The Project Gutenberg eBook of El libro de las mil noches y una noche; t. 6

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Title : El libro de las mil noches y una noche; t. 6

Author : Anonymous

Editor : Vicente Blasco Ibáñez

Translator : J. C. Mardrus

Release date : July 14, 2024 [eBook #74041]

Language : Spanish

Original publication : Valencia: Editorial Prometeo

Credits : Chuck Greif, Dianna Adair and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive)

*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK EL LIBRO DE LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE; T. 6 ***

AL ÍNDICE
NOTAS

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LIBROS  CÉLEBRES  ESPAÑOLES  Y  EXTRANJEROS

Director literario: V. Blasco Ibáñez

EL LIBRO  DE LAS  MIL NOCHES Y UNA NOCHE

Es propiedad. Derechos exclusivos de traducción al español.


EL LIBRO

DE LAS MIL NOCHES

Y UNA NOCHE

Traducción directa y literal del árabe por el
Doctor
J. C. MARDRUS
Versión española de VICENTE BLASCO IBAÑEZ
Prólogo de E. Gómez Carrillo

TOMO SEXTO

Historia encantadora de los animales y de las
aves.—De Alí ben-Bekar y la bella Schamsennahar.—De
Kamaralzamán y la princesa Budur
la luna más bella entre las lunas.

PROMETEO
Germanías, 33.—VALENCIA
(Published in Spain)

A MI AMIGO

ANDRÉS GIDE

J. C. M.

{9}

HISTORIA ENCANTADORA

DE LOS ANIMALES Y DE LAS AVES

Cuento de la oca, el pavo real y la pava real

He llegado á saber ¡oh rey afortunado! que había en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad y del momento un pavo real muy aficionado á recorrer en compañía de su esposa las orillas del mar y á pasearse por una selva que allí había, toda llena de arroyos y poblada por el canto de las aves. Durante el día, el pavo y la pava buscaban tranquilamente su alimento, y al llegar la noche se encaramaban á lo alto del árbol más frondoso, para no tentar los deseos de algún vecino que fuese poco escrupuloso en su admiración hacia la hermosura de la pava. Y eran felices {10} de este modo, bendiciendo al Bienhechor, que les dejaba vivir en la paz y la dulzura.

Pero un día el pavo real invitó á su esposa para que le acompañase á una isla que se veía desde la playa, y de este modo podrían cambiar de aires y de perspectivas. La pava le contestó oyendo y obedeciendo, echaron á volar los dos, y llegaron á la isla.

Aquella isla estaba cubierta de árboles cargados de frutas y regada por multitud de arroyos. El pavo y su esposa quedaron extraordinariamente encantados de su paseo por aquella frescura, y permanecieron allí algún tiempo para probar todas las frutas y beber aquella agua tan dulce y tan fina.

Cuando se disponían á regresar á su casa, vieron venir hacia ellos una oca, que batía las alas llena de espanto. Y temblándole todas sus plumas, fué á pedirles ayuda y protección. El pavo real y su esposa la recibieron muy cordialmente, y la pava, hablándole con toda su afabilidad, le dijo: «¡Sé bien venida entre nosotros! ¡Aquí encontrarás el calor de la familia y cuanto necesites!» Entonces la oca empezó á tranquilizarse, y el pavo, muy convencido de que la historia de la oca sería una historia verdaderamente asombrosa, le preguntó: «¿Qué te ha ocurrido y cuál es la causa de tu espanto?» Y respondió la oca: «Aún estoy enferma de lo que acaba de sucederme y del terror horrible que me inspira Ibn-Adán. ¡Alah nos guarde y nos libre de Ibn-Adán!» Y el pavo, muy afligido, dijo: «¡Cálma {11} te, mi buena oca, cálmate!» Y preguntó la pava: «¿Cómo es posible que ese Ibn-Adán logre llegar hasta esta isla? Desde la playa no puede saltar. Y no hay medio de atravesar de otro modo tanto espacio de agua.» Entonces exclamó la oca: «¡Bendito sea el que os ha puesto en mi camino para calmar mis terrores y devolver la paz á mi corazón!» Y la pava dijo: «¡Oh hermana mía! Cuéntanos ahora el motivo de ese terror que te inspira Ibn-Adán, y no calles nada de tu historia, que ha de ser muy interesante.» Y la oca contó lo que sigue:

«Sabe, ¡oh pavo real lleno de gloria, y tú, dulce pava, la más hospitalaria entre todas las pavas! que habito en esta isla desde mi niñez, y he vivido siempre en ella sin ningún contratiempo y sin que nada agobiase mi alma ni molestara mi vista. Pero anoche, cuando estaba durmiendo con la cabeza debajo del ala, vi que se me aparecía en sueños ese Ibn-Adán, que quiso entablar conversación conmigo. Iba á contestarle, pero oí una voz que me gritaba: ¡Cuidado, ten mucho cuidado! ¡Desconfía de Ibn-Adán y de la dulzura de sus palabras, pues ocultan sus perfidias! ¡Y no olvides lo que dijo el poeta:

¡Te da á gustar la dulzura que hay en la punta de su
lengua, para sorprenderte de improviso como el zorro!

»Porque sabe, pobre oca, que Ibn-Adán posee tal grado de astucia, que logra atraer á los habitan {12} tes del seno de las aguas y á los monstruos más feroces del mar, y puede derribar como una masa desde lo más alto de los aires las águilas que se ciernen tranquilas, sólo con tirarles un puñado de barro. En fin, es tan pérfido, que siendo tan débil, sabe vencer al elefante y utilizarlo como siervo suyo y arrancarle los colmillos para hacer con ellos sus armas. ¡Ah, pobre oca, huye en seguida!»

