Title : La Tosca: Drama trágico en cuatro actos divididos en cinco cuadros
Author : Victorien Sardou
Translator : José Francos Rodríguez
Félix González Llana
Release date : February 7, 2022 [eBook #67354]
Language : Spanish
Original publication : Spain: A. Velasco, Impresor
Credits : Ramón Pajares Box (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/American Libraries)
Nota de transcripción
p. 1
LA TOSCA
p. 2 Esta obra es propiedad de sus autores, y nadie podrá, sin su permiso, reimprimirla ni representarla en España ni en los países con los cuales se hayan celebrado o se celebren en adelante tratados internacionales de propiedad literaria.
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Queda hecho el depósito que marca la ley.
p. 3
LA TOSCA
DRAMA TRÁGICO
EN CUATRO ACTOS DIVIDIDOS EN CINCO CUADROS, EN PROSA
ORIGINAL DE
V. SARDOU
traducido y adaptado a la escena española
POR
FÉLIX G. LLANA y JOSÉ FRANCOS RODRÍGUEZ
MADRID
R. VELASCO, IMPRESOR, MARQUÉS DE SANTA ANA, 11
Teléfono número 551
—
1904
p. 4
Criados, policías, soldados y gentes del pueblo
La acción en Roma, en el año 1800
Derecha e izquierda, las del espectador
p. 5
Iglesia de San Andrés en el Quirinal en Roma. Arcos a todo foro sobre pilastras de mármol. El espectador solo ve la nave derecha. Entre sombras distínguese el coro. En primer término derecha, una puerta practicable con ventanillo y llamador y cerca de ella una pila de agua bendita. La parte de la izquierda está ocupada por un andamio colocado cerca de un altar. Sobre el andamio un gran lienzo para pintar, en el cual hay algunas figuras abocetadas, y útiles de pintor, pinceles, paleta, paños, etc., etc. Se sube al andamio por una escalera de tres peldaños y en uno de ellos hay una cesta con el almuerzo de Cavaradossi. En medio de la escena y en un pedestal dorado la imagen de la Virgen, y al pie de la imagen flores y un candelabro con velas.
GENARINO y el PADRE EUSEBIO. El primero está dormido sobre el andamio y el segundo le despierta haciendo ruido con el manojo de llaves que trae en la mano.
P. Eusebio
¡Eh! ¡Genarino, Genarino!
Genarino
(Despertándose sobresaltado.) ¿Qué ocurre?
P. Eusebio
¡Durmiendo!
Genarino
(Frotándose los ojos.) Sí, me quedé traspuesto.
P. Eusebio
¡Holgazán!... Por de contado que yo voy a hacer lo mismo en seguida. Han dado las doce y es hora de cerrar las puertas; y el maestro ¿dónde está?
p. 6 Genarino
Ha ido a buscar una tela que le hace falta para el cuadro.
P. Eusebio
Sí; el cuadro del francés.
Genarino
(Bajando.) El señor Mario Cavaradossi no es francés, padre Eusebio, sino romano como nosotros y de antigua familia patricia.
P. Eusebio
Su padre era romano, verdad, pero la madre nació en Francia y al cabo y al fin el carácter de la madre se adquiere. Si fuera romano de pura sangre no trabajaría a la hora de la siesta, que es hora de descanso.
Genarino
(Preparando la mesa.) Dice el maestro que las horas mejores para pintar son, en este tiempo, las del centro del día. Cerrada la iglesia no pueden distraerle ni curiosos ni visitantes, y el templo solitario excita su inspiración y acrecienta su fantasía.
P. Eusebio
(Con malicia.) Y además a solas puede recibir la visita de alguna señora.
Genarino
¿Qué decís?
P. Eusebio
Nada, cosas mías... pero, en fin, lo que yo siento es que tu maestro sea poco religioso.
Genarino
¿Poco? Nada.
P. Eusebio
No se le ha visto asistir a las ceremonias del culto. En París frecuentaba el trato de los impíos revolucionarios. Cuida, hijo mío, de que la compañía de tu maestro no te lleve derechamente al infierno.
Genarino
¿Se duerme en el infierno?
P. Eusebio
No lo sé a punto fijo; pero me imagino que uno de los mayores tormentos de los condenados ha de ser el del insomnio.
Genarino
¡Tal creo!
P. Eusebio
Y por si acaso, procura conducir a tu maestro por el buen camino; sugiérele ideas santas y hasta si es posible inclínale a que nos ofrezca para el culto de la misa una de esas botellas de Marsala que veo sobre la mesa.
Genarino
No es Marsala, es Gargnano, padre Eusebio.
P. Eusebio
(Cogiendo la botella y mirándola.) ¡A ver! Por el color apostaría a que es Marsala.
Genarino
Pues perderíais si apostaseis.
P. Eusebio
(Escanciando un vaso y bebiéndoselo con delicia.) Por mi salud que he de convencerme.
p. 7
Genarino
(Quitándole la botella.) ¡Padre Eusebio!
P. Eusebio
(Paladeando el vino.) Es Gargnano y del más exquisito.
Genarino
No veis que el maestro creerá...
P. Eusebio
Quita, tonto. El maestro no se entera de nada y además de algún modo he de cobrarme su tardanza.
Genarino
Le retendrán los preparativos de la fiesta que ha de celebrarse en el palacio de Farnesio, esta misma noche.
P. Eusebio
Pues poco ha de agradarle porque se celebra en honor del nuevo triunfo que han conseguido las armas austriacas sobre las francesas. Oye lo que dice la Gaceta : (Saca un impreso y lee.) «Recibimos nuevas noticias acerca de la lucha sostenida en Génova. El general Masena ha huido de la ciudad, Soult está prisionero y gravemente herido. El desastre es tremendo para las indisciplinadas fuerzas que pomposamente se llaman el ejército francés.» Y más adelante añade: «S. M. María Carolina ha dispuesto que se celebre una gran fiesta para honrar la victoria de las tropas austriacas.» Ya lo ves, Genarino; la cosa marcha y el general Melas dará buena cuenta de Bonaparte el falso.
Genarino
¿El falso?
P. Eusebio
¡Del falso, sí! (Con misterio.) Sé de muy buena tinta que el auténtico general Bonaparte murió en Egipto, ahogado en el mar Rojo como Faraón. Ahora le suplanta su hermano José. ¿Verdad que da risa?
Genarino
¡El maestro! (Viendo a Cavaradossi que viene por la puerta de la derecha trayendo un rollo de tela en la mano.)
DICHOS y MARIO CAVARADOSSI
Mario
Perdonad, padre Eusebio; me he retrasado un poco.
P. Eusebio
Le estaba contando a Genarino las últimas p. 8 noticias de la guerra. Todo está ya cerrado. ¿Puedo marcharme?
Mario
Sí, y tú también, Genarino, puedes irte. Hasta que se abran las puertas de la iglesia no me haces falta.
Genarino
Hasta luego, maestro. (Vanse los dos.)
MARIO y ANGELOTTI
Mario
(Después de colocar la tela coge la paleta y se pone a pintar, poniéndose una blusa larga. En este momento aparece Angelotti por la izquierda, mira a todas partes con desconfianza y va hacia la puerta de la derecha para escuchar. El pintor se vuelve y le ve.) ¿Un hombre?
Angelotti
Os suplico que no alcéis la voz. ¿Estamos solos?
Mario
Solos estamos.
Angelotti
¿No vendrá nadie?
Mario
¡Cuántas precauciones! ¿Sois algún malhechor?
Angelotti
¡Para algunos, sí! Para vos, espero que no.
Mario
(Bajando del andamio.) Ahorremos palabras inútiles ¿Quién sois?
Angelotti
A vos me confío. Soy un prisionero fugado del castillo de Santángelo.
Mario
¿Un fugitivo?
Angelotti
Y quizá no desconocido para vos. Fui en Nápoles uno de los más ardientes defensores de la vencida república partenopea. Mi nombre está en las listas de los proscritos. Me llamo César...
Mario
(Interrumpiéndole.) ¿Angelotti?
Angelotti
El mismo.
Mario
(Corriendo hacia la puerta de la derecha y echando el candado.) ¡Qué imprudencia! ¿Por qué no os habéis apresurado a declarar vuestro nombre? ¿Cómo os habéis refugiado en esta iglesia?
Angelotti
Os lo explicaré todo. Pero antes, caballero, p. 9 dadme algo con que reponga mis abatidas fuerzas. La sed y el hambre me agobian.
Mario
(Escanciándole un vaso de vino.) Tomad; este licor os confortará.
Angelotti
(Bebiendo con ansia.) ¡Gracias a Dios que hallo una mano generosa que me socorra! ¡He pasado tantos días luchando con esbirros y carceleros!
Mario
Comed. (Le acerca las viandas.) ¿Cómo lograsteis evadiros?
Angelotti
Nada hice para conseguirlo. (Mirando hacia la puerta.) Pero ¿estáis seguro de nuestra soledad?
Mario
Segurísimo. Todas las puertas están cerradas. (Angelotti se pone a comer ansiosamente.) Podemos disponer de una hora para que repongáis vuestras fuerzas. ¿Y decís que en la evasión nada habéis puesto de vuestra parte?...
Angelotti
Absolutamente nada. Mi fuga la preparó mi hermana la marquesa de Atavantti. ¿La conocéis?
Mario
De vista.
Angelotti
Ella me proporcionó este vestido para disfrazarme; ella me franqueó la salida de mi prisión. Conseguido esto, advertí con espanto que las puertas de la ciudad estaban cerradas. ¿Dónde refugiarme? En casa de mi hermana era imposible, porque su marido es un defensor fanático del altar y del trono. Entonces pensamos en esta capilla, que es propiedad de mis antepasados, y aquí permanecí, esperando a Travelli, el único de mis amigos que conoce el lugar donde me he refugiado, y que debía auxiliarme hasta salir fuera de los Estados romanos. Pero Travelli no llega; y ya angustiado me decido a salir de mi escondite. ¿Se habrá descubierto mi fuga? ¿Estará preso Travelli?
Mario
Si hubiesen descubierto la fuga, se habría anunciado a la ciudad con un cañonazo.
Angelotti
Cierto.
Mario
La tardanza de vuestro amigo estará motivada p. 10 por un accidente cualquiera. Tranquilizaos; si él no viene yo me encargo de poneros en salvo.
Angelotti
¡Gracias con toda mi alma, caballero! Pero mi hermana estará impaciente.
Mario
No hay medio de avisarla. Y por cierto que ahora me explico la visita que hizo ayer a esta capilla la Marquesa.
Angelotti
¿La visteis?
Mario
La vi y la contemplé el tiempo suficiente para dejar sobre la tela recuerdos de su peregrina belleza. (Señalando el cuadro.) ¡Mirad!
Angelotti
(Acercándose para mirarlo.) Admirable parecido.
Mario
No es más que un boceto.
Angelotti
¡Qué bien han copiado vuestros pinceles la dulce expresión de los ojos azules de mi hermana! ¡Pobre Julia! ¡Cuánto se esfuerza por salvarme! Pero, ¡ay de mí!, que el cariño de una mujer es menos poderoso que el odio de otra.
Mario
¡El odio de una mujer!
Angelotti
Es el origen de mis infortunios. Hace veinte años conocí en Londres a una de esas desdichadas que venden sus encantos al mejor postor. Me cautivó su belleza y seguí la aventura unos cuantos días, los precisos para que se extinguiera el capricho. Pasó el tiempo, y hallándome de regreso en Nápoles, me presentaron en la Embajada de Inglaterra, donde se celebraba un baile. ¡La esposa del embajador era la misma mujer con quien había trabado amores pasajeros en Londres!
Mario
Conozco la historia de Lady Hamilton, la famosa Emma Liona, chicuela abandonada, criada de una fonda, que pasó por todos los lugares de la degradación para concluir en embajadora del Reino Unido de Inglaterra.
Angelotti
No supe disimular mi sorpresa. Lady Hamilton comprendió que la había reconocido. En la mesa, senteme a su lado; pero entre ambos hubo un invitado más, el odio. Ya sabéis que la Hamilton ejerce un verdadero imperio sobre la reina y sobre el almirante p. 11 Nelson, y que todos juntos persiguen a los partidarios de la revolución. Molestado por la hostilidad de la embajadora, cometí la imprudencia de revelar el secreto de nuestros amores, y dos días después los esbirros asaltaron mi casa, acusándome de auxiliar a los republicanos. Me encerraron en una prisión donde cumplí dos años de condena en Nápoles, y después me trasladaron a Roma. En este tiempo fueron confiscadas mis propiedades, y para colmo de males la corte envía aquí como Regente de policía a un italiano, a un miserable que se rodea de una legión feroz de verdugos.
Mario
El barón Scarpia.
Angelotti
Sí, un hombre implacable que de seguro no me olvida.
Mario
¡Infame! ¡Cubre con apariencias de cortesía y de ferviente devoción instintos perversos! ¡Cuántas esposas, hijas o hermanas de infelices acusados pueden ser testigos de la crueldad lasciva de Scarpia!
Angelotti
¿Quién mejor que yo para corroborar lo que decís? Mi hermana tuvo que huir horrorizada de tal monstruo de corrupción. De no haberme fugado, Scarpia me habría enviado a Nápoles para entregarme a Lady Hamilton, mi antigua amante. Pero ni ella ni él gozarán con el espectáculo de mi suplicio. En este anillo puedo encontrar el remedio para eludir los tormentos.
Mario
(Escuchando.) ¡Silencio!
Angelotti
¿Llaman?
Mario
No... Alguien que habrá pasado... No hay peligro.
Angelotti
¡Cuánto me apena mezclaros en mis inquietudes! Nunca os pagaré el favor que reciba de vos, cuyo nombre aún no conozco.
Mario
Mario Cavaradossi, romano como vos.
Angelotti
Creí que vuestra familia se había extinguido.
Mario
Estuvo alejada de Roma. Mi padre se casó con una francesa y yo estudié en París con el famoso pintor David, durante el período de la revolución.
p. 12 Angelotti
¿Y habéis vuelto a Roma?
Mario
Por azar. Tengo que resolver algunos asuntos en esta ciudad, y además encuentro en ella un ambiente muy a propósito para mi profesión de artista.
Angelotti
¿Solo por el arte?
Mario
No quiero engañaros. Lo que principalmente me retiene en Roma es el cariño de una mujer.
Angelotti
Siempre fue privilegio de la hermosura el de encadenar la voluntad de los hombres. ¿Y se puede saber?
Mario
¿Su nombre? Floria Tosca .
Angelotti
¿ La Tosca ? ¿La célebre cantante?
Mario
Sí. ¿La conocéis?
Angelotti
Por su fama, solamente.
Mario
¡Su fama de cantante! Es grande, incomparable. ¡Pero la mujer vale más, mucho más que la artista!... ¡Quién creería que la que hoy escucha aclamaciones y recibe tributos del más ardiente entusiasmo fuese hace pocos años una pobre muchacha sin educación, recogida por las monjas de un convento! El organista que la enseñó el solfeo se quedó maravillado al notar sus adelantos y a los diez y seis años iba la gente al templo para extasiarse oyéndola cantar. Cimarrosa, atraído por la celebridad de su nombre, quiso oírla, y después de una lucha empeñada con las religiosas, consiguió llevarla al teatro. A los cuatro años los triunfos de la Tosca ensordecían a Roma, y desde aquel instante fue la artista más celebrada del mundo y en Milán, en Venecia, en Viena, se aclamaba su nombre. En este último punto conocí a la Tosca.
