The Project Gutenberg eBook of Los caciques

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Title : Los caciques

Author : Carlos Arniches y Barrera

Release date : March 16, 2022 [eBook #67638]

Language : Spanish

Original publication : Spain: R. Velasco, impresor

Credits : Ramón Pajares Box (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/American Libraries.)

*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS CACIQUES ***

Nota de transcripción


Cubierta del libro

LOS CACIQUES



p. 3

LOS CACIQUES

FARSA CÓMICA DE COSTUMBRES DE POLÍTICA RURAL

DISTRIBUIDA EN TRES ACTOS

ORIGINAL DE

CARLOS ARNICHES


Estrenada en el TEATRO DE LA COMEDIA de Madrid
el 13 de febrero de 1920

Ilustración ornamental

MADRID

R. Velasco, Impresor, Marqués de Santa Ana, 11, dup.º

TELÉFONO, M 551

1920


p. 4

REPARTO


PERSONAJES ACTORES
CRISTINA Srta. Redondo.
EDUARDA Sra. Alba.
SEÑÁ CESÁREA Mesa.
TÁRSILA Villa.
LA ANASTASIA Andrés.
MELITONA Srta. León.
MARÍA TERESA Redondo (J.)
CHICA 1.ª Caba.
CHICA 2.ª Cortesina.
PEPE OJEDA Sr. Bonafé.
ALFREDO Asquerino.
DON ACISCLO Tudela.
DON RÉGULO Górriz.
CAZORLA Roa.
EL CARLANCA Pereda.
EL MORRONES Caba.
DON SABINO Del Valle.
EL PERNILES Gutiérrez.
GARIBALDI Riquelme.
EUSTAQUIO Gutiérrez.
DON ALICIO Pereda.
MONREAL Insúa.
CHICO 1.º Roldán.

La acción ocurre actualmente en un pueblo de España.


Derecha e izquierda, las del actor.


p. 5

A S. M. el Rey Don Alfonso XIII

Señor:

La emoción que me produjeron las altas palabras que escuché de V. M. la noche que presenció la representación de esta obra, me impulsa a dedicárosla.

Se consigna en ella una amarga y viva realidad de las costumbres políticas españolas expresada sincera y noblemente; pero sería injusto no consignar también en su primera pagina, con la misma sinceridad y nobleza, que si todos los españoles se hubiesen penetrado de los altos propósitos renovadores de V. M., esta obra no hubiese podido ser escrita, porque el caciquismo no existiría.

Y esta rotunda afirmación tiene el valor de estar hecha por un hombre independiente que no tiene su espíritu coaccionado por ninguna devoción política, ni desea del Trono otra cosa sino la egregia bondad de Vuestra Real estimación.

Madrid, 10 de marzo de 1920.

Señor, a L. R. P. de V. M.

Carlos Arniches.


p. 7

Ilustración ornamental

ACTO PRIMERO


Sala de despacho en la planta baja de un caserón de pueblo, habitado por gente de buen acomodo.

A la derecha, en segundo término, puerta de entrada en comunicación con el zaguán; en primero, puerta de otra habitación. Al fondo, una ventana con reja y una puertecilla que dan al huerto, inundado de sol, y del que se ven arriates llenos de flores. A la izquierda, puerta de una hoja, que comunica con habitaciones interiores. Ante esta puerta una mesa de despacho antigua y un sillón de baqueta. El resto del mobiliario adecuado: antiguo, cómodo y fuerte. Un reloj de caja en lugar visible.

ESCENA PRIMERA

EDUARDA y DON ACISCLO

Al levantarse el telón, aparece la escena sola. A poco se ve por la ventana del huerto a doña Eduarda que viene acongojada, huyendo. La sigue, jadeante y ansioso de amor, don Acisclo; ella le rechaza de un empujón y entra indignada en escena por la puertecilla del foro.

Eduarda

¡No, no!... ¡Por Dios, quieto!... (Huye de él, que entra siguiéndola.) ¡Déjeme usted o demando auxilio! (Toda la escena en voz baja y emocionada.)

D. Acisclo

¡Es que me tie usté loco!

Eduarda

Respete usté que soy casada.

D. Acisclo

¡Y a mí qué me importa!

Eduarda

¡Qué cínico!... ¿Pero y mi marido y su mujer?...

p. 8 D. Acisclo

He dicho que na me importa. (Intenta ir hacia ella.) ¡Esos ojos me tien trastornao y!...

Eduarda

(Con cómica energía.) ¡Atrás!

D. Acisclo

Pero, Eduarda, si es que...

Eduarda

(Heroicamente.) ¡Si da usted un solo paso, me secciono la carótida con el raspador!

D. Acisclo

(Asustado.) ¡Eduarda!

Eduarda

¡Atrás!... ¡O me ve usted tinta en sangre! (En uno de sus ademanes, mete los dedos en el tintero.)

D. Acisclo

¿Tinta?

Eduarda

¡Tinta! (En un ademán trágico, vuelca el tintero.)

D. Acisclo

¡Por Dios, el tintero!

Eduarda

¡Nada me importa! ¡Mi honor ante todo!

D. Acisclo

Pero si yo...

Eduarda

¡Es usted un miserable!... ¡Estar yo tranquilamente en la huerta cogiendo manzanas, subida a la escalera y de pronto sentir!... ¡Oh, qué vergüenza! (Llora.)

D. Acisclo

Es que creí que se caía usté.

Eduarda

¿Y me iba usted a sujetar con dos dedos? (Acción de dar un pellizco.)

D. Acisclo

Cuando una persona se cae...

Eduarda

Cuando una persona se cae, se la sostiene, pero no se la retuerce... ¡Y de dónde se me ha retorcido a mí! Que... ¡Ah, si lo supiera mi Régulo! ¡Oh, Régulo, Régulo!

D. Acisclo

Y usté, Eduarda, por qué no quie ser una miaja complaciente y...

Eduarda

(Con altivez.) ¡Basta de indignidades!... Déjeme usted salir.

D. Acisclo

(Con pasión.) Salga usté, pero no será sin que antes... (Intenta sujetarla para darla un beso.)

Eduarda

(Rechazándole.) ¡No, nunca!... ¡Socorro! (Le muerde la mano.)

D. Acisclo

(Retorciéndose de dolor.) ¡Rediez, qué bocao en el dedo! ¡Se me ha comido la yema!

Eduarda

¡Canalla, seductor! ¡¡Satírico!! (Vase puerta izquierda.)

D. Acisclo

(Intenta sujetarla antes que se marche.) Eduarda... Eduarda... (Luchan brevemente. Ella le rechaza y le coge con la puerta la americana, dejándole sujeto. Aterrado.) ¡Atiza! ¡La americana con la puerta!... ¡Cogido por el vuelo! (Suplicante.) ¡Por Dios, Eduarda, abra usté, que estoy cogido! ¡Eduarda!... ¡El vuelo!... ¡Eduarda!...

p. 9 ESCENA II

DON ACISCLO y SEÑÁ CESÁREA primera derecha.

Cesárea

¡Hola, hombre!

D. Acisclo

¡¡Mi mujer!!... ¡¡Tableteau!!

Cesárea

¿D’ande sales?

D. Acisclo

Pues de ahí, de la... que venía de...

Cesárea

¿No ibas con doña Eduarda por el huerto?

D. Acisclo

Sí, con ella iba, que quería unas manzanas.

Cesárea

¿Y qué la dio, que sentí un grito?

D. Acisclo

Como darla, no la dio na; pero arrimó la escalera, se subió al árbol —que ya la ties conocía en lo resoluta— y de poco se cae.

Cesárea

Pos ya no tie edad pa andarse por las ramas.

D. Acisclo

¡Toma!... Eso la he dicho yo, pero...

Cesárea

(Cambiando el tono irónico por otro más acre y resuelto.) Ni tú tampoco la tienes de andarla a los alcances.

D. Acisclo

¡Cesárea!... (Se sopla el dedo dolorido.)

Cesárea

¡Que te creerás que no lo estoy notando too!... ¡Así que una es tonta! ¡Te figurarás que me chupo el dedo como tú!

D. Acisclo

¡Mujer, yo!...

Cesárea

¡Y ten cuidao no te corte yo los vuelos!

D. Acisclo

(¡Ojalá!)

Cesárea

¡Que no me dejas una en paz!... ¡Que me ties más reconsumía!... ¡Ahí agarrao como una rata!... ¿Te paece bonito? (Le zarandea.)

D. Acisclo

(Avergonzado.) ¡Cesárea!...

Cesárea

(Amenazadora.) ¿Qué debía yo hacer ahora?

D. Acisclo

¡Pues traerme otra americana u abrir por detrás!

Cesárea

¡Maldita sea!... Y que te coste, que el día que me harte, se lo digo a don Régulo, que ya le ties conocío, que ese por custión de celos le pega un tiro a su familia.

D. Acisclo

Mujer, después de too, por una broma...

Cesárea

¡Por una broma!... ¡Acisclo, parece mentira que tú, ¡¡tú!!, el dueño, el amo, el rey del pueblo, una persona de tu mando y de tu valer, un hombre al que too el mundo le tie miedo, que haces que se le mude la color a los más templaos... un hombre que causa un respeto que eriza, ahora, por esa tía cursi... ahí prendío como un murciélago!... ¡Si alguien p. 10 se enterara!... ¡Si yo no tuviera prudencia!... (Levanta el pestillo, abre la puerta y deja en libertad a Acisclo.)

D. Acisclo

Mujer, los hombres semos hombres, Cesárea, y con esto ya está dicho que semos mu poca cosa... Salomón era Salomón, y en custión de faldas, u de lo que se llevase en aquel entonces, pues... ya te acordarás que sumó dos mil y pico... Y Napolión, con ser lo que era... pues... también se sumaba lo suyo... Conque uno, que es una meaja menos... pues, algún sumandillo...

Cesárea

¡Sumandillo, y llevas veintidós en lo que va de mes, y estamos a cinco!...

ESCENA III

DICHOS y MORRONES (Alguacil).

Morrones

(Segunda derecha. Desde fuera.) Ave María Purísima.

Cesárea

¿Quién se extraña?

Morrones

¿Se pue pasar?

D. Acisclo

¡El alguacil! Pasa, Morrones.

Morrones

(Con gran respeto.) Güenos días nos dé Dios; con premiso de ustés.

Cesárea

Regulares que sean.

D. Acisclo

¿Qué te trae por acá tan de mañana?

Morrones

Pos naa, que tengo un desgusto, con premiso de usté, que no sé cómo no le da a uno itiricia.

D. Acisclo

¿Pues qué pasa?

Morrones

Pues pasa que don Sabino el médico, el Perniles y Garibaldi, pus m’han hecho de venir a molestarle a usté, con premiso de usté, porque quién hablale de no sé qué cosas nómalas y urgüentes , que me lo he tenío que apuntar. (Mira un papel.)

D. Acisclo

¿Quejas tenemos?

Morrones

¡Qué sé yo!... Cuatro garambainas... Que si los sueldos, que si el riego, que si la contrebución... Naa, lo e siempre: potrestas .

Cesárea

¡Madre, qué tropa!... Pero si esos protestan de too.

Morrones

Toma, como que el año pasao les cayó la lotería y elevaron una potresta por haberles caído en la de tres pesetas.

p. 11 D. Acisclo

Güeno, pues les dices que aguarden, si quieren, que yo voy a tomar el chocolate. Eso si no encuentras alguna razón de las tuyas pa que se vayan.

Morrones

Yo, si usté lo manda, razones siempre tengo. Les abro la puerta y les abro la ventana y ellos escogen: u se marchan u los marcho . (Acción de echarlos.)

D. Acisclo

Déjales, que todavía no es el caso. Pero como me hurguen mucho les va a doler, ¡por estas! Que esos tres me andan buscando las cosquillas...

Cesárea

¿Y viene con ellos Garibaldi, el republicanote ese?...

Morrones

El mismo. Ahora ice que s’ha sindicao con un garrote que tiene, así de gordo.

Cesárea

¡Mala troná en ellos! ¡Valiente gentuza! (Vanse don Acisclo y señá Cesárea, primera derecha.)

ESCENA IV

MORRONES, DON SABINO, PERNILES y GARIBALDI, segunda derecha.

Morrones

(Desde la puerta.) Que les da a ustés su premiso... pero pa pasar aquí hay que limpiarse los pies.

D. Sabino

(Entra. Se descubre.) Buenos días.

Perniles

(Ídem, ídem.) A la paz de Dios.

Garibaldi

(Pasa sin quitarse el sombrero.) Libertá, fraternidá...

Morrones

Quítate el sombrero.

Garibaldi

Igualdá.

Morrones

Igual da, pero quítatelo, (se lo quita y lo tira sobre una silla.)

D. Sabino

¿Has tenido la bondad de decirle al señor alcalde?...

Morrones

Le he dicho lo que le tenía que icir y dice que si quién ustés esperale que le esperen, que ahora saldrá...

D. Sabino

Entonces... (Mira como buscando una silla.)

Morrones

Que ahora saldrá con su señora a dar un paseo y que golverá a la una, pero que ustés hagan lo que sea de su convenencia, que él no se va a privar de sus cosas por naidie.

D. Sabino

Pues esperaremos, ¿no os parece?

Perniles

¡Qué remedio! Yo no me voy sin que me oiga. (Van a coger sillas para sentarse.)

p. 12 Garibaldi

Ni yo... Le quio presentar al noy del fresno . (Por el garrote.)

Morrones

(Muy extrañado.) ¿Pero es que se van ustés a sentar?

D. Sabino

Hombre, si es posible...

Morrones

(Como resignándose.) Güeno, pero cojan ustés taburetes, que las sillas son pa los amigos políticos.

Perniles

Tá bien (Se sientan en taburetes.)

Morrones

(A Garibaldi.) Y tú, tira ese cigarro, que aquí no se pue fumar.

Garibaldi

¿Y por qué fumas tú?

Morrones

No se pue fumar viniendo de vesita. (A Perniles que se vuelve a mirar el reloj.) ¿Y tú qué miras?

Perniles

Hombre, iba a mirar la hora...

Morrones

¡La hora!... En seguía si fua yo el Alcalde iba a tené un reló destapao pa que se aprovechasen d’él los del partido contrario... Mañana lo forro.

Garibaldi

Lo que debías tú de hacer, aunque seas aguacil y estés amparao por ciertos mandones, es mirarte una miaja más en la atención de las presonas que necesitan del monecipio y no avasallar a too Cristo por menos de naa.

Morrones

Tú, lo que vas a hacer, es callarte la boca ahora mismo.

Garibaldi

Y prencipalmente por don Sabino lo he dicho, que es una presona médica y respetable, llena de canas; que uno al remate no es letrao ni muchismo menos y anda con Dios y que le falten a uno, que tan hecho está uno a trancas como a barrancas.

Morrones

Tú eres un parlero que hablas más de la cuenta, y si no te callas te agarro de los cabezones y sales... (Le amenaza.)

Garibaldi

(Enfurecido.) ¡Prueba y te doy con el noy !...

Morrones

¿A mí?... (Se dispone a acometerle.) ¡Por vida e...!

ESCENA V

DICHOS, DON ACISCLO, primera derecha.

D. Acisclo

(Autoritario y despótico.) ¿Qué es eso?

Morrones

Señó alcalde... Era que...

D. Acisclo

¡Silencio! Anda pa un rincón, que es lo tuyo.

p. 13 Morrones

No, dejarme... ¡Maldita sia! (Va a sentarse junto a la puerta, refunfuñando.)

D. Acisclo

(Se va a su mesa y se sienta.) Sentarse.

Morrones

Y encima les dice que se asienten. ¡Se cae usté de güeno! Así le tratan.

D. Acisclo

A callar. Sentarse he dicho.

Los tres

Con permiso. (Se sientan con cómica rapidez.)

D. Acisclo

Pues ustés dirán... (Se levantan los tres como para hablar.) ¡Sentarse he dicho! (Vuelven a sentarse con mayor rapidez que antes.) Sé que me quien ustés hablar. Acedo; pero uno a uno y cuidaíto con lo que se dice. Escomenzaremos por usté, don Sabino.

D. Sabino

(Poniéndose de pie.) Como usté mande.

D. Acisclo

Conque usté dirá qué istentino se le ha deteriorao.

D. Sabino

Pues... nada, señor alcalde, que un servidor de usted...

D. Acisclo

Por muchos años.

D. Sabino

Por muchos, sí, señor... Me veo, bien a mi pesar, en la precisión de molestarle respetuosamente, acuciado por las dolorosas necesidades de la vida. Porque claro, aunque uno es un humilde médico rural, pues tiene uno que comer de vez en cuando, tiene uno que vestir, llamémoslo así; tiene uno que...

D. Acisclo

Exigencias no faltan, no.

D. Sabino

Las igualas son cortas, las visitas escasas... y como el digno Ayuntamiento de su acertadísima presidencia tiene la bondad de adeudarme...

D. Acisclo

(Agriando mucho más el gesto y dando un golpe en la mesa con una regla; carraspea.) ¡Ejem!...

D. Sabino

(Sobrecogido, trata de dulcificar el concepto.) ...nada, siete efímeras y cortas anualidades, que importan la insignificante suma de catorce mil quinientas pesetas; pues yo, agotados todos mis recursos para la vida, me permito elevar a usted una humilde súplica...

D. Acisclo

(Dando otro reglazo sobre la mesa.) ¡Dita sia!... ¿Y tie usté la frescura de venir aquí con esas quejas?

D. Sabino

¿Cómo la frescura, señor alcalde?

D. Acisclo

¡La frescura! No quito una letra.

Morrones

(Enardecido.) No quite usté naa.

D. Sabino

Yo creía que elevar una humilde queja...

D. Acisclo

¡Una humilde queja!... Pero cuidiao que hace falta descaro, don Sabino.

p. 14 D. Sabino

¡Señor Alcalde!

D. Acisclo

Vamos a ver. ¿Qué le debían a usté en el último pueblo?

D. Sabino

Once anualidades.

D. Acisclo

¿Y en el anterior?

D. Sabino

Nueve.

D. Acisclo

¡Y viene usté a estrellarse conmigo que no le debo más que siete!

D. Sabino

Señor Alcalde...

D. Acisclo

¿Le ha pagao a usté alguno?

D. Sabino

No, señor.

D. Acisclo

¡No le han pagao los otros y quie que le pague yo!... Pórtese usté bien, debiendo menos que los demás pa que encima se lo agradezcan con estas exigencias.

D. Sabino

¡Peor me lo agradecen a mí, que no me pagan y encima me maltratan, don Acisclo!

D. Acisclo

Usté se lo ha buscao.

D. Sabino

¿Yo?...

D. Acisclo

¡Sí, señor, ea! Que si no lo digo, reviento. Usté se lo ha buscao por ser enemigo político mío.

D. Sabino

¿Yo enemigo de usted?

D. Acisclo

Y encubierto y solapao, que son los malos.

D. Sabino

¡Don Acisclo!

D. Acisclo

Y le voy a usté a probar su malquerencia, que la tengo conocía en toos los detalles. Aquí, en este pueblo de mi mando, no hay más que dos partíos políticos, ¡dos!... porque no quiero confusiones; el miista , que es el mío, y el otrista , que son toos los demás; güeno, pues en los dos últimos años se han muerto cinco presonas en el pueblo... pues toos de mi partido. Y eso no se lo aguanto yo, ni a usté ni a nadie. Conque, u se mueren cinco presonas del partío contrario en el término de dos meses, u no cobra usté un real.

D. Sabino

Señor Alcalde, es que los otristas no son más que tres.

D. Acisclo

Pues que se mueran dos veces caa uno.

D. Sabino

Y además, se cuidan mucho.

D. Acisclo

Pues se pone usté d’acuerdo con el boticario. Pa too hay recursos. Y como remate, ¿usté cree que estoy yo aquí pa aguantar menosprecios de nadie?...

D. Sabino

¿Menosprecios?

D. Acisclo

¡Sí, señor; menosprecios!... Va usté a visitar p. 15 a la mujer del sargento de la Guardia Civil u a la del Registrador, y a ellas sellos, jarabes, píldoras, emplastos, sanguijuelas... ¡Viene usté a ver a mi mujer y manesia fervecente naa más!

D. Sabino

Es que eran distintas las dolencias.

D. Acisclo

Pamplinas. A mi mujer hay que darla dobles recetas que a too el mundo, tenga lo que tenga, que pa eso es mi mujer.

D. Sabino

Pero si usted permitiera que yo le explicase...

D. Acisclo

Ni una palabra. De forma, que me presenta usté una istancia en papel sellao de tres reales y se la da usté a ese, (Por Morrones.) que ya sabe lo que tie que hacer con ella.

Morrones

Sí, señor.

D. Sabino

Pero...

D. Acisclo

Otro.

D. Sabino

Señor Alcalde, perdone usté que le diga que esto es conculcar la ley.

D. Acisclo

Está usté errao.

D. Sabino

¿Yo errao?...

D. Acisclo

Errao completamente. A ver, el veterinario.

Perniles

(Se levanta.) Servidor.

D. Acisclo

(Lo de la manesia lo tenía yo clavao en el alma...) Expón, Perniles.

Perniles

Pues yo, señor Alcalde, vengo como concejal d’oposición...

D. Acisclo

Ya sé que eres otrista; no me lo recalques.

Perniles

A decirle a usté que me se haga justicia; porque lo que están haciendo conmigo los sabuesos de usté es una gorrinada.

D. Acisclo

Oye, tú... ¡A ver las palabritas que usas, que no estamos en sesión!

Perniles

Es que hay que hablar claro.

D. Acisclo

En el Ayuntamiento, las porquerías que quieras; aquí con urbanidaz.

Perniles

Es que ya no hay cristiano que aguante esto, que no me dejan vivir; que el tío Marcos, amparao en usté, ha cogío el agua del acequión de las Jarillas pa su molino y nos quita de regar a los que tenemos derecho pa ello.

D. Acisclo

¡Pero es que él es primo mío, mia tú este!

Perniles

Más primos somos nosotros, que pagamos y no regamos.

D. Acisclo

¿Y qué quies decir con eso?

Perniles

Pues con eso quio dicir, que antes toos cogíamos p. 16 buenas calabazas, que es la prencipal cosecha del pueblo; pero hogaño como no consienten de regar más que a sus amigos de usté, pues resulta que las mejores calabazas son las del partido miista.

D. Acisclo

Caa partío tie las calabazas que se merece. Si vosotros hubieseis votao lo que yo sus decía, no las habría como las vuestras; pero ya que me hicisteis de perder la elección, calabacines y gracias.