»Entonces me desperté llena de espanto, y huí sin mirar atrás, alargando el cuello y desplegando las alas. Seguí corriendo hasta que las fuerzas me abandonaron. Luego, como había llegado al pie de una montaña, me oculté detrás de una roca. Y mi corazón latía de miedo y de cansancio, presa del temor que me inspiraba Ibn-Adán. Y como no había comido ni bebido, me atormentaban el hambre y la sed. Pero no sabía qué hacer ni me atrevía á moverme, cuando divisé enfrente de mí, á la entrada de una caverna, un león rojo, de mirada dulce, que inspiraba confianza y simpatía. Y aquel león, que era muy joven, denotó una gran satisfacción al verme, encantado de mi timidez, pues mi aspecto le había seducido. Así es que me llamó de este modo: «¡Oh chiquita gentil, acércate y ven á conversar conmigo un rato!» Y yo, muy agradecida á su invitación, me aproximé á él humildemente. Y él me dijo: «¿Cómo te llamas y de qué raza eres?» Y le contesté: «¡Me llaman oca y soy de la raza de las aves!» Y me dijo: «¿Por qué estás tan temblorosa?» Entonces le conté cuanto había visto y cuanto había {13} oído en sueños. Y se asombró muchísimo, y exclamó: «¡Yo también he tenido un sueño análogo, y al contárselo á mi padre me ha puesto sobre aviso contra Ibn-Adán, diciéndome que desconfiara de sus ardides y perfidias! Pero hasta ahora no me he encontrado con ese Ibn-Adán.»

»Al oir estas palabras, aumentó mi espanto, y dije apresuradamente al león: «No vacilemos en hacer lo que más nos conviene. Ha llegado el momento de acabar con esa plaga, y á ti solo ¡oh hijo del sultán de los animales! te corresponde la gloria de matar á Ibn-Adán, pues haciéndolo así se acrecentará tu fama á los ojos de todas las criaturas del cielo, del agua y de la tierra.» Y seguí lisonjeando al león, hasta que le decidí á ponerse en busca de nuestro enemigo.

»Salió entonces de la caverna, y me dijo que le siguiese. Y yo iba detrás de él. Y el león avanzaba arrogante, haciendo restallar la cola sobre el lomo. Así caminamos, marchando yo detrás de él y sin poder apenas seguirle, hasta que vimos á lo lejos una gran polvareda, y al disiparse apareció un burro en pelo, sin albarda ni ronzal, que brincaba, coceaba, se echaba al suelo y se revolcaba en el polvo, con las cuatro patas al aire.

»Al ver esto, mi amigo el león se quedó muy asombrado, pues sus padres casi no le habían permitido hasta entonces salir de la caverna. Y el león llamó al burro: «¡Eh, tú, ven por aquí!» Y el otro se apresuró á obedecerle. Y el león le dijo: «¿Por qué {14} obras así, animal loco? ¿De qué especie de animales eres?» Y contestó el otro: «¡Oh mi señor! Soy el borrico tu esclavo, de la especie de los borricos.» Y el león preguntó: «Pero ¿por qué corrías hacia aquí?» Y el burro respondió: «¡Oh hijo del sultán de los animales! Venía huyendo de Ibn-Adán.» Entonces el joven león se echó á reir, y dijo: «¿Cómo con esa alzada tan respetable y esas anchuras temes á Ibn-Adán?» Y el borrico, meneando la cola, denotando penetración, dijo: «¡Oh hijo del sultán! Ya veo que no conoces á ese maldito. Si le temo no es porque desee mi muerte, pues sus intenciones son peores. Mi terror proviene del mal trato que me haría sufrir. Sabe que hace que le sirva de cabalgadura, y para ello me pone en el lomo una cosa que llama la albarda; después me aprieta la barriga con otra cosa que llama la cincha, y debajo del rabo me pone un anillo cuyo nombre he olvidado, pero que hiere cruelmente mis partes delicadas. Por último, me mete en la boca un pedazo de hierro que me ensangrienta la lengua y el paladar, y que llama bocado. Entonces me monta, y para hacerme andar más aprisa, me pica en el cuello y en el trasero con un aguijón. Y si el cansancio me hace retrasar la marcha, lanza contra mí las más espantosas maldiciones y las más horribles palabras, que me hacen estremecer, á pesar de ser un borrico, pues me llama delante de todo el mundo ¡alcahuete! ¡hijo de zorra! ¡hijo de bardaje! ¡el culo de tu hermana!, y qué sé yo qué otras cosas más. Y {15} si por desgracia me peo, para desahogarme algo el pecho, entonces su furor ya no conoce límites, y vale más, por consideración á ti, ¡oh hijo de mi sultán! que no repita todo lo que me hace y me dice en semejantes circunstancias. Así es que no me entrego á tales desahogos más que cuando sé que está muy lejos y tengo la seguridad de hallarme solo. ¡Pero hay más! Cuando yo llegue á viejo, me venderá á cualquier aguador, que, poniéndome sobre el lomo un baste de madera, me cargará de pesados pellejos y enormes cántaros de agua, hasta que, no pudiendo más con los malos tratos y privaciones, reviente míseramente. ¡Y entonces echarán mi esqueleto á los perros que vagan por los vertederos! ¡Y tal es la suerte que me reserva Ibn-Adán! ¿Habrá entre todas las criaturas quien sea más desgraciado que yo? Responde, ¡oh buena y tierna oca!»

»Entonces ¡oh señores míos! sentí un estremecimiento de horror y de piedad, y en el límite de la emoción, del espanto y del temblor, exclamé: «¡Oh mi señor león! Verdaderamente el burro es muy desgraciado. ¡Porque yo, sólo con oirle, me muero de lástima!» Y el joven león, viendo al borrico dispuesto á largarse, le dijo: «¡Pero no tengas prisa, compañero! ¡Quédate otro poco, porque realmente me interesas! ¡Y me gustaría que me sirvieses de guía para llegar hasta Ibn-Adán!» El burro contestó: «¡Lo siento, señor mío, pero prefiero poner entre ambos la distancia de una buena jornada de camino, pues le he dejado ayer cuando se dirigía hacia {16} este lugar! Y ahora busco un sitio seguro para resguardarme de sus perfidias y de su astucia. Además, con licencia tuya, ahora que estoy convencido de que no me oye, quiero desahogarme á gusto y gozar de la vida.» Y dichas estas palabras, el burro lanzó un prolongado rebuzno, al que siguieron trescientos pedos magníficos, que disparó coceando. Se revolcó después sobre la hierba durante un buen rato, y al fin se levantó. Entonces, como viese una polvareda que se levantaba á lo lejos, enderezó una oreja, luego la otra, miró fijamente, y volviendo la grupa echó á correr y desapareció.