Angelotti
¿Y ella os ama?
Mario
Sí, me ama. Llena mi nombre su corazón y solo me disputan su albedrío dos cosas: los celos y el fervor religioso. Por ella permanezco en Roma, expuesto a grandes peligros, pues mi traje despierta sospechas, mi barba es revolucionaria y de fijo que Scarpia habría dado buena cuenta de mi persona si yo no me hubiese valido de una estratagema.
p. 13 Angelotti
¿Cuál?
Mario
La de brindarme al Capítulo de esta iglesia para restaurar varios cuadros sin pedir retribución alguna por mi trabajo. Mis pinceles conjuran el peligro que me amenazaba y en Roma estaré, mientras en ella permanezca Floria, y con Floria partiré para Venecia, donde podremos amarnos sin sobresalto.
Angelotti
Y con entera libertad.
Mario
Yo no oculto mi amor. Al palacio Cavaradossi va la Tosca y aun a este templo viene a buscarme. De no retenerla el ensayo para la fiesta de esta noche, la habríais encontrado aquí y por cierto que lo hubiera sentido.
Angelotti
¿Por qué? A ella como a vos le hubiese confiado mi secreto.
Mario
Por lo mismo. No quiero mezclar en estas aventuras a ninguna mujer.
Angelotti
¿Ni siquiera a la que os ama?
Mario
A esa menos que a las demás. El concurso de Floria no nos es necesario, y con solo mezclarla en este asunto podríamos exponerla a peligros ciertos.
Floria
(Desde la puerta.) ¡Mario! (Llamando.)
Mario
¡Ella! (Alto y dirigiéndose a la puerta.) ¿Eres tú? (A Angelotti.) Pronto, escondeos. Procuraré que la visita sea breve.
Floria
(Llamando más fuerte.) ¿Pero no abres?
Mario
(Oculta a Angelotti, después coge los pinceles y la paleta y descorre el candado.) Aguarda. Ya voy... Pasa.
MARIO y FLORIA, esta entra elegantemente vestida y con un ramo de flores en la mano.
Floria
¡Cuánto has tardado en abrirme!
Mario
El tiempo indispensable para bajar del andamio.
Floria
(Mirando alrededor con desconfianza.) ¿Por qué corres el candado de la puerta?
p. 14 Mario
Es el Padre Eusebio quien lo echa.
Floria
¿No está Genarino?
Mario
Le di permiso para que se fuera. Pero, ¿qué pasa? ¿Parece que estás inquieta?
Floria
¿Con quién hablabas?
Mario
No hablaba; cantaba.
Floria
¡No es cierto! Yo te oí hablar en voz baja.
Mario
¡Qué disparate! ¿Quién podía estar aquí?
Floria
Acaso alguna devota.
Mario
¿Celos? ¿Una escena de celos en este sitio? ¡Bah, no seas tonta! (Cogiéndole las manos.) ¿Un ramo de flores?
Floria
Para la Virgen. Tengo que implorar su perdón.
Mario
¿Por qué?
Floria
Por lo que tú haces.
Mario
Nada de malo hago.
Floria
¿Que no? ¿Y tus ideas? (Mario va a cogerla la mano y ella la retira.) No, permíteme que antes salude a Nuestra Señora.
Mario
¡Como gustes!
Floria
(Se dirige a la imagen que está en la columna central y pone las flores en un búcaro. Se arrodilla y reza. Entretanto Cavaradossi hace señas a Angelotti que asoma la cabeza para que se retire.) Cumplí mi deber con la Santísima Virgen.
Mario
(Besándole las manos apasionadamente.) ¡Y ahora yo!
Floria
¡Si vieras qué disgusto tan grande tengo!
Mario
¿Qué ocurre?
Floria
Que hasta mañana no podemos vernos.
Mario
¿La fiesta?
Floria
Sí, tendré que pasar la noche en el palacio de Farnesio. Hay concierto y tomo en él mucha parte.
Mario
Bueno, pero después...
Floria
Después se celebra un baile.
Mario
¿Y asistirás a él?
Floria
La reina me ha invitado.
Mario
¡Gran honor!
Floria
Su Majestad es muy buena para mí. Me colma de atenciones, pero las de esta noche me entristecen, porque hasta mañana no volveré a verte.
p. 15 Mario
¡Qué le hemos de hacer! ¡Habrá que resignarse!
Floria
¡Con qué calma lo dices! ¿No te contraría? ¿Verdad?
Mario
Yo no he dicho eso.
Floria
Los hombres amáis con demasiada filosofía. La mujer se entrega a la pasión con el alma entera. Para nosotras no hay más que este sentimiento en nuestra vida. (Mirando al cuadro.) ¿Quién es aquella mujer?
Mario
(Mirando a su alrededor.) ¿Cuál mujer?
Floria
La del cuadro.
Mario
¡Ah! ¿Esa rubia? Pues es una María Magdalena. ¿Qué te parece?
Floria
Demasiado hermosa.
Mario
¿Demasiado?
Floria
No me gusta que pintes mujeres tan bellas.
Mario
(Riéndose.) ¿Vas a tener celos de las mujeres que dibujo en los cuadros como si fueran de carne y hueso?
Floria
¿Y por qué no? ¿Crees que no sé lo que ocurre entre el artista y las figuras que traza con sus pinceles? Cuando pintas unos ojos hermosos, te extasías contemplándolos; cuando dibujas unos labios que incitan al beso, gozas, admirándolos, y te recreas en la hermosura del rostro trazado por tu misma mano, en un momento de inspiración.
Mario
(Riéndose.) Es gracioso. Graciosísimo. (Poniéndose a trabajar.)
Floria
Y pienso, a veces, que tus contemplaciones más apasionadas, son para las figuras a las cuales das vida con tu arte. (Se sube al andamio y contempla el cuadro.) ¡A ver! Déjame contemplar a tu Magdalena. (Pausa.) Sí, no hay duda; esos cabellos rubios y esos ojos grises azulados, me recuerdan los de alguna mujer a quien conozco. Juraría haberlos visto muchas veces.
Mario
Es posible.
Floria
¡Ah, vamos! ¿Es un retrato? ¿Existe el original?
Mario
Existe. ¡Ea! esfuerza tu memoria a ver si recuerdas.
p. 16
Floria
Espera. Es... ¡Ya caigo! La de Atavantti. No hay otra romana con cabellera igual a la de tu Magdalena.
Mario
Confieso que has adivinado.
Floria
¿Luego conoces a la Marquesa? ¿Luego la ves? ¿Dónde? ¿En su casa? ¿Aquí? ¿En tu estudio? Responde. Pronto, respóndeme sin mentir.
Mario
¡Pero, mujer!
Floria
Responde de una vez.
Mario
Si no me dejas hablar... Pues bien, declaro que he visto a la Marquesa, aquí, una sola vez y por casualidad.
Floria
¡Por casualidad! ¿eh?
Mario
Te repito que por casualidad. Mientras yo pintaba en este sitio, llegó ella hasta esa imagen y se puso a rezar, levantando sus ojos azules al cielo, con los cabellos rubios que caían, en bucles, sobre su frente.
Floria
Rubios no; rojos.
Mario
Que un rayo de sol convertía en hebras doradas y con la cara tranquila de quien se pone en comunicación con Dios. Pareciome ver en su rostro la imagen de la Magdalena y copié el modelo en unas cuantas pinceladas, sin que nadie lo advirtiera.
Floria
¿No te servía yo como modelo?
Mario
Tú no tienes el aspecto de santa... y sobre todo ahora, en que el enojo descompone tu semblante.
Floria
¿Y ella sí? ¿La marquesa de Atavantti puede servir de modelo para la Magdalena? Será antes del arrepentimiento, porque la tal señora engaña a su marido y tiene la desfachatez de presentarse en público con su amante.
Mario
Perdona, no es un amante; es un importuno.
Floria
Pues yo, que no tengo ni marido a quien engañar, ni importunos que me sigan a todas partes, no me cambio por ella, ¿entiendes?
Mario
(Con ternura.) ¡Si sabes que te adoro! ¡Si no pienso más que en ti, celosa incorregible!
Floria
¡Buscarte!
Mario
¡Ea, basta, dejemos en paz a la marquesa!
p. 17 Floria
Mejor hiciera en convertir a su hermano.
Mario
¡Su hermano!
Floria
Sí, un perverso, un demagogo, un ateo como tú.
Mario
(Mirando hacia la capilla.) ¿Quieres convertirme a mí también?
Floria
No eches a broma mis palabras. ¡Tú no sabes el pesar que me produce esto! ¡Un hombre que lee a Voltaire! ¿Sabes lo que me ha dicho de ti el padre Carafa?
Mario
¿Tu confesor? ¿Acaso le confiesas mis pecados?
Floria
Le confieso los míos... ¡Son los mismos!
Mario
Pues de seguro habrá dicho que soy un desalmado.
Floria
Dice algo peor. Dice que eres un impío y y que te condenarás.
Mario
¿Contigo? Entonces no me importa. (Abrazándola.)
Floria
El padre Carafa me ha repetido muchas veces: «Hija mía, si queréis que Dios os perdone vuestros pecados, procurad por la salvación del hombre a quien amáis. El amor sagrado purificará el amor profano.» ¿A que no aciertas lo que me ha aconsejado que alcance de ti?
Mario
¡Quién lo sabe!
Floria
Que te quites la barba.
Mario
¿La barba? ¿Y por qué?
Floria
Porque es emblema revolucionario.
Mario
¡Vaya un capricho!
Floria
Por eso, porque es un capricho mío, habrás de complacerme. ¿Qué trabajo te cuesta? ¡Tus ideas me amargan el amor que te tengo! Mira, algunas veces no me atrevo a ponerme a los pies del confesor, por si me exige que te abandone, y otras veces me espanta el pensar en lo que me sucedería si, encontrándome en pecado mortal, muriese de repente.
Mario
Pues ya se sabe; al infierno los dos.
Floria
¿Morirías tú también?
Mario
Está claro... ¿Cómo iba yo a vivir sin ti, sin mi Tosca ? (Llaman a la puerta.)
p. 18 Floria
¡Silencio!
Mario
¿Qué?
Floria
Han llamado.
Luciana
(Desde fuera.) ¡Señora!... ¡Señora!
Floria
Es mi camarera. (Bajando del andamio.) Abre la puerta. (Mario descorre el cerrojo.)
LOS MISMOS y LUCIANA
Floria
(A Luciana.) ¿Qué sucede?
Luciana
Traigo una carta urgente del maestro.
Floria
De Paisiello. ¿Qué querrá? (Busca Luciana la carta y Mario hace una seña a Angelotti que se asoma impaciente.)
Luciana
Aquí está. (Dándole la carta.)
Floria
(Leyendo.) «Divina Tosca . Su excelencia, el duque de Oseole, me comunica que la Reina ha recibido un mensaje del general Melas, participándole que el día 14 ganó una batalla decisiva contra Bonaparte en la llanura de Marengo, cerca de Alejandría...»
Mario
(Interrumpiéndole y cogiéndole el papel.) Perdona, me interesan estas noticias. (Lee alto para que le oiga Angelotti.) «Nuestras armas han alcanzado un triunfo completo.» Toma. (Se sienta apesadumbrado en el lado izquierdo.)
Floria
(Continuando la lectura.) «En vista de tan fausto acontecimiento, su majestad ha ordenado que se celebren grandes funciones en todas las iglesias y yo acabo de improvisar una canción dedicada a la victoria. Mi pobre trabajo no podrá brillar esta noche en la fiesta del palacio de Farnesio, sin el concurso de vuestro talento. La orquesta está ya reunida y os ruego que vengáis a ensayar.»
Mario
Pues vete en seguida.
Floria
¿Y tú que vas a hacer cuando yo te deje?
Mario
Trabajaré hasta la noche.
Floria
¿A qué hora nos veremos mañana?
Mario
A las doce.
p. 19 Floria
¿Tan tarde?
Mario
Quiero que tengas tiempo de descansar.
Floria
No necesito dormir tanto. ¿Irás a despertarme?
Mario
Iré... Adiós.
Floria
Un momento.
Mario
¿Qué quieres?
Floria
(Señalándole el cuadro.) Convierte en negros los ojos de la Magdalena... Es un deseo mío.
Mario
Corriente.
Floria
(Abrazándole.) ¡Te adoro!
Mario
Delante de la Virgen.
Floria
Es tan buena que me perdonará... Adiós, Mario mío. Hasta mañana. Escucha. Que no olvides mi encargo.
Mario
¡Otra vez!
Floria
Sí, dices bien... Qué loca soy... qué loca... Hasta mañana... (Vanse Floria y Luciana.)
MARIO y ANGELOTTI. Este último sale de la capilla apenas se cierra la puerta.
Mario
Los franceses han sido derrotados.
Angelotti
Sí, estamos perdidos.
Mario
Nada de desalientos. Es necesario pensar en la manera de que salgáis de la ciudad antes que cierren las puertas.
Angelotti
¿Sin esperar a Travelli?
Mario
Sin dilaciones de ningún género. (En este momento se oye sonar un cañonazo lejano.)
Angelotti
¡Ah!
Mario
¡La señal! Vuestra fuga se ha descubierto.
Angelotti
Acaso sean salvas festejando la victoria. (Escucha con ansiedad.)
Mario
No... un solo cañonazo. Es el anuncio de vuestra evasión.
Angelotti
¡Habrán detenido a Travelli!
Mario
Hay necesidad de salir de aquí a toda costa. Vos os dirigiréis por la salida más oscura a la puerta principal; allí os aguardaré yo... Pronto, andad... El sacristán llega. (Angelotti entra en la capilla y Mario se sube al andamio.)
MARIO, el PADRE EUSEBIO y GENARINO
P. Eusebio
(Sale por la derecha con un manojo de llaves.) ¿Habéis oído?
Mario
¿Qué?
P. Eusebio
El cañonazo.
Mario
Sí, será para festejar la victoria.
P. Eusebio
No, es que se habrá escapado del castillo algún jacobino.
Mario
Quizás.
Genarino
(Entrando por la derecha precipitadamente.) ¿No saben lo que sucede? Angelotti se ha fugado.
P. Eusebio
¡Infame!
Genarino
Por las calles pregonan la fuga, ofreciendo mil piastras al que entregue al preso y la horca a quien le oculte.
P. Eusebio
¡Es poco!
Genarino
Un cómplice de Angelotti ha sido denunciado.
Mario
¿Y está preso?
Genarino
¡Claro!
Mario
(Bajando.) ¿Ha declarado?
Genarino
Naturalmente. Como que le han puesto en el tormento.
P. Eusebio
¡Y es poco!
Mario
¿Está fuera mi coche?
Genarino
Sí, señor, con Fabio.
Mario
Pues di al cochero que vaya a esperarme cerca de la puerta principal. Después vienes a arreglar todo esto... Pronto.
Genarino
En seguida. (Vase por la derecha. En el fondo se empiezan a ver velas encendidas y también se ven entrar algunos devotos.)
P. Eusebio
(Encendiendo las velas de la Virgen.) ¿De modo que habéis oído hablar de la victoria de Marengo?