Perniles

¿Es decir, que voy a mirar yo con sosiego que me se pierdan toas las cosechas?

D. Acisclo

Tú verás lo que te conviene, Perniles, porque aquí no hay más que dos caminos: u te haces miista u vas a regar cuando estornudes.

Perniles

¿De moo que la concencia política...?

D. Acisclo

Riega con ella.

Perniles

¡Güeno, y últimamente, si no me dejan regar, que no me manden el recibo del agua, eso es!

D. Acisclo

¡Alto allá! Eso es otra cosa. El recibo te lo mandan porque en la cuenta e regantes resulta un líquido en contra tuya.

Perniles

¡Pero qué líquido va a resultar si no me dan agua!

D. Acisclo

No es líquido de humedaz, es de aritmética, y ties que enjugarlo.

Perniles

Pues si no me dan agua, el otro líquido que lo enjuague el Secretario, (Se sienta.)

D. Acisclo

Eso lo veremos, que tú eres muy altanero; y u pagas u te se embarga, que ya me ties conocío. Otro. A ver tú, Garibaldi, ¿vienes también sobre alguna protesta?

Garibaldi

Servidor, vengo sobre su cuñao de usté, que me ha tirao dos coces su macho, porque lo tie enseñao a cocear a los republicanos de una manera, que en cuanto se habla de Lerroux no hay quien pare a su lao.

D. Acisclo

Yo, en las opiniones políticas del macho no me puedo meter.

Garibaldi

Bueno, está bien; eso ya me lo arreglaré yo, porque estoy educando a mi burra de una forma, que de que oiga mentar a La Cierva, de una coz le va a quitar la cabeza a un santo. Pero de camino vengo a hacerle a usté una denuncia.

D. Acisclo

¿Contra quién?

p. 17 Garibaldi

Contra su consabido cuñao. Anastasio Mangola, alias Jaro.

D. Acisclo

Tú dirás.

Garibaldi

Pues naa; paso por lo del macho, paso por que sea cartero, paso por que sea cojo siendo cartero y paso por que siendo cojo y cartero no sepa leer ni escrebir, pero por lo que no puedo pasar de nenguna de las maneras es por la forma que tiene de repartir la correspondencia.

D. Acisclo

¿Qué forma tiene, vamos a ver?

Garibaldi

Pues naa que coge las cartas y las deja encima una mesa a la puerta e su casa. Usté va y mira; que hay una carta y que es pa usté, pues deja usté cinco céntimos y se la lleva; que no es pa usté, pues deja usté diez y la coge si quiere. Y cuando se presenta el interesao a reclamar, pues le ice: «¡Haber venío antes!»

D. Acisclo

¿Y qué pero ties que ponerle a eso?... ¡Yo no os entiendo! Estáis clamando día y noche por la libertá y en cuanto un funcionario público sus deja en libertá...

Garibaldi

Es que queremos libertá con orden y con justicia, que es lo que no hay en este pueblo.

D. Acisclo

(Airado y dando golpes en la mesa.) ¿Qué estás diciendo?

Garibaldi

El Evangelio; que hay que icir las cosas como sean.

Perniles

(Animado por el ejemplo de Garibaldi.) Sí, señor; que esto es peor que la Inquisición, pa que usté lo sepa.

Garibaldi

Porque aquí, pa que le dejen respirar a uno y no le quemen la cosecha u le maten el ganao, tie que votar lo que usté quiera y hacer lo que usté quiera y ser esclavo de usté.

Perniles

U de su señora de usté.

Garibaldi

U de su otra señora...

D. Acisclo

(Indignado.) ¡Garibaldi!

Perniles

U de sus amigos, u de las criás de sus amigos u de los amigos de sus criás.

Garibaldi

Pa pagar las contrebuciones, nosotros; pa cobrar, los compinches..., pues no, señor. ¡Esto no pue ser!

Perniles

Y no será. Que antes que vivir en este atropello, es mejor echarse por los caminos a pedir una caridá e Dios.

D. Acisclo

¡Que estáis faltando a la ley!

p. 18 D. Sabino

(Airado.) Pero ¿qué entiende usté por ley?

D. Acisclo

Una cosa que me permite poner multas; conque cincuenta duros caa uno. Morrones, avisa a la Guardia Civil.

D. Sabino

¡Que avise a quien le dé la gana, pero hay que acabar con esta ignominia; hay que vivir como seres civilizados, como hombres siquiera, porque cuando se vive hundido en la infamia de una tiranía bestial e ignorante, es preferible la muerte... cien veces la muerte!... Y hay que luchar...

Los dos

Sí, señor.

D. Sabino

Hay que luchar, pero no por unas míseras pesetas perdidas, no; hay que luchar porque el oprobio y la esclavitud en que vivimos es vergüenza para la civilización, y ludibrio y escándalo para la patria. ¡Muera el caciquismo!... ¡Muera cien veces!...

Los dos

¡Muera!... (Vanse gritando: «¡Muera!»)

D. Acisclo

¡Canallas! ¡Granujas!... ¡A la calle!... ¡Me han atropellao! ¡Me han desacatao!.. ¡Dan gritos revolucionarios!

Morrones

(Que ha sacado una escopeta de la primera derecha y quiere ir tras ellos.) ¡Déjeme usté a mí que les voy a dar cevelización!...

D. Acisclo

(Conteniéndole.) No; quieto, Morrones... ahora no, que es de día y salen de mi casa. (Le quita la escopeta y la esconde.)

Morrones

¡Eso les vale!... ¡Maldita sia!...

D. Acisclo

Pero ven acá, vamos a hacer una denuncia por desacato. Los tengo medio año en la cárcel. ¡Por estas!

Morrones

¡Medio año!... ¡seis años de cadena perpetua caa uno y no pagan, no sea usté primo!

D. Acisclo

Es verdá. ¡Seis años! Veinte años..., cuarenta años... (Vanse primera derecha.)

ESCENA VI

CRISTINA, DOÑA EDUARDA (del huerto).

Se levanta la cortina de la ventana y asoma la cara dulce y graciosa de Cristina. Por el otro extremo asoma doña Eduarda.

Cristina

¿No hay nadie?

Eduarda

Nadie. Pasa, Cristina; pasa. (Entran de puntillas. Cristina trae unas flores en la mano.)

p. 19 Cristina

Tengo miedo que nos puedan oír.

Eduarda

Pasa, pasa sin temor; siéntate aquí y cuéntamelo todo. ¡Oh, pero quién iba a figurarse que tú!... ¡Habla, hija; habla! (Se sientan.)

Cristina

Sí; sí, señora doña Eduarda, es preciso que hablemos, porque yo necesito una persona buena como usted a quien abrirle mi corazón, contándole todo lo que me sucede.

Eduarda

Claro, así te encontraba yo de triste y de pensativa. ¡Pero cómo iba a imaginar! ¡Oh, tu aventura es una aventura llena de interés, de poesía, de pasión!...

Cristina

¡Me ha costao ya más lágrimas!... ¡Si supiera usté!...

Eduarda

Sigue, sigue... ¿y dices que se trata de un joven esbelto, de ojos oscuros, fuerte como un pugilista, ágil como un berebere?...

Cristina

Sí, señora; es alto, elegante, de ojos grandes, pelo negro, labios finos... dientes blancos...

Eduarda

¡Una tontería de moreno, vaya!

Cristina

¡Usted no puede imaginarse un hombre más guapo, doña Eduarda!

Eduarda

Ya lo creo que puedo. Tú no conoces mi fuerza imaginativa. Además, tú te expresas con un calor, que no es que describes, es que fotograbas... Y sigue, sigue... ¿dices que cuando estabas ahogándote, él, heroicamente se lanzó al agua?

Cristina

Sí, señora; cuando yo estaba ahogándome, de pronto él, se tira al agua, coge la botella, llena el vaso, me lo da, bebo un sorbo y me pasa la espina.

Eduarda

(Con cierto desencanto.) ¡Ah! ¿Pero no fue un naufragio?

Cristina

No, señora; fue una raspa. Si ya se lo he dicho a usté, sino que usté se ha empeñao que me pasó en el océano, y fue en una fonda.

Eduarda

Confiesa que en el mar hubiese sido más romántico; pero, en fin, todo es ahogarse. Sigue, sigue.

Cristina

Pues como digo, fue en la fonda del balneario de la Robla, donde yo había ido acompañando a mi tía Constanza. Allí encontré a Alfredo.

Eduarda

¡Ay, Alfredo, hasta el nombre escalofría!

Cristina

Antes de aquello de la espina, había notao yo que aquel joven me miraba con interés p. 20 y que me decía al pasar alguna palabra cariñosa; pero ya desde aquella tarde nos acompañó sin falta en todos nuestros paseos, y al cabo, una noche de luna muy clara, muy clara, después de cenar, fuimos a dar una vuelta por la carretera y se me declaró.

Eduarda

¡Oh!... Sigue.

Cristina

Se me declaró pintándome un amor... ¡ay, doña Eduarda!...

Eduarda

¿Rosáceo?

Cristina

No me acuerdo, porque yo no estaba para colores... Pero ¡qué frases me dijo tan discretas y tan amables!... Y claro, como una metida en estos poblachos no ha oído jamás a un joven educao tres palabras cariñosas y bien dichas, pues yo, a medida que me pintaba su cariño, iba sintiendo interiormente una alegría y un temblor que yo no sabía cómo disimularlo.

Eduarda

¿Y tú qué le dijiste, qué?...

Cristina

Pues le dije que aquello no podía ser formal, que era que quería burlarse de mí, que yo no podía gustarle... en fin, todas esas tonterías que dice una mujer cuando quiere decir que sí y no sabe cómo.

Eduarda

¡Oh, qué cándida ingenuidad!

Cristina

Él, entonces, me contó toda su vida. Y yo no sé, vamos, porque a los hombres no los puede una creer... pero qué sé yo, se me figuró que aquel me hablaba con un sentir honrao y verdadero. Me dijo que era pobre, muy pobre.

Eduarda

¡Pobre!... ¡Qué poemático!

Cristina

Que no tenía padres.

Eduarda

¡Huérfano!... ¡Qué elegíaco!

Cristina

Que vivía con un tío.

Eduarda

¡Vivir con un tío!... ¡Mi ideal!

Cristina

Y yo..., pues también le conté mi vida. Le dije que era huérfana como él, que vivía enterrada en esta tristeza de pueblo con un hermano de mi padre que me administraba la fortuna, y que se me figuraba que esto me tenía amarrada a mis tíos, que querían casarme a su gusto, pa que no pudiese escapar de su lao; y que yo tenía ansia de un cariño leal y verdadero que me sacara de esta esclavitud y de estos egoísmos. Él me escuchaba p. 21 así como emocionao, y luego, con voz temblorosa, me prometió quererme siempre, venir por mí, casarse conmigo, sacarme del pueblo... Yo, entonces, lloré al oírlo, nos cogimos las manos y... ¡me da un sofoco recordarlo!..

Eduarda

¡Dime, dime!...

Cristina

¡Y luego nos dimos un beso!

Eduarda

¡Oh, un beso!... ¡Ah, Cristina, qué recuerdos se despiertan en mí!

Cristina

¡Pues ya ve usté si es infamia, al día siguiente de aquella noche tan feliz, desapareció del balneario sin despedirse siquiera!

Eduarda

¡Qué perfidia! ¡Qué ingratitud!...

Cristina

Yo lloré sin consuelo. Aquello me pareció una burla. En el hotel se murmuraba que se había ido sin pagar. Yo no hice caso, pero luego caí en la cuenta...

Eduarda

El que se conoce que cayó en la cuenta fue él.

Cristina

Caí en la cuenta de que quizá arrepentido de haberme engañao, no quiso ni despedirse.

Eduarda

¡Pobrecilla!

Cristina

A los pocos días volvimos al pueblo, y aquí me paso estas horas largas llorando y pensando en él. ¿Volverá? ¿No volverá? ¡Las margaritas que yo he deshojado!...

Eduarda

¡Volverá, ten esperanza!

Cristina

¡No, no volverá, doña Eduarda! Aquello fue una broma con una pobre señorita de pueblo. Como una no sabe expresarse, ni tiene modales, ni elegancia, ni nada... Claro, ¡cuesta tan poco engañarnos!... Si viera usté, ¡tengo una rabia y un coraje! ¡Ser una señorita de pueblo!... ¡Me da una pena!... (Llora.)

Eduarda

Por Dios, Cristina, no llores, no llores, que me estás atormentando cruelmente, (Se levanta.)

Cristina

¿Yo?...

Eduarda

¡Sí, ea!... Quiero también hacerte mi confesión. Me estás atormentando porque, sábelo de una vez, tu aventura renueva en mi alma el dolor de un episodio parecido.

Cristina

¿Doña Eduarda, qué dice usted?

Eduarda

Lo que oyes. ¡Qué mujer no tiene su dardo en el corazón!... ¡Ah, esos amores fugitivos, p. 22 esas poéticas aventuras de unos días, dejan en el alma una huella tan perdurable!... Yo también conocí otro como tu Alfredo. El mío se llamaba Rigoberto. Rigoberto Piñones de Vargas. Como guapo, el Apolo del Belvedere era un charlot a su lado. Pertenecía a una gran familia valladolisoletana. Tú ya habrás oído hablar de los piñones de Valladolid.

Cristina

Muchísimo, sí señora.

Eduarda

Era tierno, blanco, suave, apasionado, donjuanesco, arrogante... y para colmo, me dijo que era militar.

Cristina

¿Pero todo eso sería antes de casarse usted con el señor Blanco?

Eduarda

Ah, claro, hija, eso fue mucho antes de que yo pusiera los ojos en Blanco. ¡Tú no puedes imaginarte cómo idolatré a Rigoberto! ¡Aquello era la enajenación, el arrebato, el traumatismo! ¡Yo también tengo mi noche de luna, mis promesas ardientes murmuradas en un jardín solitario!... Yo también gusté la miel de un beso furtivo... ¡Ah, Cristina!

Cristina

¡También!

Eduarda

También. Me lo dio en la rotonda, en la rotonda de mi casa. ¡Mamá dormitaba, yo confieme, el incitome... y al fin, imprimiómelo! ¡Cuánto adorele! Pero, ¡oh funesta coincidencia! también el mío, como el tuyo, desapareció un día súbitamente.

Cristina

¿Es posible?

Eduarda

Lo que oyes. Y a poco averigüé, aterrada..., que no se llamaba Rigoberto, sino Exuperio, que lo de los Piñones era una superchería y que lo único que tenía de militar era la licencia absoluta y un gorro de cuartel.

Cristina

¡Qué horror!

Eduarda

¡Qué horror y qué sacrilegio!

Cristina

¿Sacrilegio?

Eduarda

Sacrilegio, sí; porque ¡hay más!... ¡pásmate, aquel hombre estudiaba para sacerdote!

Cristina

¡Jesús!

Eduarda

Era un ordenado de Epístola, es decir, era un desordenado, porque todo se lo gastaba en juergas. Tuvieron que echarlo del Seminario. No te digo más.

Cristina

¡Qué desengaños hay en la vida!

p. 23 Eduarda

Pues ya lo ves; pasó el tiempo, me casé, soy fiel a mi esposo, y, sin embargo, recuerdo tanto a aquel hombre, que cuando mi marido dice por ahí que estamos a partir un piñón, me pongo como la grana...

Cristina

¡Lo creo!

Eduarda

Vamos, Cristinita, vamos hacia el jardín. Necesito aire... Tu relato y mi recuerdo, me retraen a rememoraciones que... ¡Ah!...

Cristina

(Cogiendo una margarita que lleva en el pecho.) ¿Volverá? ¿No volverá?... Sí, no... sí, no... (La va deshojando. Hacen mutis por el jardín.)

ESCENA VII

CARLANCA y CAZORLA, segunda derecha, luego MORRONES, primera derecha.

Carlanca es un tipo de matón de pueblo, feo, peludo, cejijunto, de mirar atravesado. Cazorla, fino, redicho. Vestido con humildad, pero pulcramente. Vienen jadeantes, pálidos, consternados. Hablan con agitación, con ira.

Cazorla

¡Ay, párate, Carlanca, párate, que no puedo más!

Carlanca

Y yo vengo con la lengua fuera; pero déjalo, no le hace que reventemos. ¡Hay que ponerlos sobre aviso, tien que saber la gravedad de la cosa!

Cazorla

¿Quién habrá sido el ladrón?

Carlanca

¡No sé, pero el que haiga sido, míalas, si no me las paga con su sangre!... Llamemos.

Cazorla

¡Ay, qué disgusto más horrible! ¡Ay, en cuanto se entere don Acisclo!...

Carlanca

Cae con una aploplejía . ¡Pero ni pa unto va a servir el que tenga la culpa! ¡Lo asesino!... (Llamando.) ¡Ave María Purísima!...

Cazorla

¡Ay, Carlanca, no llames, que yo no tengo valor pa darles el trago!

Carlanca

No hay que perder tiempo. Sería peor. ¡Pero déjate, que al causante, mal rayo si no le clavo la faca en las entrañas!... (Volviendo a llamar.) ¡Alabao sea Dios!

Morrones

(Saliendo primera derecha.) ¿Quién?

Los dos

Morrones... (Le cogen cada uno de un brazo.)

Morrones

¡Señor Cazorla! ¡Carlanca!...

Cazorla

¿Y el señor Alcalde?

p. 24 Morrones

Pero, ¿qué pasa que vienen ustedes más blancos que un papel?...

Cazorla

¡Pues pasa, que el mundo se nos viene encima!

Morrones

¡Mi madre!

Carlanca

Que ya pues ir escogiendo el presidio que te guste más.

Morrones

¿Recontra, pero va en serio?

Cazorla

El Evangelio es una chirigota comparao con lo que acabas de oír.

Morrones

Pero...

Carlanca

Arrea, avisa a don Acisclo y a la señá Cesaria que salgan a escape.

Morrones

(Inicia el mutis.) Voy, voy...

Carlanca

(Deteniéndole.) ¡Ah, escucha!... para que no se asuste así, de pronto, dile que no es nada, pero que se traiga el revólver, por si acaso.

Cazorla

Eso. Y añádeles que la cosa no tiene importancia, pero que si no está el médico, que lo avisen.

Morrones

Bueno. (Va a marcharse.)

Cazorla

(Vuelve a detenerlo.) Oye... y manda como cosa tuya que hagan una meaja de tila.

Morrones

¿Pa cuántos?

Cazorla

Kilo y medio. Arrea. (Vase primera derecha.)

Carlanca

¡Pobre don Acisclo!

Cazorla

Bueno, y si al decírselo se nos muere, ¿qué hago?

Carlanca

Pues en cuanto le veas con síntomas así como pa entierro, te callas.

Cazorla

¡Pero, Dios mío! ¿quién habrá sío el delator?

Carlanca

Yo lo sabré y ¡ay de él! ¡Iremos a presidio, pero le rajo! ¡Por de contao!

Cazorla

Calla, que salen.

ESCENA VIII

DICHOS, SEÑÁ CESÁREA y DON ACISCLO. Primera derecha.

Cesárea

¿Qué pasa?

D. Acisclo

¿Qué ocurre, qué dice Morrones que dicen ustés?...

Cesárea

¡Madre, qué caras!

D. Acisclo

¿Se nos ha quemao la parva?

Cesárea

¿S’ha muerto ganao?

Carlanca

¡Peor!

p. 25 Cesárea

¡Peor!

D. Acisclo

Hablen ustés, que m’ahogo de angustia. ¿Qué es lo que pasa?

Cazorla

¡Ay, don Acisclo, en diez años que llevo al frente de la secretaría de este Ayuntamiento, nunca le he dado a usted un mal disgusto!

D. Acisclo

Sí, bueno, ya lo sé, pero...

Cazorla

Cuando se le murió a usted su suegra, pa evitar que usté se afligiese, le dije que era la mía, así yo me hacía la ilusión y usté no se disgustaba.

Cesárea

(Impaciente.) Bueno, pero ahora, ahora... ¿qué es lo que pasa ahora?

Carlanca

Pues ahora pasa que les tenemos que dar a ustés el desgusto más grande de su vida.

D. Acisclo

¡Canastos! ¿Y si es un desgusto, por qué no se lo dan ustés a otro?

Cazorla

Es intransferible, don Acisclo, si no a estas horas ya se lo había yo dao al señor cura u a otro amigo de confianza.

D. Acisclo

¡Pues venga, venga, por Dios, lo que sea!

Cesárea

¿De qué se trata?

Cazorla

Pues verán ustedes. Estaba yo en el Ayuntamiento, con aquel expediente que me dijo usté que lo estudiase para ver cómo podíamos dejar de resolverlo, cuando en esto, llega una carta pa usté, y como usté me tiene autorizao para abrirlas, la abro, la leo y me caigo redondo.

D. Acisclo

¿De quién era?

Carlanca

De don Demetrio.

D. Acisclo

¿De nuestro antiguo diputao?

Cazorla

El mismo. Aquí está.

D. Acisclo

¿Y qué dice?

Cazorla

Óiganla ustedes, si tienen valor, y juzguen de mi espanto.

Los dos

A ver, a ver...

Cazorla

(Leyendo.) «Señor don Acisclo Arrambla Pael. Mi querido Acisclo: Si no tienes agua de azahar en casa, no empieces la lectura de esta carta.»

D. Acisclo

¿Tenemos?

Cesárea

Creo que sí. Sigue, Cazorla.

Cazorla

«Porque tu corazón municipal y patriota va a sufrir el más terrible de los golpes.»

D. Acisclo

¡Golpes a mi!...

Cazorla

«Cuando yo tenía vuestra representación en p. 26 Cortes, tu gestión al frente del Municipio estaba garantizada, pero desde que los otristas me arrebataron el acta, dándosela a ese imbécil de García Moyuelo, que una terrible amenaza se cernía sobre vosotros...»

Cesárea

¡Amenaza!...

D. Acisclo

¡Rediez!

Cazorla

«Y esta amenaza va a realizarse al fin.»

D. Acisclo

¡Pero qué es! ¿Qué amenaza es esa?

Carlanca

¡Tenga usted valor, don Acisclo!

Cazorla

(Leyendo.) «A petición de algunos elementos de ese pueblo, García Moyuelo ha solicitado del Presidente del Consejo de Ministros, enemigo acérrimo del caciquismo, que se os envíe un delegado con órdenes severísimas...»

D. Acisclo

¡¡Santo Dios!!

Cazorla

«Para que inspeccione tu gestión administrativa durante los diez y ocho años que llevas al frente de ese municipio.»

D. Acisclo

(En el colmo del furor.) ¿Investigarme a mí?... ¿Pero quién manda eso?... ¿Pero qué ladrón se va a atrever a eso?...

