanse los tres al tendedero. Encarna, al tiempo de hacer mutis, hace una caricia a Valentina._) ESCENA V VALENTINA _y_ SINFO SINFO.—Se ve que te quiere mucho. VALENTINA.—¿Quién, la Encarna? Y yo a ella. Si eso es un ángel. Tan buena como su padre. SINFO.—Y oye, a propósito, ¿ande iría el señor Hilario esta mañana a las siete, que le vi tan majo Cuesta e San Vicente arriba? VALENTINA.—Qué sé yo, mujer. Y no creas, que la salidita esa me tié intrigá. SINFO.—¿Por qué? VALENTINA.—Pues que no ha habío forma de que me dijese ande se marchaba. ESCENA VI DICHOS, SEÑOR HILARIO, AQUILINO (_Guardia municipal_), COSME, SEÑOR CECILIO _y_ CINCO MURGUISTAS HILARIO (_Se asoma con cuidado por la puerta y da dos golpecitos en el suelo con el bastón._)—Valentina. VALENTINA.—¡Ay, hijo, qué susto! (_Retroceden hacia la derecha._) SINFO.—Miá si antes le nombramos. HILARIO (_En voz baja._)—¿Y la chica? VALENTINA.—En el tendedero. HILARIO.—Me alegro. VALENTINA.—Pero, ¿qué pasa? HILARIO (_Imponiendo silencio._)—Chist... (_A alguien que le sigue._) Introducirse, patrulla. (_Entran los murguistas con sus instrumentos y Aquilino y Cosme con una caja, un lío de ropa al parecer y otros paquetes._) De puntillas, virtuosos. SINFO.—¡Qué comitiva! VALENTINA.—Oye, ¿pero traes charanga? HILARIO.—Cinco _Bentovenes_ y este Puchini. (_Por el señor Cecilio._) VALENTINA (_A Aquilino, que está a su lado._)—Y usté, ¿qué lleva aquí? AQUILINO.—Fuegos artificiales, faroles a la veneciana y cadeneta tricolor. VALENTINA.—Pero, ¿qué preparas? SINFO.—Alguna de las suyas. HILARIO.—Chist... ya lo sabrás todo. Usté, señor Cecilio y sus diznos... (_A Aquilino._) ¿cómo les llamaríamos a los de la banda? AQUILINO.—Bandoleros. HILARIO.—Y sus diznos bandoleros, introdúzcanmese en ese gabinete, que ahora les será remitido bajo sobre un frasco de vino pa que vayan tomando bríos. CECILIO.—Usté mándenos vino, que ya verá usté cómo soplamos. HILARIO (_Indicándoles la habitación._)—Pa adentro. CECILIO.—Y pa afuera. HILARIO.—Bueno, ahora pa adentro. (_Los encierra en la primera izquierda._) VALENTINA.—Pero Hilario... pero ¿qué es este misterio, si pué saberse? HILARIO.—¡Chits! Valentina, al verme venir con el señor Cosme Pedrajas, más conocido por Tarángano... COSME.—Campeón del mundo en el chascarrillo baturro, pa servir a usté. HILARIO.—Y con el probo urbano señor Aquilino Larrea... AQUILINO.—Cuyo lema es: “Allá donde fueres, ríete lo que pudieres.” HILARIO.—Habrás comprendido que el programa de festejos que nos traemos compite vitoriosamente con el de la atracción pa forasteros. VALENTINA.—Bueno; pero si lo que yo no me explico... HILARIO.—Paso a aclararte... Tú sabes, Valentina, que Paco Cebrián, _Chico de las Peñuelas_, hoy por hoy la única esperanza seria del arte taurómaca nacional e hijo del antiguo y afamao picador de toros señor Bernabé Cebrián, _Tomates_, va a contraer matrimonio canónigo con mi hija Encarna, que, a medias contigo, es la reina de mi corazón. COSME.—Elocuente. AQUILINO.—Conmovedor. HILARIO.—Pues bien, como ahora mismo vendrán Paco y su padre a pedirme la mano de la chica, quiero solenizar este día regalándole a él el capote de paseo que ha de lucir el domingo en Tetuán y a ella el mantón de Manila con que ha de concurrir a dicha fiesta; prendas que te serán exhibidas _iso fazto_ por los pollos que al margen se expresan. Desenvolvan. (_Cosme enseña el mantón y Aquilino el capote._) VALENTINA.—¡Qué preciosidad! SINFO.—¡Jesús, qué hermosura! HILARIO.—¿Te gustan? VALENTINA.—Un encanto. ¡Y no me habías dicho na, so arrastrao! HILARIO.—Quería sosprenderos. Y ahora comprenderás también que lo de la murga tiene por ojeto amenizar el azto de la entrega de estas prendas a los agraciaos; azto que quiero que se verifique con la solemnidaz de _rública_. VALENTINA.—Te he cogío la idea. Entrega, bailoteo, un arroz, mucha gente, cohetes, música, ecétera, ecétera. AQUILINO.—El ecétera de González Byas y en grandes proporciones, si pué ser. HILARIO.—Me has calcao el pograma, reina. (_La abraza._) VALENTINA.—Descuida. Voy a convidar a media vecindaz. SINFO.—Verá usté qué festival organizamos. ENCARNA (_Dentro._)—Padre... padre... HILARIO.—Repeine, la chica. Esconde eso. VALENTINA.—Hasta luego. Vamos. (_Se llevan capote y mantón segunda izquierda._) ESCENA VII HILARIO, AQUILINO, COSME _y_ ENCARNA, _del foro izquierda_ ENCARNA (_Jadeante y contenta._)—Padre, padre... HILARIO.—¿Qué pasa, chiquilla? ENCARNA.—Que ya... que ya vienen por allá abajo Paco y el señor Bernabé. HILARIO.—¡Pero qué nerviosa, hija, y qué coloraíta te has puesto! De que ves a ese melón, cerezas. ENCARNA (_Ruborosa._)—¡Amos no me sofoque usté, padre! Y a tóo esto, ¿cómo están ustés? AQUILINO.—Pa que nos revoquen, pero gozando de verte dichosa. (_Sube al fondo._) COSME (_Le da la mano._)—Corroboro. ENCARNA.—Muchas gracias. COSME.—Conque a pedir tu manita, ¿eh? ENCARNA.—Sí, señor. Ya están ahí. Voy a arreglarme un poco. (_Vase segunda izquierda._) AQUILINO (_Desde la puerta._)—¡Camará, vienen el padre y el hijo que echan humo de elegancia! ESCENA VIII HILARIO, AQUILINO, COSME, BERNABÉ _y_ PACO, _del foro izquierda_ BERNABÉ (_Desde la puerta, quitándose el sombrero._)—Viva cuarenta mil años tóo lo que se acobija en este distinguido lavadero. HILARIO.—Y tú que lo veas, so tumbón. BERNABÉ.—¡Hilario! (_Avanzando._) HILARIO.—¡Bernabé! (_Se abrazan._) BERNABÉ (_Estrechándoles la mano._)—Adiós, Cosme... ¡Hola, munícipe! AQUILINO.—Salú, varilarguero. COSME.—¿Y el chico? PACO (_Que aparece en la puerta y sin avanzar._)—¡Señores, jovialidá y metálico! (_Quedan unos cuantos chicos y chicas, que le han seguido, a la puerta del lavadero._) BERNABÉ.—Ahí tenéis a esa aureola de la coleta. HILARIO.—Pasa fenómeno. BERNABÉ.—No le llames fenómeno, por tu salú, que eso ya está mu desacreditao. Llámale compendio, estrépito, arrebato, ocecación... Lo que te dé la gana, que de todo tiene. PACO.—Amos, padre, no me floree usté, que m’azaro. BERNABÉ.—¿Que s’azara? Un hombre como un hastial, más guapo que yo, si cabe, astro naciente de la tauromaquia triunfante y más corto que un cablegrama... Pasa, derrumbamiento taurómaca... (_Le hace entrar empujándole._) PACO (_Con modestia._)—Ceguera paterna. Ustés le desimulen. (_Dándoles la mano._) Padrino, señores... (_Se saludan._) BERNABÉ (_A los chicos de la puerta._)—¡Amos, niños! ¿Pero es que no habéis visto nunca una celebridá, hombre? Largarse d’aquí. PACO.—Na, que salgo y un hormiguero de almiradores en mi pos. (_Aquilino sube y hace intención de sacar el sable; los chicos vanse corriendo._) HILARIO.—Eso es la popularidaz. PACO.—La popularidaz y la silueta. BERNABÉ.—Ven que te vean. (_A Hilario._) Qué, ¿te gusta la presentación? (_Queda en el centro; a su izquierda Paco e Hilario._) HILARIO.—De primera. Vitola de matador de cinco mil. No le falta detalle. Roten, dije, habano... PACO.—El sombrero es lo último. Cordobés; copa lisa, ala plana, tono plomo, y por dentro forro verde, Cabestreros, 18, Sombrerería, y un escudito que dice _Omni soit qui mal y pense_, que debe ser una cosa pal dolor de cabeza. (_Se lo pone._) AQUILINO.—Y buen ternito, mi amigo. BERNABÉ (_Señalando a Hilario._)—Regalo de éste. COSME.—Y te cae de primera. ¡Vaya un sastre! PACO.—Sastre y que tengo un cuerpo que no debía decirlo; pero a mí, por no sentarme mal, ni los calamares en tinta. BERNABÉ.—Hemos elegido el tono chocolate. No sé si te gustará. HILARIO.—Es muy señorito. PACO.—Señorito, y que como usté dijo que fuese un traje pa por las mañanas, pues yo dije: pues pa por las mañanas, chocolate... Es sufrido y alegre. (_Da unos pasos._) BERNABÉ.—¡Ahí mi niño! ¡Qué suerte tién las mujeres! ¡Maldita sea! COSME.—Cómo se nos cae la baba, amigo. BERNABÉ.—Si no tengo otra cosa en el mundo. Es mi ceguera, mi chifladura, mi esperanza... mi tóo... ¡Y es que lo vale! No es porque sea mi hijo. PACO.—Bueno, y sabrán ustés que al remate el domingo se ciñe la mona aquí el tumbonazo este. (_Dando un golpe cariñoso a su padre._) HILARIO.—¡Hola! ¿Te has decidío al fin? BERNABÉ.—Sí, la verdá. Quiero picar yo el primer toro que mate mi hijo en los Madriles. COSME.—¡Ole por los buenos picadores! BERNABÉ.—Aunque estoy arrinconao, ya verán apretar en lo alto. AQUILINO.—Y qué, ¿hay esperanzas de quedar bien, pollo? PACO (_Riendo con cierto desdén._)—Padre, aquí el urbano pregunta que si hay esperanzas. BERNABÉ (_Riendo._)—Ja, ja... Esperanzas y realidades y moños por el suelo y coletas mutiladas... El día que este espanto taurino despliegue el capote en el ruedo de Madrid, con las plumas de los _Gallos_ se hace una almohada. PACO.—Y con la asaúra de Belmonte un _endreón_. BERNABÉ.—Doy fe. PACO.—Y estará feo que yo lo diga. BERNABÉ.—A ti no te está feo na. (_Convencido._) PACO.—Ya lo sé. Es un decir. ¿Pero cuáles son las tres promesas del porvenir aztual taurino? Examinemos: Antonio Rioja _El Confeti_. ¿Me pué hacer a mí sombra _El Confeti_? BERNABÉ.—Muy poquita. PACO.—Descontao. Casildo Peña _Sorbete_. HILARIO.—Hombre, ese es un torero concienzudo. PACO.—Es un torero concienzudo, pero frío; eso no me lo niega a mí nadie. BERNABÉ.—Descuenta el _Sorbete_. PACO.—Descontao. Felipe Canales _Chaparrón_. ¿Estira los brazos como yo? ¿Empapa como yo? BERNABÉ.—¡Qué va empapar el _Chaparrón_! PACO.—Descontao. BERNABÉ.—En cambio éste tiene de tóos los clásicos. PACO.—Soy un _puz purri_. BERNABÉ.—Es _Lagartijo_, por el estilo. PACO.—Mejorao. BERNABÉ.—_Frascuelo_, por la valentía. PACO.—_Cientuplicada_. BERNABÉ.—_Guerrita_, por la elegancia. PACO.—Que ya quisiera... BERNABÉ.—_Espartero_, por el valor. PACO.—Chsss... (_Gesto de resignación._) BERNABÉ.—_Gordito_ por la figura y _Carancha_ por el aire. PACO.—Hombre, padre, por el aire no quisiera yo parecerme a nadie. BERNABÉ.—No me refiero al _amosférico_. En fin, que sus diga Hilario la tarde que le vió torear en Morata de Tajuña, ¿te acuerdas? HILARIO.—Y eso que aquella tarde no te acompañó la fortuna. PACO.—¡La Guardia civil! HILARIO.—En fin, lo que tú eres lo verá el domingo la afición. Conque ahora a lo que estamos. BERNABÉ (_Adoptando un tono solemne._)—Pues a lo que estamos, Hilario, es que vengo con toda solemnidá a solicitar de ti pa esa memez taurina la mano de ese manojito de claveles que Dios te ha dao por vástaga. HILARIO.—Pues yo, al llegar este momento, que me emociona como na en el mundo te digo que te doy la mano de mi hija y mi corazón y un abrazo. PACO.—Gracias, padrino. BERNABÉ.—¡Bendita sea tu alma buena! (_Se abrazan._) AQUILINO.—¡Qué trístico! COSME.—¡Patético! HILARIO.—Y ahora una sospresa que os preparo. BERNABÉ.—¿Qué sospresa? HILARIO.—Silencio. (_Coloca tres sillas a la derecha._) Siéntate aquí. (_Le sienta en la del centro._) PACO.—¿Me van a afeitar? HILARIO (_A Bernabé._)—Tú a su diestra. Y vosotros venir conmigo. BERNABÉ.—Pero, ¿qué es esto? ESCENA IX DICHOS _y todos los que se indican en la escena_ =Música= HILARIO Ha llegao el momento. (_Va a la puerta segunda izquierda._) Sal aquí, hija mía, que Paco te espera; que aguardamos tóos. (_Sale Encarna._) Que quiere tu padre darte una alegría. (_La lleva donde está Paco._) Siéntate a su vera, juntitos los dos. ENCARNA ¡Mi Paco! PACO (_Se levanta._) ¡Mi Encarna! BERNABÉ ¡Cachito de cielo! ENCARNA Pero, bueno, padre, ¿qué piensa usté hacer? COSME Pues una película. BERNABÉ Cállese el agüelo. HILARIO (_A Paco._) Repara qué cromo llevas por mujer. —— PACO Chula más barbiana yo nunca la ví, ni ha venío al mundo otra más juncal, desde Mataderos hasta Chamberí, bien por Hortaleza, bien por Fuencarral. Y ese cuerpecito sólo es para mí, porque me lo gano con el corazón. ¡Ay del que se atreva a mirarte a ti sin consentimiento de este chulapón! —— ENCARNA Pues tú eres, Paco, el torero en quien tu Encarna se mira. PACO Y tú eres, negra, la chula por quien tu Paco suspira. LOS DOS Si no estuviera delante toa la gente que hay aquí, te diría, mi chulapo/a, lo que siento yo por ti. —— HILARIO Atención. Que ahora llegan los momentos de mayor espeztación. TODOS ¡Qué emoción! =Hablado con música= HILARIO (_En la segunda izquierda._)—Valentina, venga pa alante la cabalgata con toda su debida solemnidá. VALENTINA.—Allá vamos. Desenvaine, munícipe. Toque la música. AQUILINO.—Abran paso, que viene la fuerza armá. (_Van saliendo todos en dos filas. Delante el municipal como despejando. Luego la charanga; después dos lavanderitas con una caja descubierta, en la que llevan un mantón de Manila; detrás otras tres mozas, una que lleva el capote colgado de un palo y las otras dos que lo sostienen abierto por las puntas. Detrás gente con faroles de colores, banderolas, botas de vino colgadas en palos, etc., etc. Mucha alegría y animación. Josefa y Sole salen por el fondo y se ponen a lavar._) CECILIO (_Al salir._)—Marcha torera original de Cecilio Azquerino Bangüey, director de la Sinfónica Asqueriana de Cabestreros, que tiene el honor de dedicársela al _Chico de las Peñuelas_ en el día de hoy y personas que le acompañen. Titulao “Entra por derecho”. ¡A una, profesores! (_Tocan. La comitiva desfila._) HILARIO (_Adelantando._) Este mantón, hija mía, tu padre te lo regala pa que te vistas de gala la tarde de la corría. Del palco en el antepecho lo tiendes pa que él lo vea, y de seguro torea como en su vida lo ha hecho. ENCARNA Es precioso y tóo lleno de flores. TODAS En tu cara las tiés tú mejores. ENCARNA Cuántas veces con él soñé yo. BERNABÉ Pues, mujer, anda ya, póntelo. (_Se lo pone._) ENCARNA Con este mantón de flecos todo llenito de flores, iré yo a ver la corría donde Paco hará primores. Con él iré a la Paloma pa unirme con el que quiero; con él iré a las _kremeses_ cogida de su bracero. Que envuelta una madrileña con sus flecos y sus flores le parece hasta pequeña la calle de Embajadores. Y a los hombres que me miran y cuando paso, suspiran, voy diciendo sin querer: “¡Pa mi novio yo he de ser!” TODOS Que envuelta una madrileña, etc., etc. HILARIO (_Ofreciendo el capote a Paco._) Y toma tú, torerazo, un capote de paseo. Si no te parece feo, dame después un abrazo. Póntelo con chulería, porque tengo yo el empeño de que un diestro madrileño venza a los de Andalucía. PACO ¡Ay, padrino, me deja usté helao! TODOS Qué capote que le ha regalao. PACO Con él puesto me haré una postal. BERNABÉ Póntelo, torerazo inmortal. (_Se lo pone._) ENCARNA Parece que ya le veo ceñido y envuelto en él, y sale a hacer el paseo y es pequeño el redondel. TODOS Parece que ya le veo ceñido y envuelto en él y sale a hacer el paseo y es pequeño el redondel, etc., etc. ¡Olé ya por las chulapas de verdá! Míralo, que ni Belmonte le igualó. ¡Lo digo yo! (_Voces, aplausos, alegría, algazara._) =Hablado= TODOS (_Con mucha alegría._)—¡Olé!... ¡bien!... ¡bravo!... (_Aplausos, risas, algazara._) BERNABÉ.