Mario
Sí. (Con inquietud y mirando el sitio donde está oculto Angelotti, mientras se quita la blusa.)
P. Eusebio
(Riendo.) José ha llevado su merecido.
Mario
(Cogiendo el sombrero.) ¿José?
p. 21 P. Eusebio
El Bonaparte apócrifo, el Bonaparte falso. Tiene gracia, ¿verdad? (En este momento sale Angelotti con un velo de mujer y desaparece por el fondo.)
Mario
¡Por fin!
P. Eusebio
(Volviéndose.) ¿Qué decís?
Mario
Nada. (Procurando distraerle.) Tomad, Padre Eusebio (Le da unas monedas.) y buenas tardes. (Se va por la izquierda.)
P. Eusebio
Buenas tardes. ¡Qué prisa tiene el jacobino! Veamos. Tres piastras.. No es mucho, pero en fin, del enemigo... (Se oyen sonar el órgano y cantos y salmodias, lejanos.)
EUSEBIO, EL BARÓN DE SCARPIA, SCHIARRONE, COLOMETTI, DOS POLICÍAS y GENARINO. Todos entran por la derecha, mientras se oyen los cánticos. Los dos policías se colocan en el fondo.
Schiarrone
(Toma agua Bendita de la pila y se la ofrece a Scarpia, el cual hace la señal de la cruz; después hace lo mismo con Colometti y los dos se persignan.)
Scarpia
(A Colometti en voz baja.) Ya que están bien guardadas todas las puertas, registrad hasta los últimos rincones de la Iglesia, pero con disimulo, ¿entiendes? (Colometti y uno de los agentes desaparecen por el fondo. El otro policía y Schiarrone quedan en la escena. El Padre Eusebio, al ver a Scarpia, hace una profunda reverencia.)
P. Eusebio
¡Señor barón!
Scarpia
Acercaos. ¿Sois vos el sacristán?
P. Eusebio
Y humilde servidor vuestro, excelencia.
Scarpia
Un fugado del castillo de Santángelo pasó la noche última en esta Iglesia y aún debe de encontrarse en ella.
P. Eusebio
¿Aquí? ¿Es posible?
Scarpia
Es indudable. ¿Cuál es la capilla de los Ángeles?
P. Eusebio
(Señalando el sitio donde estuvo oculto Angelotti.) Aquella es, señor barón.
Scarpia
(A Schiarrone y al polizonte.) Registradla. (Pausa; p. 22 sigue oyéndose la plegaria. Después de breves momentos aparecen Schiarrone y el policía.) ¿Está ahí?
Schiarrone
No hay nadie.
Scarpia
Por lo visto llegamos tarde. ¿Y no ha dejado rastro?
Schiarrone
(Presentando varios objetos.) Sí, Señor. Un espejo, horquillas, dos navajas de afeitar y un abanico.
Scarpia
¡Un abanico! ¡A ver! (Examinándole.) Una corona de marquesa... De la de Atavantti. ¿Y no encontrasteis ninguna cosa más?
Schiarrone
Ninguna.
Scarpia
La delación era exacta. El fugitivo se ha disfrazado de mujer... Pero, ¿dónde se habrá escondido? ¿Quién le encubrirá? (A Eusebio.) ¿No habéis notado nada de particular en los alrededores de la capilla durante el día?
P. Eusebio
Nada, excelencia, ni antes ni después de haber cerrado las puertas.
Scarpia
¿Habéis cerrado vos todas las puertas de la iglesia?
P. Eusebio
Sí, excelencia; esa es mi obligación.
Scarpia
¿Con llave?
P. Eusebio
Con llave las cerré todas menos esta. (Señalando la de la izquierda.)
Scarpia
Y esta, ¿por qué no?
P. Eusebio
Porque aquí se queda siempre una persona.
Scarpia
¿Quién?
P. Eusebio
El pintor Mario Cavaradossi.
Scarpia
¡Ah! ¡El señor Cavaradossi! El demagogo, el francés. (Genarino, que durante el diálogo anterior, arregló todos los objetos del andamio, baja de este y atraviesa la escena con el cesto de la comida.) Y ese muchacho, ¿qué lleva en ese cesto?
Genarino
Es la cesta donde traigo la comida para el maestro.
Scarpia
(Mirando el cesto.) Restos de un pollo, jamón, pan... Por lo visto tu amo tiene buen apetito, ¿verdad?
Genarino
No siempre... Que lo diga el Padre Eusebio, que es quien acostumbra a escurrir la botella la mayor parte de los días.
P. Eusebio
(Protestando.) ¡Calumnia, señor barón!
p. 23 Scarpia
Basta. (Despide a Genarino, que se marcha.) No cabe duda; aquí estaba. Cuando volvisteis, ¿aún se hallaba Cavaradossi en la capilla? (A Eusebio.)
P. Eusebio
Sí, señor. Acaba de salir hace un momento.
Scarpia
¿Estaba solo?
P. Eusebio
Como siempre. Cuando trabaja no quiere ver a nadie, excepto...
Scarpia
Excepto ¿a quién?
P. Eusebio
A una señora.
Scarpia
La Tosca .
P. Eusebio
La misma. Y sin duda le ha visitado hoy, porque veo un ramo de flores junto a la Virgen.
Scarpia
La Tosca es leal a la Iglesia y al Trono. No se puede sospechar una traición de su parte. Sin embargo, ella podría ponernos sobre la verdadera pista. (A Colometti, que vuelve.) ¿Has encontrado algo?
Colometti
Nada, señor barón.
Scarpia
¿No has visto a ningún sospechoso?
Colometti
A ninguno.
P. Eusebio
¿Manda su excelencia algo más?
Scarpia
No, podéis retiraros. (El Padre Eusebio se va por el fondo.) Por ahora basta de pesquisas. Vamos. (Se dirige hacia el fondo, y en este momento entra La Tosca. Al oír el ruido de la puerta se vuelve Scarpia.) ¡Ella! (A los polizontes.) ¡Alejaos!
FLORIA y SCARPIA en la escena. SCHIARRONE, COLOMETTI y los polizontes ocultos.
Floria
(Entrando alegremente.) ¡Concluyó el ensayo! ¡Mario! ¡Mario! (Mirando hacia el andamio.) ¿No está?
Scarpia
(Aparte desde el fondo.) ¡Ah! Sí. Los celos. (Adelantándose.) Buenas tardes, ilustre artista.
Floria
(Con disgusto.) ¿Vos aquí?
Scarpia
¡Os sorprende! ¿Buscáis acaso al caballero Cavaradossi?
Floria
¿Sabéis?
p. 24 Scarpia
Yo lo sé todo. Es mi oficio.
Floria
En esta ocasión no hay mérito alguno. Yo no lo oculto.
Scarpia
¡Tanto se merece el pintor! ¿Cómo una mujer tan buena y tan religiosa puede querer a un hombre tan pervertido, a un ateo? ¿Cómo se atreve a cambiar con él dos palabras siquiera?
Floria
Es que las dos palabras son muy dulces... «¡Te quiero!»
Scarpia
¿Y no oirá de los mismos labios esas dos palabras ninguna otra mujer?
Floria
¡Oh, ninguna! Creo en su amor como en el Evangelio.
Scarpia
Muy impía es la comparación, y además de impía, aventurada; porque quien es descreído en religión, no suele tener fe en otras cosas.
Floria
Esa es cuestión mía. ¿Y sabéis dónde ha ido, señor barón?
Scarpia
No lo sé; pero quiero ahorrar a vuestro amante el trabajo de devolveros esto que sin duda olvidasteis. (Dándole el abanico.)
Floria
¿Un abanico?
Scarpia
Contemplando el cuadro de Cavaradossi, vi sobre la banqueta este abanico; lo recogí para que nadie se lo llevara, y como supongo que es vuestro, os lo devuelvo.
Floria
(Estallando.) ¡Este abanico no es mío!
Scarpia
(Fingiendo un gran asombro.) ¡No!
Floria
Pero, ¿de quién puede ser? Y tiene una corona de marquesa.
Scarpia
(Mirándolo.) ¡A ver! ¡Pues es verdad!... ¡No había reparado!
Floria
¡Es de la de Atavantti! ¡Oh!
Scarpia
¿Y por qué de ella?
Floria
Sí, de ella; estoy segura. Llegaría después que yo me marché. Pero, no; de fijo estaba aquí escondida... Por eso le oí cuchichear... Por eso tardó en abrirme la puerta... Por eso tenía ansia de que me marchara... No hay duda; estuvo oculta viéndome, oyéndome, y luego cuando le dejé solo, volvería a sus brazos para robarme su amor. ¡Ah, infame, p. 25 infame! Ahora veo clara su traición; pero me vengaré, y de un modo terrible.
Scarpia
¿Y si os equivocáis?
Floria
¿Equivocarme? Pronto lo sabremos. Los sorprenderé esta misma noche después del concierto. Ya sé dónde están.
Scarpia
¿De veras?
Floria
Sí.
Scarpia
(Con gran ansiedad.) ¿Dónde?
Floria
No os lo diré; queréis saberlo para avisarlos, para que huyan de mí.
Scarpia
No es para eso, os lo juro.
Floria
Dejadme... La policía no entrará allí... Yo me basto. (En este momento empieza a escucharse el sonido del órgano y el canto del «Te Deum».)
Scarpia
¡El Te Deum , callad!
Floria
Ahora a buscarlos, a confundirlos, a vengarme. (Sale precipitadamente.)
Scarpia
(Sonriendo ferozmente.) ¡Ya son míos! (Llamando.) ¡Colometti! (Entran Colometti, Schiarrone y los polizontes.)
Colometti
¿Qué mandáis?
Scarpia
Sigue a esa mujer de lejos y procura que no te vea.
Colometti
Está bien, (Sale.)
Scarpia
Y nosotros demos gracias a Dios por la victoria de nuestras armas y pidamos a la Virgen que proteja nuestros trabajos para dar con los impíos revolucionarios, enemigos de la religión y del trono. (Se arrodillan todos al pie de la imagen de la Virgen mientras continúa oyéndose el canto del «Te Deum» y el sonido del órgano.)
TELÓN
p. 27
Piso bajo del interior de una casa de campo en las inmediaciones de Roma. A la izquierda, bien expuesta a la vista del público, hacia la primera caja, una puerta de dos hojas. En el mismo lado, caballete, maniquí, paletas, pinceles y demás objetos propios de un pintor. En el fondo, grandes arcos al través de los cuales se descubre un jardín iluminado por la luz de la luna. Puerta de entrada a la derecha. Una mesa en el mismo lado, sillas, sillones, cuadros, etc., etc.
MARIO, ANGELOTTI y CECCO. Al levantarse el telón la escena está sola. Después aparece Cecco con una bujía encendida que deja sobre la mesa, seguido de Mario y Angelotti que lleva al brazo un vestido de mujer.
Mario
Por fin. Aquí podemos respirar con entera libertad. Estáis en sitio seguro.
Angelotti
Gracias a vos. (Deja el vestido en una silla al fondo.)
Mario
Y que no era cosa fácil recorrer casi toda la ciudad disfrazado de ese modo sin despertar sospechas. Ahora mi fiel Cecco, diligente guardián de la casa, que además de ser un servidor leal posee grandes conocimientos en el arte culinario, nos improvisará una excelente cena en un santiamén. En seguida de reforzar el estómago, examinaremos p. 28 con entera tranquilidad lo que haya de hacerse. (A Cecco.) ¿Está en casa tu hijo?
Cecco
Sí, señor.
Mario
Pues dile que cierre bien todas las puertas y que esté alerta. (Cecco se va.)
MARIO y ANGELOTTI
Mario
Nos encontramos, como habréis podido ver al resplandor de la luna, entre las termas de Caracalla y la tumba de Escipión, rodeados de ruinas y en la soledad más absoluta.
Angelotti
¿Vivís aquí?
Mario
Ordinariamente no. Mi habitación está situada en el centro de Roma. Esta es mi casa de campo, mi villa, como decimos los romanos. Fue edificada por uno de mis antepasados, Luis Cavaradossi. Solo Floria me ha acompañado algunas veces, de manera que a ninguna otra persona se le puede ocurrir la idea de venir a buscarme aquí y mucho menos a vos. ¿Quién habrá de sospechar siquiera que yo os conozco? En la iglesia nadie nos ha podido ver, en la calle nadie nos ha observado tampoco, de manera que podemos estar tranquilos, absolutamente tranquilos. Y en último término, aunque vinieran, aunque rodearan la casa los más finos sabuesos de Scarpia, aún tendría medio de salvaros.
Angelotti
¿Cómo?
Mario
En esta casa, fabricada sobre las ruinas de una antigua aldea romana, hay un refugio secreto del cual solo las personas de mi familia y el honrado Cecco tienen noticia. (Se dirige hacia el arco del fondo.) ¿Veis allí, iluminadas por el resplandor de la luna aquellas dos columnas de mármol blanco?
Angelotti
¿Unidas por un travesaño del cual pende una polea?
p. 29 Mario
Precisamente.
Angelotti
¿Es un pozo?
Mario
Un viejo pozo, de la antigua aldea. Mi antepasado, tratando de cegarle, encontró a doce pies del suelo, entre la pared, una especie de covacha en la cual no se podía entrar sino arrastrándose, pero después el agujero se ensanchaba bastante hasta el punto de poder estar en él un hombre cómodamente sentado. Cavaradossi se guardó bien de destruir esta galería subterránea; al contrario, la hizo limpiar, porque en un país como el nuestro siempre es conveniente tener un sitio secreto donde refugiarse. Yo lo he visitado muchas veces deslizándome por el pozo que está oculto por la maleza, y por los cipreses. Ya veis, amigo mío, que aún puedo ofreceros asilo más seguro que mi casa.
Angelotti
No sé como expresaros mi gratitud. Hace aún pocas horas, no me conocíais siquiera y ahora encuentro en vos la ayuda y la protección que pudiera esperar de un hermano.
Mario
Tengo en ello mucho gusto... Además, soy por naturaleza arriesgado y las aventuras peligrosas me divierten.
Angelotti
¡Corazón generoso! (Dándole la mano.) Demasiado sabéis que al protegerme y ampararme en mi huida, arriesgáis vuestra propia existencia.
Mario
¡Bah, bah! ¿Quién se acuerda de eso? La partida está empeñada y hay que jugarla hasta el fin. Pensemos, pues, en los recursos que hay que poner en práctica para libraros de las garras de vuestros perseguidores. Scarpia habrá mandado a estas horas a todos sus sabuesos en persecución vuestra, las puertas de la ciudad estarán también muy vigiladas, de manera que no se me ocurre más que un solo medio de salvación. ¿Sois buen nadador?
Angelotti
Excelente.
Mario
Entonces podréis atravesar el Tíber.
p. 30 Angelotti
Sin duda.
Mario
Corriente. Hablaremos de eso cenando. Entretanto venid conmigo a ver el pozo.
Angelotti
Vamos. (En el momento de salir Mario oye un ruido.)
Mario
¡Silencio! (Angelotti se para cerca de los arcos del fondo.)
Angelotti
¿Qué sucede?
Mario
(Atraviesa la escena y escucha por el ventanillo de la derecha.) He oído abrir una puerta de la cual solo Floria tiene la llave.