Cesárea

Calma, Acisclo, calma, deja que siga. ¡Alante!...

Cazorla

(Lee.) «Aseguran que ese Ayuntamiento es una cueva de ladrones.»

D. Acisclo

¡Cómo ladrones!... ¿Pero dice ladrones?

Cazorla

Con todas sus letras. Mire usté. (Le muestra la carta.)

D. Acisclo

(Leyéndolo.) ¡Ladrones nada más!... ¡Digo, nada menos!

Cazorla

(Lee.) «El delegado que os envían, hombre enérgico y resuelto, ha prometido al ministro que, o le rendís cuentas hasta el último céntimo, u os trae a Madrid atados codo con codo.»

Todos

¡Codo con codo!

Cazorla

«Uno de estos días enviarán al pueblo una sección de la Guardia Civil, para apoyar la gestión del delegado.»

Cesárea

¡Santo Dios!

Carlanca

¡La Guardia Civil!

D. Acisclo

¡Qué infamia!... (Con sonrisa sarcástica.) ¡No dejarle venir solo!

Cazorla

«Yo, enterado de la cosa por una confidencia secreta, me he creído en el deber de avisarte para que os preparéis, y como yo sé p. 27 que tú llevas los libros de una forma especial, como persona que sabe muy bien lo que se lleva, te aconsejo un procedimiento expeditivo: quema los libros o quema el Ayuntamiento.»

D. Acisclo

¿Y si quemáramos las dos cosas?

Carlanca

¡Es una idea!

Cazorla

«Y por último, vigilad sin descanso. El delegado y su secretario llegarán a esa de incógnito. Quieren sorprenderos. Quizá estén ya entre vosotros.»

Morrones

¿Entre nosotros?... (Mira por todos los rincones.)

Cazorla

«Calma y astucia. ¡Maura, no!... Tuyo siempre, Demetrio Sánchez Cunero.»

D. Acisclo

(En el colmo de la ira.) ¡Ay, Cesaria, que me ahogo, que me siento morir!

Cesárea

¡Ladrones, canallas, granujas!

D. Acisclo

¡Quieren mi perdición!... ¡Infames! ¡Asesinos! ¡Treinta y dos años haciendo en este pueblo lo que me ha dao la gana, y no tenerse en cuenta esta antigüedad! ¡Ay, darme agua!... ¡Me rechinan los dientes! ¡Me retuerzo de coraje! (Le dan convulsiones de ira.)

Cesárea

¡Por Dios, Acisclo, no te pongas de esa forma!

Carlanca

¡Por Dios, señor Alcalde! Calma. Fúmese usted un cigarro. (Se lo da.)

Cazorla

Desabrocharlo... hacerle aire.

D. Acisclo

¡Investigarme a mí!... ¿Yo codo con codo?... Antes asesino, machaco, trituro, incendio...

Cesárea

Sujetarlo, que voy a hacerle tila, (vase izquierda.)

ESCENA IX

DICHOS menos señá Cesárea.

Morrones

¡La Guardia Civil!

D. Acisclo

(Aterrado.) ¿Dónde?

Morrones

Digo que la Guardia Civil es lo que más me ha ofendío a mí.

Carlanca

(Iracundo.) ¡No asustes sin motivo, so animal!

D. Acisclo

¡Hay que quemar los libros!

Carlanca

Pero si los quemamos, es posible que vayamos a la cárcel.

Cazorla

¡Pero si no los quemamos, es seguro!

p. 28 D. Acisclo

¡Sí... hay que incendiarlo, arrasarlo, quemarlo too!... Darme fuego... ¡Yo lo quemo too!... ¡Darme fuego!...

Morrones

¡No, por Dios!...

D. Acisclo

Darme fuego, hombre, que estoy muy nervioso y quiero fumar.

Cazorla

¡Ah, bueno!... (Le da una cerilla cada uno.)

D. Acisclo

¿Hacerme esto a mí?... Yo, que ha llegao una Nochebuena y capones al ministro, tortas al subsecretario, leña al director general...

Carlanca

¡Ya les daría yo capones, pero no de pluma!

Cazorla

Bien, dejemos fruslerías; no hay que perder tiempo. Vamos a pensar rápidamente lo que nos conviene hacer.

D. Acisclo

Bueno, total: ¿en qué renuncio puen cogernos?

Carlanca

En casi naa.

Cazorla

Lo más dudoso es lo de la cárcel. Ya sabe usté que había catorce presos con una consignación de dos pesetas, que en total eran veintiocho diarias. Un día los cogió usté a todos, los dejó en libertad...

D. Acisclo

Sí, y me se olvidó suprimir la consignación el primer año... y los demás años, pues pa que no creyesen que había sío de mala fe... lo fui cobrando y...

Carlanca

¡Una distración cualquiera la tiene, señor!

Cazorla

También es grave lo del Monte de las Jarillas, que es del procomún y usté pidió el aprovechamiento que era del pueblo pa fundar con el producto un asilo de ancianos... Y el aprovechamiento pues se ha aprovechao; ahora, que el asilo...

D. Acisclo

Sí, hombre, sí, que no pue estar uno en too y me distraje...

Carlanca

¡Ancianos, ancianos!... ¡Pa lo que van a vivir!...

Cazorla

Porque lo de que estén cerrás las escuelas hace ocho años, no creo yo que...

Carlanca

¡Eso qué le importa a nenguno!...

D. Acisclo

¡Pa qué quie nadie saber leer en este pueblo, si aquí lo único que hay que leer son los rótulos de las calles y cuatro u cinco números atrasados de La Lidia que tie el sacristán!...

Cazorla

Pues claro, porque yo creo que tengamos sin pagar al médico siete años y doce sin abonar p. 29 naa a la Diputación, y que los fondos pa enseñanza... y el aprovechamiento de riegos... y esas cuatro tonterías...

Carlanca

Too eso, naa... ¡Espuma de virutas, que dijo Maura!

Cazorla

¡Y que se vean toos los Ayuntamientos de España, a ver si están mejor!...

D. Acisclo

(Con resolución.) Bueno, de toos modos hay que prevenirse. Pa las ocasiones son los hombres. Verán ustés cómo lo arreglo yo too en dos voleos. ¡Morrones!

Morrones

Mande usté.

D. Acisclo

En ti confío.

Morrones

Un perro.

D. Acisclo

Márchate inmediatamente y búscame catorce hombres que quieran ir a la cárcel por tres pesetas diarias con oción a escoger los delitos que más les gusten. Cuasi toos con cara de creminales...

Morrones

Está bien.

D. Acisclo

En seguía me sacas de donde los haiga nueve ancianos. De ambos sexos los nueve. Y sobre la marcha, sea como sea, te haces con veinticuatro chicos, de los cuales doce u catorce sean chicas.

Morrones

Catorce presos, nueve ancianos, veinticuatro chicos, que varios sean chicas... Descuide usté. Dentro e media hora estoy aquí con too el ganao. (Vase segunda derecha.)

D. Acisclo

Hala... vuela...

Cazorla

Lo malo es que no tenemos ningún chico que sepa leer.

D. Acisclo

No importa.

Cazorla

¿Y si quieren examinarlos?

D. Acisclo

Pues se le dice a la señá Társila, la mujer del sacristán, que les enseñe a uno u dos cuatro torías de Historia, cuentas y pamplinas de esas; les pregunta usté que ande están las montañas de Navarra y muy brutos tien que ser pa no decirle a usté que en Aragón. Y despachaos.

Carlanca

¡Si se pudieran arreglar los libros tan fácilmente!...

D. Acisclo

Too se andará; deje usté descansar al macho.

p. 30 ESCENA X

DON ACISCLO, CARLANCA, CAZORLA y DON RÉGULO, segunda derecha.

D. Régulo

(Entrando.) Señor Alcalde... Señores...

D. Acisclo

¡Don Régulo!

D. Régulo

Vengo explosivo, la indignación me corroe, me crispa la ira...

D. Acisclo

¿Se ha enterao usté?

D. Régulo

De todo. Es una indignidad lo que ese Gobierno centralista y canallesco quiere cometer con nosotros.

Carlanca

¡Quieren investigarnos!

Cazorla

¡Ajustarnos las cuentas!

D. Régulo

¡Las cuentas!... ¡Jamás mientras yo viva en este pueblo! Un caballero español y cristiano no tolera semejante bochorno.

Cazorla

Muy bien.

D. Acisclo

Y luego, que aparte de lo de caballero y de lo de cristiano, si se enteran que cobra usté como matrona de consumos, era otro bochorno.

Carlanca

¡Desconfiar de nosotros!

D. Régulo

No debemos tolerarlo. Somos los nietos de los Comuneros y el que tiene en su escudo el león rampante de Castilla y seis rodelas en campo de azur, no se deja investigar.

D. Acisclo

¿Y que haríamos? ¿Usté qué opina?

D. Régulo

Déjenme ustedes a mi. Que venga ese delegado. Ya saben ustedes que yo le pego un tiro a una mosca a veinte metros. Viene, examina los libros y en cuanto haga una multiplicación que no nos convenga le mando los padrinos. Cuestión de honor.

Carlanca

¡Eso es ser un caballero!

D. Régulo

A un hidalgo español no hay quien le ajuste nada. Al menor recelo, a la más leve sospecha le cruzo la cara.

Cazorla

La verdad es que usté con la pistola en la mano...

D. Régulo

Acuérdense ustedes de mi duelo con Menéndez, el teniente de la Guardia Civil. Se permitió mirar malévolamente a mi Eduarda y le tuve cojo medio año de un balazo en el peroné.

p. 31 D. Acisclo

Sí, vamos, pero por cosa de mujeres, no...

D. Régulo

(Saca una pistola.) ¿Quieren ustedes que machaque aquella avispa que acaba de pararse en el marco del reloj?

Carlanca

No, hombre, por Dios; no hace falta.

D. Régulo

(Se guarda la pistola.) Está bien. Pues ya lo saben ustedes: no hay que intimidarse. Unámonos ante el enemigo común. Unámonos y seremos fuertes. La force premier que le droit.

Cazorla

Eso lo he leído yo en alguna parte.

D. Régulo

En los hongos. Unámonos y podremos hacer lo que nos dé la gana, que es para lo que se une todo el mundo. Aprendamos de las sencillas lecciones de las cosas más nimias. ¿Qué es un grano de arroz por sí solo?... nada; pero junta usté muchos granos, adiciona un pollo y... paella. Pues imitemos el ejemplo del arroz, y uniéndonos como sabrosos granos, no seremos pa ella, pero seremos pa nosotros. La unión fait la force . De otro hongo.

Los tres

Muy bien.

D. Acisclo

Tiene usté razón.

D. Régulo

Y últimamente, para cuando se me acabe la razón, me queda la puntería. Yo soy un caballero, no una cocinera. ¡Yo no me dejo ajustar cuentas!

ESCENA XI

DICHOS, la SEÑÁ CESÁREA, izquierda.

Cesárea

¡Ya están ahí!... ¡Ya han venío, ya han venío!

D. Acisclo

¿Quién?

Cesárea

El delegao y su secretario.

D. Acisclo

¿Qué dices?

Cesárea

¡Lo que oyes!

D. Acisclo

¡Mi madre!

D. Régulo

¡Ánimo!

Cazorla

¡Lo ve usté!

Cesárea

Están en el Hotel Anastasia.

D. Acisclo

¿Cómo lo sabes?

Cesárea

Pues por la Jesusa, que mandela a la fonda ande tiene sirviendo a su sobrina pa que se enterara, y l’han dicho que acaban de llegar p. 32 dos forasteros. El uno mu bien vestío y más joven, y el otro ya entrao en años, pero elegante también.

D. Régulo

¡Ellos son!

Cesárea

A más: ha dao la concidencia que no haría una hora que estaban en el pueblo esos dos señores cuando han llegao ocho parejas de la Guardia Civil.

Carlanca

¡La Guardia Civil!

Cazorla

Pues ya no hay duda.

Cesárea

Y creo que el teniente ha ido en seguida a saludar a los dos forasteros.

Carlanca

No diga usté más. ¡Ellos son!... ¡Codo con codo!...

D. Acisclo

¿Y qué señas tienen?

Cesárea

Pues el delegao creo que es un señor muy delgao, y el que no es delegao también es delgao, pero no tanto. Parece que s’han me metío en el cuarto, y que tratan de esquivar que la gente los vea.

D. Acisclo

¡Ah, traicioneros!

Cazorla

¡Quieren cogernos desprevenidos!

Cesárea

Creo que de que han llegao, han pedío dos jarros de agua. Se supone que pa lavarse.

Carlanca

¡Qué raro, lavarse por la tarde!

Cesárea

La Jesusa ha avertío a la Anastasia, de mi parte, que les vigilen, y allí está de guardia.

D. Régulo

Bien hecho. Y yo, si a ustedes les parece, voy a organizar hábilmente el espionaje, y en cuanto sepa tanto así de interés, vengo a enterarles en un vuelo.

D. Acisclo

Bien pensao. Vaya usté a ver qué averigua.

D. Régulo

Hasta ahora.

Cesárea

Salga usté por la puerta del callejón. (Vanse los dos izquierda.)

ESCENA XII

DICHOS y MORRONES, segunda derecha.

Morrones

Señor alcalde... (Forman todos un grupo y discuten en voz baja. Don Acisclo se acerca a Morrones.)

D. Acisclo

¿Has hecho mi encargo?

Morrones

Sí, señor.

D. Acisclo

¿Traes presos, viejos y niños?

Morrones

Traigo una muestra de caa cosa.

D. Acisclo

¿Pues?

p. 33 Morrones

Presos no encuentro. Ni por seis pesetas quie ir nadie a la cárcel.

D. Acisclo

¡Qué canallas!... ¡Con las veces que han estao de balde!

Morrones

Por fin, he convencío a dos, por nueve pesetas uno con otro, que no sé si servirán pa creminales...

D. Acisclo

¡A nueve pesetas la pareja! ¡Cómo se ha puesto todo!... ¡Abusones!

Morrones

De ancianos tampoco hay abundancia con esto de la gripe; pero verá usté luego lo mejor que he encontrado. Y los chicos me los está recogiendo mi mujer. Le he dicho que los pague a seis pesetas la media docena... Ya tenía nueve cuando me he venío; pero los nueve de ambos sexos, como usté quería.

D. Acisclo

Bueno, aguarda ahora, y vosotros venir pa acá. (Los lleva aparte.) Vosotros sois mis pies y mis manos. Tú eres la astucia, tú el valor. Ya estamos solos. Semos hombres. Hay que echar el corazón por la boca. Con esos delegaos hay que hacer algo... pero algo radical , ¿me expreso?

Carlanca

Tengo lo mío.

D. Acisclo

¿Qué?

Carlanca

Cojo la manta y el retaco, me aposto esta noche detrás de una esquina, y... (Acción de disparar.)

D. Acisclo

¡Chist! Esos procedimientos son mu antiguaos.

Carlanca

Mu antiguaos; pero de requiescat in pace .

D. Acisclo

Otra cosa, otra cosa más... (Pensando.) ¡Más de ahora!

Carlanca

¿Y meterles un perro rabioso en el cuarto e la fonda?

D. Acisclo

Hombre, eso no me acaba a mí de disgustar; tie cierta novedá y no cae en el Código.

Cazorla

No cae, pero tropieza. Abandonemos lo delictivo, señor alcalde. ¡Yo, yo tengo el único procedimiento!

D. Acisclo

Venga.

Cazorla

No nos engañemos; si esos hombres investigan de veras, vamos a la cárcel. De forma que yo que usted, lo que hacía era sobornarlos. Esto es vulgar, pero seguro. Dinero... agasajos... obsequios... discursos... músicas, cohetes, comidas...

p. 34 D. Acisclo

Ties razón... Es lo más prudente.

Cazorla

Que les convence el unto y se van... ¡vayan con Dios! A enemigo que huye... usted lo pase bien. ¡Que no se van... ahí de mi ingenio!

D. Acisclo

¿Qué piensas?

Cazorla

Es mi secreto. Pero si no se van, yo les juro a ustedes que buscaré quien les haga marcharse a uña de caballo, dejándose aquí el dinero que les haya usté dado, los obsequios y quizá la piel; y todo sin responsabilidad nuestra.

D. Acisclo

¿De veras?

Cazorla

¡Palabra! ¡Me juego la vida! ¡Por estas! ¡Ya lo tengo medio maquinao!

D. Acisclo

¡Eres mu grande, Cazorla! ¡Digno de mí!

Carlanca

¡Qué hombre! ¡Y no tener una mala condecoración!

D. Acisclo

Deja, que too se andará.

ESCENA XIII

DICHOS, DON RÉGULO, segunda derecha.

D. Régulo

Señores... señores.

D. Acisclo

¿Qué pasa?

D. Régulo

¡El delegao que viene!

Los tres

¡Que viene!

D. Régulo

Que viene hacia aquí. Preguntó en la fonda las señas de usted y él y su secretario se dirigen a esta casa.

D. Acisclo

Pos hay que prepararse. Voy a arreglarme un poco. (Llamando.) Morrones.

Morrones

(Del huerto.) Mande usté.

D. Acisclo

Ahí tenemos a esos tíos... aguárdalos aquí y me pasas el recao... (Suena una campanilla.)

D. Régulo

Ya están ahí, ya están ahí.

D. Acisclo

Toos adentro. Que esperen.

Cazorla

Dinero, amabilidad, agasajos... ¡y luego!... (Gesto malicioso.)

D. Acisclo

Sé lo que hay que hacer, descuida... Adentro. (Vanse los cuatro, primera derecha.)

p. 35 ESCENA XIV

MORRONES, PEPE OJEDA, ALFREDO.

Pepe

(Asomando segunda derecha.) ¿Da vuecencia su permiso?

Morrones

Pasen ustés alante.

Alfredo

Felices y municipales.

Pepe

¿Tengo el honor de estrechar la diestra (Le da la mano.) del señor alcalde de este excelentísimo?...

Morrones

No, señor; soy el alguacil, Ustaquio Morrones, pa servir a usté y la compaña...

Pepe

¡Hombre, Morrones!...

Morrones

Sí, señor.

Pepe

¡Ya decía yo que usted me parecía algo municipal! ¿En qué Ayuntamiento no hay morrones?

Morrones

(Muy sonriente.) Sí, señor, sí...

Pepe

Pues nosotros deseábamos entrevistarnos con el señor Alcalde de esta muy noble, muy invicta, muy leal y muy calurosa villa... ¡Porque cuidado que hace aquí calor, mi estimable y discreto alguacil!

Alfredo

¡Y cuánta mosca tienen ustedes, caramba!

Morrones

¿Usted ve que hay tantas?... ¡Pues cuasi toas son nacías en el pueblo!

Pepe

¡Claro, las forasteras no tienen sitio!

Morrones

Poco.

Pepe

Pues si usted nos hiciera el obsequio de avisar al señor Alcalde... y decirle que deseamos...

Morrones

Con muchismo gusto. Aguarden ustés unas miajas. (Vase primera derecha después de hacer una gran reverencia.)

ESCENA XV

PEPE OJEDA, ALFREDO.

Alfredo

¡Ay, tío! Estoy que no respiro.

Pepe

¡Por Dios, Alfredo, cálmate, que tienes una cara de asustado que va a comprometernos!

Alfredo

Es que si esto nos sale mal...

p. 36 Pepe

¡Qué va a salirnos!

Alfredo

Estoy temblando.

Pepe

Confía en mí. Ya no es hora de retroceder. ¡Adelante! Audaces fortuna juvat.

Alfredo

Sí, pero ahora que me veo aquí, tengo un pánico...

Pepe

Además, ¿tú no me has asegurado que la chica te quiere?

Alfredo

Hombre, yo creo que sí...

Pepe

¿Entonces?...

Alfredo

Pero es que tengo entendido que ese don Acisclo es una mala bestia, y en cuanto averigüe que soy un pelafustán sin dos reales, que vengo con la pretensión de casarme con su sobrina, que es muy rica, según mis referencias... ¡Yo creo que nos mete en la cárcel!...

Pepe

¡En la cárcel!... ¡No cabemos!... Ya te he dicho que confíes en mí. Para algo te acompaño. Conque que la chica te quiera, que si ella te quiere, tuya ha de ser, haga el tío cuanto se le antoje.

Alfredo

Es que a mí, se lo juro a usted, me molesta sobre todas las cosas la idea de que nadie pudiera imaginar que es una codicia vergonzosa la que me impulsa a esta aventura. Yo quiero a esa muchacha porque es bonita, porque es sencilla, porque es buena. Su recuerdo es una alegría de mi corazón. Nada me importa lo que tenga ni para nada pensé en su dinero, hasta el punto que lo único que me aflige y me asusta ahora es que alguien —y aun quizá ella misma—, pudiera creer que soy un señorito tramposo que viene a explotar la candidez y el amor de una muchacha de pueblo, para salvarse con su fortuna. No, eso no, tío, ¡eso no lo quiero!

Pepe

¡Poco a poco, Alfredito!... Es que esa indignidad tampoco la apadrinaría yo. Tu limpio linaje no cede al mío en limpieza; que si la Cerda fue tu familia, la Cerda fue la mía. ¡Quieres nada más limpio! Ahora, que yo he venido aquí acompañándote, porque considero necesario subrayar tu romántico amor con una línea sutil de practicismo; porque yo entiendo que tú eres tan rico como la muchacha.

p. 37 Alfredo

¿Yo?

Pepe

Sí, señor, tú. Porque en los tiempos que corremos todo hay que capitalizarlo. Y a la fortuna de la chica yo opongo la tuya no menos grande.

Alfredo

¿Pero qué está usted diciendo?

Pepe

Una realidad como un rascacielos; porque si don Acisclo administra a esa bella joven, fincas urbanas, predios rústicos y sumas en metálico, es decir una fortuna sustantiva, yo en cambio administro lo que pudiera llamarse tu fortuna estética, es decir, tu figura arrogante, tu belleza masculina...

Alfredo

¡Tío!

Pepe

Tu belleza masculina, que estamos solos; aunque esto te lo digo yo a ti en la plaza de toros, si se tercia. Tus atractivos personales, tu juventud, tu simpatía, tu elegancia.

Alfredo

¡Pero tío!...

Pepe

Elegancia. Porque no tiene nada que ver que no hayas pagado el traje. Y todas estas prendas que se manifiestan en ti, constituyendo un tesoro interno, externo y aun medio pensionista, ¿no son nada?

Alfredo

Por Dios, tío, ¡eso son fantasías!...