»Una vez disipada la polvareda, apareció un caballo negro, con la frente marcada por una mancha blanca como un dracma de plata, hermoso, altivo, reluciente, y con las patas adornadas de una corona de pelos blancos. Venía hacia nosotros relinchando de un modo muy arrogante. Y cuando vió á mi amigo el joven león, se detuvo en honor suyo, y quiso retirarse discretamente. Pero el león, encantado de su elegancia y seducido por su aspecto, le dijo: «¿Quién eres, hermoso animal? ¿Por qué corres de ese modo, como si algo te inquietase en esta inmensa soledad?» El otro contestó: «¡Oh rey de los animales! ¡Soy un caballo entre los caballos! ¡Y huyo para evitar la proximidad de Ibn-Adán!»

»El león, al oir estas palabras, llegó al límite del asombro, y dijo al caballo: «No hables de ese modo, ¡oh caballo! pues en realidad es vergonzoso que sientas miedo hacia Ibn-Adán, siendo fuerte {17} como eres, y estando dotado de esa robustez y esas alturas, y pudiendo con una sola coz hacerle pasar de la vida á la muerte. ¡Mírame! No soy tan grande como tú, y sin embargo, he prometido á esta oca gentil librarla para siempre de sus terrores matando á Ibn-Adán y devorándolo por completo. Entonces podré tener el gusto de llevar nuevamente á esta pobre oca á su casa y al seno de su familia.»

»Cuando el caballo oyó estas palabras de mi amigo, le miró con sonrisa triste, y le dijo: «Arroja lejos de ti esos pensamientos, ¡oh hijo del sultán de los animales! y no te hagas ilusiones acerca de mi fuerza, y mi alzada, y mi velocidad, pues todo eso es insignificante para la astucia de Ibn-Adán. Y sabe que cuando estoy en sus manos, logra domarme á su gusto, pues me pone en las patas trabones de cáñamo y de crín, y me ata por la cabeza á un poste en lo más alto de una pared, y de ese modo no puedo moverme ni echarme. ¡Pero hay más! Cuando quiere montarme, me coloca sobre el lomo una cosa que llama silla, me oprime el vientre con dos cinchas muy duras que me mortifican, y me mete en la boca un pedazo de acero, del cual tira mediante unas correas, con las que me dirige por donde le place. Y montado en mí, me pincha y me perfora los costados con las puntas de unas espuelas, y me ensangrienta todo el cuerpo. ¡Pero no acaba ahí! Cuando soy viejo, y mi lomo ya no es bastante flexible y resistente, ni mis músculos pueden llevarle todo lo aprisa que él quisiera, me vende {18} á algún molinero, que me hace rodar día y noche la piedra del molino, hasta que sobreviene mi completa decrepitud. ¡Entonces me entrega al desollador, que me degüella, y me despelleja, y vende mi piel á los curtidores y mi crin á los fabricantes de cribas, tamices y cedazos! ¡Y tal es la suerte que me espera con ese Ibn-Adán!»

»Entonces el joven león, muy emocionado con lo que acababa de oir, dijo al caballo: «Veo que es preciso desembarazar á la creación de ese malhadado ser á quien todos llaman Ibn-Adán. Di, amigo mío: ¿cuándo y dónde has visto á Ibn-Adán?» El caballo dijo: «Huí de él hacia el mediodía. ¡Y ahora me persigue, corriendo tras de mí!»

»Y apenas acababa de decir estas palabras, se alzó una gran polvareda que le inspiró un terror inmenso, y sin darle tiempo para disculparse huyó á todo galope. Y vimos en medio de la polvareda aparecer y venir hacia nosotros, á paso largo, un camello muy asustado que llegaba alargando el cuello y mugiendo desesperadamente.

»Al ver á este animal tan grande y tan desmesuradamente colosal, el león se figuró que debía de ser Ibn-Adán y nadie más que él, y sin consultarme, se arrojó contra el camello, é iba á dar un salto y á estrangularlo, cuando le grité con toda mi voz: «¡Oh hijo del sultán, detente! ¡No es Ibn-Adán, sino un pobre camello, el más inofensivo de los animales! ¡Y seguramente huye también de Ibn-Adán!» Entonces el joven león se detuvo muy pasmado, y {19} preguntó al camello: «¿Pero de veras temes también á ese ser llamado Ibn-Adán, ¡oh animal prodigioso!? ¿Para qué te sirven tus pies enormes si no puedes aplastarle con ellos?» Y el camello levantó lentamente la cabeza, y con la mirada extraviada como en una pesadilla, repuso tristemente: «¡Oh hijo del sultán! Mira las ventanas de mi nariz. ¡Todavía están agujereadas y hendidas por el anillo de crin que me puso Ibn-Adán para domarme y dirigirme, y á este anillo que aquí ves estaba sujeta una cuerda que Ibn-Adán confiaba al más pequeño de sus hijos, el cual, montado en un borriquillo, podía guiarme á su gusto, á mí y á todo un tropel de camellos colocados en fila! ¡Mira mi lomo! ¡Todavía conserva las heridas causadas por los fardos con que me carga desde hace siglos! ¡Mira mis patas! ¡Están callosas y molidas por las largas carreras y los forzados viajes á través de la arena y de las piedras! ¡Pero hay más! ¡Sabe que cuando me hago viejo, después de tantas noches sin dormir y tantos días sin descanso, explota mi pobre piel y mis huesos viejos, vendiéndome á un carnicero que revende mi carne á los pobres, y mi cuero en las tenerías, y mi pelo á los que hilan y tejen! ¡Y he aquí el trato que me hace sufrir Ibn-Adán!»

»Oídas estas palabras del camello, el joven león sintió un furor sin límites, y rugió, arañó el suelo con las garras, y después dijo al camello: «¡Apresúrate á decirme en dónde has dejado á Ibn-Adán!» Y el camello respondió: «Viene buscándome, y no {20} tardará en presentarse. Así, pues, ¡oh hijo del sultán! déjame huir á otros países, los más lejos á que pueda escaparme. ¡Pues ni las soledades del desierto ni las tierras más remotas servirían para librarme de su persecución!» Entonces el león le dijo: «¡Oh buen camello! Aguarda un poco, y verás cómo derribo á Ibn-Adán, y trituro sus huesos, y me bebo su sangre.» Pero el camello, estremecido por el espanto, contestó: «Dispénsame, ¡oh hijo del sultán! Prefiero huir, porque ya lo dijo el poeta:

¡Si bajo la misma tienda que te alberga y en tu mismo país llega á habitar un rostro desagradable,
Sólo una determinación has de tomar: déjale tu tienda y tu país y apresúrate á marcharte! »

»Y después de recitar esta estrofa tan acertada, el buen camello besó la tierra entre las manos del león, se levantó, y le vimos huir, tambaleándose en lontananza.