Angelotti
¿Luego es ella?
Mario
Indudablemente.
Angelotti
¿Qué hacemos?
Mario
Tened la bondad de ir solo. Veré qué es lo que la trae. Si ocurre algo imprevisto yo os llamaré. (Angelotti desaparece en el jardín por la derecha. Mario vuelve a acercarse al ventanillo.)
FLORIA y MARIO. Floria penetra impetuosamente en la escena, observándolo todo con mirada recelosa.
Mario
(Acercándose a ella y cogiéndole la mano con ternura.) ¿Eres tú?
Floria
(Mirándolo fijamente.) Sí, yo... ¿Te disgusta acaso?
Mario
No, me inquieta... ¿Por qué has venido?
Floria
Por curiosidad... Quiero verla.
Mario
¿A quién?
Floria
A tu querida.
Mario ¿A mi...? (Riéndose.) ¿Conque era eso? ¿Un arrebato de celos, nada más? ¡Me has dado un susto!
Floria
No te hagas el desentendido. ¿Dónde está? Porque ella está aquí, no me cabe duda.
Mario
¿Pero, quién es ella?
Floria
Ya te lo he dicho... Tu Marquesa.
Mario
(Bromeándose.) Y vuelta con la Marquesa.
Floria
Si yo sé que está aquí escondida. (Viendo los vestidos que dejó Angelotti sobre una silla.) ¡Ah!... Bien decía yo.
Mario
¿Qué? ¿La encontraste al fin?
p. 31 Floria
(Mostrándole el vestido.) ¿Y esto? ¿De quién es? ¿Es un traje tuyo, por ventura?
Mario
(Siempre en tono de broma.) Vamos, ven acá... Yo te explicaré.
Floria
No, me engañas... Estaba aquí contigo. Sirviéndote de modelo quizá... ¡Miren la inocente!
Mario
(Cogiéndole las manos.) Déjame hablar.
Floria
(Separándose de él.) Aparta... No te acerques a mí. (Acercándose a la puerta de la izquierda.) Tened la bondad de salir, señora Marquesa... Vamos... No os dé rubor de presentaros en ese traje.
Mario
Escucha, Floria.
Floria
(Siguiendo sin hacerte caso y arrojando el abanico sobre la mesa.) Devuelve su abanico a ese portento de virtud, para que tenga, al menos, algún objeto con que cubrir sus formas.
Mario
¿Pero te has vuelto loca? Loca de remate.
Floria
Sí, lo estoy. Es una verdadera locura el amar a un hombre que no me quiere, que me engaña, que me traiciona, que pasa de los brazos de esa infame a los míos.
Mario
Pero, ¡óyeme, por favor!
Floria
(Rompiendo a llorar.) ¡Ah! el miserable... el inicuo... Y yo le adoro con toda mi alma, y no vivo más que por él y para él... Sí, soy tan cobarde que le amo, le llevo en el corazón, en la sangre, en todo mi ser... Y la primera desvergonzada que llega me lo roba, y yo continúo siendo tan vil que aun sabiéndolo, todavía le quiero, le quiero más que nunca, y siento que, cuanto más me esfuerzo en aborrecerlo, le quiero con mayor ímpetu. ¿Hay en el mundo mayor infelicidad que la mía? (Cae sentada en un silla, esconde la cabeza entre sus manos y llora apoyada en la mesa.)
Mario
(Acercándose a ella amorosamente.) ¿Has acabado ya? ¿Pasó el acceso? ¿Me permites ahora que te diga una palabra? ¿Una sola? (Le coge una mano que ella le abandona, mientras se enjuga el llanto con la otra.)
Floria
(Sin mirarlo, pero con amorosa reconvención.) ¡Infame! ¡Infame! ¡Engañarme así!
p. 32
Mario
Pues bien, no lo niego, aquel vestido es de la Marquesa.
Floria
(Poniéndose en pie.) ¡Ah! ¿Y lo confiesas?
Mario
(Con dulzura y obligándole a sentarse.) Pero la Marquesa no lo ha traído aquí. Fue un desgraciado a quien le sirvió de disfraz, un pobre fugitivo...
Floria
¿Su hermano?
Mario
Sí, su hermano, que está allí, en el jardín.
Floria
(Con gran alegría.) ¿Conque no es ella? (Abrazándole.) ¡Cómo te quiero!
Mario
¡Así me gusta!
Floria
¡Mario mío! ¡Amor mío!... ¡Vida mía! (Besándole la mano con efusión.) ¡Tesoro mío! (Interrumpiéndose de pronto.) Pero, ¿y si mientes?
Mario
¿Volvemos a empezar?
Floria
(Vivamente, tapándole la boca.) No... ni una palabra más, te creo.
Mario
¿Quieres verlo?
Floria
No, de ningún modo, me basta tu palabra.
Mario
(Siempre sentado.) Está allí, míralo.
Floria
Si te digo que no quiero verlo. Repito que lo creo bajo tu palabra... ¡Así te haré olvidar mis estúpidos celos!... Quiero probarte que tengo plena confianza en ti y que no me queda ni la más leve sospecha... Nada, no hay nada en mí, más que un amor infinito. (Mira en rededor suyo, mientras dice estas palabras.) ¡Ah! sí, es verdad, acabo... acabo de verlo.
Mario
(Riendo.) ¡Ja! Tú eres como Santo Tomás... cuando ves las cosas... ¿Y ahora, me perdonas?
Floria
(Con seriedad.) Te perdono.
Mario
(Levantándose.) ¿Las injurias que me has dirigido? Muchas gracias.
Floria
(Levantándose y siguiendo detrás de él.) Tienes razón. No eres tú, sino yo, quien debe pedir perdón... Tú arriesgas la vida por salvar a un infeliz, ¡Qué bueno y qué generoso eres!... ¡Mejor que yo... mucho mejor!... Por eso debes ser indulgente con esta cabeza loca, loca por culpa tuya... Sí, te amo de tal modo, que he perdido la razón. ¡Tú no sabes cuánto te quiero y de cuántos sacrificios sería p. 33 capaz! ¡Ah! ¡si tú me quisieras de igual manera!
Mario
(Cogiéndole las manos.) Yo te quiero con toda el alma. Pero ahora, es preciso que me dejes.
Floria
¿Dejarte ahora? ¡Soy tan feliz en este momento! (Pausa.) ¿Se quedará aquí ese hombre?
Mario
¿Angelotti? Naturalmente. Toda la noche, por lo menos; al amanecer procuraré que salga fuera de la ciudad por el río.
Floria
Pues entonces también me quedo yo. Te ayudaré en la empresa.
Mario
Eso no, de ninguna manera. Tú no debes mezclarte en una aventura tan peligrosa.
Floria
¡Qué importa!
Mario
¡No, no!... ¡vete a casa!
Floria
¡Sola!
Mario
Sí... Es preciso. ¿Has dejado tu coche a la puerta?
Floria
No... un poco más lejos... Ya ves, quería sorprenderte.
Mario
El hijo de Cecco te acompañará.
Floria
¿Cuándo volveré a verte?
Mario
Mañana temprano, en cuanto Angelotti haya huido.
Floria
¡Dios mío! ¡Si os prendieran a los dos!
Mario
(Ayudándola a ponerse el abrigo.) ¡Qué idea! No temas. Procederé con mucha precaución... Espérame por la mañana.
Floria
¡Oh, sí, ven pronto, estaré muy inquieta!
Mario
(Cogiendo el abanico que está sobre la mesa.) ¿No te llevas este abanico que despertó tus recelos?
Floria
¿Acaso no había motivo para ello?
Mario
Era para Angelotti, lo mismo que ese vestido.
Floria
¿Y quién podía adivinarlo? ¿Puedo hablar al hermano de la Marquesa?
Mario
Si tienes empeño en ello... (Va hacia el fondo.) Está allí examinando el pozo, donde debe esconderse, en caso de sorpresa. (Volviéndose a Floria.) ¿De manera que volviste a San Andrés, después que yo me marché?
Floria
Sí.
Mario
¿Y encontraste este abanico?
Floria
No.
p. 34 Mario
¿Entonces cómo ha llegado a tus manos?
Floria
(Como quien siente despertar una idea terrible en su cerebro.) ¡Ah!... él es... (Interrumpiéndose.) Sí.
Mario
¿Qué? Acaba.
Floria
¡Ah! ¡Dios mío!... ¿La policía busca a Angelotti?
Mario
¡Claro que sí!
Floria
¿Scarpia?
Mario
Por supuesto.
Floria
Él fue quien despertó mis sospechas... Ahora comprendo... Ha sido una emboscada.
Mario
(Sin comprender.) ¿Una emboscada?
Floria
Él me inspiró la desconfianza hacia ti. Él me dio este abanico.
Mario
(Empezando a comprender.) ¿Scarpia?
Floria
Se sirve de mis celos como de sus esbirros el infame.
Mario
¿Te ha visto venir? (Aterrorizado.)
Floria
Y me habrá seguido, no hay duda.
Mario
¿Qué has hecho? ¡Desgraciada!
Floria
Silencio... ¿oyes?
Mario
Rumor de voces.
Floria
(Espantada.) ¡Ahí están! ¡Son ellos!
LOS MISMOS, CECCO y después ANGELOTTI
Cecco
(Entrando.) Señor... La casa está rodeada por una infinidad de polizontes... Llaman a la puerta.
Mario
Entretenlos todo el tiempo que puedas. (Cecco sale. Mario va al fondo y llama.) ¡Angelotti! (Este se presenta.) Estamos descubiertos... Ahí está la policía. (Floria escucha con ansiedad en la puerta derecha.)
Angelotti
Pues salto las tapias y me oculto en el campo entre las ruinas.
Mario
No, es demasiado tarde. El jardín y la casa están rodeados, al escondite pronto... pronto.
Angelotti
Por el santo de mi nombre, si me descubren, yo os juro que no me cogerán vivo. (Se va rápidamente por el fondo.)
p. 35 Mario
Y ahora (A Floria.) sangre fría, mucha sangre fría, si no quieres perderme a mí con él.
Floria
¡Oh! Infortunada de mí... ¡Y soy yo la causa de todo esto! (Se oye ruido de voces y se ven aparecer varios polizontes por diferentes sitios del jardín.)
LOS MISMOS, SCARPIA, COLOMETTI, AGENTES DE POLICÍA, UN ESCRIBANO, UN ALGUACIL y SOLDADOS. Scarpia entra por el fondo lo mismo que sus secuaces y baja lentamente.
Mario
(Yendo a su encuentro.) ¿Me permitirá el señor barón de Scarpia preguntarle a qué debo el honor de su visita en una hora tan intempestiva como esta?
Scarpia
(Con gran frialdad.) Una penosa obligación de mi cargo, caballero... Aquí dentro debe de hallarse oculto un reo político fugado del castillo de Santángelo.
Mario
Se equivoca el señor barón. Aquí no hay nadie.
Scarpia
Ahora lo veremos.
Mario
Es decir que venís a practicar un registro.
Scarpia
Y además un interrogatorio.
Floria
Yo os aseguro, barón, que no hay nadie. Ya he registrado yo toda la casa inútilmente y bien sabéis que nada se oculta a los ojos de una mujer celosa.
Scarpia
Es posible que vean más claro los ojos de un Director de policía. (Con la misma frialdad.)
LOS MISMOS y SCHIARRONE
Scarpia
Aquí está Schiarrone, a quien he encargado que haga un examen previo. ¿Has registrado toda la casa?
Schiarrone
Sí, excelencia y no hemos encontrado a nadie.
Scarpia
¿Y en el jardín?
p. 36 Schiarrone
Tampoco.
Scarpia
Pues escaparse no ha podido escaparse... La casa y el jardín están bien vigilados... Sin duda se esconde aquí dentro en algún sitio secreto.
Schiarrone
Examinaremos todas las paredes, habitación por habitación hasta dar con él.
Scarpia
Esa es tarea demasiado larga y es ya tarde. Más breve será que el caballero Cavaradossi se tome la molestia de decirnos donde está.
Mario
¿Yo?
Scarpia
Sin duda.
Mario
Pues yo no puedo decir más que una cosa. El señor Angelotti no está en mi casa.
Scarpia
Y yo tengo la seguridad de que el caballero variará de opinión y acabará él mismo por decirnos dónde se encuentra la persona a quien buscamos... ¿Tenéis la bondad de pasar a la habitación inmediata y de responder a un ligero interrogatorio que se os va a hacer?
Mario
¿Y por qué no en esta?
Scarpia
Podría contestar: porque así me parece conveniente. Pero quiero ser cortés y comedido hasta el fin y os diré que al rogaros que tengáis la bondad de pasar a la habitación inmediata es por la sencilla razón de que la señora (Señalando a Floria.) no debe asistir a vuestro interrogatorio puesto que el suyo vendrá después.
Mario
(Vivamente.) La señora no puede saber más que yo.
Scarpia
Ya veremos... Pero hay necesidad de concluir. (A los polizontes.) Pronto... conducid al caballero a aquella estancia. (Los polizontes hacen un movimiento para acercarse a Mario.)
Mario
¡Atrás! ¡Nadie se acerque!... Iré yo solo. (Entra por la izquierda seguido por varios polizontes.)
Scarpia
(Al canciller.) Vos, Roberti, interrogaréis al caballero empleando las fórmulas de costumbre, si persiste en sus negativas.
Roberti
Está bien.
Scarpia
Y suspenderéis o reanudaréis el interrogatorio, según las órdenes que yo os daré desde p. 37 esta habitación, y que dependerán de las respuestas de la señora, naturalmente... (Roberti se inclina y sale acompañado de su ayudante.)
FLORIA, SCARPIA, SCHIARRONE, COLOMETTI, SOLDADOS, que vigilan al fondo y dos POLIZONTES que guardan la puerta de la izquierda.
Floria
(Sentada cerca de la mesa, a la derecha y jugando con el abanico.) ¿De mis respuestas? ¿Qué puedo contestar?
Scarpia
(Acercándose.) Lo preciso, nada más que lo preciso.
Floria
¿Cómo voy a responder a lo que me preguntáis si no sé ni siquiera de qué se trata?
Scarpia
(Sonriéndose y con tono amistoso.) Vamos a hablar como dos buenos amigos. ¿No es cierto? (Coge una silla.) Y comenzaremos nuestro coloquio en el mismo punto en que lo interrumpimos, hace pocas horas, en la capilla de San Andrés. (Se sientan.) ¿Conque los celos y las sospechas que despertó en vos ese lindo abanico no tenían fundamento alguno?
Floria
(Con mucho aplomo.) Vos lo sabréis mejor que yo, señor barón.
Scarpia
Por lo visto confundí las personas. ¿No es eso? El caballero Cavaradossi no estaba aquí con la marquesa de Atavantti, pero sí con su hermano.
Floria
Ni con ella ni con él... Estaba solo, completamente solo.
Scarpia
(Burlándose.) ¿De veras?
Floria
(Un poco impaciente.) Sí.
Scarpia
¿Vos lo afirmáis bajo vuestra palabra?
Floria
(Nerviosa.) Sí... yo lo afirmo... Nadie tiene el derecho de poner en duda lo que yo digo. Nadie, ¿entendéis?, nadie.
Scarpia
Vamos, calma. (Volviéndose en la silla.) ¡Schiarrone!