Pepe

¡Cómo fantasías! Tu fortuna es tan positiva como la de ella y más privilegiada. ¡La belleza es la gloria de los dioses! Veinticinco mil pesetas las tiene cualquiera. Una mirada dulce, horadante y revoloteadora, es privilegio de los elegidos... El bello Narciso, Paris, Ulises, tú, La Cierva, y dos o tres más... ¡De modo que estamos a ellas!

Alfredo

Bueno, pero si tú le dices al tío todo eso...

Pepe

¡Ah, no, eso no! No soy tan indiscreto. Al tío le diré lo que nos dijo Menéndez: Que venimos a adquirir una gran finca rústica, para la implantación de un enorme negocio de avicultura, ideado por mí, y que consiste en la cruza de loros con palomas mensajeras, con el fin de que estas puedan dar los recados de palabra.

Alfredo

Eso es.

Pepe

Y que queremos establecer aquí grandes criaderos lorocolombófilos. Mientras, tú te pones al habla con la chica... y veremos lo que se presenta.

Alfredo

Bueno, es que yo pienso que, como no tenemos p. 38 un real, si no podemos pagar la fonda, pues dentro de dos días...

Pepe

Chist... no te importe. Todo se resolverá. El acaso no desatiende a los bien intencionados.

Alfredo

¿Y diga usted, tío, no hubiese sido mejor lo que yo me proponía? Haber solicitado una ocupación, tener trabajo y luego haber venido...

Pepe

¡Por Dios, Alfredo!... ¡Trabajar!... ¡No insistas, caramba! No me hables a mí de trabajo. Nada de propósitos antiprogresivos. Fíjate en las aspiraciones del proletariado universal. Ahí tienes los trade unions de Inglaterra, los sein feiner , los forein besteblat , L’internationel y todas las grandes colectividades societarias, todas las grandes masas obreras uniéndose para no hacer nada o para hacer lo menos posible... ¿Y vamos ahora nosotros —hombres cultos— a volver la cara a las corrientes modernas?... ¡de ningún modo!... ¡Trabajo, no!

Alfredo

Sí, bueno, tío, pero es que si no trabajamos...

Pepe

Tú observa cómo a medida que la gente es más progresiva y más culta, ¡quiere trabajar menos y ganar más!... Pues bien, yo, absolutamente identificado con este noble propósito societario, pretendo ir de un salto a su absoluta consecución. Yo no trabajaré ni tanto así, hasta que se logre la triplicación de los sueldos y la supresión total del trabajo. Porque si te dan mucho dinero y no te dan tiempo para gastártelo, ¡qué haces! ¡Viene el desequilibrio anunciado por los marxianistas... y eso no! Yo no quiero la grave responsabilidad de volver la cara a los grandes ideales humanos. ¡Nada de trabajo!... De modo que... (Se escucha rumor de voces femeninas en el huerto.)

Alfredo

¡Calle usted, por Dios!

Pepe

¿Pues?...

Alfredo

¡Ella... parece su voz!... (Va a mirar.) ¡Sí, es ella!... Viene, se acerca...

Cristina

(Dentro.) ¡Por aquí, venga usted por aquí!... (Entra y queda muda de estupor al ver a Alfredo,) ¡¡Ah!! ¡¡Alfredo!!

Alfredo

¡Cristina! (La abraza apasionadamente.)

p. 39 Cristina

¡¡Tú!!

Alfredo

¡Chist!

Eduarda

(Entrando.) ¿Pero con quién hablas?

Cristina

¡¡Él!!

Eduarda

¡¡Oh!!

Pepe

(A Eduarda.) ¡Señora!...

Eduarda

(Mirándole con fijeza y estupor que se resuelve en una tremenda exclamación de sorpresa.) ¡¡Ah!!... ¡¡Tú!!

Pepe

¡Eduarda!

Eduarda

¡¡El ordenado!!... (Quedan juntas. Ellos se separan.)

ESCENA XVI

DICHOS, DON ACISCLO, SEÑÁ CESÁREA, DON RÉGULO, CAZORLA, CARLANCA y MORRONES, de la primera derecha.

D. Acisclo

(Con traje de fiesta. Muy grave.) Señores...

Pepe

Señor Alcalde... Perdone usted que respetuosamente me presente yo solo... José María de Ojeda... (Señalando a Alfredo.) Mi...

D. Acisclo

Mucho gusto, pero no hace falta. Sabemos quiénes son ustedes y a lo que vienen.

Pepe

(Con gran sorpresa.) ¿A lo que venimos?

Alfredo

(Ídem.) ¿Saben ustedes a lo que venimos?

D. Acisclo

Ce por be.

Pepe

¡¡Por be!! (¡Ay, Alfredo, que dice por be!)

Alfredo

(Nos meten en la cárcel.)

Pepe

(Y nos reciben en comisión.) Entonces, si nos permitiera usted explicarnos...

D. Acisclo

Ni una palabra. Sé cómo hay que tratar ciertas cosas y en esta casa no tendríamos libertad para expresarnos...

Pepe

Sin embargo, yo...

D. Acisclo

(Categórico.) De forma que ustedes se vuelven a la fonda, descansan y esperan mi vesita.

Pepe

Señor Alcalde, yo, a pesar de lo que usted ordena, quisiera merecer...

D. Acisclo

Morrones... acompáñalos a la fonda; que los pongan en el salón prencipal, el mobilario de lujo...

Alfredo

(¡Atiza!)

D. Acisclo

Un retrato del Rey.

Pepe

¡Hasta Su Majestad!... ¡Caramba, señor Alcalde, pero tanto honor!...

D. Acisclo

¡Café, puro y copa, después de las comidas!...

Pepe

¡Pero señor Alcalde... puro y copa!

p. 40 D. Acisclo

¡Y mondadientes, pero sin estrenar!... Todo por mi cuenta.

Pepe

¡Por su cuenta!... ¿Has oído?, ¡¡por su cuenta!!

Alfredo

Bueno, pero todas esas distinciones...

D. Acisclo

Las que ustés se merecen. ¡Conque, a la fonda!

Alfredo

Pero...

D. Acisclo

¡A la fonda!

Pepe

En fin, déjalo. Él sabrá por qué lo hace... ¡A la fonda! ¡Respetuosos servidores!... (Saludando.) Señora, señores, señorita, señores...

Alfredo

(Ídem.) Señorita, señora, señores, señora...

Pepe

Alguacil... (Reverencias a todos.)

Morrones

No, yo voy con ustés...

Pepe

¡Ah, sí, es verdad!... ¡Mis más cordiales saludos a todos!...

D. Acisclo

(A Morrones.) ¡Ah, y que les pongan plato de dulce jueves y domingos!...

Pepe

¡Por Dios, es demasiado!... Basta con los domingos.

D. Acisclo

¡Jueves y domingos!

Pepe

Nada, nada, ¡jueves y domingos! ¡Señor Alcalde, esa amable exageración repostera es que me diluye en gratitud!... ¡Mis más rendidas cortesías!... ¡Señora... señores... señorita... señora!...

Alfredo

(Aparte a Ojeda.) (¡Pero este tío!...)

Pepe

(Bueno, este Alcalde lo rifas a cinco duros la papeleta y te las quitan de las manos... ¡Esto es una joya municipal!) Señores...

Alfredo

Señoras... (Vanse.)

D. Acisclo

(A Cristina.) Cristina... ¡ven aquí!

Cristina

¡Tío!

D. Acisclo

(La coge de la mano.) ¡Si quieres salvar a tu tío, si quieres salvar al pueblo que te ha visto nacer... enamora a ese joven!

Cristina

(En el colmo del estupor.) ¡¡Tío!!...

D. Acisclo

¡Enamora a ese joven! (Telón.)

FIN DEL ACTO PRIMERO


p. 41

Ilustración ornamental

ACTO SEGUNDO


Sala en el «Hotel Anastasia». Puerta de entrada a la izquierda. Dos a la derecha. Al fondo dos balcones que dan a la calle, con puertas vidrieras. Por ellos se ven un balcón y una ventana de la casa de enfrente. El balcón tiene un letrero que dice: «Círculo de la Amistad». Es practicable, así como la ventana.

ESCENA PRIMERA

ANASTASIA, MELITONA, EUSTAQUIO y MORRONES.

Dirigidos por Anastasia, Melitona y Eustaquio cambian la sillería vieja de cretona, que adornaba la sala, por otra no menos antigua y deteriorada, pero de damasco o de algo semejante que suponga un mayor lujo; así como las cortinas que hay ante las puertas las sustituyen por otras más lujosas. Añaden, además, los muebles, adornos y utensilios que en el diálogo se indican. Al empezar el acto, Eustaquio está subido en una escalerilla acabando de colocar una cortina en sustitución de otra. Melitona pone unas sillas y quita otras. Anastasia pasa el plumero a unos cuadros que deben ser colocados.

Morrones

¿De moo y manera que s’ha enterao usté de too?

Anastasia

Que sí, hombre, que sí. Y le ices a don Acisclo que too s’hará y como lo que él tie mandao. Y que se tratará a esos señores mismamente como si fuan dos príncipes.

Morrones

Sí, señora, porque lo que él me tie dicho, fue que me dijo, dice: «Pos ándate corriendo y le dices a la señá Anastasia que a esos dos señores forasteros pues y que les ponga p. 42 a su disposición la sala prencipal con toos los muebles de lujo.»

Anastasia

Pos ya lo estás viendo: el espejo dorao, la cómoda e mármol y la sillería buena, que no siendo al Obispo, no dejo sentar a naide.

Morrones

Y me añadió que les pusiese usté un retrato el Rey en la sala, la meceora menos derrengá, endredones, alfombra p’al suelo y escupidera.

Eustaquio

¡Atiza!

Morrones

Y dos toallas ca uno... ¡Cosa que no comprendo pa qué!

Melitona

Una pa ca mano será.

Anastasia

Pero oye tú, Morrones... ¿pero quién serán esos dos presonajes pa tanto ringorrango?

Morrones

¡Yo no lo sé, pero va usté a sabé quién serán!

Melitona

Tú lo sabes.

Morrones

Que no, palabra.

Anastasia

Y bien que lo sabes, sino que eres más secretero que un candao.

Morrones

Que no, señora, y que no lo sé, que si lo supiera lo icía.

Eustaquio

¿Ni te lo feguras?

Morrones

Ni por ensoñación.

Melitona

Pos tie que ser gente mu gorda, porque pa poneles escupiera, carcúlate...

Eustaquio

Como que aquí no se l’ha puesto a naidie no siendo a un deputao que vino, que le gustaba echar toas las colillas en el mesmo sitio. ¡Mia que es tontería!

Melitona

(Riendo.) ¡Se ven unas cosas!...

Morrones

Yo lo único que pueo deciles a ustés, de ustés pa intrenós, es que pa mí esas presonas son dos presonas que pican muy alto, ¡pero muy alto!

Eustaquio

Pos si pican muy alto, yo les quitaba el retrato e Joselito.

Anastasia

Eso voy a hacer, porque toreros pa presonajes no me hace.

Melitona

Y digo yo, que este tendrá que serví a la mesa con el mokin y guantes.

Anastasia

Natural.

Eustaquio

Mokin tengo, es corto, pero es mokin. Ahora, que los guantes son de cuando hice el servicio, y a más de ser verdes, pues les faltan dos deos, que se los corté este invierno cuando tuve sabañones. De moo, que pa mí, p. 43 que los guantes no están a la altura de esos señores.

Anastasia

Hombre, claro, si les faltan dos deos...

Morrones

¡Ah! Y una avertencia que me ha hecho el señó Alcalde pa ti, Melitona.

Melitona

¿Pa mí?

Morrones

Que si entras a servirles a esos señores pa cualisquier cosa que te llamen y te dieran un abrazo, pos que te aguantes.

Melitona

¿Y por qué me tengo que aguantar que me abracen?

Morrones

¡Pues porque es como un servicio del Estao!

Anastasia

Naturalmente; una cosa que te manda el monicipio, no vayas a hacer lo que haces con toos, que largas más guantás, que los primeros ocho días paece y que tien erisipela.

Melitona

Pos a ver si una se va a dejar que la abracen.

Morrones

Güeno, pero tú reflesiona que en esta ocasión te dejas dar un abrazo y es un mérito que haces p’al Ayuntamiento.

Anastasia

Hay cosas mu serias y esta no s’hace cargo. Cómo será de arisca, que ca vez que vienen señores formales, como jueces u canónigos, u cosa así, la tengo que bajar al entresuelo, porque, claro, en esas presonas cualisquier hinchazón es más notao.

Morrones

¡La juventú y que no mira na!... ¿De moo y manera que estamos entendíos?

Anastasia

Dile al señó Alcalde que s’hará too a su sastifación.

Morrones

Pos tanto gusto y d’aquí a otro ratejo.

Anastasia

Adiós, Morrones, y que te vaya bien.

Morrones

(A Melitona.) Y ya lo sabes, si t’hacen así... (La abraza.) u así... (La da un pechugón.)

Melitona

(Dándole una bofetada.) ¿Que no haga así?

Morrones

(Tanteándose las muelas a ver si se le mueven.) Justo.

Melitona

Descuida. (Vase Morrones izquierda.)

ESCENA II

ANASTASIA, MELITONA y EUSTAQUIO.

Eustaquio

(Extendiendo una alfombra.) ¡Pero, madre mía!... ¿Quién serán esos dos presonajes?... ¡Yo estoy loco!...

p. 44 Anastasia

¡Pa mandá el señó Alcalde lo que ha mandao, y por su cuenta, carcúlate! ¡Ahora que yo no me queo con las ganas de sabelo!

Melitona

Ni yo. Tenemos que hacer lo que haiga que hacer pa averigualo.

Eustaquio

Y malo será que entrambas...

Anastasia

A más que yo tengo un estinto que de que allega uno, a la media hora ya sé si es melitar u comisionista u empleao.

Melitona

¿Y en qué lo conoce usté?

Anastasia

Pos unas veces en que me lo icen ellos, y otras en que se lo pregunto yo.

Eustaquio

Perespicacias que hay.

Anastasia

Pero con estos m’ha fallao. Callarse, que me paece que ya los oigo.

Melitona

(Va a la puerta y mira.) Sí, ellos son.

Anastasia

Mucho cumplimiento, ¿eh?

ESCENA III

DICHOS, PEPE OJEDA y ALFREDO, por izquierda.

Pepe y Alfredo

(Pequeño saludo.) ¡Señora!

Anastasia

¡Excelentísimos señores! (Exagerada reverencia en la que le acompañan Eustaquio y Melitona.)

Pepe

Ya nos han dicho abajo que hemos sido trasladados de cuarto, ¿es cierto?

Anastasia

Por orden del señó Alcalde, sí, señor, excelentísimo señor. (Reverencia de los tres.)

Pepe

(Bueno, las reverencias son como para capitán general con mando en plaza.)

Alfredo

(Sigue mi perplejidad.)

Anastasia

El señó Ayuntamiento ha ordenao que se les pusiá a los excelentísimos señores en la sala prencipal, como corresponde al rango de presonas tan prencipales. (Reverencia de los tres.)

Eustaquio

¡Excelentísimos señores!

Pepe

(Por Eustaquio.) (Ese animal se va a dejar las narices en el suelo.)

Alfredo

¿De modo que podremos estar aquí los dos?

Anastasia

Sí, señor; aquí tenemos dos alcobas mu aparentes pa los señores. (Reverencia.)

Eustaquio

Una pa caa uno. (Reverencia.)

Pepe

Admirable.

Anastasia

Y la sala, como ven los excelentísimos señores, p. 45 tiene dos balcones, que son esos... que dan a la calle, pa cuando se quian asomar.

Eustaquio

La calle está abajo. (Reverencia.)

Anastasia

Y enfrentito tien los señores el Casino.

Pepe

Verdaderamente panorámico.

Alfredo

«Círculo de la Amistad»... Muy bien.

Eustaquio

Sí, señor. Pero aquí en el pueblo le llaman La escorpionera .

Pepe

De un delicado humorismo.

Alfredo

¿Y nuestro equipaje?

Melitona

Ya lo tiene el excelentísimo señorito en su cuarto. (Se lo indica.)

Alfredo

¡Ah, pues con permiso!... (Entra en el primero.)

Eustaquio

Y vosotros ya sus podéis retirar si no sus manda naa el excelentísimo señor.

Pepe

Nada, nada... muchas gracias.

Eustaquio

Servidor. (Reverencia.)

Melitona

Servidora, (Otra reverencia.)

Pepe

Por Dios, criatura, que te vas a caer.

Melitona

No le hace.

Pepe

(¡Vaya una postal! ¡Qué colores!) Eres una tricomía.

Melitona

¿Qué dice el señor?

Pepe

¡Qué tricomía!

Melitona

¡Ay, qué señor, que micomía! (Vase izquierda.)

ESCENA IV

ANASTASIA y PEPE OJEDA.

Anastasia

(Que queda recogiendo plumeros y paños de limpieza.) ¿Y qué, le gusta al excelentísimo señor cómo ha quedao la sala?

Pepe

Señora, el salón de Gasparini es la garita de un centinela comparado con esto. ¡Verdaderamente suntuoso! (Aparte.) Si yo pudiera sacarle a esta señora por qué nos agasajan de esta forma.

Anastasia

(¡Cómo le sacaría yo quién es!)

Pepe

Ahora, que lo que yo deploro vivísimamente es haber venido a producir a ustedes esta molestia suntuaria, este trasiego ornamental...

Anastasia

No, señor; no faltaría otra cosa. Muchísimo gusto. Lo que ustés se merecen y naa más.

Pepe

¡Oh! No diga usté eso; tanto agasajo nosotros, dos personas tan...

p. 46 Anastasia

Y una lo que siente es no haber sabío antes lo que eran ustés.

Pepe

¡Oh, eso, no; por Dios! ¿Pero qué es lo que somos nosotros, diga usté?... ¡Haga usté el favor de decírmelo! ¿Qué somos nosotros?...

Anastasia

¡Toma, pues menúo!... digo... ¡¡nada!! ¡Una friolera!... ¿Y por qué no han querío ustés decirlo al llegar?

Pepe

Pues no lo hemos querido decir porque... francamente... porque no lo sabíamos que aquí se nos estimase de manera tan halagüeña.

Anastasia

Aquí crea el señor que aunque esto es un humilde pueblo, se sabe tratar a las presonas de categoría, como son los excelentísimos señores. (Voy a ver si son melitares.) ¿Y ustés de qué son?

Pepe

(Palpándose con asombro.) ¿Cómo que de qué somos?... (¿Nos habrán tomado por dos Sajonias?)

Anastasia

Sí; ¿que de qué son?

Pepe

Pues somos de arcilla mortal y perecedera, señora.

Anastasia

¡Sí, sí, arcilla!... ¡Que me lo va usté a hacer de creer! ¡Usté es una presona mu gorda!

Pepe

¿Yo?

Anastasia

¡Pero mu gorda!

Pepe

Cincuenta y ocho kilos cuatrocientos gramos, señora. Ya ve usted que la cosa no...

Anastasia

Sí, sí; ya, ya... (No se lo saco, es muy ladino.) Pos naa, cualisquier cosa que les ocurra a los señores no tie el señor más que poner el deo ahí (Indicando el botón de un timbre.) y apretar pa dentro y aluego dar dos palmás por si no suena, que casi nunca suena, y en seguía venimos, cuando lo oímos.

Pepe

Sí, señora; muchas gracias.

Anastasia

Y del reló tampoco hagan caso los señores; y de que sienta el señor que dan las once me lo viene usté a icir, que yo le diré la hora que es. Que este reló no lo entiende más que una servidora.

Pepe

Descuide usted, que por nosotros puede apuntar lo que quiera.

Anastasia

Ah, y en la meceora siéntese usté con cuidao, que renguea del lao derecho; que vino un ministro una vez y esos ministros se columpian p. 47 de una forma que too lo esgualdramillan.

Pepe

Sí, señora; que se dan mucho aire.

Anastasia

Conque a la excelentísima disposición de usté, y ustés desimulen, porque si sé yo lo que son ustés, a cualisquier hora les pongo esta mañana como les he puesto en el almuerzo atún en escabeche; ¡m’ha dao una rabia!... (Vase izquierda haciendo reverencias.)

Pepe

Bueno, yo confieso que desde que he llegado a casa del Alcalde, la perplejidad está a punto de sumirme en la idiotez. Yo no me explico lo que nos sucede. Yo no entiendo por quién nos toman o con quién nos confunden... porque yo tengo cierto parecido con Lloyd George, pero caramba, a la legua se conoce que no hablo en inglés.

ESCENA V

PEPE OJEDA y ALFREDO, primera derecha.

Alfredo

¡Bueno, tío, tenemos unas alcobas que estupefaccionan!... ¡Qué camas!... ¡Cinco mantas en cada una!

Pepe

¡Caracoles!... ¡Cinco mantas!... Oye, ¿no será una ironía alusiva a la frescura de que nos consideran poseídos?

Alfredo

Hombre, no lo creo. ¿Y usted ha sacado algo en limpio de esa señora...?

Pepe

Absolutamente nada. Sigo agitándome en el caos, Alfredo. He tratado de sonsacarla con cierta habilidad y lo único que me ha dicho de un modo concreto es que si ella sabe quiénes somos, esta mañana no nos da escabeche. De lo que he deducido que nos suponen dos personas a las que no se las puede escabechar, y esto ya es un buen síntoma.

Alfredo

Pues yo le declaro a usted, tío, que me encuentro sumido en la confusión más absoluta. Cada hora que pasa es mayor mi sorpresa. Cuando creíamos que nos iban a recibir de un modo hostil y agresivo, nos colman de atenciones, nos anegan en lujo.

Pepe

Nos recomiendan para una mesa luculesca y nos lo sufragan todo, que es lo verdaderamente inaudito.

p. 48 Pepe

Pues yo atribuyo esto a dos cosas: o a enajenación mental complicada con delirio despilfarrante por parte de don Acisclo, o a que ese tío se ha enterado de tus pretensiones y se trae la táctica de colmarnos de agasajos e ir de obsequio en obsequio hasta favorecernos con dos billetes de vuelta para la Corte con el fin de que nos restituyamos con una celeridad cicloniana a la calle de Argumosa, 45, abandonando tus pretensiones a la mano de su opulenta sobrina.

Alfredo

Tiene usted razón, es muy posible que sea eso.

Pepe

Es casi seguro. ¡Como esta gente es tan pérfida!...

Alfredo

¡Ah, pues sería vano su propósito!... ¡Renunciar yo a Cristina!... ¡Jamás! ¿Ha visto usted qué encanto de criatura, tío?

Pepe

Eso no es criatura; eso es meter la mano en el saco de una tómbola y que te toque la Venus de Milo. ¡Qué suerte tienes!