»Apenas había desaparecido, se presentó un vejete de aspecto muy débil y de piel arrugada, llevando á cuestas un canasto con herramientas de carpintero, y sobre la cabeza ocho tablas grandes.

»Al verle, ¡oh señores míos! no tuve fuerzas ni para avisar á mi joven amigo, y caí como muerta al suelo. En cambio, el joven león, muy divertido con el aspecto de aquel vejete tan raro, se le acercó para examinarlo más de cerca. Y el carpintero se postró entonces delante de él, y le dijo sonriendo, {21} con acento muy humilde: «¡Oh poderoso rey, lleno de gloria, que ocupas el primer puesto en la creación! ¡Te deseo horas muy felices, y ruego á Alah que te ensalce más todavía en el respeto del universo, acrecentando tus fuerzas y virtudes! ¡Yo soy un desgraciado que viene á pedirte ayuda y protección en las desdichas que le persiguen por parte de un gran enemigo!» Y se puso á llorar, á gemir y á lamentarse.

»Entonces el joven león, muy conmovido con las lágrimas y el aspecto tan desdichado de aquel hombre, suavizó la voz y le dijo: «¿Quién te persigue de esa manera? ¿Y quién eres tú, el más elocuente de los animales que conozco, y el más cortés, aunque seas el más feo de todos?» El otro respondió: «¡Oh señor de los animales! Pertenezco á la especie de los carpinteros, y mi opresor es Ibn-Adán. ¡Ah, señor león! ¡Alah te guarde de las perfidias de Ibn-Adán! ¡Todos los días, desde que amanece, me hace trabajar para su provecho y nunca me paga; así es que, muriéndome de hambre, he renunciado á trabajar para él, y he huído de las ciudades que habita!»

»Al oir estas palabras, el león sintió un furor enorme; rugió, brincó, resolló, echó espuma y sus ojo lanzaron chispas; y exclamó: «Pero ¿dónde está ese Ibn-Adán? Quiero triturarlo con mis dientes, y vengar á todas sus víctimas.» El hombre respondió: «No tardará en presentarse, pues me viene persiguiendo, enfurecido por no tener quien le haga la casa.» El león dijo: «Pero tú, ¡oh animal carpinte {22} ro! que andas á pasos tan cortos y que vas tan inseguro sobre dos patas, ¿hacia dónde te diriges?» Y contestó el carpintero: «Voy á buscar al visir de tu padre, al señor leopardo, que me ha llamado por medio de un emisario suyo para que le construya una cabaña sólida en que pueda albergarse y defenderse contra los ataques de Ibn-Adán, pues quiere prevenirse desde que se ha esparcido el rumor de la próxima llegada de Ibn-Adán á estos parajes. ¡Y por eso me ves cargado con estas tablas y estas herramientas!»

»Cuando el joven león oyó estas palabras, tuvo envidia al leopardo, y dijo al carpintero: «¡Por vida mía! ¡Extremada audacia sería por parte del visir de mi padre pretender que se ejecuten sus encargos antes que los nuestros! ¡Vas á detenerte aquí, levantando para mi defensa esa cabaña! ¡En cuanto al señor visir, que se aguarde!» Pero el carpintero, haciendo como que se marchaba, contestó: «¡Oh hijo del sultán! Te prometo volver en cuanto acabe la cabaña del leopardo, porque temo mucho sus iras. ¡Y entonces te construiré, no una cabaña, sino un palacio!» Pero el león no quiso hacerle caso, y hasta se enfureció, y se arrojó sobre el carpintero para asustarle, y á manera de chanza le apoyó una pata en el pecho. Y sólo con aquella caricia, el hombrecillo perdió el equilibrio, y fué al suelo con sus tablas y herramientas. Y el león se echó á reir al ver el terror y la facha aturdida de aquel pobre hombre. Y éste, aunque muy mortificado por dentro, no {23} lo dió á entender y hasta comenzó á sonreir, y humilde y cobardemente empezó su trabajo.

»Tomó, pues, las medidas del león en todas direcciones, y en pocos instantes construyó un cajón sólidamente armado, al cual sólo dejó una abertura angosta; y clavó en el interior grandes clavos cuyas puntas estaban vueltas hacia dentro, de adelante hacia atrás; y dejó á trechos unos agujeros no muy grandes. Hecho esto, invitó respetuosamente al león á tomar posesión de su propiedad. Pero el león vaciló al principio, y dijo al hombre: «¡La verdad es que eso me parece muy estrecho, y no sé cómo podré penetrar ahí!» Y el vejete repuso: «¡Bájate y entra arrastrándote, pues una vez dentro te encontrarás muy á gusto!» Entonces el león se agachó, y su cuerpo flexible se deslizó en el interior, sin dejar fuera más que la cola. Pero el vejete se apresuró á enrollar aquella cola y meterla rápidamente con lo demás, y en un abrir y cerrar de ojos tapó la abertura y la clavó con solidez.

»Entonces el león intentó moverse y retroceder, pero las puntas aceradas de los clavos le penetraron en la carne y le pincharon por todos lados. Y se puso á rugir de dolor, y exclamó: «¡Oh carpintero! ¿Qué viene á ser esta casa tan angosta que has construído, y estas puntas que me hieren cruelmente?»

»Oídas estas palabras, el hombre lanzó un grito de triunfo, y empezó á saltar y á reir, y dijo al león: «¡Son las puntas de Ibn-Adán! ¡Oh perro del de {24} sierto! Así aprenderás á tu costa que yo, Ibn-Adán, á pesar de mi fealdad, de mi cobardía y mi debilidad, puedo triunfar de la fuerza y de la belleza.»

»Y dichas estas espantosas palabras, el miserable encendió una antorcha, hacinó leña en torno del cajón y le prendió fuego. Y yo, más paralizada que nunca de terror, vi á mi pobre amigo arder vivo, muriendo con la muerte más cruel. Y el maldito Ibn-Adán, sin haberme visto, porque estaba sentada en el suelo, se alejó triunfante.