—¡Qué bueno eres, Hilario!... (_Con entusiasmo._) Déjame que te incruste mi gratitú en una mejilla. (_Le da un beso. Todos ríen._) HILARIO (_Limpiándose la cara y rechazándole con cómica indignación._)—Amos, tonto. BERNABÉ.—¡Que sí, señor; que esta felicidad, el pan, el porvenir, hasta la ropa, tóo se lo debemos a este hombre! PACO (_Con entusiasmo abrazando a Encarna._)—¡Ay, señor Hilario, qué favor me hizo usté a mí también, de acuerdo con su señora, el día que se les ocurrió esta tontería! BERNABÉ (_A Valentina._)—¿Pues y tú?... Ven acá... Diosa del Manzanares, que lo que has hecho tú por nosotros no te lo pago yo ni andando a gatas. (_A Hilario._) ¿Me permites que la dé un abrazo? HILARIO.—Y cuarenta. VALENTINA.—Amos, no seas pegajoso. PACO (_Riendo._)—A ver si se va a enfadar el señor Hilario, padre. BERNABÉ.—¿Enfadao éste?... Dentro de un rato. PACO.—Tendría yo gana de verle a usté un día enfadao, hombre. HILARIO (_Riendo también._)—Pos mira, pué que me veas. Y que soy un tigre cuando me enfado. VALENTINA.—Como que muerde. HILARIO (_Cariñosamente._)—A ti. SINFO.—¡Bueno, señores, a bailar, a bailar!... TODOS.—¡Eso, eso!... PACO.—Amos ahí fuera al aire libre. TODOS.—Sí, sí. HILARIO.—Señor Cecilio, toque usté lo que quieran. BERNABÉ (_A Valentina._)—Y tú y yo vamos a romper la marcha. Con tu permiso. HILARIO.—Anda con ella. VALENTINA.—Doy dos vueltas y vengo por ti... que aquí el socio es la fama en chotis. HILARIO.—Aquí t’aguardo. (_Van saliendo algunos por el tendedero._) PACO (_Subiendo con todos._)—¡Pero señá Josefa!... No había reparao. Amos, suelte usté la pala y venga a divertirse. JOSEFA.—¿Y quién me va a lavar la ropa, el obispo? PACO.—¡El obispo!... ¡Tendría gracia el obispo dando jabón! (_Risas generales._) ENCARNA.—Al menos deje usté a la Sole que venga. SOLE.—Sí, madre, déjeme usté que vaya a echar un tuesten. JOSEFA.—Si sueltas la pala, t’amargo. VALENTINA.—Dejarla, no la pague con la criatura. PACO.—Señora, es usté menos animada que un callejón sin salida. VALENTINA.—Y que lo jures. PACO.—¿Quién ustés que le haga un chiste lavandero? TODOS.—Sí, sí. PACO.—A esta mujer no hay quién la saque de pila. (_Muerto de risa por su supuesta gracia._) ¡Ja, ja, ja! UNO.—¡Precioso! TODOS.—¡Muy bien, bravo! (_Hacen mutis por el tendedero._) SOLE.—Un día que están tóos tan contentos... JOSEFA.—¿Y qué tenemos nosotras que ver con la alegría de nadie? A trabajar. (_Siguen lavando. Hilario, Aquilino y Cosme, al quedarse solos se sientan alrededor de la mesa y se sirven unas copas de vino; beben y fuman puros que les da Hilario. Se oye fuera la murga y jaleo de baile bastante lejano para que no interrumpa el diálogo._) AQUILINO.—¡Qué feliz eres, Hilario! HILARIO.—No lo sabes bien, Aquilino. Tu pecho municipal y cariñoso no pué abarcar esta felicidad que me embriaga. Porque veo a mi hija dichosa; a la mujer que quiero, feliz; a mis amigos, contentos: oigo esa música; ese barullo, que es como el ruido de esta alegría interior que me corre por dentro y reflexiono y me digo: este bien que gozo es el fruto de mi vida, de mis afanes; tóo ganao con lágrimas y con horas de trabajo. ¡Qué mayor dicha pa un hombre de bien! ¡Bendito sea Dios que me la concede! AQUILINO.—Porque te la mereces. COSME.—¡A tu salú! AQUILINO.—¡Vaya! HILARIO.—¡A la vuestra! (_Chocan las copas y beben._) ESCENA X DICHOS _y_ DIMAS (_cartero_) _foro izquierda_ DIMAS.—Buenos días. HILARIO.—Hola, Dimas. COSME.—Hombre, el cartero. AQUILINO.—Adiós, paloma mensajera. HILARIO.—¿Un chupito? DIMAS.—Se acepta y se agradece, que ya va haciendo mucha calor. (_Bebe._) JOSEFA (_A la chica._)—Ámonos. (_Mirando con temor al cartero._) SOLE.—Pero... JOSEFA.—Ámonos. (_Vanse foro izquierda._) HILARIO.—¿Y que te trae por este domicilio? DIMAS.—Que tié usté carta. (_Busca en el paquete._) HILARIO.—Hombre, ¿quién se acordará de mí? Toma la perra. (_Se levanta para dársela._) DIMAS.—No paga, es del interior (_Se la da._) Vaya, hasta otra, señores. (_Vase foro._) HILARIO.—Anda con Dios, hombre. ¿Quién me escribirá a mí del casco y a esta casa? Oye, y es letra de máquina. AQUILINO.—Algún amigo. HILARIO.—Yo amigos con máquina... no m’acuerdo. Veamos. (_Se sienta, rompe el sobre y empieza a leer. A poco palidece, se demuda, tiembla, se levanta, se sienta, se pasa la mano por la cara con angustia._) AQUILINO (_Alarmado._)—¿Qué te pasa? COSME.—Oye, ¿pero qué tienes? (_Hilario se pone en pie._) HILARIO.—Dame un... dame un poco de agua, haz el favor. AQUILINO.—¡Pero te has quedao blanco! (_Hilario vuelve a leer._) COSME (_Muy alarmado._)—¿Qué te dicen? AQUILINO.—¿De quién es esa carta? HILARIO.—Pues esta carta... yo no... no sé... si... (_Vuelve a mirarla._) esto no... ¡mi madre! (_Cae sentado._) no es carta, sabes; es... AQUILINO.—¿No trae firma? HILARIO.—Ni fecha ni na. COSME.—¿Un anónimo? HILARIO.—Sí; un anónimo... una puñalá... (_con ira creciente._) Esto es una infamia... pero, amos... pero me ha dejao que yo no sé qué tengo... (_Se pasa la mano por la cara con angustia._) AQUILINO.—¿Pero qué dice? Venga ya, hombre. HILARIO.—Toma, lee... AQUILINO (_Lee._)—¡Recontra!... ¡oye! ¡mi madre! Bueno, esto es una asquerosidad; de esto no hay que hacer caso. (_Con la carta hecha un rebuño da un puñetazo sobre la mesa._) HILARIO.—No, sí, claro... pero cuando hay quien te diga esas cosas y ves en lo que te dicen algo que... AQUILINO.—Oye tú, reponte, que te va a dar una alferecía. Miá cómo tiembla. COSME.—¿Pero qué dice ese papel, releñe? ¡Leer alto! (_Cesa de tocar la murga._) AQUILINO.—Casi na. Atiende. (_Lee._) “Amigo Hilario: Una persona que le quiere bien...” COSME (_Torciendo la cabeza._)—Mal. AQUILINO.—“Aunque usté no se lo merece, le avisa de que la Valentina que le pinta a usté otra cosa, porque vale pa ello, está liada...” COSME.—¡Rechufla! AQUILINO.—“Está liada desde antes de quedarse viuda de su primer marido, u lo que fuese... con el señor Bernabé el picador, carne y uña como usté recordará de aquel pobre hombre.” COSME.—¡La panocha! AQUILINO.—“Y de ahí el meter en su casa de usté al citao Bernabé, así como al hijo que ha engatusao a la Encarna. Y van tóos a una a comérsele a usté su honrao sudor. Reflexione en todo y no haga el primo. Se lo avisa quien bien le quiere.” (_Vuelve a oirse la murga._) COSME.—¡Mi madre!... ¡pues es una misivita! HILARIO (_Saliendo de su profunda abstracción._)—¡Maldita sea! (_Con amargura._)—¿Habré tenío yo una venda en los ojos, Aquilino?... ¿Habré estao ciego? AQUILINO.—¡Por Dios, Hilario, no desbarres, que esto es una infamia! HILARIO.—¿Pero quién va a tener interés en hacerme peazos la felicidad de esta forma tan cruel y en un día como el de hoy si yo no tengo enemigos? COSME.—Eso no lo digas. Tóo el que es feliz los tiene, Hilario. AQUILINO.—Esto es de algún envidioso, estoy seguro, que la envidia es lo más malo de este mundo. HILARIO.—¿Pero qué me van a envidiar a mí, Aquilino?... ¿Un peazo e pan, un rincón de casa, una pizca e felicidá? AQUILINO.—El envidioso no repara en más o en menos... quitarte el bien que tengas, poco o mucho, grande o chico. HILARIO.—No, Aquilino, no... No hay alma por negra que sea que se atreva sin motivo a hacer una cosa como ésta, cincuenta veces peor que un asesinato. (_Se levanta y va hacia la derecha._) AQUILINO.—Por Dios, Hilario, cálmate. (_Siguiéndole._) HILARIO.—Sí; quizás que habré estao ciego: que cuando quieres hay cosas que las tiés delante de los ojos y no las ves hasta que te las dicen... La Valentina me trajo aquí a Bernabé. Eso no puedo negarlo. AQUILINO.—¿Pero vas a dudar?... HILARIO.—No es que dude; es decir, las cosas como han pasao. Ella trajo a ese hombre y ella arregló lo de los chicos, y tóo se le hace poco pa esa gente, esta es la verdad... ¡maldita sea!... Y si esto es una traición; si esto fuese una traición después de lo que yo he hecho por ellos, os juro por la sangre que tengo... (_Amenazador avanza._) AQUILINO (_Conteniéndole._)—Hilario... amos, hombre, una meaja de aplomo, que tú no pués partir de ligero. COSME (_Cortándole el paso._)—A más de que lo primero es cerciorarse, por lo tanto, lo que te conviene es fingir y... HILARIO (_Vivamente._)—No, eso no... fingir no; no tengo carácter pa ello. De que me serene pensaré lo que sea menester... pero por de pronto, como tengo ya el corazón envenenao, me molesta esa música y esa alegría y ese barullo, conque vete a decirles a tóos que se vayan. AQUILINO.—Pero, hombre, no comprendes... COSME.—Calla, ellos vienen. Aplomo, Hilario. (_Pasa al lado de Aquilino._) ESCENA XI DICHOS, VALENTINA _y_ BERNABÉ. _Del tendedero vienen riendo._ BERNABÉ (_Entrando._)—¡Ja, ja, ja!... Bueno, vais a hacernos el favor de asomar las narices pa vernos bailar la machicha brasileña. VALENTINA (_Muy alegre._)—Nos hemos llevao la palma... que se pué decir... Conque, pollo, andandito, que vengo por el chotis ofrecido. HILARIO (_Secamente._)—Gracias, no tengo gana de na. VALENTINA (_Fijándose en él y con asombro._)—Oye, ¿pero qué tienes? Estás blanco como el papel. BERNABÉ (_Quedando repentinamente serio._)—Es verdá. ¿Qué te pasa, Hilario? VALENTINA.—¿Te has puesto malo? (_Anhelante._) HILARIO.—No, no tengo na, gracias. (_La rechaza._) VALENTINA.—Pero esa voz... ese tono... ¿Qué ha pasao aquí? BERNABÉ.—Hilario, ¿has tenío algún disgusto? HILARIO.—He dicho bien claro que no tengo na. VALENTINA.—¿Pero qué ha sucedío?... ¡No estén ustés como dos pasmaos y hablen por lo que sea!... AQUILINO.—Señora... VALENTINA.—¿Qué tienes, Hilario?... ¿qué tienes?... No me atormentes. BERNABÉ.—Desembucha ya, hombre, que nos tiés con el alma... HILARIO.—He dicho que no me pasa nada, sino que tóo tié su fin y esta juerga es hora ya que se acabe. VALENTINA.—Está bien; pero cuando tóo el mundo, y tú el primero, estábamos tan contentos, ¿qué motivos tienes pa que así de repente...? HILARIO.—Es mi voluntá. Llama a tóo el mundo y que se vayan. VALENTINA.—¿Pero es que yo no tengo derecho a saber...? HILARIO.—¡Tienes derecho! Pero una meaja de calma que ya hablaremos tú y yo lo que sea menester hablar. VALENTINA.—Está bien. HILARIO.—Llama a mi hija. (_Valentina sube despacio hacia el fondo._) BERNABÉ.—Hilario, yo estoy que no sé lo que me pasa... Yo salía tan contento y de pronto te veo de una forma que... y comprenderás que... amos, que necesito una explicación, porque esto... HILARIO.—No tengo explicación que dar a nadie. Deseo quedarme solo con los míos. Creo que tengo derecho a hacer lo que quiera en mi casa. BERNABÉ.—Sí, señor, tiés derecho a hacer lo que quieras en tu casa; pero el que está en ella y no la ha agraviao, también tié derecho a saber por qué se le echa. HILARIO.—Yo no te echo. BERNABÉ.—No me dices que me vaya, pero me señalas la puerta, conque verde y con asas... Y yo no salgo de aquí sin una explicación, Hilario. HILARIO (_Agresivo._)—Y a mí no me paece este el momento de dártela, ¿qué hay? VALENTINA.—¡Por Dios! (_Le contienen entre los tres._) BERNABÉ (_Con fría calma._)—Nada, nada. No te acalores. Me has hecho mucho bien para que me se olvide en cinco minutos. No sé qué es esto: algo pasa y algo muy grave. Tú me lo dirás hoy, mañana, cuando sea. Pero escucha, Hilario: hoy, mañana, cuando sea, yo no te daré más que una respuesta, una... Que si me hacen a cachitos el corazón, aquí dentro no encontrarán más que lealtad y gratitú pa esta casa. Y ahora me voy por mi hijo. ESCENA XII DICHOS, PACO, ENCARNA, SEÑOR CECILIO, _los_ MURGUISTAS, LAVANDERAS, VECINAS, VECINOS, TODOS. JOSEFA _y_ SOLE _vuelven a salir colocándose en su puesto en la pila_. _Paco y Encarna salen delante riendo y bromeando_. PACO.—Padre, salimos con murga y tóo, porque queremos que vean ustés bailar al tío Pelele el... (_Viene con Encarna a primer término derecha._) BERNABÉ (_Gravemente._)—Cállate, Paco. PACO (_Con asombro._)—¿Qué? BERNABÉ.—Paco. PACO.—¿Qué pasa? (_Mirándolos a todos._) ¡Oye, pero qué caras!... (_La gente queda parada en segundo término al fondo._) ENCARNA.—Es verdá. ¿Qué sucede? ¿Qué es esto? ¡Tóos tan serios!... PACO (_Riendo locamente._)—¡Ja, ja, ja!... Calla, que ya caigo. ¡Tié gracia! Como antes le he dicho a tu padre que tenía gana de verlo serio, pues nos han preparao esa guasa para... ¡ja, ja, ja! ENCARNA.—Es verdá... ¡ja, ja, ja! y qué bien lo hacen. PACO (_Cariñosamente._)—Y miá cómo s’han quedao, paecen unas feguras de celuloide. BERNABÉ (_Muy serio._)—Paco, que no es chufla. PACO.—Quíte usté d’ahí, so cómplice. Y miá el municipal; paece la careta de Dato... ja, ja, ja. (_Ríe._) BERNABÉ.—Paco, por la memoria de tu madre, que es en serio. PACO (_Aterrado._)—¿Qué? BERNABÉ.—Que es en serio, por tu salú. PACO.—¡Rediez! ENCARNA (_Temblorosa._)—¿Pero es verdá? BERNABÉ.—Coge el sombrero y el bastón. PACO.—¿Pa qué? BERNABÉ.—Coge el sombrero y el bastón, que nos vamos. PACO.—¿A dónde? BERNABÉ.—A la calle. PACO.—¿Pero y el arroz? BERNABÉ.