Alfredo

Bueno, y esa señora que estaba con ella y que ha dado un grito gutural al verle a usted... ¿Quién es?... Porque también eso me ha sorprendido.

Pepe

¿Que quién es?... ¡Calla, hombre, que no he caído al suelo al verla porque no había alfombra, que si no pierdo el conocimiento!

Alfredo

¿Pero la conoce usted?

Pepe

¡Una ex-víctima! De esto hará ya cinco lustros... Yo habitaba en la calle de los Tres Peces; ella era mi vecina. Un día se asomó a la ventana, hice así, (Un revuelo de ojos.) la incendié y aún le queda rescoldo, estoy seguro.

Alfredo

¿Y esa señora es casada?

Pepe

Lo ignoro, pero de todas formas puede sernos de gran utilidad en el desenvolvimiento de los sucesos que nos aguardan.

Alfredo

Sobre todo por ser amiga de Cristina.

Pepe

En fin, pronto saldremos de dudas. El alcalde nos ha anunciado su inmediata visita. Esperemos.

Alfredo

Sí, esperemos. (Pasea. Dan las tres en el reloj.) Las tres.

Pepe

No... no hagas caso del reloj hasta que se lo consultemos a la dueña del hotel, (Deteniéndole.) p. 49 ni te sientes en la mecedora hasta que ella te diga cómo tienes que columpiarte.

Alfredo

¡Es curioso!

Pepe

Ya me ha dicho que me dará un cuaderno con instrucciones para usar el mobiliario sin peligro.

Alfredo

Verdaderamente en estos tristes pueblos españoles todo es extraño, temeroso, desconcertante...

Pepe

Porque todo es viejo, solapado, sin sentido renovador... Muebles y personas... ¡Todo tiene un misterio, un secreto, una mácula!...

Alfredo

Cierto; sí, señor; ciertísimo; tan cierto, que yo que deseo ardientemente la visita de don Acisclo, al mismo tiempo temo, no sé por qué, que el enigma se aclare. (Dan golpes como llamando en la puerta izquierda.)

Pepe

Calla. (Alto.) ¿Quién?

ESCENA VI

DICHOS, EUSTAQUIO y MELITONA.

Eustaquio

¿Dan los excelentísimos señores su premiso?

Pepe

Adelante quien sea. (Entran Eustaquio con cuatro pollos, unas largas ristras de chorizos y dos jamones, y Melitona con otros dos jamones, dos barriles de aceitunas, una orza de arrope y tres o cuatro quesos.)

Eustaquio

Pasa, Melitona. (Entran los dos.) Pos los señores dirán aónde y cómo quieren que dejemos too esto.

Alfredo

¿Cómo todo eso?

Pepe

¿Pero qué es eso?

Eustaquio

Pos cuatro pollos, seis ristras de unas longanizas que aquí las llamamos fritangueras, cuatro jamones, aceitunas, arrope y además...

Alfredo

Bueno, ¿pero todo eso?...

Melitona

Too esto es un regalo pa los excelentísimos señores.

Pepe

¿Un regalo para nosotros?...

Eustaquio

Sí, señor; too esto lo han traído el tío Mangola y el señó Aniceto con una carta, aquí presente... (La saca de la faja y se la da.)

Pepe

¡Qué raro!... Veamos... (Lee.) «Excelentísimo señor don José María de Ojeda. Al saber por Nemesio Ullares, alias Carlanca, la llegada p. 50 de vuecencia, dos humildes y fieles servidores le quien sinificar con este pobre obsequio, su gran respeto y simpatía. Semos contratistas del mercao. Servidores de usté pa too lo que sea menester en cuerpo y alma. Que se lo coman con salú y a mandar a estos sus humildes servidores, Calisto Mangola, Aniceto Barranco. Las longanizas son de confianza.» Bueno, pero este señor Mangola...

Alfredo

¿Pero este Mangola, por qué se ha molestado?

Melitona

No podemos decirle al excelentísimo señorito.

Eustaquio

¿Lo dejamos aquí?

Pepe

No, la volatería dejarla en el corral, que ya dispondremos. Lo demás amontonarlo en esta mesa.

Eustaquio

(Enseñándole los pollos.) ¡Son mu majos!

Pepe

Sí, son unos pollos que harían buen papel hasta en el Ritz; regordetes y tomateros. (Lo deja todo amontonado y se llevan los pollos.)

Melitona

Con premiso. (Se van izquierda.)

ESCENA VII

ALFREDO y PEPE OJEDA, luego ANASTASIA.

Alfredo

(En el colmo de la estupefacción.) Bueno, tío; pero ¿qué es esto?

Pepe

¡Pues esto es Mangola, ya lo yes!

Alfredo

¡Yo estoy atónito, absorto!... ¿Pero usted comprende?...

Pepe

¡Yo que voy a comprender, hombre!... ¡Este kilómetro de longaniza acaba de enrarecer las tinieblas de mi espíritu! Porque yo, últimamente, me explico lo de instalarnos con comodidad, me explico el tratamiento, el postre de cocina; pero que venga Mangola y nos ponga una tienda de ultramarinos, eso no me lo explico yo... ¡Ni se lo explica Aristóteles!

Alfredo

¡Porque, vamos, aquí en este pueblo, es que cree usted que le van a pegar un tiro y le ponen un estanco!

Pepe

¡Ni más ni menos!... Y que no cabe duda que esto no es confusión, aquí lo tienes bien p. 51 claro. (Lee el sobre de la carta.) «Señor don José María de Ojeda». ¡Esto es un cuento de hadas!

Alfredo

Esto es una paliza que nos esnucan en cuanto caigan de su burro.

Pepe

De sus burros. Si te refieres a nosotros no singularices, que no me gusta quedarme solo.

Anastasia

(Izquierda.) ¿Dan ustés su premiso?

Pepe

Adelante, señora Anastasia.

Anastasia

Acaba de llegá el señor secretario que viene a hacerles a ustés una vesita; que si le puen ustés recebir... Aquí m’ha dao la trajeta.

Pepe

(La coge y lee.) «Justino Cazorla, Secretario del Ayuntamiento. Ánimas benditas, 18, bajo.»

Alfredo

¿Pero viene solo?

Anastasia

Sí, señor, solo.

Pepe

¿No viene el señor alcalde?

Anastasia

No, señor; viene don Justino naa más. Eso sí, de too lujo. Ya verán ustés elegancia.

Pepe

Pues que pase. (Vase Anastasia.)

Alfredo

¿Lo ve usted, tío?... Lo que sospechábamos. El alcalde no se atreve a afrontar cara a cara la cuestión, y nos envía a este para que nos eche.

Pepe

Es muy posible. Estemos sobre aviso. Prudencia y precaución. Llévate las longanizas. Me hace poco serio.

Alfredo

Las meteré aquí. (Entra primera derecha.)

ESCENA VIII

PEPE OJEDA, CAZORLA. Luego ALFREDO.

Cazorla

(Desde la puerta.) Felices y augurales. ¿Da usted su aquiescencia penetrativa?

Pepe

(¡Caray, qué léxico!) (Alto.) Sí, señor, pase usted, adelante.

Cazorla

Discúlpeme, señor mío, si en una forma poco rectilínea y cediendo a presiones jerárquicas, me permito intercalar en sus familiares sosiegos la inoportunidad de una intromisión esporádica.

Pepe

(Alto.) Alfredo, sal, que ha venido un pariente de Sánchez de Toca. (Alfredo sale y le hace una reverencia.)

p. 52 Cazorla

No, perdone usted, señor Ojeda, no me une ningún lazo consanguíneo con el susodicho primate, aunque por honra preclara yo tendríalo.

Pepe

No, yo lo decía porque verdaderamente, señor Cazorla, se expresa usted con una corrección tan académica como desusada en estos pequeños pueblos donde precisa un lenguaje vulgar para la recíproca comprensión.

Cazorla

Exacto de toda evidencia; pero es que servidor dispone en su riqueza idiomática, de lo que pudiéramos llamar dos léxicos o lenguajes. Lengua de diario o trapillo para conversar con el elemento trashumante y analfabeto de la localidad, y lenguaje de lujo para ocasiones como la presente en que he de dirigir mi verbo sonoro y preciosista a personalidades relevantes que pueden gustar las exquisiteces filológicas de las más selectas locuciones.

Pepe

Vamos, un lenguaje de blusa y otro de chaquet, digámoslo así.

Cazorla

Exacto.

Alfredo

Es originalísimo.

Cazorla

En el primero uso las frases más corrientes, como mecachis, caramba, ¡un cuerno! ¡Que te crees tú eso!... y similares; y en el segundo intercalo los bonitos vocablos, estulticia, exégesis, arcaico, cariátide y miasmas, jugándolo todo ello con un sentido de agilidad y aristocratismo que me envidia acerbamente el señor Azorín.

Alfredo

Muy bien. Bueno, pero a nosotros háblenos usted con toda sencillez, Cazorla.

Pepe

A nosotros nos habla usted en mangas de camisa...

Cazorla

¡Señor!...

Pepe

Literariamente, claro está.

Alfredo

(Ofreciéndole un cigarro.) ¿Usted fuma?

Cazorla

Estoy incurso en el consuntivo y depauperante vicio, sí señor. (Toma el cigarro.)

Pepe

Pues avance sin temor y obligérese romboideamente en ese adminículo arrellanatorio. (Señalándole una silla.) (A mí no me achicas tú.)

Alfredo

(Quitándole el sombrero, al ver que se hace un lío entre los guantes, el sombrero, el bastón y el cigarro.) p. 53 Y si no se opone dejaremos aquí su exornación craneana y borsalinesca. (Lo deja en una silla.)

Cazorla

Gratitudes mil. (Se sientan.)

Pepe

(Al ver que Cazorla trata en vano de encender un encendedor.) Parece que la torcida está infulminable.

Cazorla

(Algo contrariado.) No, sabe usted, que en casa, cuando se acaba la bencina le echan Anís del Mono y casi nunca prende. Pero con paciencia... (Sigue disparando.)

Pepe

Bueno, ¿y qué trae el señor Cazorla por este su cuarto hotelero?

Cazorla

Pues servidor, viene, ante todo, en nombre del Consistorio que indignamente secretarieo a ofrendarles los más férvidos testimonios admirativos y las más respetuosas sumisiones. (Sigue disparando.)

Pepe

Pues trasfusióneles usted nuestros más rendidos, ¡qué digo rendidos!... nuestros más derrengados testimonios de inenarrable gratitud, aunque no nos expliquemos la cortesía concejalesca.

Alfredo

Tome una cerilla. (Se la ofrece.)

Cazorla

No, si es cuestión de amor propio. En cuanto vienen personas de Madrid me pone en ridículo; pero a mí delante de forasteros, no... (Sigue disparando.)

Pepe

Pero no se moleste, si con una cerilla...

Cazorla

No es molestia, es perseverancia. Ítem más, vengo también a adquirir de visu la seguridad de que su aposentamiento corresponde a cuanto se debe a su jerarquía, y el Municipio tiene decretado.

Alfredo

Ah, en eso esté usted absolutamente tranquilíneo.

Pepe

Las satisfacciones hospederiles y los aditamentos alimenticios sobrepasan a lo que pudo fantasear nuestra más exaltada apetencia.

Cazorla

(Que sigue disparando.) Celébrolo, e ipso facto ...

Alfredo

¿Pero por qué no quiere usted aceptar? (Ofreciéndole su cigarro para que encienda.)

Cazorla

No, perdone usted, es cuestión personal. Veremos quién puede más. (Sigue disparando.)

Pepe

Convénzase usted que lo de hoy es mono.

Cazorla

¡Qué sé yo!... Pues como les iba diciendo, satisfechas mis dos encomendadas averiguaciones, p. 54 deseo... y voy con esto a internarme en un campo absolutamente confidencial... (Acercan los tres las sillas sin levantarse para estar más juntos.) deseo decirles en nombre del señor Alcalde, que le disculpen esta primera visita que me encomienda a mí, compenetrado de la dificultad de los primeros pour parlers , dada la enojosa cuestión que les trae a esta villa.

Alfredo

¡Hombre, eso de enojosa!... (Todos otro avance con las sillas.)

Pepe

Bueno, pero dígame usted, señor Cazorla, vamos a ver. ¿Ustedes saben a lo que venimos nosotros aquí?...

Cazorla

(Mira a todos lados. Otro avance con las sillas.) Lo sabemos exactamente, sí señor... lo sabemos todo, pero todo.

Alfredo

Entonces, ¿el señor Alcalde?...

Cazorla

Pues el señor Alcalde, encantado de su presencia en el pueblo vendrá dentro de breves instantes al frente de una comisión del Casino, que está organizando el homenaje con que pretendemos festejar a ustedes.

Pepe

¿Festejarnos a nosotros?... Pero...

Cazorla

(Otro avance.) Pero antes, señor Ojeda, me ha encomendado don Acisclo, una delicada misión.

Alfredo

¿Delicada?... ¿A ver si ahora?...

Cazorla

(Un poco azorado.) Facilítenmela ustedes, ahorrándome para cumplirla, sutiles disculpas, y enojosos alegatos. (Se levanta y saca un sobre del bolsillo del pecho.) Internado en este envelope encontrarán algo que es súplica y ofrenda. Cuando yo me ausente rasguen, extraigan y mediten. (Se lo da.) Nada más.

Pepe

¿Pero de qué se trata?

Alfredo

¿Qué es?

Cazorla

Me reitero en cordial servidumbre. (Coge todos sus chismes apresuradamente e indica el mutis.)

Pepe

Pero...

Cazorla

Suyísimo. (Vase izquierda.)

Pepe

¡Pero esta carta!...

Alfredo

¡Qué hombre más estrafalario!

Cazorla

(Entra de nuevo radiante de satisfacción con el encendedor encendido.) ¡¡¡Por fin!!!

Los dos

¡Enhorabuena!

Cazorla

¡No era mono!... (Vase.)

Alfredo

Bueno; ¿y qué contendrá este sobre?

p. 55 Pepe

Esto es una carta diciendo que nos larguemos.

Alfredo

Abra usted a ver.

Pepe

(Rasga el sobre y mira.) ¡Alfredo!

Alfredo

¡¡Tío!!

Pepe

¡Cógeme, que me derrumbo!

Alfredo

¿Pero qué es?

Pepe

(Sacando dos billetes.) ¡¡Dos mil pesetas!!

Alfredo

¡¡Dos mil pesetas!!

Pepe

Bueno; la vorágine espantosa de la duda acaba de sorberme.

Alfredo

¡Yo ya no sé qué es esto!

Pepe

Pues dos mil pesetas, ¿no te lo digo?

Alfredo

¿Pero a qué vienen esas dos mil pesetas?

Pepe

Hombre, dos mil pesetas vienen siempre a una cosa agradabilísima.

Alfredo

Supongo que no tendrá usted la pretensión de quedarse con ellas.

Pepe

Te diré...

Alfredo

¿Cómo te diré?... hay que arrojárselas a la cara inmediatamente.

Pepe

No; groserías, no.

Alfredo

¿Por qué, por qué nos las dan?

Pepe

Hombre, yo lo ignoro, pero recuerdo lo que decía Tales de Mileto: «Si te piden una peseta, pregunta por qué te la piden. Si te la dan, no preguntes por qué.» El que te la da, es el encargado de saberlo.

Alfredo

Argucias.

Pepe

Filosofías. A mí me puedes quitar la razón; a Tales de Mileto, no. (Se las guarda.)

Alfredo

Pero no comprende usted...

Pepe

(Sorprendido) Calla, que todavía hay algo dentro del sobre... (Rebusca.) Sí, una tarjeta. (La lee.) «Desistan de lo que les trae y no serán las últimas. Acisclo Arrambla Pael.»

Alfredo

¿Lo ve usted?... ¿Lo está usted viendo?... Desistan de lo que les trae. Es decir, que ese inmundo sujeto nos adula, nos agasaja, nos colma de honores y nos da ¡hasta dinero!... ¡para que yo, cobardemente, me vaya del pueblo renunciando a su sobrina! ¡Cree, sin duda, ese miserable, que es un repugnante egoísmo lo que nos trae aquí!... ¡Pues no, no me voy; no me iré ni con dádivas, ni con halagos, ni con millones!... ¡No, no y no!

Pepe

¡Hombre, Alfredito, no te exaltes!

p. 56 Alfredo

En cambio, estoy seguro que Cristina, la pobre Cristina, está a estas horas encerrada en su habitación como en una mazmorra, para que yo no la hable, para que yo no la vea. Para que yo...

ESCENA IX

DICHOS, CRISTINA y EDUARDA, izquierda.

Cristina

(Asomándose puerta izquierda.) ¡Alfredo!

Alfredo

¡¡Cristina!!... ¡¡Tú!!

Cristina

(Corriendo a él.) ¡Por fin a tu lado! ¡Me parecía imposible!

Alfredo

¡Pero tú!... ¡Tú aquí, Cristina mía! (Se cogen las manos efusivamente y hablan aparte con apasionada vehemencia.)

Eduarda

(Aparece en la puerta con digna severidad y saluda a Ojeda con una inclinación ceremoniosa.) Caballero...

Pepe

(Yendo a ella con impulso cordial.) ¡Eduarda!...

Eduarda

(Deteniéndole con un gesto altivo.) Yo le llamo a usted caballero porque no sé cómo llamarle.

Pepe

(Resignado ante la ironía.) Eduarda...

Eduarda

Todavía ignoro su verdadero patronímico... Exuperio... Rigoberto...

Pepe

José María.

Eduarda

(Dudando.) ¡Bah!

Pepe

¡José María, por estas! (Jurando.) Eduarda, no me guarde usted rencor. Han pasado cinco lustros. El tiempo todo lo purifica. Yo comprendo que para usted fui un calavera.

Eduarda

¿Cómo un calavera? ¡Un osario!

Alfredo

(Trayendo de la mano a Cristina.) Pero, a todo esto, ven que te presente. Mi tío.

Pepe

¡Señorita, encantadísimo de usted! (Presentando Alfredo a Eduarda.) Mi sobrino.

Eduarda

(Le da las puntas de los dedos.) ¡Amable joven!

Cristina

¿De modo que viniste solo por mí?

Alfredo

A cumplirte mi palabra, ¿no es verdad, tío?

Pepe

Exactamente; y garantiza la seriedad de semejante propósito el que nuestro primer paso en este pueblo, ha sido ir a visitar a su pariente y tutor.

Alfredo

Y de ti estábamos hablando precisamente p. 57 cuando llegasteis, y con cierta inquietud, te lo aseguro.

Cristina

Con inquietud, ¿por qué?

Alfredo

Pues porque, francamente, tu tío nos ha recibido con tan exagerada amabilidad y con tales muestras de esplendidez... que sospechamos, no sin cierto fundamento, que lo que pretende es que yo desista, por las buenas, de tu cariño y me vaya de aquí.

Cristina

¿Pero qué estás diciendo? ¡Todo lo contrario!

Alfredo

¡Cómo todo lo contrario!

Cristina

¡Que mi tío está encantadísimo con que nos queramos!

Pepe

¡Pero es posible!

Eduarda

Como que vinimos aquí porque él nos mandó, con la excusa de que vigiláramos los detalles del alojamiento.

Alfredo

(Asombrado a Ojeda.) ¿Pero es posible?... ¿Pero ha oído usted cosa igual?

Cristina

Verás. Cuando llegasteis a casa, nosotras oíamos absortas los encargos que hacía a Morrones para que fueseis espléndidamente tratados. Os despidió sin escucharos siquiera, y de pronto, cuando os alejabais, me coge de la mano, me atrae hacia sí, y señalándote me dice conmovido: ¡Cristina, si me quieres, enamora a ese joven!

Alfredo

¡Canastos!

Pepe

¡Señorita!

Alfredo

¿Pero dijo eso?

Eduarda

Como si lo hubieran ustedes oído. La suplicó que le amase a usted; yo fui testiga .

Alfredo

¡Ay, tío, pero suplicarle él mismo que!...

Pepe

Bueno, el cuentecito ese de Pinocho en el Japón es un precepto evangélico comparado con lo que nos está pasando en esta localidad. Honores, dádivas, regalos en especie, donativos en metálico, y encima ¡mandarle a uno la novia!... Bueno; o este pueblo pertenece al partido judicial de Jauja, o yo no lo entiendo.

Alfredo

(A Cristina.) ¿Pero tú no sospechas a qué puede obedecer todo esto?

Cristina

No lo sé, Alfredo, no lo sé. Yo solo pienso en este instante que te quiero con locura, que estoy a tu lado y que soy la más feliz de las mujeres.

p. 58 Alfredo

¡Cristina mía! (Quedan hablando aparte en voz baja.)

Pepe

(Se acerca melancólicamente a Eduarda que se ha sentado lejos en una silla.) ¡Eduarda!... La mano inescrutable del destino nos acerca de nuevo. (Señala a los muchachos.) He aquí el pasado que reverdece. ¿No lo envidias?

Eduarda

¡No me tutees, que soy casada!

Pepe

¡Casada tú!... ¡¡Oh!!... ¿Tú casada?

Eduarda

¿Lo sientes?

Pepe

Lo siento por tu marido... porque...

Eduarda

¡Pepe!... Bueno, ¿te llamas Pepe, definitivamente?

Pepe

Pepísimo.

Eduarda

¿No hago el ridículo?

Pepe

¡Lo de Pepe, machacao!

Eduarda

Pues bien, Pepe, tú tienes la culpa si me encuentras vinculada a otro hombre. Me abandonaste.

Pepe

Ya te he dicho que aquello fue una calaverada.

Eduarda

Pero, ¡ah! una calaverada que me produjo trastornos mentales horribles... Estuve dos años medio loca... Como me hiciste creer que te llamabas Piñones, que eras seminarista y capitán, todo a un tiempo, pues yo, en mi desvarío, aborrecí el cascajo y no hacía más que decir dominus vobiscum y saludar militarmente. ¡Con lo que yo te amaba!... ¡Abandonarme!

Pepe

¡Si vieras cuánto te he recordado!...

Eduarda

¿Es de veras, Pepe?

Pepe

Como me llamo Rigober... Caramba, perdona, que... que me sentía trasportado a aquellas locuras de cinco lustros ha.

Eduarda

¡Ah!... ¡Cinco lustros transcurridos! Y dime, Pepe, ¿cómo me encuentras?

Pepe

Mejor que antes, Eduarda.

Eduarda

(Alegre.) ¿De veras?

Pepe

Tú eres como el oro; el tiempo te avalora y te embellece.