»Entonces, pasado bastante tiempo, me pude levantar, y me alejé con el alma llena de espanto. Y así pude llegar hasta aquí, donde el Destino hizo que os encontrara, ¡oh señores míos de alma compasiva!»

Cuando el pavo real y la pava hubieron oído el relato de la oca...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 147.ª NOCHE

Ella dijo:

...Cuando el pavo real y la pava hubieron oído el relato de la oca, se conmovieron hasta el límite {25} de la emoción, y la pava dijo á la oca: «¡Hermana, aquí estamos seguros; permanece con nosotros todo el tiempo que quieras, hasta que Alah te devuelva la paz del corazón, único bien estimable después de la salud! ¡Quédate, pues, y compartirás nuestra suerte, buena ó mala!» Pero la oca dijo: «¡Tengo mucho miedo, mucho miedo!» La pava repuso: «¡Pues no debes tenerlo! ¡Queriendo librarte de la suerte que está escrita, tientas al Destino! ¡Éste es el más fuerte! ¡Y lo que en nuestra frente está escrito tiene que suceder! ¡No hay deuda que no se pague! ¡De modo que si se nos ha fijado un fin, no hay fuerza que pueda anularlo! ¡Pero lo que más ha de consolarte es la convicción de que ninguna alma puede morir sin haber agotado los bienes que le debe el Justo Retribuidor!»

Y mientras departían de esta suerte, crujieron las ramas á su alrededor, y se oyó un ruido de pasos que turbó de tal modo á la pobre oca, que tendió frenéticamente las alas, y se tiró al mar, gritando: «¡Tened cuidado, tened cuidado! ¡Aunque todo destino haya de cumplirse!»

Pero aquello era una falsa alarma, pues entre las ramas apareció la cabeza de un lindo corzo de ojos húmedos. Y la pava real gritó á la oca: «¡Hermana mía, no te asustes así! ¡Vuelve en seguida! ¡Tenemos un nuevo huésped! ¡Es un lindo corzo, de la raza de los animales, así como tú eres de la de las aves! ¡Y no come carne sangrienta, sino hierba y plantas! ¡Ven y ahuyenta tu inquietud, pues nada {26} extenúa el cuerpo y agota el alma como el temor y la zozobra!»

Entonces volvió la oca meneando las alas, y el corzo, después de las zalemas de costumbre, les dijo: «¡Esta es la primera vez que vengo por aquí, y nunca he visto tierra más fértil, ni plantas y hierbas más frescas y tentadoras! ¡Permitidme, pues, que os acompañe y que disfrute con vosotros de los beneficios del Creador!» Y los tres le contestaron: «¡Sobre nuestras cabezas y nuestros ojos, ¡oh corzo lleno de cortesía! ¡Aquí encontrarás bienestar, amor de familia y todo género de felicidades!» Y todos se pusieron á comer, á beber y á gozar de aquel clima tan suave durante largo espacio de tiempo. Pero nunca dejaron de rezar sus oraciones por la mañana y por la tarde, excepto la oca, que, segura ya de la paz, olvidaba sus deberes para con el Distribuidor de la tranquilidad constante.

¡No tardó en pagar con la vida aquella ingratitud hacia Alah!

Una mañana, un barco desarbolado fué arrojado á la costa; sus tripulantes abordaron á la isla, y al ver el grupo formado por el pavo real, su esposa, la oca y el corzo, se acercaron rápidamente. Entonces los dos pavos reales volaron á lo lejos, ocultándose en las copas de los árboles más frondosos, el corzo saltó, y en unos cuantos brincos se puso fuera de alcance. Sólo la oca se quedó allí, pues aunque intentó correr, la cercaron en seguida y la cogieron, {27} comiéndosela en la primera comida que hicieron en la isla.

En cuanto al pavo y la pava real, antes de dejar la isla para regresar á su bosque, fueron ocultamente á enterarse de la suerte de la oca; y la vieron en el momento que la degollaban. Entonces buscaron por todas partes á su amigo el corzo, y después de mutuas zalemas y felicitaciones por haber escapado del peligro, enteraron al corzo del infortunio de la pobre oca. Y los tres lloraron mucho en recuerdo suyo, y la pava dijo: «¡Era muy dulce, y modesta, y gentil!» Y el corzo exclamó: «¡Verdad es! ¡Pero á última hora descuidaba sus deberes para con Alah, y olvidaba darle las gracias por sus beneficios!» Entonces dijo el pavo real: «¡Oh hija de mi tío, y tú, corzo piadoso, oremos!» Y los tres besaron la tierra entre las manos de Alah, y exclamaron:

¡Bendito sea el Justo, el Retribuidor, el Dueño Soberano del Poder, el Omnisciente, el Altísimo!

¡Gloria al Creador de todos los seres, al Vigilante de cada uno de los seres, al Retribuidor de cada cual según sus méritos y capacidades!

¡Alabado sea Aquel que ha desplegado los cielos, y los ha redondeado, y los ha iluminado; Aquel que ha tendido la tierra á cada lado de los mares, y la ha vestido y adornado con toda su belleza!

Entonces, después de haber contado esta historia, Schahrazada se calló un momento. Y el rey Schahriar exclamó: «¡Qué admirable es esa oración, {28} y qué bien dotados están esos animales! Pero ¡oh Schahrazada! ¿no sabes algo más respecto á ellos?» Y Schahrazada dijo: «¡Oh rey lleno de generosidad! Eso no es nada comparado con lo que podría contarte.» Y el rey preguntó: «Pues ¿qué esperas para seguir?» Schahrazada dijo: «Antes de continuar la historia de los animales, quiero contarte ¡oh rey! otra historia que confirmará las conclusiones de ésta, es decir, lo agradable que es la oración para el Señor.» Y el rey Schahriar dijo: «¡Ciertamente, puedes contarla!»