—Se nos ha pegao. (_Paco coge su sombrero y su bastón._) ENCARNA.—¿Pero qué dicen?... ¿pero es de veras esto, Valentina? (_Yendo a su lado._) HILARIO (_Atrayéndola hacia sí._)—Es de veras. Tú, aquí, conmigo. (_A todos._) Y ustés, señores, esto se ha arrematao; gracias por tóo y hasta otra. (_Se van marchando todos poco a poco y en silencio, quedando en las puertas sin desaparecer._) Señor Cecilio, puén ustés retirarse. CECILIO.—¿Repito el pasacalle pal desfile? AQUILINO.—Desfile sin repetir na, haga el osequio. (_Vánse los murguistas. Josefa y Sole vuelven a ponerse a lavar, en silencio, sin ruido._) PACO.—Pero padre, ¿qué es esto?... ¿por qué nos vamos? ¿por qué nos echan? BERNABÉ.—No te lo puedo decir. PACO.—¿Pero es que le he faltao yo a alguien en algo? Al que le haiga yo faltao en algo, que lo diga. (_A Hilario._) ¿Le he faltao yo a usté? (_Pasando a su lado._) HILARIO (_Con desabrimiento._)—A mí no. PACO.—¿A quién le he faltao yo?... Señor Aquilino, usté que es autoridá, ¿le he faltao yo a usté en algo? BERNABÉ.—Tú no has faltao a nadie, hijo mío. PACO.—Entonces ha sío usté... porque de no haber sido yo, tié usté que haber sido... BERNABÉ.—¿Pero es que dudas de mí? PACO.—¿Qué ha hecho usté pa que nos echen?... ¿qué ha hecho usté pa destrozarme la felicidad? ¿qué ha hecho usté, padre? BERNABÉ.—¿Que qué he hecho yo?... Quererte con toa mi alma, y cuando nos creíamos más dichosos, salgo y me dicen que nos vayamos; pido explicaciones y no me las dan y quiero exigirlas porque me sobran agallas, pero me acuerdo que hasta la ropa que llevas se la debemos a este hombre y me repudro y me achanto y me voy a la calle. No puedo hacer más, es decir, no puedo hacer menos. ¡Vámonos, hijo! (_Coge su sombrero._) PACO.—¿Pero es que llora usté?... Caray, porque eso no. Que antes de que se le caiga a usté una lágrima, me desnudo yo aquí mismo y dejo la ropa y el corazón y lo que sea menester dejar. BERNABÉ.—Ámonos. PACO.—Sí, señor. ENCARNA.—¡Paco!... (_Suplicante._) PACO.—Es la primera vez que le veo llorar y mi padre no... ¡A la calle! BERNABÉ.—Y coste que me voy con la frente muy alta. PACO.—Y si quié usté, pa que la lleve más alta le saco yo a usté en brazos. BERNABÉ.—Quedar con Dios. PACO.—Buenos días. (_Vanse abrazados foro izquierda._) ENCARNA.—¿Pero qué es esto, padre, hable usté?... Si estoy que me muero... Si esto no pué ser... tanta felicidá y de repente... ¿qué ha pasao por esta casa, Valentina, qué ha pasao? (_Yendo a su lado._) VALENTINA.—¡Yo no lo sé, Encarna, no lo sé; estoy como loca!... pero me da el corazón que por esta casa... ¡por esta casa ha pasao la envidia! ENCARNA (_Aterrada._)—¡La envidia! SOLE (_Aterrada._)—¡Madre! JOSEFA.—¡Silencio! (_Cuadro._) (_Telón rápido._) =Intermedio musical.= =Mutación= CUADRO SEGUNDO Gabinete humildísimo en casa del señor Bernabé. En la pared del foro dos balconcitos con puertas vidrieras y cortinas por dentro. A la izquierda la puerta de entrada al piso con mirilla, cerradura y llamador de hierro que sonará cuando se indique. En los laterales derecha dos puertas que dan acceso a habitaciones interiores. Entre ambas, una silla con el chaleco, chaquetilla, montera y capote de paseo de Paco. Mobiliario: un sofá foro izquierda y unas cuantas sillas de anea. Una cómoda vieja entre los dos balcones y sobre ella varios retratos deslucidos. En la pared una cabeza de toro disecada. Números de «La Lidia» pegados por distintos sitios. En el centro de la habitación hacia la izquierda una camilla con un tapete de hule. Encima una botella de barro y un vaso. Es de día. ESCENA PRIMERA _La_ RITA. _El_ TÍO PELELE. _Al levantarse el telón nadie en escena. Sale Rita segunda derecha, con un lío de capotes y dos estoques de matar, que deja sobre el sofá. Llaman a la puerta._ RITA.—Ya voy, ya voy. (_Abre._) Alante. PELELE (_Con traje de fiesta._)—Buenas las tenga usté, señá Rita. RITA (_De mal talante._)—Regulares las quisiera, hijo. PELELE (_Quitándose el sombrero._)—Yo, como es la costumbre... ¿Y su hermano de usté y su sobrino? RITA.—Ahí están, empezando a vestirse pa la corrida. PELELE.—Pos un servidor, como le ofrecí a Paco de hacerle de mozo de estoques, pos venía pa ello. RITA.—¡Usté de mozo!... Bueno, asiéntese usté. (_Le da una silla._) PELELE.—S’agradece. (_Se sienta a la izquierda de la camilla. Con gran interés y bajando un poco la voz._) ¿Y qué, los ánimos andarán mu caídos por esta casa? RITA.—Ni quiá usté saber; con eso de no haber sabío de la Encarna en tres días que van del desgusto, pos el chico está que su alma se la arrancan. (_Queda de pie a la derecha._) PELELE.—¡Con tantas ilusiones y tóo pol suelo en media hora! RITA.—Un asco de mundo. ¡Pos la señá Valentina, la pobre, también estará pa que la pidan una fábula! PELELE.—¿La señá Valentina?... Más serena que usté y que yo. ¡Eso es una mujer! Del _seso_ femenino no se encorambra con más agallas. RITA.—¿Pero no se l’ha venío el mundo encima? PELELE.—Se le ha venío el mundo encima, pero ella lo ha apartao y ha seguido pa alante. Amos, eso hay que verlo. Misté, de que supo por boca del mismo señor Hilario que estaba acusá de mantener relaciones _inlícitas_ con su hermano de usté, que fué y no le dijo más que esta cosa lacónica: “Ah, ¿pero era eso?—Eso.—¿Y has dudao de mí?—Y dudo”, le refutó él. Y fué ella, se quedó un poco amarilla, levantó así la cabeza con orgullo, miró al señor Hilario de hito en hito, prorrumpió en una carcajada consistente en ¡ja, ja, ja! agarró sus cuatro trapitos y echó a andar calle alante, tranquila y serena. RITA.—Amos, miá que ese tío está loco. ¡Dejarse marchar a una mujer como la Valentina! PELELE (_Dando un puñetazo en la mesa y poniéndose de pie._)—Y quedarse con la perra de la Josefa, que dende el desgusto es la que lleva el remo de la casa. Y pa mí que ella es la del anónimo... y la causanta de tóo... RITA.—Pero qué me va usté a contar, hijo, si la tengo conocida de chica, que íbamos juntas a la escuela y siempre estaba castigá de envidiosa que era. Que, vamos, un día—pa que se vea lo que son las presonas,—fué y tenía yo una berruga aquí, mal señalao, (_En la mejilla._) que decían tóos que me hacía muchisma gracia, y fué ella y pa que no la tuviese, me la quemó con una cosa negra que le dicen nitrato, que me hizo de ver las estrellas; que yo no la he vuelto a tratar en mi vida desde entonces. PELELE.—Pero señora, si su segundo marido tuvo que retirarse de con ella y se fué a Buenos Aires por no matarla. Y su primer marido no digamos, que ahí lo tié usté vivo y sano, que es el señor Antonio el cañamonero, que cuando habla de ella hay que taparse los oídos con hidrófilo. RITA.—Pero oiga usté, ¿cuántos maridos le viven? PELELE.—Bueno, digo maridos, porque de alguna manera hay que llamarle en sociedad a cierta clase de ñudos. RITA.—Sí, ñudos, ñudos... corredizos. (_Llaman._) PELELE.—¿Quién será? RITA.—Voy a ver. (_Abre._) ESCENA II DICHOS, SEÑOR TOBÍAS. _Es un tipo de tabernero rico, vestido de fiesta. Cadena de oro muy gruesa, sombrero ancho, puro en la boca y un palasán muy gordo, con bola de hierro._ RITA.—Pasa, Tobías. TOBÍAS (_Entra y da un golpe en el suelo con el bastón._)—¡La panocha, qué cochino mundo! Amos, que si no lo viese uno... RITA.—¿Qué te pasa? TOBÍAS.—Dile a Bernabé que salga, maldita sea la liendre, que un asesinato de esa forma no lo consiente mi cuerpo. RITA.—¿Pero qué estás diciendo? TOBÍAS.—Que a ese tío le pego yo un tiro en la sien, apuntarlo. Que cuando se es amigo de un diestro se es amigo y no se debe consentir que se le menoscabe ni se le atropelle. RITA.—Bueno, pero... TOBÍAS.—¡Ladrones!... ¡Qué proceder con un debutante! Ahora, que no se han fijao en mi punto de apoyo y yo escalabro a uno. (_Mirando a la garrota._) Hoy ejerces. RITA.—Pero... TOBÍAS.—Que salga tu hermanito, hale... RITA.—Es que está en calzoncillos. TOBÍAS.—Mejor. Pa lo que le voy a decir, sobra; porque Paco no torea esta tarde. Eso firmao. RITA.—¿Qué dices? TOBÍAS.—Lo dicho. Hale, que es urgente. RITA.—Voy, voy. (_Vase primera derecha._) PELELE.—¿Pero es que ocurre algo? TOBÍAS (_Que pasea agitado._)—¡Qué granujá! ¡Maldita sea la liendre! PELELE.—Tome usted asiento. TOBÍAS.—No quiero. (_A Pelele._) No es a usté. No quiero, no quiero y no quiero consentir una infamia como esa. ¡Abortarnos un torero de esta manitú! ¡Canallas!... ¿De dónde?... Aquí está mi cuerpo pa que no. Hoy ejerces. (_Blande la estaca._) ESCENA III DICHOS, BERNABÉ. _Sale primera derecha con el calzón ya puesto y una americana de casa._ BERNABÉ.—Hombre, Tobías. TOBÍAS.—Hola. Hagan el favor. (_Indica que se vayan Rita y Pelele._) BERNABÉ.—Chico, dispensa, pero nos estamos vistiendo porque son las dos, y la cuadrilla... (_Vanse Rita y Pelele segunda derecha._) TOBÍAS (_Con misterio._)—Pues no sigas vistiéndote, Bernabé. BERNABÉ (_Asustado._)—¿Qué pasa? TOBÍAS.—Que tú no sabes lo que os han fraguao pa esta tarde. BERNABÉ.—¿Qué nos han fraguao? TOBÍAS.—¡Una infamia horrible! BERNABÉ.—¿Qué dices? TOBÍAS.—Que quién machacarle a tu hijo el porvenir, pero eso no será... mientras a Tobías Peñasco le quede (_Accionando conforme habla._) un dedo de vergüenza, un palmo de dinidá y una vara de acebuche. (_Por el bastón._) ¡Hoy ejerces! BERNABÉ.—Bueno, pero dime pronto... TOBÍAS.—Agárrate, que de pie no lo aguantas. BERNABÉ.—Venga. TOBÍAS.—Bueno, pues que Hilario, que desde el desgusto que tuvísteis, está ciego contra vosotros, ha ido a decirle a don Isidro Solano, el empresario de Tetuán, que ya no tiene interés por Paco; y ese tío asqueroso que le debe más de nueve mil pesetas, oliéndose que si tu hijo queda mal esta tarde, el señor Hilario tendrá una gran alegría, ¿qué dirás que ha hecho el muy granuja? BERNABÉ.—¿Qué ha hecho, Tobías? porque yo ya estoy con un sobresalto en el corazón, que tóo me lo espero. TOBÍAS.—Pues que a última hora, ha fijao un anuncio en el cartel diciendo que se le han estropeao tres toros y en vez de los seis Bobadillas que tenía preparaos para Paco y el Herrerito y que eran seis merengues de fresa, los ha sustituído por seis marrajos... agárrate... de Pérez Labulla. BERNABÉ (_Aterrado._)—¡¡Labullas!! ¡Mi madre! TOBÍAS.—Vengo de los corrales. Son seis mansos pregonaos, con más poder que un mercancías, y con unos cuernos, que ¿tú has visto el palo ese de la telegrafía sin hilos, que hay en San Fernando el Jarama? pos un mondadientes en parangón. BERNABÉ.—¡Pero eso es un asesinato!... ¡Labullas pa un prencipiante!... ¡y en el estao de ánimo de ese chico!... (_Con indignación._) ¡canallas!... ¡asesinos! TOBÍAS.—Bernabé; Paco no debe torear esta tarde. BERNABÉ.—Pero si no torea, ¿cómo queda, Tobías? TOBÍAS.—Entero; pero como toree te lo traes en un pañuelo de hierbas, que tú no has visto el ganao. BERNABÉ.—¡Calla, por Dios!... ¡Ladrones!... ¡Infames! ¿Qué hago, qué hago, Tobías, qué hago?... Si torea, tal como está Paco, un bueyacón de esos me lo pué mandar al hospital. Ya lo sé; pero si pone una excusa y no torea, pos se ve el miedo... y vienen el descrédito, la burla y la miseria... ¿Qué hago, Tobías? ¿Qué hago? TOBÍAS.—¡Qué sé yo, Bernabé, si tampoco sé qué decirte!... Ahora, que esta infamia que os hacen no la aguanta mi cuerpo, y yo te garantizo que esta tarde va a haber una de cabezas vendás en la plaza e toros que va a parecer que la corrida se está dando en Aragón. (_A la estaca._) Hoy ejerces. (_Se oye ruido de cascabeles. Sale por la segunda derecha el tío Pelele y va a abrir._) BERNABÉ.—Calla, que ha parao un coche. (_Se asoma al balcón._) Es la cuadrilla. TOBÍAS.—Buenos vendrán los pobres chicos si han visto el ganado. (_Llaman._) PELELE (_Abriendo._)—Yo me voy a decírselo tóo a la señá Valentina. (_Entran los toreros y sale él, dejando la puerta abierta._) ESCENA IV DICHOS. _El_ ZIPILÍN, _el_ VIGUDÍ _y el_ TELARAÑA, _con trajes de luces, capotes de paseo. Todo muy pobre y viejo. Entran con cara de pánico, temblorosos._ LOS TRES.—Buenas tardes. BERNABÉ.—¡Hola, jóvenes! ZIPILÍN.—¿Ya sabrá usté el cambiazo? BERNABÉ.—Sí, hijo, sí. Me lo ha dicho, aquí, el señor Tobías. VIGUDÍ.—¡Nos echan Labullas! BERNABÉ.—¿Y habéis visto el ganao? VIGUDÍ.—¿Que si le hemos visto? Seis enormidades corniveletas, señor Bernabé. ZIPILÍN.—Esos bichos no se le echan a una cuadrilla debutanta, a menos que se esté conchavao con el trus funerario... BERNABÉ.—Hombre, no será tanto... TELARAÑA.—Ya los verá usté. ¡Qué cuernos!... Tiran un viaje y es con kilométrico. (_Indicando la dimensión del cuerno._) TOBÍAS.—¿Y cómo os habéis vestío tan pronto? ZIPILÍN.—Por disfrutar un rato más de la ropa. VIGUDÍ.—¡Nos van a desnudar en seguida!... TELARAÑA.—Darme un cigarro... yo no hago más que fumar. (_Bernabé le da un pitillo._) ZIPILÍN.—Con permiso... (_Se sirve agua. Tiembla la botella sobre el vaso._) ¡Tengo una sequedá de boca!... TOBÍAS.—¿Pero es que tiemblas?... ZIPILÍN.—¿Pos qué creía usté, que repiqueteaba el tango argentino? BERNABÉ.—¡Bueno, hijos; hay que tener ánimos! VIGUDÍ.—No, si después de tóo qué me pué pasar a mí, que R. I. P... Bueno, pero tengo una satisfación, que no se alegrará nadie. No tengo amigos. PACO (_Dentro._)—Padre... BERNABÉ.—Por Dios santo, que no os vea Paco acoquinaos. ZIPILÍN.—Sí; pero la verdá hay que decírsela. TOBÍAS.—Bueno; pero de cierta manera. ESCENA V DICHOS _y_ PACO, _primera derecha. Sale con la taleguilla puesta y la faja en la mano._ PACO.—Padre, hágame usté el favor de ayudarme a la faja. BERNABÉ.—Sí, hijo mío. TOBÍAS.—Hola, Paquillo. PACO.—Adiós, señor Tobías. (_A la cuadrilla._) Y vosotros, qué pronto... ZIPILÍN (_Esforzándose por sonreir._)—Las ganas que tié uno de salir de... TOBÍAS.—¿Y qué, hay muchos ánimos, pollo? PACO.—Pos ya ve usté; a cumplir. Ilusión... alegría... Eso ya, después de lo pasao... Agarre usté, padre... (_Afectado._) TOBÍAS.—(¡Se le nublan los ojos!) BERNABÉ.