Eduarda

¡Oh, qué galantería tan metalúrgica! ¡Pero, ah!... Estoy olvidando... Bueno, caballero...

Pepe

¡Por Dios, Eduarda, no vuelvas a la seriedad! ¡Quiero ver en tus labios aquel ritus de alegría que tanto me gustaba!

Eduarda

¡Ah, mi ritus, mi ritus!... Esfumose en el p. 59 dolor y en el tiempo. (Va a caer sentada en una silla.)

Pepe

(Deteniéndola.) ¡No, ahí no te sientes que hay manteca! (Se sientan en otro lado y siguen hablando.)

Alfredo

(Alto, a Cristina.) ¿Pero es de veras que dudabas que yo volviese?

Cristina

Sí, Alfredo, sí, no quiero engañarte, lo dudaba. Cuando se ama mucho, mucho, mucho, todo es duda... El tiesto de mis margaritas siempre ha estado sin flores. ¡A quién iba yo a preguntar si volverías!

Alfredo

¿Y qué te contestaban, vamos a ver?

Cristina

Pues, como las flores son buenas, cuando una me decía que no, otra, al verme llorar, me consolaba diciéndome que sí, que vendrías... que te esperase.

Alfredo

Pues ya ves como las que negaron mintieron.

Cristina

Pero mira, yo en cambio a mi corazón a todas horas le decía lo mismo. Si vuelve será mi amor de siempre; si no vuelve, mi recuerdo de toda la vida.

Alfredo

¿Pero por qué dudabas?

Cristina

¡Qué sé yo!... Creí que nunca podría interesarte una pobre señorita de pueblo.

Alfredo

¿Y por qué no?... ¡Una señorita de pueblo!... Precisamente por eso me interesaste más.

Cristina

¡Amabilidad!

Alfredo

No lo creas. La señorita de pueblo siempre me ha inspirado a mí una profunda, una viva simpatía.

Cristina

¿De veras?

Alfredo

Cuando en mis viajes he visto, paseando por los andenes de las pequeñas estaciones, esos grupos de muchachas cogidas del brazo, me ha parecido siempre adivinar en la mirada de sus ojos dulces el cansancio de la vida monótona, y en su triste sonrisa, el anhelo de una existencia mejor. ¡Con qué resignada melancolía miraban alejarse el tren!... A mí, te digo que me daban ganas de cogerlas a todas en un puñado y llevarlas a otro mundo y a otra vida que valiera la pena de vivirse, fuera de aquel estrecho ambiente pueblerino, egoísta y brutal, que solo ellas encantaban con el hechizo de su juventud.

Cristina

¿Pero llevártelas a todas?... ¡Con que te lleves una!...

p. 60 Alfredo

¡Sí, pero una que vale por todas!... Una, que quizá no esté ducha en las artes de una vida refinada, en los encantos de una gentil desenvoltura, como las señoritas de grandes ciudades, pero cuyo aspecto de simpática cortedad, me dice a mí —no sé por qué— que posee un alma blanda, de matiz suave... ¡Alma propicia a un amor largo, leal y profundo!... ¿Me engañé?

Cristina

¿Qué has de engañarte?... Ahora, que yo, así muchas cosas bonitas, como tú, no sabré decir; pero sentirlas, sí; sentirlas, las sentiré todas... ¡todas las que hagan falta para quererte una vida entera!

Alfredo

¡Cristina!

Cristina

¡Alfredo!

Pepe

¡Eduarda!

Eduarda

¡Pepe! (Hablan y ríen.)

ESCENA X

DICHOS, DON RÉGULO y CAZORLA (en el balcón del Casino).

Cazorla

(Asomándose recatadamente por las persianas entreabiertas.) ¡Mire usted, don Régulo, mire usted los hombres que nos manda el Gobierno para moralizarnos!

D. Régulo

(Asomándose.) ¡Porra! ¡Mi mujer bromeando con él!

Cazorla

¡Silencio! Seguiremos observando. (Retira a don Régulo.) La víbora ha picado. El veneno hará lo suyo. ¡Sois míos! (Cierra después de lanzar una mirada mefistofélica. Se escuchan en la calle los sones de una charanga lejana que va acercándose poco a poco y el alegre griterío de la multitud.)

ESCENA XI

DICHOS, ANASTASIA, MELITONA, EUSTAQUIO y MORRONES, por la izquierda.

Cristina

¡Música!... ¿Oyen ustedes?

Alfredo

¿Pero qué música es esa?

Pepe

¿Qué ocurrirá?

Eduarda

(Que se asoma al balcón.) Es la charanga del tío Maíllo.

p. 61 Pepe

¿Pero es que hay fiesta en el pueblo?

Cristina

¡No, qué ha de haber! Por eso me choca.

Eduarda

Y vienen hacia aquí... y les sigue la gente.

Cristina

¡Anda, y ponen las colgaduras en el Casino! (Un mozo pone colgaduras con los colores nacionales en el Casino.)

Pepe

(Asustado, a Alfredo.) ¡Oye, pero será eso también por nosotros!

Alfredo

¡Mucho me lo temo!...

Pepe

Oye, tú, ¿se me puede confundir a mí con el obispo?... porque yo ruedo ya de conjetura en conjetura...

(Entran Melitona, Anastasia, Eustaquio y Morrones por la izquierda. Vienen jadeantes, emocionados y muy alegres.)

Morrones

Excelentísimo señor...

Pepe

(Atónito.) ¿Es a mí?

Morrones

A usía excelentísima, que vengo de parte del señor alcalde, a decirle a usté que si pue vuecencia recibir a la señá maestra y a los alunos de las escuelas públicas, y a una comisión del Casino que viene a festejar a usía.

Pepe

¡A festejarme a mí!

Eustaquio

A usía: conque usté dirá.

Alfredo

¿Pero esa música y esos cohetes son por nosotros?

Eustaquio

¡Por ustés!

Pepe

¿Lo estás viendo?

Cristina

¡Por vosotros!... ¿pero a qué santo?

Pepe

¡No sé, porque yo me llamo Nicomedes!... ¡digo!...

(Estallan cohetes, repican las campanas, vuelve a sonar la música, grita la gente.)

Morrones

Conque, ¿qué les digo a las comisiones?

Pepe

Sí, que suban, que suban. (Todos van hacia la puerta izquierda.)

Alfredo

Bueno, tío; yo creo llegado el caso de que pregunte usted de un modo concreto con quién nos confunden.

Pepe

Quia, hombre; con esta gente pérfida nada de lealtades. Aguarda: malo será si a alguna de estas comisiones no le saco yo por quién nos toman.

Cristina

Ya están ahí; ya suben.

Anastasia

Viene too lo mejor del pueblo.

Eustaquio

¡Ahora verá usté lo güeno!

p. 62 ESCENA XII

DICHOS, DOÑA TÁRSILA, CHICOS y CHICAS. Luego DON ACISCLO, SEÑÁ CESÁREA, DON RÉGULO, CAZORLA, CARLANCA, DON ALICIO, Socios del Casino, Señoritas, etc., etc.

Entra doña Társila, una señora con lentes, ridículamente vestida y con un peinado muy raro y muy liso. Lleva un papel de música en una mano y una batuta en la otra. La sigue un coro de Chicas y Chicos que traen un estandarte. Vienen formados de cuatro en fondo cantando y andando a pasos rítmicos.

Társila, Chicos y Chicas

(Cantan avanzando hacia Ojeda, y a medida que avanzan él retrocede, también a compás, como asustado de aquello. Cantando.)

¡Loor, loor, loor!...
¡Oh, insigne y gran señor!
Por tu visita honrosa,
la juventud estudiosa
te aclama con fervor.
¡Loor, loor, loooor!...

(Durante el himno han entrado las Comisiones con trajes de fiesta, se colocan ordenada y convenientemente, de modo adecuado, para que el conjunto pueda resultar más cómico.)

Társila

Con la venia del señor Alcalde. (Reverencia.) Excelentísimo señor: Cábeme, la inmerecida honra de ofrender a vuecencia este tierno plantel cultural, delicadas flores... (A un niño.) (Mateo, no te toques las narices, que está feo...) Delicadas flores que cultivó una servidora, humilde maestra superior, que no es normal, por envidias, e hija del gran pedágogo don Zacarías Ullera, mi señor padre, honra y prez de la magistratura docente nacional. Feo está que una servidora lo diga, pero mi señor padre era una persona muy docente; mucho más docente que yo. Con honda pena lo manifiesto. Sin embargo, como se murmura en la Corte que si los Ayuntamientos tienen o no tienen abandonadas sus obligaciones respecto a istrución pública, yo quiero dar a vuecencia un mentis , mostrándole los pogresos de estos tiernos niñas y niños, que no diré yo que sean unos p. 63 Merlines , pero sí honra y prez de la infancia estudiosa y crecedera. (Tiburcio, que me das con el estandarte.) Y ahora, con permiso de vuecencia, me voy a permitir examinarlos, individual y corporativamente, para que se juzgue de su istrución. Con la venia.

Pepe

Oye, párvulo, no metas el dedo en el arrope, haz el favor. Siga...

Társila

Si quiere vuecencia, ¿empezaremos por la jografía ?

Pepe

Por la jografía o por la jometría , me es igual...

Társila

Vamos a ver... Úrsula Canana.

Chica 1.ª

(Dando un paso al frente.) Servidora...

Társila

A ver, tenga usted la bondad de decirnos ¿cuántos golfos hay en España?...

Chica 1.ª

Muchísimos, golfos hay muchísimos.

Társila

Muy bien. ¿Y cabos, hay muchos cabos?

Chica 1.ª

Cabos también hay muchísimos.

Társila

¡Pero determínelos!

Chica 1.ª

Pues el Finisterre en Vizcaya, el Ortegal en Gerona, el... el...

Társila

¿Cómo se llama el que hay en Huelva?... Cabo de... (Acción de pegar.)

Chica 1.ª

Cabo de... (Le da dos golpes con la batuta.) de Palos.

Társila

¿Y cómo se llama el de Almería, cabo de qué?

Chica 1.ª

Cabo de... Cabo de...

Chico 1.º

¡Miau!

Chica 1.ª

¡Gato!

Pepe

Gata, rica.

Társila

Como verá vuecencia, salvo la confusión del sexo, todo lo demás...

Pepe

Sí, una verdadera monada. ¡Parece mentira! y a la edad que tiene: porque esta niña no habrá cumplido aún los treinta y seis años.

Chica 1.ª

¡Me voy pa los deciocho!

Pepe

Bueno, pues vete; anda, rica, vete y no vuelvas, anda.

Társila

Ahora va a ver vuecencia un discípulo aventajado. Aniceto Recocho.

Chico 1.º

Servidor.

Társila

¿Qué son líneas paralelas?

Chico 1.º

Mauregato, Sisebuto, Recaredo, Chindasvinto...

p. 64 Társila

¿Pero que estás diciendo, so zarrapastroso?

Chica 2.ª

Es que él dice los reyes godos porque lo de las paralelas me lo tenía usté que haber preguntao a mí. Mire usté el papel y verá.

Társila

(Confusa.) ¿El papel?...

Chica 2.ª

Estos dos eran los reyes... Paralelas mi hermana y yo...

Társila

Sí, sí, bueno... (Me estáis haciendo correr un ridículo que eriza.) Bien, pues di, di... ¿Qué son líneas paralelas?

Chica 2.ª

Pues aquellas que no se prolongan por mucho que se encuentren. ¿Ve usté como era yo?

Társila

(¡Maldita sea tu estampa, so cafre!)

Pepe

Bueno, basta, basta... Si no me lo dijeran creería que estas criaturas habían estudiado en Bolonia.

D. Acisclo

Y ahora, excelentísimo señor, pocas palabras de mi parte. Ya ha visto usted nuestra juventud estudiosa, cómo aprovecha los desvelos del monecipio, de forma que solo nos resta, que iso fazto , don Alicio Carrascosa, aquí presente... llamao por su elocuencia el Melquíades de Pancorbo, (Don Alicio hace una gran reverencia.) su ciudad natal, va a tener el honor de ofrecerle el homenaje que le preparamos. Ande usté, don Alicio.

Todos

Chiss... (Silencio. Expectación.)

D. Alicio

(En tono de oratoria cursi.) Excelentísimo señor: mis nobles y queridos conterráneos. El Ilustrísimo Ayuntamiento de esta Villa, conjuntamente con el Casino de la misma, que tengo el honor de presidir, han organizado un banquete que a manera de modesto homenaje se ofrecerá mañana a este nuestro ilustre y preclaro huésped.

Pepe

(A un chico.) ¡Niño, deja las morcillitas!

D. Alicio

¡Ah, mis leales y queridos Villalganceños, los sentimientos patrióticos se exaltan ante las grandes y meritorias personalidades honra de la Nación!

Pepe

(A Alfredo.) (Me han tomado por un político. Lo que yo me figuraba.)

D. Alicio

Y mucho más, cuando el ciudadano integérrimo que nos honra con su visita, no es un político.

Pepe

(A Alfredo.) (Pues no soy un político.)

D. Alicio

No es un político ni mucho menos, y claro p. 65 que ante tal negativa vosotros me preguntaréis, ¿es acaso un hombre de ciencia?... No.

Pepe

(A Alfredo.) No.

D. Alicio

¿Es un escritor eminente?... No.

Pepe

No.

D. Alicio

¿Es un artista ilustre?... No.

Pepe

(Asombrado.) Tampoco.

D. Alicio

¿Pues qué es este hombre, me preguntaréis?... Y yo, voy a deciros lo que es este hombre.

Pepe

(¡Gracias a Dios!)

D. Alicio

Pues este hombre es ¡nada menos! que el módulo representativo de una nueva función generatriz del Estado, en su relación legislativa, ¿he dicho legislativa?... jurídica, dentro de las modernas ideologías plasmadas en las grandes síntesis aspirativas de la Humanidad... ¡Eso es este hombre!

Pepe

¡Ca, hombre!

D. Alicio

Sí, hombre, eso y nada más.

Alfredo

(¿Qué será eso de módulo?)

Pepe

(No sé, pero me suena a algo así como a marisco.)

Alfredo

(Pues sí que nos ha sacado de dudas.)

D. Alicio

Y ahora que ya sabéis quién es, una sola palabra para terminar. Conterráneos, honremos a este hombre porque honrándole nos honramos. He dicho.

(Aplausos, bravos, felicitaciones.)

Pepe

Señores, unas palabras...

Todos

Chist... chist...

(Gran atención.)

Alfredo

(¿Pero qué va usted a decir?)

Pepe

(Una cosa parecida a la suya. Yo no me aguanto eso de módulo.) (Alto.) Villalganceños: Honrándome exageradamente ha dicho en disculpable exaltación el elocuente orador que me ha precedido en el uso de la palabra, que yo soy un módulo. Pues bien, sí, quizá yo sea un módulo, pero él en cambio es una espátula.

Alfredo

(Asustado, le tira de la americana.) (¡Tío!)

Pepe

Una espátula con la que se extiende sobre el lienzo de las realidades españolas el vivo anhelo del espíritu nacional que trata laudablemente de incorporarse, en la plenitud de todas sus conciencias, a la marcha triunfadora p. 66 de los pueblos libres hacia los nuevos ideales del Derecho y de la Justicia...

Todos

¡Bravo, bravo! (Aplauden.)

Pepe

Villalganceños, pocas palabras más. Al honrarme a mí, ¿vosotros sabéis qué ideales exaltáis?

Todos

¡Sí, sí!

Pepe

Al ofrecerme este homenaje, ¿vosotros sabéis lo que significo yo?

Todos

¡Sí, sí!

Pepe

¿Vosotros sabéis quién soy yo?

Todos

¡Sí, sí!

Pepe

Pues si vosotros sabéis quién soy yo, yo no... yo no os molestaré en volveros a informar respecto a mis legendarias y tradicionales convicciones. He dicho. (Aplausos.)

D. Alicio

¡Viva España!

Todos

¡Viva!

D. Alicio

Sí, ¡viva la España de Sagunto y de Numancia, de Colón y de Hernán Cortés, del Dos de Mayo y de Covadonga! (Aplausos frenéticos.)

D. Acisclo

¡¡Viva España!!

Todos

¡¡Vivaaaaa!!

(Llorando todos, se abrazan, suena la música, repican las campanas, estallan los cohetes. Van desfilando, después de estrechar la mano y felicitar a Ojeda.)

Társila, Chicos y Chicas

(Cantado.)

Loor, loor, loor...
¡Oh insigne y gran señor!
etc., etc.

(Vanse todos.)

ESCENA XIII

PEPE OJEDA y ALFREDO.

Alfredo

¡Pero tío!

Pepe

(Cayendo derrengado sobre una silla.) ¡Ay, Alfredo!

Alfredo

¿Qué le pasa a usted?

Pepe

¡Que mi confusión sigue en aumento: que yo estoy muy malo, que yo no sé lo que me pasa! ¿A qué vienen esas explosiones patrióticas? ¿Por quién me toman? ¡Media hora hablando y aún no lo sé!

p. 67 Alfredo

Sin embargo, tío, a mí me parece que empiezo a comprender...

Pepe

¿Tú?

Alfredo

Sí. Todo eso, sospecho que lo hacen porque nos temen.

Pepe

¿A nosotros? ¿Que nos temen?

Alfredo

Sí, nos tienen miedo, no hay duda... y por eso son las dádivas, el dinero, las aclamaciones. Nos confunden con algo que para ellos es un fantasma medroso.

Voz

(Lejos.) ¡Viva España!

Voces

(Ídem.) ¡Vivaaaaa!

Alfredo

¡Y conciencias concupiscentes y claudicadoras que infamó el delito, quieren acallar el terror de verse castigadas con gritos de falso patriotismo!

Pepe

¡Es posible! ¡Sin duda es eso! El miedo, siempre el miedo... ¡La cobardía profanando, para disculparse, las reliquias sagradas de la Historia! ¡Cobardía, miedo, claudicación!... ¡¡Ah miserables!!

Voz

(Ya muy lejos.) ¡Viva España!

Pepe

Sí, ¡viva España! Pero ¡cómo va a vivir, si no nos hacemos todos un poco mejores! Viva España, pero viva con un ideal cierto, seguro, firme, que acabe para siempre con los miedosos, con los claudicadores, con los cobardes... (Sale al balcón.) ¡Viva España! (Le aclaman frenéticamente. La gente grita; le aplauden de los balcones del Casino. Estalla un cohete junto a él. Entrando.) ¡Mi madre! (Se cubre los ojos con las manos.)

Alfredo

¿Qué ha sido?

Pepe

¡Un cohete! ¡De poco me deja ciego! ¡Y me lo ha disparado el Secretario! ¡Lo he visto! ¡Canalla! ¡Ladrón!

Voz

¡Viva España!

Voces

¡Vivaaaaa!

(Música, campanas, aplausos. Telón.)

FIN DEL ACTO SEGUNDO


p. 69

Ilustración ornamental

ACTO TERCERO


La misma decoración del acto segundo. Es de noche.

ESCENA PRIMERA

PEPE OJEDA, DON RÉGULO y CAZORLA.

Al levantarse el telón aparece Ojeda en el Casino. Está de pie, pronunciando un brindis a la cabecera de la mesa donde acaban de celebrar un banquete. Se ven socios sentados cerca de él, que en las ocasiones que se indicarán le aplauden. En el cuarto de la fonda, que tiene las vidrieras de los dos balcones cerradas, razón por la cual se ve accionar a Ojeda sin que se le oiga, están Don Régulo y Cazorla. Se hallan situados junto al balcón de la izquierda, mirando a través de las vidrieras hacia el Casino.

D. Régulo

(Iracundo y exaltadísimo apunta a Ojeda con una browning que tiene en la mano.) ¡Sí, sí, déjeme usted, lo mato sin remedio! ¡Lo mato en pleno discurso!

Cazorla

(Esforzándose por contenerle.) ¡No, no, por Dios! ¡Sería una tragedia espantosa! ¡Sería una interrupción que ni en el Congreso! Calma, mucha calma.

D. Régulo

¿Pero no oye usted lo que dice? ¿No oye usted lo que grita ahora ese cínico?

(Quedan atentos, abren un poco la vidriera y entonces se oye a Ojeda hablando como un poco lejos y en tono oratorio.)

Pepe

Celebremos, sí, celebremos todas nuestras conquistas, nuestras hermosas conquistas, para que nos envidien aquellos que...

(Cierran. Se deja de oír, aunque se le sigue viendo accionar.)

p. 70 D. Régulo

¡Ah, miserable! ¡Que celebren sus conquistas! ¡Y mírela usted, mi mujer se sonríe! ¡¡Oh!!

Cazorla

¡Qué cinismo! ¡Pobre amigo! (Le abraza.)

D. Régulo

¡Ah, no, no; yo no lo sufro! (Apunta de nuevo.) ¡Déjeme usted que dispare!

Cazorla

(Desviándole el brazo.) ¡Sí, le sobra a usted la razón por encima de los pelos, pero conténgase usted ahora! Sería producir una tragedia inútil. ¡No es este el momento! Yo, don Régulo, que estimo su honor como mi propio honor, le diré a usted que realice su justa venganza cuando sea llegado el instante; ahora, no. (Misteriosamente.) Piense usted que al disparar desde esta casa, no solo se comprometería usted, sino que comprometería a don Acisclo. (Entorna la puerta del balcón y deja de verse a Ojeda.)

D. Régulo

¡Sí, es verdad! ¡Eso te vale, villano!

Cazorla

A don Acisclo, que está ahí dentro, (Señala la puerta primera derecha.) haciendo, en complicidad con la Anastasia, un registro entre los papeles de esos hombres; registro que puede ser nuestra salvación... ¡La salvación del pueblo!

D. Régulo

Sí, sí, es cierto, amigo Cazorla, lo comprendo todo; pero es que las leales revelaciones de usted han despertado en mi corazón el demonio de los celos...

Cazorla

Don Régulo, yo no podía consentir el ridículo de un amigo entrañable.

D. Régulo

¡Si ha hecho usted bien, muy bien; pero es que yo ya no puedo vivir sin una venganza terrible! ¡Y me vengaré, sí, me vengaré!

(Queda junto al balcón, mirando obstinadamente al Casino.)

Cazorla

Sin embargo, calma, calma ahora.

ESCENA II

DICHOS, DON ACISCLO, SEÑÁ CESÁREA y ANASTASIA, primera derecha.

D. Acisclo

(Sale cautelosamente por la primera derecha seguido de la señá Cesárea y Anastasia. Habla con voz velada por el despecho.) ¡Na, asolutamente na! ¡Ni un papel, ni un detalle! ¡Maldita sea!

p. 71 Cazorla

(Yendo a su encuentro.) ¿No encontraron nada?