Schiarrone
(Desde la puerta izquierda.) ¡Excelencia!
Scarpia
¿Qué dice el caballero?
p. 38 Schiarrone
Nada.
Scarpia
¿Se obstina en negar?
Schiarrone
Con más terquedad que antes.
Scarpia
(Levantando la voz.) En tal caso, insistid. Roberti, insistid.
Floria
(Vivamente.) Esa insistencia será inútil. Nadie le obligará a decir lo que no sabe. Lo que no es cierto.
Scarpia
El silencio del señor Cavaradossi no me sorprende. A primera vista he juzgado su fortaleza de ánimo y he previsto su obstinación... Lo único que me extraña es que imitéis su ejemplo... Esperaba que fueseis mucho más razonable que él.
Floria
¿Y por qué suponíais que iba a ser razonable, señor barón? ¿Acaso pretendéis que yo mienta?
Scarpia
(Sonriendo.) De ningún modo. ¿Mentir? ¿Quién piensa en eso? Lo que yo deseaba es que dijeseis la verdad, aunque no fuera más que por ahorrar al caballero un mal cuarto de hora.
Floria
(Levantándose asustada.) ¿Eh? ¿Cómo? ¿Qué queréis decir? ¿Qué es lo que sucede en esa habitación?
Scarpia
Una cosa sencillísima. Se interroga al caballero Cavaradossi con las formalidades y por los procedimientos establecidos en las leyes.
Floria
(Empezando a comprender.) Quiero entrar.
Scarpia
(Deteniéndola.) Es inútil, yo mismo os explicaré lo que ocurre. El caballero está cómodamente sentado en un sillón sujeto de pies y manos y con un hermoso casco de acero en la cabeza, que hace desatar la lengua a la persona más taciturna. Este célebre casco de invención reciente, tiene tres puntas afiladas, una que se ajusta sobre la nuca y las otras dos sobre las sienes.
Floria
(Con terror.) ¡Ah!
Scarpia
(Levantándose.) A cada negativa del caballero se hace girar un tornillo de rosca y la base del casco se aprieta suavemente.
Floria
(Tratando de escaparse de Scarpia, que la tiene sujeta por un brazo.) ¡Ah! ¡Malditos! Basta... Por p. 39 Dios... basta... (Mirando con espanto a la habitación inmediata.)
Scarpia
(Sujetándola siempre.) ¿Hablaréis? ¿No es cierto?
Floria
Pero antes decidles que cesen... Pronto, decídselo.
Scarpia
Roberti, aflojad un poco el tornillo. (Alto.)
Floria
No... no... más...
Scarpia
Bien. (Alto.) Roberti, aflojad del todo.
Schiarrone
(Desde la puerta.) Ya está, excelencia.
Scarpia
(A Floria.) Ya lo oís. Está hecho.
Floria
¡Oh! Dios mío... Someter a él, a mi Mario, a un suplicio tan espantoso... ¡Cobardes! ¡Cobardes! Quizá continúen todavía.
Scarpia
Mientras yo no lo mande, no.
Floria
(Separándose de él.) ¡Quiero verle! (Corre hacia la puerta, pero Schiarrone y los polizontes le impiden el paso.) ¡Dejadme pasar! ¡Dejadme pasar!
Scarpia
Schiarrone, cierra la puerta. (Schiarrone obedece.)
Floria
(Empujando furiosa la puerta.) ¡Mario, Mario! Respóndeme. ¿No me oyes? Dime una sola palabra, una sola. (Silencio.) ¡Me lo han asesinado esos infames!
Scarpia
(Sentándose de nuevo a la derecha y con mucha frialdad.) No... le dejan el tiempo preciso para tomar aliento.
Floria
¡Mario! ¡Mario! ¡Mario!
Mario
(Desde dentro y con voz ahogada.) ¡Floria!
Floria
¡Ah! Por fin le oigo
Mario
Nada temas... El valor no me faltará.
Floria
¿Te hacen daño? Dímelo, dímelo, vida mía.
Mario
En este momento no... Valor, Floria, valor.
Floria
(Separándose de la puerta.) ¡Oh, qué voz tan dolorida! ¡Cómo sabe sufrir! ¡Atormentarle de ese modo tan horrible a él, tan compasivo, tan generoso, tan bueno!... ¿Y le destrozan las sienes con puntas de acero? ¡Qué horror! ¿Y son seres humanos los que hacen tales infamias con un semejante suyo? ¿Y ese hombre lo ordena fríamente (Mirando a Scarpia.) y aspira con voluptuosidad de tigre el olor de la sangre?
Scarpia
(Sonriéndose de un modo siniestro.) Todos esos son acentos dramáticos, desplantes de trágica, p. 40 buenos a lo sumo para las tablas de un escenario... Mi felicitación más sincera. (Acercándose a Floria.) Pero, hablemos en serio... Ya lo habéis oído... El caballero acaba de decirlo. «El valor no me faltará.» Eso significa que está decidido a no pronunciar una palabra, ni de grado ni por fuerza.
Floria
¡Antes le arrancarán el alma!
Scarpia
Supongo que no habrá necesidad de llegar hasta ese extremo.
Floria
Pues entonces, señor barón, disponed que le pongan en libertad ahora mismo. Porque no dirá nada. Yo lo afirmo. Ya se acabó... ¿no es cierto?
Scarpia
¡Concluir! Si apenas hemos comenzado...
Floria
¡Ah!
Scarpia
Vamos a continuar el interrogatorio.
Floria
¡Torturarle más! ¡Y para no saber nada!
Scarpia
Os equivocáis, amiga mía. Lo sabré todo... todo... Él sufrirá el interrogatorio y vos responderéis.
Floria
¿Yo?
Scarpia
Sí, vos. Y os prevengo que cada negativa vuestra será una vuelta más que daréis al tornillo y un nuevo riesgo para la vida de vuestro amante.
Floria
¡Verdugo!
Scarpia
No, yo no... En tal caso, el verdugo seréis vos, puesto que con una sola palabra podéis ahorrarle todo sufrimiento. (Llamando.) Preparado, Roberti. (Schiarrone abre la puerta.)
Floria
¡Asesino! (Gesto amenazador de Scarpia.) No, señor barón... piedad... piedad para él... Perdonadme, no sé lo que digo... Es horrible, horrible...
Scarpia
¿Dónde está escondido Angelotti?
Floria
(Con acento dolorido.) Pero si no sé nada, si no sé nada... ¡Cómo he de saberlo yo! (Scarpia hace una seña con la mano a Schiarrone que se vuelve hacia el interior de la estancia. Floria se dirige precipitadamente a Scarpia y le coge el brazo que tiene levantado.) No, esperad... un momento... ¡Dios mío! ¡Perder al uno por salvar al otro! Esto es inaudito, espantoso. (A Scarpia.) Aguardad, p. 41 aguardad un instante... Ahora no se le atormenta de nuevo, ¿no es así?
Scarpia
No, todavía no... esperaré... Pero abreviemos... ¿Qué es lo que respondéis?
Floria
¡Yo! ¿Cómo debo responder? Decídmelo... Yo no lo sé... Las ideas se confunden en mi cerebro... Diré todo lo que queráis. ¡Todo lo diré para salvarle!
Scarpia
Perfectamente. Cuando llegasteis a esta habitación, estaba en ella un hombre, ¿no es cierto?
Floria
No. (Movimiento de Scarpia.) Sí... sí... esperad... Dejadme al menos recoger las ideas... ¿Un hombre? Me parece que no. (Nuevo movimiento.) Sí... sí... creo que sí. (A Schiarrone que sigue en la puerta.) Pero siendo yo quien responde por él, ¡miserable, cierra esa puerta!
Scarpia
¿Y ese hombre era Angelotti?
Floria
De eso no estoy segura. (Rápidamente.) ¡Oh, no! no era él ciertamente... Yo juro...
Scarpia
(Burlándose.) Ese juramento equivale a decir que sí.
Floria
No... os digo... que no.
Scarpia
Pero lo negáis con tal energía que vale un sí.
Floria
¡Dios os pedirá cuenta de lo que hacéis conmigo en este momento! ¿Cómo he de saber yo si ese hombre era Angelotti? ¿Le conozco yo por ventura?
Scarpia
En suma, ese hombre, sea el que fuera, ¿está escondido?
Floria
¿Escondido? Dios sabe dónde se encontrará a estas horas.
Scarpia
No ha podido fugarse... La casa está bien vigilada.
Floria
Si no creéis lo que digo, ¿para qué he de continuar? (Escuchando con ansiedad.) ¿Un grito? ¡Han vuelto a torturarle!
Scarpia
No...
Floria
Sí... Yo lo he oído, (signe escuchando.)
Scarpia
Repito que no. (Pausa.) ¿Lo veis? Continuemos... Aquel hombre está escondido en algún lugar secreto, quizá en esta misma sala.
p. 42 Floria
Ojalá que así fuese, porque entonces no consentiría que atormentasen tan cruelmente a su salvador.
Scarpia
¿De manera que es su salvador?
Floria
(Reponiéndose y tratando de enmendar su torpeza.) Yo no he dicho eso... ¡No lo he dicho!
Scarpia
Si acabáis de confesarlo.
Floria
¿Quién hace caso de mis respuestas? Me obligáis a hablar, empleando tan horrorosos procedimientos, que no sé lo que contesto, y digo lo primero que se me ocurre.
Scarpia
En una palabra: Angelotti está escondido. (Movimiento de Floria.) ¿Dónde? ¡Ea, acabemos!
Floria
No lo sé.
Scarpia
(Volviéndose hacia la puerta.) ¡Roberti!
Floria
Sí... sí... Lo está...
Scarpia
¿En qué sitio?
Floria
(Que en el primer momento estuvo a punto de indicar el jardín, se arrepiente.) ¡Pero es horrible entregar a ese desgraciado para que lo asesinen!
Scarpia
¿En qué sitio? (Con mayor violencia.)
Floria
(Prorrumpiendo en llanto.) Ved que no puedo hablar. Las palabras se ahogan en mi garganta. Estoy a punto de desfallecer. (Cae sentada en una silla retorciéndose las manos desesperadamente. Pausa.)
Scarpia
(Inclinándose hacia ella, y con voz que procura dulcificar.) Vamos, un poco de resolución, y vuestro amante estará libre.
Floria
(Sollozando.) ¡Oh! ¡Dios mío! Mario no me perdonará nunca, nunca...
Scarpia
Decídmelo a mí solo, en voz baja. Él no lo sabrá, yo os lo juro... vamos.
Floria
(Con voz sofocada.) Deseo hablar con él antes una palabra, una sola...
Scarpia
¿Para qué?
Floria
Concededme este favor. Después haré todo lo que queráis, pero antes quiero hablarle, quiero verle.
Scarpia
(Alto.) Roberti, cesad un momento. (A Schiarrone.) Abre esa puerta. (Schiarrone obedece, y se coloca con dos polizontes a ambos lados de la puerta. Scarpia está en el centro del escenario, y Floria a su derecha. Un momento de pausa. Floria se enjuga el p. 43 sudor de la frente, se incorpora vacilante, y quiere aproximarse a la puerta, pero Scarpia se lo impide sujetándola por un brazo.)
Scarpia
No... Dispensad... Desde aquí únicamente...
Floria
¡Mario! ¡Mario mío!... ¿Me oyes, no es cierto?
Mario
(Dentro, con voz doliente.) Sí.
Floria
¡Mira, amor mío! Tú no puedes resistir más ni yo tampoco, te lo juro. ¿No es verdad que debo hablar? ¡Oh... dime que consientes en ello, dímelo por el amor de Dios!
Mario
¿Y qué vas a decir, desgraciada?
Floria
(Suplicante.) ¡Mario!
Mario
(Con acento enérgico.) Nada puedes decir, porque nada sabes.
Floria
(Vivamente en medio de la escena, y con las manos extendidas hacia el sitio donde se encuentra Mario.) Pero yo no puedo dejarte en tan horrible situación. ¡Sufres mucho, y yo sufro más que tú, mi tormento es aún más espantoso! Te pido de rodillas... Déjame hablar... Dime que consientes...
Mario
(Con energía.) No... no... no... Nada tienes que decir... Te lo prohíbo, ¿entiendes?
Floria
(Desesperada.) ¡Te matarán!
Mario
Te lo prohíbo.
Scarpia
(Con voz terrible.) Continuad, Roberti, y no ceséis ya.
Floria
(A los pies de Scarpia.) No... no... ¡Que no sigan! Yo hablaré, yo lo diré todo.
Mario
¡Calla, o te maldigo!
Floria
(Mirando al cielo.) ¡Señor! ¡Señor! ¡Dios justo! ¡Dios poderoso!
Scarpia
(A Roberti.) ¡Vamos!
Floria
(Abrazándose a sus rodillas.) ¡Que cesen!
Scarpia
(Inclinándose sobre ella.) ¿Dónde está?
Mario
(Se oye dentro un grito de dolor.) ¡Ah!
Floria
(Fuera de sí, y repitiendo el grito.) ¡Ah! ¡No puedo! ¡No puedo más! Lo diré todo...
Scarpia
Basta, Roberti.
Floria
Está allí. (Señalando al jardín.)
Scarpia
¿En el jardín?
Floria
Dentro del pozo.
Scarpia
(Volviéndose hacia los polizontes.) Ya lo habéis oído. (Los polizontes se van hacia el jardín y los soldados les siguen.)
p. 44 Floria
(Levantándose del suelo.) Ahora, miserables, devolvedme a mi Mario.
Scarpia
(A Schiarrone.) Desatad al preso.
MARIO aparece en la puerta, pálido, jadeante, casi desfallecido, apoyándose en el marco de la puerta para no caer. Se le ven dos manchas de sangre en las sienes. Floria corre hacia él; lo sostiene, lo conduce hasta el sillón, donde cae desfallecido. Schiarrone, después de cumplir la orden de Scarpia, se dirige hacia el jardín.
Floria
(Enjugándose el sudor de la frente.) ¡Amor mío! ¡Vida mía! ¡Respóndeme! ¡Mírame!
Mario
(Abre los ojos penosamente y después de una breve pausa.) Tú no has dicho nada... ni yo tampoco, ¿no es verdad?
Floria
No... No... Tú no has dicho nada. (Mario se desvanece de nuevo y Floria llora y le besa las manos. En este momento aparece Schiarrone en la arcada del fondo.)
Scarpia
(A Schiarrone.) ¿Le encontraste?
Schiarrone
Sí, señor. Muerto.
Scarpia
¡Muerto! (Los polizontes traen el cadáver de Angelotti, y lo depositan en el jardín, cerca de la entrada. La luna ilumina el cuerpo. En este mismo instante Mario abre los ojos y Floria se coloca delante de él para que no pueda ver el cadáver.)
Schiarrone
Sin duda se ha suicidado con un veneno. (A Scarpia.)
Mario
(Incorporándose.) ¿Eh? ¿Muerto? (A Floria, que trata de impedir a todo trance que pueda ver el cadáver.) ¿Quién ha muerto? ¿Quién? ¡Aparta! Déjame ver. ¡Él! ¡Ah! ¡Miserable! ¡Miserable!
Floria
¡Mario!
Mario
No te acerques. ¡Vete! Tú has sido su verdugo. ¡Infame!