—(¡Pobre hijo mío!) (_Paco empieza a ajustarse la faja que el señor Bernabé sostiene en sus manos por el otro extremo._) Pues náa, Paco, aquí los chicos, venían, sabes, a decirnos que... vamos... que hay unas pequeñas variantes en el cartel. ZIPILÍN.—No tan pequeñas. PACO (_Que ha dado dos vueltas liándose la faja, se detiene._)—¿Qué variantes? BERNABÉ.—Pos náa, que ya no toreas esta tarde seis Bobadillas. PACO (_Sorprendido._)—¿Que no toreo Bobadillas? BERNABÉ.—No; los han sustituído por seis bichos de... PACO.—¿De quién? BERNABÉ.—De Pérez Labulla. PACO (_Con terror._)—¿Labulla?... ¿Yo Labullas? BERNABÉ (_Con amargura._)—¡Labullas! PACO (_Se deslía._)—¡Ay, padre!... ¿Labullas a mí?... ZIPILÍN.—¡A nosotros!... ¡Una infamia, Paco! PACO.—¿Esa corrida que no ha querío torear nadie? VIGUDÍ.—¡La _mismisma_! PACO.—¿Esa que le llaman la del pa... pa... la del papánico?... TELARAÑA.—La propia. PACO.—¡Pero, padre, echarme Labullas!... ¡Eso es darme una puñalá trapera!... BERNABÉ.—Sí, hijo; es una infamia la que te hacen. No sirve negártelo... pero es que quién machacarte el porvenir. Reirse de nosotros... vernos en la miseria, y eso, Paco, eso... PACO.—Es verdá, es verdá, padre... Tié usté razón. ¡Pos no!... ¡Maldita sea! ¡No se ríen! (_Da tres vueltas en la faja y se detiene de pronto._) ¿Y vosotros habéis visto el ganao? ZIPILÍN.—Lo hemos visto. PACO.—¿Y qué? ZIPILÍN.—Que ajustamos el árnica en mil pesetas y pierde el farmacéutico. PACO.—¿Que pierde?... (_Desliándose de la faja._) ¡Ay, padre, que dice que pierde!... BERNABÉ.—No te apures, que allí estaré yo, apretando en lo alto; echando el corazón pa quitarles poder a esos bueyes ladrones... TOBÍAS.—Piensa en tu pundonor, en el pan de este viejo. PACO.—Sí, señor, sí; es verdá. (_Da dos vueltas._) Sea lo que Dios quiera. ZIPILÍN.—Lo malo es el primero que te echan. Un jabonero sucio. PACO.—¿Sucio? (_Se detiene._) VIGUDÍ.—¡Una asquerosidad! TELARAÑA.—Y disforme. PACO.—¿Grande? VIGUDÍ.—Un automóvil con dos chuzos. PACO.—¿Dos chuzos? (_Se deslía._) ¡Dice que dos chuzos, padre!... TOBÍAS.—Paco, hay que estar sereno. PACO.—¿Sereno con dos chuzos?... Es demasiado, señor Tobías... ¡Qué infamia!... El día de mi debut, a última hora echarme Labullas... y sabiendo cómo estoy... ¿Qué hago, padre, qué hago?... BERNABÉ.—¡Qué voy a decirte, Paco!... Haz lo que quieras... Si fuera yo, yo ya sé lo que haría, pero yo no soy nada mío... ¡tú, tú eres mi hijo! PACO.—¡Pues no, no se ríen!... ¡no!... ¡Quedaré como usté quedaría, (_Dando vueltas rápidamente._) como usté quedaría!... (_Al dar la última vuelta a la faja cae en brazos de Bernabé._) ¡Sí... sí, señor!... y si me matan, que me maten... que me maten... BERNABÉ.—¡Hijo mío! PACO.—¡Padre!... (_Quedan abrazados._) VIGUDÍ.—¡Nos están dando el vermú! (_Conmovido._) TELARAÑA.—¡Pos sí que es un cuadrito! ZIPILÍN.—¡Se me está poniendo el corazón que hoy no le pongo yo banderillas ni a un caracol! ¡Maldita sea! ESCENA VI DICHOS. VALENTINA. _Detrás_ PELELE. _Al final_ RITA _y_ AMIGOS 1.º, 2.º _y_ 3.º, _puerta izquierda_. _Valentina viene con mantón de Manila y un manojo de claveles en el pecho_. VALENTINA.—Buenas tardes. PACO (_Asombrado._)—¿Usté? VALENTINA.—Servidora. BERNABÉ.—¿Tú aquí? VALENTINA.—Yo aquí a daros ánimos, y luego a la corrida a aplaudiros. Sé lo que os han hecho. Me lo ha venío a decir el tío Pelele. BERNABÉ.—¿Sabes la infamia? VALENTINA.—Lo sé todo. PACO (_Casi llorando._)—¡Me echan Labullas señá Valentina, Labullas a mí!... VALENTINA.—No le hace. Que te echen lo que quieran. Tú eres un hombre y quedarás como un hombre. BERNABÉ.—¡Pero Valentina, qué has hecho!... ¿No tiés miedo de lo que digan si saben que has venío a esta casa? VALENTINA.—Déjalo... Si cuando hablan mal no dicen la verdá, que digan lo que quieran. ¿Pos qué, os iba yo a dejar solos, acoquinaos en una tarde como la de hoy, víctimas de una venganza asquerosa?... ¡En jamás! ¿No nos ha unío la infamia? Pos siquiera que nos sirva esta unión pa darnos alientos unos a otros y pelear juntos contra ella. ¡Conque arriba el ánimo!... BERNABÉ.—¡Valentina! VALENTINA.—¿Pero qué pasa aquí?... ¿A qué vienen esas caras de pánico?... PACO.—Es que creo, señá Valentina, que los toros... VALENTINA.—No hagas caso... ¿Que salen toros que pegan? Ese es el oficio. ¡Más grande el triunfo! Levanta el corazón pa que no te den en él y fe en Dios y en las agallas de cáa uno. ¿No se juega esta tarde tu porvenir?... Pos a jugarlo. ZIPILÍN.—Señora, usté no ha visto cuernos como los que... VALENTINA.—Yo he visto cuernos de todas clases, pollo. Hombres es lo que quiero ver ahora. VIGUDÍ.—¿Pero no los querrá usté ver por el aire?... VALENTINA.—Por donde sea menester... ¡Pero a qué viene ese canguelo!... ¡Pero esto es cuadrilla u un pin, pan, pún!... Ánimo los valientes, que paecéis ahí cuatro gelatinas... Y tú, Bernabé, dales el ejemplo, levanta esa cara, vengan los arrestos de otros días, y tú que lo sabes diles cómo se pelea y cómo se ganan las palmas... ¡Mirarme a mí, me he quedao sola, calumniá, en metá e la calle; pos como no lo merezco lo desprecio y aquí me tenéis, tan conforme y tan compuesta, de cara a la vida, y alante siempre! ¡Conque si os faltan agallas, decírmelo, porque yo, una pobre mujer, soy capaz de irme a la plaza y matarme los seis toros! (_Todos han cobrado ánimos y sus caras tristes van tomando expresión de valor y confianza._) VIGUDÍ (_Con entusiasmo._)—¡Señora, es usté mejor que tila! TOBÍAS.—¡Tié razón! BERNABÉ.—¡Valentina, eres como un rayo de sol que tóo lo llena de alegría y de ánimo! PACO.—¡Sí, señora, ya soy otro!... ¡Que me echen Labullas!... ¡El tifus va a ser una ligera indisposición compará conmigo! (_Se pone chaleco y chaquetilla._) BERNABÉ.—Rita, Pelele... Las chaquetillas, mi sombrero... PACO.—Venga todo... Elefantes voy a matar yo esta tarde. ZIPILÍN.—¡Ahí los hombres! (_Sale Rita. Unos a otros se ayudan llenos de entusiasmo, nerviosos... beben, fuman, se mueven. Se oyen en la calle los sones alegres de una charanga que se aleja tocando un pasodoble torero. Se escucha el ruido de los coches, sonar de cascabeles. Voces de gente alegre. Gritos de “¡Eh, a la plaza, a la plaza!”. Restallar de látigos. Mucho bullicio y animación. Bernabé hace mutis primera derecha. Entran los Amigos 1.º, 2.º y 3.º por la izquierda._) AMIGO 1.º—Hola, Paco, aquí venimos a saludarte. PACO.—¡Hola, señores! (_Coge el capote._) AMIGO 2.º—¡Toma un puro! AMIGO 3.º—¡Amos, que ya es hora! AMIGO 1.º—¡A ver cómo queda Madrid! TOBÍAS.—¡Amos allá, señores! PACO.—La montera... AMIGO 1.º—Si la llevas puesta... PACO.—¡Ah, sí, es verdá!... Vaya adiós... Hasta luego, señá Valentina. (_Le da la mano._) VALENTINA.—Ahora voy yo. ¡Buena suerte, Paco! (_Salen todos en un tropel bullicioso. Pausa. Valentina coge de Rita, que lo saca de la segunda derecha, un cuadro de la Virgen de la Paloma, pone el mantón de Manila sobre la cómoda, coloca el cuadro en ella y ante él dos velas encendidas y un vaso con los claveles que se quita del pecho._) ¡Virgen de la Paloma, una mirá de compasión pa esos pobres hombres que van a jugarse la vida por un cacho de pan!... (_Se arrodilla; se limpia una lágrima. Asoma por la puerta derecha el señor Bernabé, se quita el castoreño y dice:_) BERNABÉ.—¡Bendita seas! (_Pausa; pasa hacia la puerta de la calle. Mutis al buen juicio del actor. Se escuchan ya muy lejanos los alegres sones de la charanga y el bullicio de la gente. Telón de cuadro. Música en la orquesta._) =Mutación= CUADRO TERCERO Lugar donde se encuentra situada la Plaza de Toros de Tetuán, cuya fachada se ve al foro, unida al Merendero de «El Cubanito». Son practicables la puerta de la plaza, la del patio de caballos y la del merendero, en cuya terraza habrá algunas mesas rodeadas de banquetas. Es por la tarde, una tarde radiante de primavera, en la que se celebra una corrida, cuyo anuncio se verá pegado en las paredes de la plaza. ESCENA PRIMERA _Al levantarse el telón aparecen cuatro golfos mirando por las rendijas de la puerta de la plaza._ _Uno de rodillas, otro empinándose sobre las puntas de los pies, otro de pie, y el último tumbado mirando por debajo de la puerta. Dos cocheros sentados ante una de las mesas del merendero, toman unos quinces. Una vendedora junto a un pequeño tabanque con “cacahuets” y naranjas, dormita tristemente._ _De la plaza, de vez en cuando, sale un griterío infernal de indignación, con que el público castiga la torpeza de un torero._ _Suenan palmas de chunga, monótonas, acompasadas, burlonas; sobresalen voces agudas_: “¡Al corral! ¡Maleta! ¡Asesino! ¡Pincha ratas!” _Todo el público, con voces acompasadas:_ “¡Al corral! ¡Al corral!” _Vuelven a escucharse silbidos, suenan trompetillas infamantes, un cencerro golpeado con un palo. Risas, voces atipladas_: “¡Ay, qué miedo!... ¡que se mude!... ¡Fenómeno!” _En un silencio, La Josefa sale por la izquierda, se acerca a la plaza, escucha, mira también por las rendijas de la puerta, y oyendo los denuestos y los gritos del público contra el pobre matador, sonríe y se aleja. Desaparece por el fondo._ =Música= SOLE (_Aparece por la puerta de los corrales, demudada, temblorosa, con un mantoncito de crespón negro y con dos o tres claveles cayéndosele del pelo. Trae en la mano un par de banderillas adornadas con muy mal gusto. Dos corchos van clavados en los arponcillos. Lloriquea, y, a cada grito que se oye en la plaza da un salto cómicamente atemorizada. Grito en la plaza y susto._)— ¡Ay!... Santa María por poco me muero. Ese hombre no sirve para torear. Catorce estocadas le atizó al primero, y al segundo toro veinte mal contás. Al tercero, ahora, lo estaba pinchando, y al treinta pinchazo le dijo una voz: “Oiga, _cocinero_, ¿le está usté mechando, o es que va a dejarle para colador?” Ese mismo toro le dió una embestida, y subió tan alto que me figuré, que si San Antonio le ve, le convida, ya que estaba un paso, a tomar café. (_Grito en la plaza._) —— ¡Ay!... Y luego un tío, con una trompeta, daba unas notitas que... ¡vaya con Dios! Y otro le decía: “Deja la muleta, que pa cuando salgas necesitas dos.” Yo traje a la plaza estas banderillas pa que se luciera poniendo un buen par; y ahora estoy con ellas que... tengo cosquillas, y por no pincharme no me puó rascar. (_Nuevos gritos en la plaza._) ¡Ay!... Ahora dan voces. ¿Qué dicen? “Cabestros”. ¿Es a él o es al toro pa echarle al corral? Yo llevo rezados dos mil padrenuestros. (_Grito y susto._) ¡Ay!... ¡Ahora le llaman!... ¡Le llaman morral! (_Grandes gritos en la plaza. Echando a correr asustadísima hace mutis por donde salió._) ESCENA II _Se abre la puerta de la plaza y salen el_ SEÑOR TOBÍAS, _descompuesto, con la corbata deshecha, despeinado, el sombrero en la mano. Le trae sujeto por un brazo un joven_ POLICÍA; _le siguen dos_ GUARDIAS _de seguridad y tres o cuatro_ INDIVIDUOS _con la cabeza vendada, dos_, MUJERES _y un_ HOMBRE. _Salen vociferando todos._ =Hablado= VENDADOS.—¡A la cárcel! MUJERES.—¡Granuja!... ¡Fuera! POLICÍA.—¡Eche usté adelante! TOBÍAS (_Golpeando el suelo con el bastón._)—¡Pero por qué me se detiene a mí, que me se especifique! POLICÍA.—Porque ha golpeado usté a la gente. TOBÍAS.—No, señor. ¿De dónde? Lo que hay es que aquí, los denunciantes, han dirigido a la familia del matador, que es amiga mía, un insulto con música del _Ven y ven_, y eso no se lo aguanta un servidor ni al alcalde de barrio. POLICÍA.—¡A la Comisaría! TOBÍAS.—Pero, señor; si yo no he faltao a nadie; y si no que lo diga aquí la señora pareja, que ha sido testiga del cuplé. GUARDIA 1.º—¡Usté ha agredido al señor! TOBÍAS.—¿Servidor? ¡Miopía es lo que se padece, guardia! Que yo estaba quieto; pero aquí, la parte contraproducente, se ha puesto de una forma que si yo no les agredo, me agreden, y a mí no hay quien me agreda. POLICÍA.—Eche adelante y menos música. TOBÍAS.—Güeno, después de tóo estoy satisfecho. Me llevo una rondalla. ¡Has ejercido, palasán! (_Vanse izquierda. Se escucha dentro una bronca definitiva. Gritos, insultos, ruidos de cencerro. Cesa poco a poco el escándalo. Empieza a salir la gente por las puertas de la plaza, que se abren. La charanga ejecuta un pasodoble._) ESPECTADOR 1.º—¡Que se l’han echao al corral, pobre chico! ESPECTADOR 2.º—¡Bien hecho! ESPECTADOR 3.º—¡Si eso es una torera!... (_Siguen._) ESPECTADOR 4.º—¡Anda y que lo maten! (_Salen dos chulas con el mantón al hombro y comiendo cacahués._) CHULA 1.ª—¡Amos, miá que habernos traído pa esto! CHULA 2.ª—Paecéis de pueblo. HORTERA 1.º—Pos a mí me habían dicho que era un torero que se comía los toros. CHULA 1.ª—Por medios kilos. (_Sigue saliendo gente._) CHULA 2.ª—Si no me gustan los _torraés_, hago la tarde. (_Vanse por la izquierda._) ESCENA III BERNABÉ _y_ VIGUDÍ. _El último sale cojeando por la puerta de caballos_. BERNABÉ.—Oye, Vigudí, tú que eres el único que has quedao en condiciones de moverte haz el favor de decirle al chico del merendero que nos busque un coche y que arrimen, que hasta la jardinera se nos ha ido. VIGUDÍ.—¡Qué Labullitas, señor Bernabé! ¡Maldita sea su casta! BERNABÉ.—¡Anda, hijo! (_Sacan en hombros por la puerta principal a un torero. La gente le aplaude._) Vigudí.—Y sacan al Herrerito en hombros; ¿oye usté? BERNABÉ.—Déjalo. Es nuestra desgracia. Anda. (_Vase Vigudí por el fondo izquierda. Cesa la música y acaba de desfilar el público._) ESCENA IV BERNABÉ _y_ VALENTINA, _que sale por la puerta de la plaza_ VALENTINA (_Con ansiedad._)—¡Bernabé, Bernabé! BERNABÉ.—¡Valentina! VALENTINA.—¿Cómo está Paco? BERNABÉ.—¿Cómo quiés que _estea_?... Magullao, sofocao, llorando. ¡Hecho una lástima por dentro y por fuera! La Virgen de la Paloma no ha querío oirte. VALENTINA.—¿Pero crees tú que por un Padrenuestro tenemos derecho a que nos lo arreglen tóo?... No es poco milagro que salga vivo. Confórmate. BERNABÉ.