D. Acisclo

¡Naa, estoy que me muerdo! ¡Too registrao y naa! Ni el nombramiento, pa haberlo roto; ni cartas, ni credenciales, ni oficios... ¡naa!

Cazorla

¡Pero no han encontrado ni siquiera!...

Anastasia

Naa. ¿No lo oye usté? Cuatro calcetines con una de tomates que ni una fábrica e conservas, tres camisolas sin marcar, dos jerseises y unas silenciosas. Es too lo que tenía la maleta.

Cesárea

Y la mar de faturas. Zapatería de no sé qué... debe. Sastrería de no sé cuántos, debe. Camisería... de quién sabe Dios..., debe. Esos han dejao a deber hasta el bautizo.

Anastasia

Y también los hemos encontrao una faztura de la sombrerería, de cinco gorras. ¡Pásmese usté!

D. Acisclo

Claro, cinco gorras. ¡Como que es su uniforme!

Cazorla

¡No tener más, es inverosímil!

Cesárea

No lo duden ustés; esos hombres son mu ladinos, y pa mí que han dejao el equipaje en el cuartel de la Guardia Cevil, pa que no pudieran tocarles la documentación.

Cazorla

Es muy posible.

D. Acisclo

(A Anastasia.) ¿Y tú no les has visto romper papeles u esconderlos?

Anastasia

¡Digo, pues si yo lo hubiá visto! Ya los tendrían ustés en su poder. Les llevo una lista basta de las veces que estornudan, conque usté verá, (Yendo hacia el balcón.) ¡Y todavía está hablando! Eso es un loro.

D. Acisclo

¡Maldito sea! Pos yo no pueo hacer más pa quitámelos de encima, ya lo han visto ustés. Por las buenas, regalos, dinero, festejos...

Cesárea

¡Qué lástima fue lo del cohete! ¡Con el ingenio que tenía!

Cazorla

¡Si estalla medio metro más abajo... tiene que ir a curarse a Madrid!

D. Acisclo

Ya les dije a ustés que eso era un poco inocente. ¡Ahora hay que comenzar por las malas!

Cesárea

Pero por las malas... de veras.

Cazorla

¡Mi plan! Voy a seguir azuzando. (Vase al balcón con don Régulo.)

D. Acisclo

Por de pronto, ya he metido en la cárcel hasta El Perniles y Garibaldi, pa que no les puan dar datos contra nosotros.

p. 72 Cesárea

Pero no basta, Acisclo, no basta. No seas infeliz, que tú eres un desgraciao. (Hablan el resto de la escena en tono confidencial.)

D. Acisclo

¿Yo?

Cesárea

¡Tú! Ya lo ves. Esos tíos t’han cogío el dinero y s’han reío de ti.

D. Acisclo

Pues mal año pa ellos, que el que se ríe de mí, llora a la postre.

Cesárea

Siquiá, quítales las dos mil pesetas.

D. Acisclo

Déjalo, que de eso s’ha encargao Carlanca. Ha cogío la bufanda, el retaco... y dos amigos, y esos canallas se dejan en el pueblo los billetes, como se los dejó aquel recaudador de contrebuciones... ¡Por estas!

Cesárea

Haces bien. Y a más, no consientas que a ti te quiten de mandar.

D. Acisclo

¡Nunca!

Cesárea

Tú ties en el pueblo too el poder; pos antes que soltar la tajá hay que dejarse en ella los dientes.

D. Acisclo

Descuida. No suelto las riendas. Treinta años mandando... ¡Con los enemigos que da eso! ¡Si me vían caído, me se comían! Pero estoy yo ya muy duro pa que me roan. No; yo te digo que no. Yo te digo que antes ¡le pegaba fuego al pueblo!

Cesárea

(Con entusiasmo.) ¡Ese eres tú!

D. Acisclo

¡Antes que verme pisao, too! ¿Lo oyes bien? (Con gesto de ira feroz.) ¡¡Too!!

Cesárea

¡Acisclo, que me espantas!

D. Acisclo

(Sonriendo.) ¡Mujer!

Cesárea

¡Lo has dicho en un tono, que me s’han puesto de punta hasta los pelos del añadío!

D. Acisclo

(Sigue sonriendo.) No t’apures, ya me conoces.

En el fondo soy un infeliz. Too , le llamo yo a un sustejo de naa.

Cesárea

¡Pero ten cuidao con Carlanca que ese es mu bruto!

D. Acisclo

¡Bah, otro infeliz!... ¿Sabes quién va a hacerles el avío a los forasteros?

Cesárea

¿Quién?

D. Acisclo

Ese rebajuelete.

Cesárea

¡Cazorla!

D. Acisclo

Ese. Que, míalo, (Riendo socarronamente.) no s’arrima una vez a don Régulo, que no le encienda el coraje.

(Para cumplir la indicación del diálogo, un momento antes se ve a don Régulo, inquieto, volver a su manía p. 73 de dispararle a Ojeda, y a Anastasia y Cazorla que tratan de detenerlo.)

D. Régulo

(Exaltado de nuevo.) Sí, sí, tiene usted razón; luego se irán a Madrid ufanándose de habernos burlado y habernos escarnecido... y eso, no; de un caballero no se ríen esos... ¡Déjeme usted, lo mato!

Cazorla

¡Sí, sí... pero ahora no!

Anastasia

(Asustada.) ¡Por la Virgen Santísima! ¡Caramba! ¡Calma!

D. Acisclo

¿Pero qué le pasa a ese hombre?

Cazorla

¡Por Dios, señor Alcalde, intervenga usté, que le quiere disparar!

D. Acisclo

(Va hacia él.) ¡Pero qué va usté a hacer, so loco!... (Le separa del balcón.) Venga usté aquí.

D. Régulo

¡Don Acisclo, mi honra peligra! ¡Estoy en un estado de excitación que o mato a ese hombre, o me muero de un berrinche, me muero!

D. Acisclo

Serenidad, don Régulo, que no semos creaturas. Ya conoce usté mis dotrinas; brutos, pero a tiempo.

Cazorla

Eso le digo yo, quizá esta misma noche nos dará ocasión para todo.

Cesárea

Seguro. Cuando le traigan ustés los libros del Ayuntamiento pa que los revise.

D. Acisclo

Espérese usté a entonces, y de que ponga tanto así de reparo en naa, le da usté el puñetazo acordao en sesión, y en seguía los padrinos, la custión de honor y lo que sea, que no será poco, siendo usté el atizante.

D. Régulo

No sé si tendré paciencia para esperar, señor Alcalde. Yo aguanto pocas cosas, muy pocas, pero menos que ninguna, que nadie levante los ojos hasta mi mujer, porque a ese lo mato.

D. Acisclo

¡Hombre, no se ponga usté así! Después de too, aunque descubriese usté cualisquier cosilla...

D. Régulo

¡Ese muere!

D. Acisclo

(Aparte.) ¡Sabrá lo mío!

Cesárea

Es que doña Eduarda es una mujer honrá, don Régulo.

D. Régulo

Pero le tolera a ese hombre excesivas galanterías, señora Cesárea.

D. Acisclo

Bueno... no hay que olvidar tampoco que usté mismo la recomendó que estuviese p. 74 amable con ese sujeto, y ella, quizás que por hacerle a usté caso...

D. Régulo

Pero una cosa es que me haga caso a mí, y otra que le haga caso a él. ¡Caramba!

Cazorla

Eso es bíblico.

D. Régulo

Comprenderán ustedes mi deseo de venganza.

D. Acisclo

Bueno, calma, que too llegará. Y ahora, antes que acabe, al Casino. (A Anastasia.) Y tú, de esto, ni tanto así, porque te costaría...

Anastasia

Quie usté callarse... Pasen pol gabinete y bajen por la escalera que da al callejón. (Vanse todos segunda derecha.)

ESCENA III

EDUARDA, CRISTINA y EUSTAQUIO, primera derecha.

Entran las dos acongojadas, jadeantes, con caras de angustia, precedidas del criado.

Eustaquio

¿Pero qué les ocurre a ustés pa ese desasosiego y ese agobio?

Eduarda

Nada, Eustaquio, no te preocupes, no es nada. (Aparte.) Me sorberé las lágrimas.

Eustaquio

(Ofreciendo una silla a Cristina.) Pero, asiéntense ustés, que vienen que s’ahogan.

Cristina

(Que pasea agitada.) No, no, gracias, yo no podría estarme quieta.

Eduarda

Mira, Eustaquio, hijo, lo que deseamos es que nos dejes solas.

Eustaquio

Pero ya saben ustés que esta habitación la ocupan...

Eduarda

Sí, sí... lo sabemos todo, pero nos precisa asomarnos a ese balcón un momento. Por eso venimos. Nada más. (Saca una moneda que le da.) Toma y calla.

Eustaquio

(Cogiéndola.) ¡Dos reales!

Eduarda

Si eres discreto, no serán los últimos.

Eustaquio

(¡Gorda tie que ser la cosa!) (Vase primera izquierda.)

ESCENA IV

EDUARDA y CRISTINA.

Eduarda

(Dando rienda suelta a su dolor.) ¡Ay, Cristina de mi alma, estoy desolada, muerta de angustia!

p. 75 Cristina

¡Y yo, doña Eduarda, y yo! Mire usted cómo tiemblo desde que sorprendí entre mi tío y el secretario la conversación que he sorprendido.

Eduarda

Es preciso que estos hombres conozcan el peligro en que están.

Cristina

Sí... Para que se vayan del pueblo, para que huyan a escape.

Eduarda

¡Sí, para que se vayan, pero también para que antes Ojeda me salve a mí, salve mi honor! ¡Ah, ese infame, ese canalla de Cazorla!

Cristina

Tiene la maldad del demonio.

Eduarda

¡Peor! ¡El demonio es un niño de primera comunión comparado con él!... ¡Ese miserable, haber sembrado el infortunio en mi hogar, hasta hoy dichoso!... ¡Ah! (Llora.)

Cristina

¡Qué infamia! ¡Si parece mentira!... Habérsele ocurrido meter celos contra usted en el corazón de don Régulo para que mate al señor Ojeda y que el Ayuntamiento se vea libre de él. ¡Vamos, que no paga ni hecho trizas!

Eduarda

¡Y haberme infamado a mí, Cristina, a mí, que teniendo clavado en mi corazón el dardo que tengo, antes moriría cien veces que faltar a mi esposo!... (Llora.)

Cristina

¿Pero usted cree que don Régulo le dará crédito a esa infamia?

Eduarda

¡Ya lo creo que le da crédito, pues eso es lo trágico! En unas cuantas horas, mi marido es otro. Antes no tenía más que ojos para mirarme. Ahora busco su mirada y la encuentro en los calcetines, en la alacena, en el Blanco y Negro , en cualquier parte menos en mí. Estamos en la mesa, me habla, y lo hace en un tono tan glacial, que me enfría hasta la sopa. Y luego, él, de suyo tan amable siempre, tan cortés conmigo... ¡Ay, lo que me ha hecho hoy a los postres, Cristina! (Llora.)

Cristina

¿Qué le ha hecho?

Eduarda

Figúrate que yo cuando una naranja me sale dulce, nunca me la como sin darle dos o tres cascos. Pues hoy, hoy como siempre, se los di... (Llorando amargamente.) y me ha dado con los cascos en las narices... ¡Él, devolverme los cascos!

p. 76 Cristina

¡Pues si con el carácter que tiene se pone furioso!...

Eduarda

¡Figúrate qué tragedia! ¡Una mujer deshonrada, un hombre muerto!

Cristina

Sí, sí. Pues no perdamos tiempo. Hay que ponerlos sobre aviso. Llámelos usté.

Eduarda

¿Pero cómo?

Cristina

Acerquémonos al balcón a ver si nos ven.

Eduarda

Sí, es lo mejor. Le haré una seña.

Cristina

Dé usted en los cristales.

Eduarda

Calla, ya parece que mira. ¡Chistss, chistss!

(Ojeda mira; le hacen señas que no entiende y que le obligan a poner cara de extrañeza, sin interrumpir por eso el discurso.)

Cristina

(Abriendo el balcón.) Que vengan.

Eduarda

(Haciendo señas.) Venid...

Pepe

(Como si continuara dirigiéndose al auditorio.) ¿Qué decís?

Cristina

Que vengan ustedes.

Pepe

¿Qué decís a esta afirmación que yo os hago?... (Más señas.) ¿Qué queréis decir?... ¡Ah, señores!

Eduarda

¡Que vengas, hombre!

Pepe

¿Yo?... (Le hacen señas que sí.) Yo... Ya voy... Ya voy a terminar...

Eduarda

Pronto. (Señas.)

Pepe

Voy a terminar y voy en seguida... porque en este brindis creo haberos confirmado todo... (Cierran y deja de oírse a Ojeda.) cuanto en mi larga actuación...

Cristina

Ya nos ha entendido.

Eduarda

Entonces no tardarán. Estoy deseando que llegue.

Cristina

¿Y yo, qué hago yo, doña Eduarda, qué hago? ¿Qué le diré a mi Alfredo?... ¡Estoy inquieta, indecisa, no duermo, no vivo!...

Eduarda

¿Tú no le quieres, Cristina?

Cristina

Con un cariño inmenso, ya lo sabe usted.

Eduarda

¿Pues entonces?...

Cristina

Pero por otra parte le tengo miedo a mi tío, que si supiera que venían a quitarle mi fortuna, era capaz de hacer una brutalidad; y luego, Alfredo parece que me quiere, pero hace tan poco que le conozco...

Eduarda

Mira, Cristina. En amor sigue siempre el impulso de tu corazón. No vaciles. ¿Tú, aunque lejanos, no tienes unos parientes en Madrid?

p. 77 Cristina

Sí, señora.

Eduarda

Pues vete con ellos. Emancípate de la tutela de estos egoístas. Dichosa tú que puedes abrir tus alitas de golondrina, tender el vuelo y hacer el nido en el alero de un tejado cortesano. ¡Ay de las que tenemos la jaula colgada en el clavo del deber, a la puerta de un corral!

Cristina

Pero si yo me marchase, el pueblo... la gente... podrían decir...

Eduarda

¿Serías tú capaz de algo indigno?

Cristina

Antes me moriría, ya lo sabe usted.

Eduarda

Entonces... ¿no te temes a ti misma y temes a los demás? No vaciles, Cristina... vete a Madrid, cásate con Alfredo. Y ya ves que te lo digo yo, yo que cuando te vayas me quedaré sin tu tierno afecto y sin... (Vacila.) ¡Ay!... Pero la jaula, el clavo... ¡qué remedio! Alegremos la vida de los que nos enjaularon y bendigamos a Dios, hundiendo el pico en el alpiste cuotidiano... y perdona esta imagen pajarera y dolorida...

Cristina

Usted me da ánimos, doña Eduarda.

Eduarda

¡Calla, sí... él sube!

ESCENA V

DICHOS y PEPE OJEDA, puerta izquierda.

Pepe

¡Eduarda!

Eduarda

¡Pepe! (Se estrechan la mano.)

Cristina

¿Y Alfredo?

Pepe

Ahora vendrá. Quedó con unos señores. Creo que querían regalarle un perro y le llevaron a que lo viese.

Eduarda

¿Un perro? ¡Qué cosa más rara!

Cristina

¡Ay! Yo no estoy tranquila. ¡Si vieran ustedes que también he oído a Cazorla no sé qué de un perro!...

Pepe

Bueno, ¿y qué os ocurre?

Eduarda

¡Ay! Pues que yo deseaba por momentos hablar contigo. ¿Sabes ya con quién te confunden?

Pepe

Sí, al fin lo sé: con un Delegado del Gobierno.

Cristina

¿Quién se lo ha dicho a ustedes?

Pepe

(Muy confidencial.) Pues el propio Delegado, p. 78 que llegó esta tarde al pueblo y que se aloja en casa del sargento de la Guardia Civil.

Las dos

¿Es posible?

Pepe

Se llama Abilio Monreal, y da la feliz coincidencia de que le conozco por ser pariente de unos amigos míos. Le conté el objeto de nuestro viaje, la confusión de que éramos víctimas, y me prometió no presentarse hasta que yo le avise para darnos tiempo a que Alfredo y tú resolváis lo que os convenga. De modo que por ese punto nuestra seguridad personal no corre peligro.

Eduarda

¡Ay, no, Pepe, no, no lo creas; tú estás en un error! ¡Tu vida corre más peligro que nunca!

Pepe

Caracoles, ¿qué dices, Eduarda?

Cristina

¡Que está usted en un peligro terrible, señor Ojeda!

Pepe

¿Yo?... ¡Caramba! ¿Pero por qué en un peligro?... Haced el favor de explicaros...

Eduarda

¡Sí, Pepe, es preciso que lo sepas todo! Un canalla ha metido en el corazón de mi esposo el torcedor de los celos.

Pepe

¡Cuerno!... ¿Quién dices que ha metido el torcedor?

Cristina

Un granuja.

Pepe

¿Pero quién ha sido ese sacacorchos?

Eduarda

El infame de Cazorla. (Llora.)

Pepe

¿El Secretario?

Cristina

Ese bandolero, que suponiéndole el Inspector que esperaban, le ha hecho creer a don Régulo que usted pretende a doña Eduarda.

Pepe

¡Canastos!

Eduarda

(Llorando.) Y que yo, ¡pobre de mí!, te correspondo; para que así, mi esposo ofendido, te rete a un duelo y te mate.

Pepe

¡Qué bestia!... Oye, tú, ¿ese facineroso ha hecho películas?

Eduarda

No, pero tiene un ingenio maléfico que espanta. (Desconsolada.) Y lo grave es que mi marido te reta.

Pepe

(Alarmado.) ¿Tú crees?...

Eduarda

Te reta, sí, te reta y te mata.

Pepe

(Tratando de disimular el miedo.) Mujer, eso no; me mata o le mato yo a él. Después de todo...

Eduarda

No, no, te mata, Pepe, te mata. Mi marido tira a la pistola de un modo que a veinte p. 79 pasos le quita al canario un cañamón del pico.

Pepe

(Crece su alarma.) ¡Caracoles!

Cristina

¡A veinte pasos, sí, señor!

Pepe

¿Pero esos blancos?

Cristina

No le fallan.

Pepe

Pues me habéis dejado el corazón que parece un despertador sin timbre. ¿Y dices que un cañamón?

Eduarda

Al canario.

Pepe

(¡Canario!)

Eduarda

Además boxea de un modo, que aunque no tuviese armas, si te coge y te tira un directo al estómago, te deja en ocaut .

Pepe

¿Ocaut?... ¿Ocaut a mí?... Oye: ¿la carretera es saliendo de aquí a la izquierda? Porque a boxeo puede que me gane, pero en el último cross country , he batido yo el récord de los cinco kilómetros con obstáculos. Me seguían dos sastres en motocicleta y no me vieron, no os digo más.

Eduarda

Pero es que tú no puedes abandonarme, Pepe.

Pepe

¿Qué no puedo?

Eduarda

¡No puedes, porque hay algo peor!

Pepe

¿Peor que el cañamón?

Eduarda

Que mi marido cree que te correspondo y no me habla y me rechaza y me desprecia... Y vosotros, al fin, os iréis de aquí, os iréis para siempre; pero yo he de quedarme, ¿y cómo me quedo yo, infeliz de mí, si del corazón de mi esposo no se disipa la duda infamante?

Pepe

¿Y qué puedo hacer yo, para disiparle esa ridiculez?

Eduarda

Que le hables, que reivindiques mi honor, que le jures que es una calumnia...

Pepe

¿Oye, y todo eso no se lo podría yo decir por escrito? Ya sabes que tengo una letra clarísima y que redacto con cierta soltura.

Cristina

No, yo creo que solo oyéndole a usted mismo se quedaría tranquilo.

Pepe

Sí, Cristina, pero es que una persona tan exaltada y con esa puntería... porque al canario le quita el cañamón y le estropea el almuerzo, pero a mí me quita el cráneo... y ¡adiós Pepísimo!... Además, ¿cómo puede ese imbécil dudar de tu honra?

p. 80 Cristina

Es que es Otelo.

Pepe

¡Aunque sea su padre, hija! Hay que tener sentido común y saber contar.

Eduarda

Saber contar, ¿qué?...

Pepe

Años.

Eduarda

¡Pepe!

Pepe

¡Lo digo por los míos!

Eduarda

¡Ay, no, no me abandones, Pepe!

Cristina

¡No, no la abandone usted, señor Ojeda!

Pepe

Bueno, no tengáis cuidado. No soy ningún Cid Campeador, para qué voy a engañaros, y sentiría que un ventajista o un loco me hiciera dejar en este villorrio el agradable pergamino que me envuelve y que tantos afanes me ha costado conservar; pero al cabo, más mérito tiene jugarse el tipo con miedo que sin él. De modo que me quedo; le hablaré a tu marido.

Eduarda

Gracias, Pepe, muchas gracias. (Cristina va al balcón a mirar.)

Pepe

Eso sí, que yo le hablo a tu marido, pero el Cazorlita ese y el Alcalde me las pagan, vaya si me las pagan. ¿Lo que me contaste de que el Alcalde te hace el amor es cierto, verdad?

Eduarda

¡Cómo si no iba yo a decírtelo!

Pepe

Basta.

Eduarda

¿Qué intentas?

Pepe

No, nada. A mí a agilidad intelectual no me sobrepasa ningún munícipe, como diría ese mirlo legislativo. ¡Ya veréis!

Cristina

(Que entra del balcón.) Alfredo, ya viene Alfredo... ¡Pero viene corriendo, como aterrado!...

Pepe

¿Aterrado? ¿Qué le pasará?

ESCENA VI

DICHOS y ALFREDO.

Alfredo

(Que entra lívido, descompuesto, con la americana rota.) ¡Ay, tío, ay, tío de mi alma!

Cristina

(Anhelante.) ¡Alfredo!

Pepe

¿Qué te ocurre?

Eduarda

¡Viene usted lívido!

Cristina

¡Tiemblas!

p. 81 Pepe

¿Qué te ha pasado?

Alfredo

No, nada. ¿Se acuerda usted del perro que me querían regalar?

Pepe

Sí, un «seter», un precioso «seter».

Alfredo

«Seter», ¿eh? Pues mire usted la americana. (La lleva desgarrada por detrás.) ¡Mire usted qué «seter»!

Eduarda

¡Qué siete!

Alfredo

El perrito, que estaba rabioso.

Pepe

¿Qué dices?

Alfredo

Absoluta y totalmente rabioso. Si no tengo la suerte de esquivarle me destroza.