Entonces Schahrazada dijo:

El pastor y la joven

Cuentan que en una montaña de entre las montañas del país musulmán había un pastor dotado de una gran cordura y de una fe constante. Este pastor llevaba una vida pacífica y retirada, contentándose con su suerte, y viviendo con la leche y la lana, productos de su rebaño. Y este pastor tenía tanta dulzura y reunía tantas bendiciones, que las bestias feroces nunca atacaban á su rebaño, pues tanto le respetaban, que al verlo de lejos le saludaban con sus gritos y aullidos. Este pastor siguió viviendo así largo tiempo, sin interesarle, para su mayor di {29} cha y tranquilidad, nada de lo que pasaba en las ciudades del universo.

Pero un día Alah el Altísimo quiso probar el grado de su cordura y el valor real de sus virtudes, y no encontró tentación más fuerte que enviarle la beldad de la mujer. Encargó, pues, á uno de sus ángeles que se disfrazase de mujer y no escatimara ninguno de los artificios femeniles para hacer pecar al santo pastor.

Y un día en que el pastor, hallándose enfermo, estaba tendido en su gruta y glorificaba en su alma al Creador, vió entrar de pronto en su albergue, risueña y gentil, á una joven de ojos negros, á quien se podía tomar también por un muchacho. Y al entrar se perfumó la gruta y el pastor sintió que se estremecía su carne de viejo. Pero frunció el ceño y se hizo un ovillo en su rincón, y dijo á la intrusa: «¿Qué vienes á hacer aquí, ¡oh mujer desconocida!? ¡Ni te he llamado, ni me haces ninguna falta!» La joven se acercó entonces, se sentó junto al viejo, y le dijo: «¡Mírame! ¡Todavía no soy mujer, sino virgen, y vengo á ofrecerme á ti, sencillamente por gusto y por lo que he sabido de tu virtud!» Pero el anciano exclamó: «¡Oh tentadora del infierno, aléjate! ¡Déjame entregarme á la adoración de Aquel que no muere!» Entonces la joven movió lentamente las flexibilidades de su cintura, miró al viejo, que trataba de retroceder, y suspiró: «¡Dime! ¿Por qué no me quieres? ¡Te traigo un alma sumisa y un cuerpo á punto de derretirse de deseo! ¡Mira si mi {30} pecho no es más blanco que la leche de tus ovejas! ¡Y si mi desnudez no es más fresca que el agua de la sierra! Toca mi cabellera, ¡oh pastor! ¡Es más sedosa que el vello del cordero al salir del vientre de su madre! ¡Mis caderas son finas y resbaladizas, y apenas se dibujan en mi primera eflorescencia! ¡Y mis senos, que comienzan á hincharse, se estremecerían sólo con que los rozara ligeramente tu mano! ¡Ven! ¡Mis labios, que siento vibrar, se derretirán en tu boca! ¡Mis dientes tienen mordiscos que infunden vida á los viejos moribundos! ¡Ven, que mi miel está pronta á caer gota á gota de todos los poros de mi cuerpo! ¡Ven!»

Pero el viejo, aunque le temblaban todos los pelos de la barba, exclamó: «¡Huye, ¡oh demonio! ó te echaré de aquí con este garrote!»

Entonces la joven celestial le echó frenéticamente los brazos al cuello y le murmuró al oído: «¡Soy un fruto exquisito; cómelo y curarás! ¿Conoces el perfume del jazmín?... ¡Te parecería muy basto si olieras mi virginidad!»

Pero el anciano exclamó: «¡El perfume de la plegaria es el único que perdura! ¡Fuera de aquí, miserable seductora!» Y la rechazó con ambos brazos.

Entonces la joven se levantó, se quitó rápidamente la ropa y se quedó erguida, toda desnuda, blanca, sólo bañada en las oleadas de sus cabellos. Y su mudo llamamiento, en la soledad de aquella gruta, era más terrible que todos los gritos del de {31} lirio. Y el viejo no pudo dejar de gemir, y para no ver ya á aquella azucena viviente, se cubrió la cabeza con su manto, y exclamó: «¡Vete, vete, ¡oh mujer de ojos traicioneros! ¡Desde el principio del mundo eres la causa de nuestras calamidades! ¡Perdiste á los hombres de las edades primeras, y siembras la discordia entre los hijos del mundo! ¡El que te escucha renuncia para siempre á los goces infinitos, que sólo podrán disfrutar aquellos que te expulsan de su vida!» Y el viejo ocultó más la cabeza entre los pliegues del manto.

Pero la joven repuso: «¿Qué dices de los antiguos? ¡Los más sabios entre ellos me adoraron, y me cantaron los más severos! ¡Y mi belleza no les hizo desviarse del camino recto, sino que iluminó sus pasos y constituyó la delicia de su vida! ¡La verdadera cordura ¡oh pastor! es olvidarlo todo en mi seno! ¡Vuelve á la sabiduría! ¡Estoy dispuesta á abrirme á ti y á llenarte de la verdadera sabiduría!» Entonces el viejo se volvió del todo hacia la pared, y exclamó: «¡Atrás, engendro de malicia! ¡Te abomino y te rechazo! ¡A cuántos hombres buenos has hecho traición, y á cuántos malvados has protegido! ¡Tu hermosura es falsa! ¡En cambio, al que sabe orar se le aparece una belleza que nunca podrán ver los que te miran! ¡Atrás!»

Oídas estas palabras, la joven exclamó: «¡Oh pastor santo! ¡Bebe la leche de tus ovejas, y vístete con su lana, y reza al Señor en la soledad y en la paz de tu corazón!» Y la visión desapareció. {32}

Entonces, desde todos los puntos de la montaña acudieron hacia el pastor las alimañas silvestres, que besaron la tierra entre sus manos para pedirle su bendición.

En este momento de su narración, Schahrazada se detuvo, y el rey Schahriar, entristecido, le dijo: «¡Oh Schahrazada! El ejemplo del pastor me da verdaderamente en qué pensar. ¡Y no sé si lo mejor para mí sería retirarme á una gruta, y huir para siempre de las preocupaciones de mi reino, y no tener más ocupación que apacentar ovejas! ¡Pero antes quiero oir cómo continúa la Historia de los Animales y las Aves!»

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 148.ª NOCHE

Schahrazada dijo:

Cuento de la tortuga y el martín pescador

Se cuenta en uno de mis libros antiguos, ¡oh rey afortunado! que un martín pescador estaba un día á orillas de un río y observaba atentamente, alargando el pescuezo, la corriente del agua. Pues tal {33} era el oficio que le permitía ganarse la vida y alimentar á sus hijos, y lo ejercía sin pereza, desempeñando honradamente su profesión.