—Pué que digas la verdá. ¡Qué tardecita! Calla, ahí lo sacan. VALENTINA.—¡Pobre chico! ¡Qué compasión! ESCENA V DICHOS, PACO, TELARAÑA, _el_ ZIPILÍN, SOLE. (_Puerta de caballos_). _Al final_ VIGUDÍ. _Sale Paco apoyado en los hombros del Telaraña y el Zipilín. Detrás la Sole. Paco trae todo el calzón roto, la corbata deshecha, la pechera desgarrada, despeinado, la coleta suelta, las medias sucias de tierra. Además lleva vendada la pantorrilla derecha. Cojea. Los compañeros de cuadrilla vienen poco más o menos que él._ BERNABÉ.—¿Cómo estás, hijo? PACO (_Abrazándole y llorando amargamente._)—¡Ay, padre de mi alma, qué mal he quedao! BERNABÉ.—¡Amos, hijo; por Dios, no te apures! PACO (_Abrazando a su compañero._)—¡Ay, Zipilín de mi vida, qué mal he quedao! ZIPILÍN.—Consólate, que ya me verás en casa la región glútea. PACO.—¿Por qué habré salío yo esta tarde de lila, padre? VALENTINA.—¡Pero qué tié que ver la ropa! PACO.—¡Sí, señora, sí; que hay colores sombrones... y siempre que he salío de lila me han catao! BERNABÉ.—No hagas caso. Ya ves, éste va de verde manzana y de poco le mondan. PACO (_Llorando y mordiéndose los dedos de ira._)—¡Echarme a mí un toro al corral!... ¿A mí?... ¡Maldita sea! ¡Yo no aguanto esta vergüenza! ¡Yo me quiero cortar la coleta! ¡Darme unas tijeras! VALENTINA.—Amos, Paco; ten reflexión y serénate, caray, que ahora no estás pa cortarte nada. PACO (_Abrazándola._)—¡Ay, señá Valentina, qué mal he quedao! VALENTINA.—Has quedao entero, que no es poco. Lo demás ya se arreglará. Árnica y reflexión. BERNABÉ.—No pués tener más que un consuelo, hijo; que toas las veces has entrao por derecho, y hasta cuando te ha cogido el toro y te ha zamarreao rompiéndote la taleguilla de arriba abajo, el público te ha hecho una ovación. Algo habrá visto el público. SOLE.—¡Ya lo creo que ha visto! ¡Como que dende donde yo estaba, toas las señoras nos hemos tenío que tapar los ojos! ZIPILÍN.—Y el torito ese te lo han echao al corral porque no me has hecho a mí caso; si no, ¿de dónde? PACO.—Pero, ¿qué iba yo a hacer? ZIPILÍN.—¿Pero no oíste cuando yo te dije: anda vivo, que ese toro se acuesta? PACO.—¡Yo que había de oirte! ¿Crees tú que con un toro con el que llevo media hora de faena, si yo veo que se acuesta, no le canto hasta la nana, hombre? BERNABÉ.—A más que el chico ya no sabía lo que se hacía. PACO.—El público me ha vuelto loco, padre. BERNABÉ.—Tóos gritándole: “Mójate los dátiles”; “Entra por uvas, melón, que es una pera”. PACO.—Dátiles, uvas, melón y tirándome naranjas. Que si no hubiese sido más que fruta nominal, menos mal. BERNABÉ (_Con amargura._)—¡En fin, l’han lograo! ¡Qué se le va a hacer! VALENTINA.—Déjalos. Triste alegría. VIGUDÍ (_Que vuelve._)—Ya está ahí el coche. BERNABÉ.—Amos, hijo, despacito. (_Lo llevan con precaución._) ESCENA VI DICHOS _y_ ENCARNA, _primera izquierda_ ENCARNA (_Saliendo._)—¡Paco! ¡Paco! PACO.—¡Encarna! ENCARNA.—¡Paco de mi alma! (_Se abrazan._) PACO (_Llorando._)—¡Ay, Encarna de mi vida, qué mal he quedao!... VALENTINA.—Pero, ¿cómo estás aquí? ¿Qué has hecho, Encarna? ENCARNA.—Escaparme de con mi padre. Correr a vuestro lao. ¿Qué tienes, Paco? ¿Estás herido? PACO.—No... Seis esquimosis, dos frazturas conminutas y un puntazo... ENCARNA.—¿Grave? PACO.—No; lo voy a tener que pasar de pie. ENCARNA.—Pero, ¿dónde lo tienes? PACO.—¿No te digo que lo voy a tener que pasar de pie? BERNABÉ.—¡Pero, oye, Encarna, márchate, por Dios!... Que si te encontraran aquí, creerían que nosotros... ENCARNA.—Que crean lo que quieran, señor Bernabé. Yo sin Paco, sin Valentina, sin ustés, me muero de tristeza. ¡Yo no vuelvo a mi casa! ESCENA VII DICHOS, HILARIO, AQUILINO, COSME, _fondo izquierda_ HILARIO (_Con indignación._)—¿Veis? ¡Lo que yo decía! ¡aquí con ellos!... ¡Maldita siá! ENCARNA (_Adelantando valientemente._)—¡Sí, padre; aquí... con ellos! HILARIO.—¿Quién te ha mandao venir aquí? ENCARNA.—Mi corazón. HILARIO.—Pero ¿qué te han dao esa gente? ENCARNA.—Alegría, cariño, ilusión pa vivir. Eso me han dao. HILARIO.—Amos a casa. (_Cogiéndola de un brazo._) ENCARNA.—¡Sin ellos, en jamás! (_Soltándose._) HILARIO.—Pero, ¿es que los prefieres a tu padre? ENCARNA.—No, señor; los prefiero a tóos juntos, como estábamos antes que la envidia nos hubiese envenenao la felicidad. ¡La envidia negra, la envidia triste! HILARIO.—¡No ha sío la envidia, ha sío la verdá! BERNABÉ y VALENTINA (_A un tiempo y con igual energía._)—Ha sío la envidia. HILARIO.—¡La verdá! LOS DOS.—¡La envidia! (_Cuando Bernabé e Hilario están a punto de acometerse, se interpone Sole, llorosa, temblando._) SOLE.—¡Señor Hilario, por Dios, no se pongan ustés así! Y, vaya: yo no sé si hago bien u hago mal, pero yo le voy a decir a usté una cosa que me la arrancan del corazón, pero yo se la digo. HILARIO.—¿Qué me vas a decir? SOLE.—Que sí, señor; que tóo lo que ha pasao ha sío una ceguera de la envidia. (_Baja avergonzada la cabeza._) HILARIO.—¿Qué estás diciendo? SOLE.—Cuando yo se lo digo a usté... (_Se arrodilla a sus pies._) VALENTINA.—¿Lo oyes? ¿Lo estás oyendo? HILARIO.—Pero tú... SOLE (_Con tristeza._)—No me hagan ustés hablar más. VALENTINA.—Basta. Levanta, hija; no hace falta que pa defendernos acuses a la persona que más tiés que querer. SOLE (_Enternecida._)—¡Señá Valentina! VALENTINA.—No hay nada que defienda a la gente mejor que la verdá. HILARIO.—Y si tóo era mentira, ¿por qué no has venío tú a defenderte? VALENTINA.—Porque no me hacía falta. Honrada he sido siempre. Creerme honrada es hacerme justicia. Si tú no me la quiés hacer, no me la hagas. Las mujeres como yo, esa justicia no la piden de limosna. HILARIO.—Eso es orgullo. VALENTINA.—No sé lo que será. HILARIO.—¿Y quién me prueba que tóo era mentira? VALENTINA.—Lo que acabas de oir a esta criatura. Mi vida siempre clara, el cariño de tu hija. ENCARNA.—Si yo hubiese visto en ella lo más mínimo contra mi padre, ¿cómo la iba a haber querido? AQUILINO.—Hilario, son veinticinco años de afezto. ¿Quiés creerme, aunque soy municipal? HILARIO.—¿Qué me vas a decir? AQUILINO.—Que abras los ojos a la luz. ENCARNA.—Sí, padre; toavía pué arreglarse tóo. PACO.—Tóo menos mi reputación. SOLE.—¡Señor Hilario!... (_Suplicante._) COSME.—Amos, ¡un rasgo, Hilario! HILARIO.—Que haga lo que guste... Que venga. Ya hablaremos. VALENTINA.—Voy o no voy. Lo que tú quieras. HILARIO.—Cuando no he querido, es de tanto que he querido. Ya lo sabes. ENCARNA.—¡Padre!... (_Los abraza y los aproxima._) BERNABÉ (_Con amargura._)—Bueno; ustés s’han arreglao. Está mu bien. Pero nosotros estamos de más. Que lo de los Labullas lo tengo yo clavao en el corazón. (_Paco da un suspiro muy hondo._) Ámonos, monumento malograo. AQUILINO.—Perdónalo, Bernabé. Ha tenío una venda en los ojos. PACO.—Sí; pero por tener él una venda, fíjese usté la que tengo yo. (_Enseñando la de la pierna._) BERNABÉ.—Doce metros. (_Inician el mutis._) VALENTINA.—¡Alto! ¡Quietos aquí! A obedecerme. Y oye una condición, Hilario. HILARIO.—Tú dirás. VALENTINA.—Que mañana tóo el mundo a casa. Aquel arroz que quedó en pie, se comerá, si Dios quiere. Tú torearás Bobadillas, y si entonces quedas mal, a seguir en tu oficio. Luego os casaréis. Nosotros al trabajo, al cariño; tóo como antes. No le cedo a la envidia ni el canto de un duro. SOLE.—Y a mí no me echarán ustés del lavadero, ¿verdá, señá Valentina? VALENTINA.—¡Quiá hija, ni lo sueñes! Soy buena, pero no tanto. Tú tiés que ganarte allí una peseta pa llevársela a tu madre. Que no hay peor castigo pa un envidioso que tener que vivir del bien que ha querido destrozar. BERNABÉ.—¡Olé, eres Agustina de Aragón y Cascorro tóo en una pieza! VALENTINA.—¡Soy una madrileña honrada, dilo de una vez! VIGUDÍ (_A Hilario._)—¿Convidará usté a árnica? HILARIO.—Y a más os doy un duro por cada chichón. PACO.—Se arruina. VALENTINA (_Al público._)— Y al fin vencida la envidia, quien de ella triunfó, os demanda que al terminar el sainete perdonéis sus muchas faltas. TELÓN LOS POBRES Almas piadosas, corazones magnánimos, que cedéis ante la demanda plañidera del mendigo que os tiende en la calle la mano escuálida, seguidme. Venid conmigo a los inmundos rincones de un Madrid lamentable y mísero, artimañoso y agenciero, que, por fortuna desconocéis, y escuchad estos edificantes y verídicos diálogos. Estamos en el Campillo de Gilimón. Es una tarde clara y fría, de cielo azul y sol espléndido. Dos vecinas, la _señá Gala_ y _Petra la Bizca_, acaban de dirimir sus diferencias a mordiscos, golpes y arañazos, entre injurias soeces, ante un público desarrapado y jubiloso. Terminado el jollín se retiran las beligerantes, seguidas de sus partidarios, a reparar desperfectos. Va cesando poco a poco el tumulto. Junto a la tapia del hospital de la Orden Tercera quedan acurrucadas, tomando el sol, dos viejas andrajosas, la _señá Librada_ y la _señá Justa_; próximo a ellas, el _señor Celipe el Chinas_, viejo también, sentado en un cajón, deshace unas colillas y lía un cigarro. El _Pendingue_ (afilador) se ocupa en buir unas cuchillas de zapatero. Algo más lejos, unos chiquillos juegan con gran alboroto. —— JUSTA.—¿Y por qué ha sío la zurra? LIBRADA.—Y diga usté que muy bien da que ha estao. JUSTA.—Pero, ¿tenía motivos la Bizca? LIBRADA.—¡Digo!... como que la Gala la debe dos quincenas del alquiler de los chicos. Un abuso. JUSTA.—¡Ah! ¿Pero le tenía alquilás las creaturas? LIBRADA.—Hace mes y medio. Por seis reales diarios. Una peseta el mayorcito y cinco gordas el chavea. Que es regalao, porque hay que ver lo que vale ese niño pa pedir. JUSTA.—Tengo oído que es una alhaja. LIBRADA.—Como que no hay noche que no se retire con sus tres pesetas corridas. Pero se lo merece; es un lince. Le suelta usté en la cá Alcalá, ve a una señorita de esas muy _antravés_ con un señorón de _levosa_, y ya le tiene usté agarrao a los faldones diciéndole al caballero: “Señorito, una limosna, por la salú de la señorita, que es muy guapa. Ya la podía usté comprar un coche, con esos ojos que tiene. Cómpreselo usté, ande usté.” Hasta que le miran; se echan a reir; el señorito dice: “¡Qué granuja!...” La señorita: “¡Es muy mono!” Y no hay pareja que no le apoquine de dos a tres perras. JUSTA.—¡Vaya un vivales de creatura! LIBRADA.—¡Pos y el mayorcito! JUSTA.—¿El jorobeta? LIBRADA.—Jorobeta y tóo lo que usté quiera, hija, pero es un portento. Ese coge una cestita, una botella vacía, se para en una esquina de tránsito, se echa al suelo, rompe a llorar amargamente que su alma se la arrancan, y cuando tiene corro hay que oirle: “¡Ay, mi pobre madre!... ¡Ay, después de cuarenta y ocho horas que no comemos!... ¡Ella, que va y me da dos pesetas pa traer aceite, y voy y las pierdo! ¡Ay, que yo no vuelvo a mi casa, con mi pobre padre enfermo como está!... ¡Ay, un día que podía alimentarse!...” Y misté, la gente se conmove de oir a la creatura aquellos lamentos, hacen una _porrata_... y no hay llorera que no le suba al chaval de cinco a seis reales. JUSTA.—Pos diga usté que esos dos niños son dos minitas. LIBRADA.—Dan más que una casa empeños. ¿Y sabe usté de mendigantas la que también se saca lo suyo? JUSTA.—¿Cuála? LIBRADA.—Doña Encarnación, la de la cae San Bernabé. JUSTA.—Doña Encarnación..., doña Encarnación... No caigo. LIBRADA.—Hija, paece usté tonta. Esa que pide de luto, con manto largo, que lleva la cara tapá, que paece que la sale la voz de una cisterna. JUSTA.—¡Ah, sí!... ¿Y esa dice usté que saca?... LIBRADA.—Como que no se deja cortar un deo por seis mil pesetas. JUSTA.—Bueno; pero es que esa he sentío decir que tira al gran mundo. LIBRADA.—Pide na más que en las iglesias de señorío, a las salidas de los _vermuses_ u en los _cines_ y _fives cloques_ de moda. Su martinganla es que en cuantito que ve a una señora se arrima y la dice con voz que lo oiga toa la gente de alrededor: “Señora marquesa, me hallo famélica; agradecería a vuecencia un pequeño óbolo.” JUSTA.—¿Qué es óbolo? LIBRADA.—No sé; pero debe ser una cosa cara, porque siempre que lo dice la dan más de veinte céntimos. JUSTA.—¿Y cómo conoce a los títulos? LIBRADA.—No, si lo de marquesa lo dice al tuntún; pos ahí está la gracia. A lo mejor le llama vuecencia a un ama de cría. JUSTA.—Hija, lo que saben algunas. LIBRADA.—Esa lo trae de casta. Ha sío una señorona en sus prencipios. Diga usté que no se emborrachara, y ya quisieran más de cuatro sus modales. A mí me tié dicho que es hija de un hacendao de Chinchón. JUSTA.—Por lo menos, a eso huele toas las mañanas. LIBRADA.—Tié un habla mu fina; siempre que me ve me llama _escuálida_, que no sé lo que es. JUSTA.—Algo delicao será. LIBRADA.—Seguro. Cuando ella lo dice... JUSTA.—¿Y usté ya no pide en San Ginés, señá Librada? LIBRADA.—No, señora; tuve unas palabras con el _sacris_, y no he güelto. Iba mucha gentuza. Ahora me he conchavao con la Pelitos y nos hemos hecho vergonzantas. JUSTA.—¿Y las va a ustés bien? LIBRADA.—Pos, hija, pa como están las cosas, se va tirandillo. Sino que es mucho aperreo. Porque, un supongamos, viene la vesita de San Vicente a mi casa; pos ya me tié usté pasando tó el _mobilario_ a cá la Pelitos. Me quedo con un jergón, el baúl viejo, media vela en una botella y una silla inválida; acostamos a Casimiro, el chico de la Onofra, que es una especialidad en toses y quejidos, y presentamos un cuadro que es pa caérsele el corazón a una pantera. Que, otro suponer, va la vesita _domicilaria_ a cáa la Pelitos: pos me pasa a mí tóos sus trastos, se echa en una manta el señor Cosme, que hace el moribundo que asusta de bien, y raro es el día que no nos dejan, a más del donativo semanal, tres u cuatro pesetas de su _motu_. JUSTA.—Así se están ustés poniendo el cuerpo de ensalás de escabeche y frascos de vino. LIBRADA.