Floria
Por salvarte.
Scarpia
(A los polizontes.) Ea, pronto. ¡Fuera! ¡Fuera! El muerto al depósito. Y el vivo... Su cómplice...
Floria
(Con terror.) ¿A dónde? (En este momento los polizontes rodean a Mario y se lo llevan.)
p. 45 Scarpia
A la horca. (Floria da un grito.)
Floria
(Corre hacia Scarpia, intenta hablar, pero no lo consigue. Le mira con ojos asombrados y cae pesadamente en tierra.)
Schiarrone
¿Y la mujer también?
Scarpia
También.
TELÓN
p. 47
Habitación octógona en el castillo de Santángelo. A la izquierda, en la parte transversal, una alcoba, ricamente amueblada, con un lecho, también lujosamente colgado, al fondo. En la correspondiente pared, a la derecha, un amplio hueco con vidrieras que da sobre un balcón practicable. Al fondo, la puerta de entrada. En la primera caja, a la derecha, una mesa con enseres de escribir, y a la izquierda, en frente de la mesa, una rica consola, y sobre ella un espejo. Al pie de la cama un reclinatorio, sobre el cual se ve un crucifijo de ébano. En la escena, hacia la izquierda, una mesa cubierta con un mantel, donde está servida una suculenta comida, y a la derecha de la mesa un sofá. Es todavía de noche, y la escena solo está iluminada por un candelabro con bujías, puesto sobre la mesa. Al levantarse el telón, un jefe de comedor y dos criados sirven la comida a Scarpia, el cual está sentado entre la mesa y la consola, vuelto de espaldas a esta.
SCARPIA, SCHIARRONE, el JEFE DE COMEDOR y los DOS CRIADOS
Scarpia
(A uno de los criados.) Abre esas vidrieras... Aquí dentro hace un calor sofocante. (A Schiarrone.) ¿Qué hora es, Schiarrone?
Schiarrone
Las tres de la mañana, excelencia.
Scarpia
¿La ciudad me parece que está tranquila?
Schiarrone
Completamente tranquila, excelencia. Sin embargo el gobernador ha hecho reforzar p. 48 los cuerpos de guardia, y toda la guarnición está sobre las armas.
Scarpia
¿El preso está en la capilla?
Schiarrone
Sí, excelencia, acaba de entrar en ella, acompañado de los hermanos dominicos, pero a sus piadosas exhortaciones para que encomiende su alma a la divina misericordia, contesta el reo que no tiene necesidad de pedir perdón a nadie por haber cumplido con su deber de hombre honrado, tratando de salvar a un inocente de las persecuciones de la tiranía más desenfrenada.
Scarpia
(Sirviéndose vianda en el plato.) Excelente máxima digna de un jacobino.
Schiarrone
Y que si el cielo consintiera tales infamias, el propio cielo se haría cómplice de los malvados.
Scarpia
¡Blasfemia horrible! ¿Y qué más?
Schiarrone
Los santos religiosos han concluido por perder la paciencia ante un pecador tan empedernido y acaban de abandonarle.
Scarpia
¿Y él?
Schiarrone
Pues se ha echado a dormir tranquilamente.
Scarpia
¡Vaya una manera ejemplar de prepararse para entrar en la vida eterna!
SCARPIA, SCHIARRONE y COLOMETTI
Colometti
¿Se puede pasar?
Scarpia
Adelante. ¿Y el gobernador?
Colometti
Volvía del palacio de Farnesio cuando yo llegué. Le ha complacido mucho la noticia de la captura de Angelotti y sus cómplices y me ha entregado esta orden, escrita de su puño y letra.
Scarpia
Trae. (Lee la orden.) El caballero Cavaradossi, como cómplice del delito de alta traición, será ejecutado antes de salir el sol. (Dobla la orden y la coloca sobre la mesa.) Acabo de reflexionar sobre ciertos asuntos y he cambiado de p. 49 parecer. Aunque Angelotti se haya dado la muerte con un veneno para librarse de la pena infamante que le aguardaba, no por eso debe dejar de ejecutarse la sentencia. Los suicidios son de un efecto deplorable y es preciso que la ley se cumpla... Por lo tanto, he resuelto que Angelotti sea ajusticiado por mano del verdugo. Si no se puede ahorcar a un vivo, se ahorcará un muerto. Es inútil que nadie, a excepción de nosotros, conozca la verdad de lo ocurrido. ¿Está preparada la horca?
Schiarrone
La están levantando debajo de ese balcón, a la entrada del puente.
Scarpia
Pues dejaréis el cuerpo de Angelotti pendiente de ella hasta que termine la misa mayor, para que todo el mundo pueda verlo. Después enterraréis el cadáver en un hoyo cualquiera, no en tierra sagrada, por supuesto... Los suicidas no tienen derecho a recibir sepultura cristiana.
Schiarrone
Así se hará. ¿Y el otro?
Scarpia
De Cavaradossi trataremos después. ¿Dónde está la Tosca ?
Colometti
Aquí al lado, en el cuarto inmediato a las habitaciones de su excelencia... Pero la tengo bien vigilada.
Scarpia
Sigue furiosa, ¿eh?
Colometti
Menos que antes... En cambio está muy inquieta; en primer lugar, por el caballero Cavaradossi, y en segundo lugar, por conocer el sitio adonde la hemos conducido desmayada. Nosotros, no habiendo recibido instrucción de ningún género, no hemos considerado oportuno decirle nada.
Scarpia
(A Schiarrone.) Ve a buscarla y condúcela aquí. (Schiarrone se va.) Y tú, Colometti, vigila bien la ejecución del muerto, y cuando hayas concluido, yo te llamaré desde el balcón. (Colometti se inclina y sale. En este mismo momento entra Schiarrone acompañando a Floria. A los criados.) ¡Retiraos! (Salen los criados y Schiarrone.)
FLORIA y SCARPIA. Floria entra silenciosa, pálida y vacilante, con los cabellos en desorden. Para andar se apoya en el respaldo del sofá y mira en torno suyo con inquietud y curiosidad. Un momento de pausa.
Scarpia
¿Deseáis conocer el lugar a dónde os hemos conducido, no es cierto? Pues bien, señora mía, vos, lo mismo que el caballero Cavaradossi, os encontráis en el castillo de Santángelo, en mis habitaciones particulares. Ahora yo me imagino que, después de haber pasado una noche tan agitada, tan llena de emociones, tendréis necesidad de algún reposo, y por lo mismo os ofrezco de muy buena voluntad este humilde albergue y una parte en esta cena, que hubiera sido mucho más exquisita si yo hubiese podido figurarme siquiera que iba a tener una convidada tan ilustre. (Floria, sin mirarlo siquiera, hace un expresivo gesto de negativa y de disgusto. Scarpia se ríe.) ¿Quizá sospecháis que os ofrezco un festín nocturno, a lo Borgia, aderezado con veneno? Esas fueron costumbres de otras épocas, costumbres ya en desuso, por fortuna. Nosotros no empleamos el veneno.
Floria
Pero asesináis siempre.
Scarpia
(Fríamente.) Los asesinatos no son hoy frecuentes... A Travelli y sus cómplices les puedo hacer fusilar, ahorcar, empalar o descuartizar, según me plazca. (Movimiento de Floria.) ¿Os asombráis acaso? ¿Sospechasteis por ventura que el señor Cavaradossi sería sometido a un proceso?
Floria
¿No será juzgado?
Scarpia
(Con el mismo tono.) ¡Qué locura! Un interrogatorio, testigos, fiscales, jueces, defensores... nada de eso. No podemos perder el tiempo en semejantes fruslerías... Su majestad católica ha simplificado mucho el procedimiento. Tened la bondad de asomaros a ese p. 51 balcón y podréis ver a la luz de las antorchas que agita ligeramente la fresca brisa de la madrugada unos cuantos hombres que trabajan a la entrada del puente. ¿Queréis saber qué es lo que hacen? Pues están plantando una horca, una sólida horca de dos brazos... En uno de ellos se colgará dentro de un poco un muerto, Angelotti, y en el otro, un vivo...
Floria
¿Mario? (Con espanto.)
Scarpia
Exacto... Y no depende más que de mí, de mi voluntad exclusivamente el embellecer ese famoso grupo añadiéndole una nueva figura... ¡la vuestra! (Floria levanta los hombros despreciativamente.) Pero no lo haré. No soy tan insensato que pretenda privar a los romanos de su ídolo, al cual también profeso yo un verdadero culto... El dilettante Scarpia no perdonaría nunca al director de policía semejante atentado de leso arte... Ah, no, de ningún modo. Vos, señora mía, no honraréis con vuestro concurso personal tan lúgubre representación... Vuestro coche, por orden mía, os aguarda abajo; las puertas del castillo las tenéis abiertas de par en par... Estáis libre, completamente libre.
Floria
(Al oír estas palabras lanza una exclamación de alegría y corre hacia la puerta de salida.) ¡Ah!...
Scarpia
(Sentándose de nuevo a la mesa.) Esperad... Creo adivinar el verdadero significado de ese grito. (Floria se para.) De seguro no es la noticia de vuestra libertad la que acaba de haceros prorrumpir en esa espontánea exclamación de alegría. Es sin duda este pensamiento que ha surgido al propio tiempo en vuestro cerebro: «Corro ahora mismo al palacio de Farnesio, penetro de cualquier modo en la cámara de la reina, que siempre me ha profesado mucho afecto, y la arranco con súplicas y con lágrimas el indulto de mi amante...» ¿Acerté?
Floria
Si... Eso haré...
Scarpia
Por desgracia tengo aquí una orden terminante que debo cumplir. (Desdobla el papel que p. 52 está sobre la mesa.) «El caballero Cavaradossi será ejecutado antes de salir el sol.» Leedla. Cuando llegue a mi poder la gracia de indulto, el reo habrá sufrido ya la última pena.
Floria
¿Pero vos no haréis eso?
Scarpia
¿Que no? Sois injusta conmigo. Que yo lleve mi filantropía hasta el punto de salvaros y de poneros en libertad, es natural y además lo realizo con el mayor gusto; pero que haga lo propio con él... eso no... eso no lo haré nunca.
Floria
(Fuera de sí.) Pero entonces, miserable, ¿eres un asesino?
Scarpia
(Tranquilamente.) Lo que yo soy y lo que haya de ser, dependerá de vos, de vos exclusivamente.
Floria
(Sin comprender.) ¿De mí?
Scarpia
Sí; pero, pronto, sentaos... Estáis a punto de caer desfallecida y yo no puedo seguir cenando con tranquilidad mientras vos continuáis en pie... Vamos, hacedme el favor de tomar asiento y aceptad siquiera dos dedos de este excelente vino de España. (Se lo sirve.) Y aquí, con los codos apoyados sobre la mesa, hablaremos con más intimidad y más cómodamente acerca de los medios de aliviar en lo posible, la triste situación por la que atraviesa Cavaradossi.
Floria
No tengo hambre ni sed más que de su libertad. (Se sienta resueltamente enfrente de él, retira el vaso de vino y coloca los codos sobre la mesa.) ¡Concluyamos!... ¿Cuánto?
Scarpia
(Dejando de beber.) ¿Cómo cuánto?
Floria
Sí; ¿qué suma queréis?
Scarpia
¿Dinero? ¿Por quién me habéis tomado? ¡Quién piensa en eso! Porque hace pocas horas estuve implacable, hasta feroz quizá, en el cumplimiento de mis deberes, ¿suponéis que soy capaz de venderme? ¡Qué mal, que mal me conocéis! Si yo extremaba mi celo en la persecución de Angelotti, era porque su fuga constituía mi perdición... Pero una vez realizada mi tarea, soy como el soldado p. 53 que depone la cólera al cesar el combate... Ahora ya no encontraréis en mí más que al barón Scarpia, uno de vuestros más fanáticos admiradores. (Se levanta y se acerca a ella, que, siempre sentada, le mira con inquietud.) Y esta ferviente adoración mía ha adquirido esta noche mayor intensidad... Sí, Floria, hasta hoy yo solo había visto en vos a la inimitable intérprete de las dulcísimas melodías de Cimarrosa y de Paisiello; pero de pronto se me ha revelado la mujer... la mujer más apasionada y mil veces más admirable en la realidad de la pasión y del dolor que en las ficciones de la escena... ¡Qué acentos tan patéticos acabo de oíros!... ¡qué gestos tan conmovedores!... ¡qué gritos tan sublimes!... Cuando yo he visto todo esto, verdaderamente maravillado, estuve a punto de olvidar mi papel en aquella terrible tragedia, para aclamaros como un espectador entusiasmado, y declararme vencido ante tan prodigiosas seducciones.
Floria
(A media voz, pero siempre inquieta.) ¡Ojalá lo hubieseis hecho!
Scarpia
(Dejando el vaso sobre la mesa y sentándose en el sofá cerca de ella.) ¿Queréis saber por qué no lo hice? Pues porque al mismo tiempo que experimentaba este entusiasmo súbito por la mujer fascinadora, tan diferente de aquellas que había conocido hasta entonces, surgieron en mi alma unos celos horribles... unos celos espantosos que me roían las entrañas. ¿Cómo —me decía yo— esta cólera que enrojece su semblante, estos gritos de angustia que ella lanza, son por un individuo cualquiera, por un miserable pintor que no vale ni una sola de sus lágrimas? Y cuanto mayores y más sentidas eran vuestras súplicas por él, más se aferraba en mí el ansia de tenerlo en mi poder para hacerle sufrir todo lo que yo sufría, para hacerle pagar con la vida tanto amor, y castigarle, sí, sí, castigarle sin compasión y sin tregua... ¡Oh! le odio de tal modo por esa felicidad inmerecida p. 54 que ha conseguido, le envidio de tal suerte por poseer una criatura tan angelical como vos, que no podré perdonarlo nunca... nunca, sino con una condición... una sola... La de tener yo también mi parte en esa dicha.
Floria
(Levantándose.) ¿Tú?
Scarpia
Y la tendré. (Sentado y tratando de retenerla por un brazo.)
Floria
(Separándose de él violentamente y lanzando una carcajada de burla.) ¿Tú?... Antes me arrojaría por ese balcón.
Scarpia
Hazlo y dentro de poco estará detrás de él el cadáver de tu amante, (Con mucha frialdad y sin moverse.)
Floria
¿Conque ese era el precio de tu infamia?
Scarpia
Por fin lo entendiste. (Sonriéndose.) Pronuncia un sí y lo salvo... un no y lo asesino.
Floria
(Retrocediendo asustada.) ¿Serás capaz de emplear hasta la violencia?
Scarpia
(Aproximándose tranquilamente a la mesa y echando azúcar al café.) La violencia no, de ningún modo... Eso no entra en mis hábitos... Si la proposición no te agrada puedes irte tranquilamente; ya te lo he dicho... (Agita el café con una cucharilla.) Todas las salidas las encontrarás abiertas. Pero te desafío a que lo realices... Ahora, si piensas entretenerte en insultarme, en suplicarme, te aconsejo que desistas de hacerlo, porque vas a perder el tiempo de una manera lastimosa. De modo que la mejor resolución que puedes tomar es decir sí desde luego.
Floria
¡Nunca! Voy a despertar a todo el mundo para pregonar tu infamia. (Se dirige de nuevo hacia la puerta.)