Y mientras vigilaba de tal modo el menor remolino y la ondulación más leve, vió deslizarse por delante de él, y detenerse contra la peña en que estaba observando, un cuerpo muerto de la raza humana. Entonces lo examinó, y viendo que tenía heridas de importancia en todos sus miembros y rastros de lanzazos y sablazos, pensó para sí: «¡Debe ser algún bandido al cual han hecho expiar sus fechorías!» Después levantó las alas y saludó al Retribuidor, diciendo: «¡Bendito sea Aquel que hace servir á los malos después de muertos para el bienestar de sus buenos servidores!» Y se dispuso á precipitarse sobre el cuerpo para arrancarle algunos pedazos y llevárselos á sus crías, y comérselos con ellas. Pero en seguida vió que el cielo se oscurecía por encima de él con una nube de grandes aves de rapiña, como buitres y gavilanes, que empezaron á dar vueltas en grandes círculos, acercándose cada vez más.

Al ver aquello, el martín pescador se sintió sobrecogido del temor de que lo devorasen aquellos lobos del aire, y se apresuró á largarse á todo vuelo lejos de allí. Y pasadas muchas horas se detuvo en la copa de un árbol que se hallaba en medio del río, hacia su desembocadura, y aguardó allí á que la corriente arrastrara hasta aquel sitio el cuerpo flotante. Y muy entristecido, se puso á pensar en las {34} vicisitudes y en la inconstancia de la suerte. Y se decía: «He aquí que me veo obligado á alejarme de mi país y de la orilla que me vió nacer, y en la cual están mis hijos y mi esposa. ¡Ah, cuán vano es el mundo! ¡Y cuánto más vano todavía el que se deja engañar por sus exterioridades, y confiando en la buena suerte vive al día, sin ocuparse del mañana! ¡Si yo hubiese sido más prudente habría hacinado provisiones para los días de necesidad como el de hoy, y los lobos del aire no me habrían asustado al haber venido á disputarme mis ganancias! ¡Pero el sabio nos aconseja la paciencia en tales trances! ¡Tengámosla, pues!»

Y mientras recapacitaba de esta manera, vió á una tortuga que, saliendo del agua y nadando lentamente, avanzaba hacia el árbol en que él se encontraba. Y la tortuga levantó la cabeza, le vió en el árbol, y en seguida le deseó la paz, y le dijo: «¿Cómo es ¡oh pescador! que has desertado del ribazo en que generalmente te hallabas?» El pájaro respondió:

« ¡Si bajo la misma tienda que te alberga y en tu mismo país llega á habitar un rostro desagradable,
» Sólo una determinación has de tomar: déjale tu tienda y tu país y apresúrate á marcharte!

«Y yo ¡oh buena tortuga! he visto mi ribazo dispuesto á ser invadido por los lobos del aire, y para que no me impresionaran de mala manera sus {35} caras desagradables, he preferido dejarlo todo y marcharme, hasta que Alah quiera compadecerse de mi suerte.»

Cuando la tortuga oyó estas palabras, dijo al martín pescador: «Desde el momento en que es así, aquí me tienes entre tus manos, dispuesta á servirte con toda mi abnegación y á hacerte compañía en tu abandono é indigencia, pues ya sé lo desdichado que es el extranjero lejos de su país y de los suyos, y cuán dulce es para él hallar afecto y solicitud entre los desconocidos. Y yo, aunque sólo te conozco de vista, seré para ti una compañera atenta y cordial.»

Entonces el martín pescador dijo: «¡Oh tortuga de buen corazón, que eres dura por fuera y dulce por dentro! ¡Comprendo que voy á llorar de emoción ante la sinceridad de tu oferta! ¡Cuántas gracias te doy! ¡Y cuán razonables son tus palabras acerca de la hospitalidad que se ha de conceder á los extranjeros y la amistad que se ha de otorgar á las personas en el infortunio! Porque, verdaderamente, ¿qué sería la vida sin amigos, y sin las conversaciones con los amigos, y sin las risas y canciones con los amigos? ¡El sabio es el que sabe encontrar amigos conforme á su temperamento, pues no se puede considerar amigos á los seres con quienes hay que tratar por razón del oficio, como yo trataba con los martín pescadores de mi especie, que me envidiaban por mis pescas y mis hallazgos! Así es que ahora deben estar muy contentos con mi ausen {36} cia esos tristes compañeros, que sólo saben hablar de su pesca y de sus mezquinos intereses, pero nunca piensan en elevar sus almas hacia el Dador. Siempre están con el pico vuelto hacia la tierra. ¡Y tienen alas, pero no las utilizan! Por eso la mayoría de ellos no podrían volar aunque quisieran. No pueden hacer más que sumergirse, y á veces se quedan en el fondo del agua.»

Al oir estas palabras, la tortuga, que escuchaba silenciosa, exclamó: «¡Oh martín pescador, baja para que te abrace!» Y el martín pescador bajó del árbol, y la tortuga le besó entre los ojos, y le dijo: «Verdaderamente, ¡oh hermano mío! no has nacido para vivir en comunidad con las aves de tu raza, que están completamente desprovistas de sutileza y no poseen modales exquisitos. Quédate conmigo, y nuestra vida será agradable en este rincón de la tierra perdido en medio del agua, á la sombra de este árbol y entre el rumor de las olas.» Pero el martín pescador dijo: «¡Oh hermana tortuga! Te doy las gracias. Pero ¿y los niños? ¿y mi esposa?» La tortuga respondió: «¡Alah es grande y misericordioso! Nos ayudará á transportarlos hasta aquí, y pasaremos días tranquilos y libres de toda zozobra.» Al oirla, el martín pescador dijo: «¡Oh tortuga! Demos juntos gracias al Óptimo, que ha permitido que nos reuniéramos.» Y exclamaron:

¡Loor á Nuestro Señor! ¡Da riquezas á unos y pobreza á otros! ¡Sus designios son sabios y bien calculados!

{37}

¡Loor á Nuestro Señor! ¡Cuántos pobres son ricos en sonrisas! ¡Cuántos ricos son pobres de alegría!