—¿Y no se lo gana una con lo que tié una que lidiar con esas tías de señoronas, que le piden a usté recibo hasta de una perra chica...? EL SEÑOR CELIPE. (_Terciando en la conversación._)—Y que lo digas... ¡Que hay que ver lo de mala fe que se ha puesto la caridá hoy en día! Un asco. ¡Amos!; la otra tarde, que salí a pedir, me hizo a mí una señorita una ación, que si no hay gente la pego. JUSTA.—Pues ¿qué le hizo a usté? SEÑOR CELIPE.—Náa, que le digo en un tono que era pa partir grava de dolorido, y quitándome la gorra y todo: “Señorita, por la salú de sus hijos, deme usté pa un panecillo, que hace cuarenta y ocho horas que no lo pruebo.” Se hace la _magoya_ y aprieta el paso. “Señorita, que tengo mucha nesecidá. Si no se fía usté, allí hay una tahona. Cómpremelo usté misma.” Y va y dice: “Bueno, venga usté conmigo.” Y vamos y me compra una libreta, salimos a la calle y, ¡pasmarse!..., me la parte por la metá antes de dármela. LIBRADA.—¡Qué pécora! JUSTA.—Pa quitarte de revenderla. SEÑOR CELIPE.—Claro, como que es lo que yo pensaba hacer si no me la mutila. ¡Serán sinvergonzonas! LIBRADA.—Haberla pegao, so primo. SEÑOR CELIPE.—Déjate, que ya la conozco. JUSTA.—¿Y _lo del pañuelo_, va cundiendo, señor Celipe? SEÑOR CELIPE.—Es lo más produtivo, pero ya va en baja. LIBRADA.—¿Y qué es _lo del pañuelo_? SEÑOR CELIPE.—Pues náa, un truco que se le ha ocurrío al señor _Quintín el Bolas_, que es un diantre pa inventar. Nos ha reclutao a siete u ocho conocidos de la Cuesta e las Descargas: nos carateriza de albañiles con un poco de yeso, que paece talmente que acabamos de bajar del andamio, nos lleva a Recoletos, tiende un pañuelo de hierbas en metá del paseo y le dice, señalándonos, a tóo el que pasa: “Grupo de obreros sin trabajo.” LIBRADA.—¿Y sacaban ustés mucho? SEÑOR CELIPE.—Ha habido día que hemos _porrateao_ a seis ochenta por barba, descontá la cena, vino y puros. Pero la otra tarde, que íbamos decisiete, tendimos el moquero en la Castellana, y... _ñascas_. Ni quince céntimos..., y eso que pasó el Presidente del Consejo, que no es que nos diera na, pero animó bastante. EL PENDINGUE. (_Cargándose a cuestas el artefacto._)—¡Amos, estoy oyéndoles a ustés y me paece mentira que haiga primos que trabajemos entavía!... SEÑOR CELIPE.—¿Qué te pasa, Pendingue? PENDINGUE.—¡Valiente mano de sinvergüenzas! Hacen pero que muy bien en recogerlos a ustés y meterlos en los asilos. SEÑOR CELIPE.—¡Recogernos... jay... jay! ¡Pos no lo han intentao veces!... ¡Si se creerá el alcalde que es hacer compota!... LIBRADA.—A más, que si no diesen no pediríamos. JUSTA.—Esa es la fija. De forma que si quién acabar con la mendicidaz y quieren recoger, que no recojan a los pobres que piden, que recojan a los tontos que dan, que son los culpables. SEÑOR CELIPE.—¡Aplastante! PENDINGUE.—¡Oye, pues eso es verdá! Si me lo tropiezo, se lo digo al alcalde. (_Vase._) SEÑOR CELIPE.—Y dale dulces... recuerdos. TELÓN LA RISA DEL PUEBLO Pasadas las Ventas, en la carretera de Alcalá, antes de encontrar el camino del Este, sobre un altozano, hay una casa humilde, taller de cantería, donde se trabaja para el inmediato cementerio. Es la tarde de un domingo. Los sillares yacen silenciosos al pie de los sombrajos. No golpea sobre ellos con su son alegre el pico de los canteros. Unas cuantas gallinas escarban afanosas en el estiércol, y varios chiquillos juegan y alborotan dejándose resbalar por la cuesta de un desmonte próximo. A la derecha, borroso por la niebla de la tarde fría y gris, se ve el cementerio con su enorme vastedad erizada de cruces; y más allá diseminados en la lejanía, los barrios de Doña Carlota, Pueblo Nuevo y Zafra; los caseríos míseros de La Elipa y Puente de Vallecas; y más lejos aún, los tejares del Olivar de Perales. Suburbios tristes, yermos, que circundan Madrid como mendigos que acosan a un viejo hidalgo. Bonifacio Menéndez, el maestro cantero, sentado a la puerta de la casa, echa un pitillo y lee un periódico. La _señá_ Angustias, su mujer en serio, canturrea trajinando dentro del hogar. Primitivo y el _Sardina_, dos próceres del riñón del Avapiés, con pañuelos de luto al cuello y las cachabas colgadas del antebrazo, bajan lentos, tristes, silenciosos, del camino del cementerio. Al ver al señor Bonifacio se detienen, y uno de ellos grita desde la carretera: PRIMITIVO.—Adiós, canterito. BONIFACIO. (_Dejando de leer y mirando por encima de las gafas._)—¡Atiza, qué pareja de pollos! (_A su mujer._) Atiende, tú. LA ANGUSTIAS. (_Que se asoma a la puerta._)—¡Virgen!... ¡Vaya un par de banderillas de lujo! BONIFACIO.—Pero, ¿de dónde salís tan enlutaos? EL SARDINA. (_Muy serio._)—De la Negrópolis. PRIMITIVO.—Venimos de inumanizar a Saturnino, el de la Bastiana. LA ANGUSTIAS. (_Asombrada._)—¿S’ha muerto? EL SARDINA.—Del todo. En cinco días. Ayer la diñó. BONIFACIO.—¿Y qué ha sido? PRIMITIVO.—Pos un paralís local que le cogió tó el cuerpo y parte de la cadera. LA ANGUSTIAS.—¡Buena estará la pobre viuda! EL SARDINA.—¡Carcúlate!... Una chica soltera, sin costumbre de estas cosas... pues está que no la deja un ataque que no la coja otro. PRIMITIVO.—En la cama la hemos dejao con uno, que los gritos se oían en la Arganzuela. BONIFACIO.—Pero pasar si queréis, galanes. EL SARDINA.—¿Dais algo? LA ANGUSTIAS.—Las buenas tardes y un taburete. PRIMITIVO.—No es pa repartir invitaciones. EL SARDINA.—¿No tendrías un buchito de cualisquier cosa pa un dolor de muelas que trae aquí mi _cólega_? BONIFACIO.—¿Sus haría triple anís? EL SARDINA.—¡Digo!... Mejor que el Polo. BONIFACIO.—Pues adentro, pirandones. EL SARDINA.—Hale, Primi. (_Suben, se sientan; la Angustias saca unas copas y un frasco de aguardiente y la visita bebe, fuma y charla._) EL SARDINA. (_A Bonifacio._)—¿Y tú por qué eres tan pigre, que no bajas por allá abajo de cuándo en cuándo? BONIFACIO.—Hombre, no me apaño a ir, la verdá. Le pilla a uno un destierro. ¡Tú sabes la distancia! PRIMITIVO.—Como que hay que echar merienda. BONIFACIO.—¿Y que hay de _nuvotés_ por aquellos andurriales? EL SARDINA.—Pues que tu compadre el _Pintao_ ya no tié la taberna en la cae del Amparo. LA ANGUSTIAS.—¿La traspasó? EL SARDINA.—De parte a parte. Por mil doscientas _beatas_ y un juego de alcoba bastante viejo. BONIFACIO.—¿Y s’ha quedao sin na? PRIMITIVO.—Ca, hombre. Ahora ha puesto un bar en la Glorieta y lo ha titulao el “Bar Quito”... que me creo que es un chiste. LA ANGUSTIAS.—¡Mi madre, qué tontería! EL SARDINA.—Dice que, al mismo tiempo que rótulo, es _retrúcano_ y s’hará popular. BONIFACIO.—¿Sigue tan chirigotero? PRIMITIVO.—¡Uf... es morirse de risa entrar en aquel establecimiento! Allí van el _Berruga_, Paco el _Chalana_, Sisto el _Curial_, Mariano el _Pajero_... ¡la jovialidaz de Embajadores! EL SARDINA.—¡Los amos de la gracia! LA ANGUSTIAS.—¡Menudos peines! BONIFACIO.—Aquello será una función cómica. PRIMITIVO.—Más que un teatro. Entras y te esgarras a reir. EL SARDINA.—Hay días que nos tronzamos. Cuéntale, pa que vea, el chiste que se le ocurrió ayer al _Chalana_. PRIMITIVO.—¡Chiquillo, nos revolquemos! BONIFACIO.—A ver. PRIMITIVO.—Pues nos preguntó que en qué se parecía San José a un melón de cuelga. LA ANGUSTIAS.—¡Mi madre, qué raro! BONIFACIO. (_Estupefacto._)—¿Y en qué se parece? PRIMITIVO. (_Muerto de risa._)—¡En que tiene _Pepitas_! EL SARDINA. (_Riendo a todo reir._)—¡Pepitas!... ¡Ja, ja, ja!... ¡Fíjate!... ¡Pepitas!... Claro, San José... de Pepes, Pepitas. BONIFACIO. (_Dudando._)—Pos no m’acaba a mí de hacer una gracia loca, la verdá. LA ANGUSTIAS.—¿Loca...? Ni atontolinada siquiera. Menuda gansá. Amos, que paece mentira que padres de familia, cargaos de miseria y de hijos, se entretengan en esas tontunas. EL SARDINA.—Pos poquito que nos reímos. PRIMITIVO.—Y pué que lo de anoche tampoco os haga gracia. BONIFACIO.—¿Qué fué? PRIMITIVO.—Na, que como enfrente del bar la calle hace mucha cuesta y la acera es estrechita, fué el _Berruga_ y a la plancha del alcantarillao, que es de plomo, la dió de jaboncillo, y no pasaba un transeunte que no resbalase y se diese una costalada. EL SARDINA.—Y no sus quiero decir ca talegazo la juerga que s’armaba en el bar. BONIFACIO.—¡Pero qué cachos de brutos! PRIMITIVO.—¡Brutos porque nos divertimos!... LA ANGUSTIAS.—¡Valiente diversión! EL SARDINA.—No vamos a ser como vosotros, que yo no sé si de hacer lápidas u qué, sois una familia más triste que un responso. PRIMITIVO.—Tenéis una formalidaz que acongoja. LA ANGUSTIAS.—¿Pos qué querías, mirarnos por detrás y encontrarte con un chascarrillo, como en las hojas d’almanaque? EL SARDINA.—Yo, a ti que eres de Cadalso de los Vidrios, hija de un cochero de funeraria, hermana de un calavera, y que encima te llamas Angustias, no te voy a pedir que seas un parque de Recreos. Pero éste... ¡Amos, que paece mentira que haiga nacido en el Portillo de Embajadores, que es la cuna del chirigoteo madrileñista! PRIMITIVO.—No paeces hijo de Madrid, Bonifacio. BONIFACIO.—¡Alto allá! ¡Yo soy más hijo de Madrid que vosotros! EL SARDINA.—No chilles, que te se va a espantar el macho. BONIFACIO.—Y na más. ¡Y las cosas con pruebas, que es lo que vale! PRIMITIVO.—¡Pero si tú eres más serio que una corbata negra!... BONIFACIO.—Yo soy como me sale del bolsillo. Lo que tiene es que ca uno vive según los prencipios que l’han dao. Vosotros, ¿en qué sus habéis divertido siempre? Pues yo te lo diré. De chicos, en iros por las mañanas con los tiradores a matar pájaros a la Moncloa, por las tardes a la pedrea y por las noches, con las estacas, a perseguir gatos por el barrio. Total, a disfrutar haciendo daño. Luego, de mocitos, a correr de calle en calle, atormentando a _Garibaldi_ u a cualisquiera vieja borracha, a tocarles la chepa a los jorobaos y a burlaros de los cojos. A gozar con el dolor del prójimo. EL SARDINA.—Hombre, esas son cosas de la juventud. LA ANGUSTIAS.—Cosas de cafres... Si tuviás tú un hijo con joroba, ¿te gustaría que se rieran de él? ¿No te morirías de pena? Pues ca vez que veas a un lisiao piensa que te está oyendo su madre. PRIMITIVO.—Amos, Angustias, no te pongas macabra. LA ANGUSTIAS.—¡Oye, eso de macabra se lo dices a tu suegra! PRIMITIVO.—¡No es ningún insulto, señor! LA ANGUSTIAS.—Por si acaso. BONIFACIO.—Y luego, ya de hombres, ¿a qué le llamáis vosotros diversión? Pos a ver destripar caballos en los toros. A marcharse en patrulla armando bronca por los bailes de los merenderos; a acosar por las calles a mujeres indefensas con pellizcos y gorrinerías; a escandalizar en los cines y a insultar a las cupletistas. ¿Y eso es alegría, y eso es chirigota, y eso es gracia...? Eso es barbarismo, animalismo y bestialismo. Y hasta que los hijos del pueblo madrileño no dejen de tomar a diversión todo lo que sea el mal de otro... hasta que la gente no se divierta con el dolor de los demás, sino con la alegría suya... la risa del pueblo será una cosa repugnante y despreciable. Bonifacio Menéndez, ris ras, rubricao. LA ANGUSTIAS.—Chócate, Boni, que has estao súper. PRIMITIVO.—Bueno, bueno... (_Él y El Sardina se levantan._) Esta Cuaresma te vas a las Carboneras, te pones un bonete, te encaramas al púlpito, y el padre Calpena es un gorrión a tu lao. BONIFACIO.—Pero ¿es que no os he convencido...? EL SARDINA.—¡Qué nos vas a convencer!... Lo que tiene es que yo no te desenvuelvo ahora mismo dos teorías pa pelarte al rape porque nos están esperando; que si no... PRIMITIVO.—Es verdá, chiquillo; no m’acordaba. (_Mirando el reloj._) Anda, que son las cuatro y media. BONIFACIO.—Pero ¿ande vais tan corriendo? EL SARDINA.—Al solar de Vítor el _Mengue_, que ha organizao unas carreras de cojos, que va a ser morirse de risa. BONIFACIO. (_Con asombro._)—¡Carreras de cojos!... PRIMITIVO.—Na, que ha comprometío al cojo _Tranca_, a Natalio el _Patapalo_ y a dos u tres cojos más y hacen carreras pa batir el récor de las dos vueltas con muletas y sin ellas. El premio son doce docenas de pájaros fritos y seis frascos de Morapio, que sufraga Indalecio el de la Corrala. EL SARDINA.—¿Por qué no te vienes? Verás qué risa. BONIFACIO. (_Sonriendo._)—Hombre, mira; ves, eso tiene gracia... ¡Carreras de cojos!... Y dices que pájaros fritos... (_Vacila._) PRIMITIVO.—Tira pa alante. Verás qué tarde pasamos. BONIFACIO. (_Se levanta._)—Oye, Angustias, mira, yo voy a acercarme con éstos... No tardo. LA ANGUSTIAS.—Pero ¿serás capaz de ir...? ¡Tú a divertirte con unos desgraciaos!... ¡Pero no estabas diciendo que si el salvajismo, que si!... BONIFACIO.—Mujer, uno conoce las cosas... Pero, después de tóo, ¿qué culpa tengo yo de que haiga cojos ni de que me gusten los pájaros fritos...? Es el fatalismo humano. Siéntate, que no tardo. Los tres hombres se alejan riendo. Por el desgarrón de una nube morada brilla un rayo de sol que inunda el lejano cementerio de luz amarilla. La mujer ve alejarse a los hombres, que ríen, y se dibuja en sus labios una sonrisa extraña. LA ANGUSTIAS. (_Sentándose a la puerta de su casa._)—¡Qué hombres!... Será que la vida es así. ¡Conoce uno que no se debe de reir del mal de otro, y como si no!... (_Encogiéndose de hombros._) Bueno. TELÓN LOS PASIONALES Paco el _Metralla_, un jovenzuelo de mediana estatura, enteco, amarillo, de mirada cínica, muy compuesto, con su traje flamante, sus botas de caña, su corbatita de nudo y su gorrilla inglesa, va con paso resuelto y marchoso Torrecilla del Leal abajo. A poco, atraviesa la calle de Zurita, tuerce por la de la Fe y viene a dar con la del Salitre, frente por frente a la iglesia de San Lorenzo, simpática parroquia enclavada en el riñón del Madrid castizo y jaranero. Está anocheciendo. El chulillo detiénese en la última esquina. Sus miradas iracundas e inquisitivas, se dirigen a un frontero obrador de plancha, cuya luz ya se ha encendido, y en el que trabajan, sofocadas, alegres y dicharacheras unas cuantas mocitas de garbo. Paco pasa y repasa por delante del obrador, _dejándose ver_. Al reparar en él, se hace un enojoso silencio entre las bulliciosas muchachas; y una de ellas, la más desenvuelta y garbosa, dice con sincera acritud, sacando una plancha del anafre y arrimándosela a la mejilla:—Ya está ahí ese mosca. —Pos ahora verás—exclama la maestra, y cierra violentamente la puerta vidriera del obrador.