Cristina

¡Qué infames!... ¿Ven ustedes lo que yo decía del perro?

Eduarda

¡Asesinos!

Alfredo

¡Ay, qué rato he pasado!

Pepe

Por lo que parece, estos cafres empiezan a tirar con bala.

Cristina

¡Por algo temblaba yo de que no vinieras!

Alfredo

Y además, sospecho que nos preparan algo terrible. En ese callejón he visto un tío envuelto en una manta y con algo debajo, que si no es un trabuco es un pariente próximo.

Cristina

¡Ay!... ¿Os acecharán?

Eduarda

¡Debe ser el Carlanca, es un asesino!

Pepe

Ya, ya... uno de los que gritaban ¡viva la España del Dos de Mayo y de Covadonga!... ¡Y de las encrucijadas!... ¡Ladrones!... ¡Sois muchos y malos, pero no podréis conmigo, yo os lo prometo! ¡Ay, la partida que os voy a jugar!

Alfredo

Ya lo oyes, Cristina, es imposible permanecer aquí sin grave riesgo. Es necesario que resuelvas pronto.

Cristina

¿Y qué he de hacer yo?

Alfredo

Decidirte, venirte a Madrid. Huir de estos canallas.

Pepe

Sí, hay que marchar esta misma noche.

Cristina

¡Pero huir, irme con ustedes!...

Alfredo

Fía en mi amor y en mi lealtad.

Cristina

Sí, en ti fío, Alfredo... Pero irme sola... ¡No, no me atrevo!

Alfredo

Entonces me quedo yo también; ¡porque yo no te dejo en manos de estos energúmenos! Sea lo que Dios quiera.

Cristina

No, eso no, tú vete, sálvate.

p. 82 ESCENA VII

DICHOS y EUSTAQUIO, puerta izquierda.

Eustaquio

Excelentísimo señor.

Pepe

¿Qué se te ofrece?

Eustaquio

Dispénseme usted y que haiga entrao sin premiso, pero es que la cosa...

Pepe

¿Qué pasa?

Eustaquio

Don Sabino, el médico, que viene llorando que da compasión, con su hija de la mano y un lío de ropa, que ice que tie precisión de hablar con usté; que por Dios y que si pue usté recibilo.

Pepe

¿Que lo reciba yo?... ¿Al médico?... ¿Pero qué desea?

Eustaquio

Yo no sé, pero está el pobre que su alma se la parten.

Eduarda

¡Pobre don Sabino! ¿Qué le ocurrirá?

Pepe

En fin, dile que pase. Vosotros mientras entrad ahí y resolved con urgencia lo que nos conviene a todos. Pero pronto, antes que nos corten la retirada. (Entran Eduarda, Cristina y Alfredo, segunda derecha.)

ESCENA VIII

PEPE OJEDA, DON SABINO y MARÍA TERESA, primera izquierda.

D. Sabino

(Entra rápido, desolado, seguido de María Teresa y en actitud suplicante) ¡Caballero, caballero, por piedad, ampárenos!

Pepe

¿Qué le ocurre a usted, señor mío?

D. Sabino

Ampárenos, vengo huyendo, lleno de temor y zozobra.

Pepe

¿Pero qué le pasa? ¿Qué es lo que teme?

D. Sabino

Que cometan conmigo la más infame de las iniquidades. Sospecho que me persiguen, que me quieren encarcelar.

Pepe

¿Pero por qué causa?

D. Sabino

Por nada en realidad. El Alcalde, que pretexta un ridículo desacato. ¡Son unos miserables! Pero a mí lo que me importa, sobre todo, es salvar a mi hija. ¡A mi hija!... No tengo otra cosa en el mundo... ¡Por Dios, caballero!

p. 83 M.ª Teresa

(Suplicante.) ¡Piedad, señor!

Pepe

Cálmese usted, señorita, cálmense ustedes, siéntense y tengan la bondad de decirme cuáles son sus desdichas y cómo puedo yo remediarlas. (Se sientan.)

D. Sabino

Caballero, soy el médico de este pueblo, me deben mis honorarios de siete años. Ayer mañana fui con otros dos hombres de bien a elevar una protesta a casa de ese fariseo. Mis compañeros ya están en la cárcel, yo temo correr la misma suerte. Por eso vengo a implorar auxilio y protección de usted, que en estos instantes es aquí autoridad suprema como Delegado del Gobierno.

Pepe

(¡Caracoles! ¿Y cómo le digo yo a este pobre señor?)... ¿Pero usted es realmente enemigo del alcalde?

D. Sabino

¡Yo qué he de ser!... Yo no soy enemigo de nadie, señor; pero como yo no he tolerado que mi asistencia a los enfermos esté mediatizada por los caprichos políticos de un bárbaro, me llama su enemigo y me persigue, y no me paga, y quiere hundirme en la miseria y en la desesperación, o quizá lanzarme al crimen... Por eso solicito el auxilio de usted. Tengo miedo. Quiero irme, irme pronto. Antes que permanecer aquí, prefiero morir de hambre en la cuneta de una carretera. Después de todo, esto coronaría gloriosamente el martirio de una vida consagrada a la humanidad y a la ciencia en un país de ingratos. (Llora.)

M.ª Teresa

¡No llores, papá!

Pepe

¿Pero tanta infamia es posible?...

D. Sabino

¡Qué saben ustedes los que viven lejos de estos rincones!... Treinta y cinco años, señor, me he pasado de médico titular, de médico rural, luchando siempre contra el odioso caciquismo; contra un caciquismo bárbaro, agresivo, torturador; contra un caciquismo que despoja, que aniquila, que envilece... y que vive agarrado a estos pueblos como la hiedra a las ruinas... Yo he luchado heroicamente contra él, con mi rebeldía, con mis predicaciones; porque yo que la conozco, estoy seguro de que en esta iniquidad consentida a la política rural, está el origen de la ruina de España.

p. 84 Pepe

Ah, sí; tiene usted razón, señor mío, y lo grave es que esa tremenda iniquidad de que usted habla no desaparece, porque en ella tienen su fundamento las tradicionales oligarquías de nuestra vieja política.

D. Sabino

Exacto, exacto...

Pepe

(Sigue con exaltación oratoria.) Por eso este mal es tan hondo y tan permanente, porque es base de muchos intereses creados, raíz sustentadora de muchos poderes constituidos.

D. Sabino

¿Y será tal nuestra desgracia, señor, que esta vileza no tenga remedio?

Pepe

¡Cómo no!... Abandonemos valientemente este árbol añoso y carcomido de la política caciquil, y plantemos otro joven, sano y fuerte que absorba para sí la savia fecunda, y seque al otro y dé con él en tierra, porque solo en las ramas de ese árbol nuevo podrá cantar el pájaro de nuestra aurora... (¡Ojeda, que te pones cursi!)

D. Sabino

¿Y usted que lo sabe y que lo dice, por qué no va a Madrid y lucha para lograrlo, y trabaja?...

Pepe

(Vivamente con disgusto.) ¡Ah, no; trabajar no!... A mí pedidme verbo, no acción. Yo soy un apóstol, los apóstoles no han trabajado nunca. Además, yo, que me parezco un poco a los políticos españoles, soy como un libro de cocina; tengo recetas para todo; pero... pero hay que buscar la cocinera.

D. Sabino

¿Pero si la cocinera no parece, qué vamos a hacer políticamente los españoles?

Pepe

Pues lo que venimos haciendo, ¡comer de fiambre!... Pero usted, mi pobre amigo, no ceje en su generosa lucha.

D. Sabino

¿Y cómo no cejar? ¿No ve usted el resultado de mi rebeldía? La niña y yo hemos sufrido miseria, nos morimos de hambre, de hambre ¡señor mío!... y cuando voy a implorar como una limosna mi sueldo, no quieren pagarme, me dicen que el Ayuntamiento no tiene dinero... ¡no tiene dinero!...

Pepe

(Exaltado.) ¿Que el Ayuntamiento no tiene dinero?... ¡Canallas!... ¡Y me dan a mí todo esto para que no los lleve a la cárcel!... ¡Don Sabino, tome usted! (Le entrega los billetes que ha sacado del bolsillo.)

p. 85 Pepe

Dos mil pesetas.

D. Sabino

¡Señor!...

Pepe

Guárdeselas. No le humillo con el oprobio de una limosna, no. Ese dinero es del Ayuntamiento. ¿No es usted su acreedor?... Pues guárdeselo sin escrúpulo.

D. Sabino

Pero...

Pepe

¿No le deben a usted siete años? Pues uno menos.

D. Sabino

¿Y cómo le pagaría yo a usted, señor Delegado?...

Pepe

A mí no me llame usted Delegado, ¡por lo que más quiera!

D. Sabino

¿Pero por qué?

Pepe

Pues... porque no lo soy.

D. Sabino

¿Qué dice usted?

Pepe

La verdad.

D. Sabino

¿Entonces usted ha venido aquí?...

Pepe

A una cosa muy distinta de la que suponen, y para la cual usted podría hacerme ahora un favor inmenso.

D. Sabino

Usted me dirá.

Pepe

¡Mi sobrino y la sobrina del alcalde se aman!

D. Sabino

¡Cielos! ¿Cristinita?

Pepe

Es preciso que esa muchacha salga para Madrid esta misma noche. ¿Usted tendría inconveniente en acompañarla?

D. Sabino

¡Con alma y vida! Si ella quiere... Precisamente a Madrid vamos nosotros.

Pepe

¿A qué hora sale el tren?

D. Sabino

A las diez y cuarto.

Pepe

Todavía queda media hora; sobra tiempo. Usted y su hija se llevan a Cristina, esperan en la estación y toman los billetes. Nosotros no tardaremos.

D. Sabino

¡Pero cómo podrá usted salir del pueblo, porque yo he sabido que quieren coaccionarle, que le tienen cercado!

Pepe

No importa. Me iré.

D. Sabino

Además, esos bribones no tardarán en venir con los libros... ¡y con la murga!

Pepe

¿Con la murga, para qué?

D. Sabino

Es la costumbre del alcalde. En cuanto tiene que rendir cuentas de cualquier cosa, lleva la murga para que en cuanto le pidan una aclaración, toque el pasodoble de Joselito y no haya modo de entenderse.

p. 86 Pepe

No está mal. Ahora, que a mí, como si me quiere traer la Sinfónica. Contra todos puedo. Yo le doy a usted mi palabra que no solo no han de tocarme el pelo de la ropa, sino que hasta alguno de ellos puede que me acompañe a la estación.

D. Sabino

¡Pero usted es el demonio!

Pepe

Peor. Soy el hombre que ha vivido sin dinero.

ESCENA IX

DICHOS y EUSTAQUIO.

Eustaquio

¿Da usté su premiso?

Pepe

Pasa.

Eustaquio

El señó Alcalde, el Secretario y don Régulo, que si puen pasar a saludarle a usté.

D. Sabino

(Ahí están.)

Pepe

Sí, pero que tengan la bondad de aguardar un instante.

Eustaquio

Está bien.

Pepe

Dales el recado y vuelve, que he de hacerte un encargo.

Eustaquio

Volando. (Vase.)

D. Sabino

¡Ellos aquí!...

Pepe

Calma. Tenga la bondad de hacerme un recibo de las dos mil pesetas.

D. Sabino

Con mucho gusto, sí, señor.

Pepe

Mientras escribiré yo unas líneas. (Los dos se sientan y escriben rápidamente.) ¡A mí Carlancas y Régulos!... ¡Ya veréis la que os preparo!

D. Sabino

(Entregándoselo.) El recibo.

Pepe

Muy bien. Pues ahora, sin perder minuto, entre en esa habitación y explique a Cristina, a mi sobrino y a doña Eduarda, que están en ella, cuanto hemos convenido. Salgan al marcharse usted y su hija, con Cristina y mi sobrino, por la puerta que da a esa calleja y a la estación. Dígale a doña Eduarda que espere mi aviso. Gracias por todo y hasta luego.

D. Sabino

Vamos, hija.

M.ª Teresa

¡Caballero! (Vanse segunda derecha.)

Eustaquio

(Entrando.) Usté mandará.

Pepe

Toma esta carta y llévala a casa del sargento de la Guardia Civil.

Eustaquio

Sí, señor.

p. 87 Pepe

Si no la llevas te mando fusilar.

Eustaquio

No, señor.

Pepe

A escape.

Eustaquio

Sí, señor.

Pepe

No tardes.

Eustaquio

No, señor.

Pepe

Y a esos señores que pasen.

Eustaquio

Sí, señor.

Pepe

Ahora, Dios mío, inspiración y desenvoltura para acabar con estos reptiles. Es una villanía la que voy a hacer, pero con fulleros no es cosa de jugar limpio.

ESCENA X

PEPE OJEDA, DON ACISCLO, CAZORLA y DON RÉGULO de la izquierda.

D. Acisclo

¡Excelentísimo señor!...

Cazorla

Señor Ojeda.

(Don Régulo solo una grave reverencia. Lleva un garrote enorme )

Pepe

¡Señores!... (Vaya una carita que trae el del cañamón.) ¿Quiere usted dejar el junquito?...

D. Régulo

Gracias. (No lo suelta.) Es comodidad.

D. Acisclo

¿Qué, y qué tal y cómo les pinta a ustés por este pueblo, señor Ojeda?

Pepe

Pues nos pinta que ni Zurbarán, señor Alcalde. Esto es tan pintoresco como paradisíaco. ¡Un vergel!

D. Acisclo

Aquí otra cosa no tendremos, pero buena voluntá...

Pepe

¡Calle usted, hombre, una gloria!

D. Acisclo

Porque el acidente del cohete... si viera usté que m’ha quitao a mí el sueño.

Cazorla

Aquello ya comprendería el señor que fue un accidente meramente fortuito.

Pepe

Fortuito y que si me da en el ojo, pues para sacarme la niña a paseo, ¡pero nada más!... ¿Y a ustedes, señores, qué les trae por esta su fonda?

D. Acisclo

Pues con permiso de usté, y aunque la hora no sea muy allá que digamos, pues por salir de esto, le traemos a usté los libros; naa... Cuatro cuentejas... Aquí se puen llevar las cuentas por los dedos... naa. Usté nos pone el visto bueno...

Pepe

Bueno.

p. 88 D. Acisclo

Amos, pa que uno pueda responder el día de mañana, y naa...

Cazorla

Esta contabilidad es tan sencilla que no hace falta tenedor.

Pepe

Pues si no hace falta tenedor, con los dedos, como dice el Alcalde.

D. Acisclo

De forma que si usté quiere dar un vistacillo...

Pepe

Con alma y vida... pero antes, señores, si yo me atreviese, les pediría un favor inmenso.

D. Acisclo

¿Cómo favor? Toos criaos de usté. Usté es el que manda. ¿Qué hay que hacer?

Pepe

Pues nada; el asunto es que me han sorprendido ustedes de visita con una persona que tengo en esa habitación.

D. Acisclo

¡Carape!

Pepe

La cosa que ha venido a tratar es grave y urgente. Si ustedes me permitiesen yo reanudaría el pour parler y en seguida a sus gratas órdenes.

D. Acisclo

Sí, señor; como usté mande. No faltaba más.

Pepe

Pues pasen por aquí; aguarden y perdonen unos minutos. (Invitándoles a pasar.) Don Régulo...

D. Régulo

(¡No sé cómo puedo contenerme!)

D. Acisclo

(¿Qué será esto?)

Cazorla

(Observaremos.) (Entran primera derecha.)

ESCENA XI

PEPE OJEDA, DOÑA EDUARDA, segunda derecha. Los otros al paño.

Pepe

(Audacia, Ojeda.) (Abre la puerta segunda derecha. Alto.) Tenga la bondad, señora.

Eduarda

(Saliendo) Pero...

Pepe

(Nos oyen; discreción.) (Le ofrece una silla de espaldas a primera derecha.)

Eduarda

(¿Quién?)

Pepe

(¡Tu marido!)

Eduarda

¡Ah!...

Pepe

(Silencio. Va a quedar tu honor como las propias rosas. Calma.) (Se sienta también.) Pues nada, señora, perdone esta pequeña e involuntaria interrupción en nuestra conferencia, que estaba deseando reanudar; y estaba deseando reanudarla, porque la honra de p. 89 una señora tan digna como usted, me interesa como mi propia honra.

D. Régulo

(Por entre las cortinas.) ¡Ella!

Eduarda

¡Muchísimas gracias, señor mío!...

Pepe

Y claro está que yo, como usted me exige, le diré a su esposo, dándole cuantas pruebas estime justas, que es usted víctima de una calumnia incalificable.

Eduarda

¡Más que incalificable, artera!

Pepe

Fementida. Pero le añadiré que él sin sospecharlo, también es víctima de una villanía inmunda.

Eduarda

¡De una trama diabólica!

Pepe

Es preciso que le digamos que no soy yo, ¡pobre de mí! que he llegado hace cuarenta y ocho horas a este pueblo, el que le hace a usted el amor, no; que el que le hace a usted el amor, hace más de seis años, el que la viene a usted asediando con cartas y la atropella y la pellizca bárbara y villanamente, por rincones y pasillos, que no soy yo, que no soy yo... ¡que es el señor Alcalde! ¡El señor Alcalde! ¿No es esto verdad, señora?

(Se han ido asomando poco a poco don Acisclo y Cazorla por el montante, don Régulo por entre las cortinas.)

Eduarda

¡No ha de serlo! ¡Pruebas mil puedo dar!

Pepe

Es preciso que su esposo sepa también que el que me inculpa a mí es el canalla de Cazorla.

Eduarda

Sí, señor; ese zorro consistorial y académico.

Pepe

Que quiere que su esposo me finiquite para que una vez yo en la huesa y don Régulo en presidio, echarla a usted en brazos del Alcalde. ¿No es verdad todo esto, doña Eduarda, no es verdad?

Eduarda

Tan verdad como el Evangelio. Lo juro por la sagrada memoria de mi padre. (Se oyen en la habitación primera derecha, estacazos, ayes, golpes, gritos de socorro.) ¿Pero qué sucede ahí dentro?

Pepe

Parece que están jugando a carambolas. (Más golpes.)

Eduarda

¡Jesús!

Pepe

¡Pues es a palos!

(Salen lívidos, descompuestos, con los pelos en desorden, don Acisclo y Cazorla, huyendo de don Régulo, que los persigue frenético y al que no queda ya del bastón más que una viruta.)

p. 90 D. Acisclo

¡Socorro!

Cazorla

¡Auxilio!... ¡Por Dios, don Régulo!... ¡Falso, impostura!...

D. Régulo

¡Canallas! ¡Miserables!

D. Acisclo

¡Sujetarlo, que es una calumnia! ¡Sujetarlo!

Eduarda

¡Pero estaban los tres!

Pepe

¡Pues no, que se juega!

D. Régulo

¿Pero es de veras lo que he oído, Eduarda?

Eduarda

Yo ignoraba que estuvieses con ellos, pero sí, lo que ha dicho este señor es la verdad. ¡Mi honor ante todo!

D. Acisclo

Yo no fue sino que le gasté unas bromas.

Pepe

¡Silencio!

D. Régulo

¿De modo que todos aquellos cardenales?...

Pepe

De ese papa. (Señala a don Acisclo.)

D. Régulo

¡Déjame que los mate!...

Eduarda

No, por Dios, vámonos... No te pierdas por esos bribones...

D. Régulo

¡Granujas... bandidos!...

Eduarda

¡Y mañana nos vamos del pueblo!...

D. Régulo

¡Me darán ustedes una satisfacción!...

Pepe

¿Qué más satisfacción?... Ha venido usted con una carga de leña y se va con una viruta, conque no sé...

Eduarda

¡Cálmate, Régulo, cálmate! (Se lo lleva.)

D. Acisclo

(Amenazador.) ¡Y usté jugarnos esta encerrona!

Pepe

¿Y la que me preparaban ustedes a mí, señor Arrambla?

Cazorla

¡Me ha hecho pedazos!

Pepe

Ya le volverá a usted a pegar. ¡No se apure!

D. Acisclo

¡Ha sido una infamia!

Cazorla

¡Meternos en una ratonera!

Pepe

¿Pues qué quería usted, zarandearme la masa pilosa y que yo permaneciese estático?

Cazorla

¡Qué traición!

Pepe

¡Cada uno tiene su manera de exterminar insectos acrobáticos, mi cultiparlante amigo!

D. Acisclo

Vámonos, vámonos, y yo le juro...

ESCENA FINAL

DICHOS, ALFREDO y MONREAL, aparecen por izquierda.

Pepe

No, calma, un poco de calma, señor Alcalde. No hemos terminado.

Alfredo

Tío, aquí está el señor Monreal.

p. 91 Monreal

Señor Ojeda. (Se estrechan la mano.)

Pepe

Pase usted, pase usted... Tengo el honor de presentarle a don Acisclo Arrambla Pael, Alcalde, dueño y señor de este pueblo insigne, y a su digno Secretario...

Monreal

(Reverencia.) Señores... ¿Pero qué les ha ocurrido, les observo una agitación?...

Pepe

Nada... un ligero match de boxeo. Señor Alcalde, presento a usted al señor Delegado del Gobierno, que es el que viene a ajustarles a ustedes las cuentas.

D. Acisclo

(Asombrado.) ¿Eh?... ¿Cómo?...

Monreal

Aquí traigo mis credenciales.

D. Acisclo

Entonces, ¿ustedes han venido?...

Alfredo

(Que ha salido con la maleta y la manta.) Por su sobrina de usted, que ya está en la estación.

D. Acisclo

(Asombrado ) ¿Pero qué dicen?

Alfredo

¡Detalles por correo!

Pepe

Conque aquí le dejo a usted, señor Monreal, con un Alcalde de pronóstico, los libros, dos kilómetros de longaniza, varios jamones, el Carlanca, un recibo de dos mil pesetas y un perro rabioso... Y usted, apreciable y exiguo filósofo tendrá la exquisitez de acompañarnos.

Cazorla

¿Yo?

Pepe

Hasta el propio sleeping , y debemos advertirle que como en la vía pública cualquier cofrade trate de agredirnos, le alojo a usted en la deforme pelota que está haciendo pasar por cráneo, un esferoide plúmbeo. (Le apunta con la browning.)

Cazorla

Pero...

Pepe

Dale la maleta. (Alfredo se la da.) Andando. (A don Acisclo.) ¡Y a este señor es al que deben ustedes tocarle el pasodoble de Joselito! ¡Que sigan ustedes bien!... (Volviendo.) ¡Ah, y que conste que los españoles no podremos gritar con alegría ¡viva España!, hasta que hayamos matado para siempre el caciquismo! (Vase. — Telón.)

FIN DE LA FARSA