Scarpia
(Tomando un sorbo de café.) Pero no podrás despertar al muerto. (Al oír estas palabras se vuelve Floria con un gesto de desprecio. Scarpia continúa sonriendo.) Me odias mucho, ¿no es cierto?
Floria
¡Que si te odio!
Scarpia
Muy bien... así te quiero yo. (Concluye de tomar el café y deja la taza sobre la mesa.) De las mujeres que se rinden sin lucha estaba ya cansado; p. 55 más que cansado, ahíto. Lo que me seduce es tu desprecio, lo que ansío es vencer tu repugnancia, domar tu cólera y humillar tu orgullo.
Floria
¡Demonio!
Scarpia
¿Demonio? Sea... Acepto el calificativo... Por lo mismo que soy un demonio tengo impulsos satánicos y goces infernales. Sí, quiero saborear el supremo placer de sentir tu alma indignada doblegarse ante mí, hasta quedar rendida... ¿Qué venganza mejor puedo tomar de tus ultrajes? ¿Qué refinamiento más delicado para un demonio que verte batallar inútilmente entre el dolor y la cólera, hasta caer vencida? ¿Y dices que me odias? Eso es lo que yo esperaba de ti, un odio mortal, implacable, feroz, y me prometo una alegría diabólica, al mirarte a mis pies, suplicante, entre los últimos espasmos de tu rencor impotente.
Floria
(Atónita y mirándole con horror.) ¿Pero qué especie de monstruo eres tú? ¿De qué lodo infecto te han hecho? ¿Qué fiera te ha engendrado?
Scarpia
Sigue... sigue... Más... más... ¡aún más!... Continúa escarneciéndome... ¡Nunca me parecerán bastantes tus insultos!... Vamos, no te detengas... Amontona contra mí las injurias más expresivas, abofetéame el rostro con los dicterios más repugnantes, escúpeme a la cara los insultos más soeces... Todo eso no servirá más que para encender la hoguera de la pasión que arde en mi pecho. (Trata de abrazarla.)
Floria
(Retrocediendo espantada.) ¡Atrás! ¡No te acerques! ¡Socorro! ¡A mi! ¡A mí!
Scarpia
No acudirá nadie. Te cansas en vano. (Acercándose al balcón.) Mira... Los primeros fulgores de la mañana empiezan a colorear el horizonte. Tu Mario, tu idolatrado Mario, solo tiene ya un cuarto de hora de vida.
Floria
(Levantando las manos al cielo.) ¡Señor!... ¡Dios justo!... ¡Dios omnipotente!... ¿pero no ves esto? ¿Cómo consientes tanta infamia? ¡Dios mío, socórreme!... Ven en mi ayuda.
p. 56 Scarpia
(Burlándose.) ¡Si no cuentas con otro auxilio! (Mirando desde el balcón.) Ya está en la horca el cadáver de Angelotti... ¿Le ves? (Floria retrocede horrorizada cubriéndose los ojos con las manos.) Ahora le toca al vivo. (Llamando.) ¡Colometti!
Floria
(Lanzándose desesperada hacia el balcón.) ¡No, no!... ¡Eso no!... ¡salvadle!...
Scarpia
(Abrazándola.) ¿Entonces?
Floria
(Dejándose caer a sus pies.) ¡Piedad!... ¡Tened piedad de mí! ¡Ya os habéis vengado bastante!... Vedme aquí, a vuestros pies, castigada, vencida, suplicante, casi moribunda, implorando vuestro perdón por todo lo que haya podido ofenderos...
Scarpia
(Levantándola y abrazándola estrechamente.) Es decir, que estamos de acuerdo, ¿no es verdad?
Floria
(Separándose de él y lanzando un grito de repugnancia invencible.) ¡Ah!... ¡no!... ¡Nunca!... ¡nunca!... ¡Antes la muerte!... (Huye hacia la derecha, crispada de terror. En este momento se abre la puerta de entrada y aparece Colometti.)
LOS MISMOS, COLOMETTI y algunos soldados que están agrupados detrás de él.
Colometti
¿Debo ir a buscar al reo, excelencia?
Floria
¡Oh!
Scarpia
Espera. (En voz baja a Floria, que está apoyada en el respaldo del sofá.) Te doy un minuto para reflexionar.
Floria
(Con angustia infinita.) ¡No puedo más!... ¡No puedo más! ¡Todo ha concluido en mí!
Scarpia
(En voz baja.) Responde.
Floria
(Después de una pausa y haciendo un violento esfuerzo.) Sí... (Al decir este monosílabo se deja caer en el sofá, anegada en lágrimas, con el rostro sobre los almohadones y sollozando desesperadamente.)
Scarpia
(Sonriendo.) He cambiado de opinión, Colometti. El verdugo puede retirarse a descansar... p. 57 Por ahora su faena ha concluido. (Colometti da una orden a los soldados y estos se retiran.)
Floria
(Incorporándose penosamente y en voz baja, ahogada por los sollozos.) Quiero la libertad de Mario, pero ahora, en este mismo instante.
Scarpia
(También en voz baja.) Poco a poco, amiga mía. No se puede andar tan deprisa. Aquí está la orden formal del gobernador a quien debo obedecer. (Se la enseña.) «Cavaradossi será ejecutado antes de salir el sol.» El caballero debe, pues, sufrir la pena impuesta por las leyes o por lo menos, debe creer todo el mundo que la ha sufrido. La estratagema que voy a emplear para librarle de la muerte, solo la conoceremos el caballero Cavaradossi, Colometti y nosotros dos.
Floria
¿Y quién me garantiza que cumpliréis vuestra palabra?
Scarpia
Las órdenes que voy a dar ahora mismo. (En voz alta.) Colometti, cierra esa puerta. (Colometti obedece.) Oye bien lo que tengo que decirte... El preso no será ahorcado, sino fusilado (Movimiento en Floria. Scarpia la tranquiliza con un gesto.) sobre la explanada del castillo, lo mismo, exactamente lo mismo, que el conde de Palmieri.
Colometti
¿Es decir que esa ejecución?...
Scarpia
No será más que simulada, ¿comprendes? Como lo fue la del conde.
Colometti
Entendido, excelencia.
Scarpia
Tú mismo elegirás entre los soldados de la compañía de guardias, doce hombres de tu confianza, cuyos fusiles también tendrás cuidado de cargar por ti mismo, con cartuchos sin bala.
Colometti
Así lo haré.
Scarpia
En seguida, advertirás al caballero Cavaradossi todo lo que debe de hacer para evitar sospechas... Cuando el reo oiga el ruido de la descarga, se dejará caer en tierra, como herido por el rayo... En este momento te acercarás a él como para convencerte de que está bien muerto y después de decir en alta voz que no necesita el tiro de gracia, ordenarás p. 58 al piquete que se retire al castillo. Cuando los soldados hayan desaparecido, te aproximarás al caballero Cavaradossi y después de echarle la capa sobre los hombros, le acompañarás tú mismo, hasta la puerta del castillo, donde le esperará el coche de la señora. Entrarás con él en el carruaje y sin perder un momento le acompañarás hasta la puerta Angélica, que has de mandar abrir por orden mía. Cuando estéis fuera de las murallas, en lugar seguro, le dejarás continuar su viaje y tú vendrás a darme cuenta de todo y a descansar. ¿Has entendido bien?
Colometti
Perfectamente, excelencia. ¿Cumplo ahora lo mandado?
Scarpia
No. Deja solo al reo en la capilla y espera.
Floria
(A media voz.) Quiero verle... quiero decirle yo misma cuanto acabáis de ordenar.
Scarpia
Sea. (A Colometti.) La señora está en libertad y puede ir y venir a su antojo por el castillo. Deja a uno de tus compañeros al pie de la escalera, para que la acompañe hasta la capilla. Después de la entrevista y cuando la señora haya entrado en su coche ejecutarás fielmente todo lo que acabo de ordenarte.
Colometti
Está bien, excelencia. (Inclinándose.)
Scarpia
No te olvides de nada... Ordena, en nombre mío, que no entre nadie a molestarme... (Colometti sale cerrando la puerta. Scarpia echa el cerrojo por dentro.)
FLORIA y SCARPIA
Floria
(Al ruido que hace el cerrojo, Floria se estremece y se levanta pálida y vacilante.)
Scarpia
(Acercándose a ella.) ¿Estás satisfecha?
Floria
(Con voz débil y temblando.) Aún no.
Scarpia
¿Tienes más que pedirme todavía?
Floria
(Haciendo un esfuerzo.) Quiero un salvoconducto, p. 59 autorizándome para abandonar libremente los Estados Romanos.
Scarpia
Es muy justo. (Va hacia la escribanía y se pone a a escribir vuelto de espaldas. Floria se acerca a la mesa y toma el vaso en que Scarpia le sirvió vino al principio del acto. Al acercarlo a sus labios, se fija en el cuchillo de trinchar, de hoja muy afilada, que está sobre la mesa y se iluminan sus ojos con brillo siniestro, volviéndose en el acto a mirar a Scarpia que sigue escribiendo. Deja el vaso sobre la mesa y aproxima hacia sí el cuchillo. Después se quita, rápidamente, el guante de la mano derecha y lo coloca encima del cuchillo. Scarpia, que ha concluido de escribir, lee en alta voz.) «Se ordena a todas las autoridades civiles y militares, que dejen salir libremente de la ciudad de Roma y de todos los Estados romanos a la artista Floria, llamada La Tosca , y al caballero que la acompaña, encargándoles además que les presten protección y ayuda si la necesitasen. Tal es nuestra voluntad.— Roma, diez y ocho de junio de mil ochocientos.— Vitelio Scarpia, director general de Policía.— Por mandado de su majestad Católica el rey Fernando.» (Se acerca a Floria, la cual vuelve a coger el vaso, apurando de una vez su contenido.) Está bien así, ¿no es cierto? (Entrega el salvoconducto a Floria que lee en pie, rozando casi su espalda con el rostro de Scarpia, que está inclinado sobre ella, devorándola con los ojos. Floria, después de leer, coloca el vaso sobre la mesa, procurando que su mano esté casi encima del cuchillo.) Y ahora, ¿qué me darás tú en cambio? (La estrecha por la cintura con un brazo, mientras la besa ardientemente en la espalda.)
Floria
¡Esto! (Se vuelve rápidamente y le clava el cuchillo en el corazón.)
Scarpia
(Cayendo sobre el sofá.) ¡Ah... maldita!
Floria
(Prorrumpiendo en una carcajada de alegría salvaje.) ¡Por fin!... ¡por fin! ¡Estás en mi poder!
Scarpia
¡Socorro!... ¡A mí!...
Floria
¡Grita, grita si puedes! ¡Miserable!... ¡Ah!... ¡Dios ha oído mis súplicas! (Arroja el cuchillo sobre la mesa.) ¡Verdugo! ¡Me has torturado durante toda una noche! ¡Te has reído de p. 60 mi desesperación y de mis lágrimas, has pisoteado sin piedad las fibras más delicadas de mi alma! ¿Y no había de tener yo mi desquite? (Se encorva y se acerca a él.) Mírame bien, infame... Mira el regocijo que siento ante tu agonía... mira el placer con que contemplo tu muerte... ¡Cobarde!... Y mueres por mano de una mujer, aborto del infierno. Sí, y mueres desesperado, blasfemando de rabia como los réprobos, ¡como lo que eres!... ¡Muere, demonio! ¡Muere, monstruo!... ¡Muere condenado por toda la eternidad!
Scarpia
(Tratando de incorporarse, sobre el respaldo del sofá.) ¡Favor!... ¡Yo muero!
Floria
(Va hacia la puerta de salida a escuchar, pero sin dejar de mirar a Scarpia.) ¡No llames en tu auxilio! ¡Nadie vendrá!... Tu propia sangre te ahoga la voz en la garganta, ¡miserable! (Scarpia, por un último y supremo esfuerzo, logra ponerse casi de pie y Floria, al verlo, va hacia la mesa, empuñando de nuevo el cuchillo. Ambos están, uno frente al otro, unos instantes; ella, amenazadora, y él, sofocado por el estertor de la agonía y sin poder hablar hasta que por fin, cae sobre el sofá lanzando un gemido, y del sofá vuelve a caer en tierra. Floria deja el cuchillo sobre la mesa y dice con frialdad.) ¡Más vale así! (Toma el candelero que está sobre la mesa y lo acerca al rostro de Scarpia que en este instante expira.) ¡Ahora estamos en paz! (Sin volver a mirar el cadáver, coloca el candelabro, en su sitio y se limpia, tranquilamente, la mano con el mantel. Después ve una mancha de sangre en el vestido y moja una punta de la servilleta en la botella de agua y se frota con ella el vestido, estruja la servilleta y la tira en la alcoba. Anda alrededor de la mesa y se va hacia el espejo, coge el candelabro que está sobre la consola y lo enciende y vuelve a dejarlo en su sitio. En seguida se arregla los cabellos, recoge el guante, se lo calza, y al abrochárselo, ve el cadáver.) ¿Y era eso lo que hacía temblar a toda una ciudad? (En este, instante empieza a oírse el redoble lejano de tambores.) ¡La diana! ¿Ya? (Sigue el ruido de los tambores que no cesa hasta que cae el telón. Floria toma, sobre la mesa, el salvoconducto y se lo p. 61 guarda en el pecho. Escucha hacia la puerta, después se acuerda de que ha encendido el candelabro y se dirige a apagarlo, pero de pronto cambia de idea y vuelve a encenderlo con el que está sobre la mesa, colocando los dos candelabros a ambos lados del cadáver. Mira en torno suyo, ve el crucifijo que está sobre el reclinatorio, lo coge y lo pone sobre el pecho de Scarpia. Por último, se dirige a la puerta, descorre el cerrojo, la abre con precaución y mira hacia el corredor que está muy oscuro. Permanece un momento escuchando y sale, cerrando la puerta detrás de sí, mientras los tambores redoblan con mayor fuerza.)
TELÓN
p. 63
CUADRO PRIMERO
La capilla de los condenados a muerte en el castillo de Santángelo. Ventana con fuertes rejas de hierro al fondo, un altar a la derecha y la puerta de entrada a la izquierda.
MARIO, acostado y dormitando, UN CARCELERO, COLOMETTI y DOS SOLDADOS que están de centinela.
Colometti
(Acercándose a Mario.) ¡Caballero! ¡Vamos... caballero!
Mario
(Despertándose.) ¿Eh? ¿Que hay? ¡Ah! ¿Sois vos?... ¡Dormía de una manera tan agradable!... Llegó el momento. ¿No es eso? ¿Venís a poner fin a este hermoso sueño para anunciarme que voy a entrar en el otro, en aquel otro que no concluye nunca?
Colometti
Os equivocáis. Vengo a deciros que está ahí una persona que quiere hablaros. (Se acerca hacia la puerta de entrada, que permanece abierta.)
Mario
(Deteniéndole.) Aguardad. Si es alguno de esos frailes que pretenden hacerme implorar la misericordia divina por haber intentado salvar la vida de un fugitivo, decidle de mi parte que se vaya, que no quiero verle. Sí, p. 64 yo os ruego que me libréis de la presencia de esas gentes y de sus cánticos lúgubres. La muerte es ya harto desagradable por sí misma para ennegrecerla aún más con la tristeza que infunden en el ánimo semejantes ceremonias. (Vuelve a recostarse como para dormir de nuevo.)