—¡Miá que es pelma el niño!—añade iracunda.—Pero ¿qué se habrá creído ese chulo de baile? Más excitado por el incidente, retorna el bullicio entre aquella alborotadora y femenina juventud, y la voz entonada y firme de una mocita destaca esta copla, llena de punzante ironía: “Me he cansao de quererte, búscate otra, o aguarda a San Isidro si quieres _tontas_.” Paco, plantado en la esquina, calcula por la indirecta la hostilidad con que es recibido, y al terminar la copla tira con rabia la colilla contra el suelo, haciendo estallar en chispas la lumbre del cigarro, y masculla amenazador:—¡Maldita siá!... ¡Pa que no vayas a la Casa de Socorro esta noche!... No tendría yo lacha. Tú saldrás. Pasea por la acera con paso desigual y nervioso; se estira la visera de la gorra, se zarandea el chaleco, se afirma el pantalón. Al fin, decidido a esperar, se recuesta en la esquina. A poco, un nuevo _personaje_, Gumersindo, el _Chulo de Postas_, menos joven, pero peor encarado y más cínico que el _Metralla_, le pone la mano en el hombro cariñosamente. —— GUMER.—¡Gachó, tú de puntalito! PACO (_Secamente._)—Hola. GUMER (_Mirando con guasa a lo alto._)—Oye, ¿pero es que amenaza ruina esta medianería? PACO (_Con ira._)—Lo que amenaza ruina es que esta noche no duermo yo en mi casa, Gumer. GUMER.—¿Y eso lo das como novedá? PACO.—Es que no se lo paso; ¡mialás!... ¡Que la pincho, por mi salú! GUMER.—Pero, ¿quiés cordinar, ninchi, a ver si te cojo el hilo? PACO.—Na, hombre... la Nieves. GUMER.—¿Qué t’ha hecho? PACO.—Una tontería... ¡Pa diez años de cárcel! GUMER.—Es una niña de pronóstico. Te lo tengo advertido. En fin, vuelca el talego. PACO.—Verás qué rica. Pos na: que después de ocho meses de relaciones, que me ha tenío hecho una oveja, sacándola a paseos y _cines_ cuando l’ha dao la gana y haciéndola el favor de llevarla a mi diestra; después de tenerme sacrificao, que me dice “no mires a ninguna”—y tengo que mirar de reojo;—después que me compra una corbata y me la tengo que poner aunque no me guste... ¡y encima—y esto es lo más horrible—que me he gastao con ella un dineral!... GUMER.—¿Sobre cuánto? PACO.—Pos tóo lo que me ha dao en los ocho meses pa que se lo guardara y tres pesetas mías. GUMER.—¡Qué bárbaro! ¡Estáis echando a perder a las mujeres! PACO.—Bueno; pos después de esa conduzta modelo—tóo por los cuatro cochinos duros semanales que gana, que me cuesta un triunfo sacárselos,—la llevo el sábado al baile de Provisiones, porque me dijo que quería perfeccionarse en el _tuesten_, y porque al entrar me distraigo media hora en el guardarropa con la _Piñones_, va, se atufa, se mete en el salón y se me pone a bailar con el _Petaca_. GUMER.—¡Arrea!... ¡Con lo postinoso que es ese pa las mujeres! PACO.—¡Carcula! GUMER.—Te sentaría peor que el escabeche pasao. PACO.—Como que la saqué a la calle y la pegué una bofetá que la salté un diente. GUMER.—¡Y pué que lo tomara a mal! PACO.—¿Que si lo tomó?... Que me dijo que habíamos acabao. GUMER.—¡Qué graciosas! Toas lo mismo. De seguida quién acabar... y el hombre que ya tié arreglaos sus gastos al jornal que le gana una mujer, que se chinche ¿verdá? PACO.—Yo, de primeras, lo tomé por un dicho de esos de cuando una cosa les da coraje; pero, chiquillo, que nada... que ha estao dos días dándome esquinazo sin venir a planchar; y el jueves pos vino acompañá de un tío municipal que tiene; que no me quise arrimar, porque yo con el Ayuntamiento no tengo valor pa nada. GUMER.—Haces bien. PACO.—Y, por último, ayer, pa celebrar el santo de la maestra, se fueron de juergueo al Partidor, al ventorro del _Cuevas_. GUMER.—Lo he sabido. PACO.—De que me lo noticiaron, voy y me encamino pa allí con Pepe el _Rosca_. Lleguemos... ¡y no quiás saber!... Miro y me la encuentro agarrá a un panoli, a la vera de un manubrio, y bailándose otro _tuesten_. GUMER.—¡Rediez, cuánto _tuesten_! PACO.—¿No es pa quemarse? GUMER.—¡Pa tener hollín! PACO.—De que los guilé me dió un vuelco el corazón, y me voy pa ellos, y metiéndoles así la mano por entre los dos pa detenerlos, le digo a él: “¿Me permite usted una vuelta con la socia?” “Pa Carnaval”, me contesta el tío, y siguen girando. GUMER.—¡Qué boceras! PACO.—Me quedé helao. Vuelven a pasar, secundo la petición, y me dice que me presente a concurso. Hasta que yo, harto de chuflas, me arranco a él de mala forma y, dándole un manotazo en el hombro, le digo: “¿Pero es que ha heredao usté a esta joven, pollo?” “Sí, señor; me la ha dejao un tío.” “Pues a mí me la va a dejar un primo”; y agarro del brazo a Nieves, y tiro de ella, y va él entonces, arrima su cara a la mía y me estornuda a un milímetro cuadrao de mis narices... y, ¡chiquillo, qué bofetá! GUMER.—¿Le diste? PACO.—Viceversa. GUMER.—¡Él a ti! PACO.—Que me cogió la acción. Pero cómo me dejaría este carrillo de dormido, que hasta la quinta bofetá no se me empezó a desperezar. GUMER.—¿Te sopló leña? PACO.—Sí: pero tú ya me has visto en pelea... ¡Me cegué, me fuí pa él, metí mano, abrí la chaira, le tiré dos viajes!... GUMER.—¿Y qué? PACO.—Na, que le vi correr pa la Casa e Socorro y dije: “Le he matao”... pero luego me enteré que es hijo del conserje, y, como vive allí, iba por una estaca. Total, que si no se me llevan hay una desgracia. GUMER.—¿En tu familia? PACO.—U en la suya. Y escuso decirte, Gumer, que desde que esa mujer me ha hecho esa ación indecorosa yo no duermo... GUMER.—¿No tiés dónde? PACO.—Ni vivo... ni como. GUMER.—Lo creo. PACO.—Porque, claro, de repente te ves sin cariño... GUMER.—Y sin veinte pesetas semanales. Si me ha pasao a mí la mar de veces. PACO.—Por eso te digo; tú ¿qué harías en mi caso, Gumer? Aconséjame. GUMER.—Hombre, la cosa es grave; porque, claro, tú no te vas a poner a trabajar ahora a la edaz que tienes. PACO.—Ni lo sueñes. Voy a cumplir los veintitrés. La edad del aprovechen. GUMER.—Por eso te digo que el asunto es complicao; pero, en fin, te voy a dar una leción que si me llaman a domicilio llevo cinco pesetas por ella. PACO.—Venga. GUMER.—Pues atiende. La Nieves, con su proceder asqueroso, te holla dos cosas: te holla tu pundonor y te holla el puchero. PACO.—Que son casi tres ollas. GUMER.—Clavao. Por lo tanto, si quiés quedar como un hombrito, la aguardas esta noche, y de que salga la llamas y la planteas el _poblema_ en esta forma: “Apreciable nincha: U sigues las relaciones amorosas con un servidor, u te doy dos tajos en el rostro. A escoger.” ¿Que te dice que sí? pues, dominada ya por el miedo, haces cuenta que te has comprao una burra; ¿que se emperra en que no? pues tiras de navajita y la cortas la cara. Ni más ni menos. PACO (_Con cierto estupor._)—¡Gachó! Pero, ¿y si me llevan a la cárcel? GUMER.—¡Amos, quita, _manús_! Estás en primaria. Aquí me tiés a mí, que he _pedricao_ con el ejemplo. Por una cosa parecida a la tuya le dí yo dos tajos a la Enriqueta. PACO.—Ya m’acuerdo. GUMER.—¿Y qué me pasó?... Pues que, como era delito pasional, a los dos meses _asolvido_. PACO.—Pero aquello fué la suerte que tú tienes. GUMER.—Y la de todos. Por un arrebato pasional le quitas el reló a un amigo y es atenuante. PACO.—¿Estás seguro? GUMER.—¿Cómo seguro?... Acuérdate de lo mío. PACO.—Pero tú estuviste en la cárcel. GUMER.—Porque se diztó indebidamente auto de prisión. El juez que me atropelló con el auto. PACO.—Lo que pasa con todos los autos. GUMER.—Pero, muchacho, se vió la vista causa, y como la seda. ¡Me tocó un Jurao!... PACO.—¿Bueno? GUMER.—Ni escogido. El señor Pepe, el _Bocas_; Quintín, el _Churrero_; el señor Serapio, el _Orejas_; Custodio el de la Leoncia; Valentín el _Zapa_... tóos amigos. PACO.—Pero, ¿cómo estaban allí esos tíos? GUMER.—Sí, hombre; es que a los caballeros les gusta que haiga Jurao, pero no quién ir, ¿sabes? y cuando les toca, pos, pa no molestarse, delegan por las cinco pesetas en una colección de sustitutos, del comercio de esta corte, que vagan por los pasillos de las Salesas a lo que cae. Y, claro, yo que me vi con la mar de conocidos en el Tribunal popular, compuesto en su mayoría de elemento vinatero, pues dije: “Sois míos”; y alecionao por el defensor, a la primera pregunta del fiscal empecé a llorar a lágrima viva y a decir que los celos me habían puesto una venda sanguinolenta en los ojos, que la navaja me se había venido sola a la mano y que al cometer el delito me pasó una cosa pasional por el cranio, que yo no sabía si estaba jugando a la brisca o dando puñalás. PACO.—¡Vaya un raspa! GUMER.—Y a tóo esto, yo, venga de sollozos, llamándole a la Enriqueta “ser querido”, “arcángel de mi juventud”, “primer amor de mi existencia”... y dando convulsiones y diciéndole al relator que me hiciese el osequio de pegarme un tiro en la nuez, que yo no podía vivir después de haber atentao contra aquella mujer “amada y fraudulenta”. PACO.—¡Chiquillo, es que tú también te usas unas frases! GUMER.—Hombre, la solenidá era pa ello. Resumen: que si ves el cuadro, la hincas. El público era un puro sollozo; los juraos hicieron charco de tanta lágrima, y el presidente del Tribunal yo creí que se arcidentaba. Gracias que empezó a roncar. PACO.—¿Se quedó dormido? GUMER.—Como una rosca. Total: veredizto de inculpabilidaz, sentencia asolutoria, la Enriqueta lisiada pa toa su vida y yo con un cartelito entre las damas desde que salí de la cárcel, que aquí me tienes, vestido, calzao, fumao, comido, bebido, ecétera, ecétera... Porque, dime tú, después de aquello, ¿qué desgraciada le niega a un servidor cinco duros, aunque tenga que sacárselos al Ayuntamiento? PACO.—¡Gachó, qué suerte! GUMER.—Táztica y _monocle_. (_Señalándose el ojo derecho._) PACO.—Eres el Hizdemburge del Sombrerete. GUMER.—Me has tañao. Por eso te digo, Paco, que sigas mis huellas con la Nieves. U te se somete con jornal y todo, u la pinchas; no seas primo. PACO.—Sí, estoy resuelto. Tiés razón. (_Mirando hacia el obrador._) Calla, que salen. GUMER.—¡Camará, cuántas vienen! PACO.—La rodean las compañeras. GUMER.—Que se han maliciao algo; pero no le hace. Llámala aparte y se lo dices. Conque salú y suerte, ninchi, que yo me voy. (_Vase calle abajo, huyendo de la quema._) PACO (_Un poco pálido, acercándose al grupo de muchachas que ha salido del obrador._)—Nieves. NIEVES.—Me llamo. PACO.—Haz el osequio de venir. NIEVES.—No me dejan en casa. PACO.—Nieves, que estoy ciego. NIEVES.—Cómprate un perro. Las risas de las compañeras excitan a Paco, que coge a Nieves de un brazo y la hace bajar violentamente de la acera, mientras, lívido y tembloroso, saca una navaja. Sin darle tiempo a abrirla, aquel enjambre de mocitas bravías cae sobre él y le desarman, le tiran al suelo y, con llaves, bolsos de mano y puños cerrados, le dan una paliza de órdago a la grande y le dejan en tierra sangrando por boca y narices, entre la rechifla de la gente del barrio, enterada del suceso. Un guardia de Orden público, que se acerca al escándalo, se lleva a pescozones al _Metralla_. GUARDIA.—Echa pa alante, vividor de mujeres. PACO.—Guardia, que ha sido por celos... que soy un pasional... GUARDIA.—¡Cállate ya, so golfo! La culpa de lo que hacéis la tié el Jurao y na más que el Jurao. Que fuera yo el que sentenciara estas cosas, y ya veríais... ¡¡Os echaba cinco años de presidio por granujas y diez por pasionales!! TELÓN LOS ATEOS CUADRO PRIMERO Interior de una taberna establecida en la calle del Peñón, a dos pasos del Campillo de Mundo Nuevo. Es de noche. El aire de la _tasca_, enrarecido por el humo de los cigarros, amengua la luz de las débiles bombillas, dando aspecto siniestro a aquellas gentes famélicas y desarrapadas que llenan las mesas. Se huele a vino, a tabaco, a guisos fuertes. En el velador de un rincón acaban de comerse unos _livianos_ y de apurar unos _quinces_, previamente jugados al mus, Baldomero el _Bizco_, Nicomedes el _Soga_, el señor Eulalio y el señor Floro. Pepe el _Malagua_, dueño del local, les hace los honores _osequiándoles_ con unas _limpias_ de Monóvar. Se habla a voces de la última cogida de un _fenómeno_. De pronto, un poco confuso, suena a lo lejos, en el silencio de la calle, espaciado y solemne, el repiqueteo de la campanilla del Viático. Le sigue, como ruido complementario, el lento rodar de un coche. En el interior de la taberna se hace un breve silencio. Todos atienden. El señor Eulalio, un poco indeciso, levanta la mano con disimulo y toca levemente la visera de su gorra. Una ruidosa carcajada, que se deshace en aspavientos, en muecas de burla, y en soeces interjecciones, es el comentario que pone la reunión a la inofensiva reverencia del pobre anciano. SEÑOR FLORO (_Muerto de risa._)—¡Ja, ja, ja..., pos no se iba a quitar la gorra! ¡Ja, ja, ja!... SEÑOR EULALIO (_Un poco avergonzado._)—Hombre, yo... BALDOMERO.—¡Amos, quite usté d’ahí, so beata! SEÑOR EULALIO.—Pero, señores, el que un hombre haga una cosa porque tenga ciertos principios, no creo yo que... NICOMEDES.—¡Te conocíamos como peón de mano, pero como santurrona!... ¡Ja, ja, ja!... PEPE EL MALAGUA.—¡Medio siglo haciéndonos creer que se desayunaba con acólitos en pepitoria, y de pronto nos resulta un _cofrade_! SEÑOR EULALIO.—¡Hombre, hacer el favor de no insultar! SEÑOR FLORO.—Eulalio, vas camino del _jaimismo_. SEÑOR EULALIO (_Ya amoscado._)—¡Voy camino de la venta de la... Rubia! ¡Señor... miá tú qué tendrán que ver las narices con el buen tiempo! SEÑOR FLORO (_Dando un enérgico puñetazo sobre la mesa._)—Entonces, ¿por qué saludas ante las patrañas eclesiásticas? SEÑOR EULALIO.—Saludo porque no creo que haga falta la desageración en cosa ninguna. Porque yo no es que pise una iglesia, que eso, Dios me libre...; pero tampoco soy como tú, que porque un día _estarnudaste_ en la calle y te dijeron “Jesús”, tuviste un juicio de faltas. Ni soy como ese, que no pasa un cura por su lao que no le profiera una ofensa, bien oral, bien mímica. Yo no me persigno ni creo en esas pamplinas de santos ni de novenas; pero, señor, una meaja de fe en algo hay que tenerla. SEÑOR FLORO.—¡Fe en el progreso humano! TODO EL CONCURSO (_Que queda pendiente de la discusión._)—¡Mu bien! SEÑOR EULALIO.—Estoy en ello; pero yo lo que te digo, Floro, es que tié que haber un Ser superior, llámese Dios u llámese como se llámese, que haiga formao este Universo que nos cobija. SEÑOR FLORO.—Aquí no hay más Dios ni más ser que la Naturaleza madre y su produzto, que es el hombre, animal soberano y libre; y tóo lo demás que te digan, zanahorias condimentadas. SEÑOR EULALIO.—¿De forma que tú crees que el mundo se ha hecho solo? SEÑOR FLORO.—De un modo automóvil, sí, señor. SEÑOR EULALIO.—¿Y de dónde ha surgido? SEÑOR FLORO.—Del caos. SEÑOR EULALIO (_Dudando._)—¡Qué caos ni qué cacaos!... SEÑOR FLORO.—Ni más ni menos. ¡Del caos! SEÑOR EULALIO.—¿Y qué es el caos, vamos a ver? SEÑOR FLORO.—La nada flotante. NICOMEDES (_Admirado._)—¡No le coge en una! SEÑOR FLORO.—Y pa que te enteres de lo que no sabes, te diré que este globo terraquio que habitamos no es ni más ni menos que una corteza desprendida de otro planeta que se ha enfriao. UN OYENTE.—Iría de verano. SEÑOR FLORO (_Muy molesto._)—Al que se chufle cojo una botella y le hago una alusión personal en las narices. VARIOS.—Callarse, hombre. (_Silencio profundo._) SEÑOR EULALIO.—Entonces, dime a mí, ¿qué soy yo, vamos a ver? SEÑOR FLORO.—Un mísero gusano dedicao a la albañilería y nacido de la putrefación terraquia. SEÑOR EULALIO.—¡Arrea! ¿Yo gusano...? Hombre, Floro, dices unas cosas... SEÑOR FLORO.—Chist...; aquí todo se prueba, como en las sastrerías. Ejemplo práztico de tu gusanez. Coges un peazo de queso, lo tiras a ese rincón, vuelves a los quince días y lo encuentras fermentao. SEÑOR EULALIO.—Eso será si no hay ratas, porque si hay ratas no lo encuentras. SEÑOR FLORO.—Aquí tienen gato. Por eso he puesto el ejemplo. Pues de la misma forma que el queso fermenta y salen gusanos u seres móviles y vividores, lo mismo de la cáscara mundial salieron seres u gusanos, que somos tú y yo, éste y ese, la Inacia, la Tadea y personas que nos acompañan. TODOS.—¡Mu bien! UN OYENTE.—Eso no es posible, señor Floro. SEÑOR FLORO.—¿Quién ha graznao esa negativa? UN OYENTE.—Servidor; porque si yo creyera que una mujer con unos ojazos y unas formas como las de su cuñada de usté era produzto de un pedazo de queso, yo tiraba una bola. (_El auditorio ríe._) SEÑOR FLORO (_Amoscado._)—Tiés una cabeza, mi amigo, que la incluyes en un puesto de melones y no desmerece. Estoy filosofeando, y, por lo tanto, hablo en sentido hipotecario, ¿estamos? UN OYENTE.—Ah, bueno, usté disimule. SEÑOR FLORO.—No hay de _queque_. Orejita es lo que hace falta pa saber oir. Y voy a rematar. Por lo tanto, Eulalio, ni hay ser superior, ni cielo, ni purgatorio, ni andróminas de esas. En este mundo no hay nada más que este mundo, donde está todo, lo bueno, lo malo y lo entreverao. Y el día que te mueras vuelves al seno de la tierra materna y te haces polvo, fósforo, gaseosa... nada. ¡He dicho! Delirantes aplausos y risas soeces acogen las últimas frases del ateo. El señor Eulalio, reducido al silencio por la explosiva dialéctica de su rival, calla en un rincón. Otra vez vuelve a oirse la campanilla del Viático, que regresa. Se va acercando, acercando... Al fin, pasa, y, cada vez más lejana, se pierde en el silencio de la calle desierta, seguida del lento rodar del coche. Aquella pobre gente, a pesar de todo, deja de reir. =Mutación= CUADRO SEGUNDO Interior de una alcoba humilde en una casa pobre. Son las dos de la madrugada. En la obscuridad suena el tictac vigilante de un reloj. Tendidos en una modesta cama, duermen el implacable ateo señor Floro y la señá Felipa, su consocia. De pronto, el pobre hombre despierta, da un grito agudo y se lleva las manos al lado izquierdo del pecho, incorporándose, lívido y tembloroso. SEÑOR FLORO.—¡Ay, madre!... ¡Ay, Felipa! SEÑÁ FELIPA (_Despertando aterrada._)—¿Qué te pasa, Floro? (_Enciende la luz._) SEÑOR FLORO.—¡Ay, Felipa, qué dolor! ¡Ay, que me muero! SEÑÁ FELIPA.—Pero, ¿qué t’ha dao? SEÑOR FLORO.—¡Ay, que no lo sé!... ¡Ay, que tengo aquí un puñal! SEÑÁ FELIPA (_Echándose de la cama._)—Pero, ¿dónde? SEÑOR FLORO.—¡Ay, en esta parte!... ¡Ay, que llamen a un médico, que yo no puedo respirar! ¡Ay, Felipa, que es un dolor de costao!... ¡Ay, que yo no sé qué tengo! SEÑÁ FELIPA.—¡Por Dios, hombre, no te apures! Atacado de una aguda neuralgia intercostal, el señor Floro sigue quejándose con amargos lamentos; mientras, la señá Felipa se echa una falda y corre a llamar a los vecinos. A poco, el cuarto se llena de gente a medio vestir, que anda de un lado a otro, perpleja y estuporizada. VECINA PRIMERA.—Pero, ¿qué ha sido? VECINO PRIMERO.—Pero, ¿qué tienes, Floro? VECINA SEGUNDA.—Debe ser algo que le ha hecho daño. VECINO SEGUNDO.—¿Qué cenaste anoche? SEÑOR FLORO.—¡Ay, que no lo sé!... ¡Ay, que yo me muero!... ¡Salvarme, por lo que más queráis! UNO.—¡Eso ha sido la mojama! UNA.—¡Pué que sea flato! OTRA.—Hacerle tila. OTRO.—Darle aceite. VECINO PRIMERO.—Ponte boca abajo. VECINA SEGUNDA.—Calienta una franela. SEÑÁ FELIPA.—Matías, por Dios, vete a la Casa de Socorro y que venga un médico. MATÍAS.—Voy en un vuelo. (_Sale disparado._) Dan al enfermo aguas cocidas, unturas; le aplican bayetas, ladrillos calientes...; todo inútil. La violencia del mal no cede. El señor Floro, en el paroxismo del dolor, da gritos desesperados y espantosos, revolcándose en la cama. SEÑOR FLORO.—¡Ay, que me muero!... ¡Ay, que no puedo más!... ¡Ay, Virgen del Carmen, quítame este sufrir, por lo que más quieras!... ¡Ay, Dios mío de mi corazón!... La señá Escolástica, una vieja motejada de beata por la vecindad, se acerca al lecho. SEÑÁ ESCOLA.—Hombre, señor Floro, como tié usté esas ideas, yo no me he atrevido a decirle a usté una cosa... Pero ahora que le oigo a usté mentar a Dios y a la Virgen Santísima, si usté quiere, yo le daré un remedio que se le quita ese dolor en dos segundos. SEÑOR FLORO (_Incorporándose. La mira con ojos ávidos._)—¿En dos segundos?... (_Abrazándose a ella._) ¡Ay, señá Escola de mi vida, dígamelo usté por su madre, sea lo que sea antes que me muera! SEÑÁ ESCOLA.—Pues que yo tengo unos sellitos de la Virgen de la Paloma, ¿sabe usté...? que se rebuñan un poco, se hacen como una bolita, se tragan en un sorbito de agua, se reza con fe un “Dios te salve María” y al menuto curao. SEÑOR FLORO (_Mirándola con angustia._)—¡Ay, señá Escola!... ¡Ay, que yo no puedo hacer eso! SEÑÁ ESCOLA.—Pero, ¿por qué? SEÑOR FLORO.—Mis ideas, que no me dejan. SEÑÁ ESCOLA.—¡Pero no ve usté que si se muere ya no va usté a tener ninguna idea!... SEÑOR FLORO.—¡Ay, señá Escola, no me haga usté ajurar de mi credo, que es no creer en náa!... SEÑÁ ESCOLA.—¡Pues vaya un credo! SEÑÁ FELIPA.—¡Amos, Floro, tómate el sello, que dicen que se han visto casos milagrosos! SEÑOR FLORO.—¡Ay, que no puedo!... ¡Todo, menos eso! SEÑÁ ESCOLA.—Pero ¿qué le ha hecho a usté la Virgen de la Paloma? SEÑOR FLORO.—Si no es la Virgen, es Lerroux, que me pondría como un trapo si lo supiera. VECINO PRIMERO.—¿Y quién se lo va a decir? SEÑÁ ESCOLA.—Hale... traer agua... Aquí tié usté el sello bendito... A tomárselo. SEÑOR FLORO.—¿Pero yo...? ¡Una cosa eclesiástica!... SEÑÁ FELIPA.—Tómatelo con fe, Floro. SEÑOR FLORO.—¡Ay, bueno; lo tomaré porque no puedo más de dolor; pero por Dios, no se lo digáis a Pablo Iglesias, que ya no me saludaría! SEÑÁ ESCOLA.—Adentro. SEÑOR FLORO (_Después de tomarse el sello._)—¡Ay, ya está...! ¡Ay, Virgen Santa, dispénsame en lo que te haiga faltao; pero quítame esta punzada, que me atraviesa, y en cuanto me levante te llevo un albañil de cera...! Da un suspiro. Los quejidos son cada vez más débiles. A poco, se duerme. Las mujeres rezan en voz baja. =Mutación= CUADRO TERCERO En la calle de la Ventosa se hallan departiendo animadamente el señor Eulalio, insultado la noche antes por _clerical_ en la taberna de la calle del Peñón, y el señor Dimas el _Churrero_. El señor Eulalio refiere a su amigo el incidente del Viático, y éste a su vez le pone en autos de la _conversión_ del señor Floro, su vecino, con el detalle del sellito y demás pormenores. Se despiden. El señor Eulalio sube calle arriba. Al torcer por la de la Paloma se detiene estupefacto, viendo venir al señor Floro, ojeroso y vacilante, camino de la iglesia. Trae un cirio en la mano, cubierto hasta la mitad con un pedazo de papel de periódico. SEÑOR EULALIO (_Atajándole._)—¡Adiós, Floro! SEÑOR FLORO (_Aterrado._)—¡¡Eulalio!! (_No sabe dónde meterse el cirio._) SEÑOR EULALIO (_Sonriendo._)—¿Qué llevas en la manita? SEÑOR FLORO.—Na; que, de paso que voy a la obra, unas vecinas me han dao el encargo de que traiga esta tontería ahí, a esa estupidez de iglesia que hay ahí en la... SEÑOR EULALIO (_Acentuando su sonrisa._)—No te molestes... ¡lo sé todo...! SEÑOR FLORO.—¿Te han contao lo de mi dolor de anoche? SEÑOR EULALIO.—Y lo del sellito. SEÑOR FLORO (_Bajando la cabeza avergonzado._)—Chico. Eulalio, la verdá, me hicieron hocicar; pero es que me vi negro. Creí que la diñaba... ¡Y cuando le ve uno los zancajos a la muerte...! SEÑOR EULALIO.—¡Qué me vas a decir, Floro...! ¡Yo era peor que tú! Yo te podía dar veinticinco pa cincuenta en custión de ateísmo. ¡Pero amigo, un día—tú sabes la pasión que tengo yo por mi nieta, que no quiero otra cosa en el mundo—, pues fué el angelito y me cogió eso que le dicen la _dizteria_, que creí que me se moría! Chiquillo... de pensar yo que me iba a quedar sin aquel pispajo que me se agarra a las rodillas toas las tardes cuando vuelvo de la obra, y que es mi único consuelo... Amos, que me dió una angustia interior, por dentro, que dije: “¡Dios mío, si me la salvas, me pongo hábito aunque sea!” ¡Y me la salvó! Por eso anoche, en la taberna, cuando pasaba el Viático, me quité la gorra. Hay que ser agradecido. SEÑOR FLORO.—Tiés razón, Eulalio; dispensa las gansás que te dije. SEÑOR EULALIO.—Quita, primo; si uno lo comprende todo. Cuando el hombre está bueno y sano y se encuentra en la taberna rodeao de cuatro necios que le ríen las gracias, el hombre es un valiente, que se atreve con tó lo humano y con tó lo divino; pero cuando cambia el viento, y viene la negra, y el dolor te mete acobardao y solo en el rincón de tu casa... Será uno tó lo blásfemo que sea; pero yo te digo que no hay quien no levante los ojos pa lo alto y pida misericordia. SEÑOR FLORO.—Esa es la chipén. SEÑOR EULALIO.—En fin, con decirte que yo ya hasta me persigno por las noches... SEÑOR FLORO (_Asombrado._)—¿Y te acuerdas? SEÑOR EULALIO.—Hombre, como es lo primero que le enseña a uno su madre... Y hago más. SEÑOR FLORO.—¿Qué haces? SEÑOR EULALIO.—Pues que cuando paso por delante de una iglesia, pa saludar y que no me se burlen los compañeros, me quito la boina y me la sacudo de yeso. SEÑOR FLORO.—A mí me se había ocurrido levantarme la visera de la gorra y rascarme, que también es disimulao. SEÑOR EULALIO.—Sí, pero eso no tié novedaz. SEÑOR FLORO.—¿Tú crees? SEÑOR EULALIO.—Se lo he visto hacer a la mar de _ateos_. TELÓN ÍNDICE _Páginas._ El santo de la Isidra. 9 La pena negra. 61 Las estrellas. 109 El amigo Melquiades o por la boca muere el pez. 161 El Chico de las Peñuelas o no hay mal como el de la envidia. 227 Los pobres. 289 La risa del pueblo. 295 Los pasionales. 301 Los ateos. 309 *** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK SAINETES *** Updated editions will replace the previous one—the old editions will be renamed. Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright law means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part of this license, apply to copying and distributing Project Gutenberg™ electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG™ concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, and may not be used if you charge for an eBook, except by following the terms of the trademark license, including paying royalties for use of the Project Gutenberg trademark. If you do not charge anything for copies of this eBook, complying with the trademark license is very easy. You may use this eBook for nearly any purpose such as creation of derivative works, reports, performances and research. Project Gutenberg eBooks may be modified and printed and given away—you may do practically ANYTHING in the United States with eBooks not protected by U.S. copyright law. Redistribution is subject to the trademark license, especially commercial redistribution. START: FULL LICENSE THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK To protect the Project Gutenberg™ mission of promoting the free distribution of electronic works, by using or distributing this work (or any other work associated in any way with the phrase “Project Gutenberg”), you agree to comply with all the terms of the Full Project Gutenberg™ License available with this file or online at www.gutenberg.org/license. Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg™ electronic works 1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg™ electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to and accept all the terms of this license and intellectual property (trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all the terms of this agreement, you must cease using and return or destroy all copies of Project Gutenberg™ electronic works in your possession. 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