Colometti
No es eso. Los religiosos se han retirado ya por orden de su excelencia. La persona que desea entrar es una persona de vuestro agrado.
Mario
(Vivamente.) ¿Floria?
Colometti
Sí.
Mario
(Levantándose.) ¡Oh!... que venga... que venga al instante... ¿Dónde está? (Colometti hace un gesto al carcelero y este hace entrar a Floria.)
LOS MISMOS y FLORIA
Floria
(Corriendo a abrazar a Mario.) ¡Mario!
Mario
¡Alma mía!
Floria
¿Me has perdonado ya?
Mario
¡Perdonarte! ¡Tú eres quien debe perdonarme un injusto movimiento de cólera!... ¡Qué habías de hacer después de atormentarte de aquel modo!... ¿Vienes a darme el último adiós?
Floria
(Mirando de soslayo a los polizontes que ante una señal de Colometti se disponen a marcharse.) No... no vengo a darte el último adiós.
Mario
(Sin comprender.) ¿Qué dices?
Floria
(En voz baja.) ¡Calla!... Espera, espera a que se hayan marchado. (Acerca su rostro al de Mario, el cual al sentir su contacto en la mejilla no puede contener un gesto de dolor.) ¿Sufres mucho todavía?
Mario
(Cogiéndole las manos a Floria y besándolas con amor.) No... un poco... Ya estoy mejor.
Floria
Yo te curaré. ¡Amor mío!... Dentro de algunos minutos estaremos lejos, muy lejos de p. 65 esta ciudad... Los dos juntos... y a salvo de todo riesgo... (En este momento han salido el carcelero y los soldados y no queda más que Colometti.) Sí... te traigo la libertad, la salvación.
Mario
(Asombrado.) ¡Mi libertad!
Floria
Absoluta.
Mario
(Atónito.) ¡De Scarpia!
Floria
Sí, de él, de él mismo... ¿No es cierto señor Comisario? ¿No es verdad que estará libre?
Colometti
Hace pocos momentos su excelencia me ha dado órdenes que confirman todo cuanto dice la señora.
Floria
¿Lo ves, Mario?
Mario
(Mirando a uno y a otro.) ¡Órdenes! ¿Qué órdenes son esas? (Sin comprender.)
Floria
Que tu fusilamiento no será más que simulado. ¿Entiendes? Nada más que por pura fórmula... pero los fusiles estarán cargados con pólvora sola. ¿No es cierto señor Comisario? (Colometti hace una señal de asentimiento.) Sin bala. ¿Entiendes bien? Y para mayor seguridad las armas las preparará el mismo señor Comisario, aquí presente. ¿No es verdad? (Colometti vuelve a afirmar. Mario sigue mirándola con incredulidad.) Que te lo asegure él, que él mismo te lo afirme, porque parece que no quieres dar crédito a mis palabras... Vamos, hablad, hablad pronto. (A Colometti.)
Colometti
Sí, yo mismo he cargado los fusiles... Así lo ha ordenado su excelencia.
Floria
¿Lo oyes? Él mismo acaba de decirlo... Ya ves que no te engaño... En seguida te conducirán a la explanada y al oír el ruido de la descarga te dejarás caer en tierra como muerto... El señor Comisario despedirá al piquete y en el acto te abrirá la puerta del castillo. Saltamos después en mi coche y ya estamos en libertad... ¿Comprendes? En libertad completa... ¡Libres para siempre! ¿Ves qué felicidad tan grande?
Mario
(Con la misma incredulidad.) ¿Pero todo eso es posible?
Floria
Naturalmente. ¿Por qué muestras tanto empeño en negarlo? Mira... Mira... (Sacando del p. 66 pecho el salvoconducto.) Aquí está el salvoconducto para atravesar la frontera.
Mario
¿Tú?
Floria
Y tú también. ¡Mario mío! Léelo entero. «La señora Floria, llamada La Tosca , y el caballero que la acompaña.» Bien claro está.
Mario
(Después de leer.) Sí, eso dice. ¿Y la firma de Scarpia? (Confuso y sin comprender.)
Floria
¿Estás convencido? (Abrazándole.)
Mario
(Creyendo adivinar.) ¡Ah! (Se detiene mirando a Colometti.)
Colometti
Sí, el caballero no debe tener ningún género de desconfianza. Conviene apresurarse y no aguardar a que el día aclare por completo. Después tendrán tiempo de hablar y abrazarse.
Floria
¡Es verdad!... ¡Tenéis razón!... ¡Pronto!... ¡Pronto!...
Colometti
El piquete se encuentra ya formado en la explanada. Voy a cerciorarme de que el sitio está completamente desierto y vuelvo a buscaros.
Floria
Sí... sí... Que nadie te vea. ¡Cómo os agradezco lo que hacéis por nosotros!
Colometti
Cumplo las órdenes de mi jefe. (Vase.)
MARIO y FLORIA
Mario
(Apenas sale Colometti se dirige a Floria cogiéndola violentamente por un brazo.) ¡Desgraciada! ¿A qué precio compraste mi libertad?
Floria
¿A qué precio?
Mario
Sí.
Floria
(Con voz terrible.) Pues con una puñalada en el corazón... (Rápidamente.) Pero, antes... ¿entiendes? Antes.
Mario
¿Tú has hecho eso?
Floria
¡Yo!
Mario
¿Y ha muerto?
Floria
(Con alegría.) A mis pies y revolcándose en su propia sangre.
p. 67 Mario
¿Y no has huido? ¿Y estás aquí tan tranquila? ¡Pero se descubrirá su muerte y te buscarán!
Floria
No, no temas... Él mismo, delante de mí, ordenó que le dejaran descansar. ¡Ya descansa!
Mario
¡No importa... huye... huye pronto!
Floria
Repito que no tengas temor alguno. Es natural que habiendo velado toda la noche sus gentes le dejen solo hasta la hora de almorzar, de modo que tenemos por delante el tiempo suficiente para llegar hasta Civitavecchia, donde podremos encontrar un buque que se haga a la vela, o un bote o una barca de pescadores. Cuando vean el cadáver, nosotros estaremos en alta mar, fuera de las garras de la policía.
Mario
¡Ah, valerosa Floria!... ¡Eres una romana, una verdadera romana de los tiempos heroicos! (Abrazándola.)
Floria
(Al ver que se abre la puerta.) ¡Silencio!... El Comisario.
DICHOS, COLOMETTI y SOLDADOS
Colometti
Vamos...
Mario
Cuando gustéis.
Floria
(Vivamente.) ¡Sí... sí! (Al ver a los soldados cambia de tono.) ¡Mario! (Le abraza. En voz baja a Colometti.) ¿Puedo acompañarle?
Colometti
No. (También en voz baja.) Es más conveniente que no os presentéis hasta que oigáis los disparos.
Floria
(Idem.) La explanada está aquí encima. ¿No es cierto?
Colometti
Sí... No hay más que subir veinte escalones.
Floria
Bien...
Colometti
Vamos, caballero. (A Mario.)
Floria
(Siempre abrazada a Mario.) No te olvides de nada. ¡Por Dios, Mario mío, déjate caer en cuanto oigas la descarga!... Y sobre todo no p. 68 te muevas hasta que yo te avise... ¿Entiendes?
Mario
Sí. (Besándola las manos.) Adiós, Floria.
Floria
Adiós no... Hasta luego, vida mía.
Colometti
¡Adelante!... ¡Marchen! (Los soldados rodean a Mario que sale conmovido.)
FLORIA sola
Floria
(Después de una pausa.) Sí, no hay duda... Con mis caballos llegaremos a Civitavecchia antes de cuatro horas. ¡Ah, cuándo veré perderse en el horizonte esta maldita tierra romana! ¡Con qué placer respiraremos fuera de ella! (Pausa.) Les oigo andar aquí encima... (Escucha.) Ya se paran... ¡Por fin llegó el momento supremo!... Con tal de que no se le ocurra a nadie ir a despertar al otro para cualquier asunto... (Otra pausa.) ¿Qué es lo que hacen ahora? ¿A qué aguardan? Debía ya de haberse cumplido todo... El más leve indicio puede perderle... Me estremece el alma tanto esperar... ¡Me digo a mí misma que no se trata más que de una ficción, y sin embargo la idea de que van a disparar sobre él me hiela la sangre en las venas!... ¡Pronto!... ¡Pronto!... ¡Dios mío, qué minutos tan eternos!... ¿Pues no estoy temblando?... ¡Concluid!... (Suena el ruido de la descarga, al oírle lanza un grito de espanto.) ¡Ah!... ¡Estoy loca!... ¡Me he estremecido de horror como si fuera verdad!... ¡Ya está hecho!... ¡Ahora pronto, arriba!... Su capa que han olvidado. (Toma la capa de Mario y sale precipitadamente.)
MUTACIÓN
p. 69
Explanada. Al fondo un parapeto defendido con cañones. En las lejanías, vista de la ciudad de Roma, entre el Coliseo y la cúpula de San Pedro, iluminada por los fulgores del sol naciente. A la izquierda una muralla alta, y al final de ella, bambalinas de aire. A la derecha, otro muro, en el cual se abre la poterna, que está a la entrada de la escalera. Más hacia la izquierda, un pasadizo entre el muro y el parapeto. Empieza a amanecer en el momento de alzarse el telón, y la escena se va iluminando con mayor intensidad hasta finalizar el cuadro, en que brillará el sol espléndidamente sobre el horizonte.
MARIO está tendido en tierra cerca de la muralla, a la izquierda. Los SOLDADOS están en el fondo, a la derecha, entre el parapeto y el muro de la poterna. COLOMETTI está inclinado sobre el cuerpo de Mario, cuya cabeza está vuelta hacia la muralla. Un SARGENTO con una linterna alumbra a Colometti.
Colometti
(Después de observar el cuerpo durante un momento, se incorpora y se dirige al sargento.) Está bien muerto. Podéis retiraros. (El sargento se va, seguido de los soldados. En este mismo instante aparece Floria por la poterna con la capa de Mario al brazo.)
Floria
Este debe ser el sitio... Sí, aquí está la explanada. (Ve a Colometti.) Ah, es él. ¿Los soldados se han retirado ya?
Colometti
Hace un momento.
Floria
(Avanzando.) ¿Dónde está?
Colometti
(Señalando al sitio.) Allí.
Floria
Ah. (Se lleva la mano al pecho.) Está bien. (Reponiéndose.) Tened la bondad de ver si el camino está solitario. (Colometti sale por el fondo derecha. Floria corre hacia el sitio donde se encuentra el cuerpo de Mario.) ¡Soy yo! (Aparece un soldado.) ¡No te muevas!... ¡No te muevas, por Dios!... Pasa un soldado... Aguarda. (Se separa de Mario repentinamente.) ¡Ya se ha ido! (Vuelve a acercarse p. 70 a él, pero en este instante aparecen cuatro hombres con dos linternas.) ¡Quieto, todavía viene gente!... ¡Dios mío, y el comisario que no llega! (Se acercan los cuatro hombres.) ¿Eh? ¿Qué queréis? ¿Adónde vais?
Sargento
Venimos a buscar el cadáver.
Floria
(Con el espanto propio de la situación.) ¡Atrás! ¡No os acerquéis! ¡Ese cadáver me pertenece!... ¡Es mío!... ¡Me lo ha entregado el señor barón de Scarpia!... ¿No os lo ha dicho el Comisario?
Sargento
Nada nos ha dicho.
Floria
Se habrá olvidado de daros la orden... Llamadle... Buscadle en seguida. (Los soldados van hacia la derecha. Floria se acerca a Mario, sin perder de vista a los soldados.) ¡No te levantes aún! ¡Podrían verte! ¡Espera a que se hayan alejado y después nos iremos! ¡Es lo mejor! ¡Podría ocurrir cualquier desgracia imprevista! Con el salvoconducto saldremos del castillo los dos sin esperar al Comisario... (Respirando.) ¡Por fin!... Ya no se les ve... Ya se han ido... ¡Ahora! (Le arroja la capa, mirando siempre a la derecha hacia el fondo.) ¡Pronto! ¡Embózate! ¡Arriba! (Se vuelve y le ve inmóvil.) ¿Eh? ¿Qué haces? ¡Levántate! ¿No me oyes? (Espantada se acerca a él.) ¡Mario! ¡Mario mío! ¿Se habrá desmayado? (Se aproxima, le coge la cabeza y la vuelve rápidamente. Entonces ve el rostro de Mario con la palidez de la muerte y el brazo derecho del cadáver, que cae rebotando sobre el suelo.) ¡Jesús! ¿Qué miro? (Abrazada al cadáver.) ¡Sangre!... ¡Sangre!... ¡Muerto!... ¡Asesinos! ¡Asesinos! (Colometti y Schiarrone con los soldados. Al verlos Floria se levanta como una furia y se dirige a Colometti.) ¡Miserable!... ¡Verdugo, lo has asesinado!
Colometti
He cumplido la orden. Le mandé fusilar como al Conde Palmieri.
Floria
¡Ah!... ¡la fiera!... ¡el monstruo!... ¡Y no puedo matarlo por segunda vez!
Schiarrone
¿Matar? ¿A quién?
Floria
(Con acento terrible.) A vuestro infame Scarpia... ¡A ese demonio del infierno!... ¡Sí, acabo de matarlo de una cuchillada en el corazón! ¡Y p. 71 ahora siento que esté muerto, porque quisiera clavarle de nuevo el puñal en la herida y retorcerlo, en ella mientras tuviera fuerza en mi brazo y aliento en mi pecho! (Colometti hace una seña y se van el Sargento y los soldados.) ¡Sí, andad, cobardes!... ¡Corred a ver lo que he hecho de ese monstruo que asesina después de muerto!...
Schiarrone
(Tratando de abalanzarse a ella.) ¿Tú?
Colometti
(Deteniéndole.) No hagas caso. ¡No ves que está loca de dolor!... ¡Delira!
Floria
No deliro... Está muerto... ¡Muerto! ¡Muerto!
Colometti
¿Entonces?
Floria
(Desafiándole con el gesto.) ¿Qué?
Colometti
Sería poca tu vida para pagar la suya.
Floria
¿Mi vida? ¿Qué me importa la vida, miserable?... ¡Tomadla, tomadla pronto! (En este instante se oyen voces confusas en el interior del castillo y redobles de tambores.)
Colometti
(Al Sargento que vuelve precipitadamente.) ¿Qué sucede?
Sargento
Esa mujer ha dicho la verdad.
Colometti
¿El barón?
Sargento
¡Muerto!
Todos
¡Ah! (Gritos de cólera.)
Colometti
(A Floria que durante este breve diálogo se ha ido retirando con expresión de alegría siniestra.) ¡Te mandaré a hacer compañía a tu amante!
Floria
(En lo alto del parapeto.) Voy yo misma sin necesidad de tu auxilio. ¡No quiero sufrir más el horror de veros, infames esbirros de una infame tiranía!... (Mirando hacia Roma.) ¡Pueblo envilecido que la soportas!... (Alzando el puño hacia el sol que aparece radiante en el horizonte.) ¡Sol estúpido que la alumbras, malditos seáis! (Se arroja por el parapeto.)
TELÓN