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente. Entonces el rey Schahriar dijo: «¡Oh Schahrazada! Tus palabras alejan de mí los feroces pensamientos. ¡Quisiera saber si conoces historias de lobos, por ejemplo, ó de animales montaraces!» Y contestó Schahrazada: «¡Precisamente son las historias que mejor conozco!» Entonces el rey Schahriar dijo: «¡Apresúrate, pues, á contarlas!» Y Schahrazada prometió contarlas en la noche venidera.

[Illustration:

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 149.ª NOCHE

Schahrazada dijo:

Cuento del lobo y el zorro

Sabe ¡oh rey afortunado! que el zorro, cansado de las continuas iras de su señor el lobo, y de su constante ferocidad, y de sus intrusiones en los últimos derechos que al zorro le quedaban, se sentó un día en el tronco de un árbol y se puso á refle {38} xionar. Después dió un brinco lleno de alegría, porque se le había ocurrido una idea que le parecía la solución. Y en seguida corrió en busca del lobo, hallándole al fin con el pelo todo erizado, el hocico contraído y de muy mal humor. Desde lo más lejos que pudo divisarle, besó la tierra, llegó humildemente ante él, y aguardó con los ojos bajos que le interrogase. El lobo gritó: «¿Qué te pasa, hijo de perro?» Y el zorro dijo: «Perdona ¡oh señor! mi osadía, pero tengo una idea que exponerte y un ruego que dirigirte, si tienes á bien otorgarme una audiencia.» El lobo gritó: «¡Ahorra palabras, y en cuanto acabes, márchate en seguida, ó te romperé los huesos!» Entonces el zorro dijo: «He notado ¡oh señor! que desde hace algún tiempo Ibn-Adán nos hace una guerra incesante. ¡Por todo el bosque no se ven más que trampas y lazos de todas clases! Como sigamos así, llegará á ser inhabitable el bosque. ¿Qué te parecería de una alianza entre todos los lobos y todos los zorros para oponerse en masa á los ataques de Ibn-Adán y prohibirle que se acercase á nuestro territorio?»

Al oir estas palabras, el lobo exclamó: «¡Digo que eres muy osado pretendiendo mi alianza y mi amistad, falso, enclenque y miserable zorro! ¡Ahí tienes, por tu insolencia!» Y le sacudió una patada que le tumbó en el suelo, medio muerto.

El zorro se levantó renqueando, pero se guardó muy bien de mostrar ningún resentimiento; al contrario, revistió el aspecto más sonriente y contrito, {39} y dijo al lobo: «¡Señor, perdona á tu esclavo su falta de tacto y su escaso trato social! ¡Reconozco mis faltas, que son muy grandes! ¡Si no las hubiese advertido, ese golpe tan terrible como merecido que me acabas de dirigir, y que bastaría por sí solo para matar á un elefante, me las habría mostrado sobradamente!» El lobo, algo calmado por la actitud del zorro, le dijo: «¡Así aprenderás para otra vez á no meterte en lo que no te importa!» El zorro contestó: «¡Cuánta razón tienes! Ya lo dijo el sabio: «No hables ni cuentes nada hasta que te lo pidan, y no contestes nunca antes que te pregunten. Y no te olvides de atender solamente lo que pueda interesarte. Pero sobre todo, guárdate bien de prodigar consejos á quienes no hayan de comprenderlos, y no los des tampoco á los malos, que te tomarían ojeriza por el bien que quisieras hacerles.»

Tales eran las palabras que el zorro decía al lobo, pero por dentro pensaba: «¡Ya me tocará la vez, y este lobo me pagará la deuda hasta lo último, porque la arrogancia, la provocación, la insolencia y el orgullo necio tienen al fin y al cabo su castigo! Humillémonos, pues, hasta que seamos poderosos.» Después el zorro dijo: «¡Oh mi señor lobo! Ya sabes que la equidad es la virtud de los poderosos, y la bondad y la dulzura de modales los dones y el ornamento de los fuertes. El mismo Alah perdona al culpable arrepentido. Ahora bien; mi crimen es enorme, ya lo sé, pero mi arrepentimiento no es menor, pues ese golpe doloroso que has tenido {40} la bondad de darme me ha estropeado el cuerpo, pero me ha remediado el alma, y esto es para mí un gran motivo de júbilo. Ya lo dijo el sabio: «El castigo que te impone la mano de tu maestro tendrá al principio cierta amargura, pero después te sabrá más dulce que la miel clarificada.»

Entonces el lobo dijo al zorro: «Acepto tus disculpas y perdono tu mal paso y la molestia que me has ocasionado obligándome á asestarte ese golpe, pero tienes que ponerte de rodillas, con la cabeza en el polvo.» Y el zorro, sin vacilar, se arrodilló y adoró al lobo, diciéndole: «¡Alah te haga triunfar y consolide tu dominio!» Entonces el lobo dijo: «Bueno está. Ahora marcha delante de mí y sírveme de batidor. Y si ves algo de caza, ven á advertírmelo en seguida.» El zorro respondió oyendo y obedeciendo, y se apresuró á marchar delante.

Pero al llegar á un terreno plantado de viñas, no tardó en observar algo que le pareció sospechoso, pues tenía todo el aspecto de una trampa, y para evitarlo dió un gran rodeo, diciendo para sí: «¡El que anda sin mirar los agujeros que hay á su paso, está destinado á caer en ellos! Además, mi experiencia de las asechanzas de Ibn-Adán ha de ponerme siempre en guardia. Por ejemplo, si viera una figura de zorro en una viña, en vez de acercarme echaría á correr, ¡pues sería seguramente un cebo puesto allí por la perfidia de Ibn-Adán! ¡Y ahora me sorprende en este viñedo algo que no me parece de buena ley! Veamos lo que es, pero con {41} prudencia, porque la prudencia es la mitad de la valentía.» Y después de razonar así, el zorro empezó á avanzar poco á poco, retrocediendo de cuando en cuando y olfateando á cada paso. Se arrastraba y aguzaba las orejas, avanzaba y retrocedía cautelosamente, y así acabó por llegar hasta el mismo límite de aquel lugar tan sospechoso. Y bien hizo, pues pudo ver que era un hoyo hondo, cubierto de débiles ramajes disimulados con tierra. Al verlo, exclamó: «¡Loor á Alah, que me ha dotado de la admirable virtud de la prudencia y de estos buenos ojos que me permiten ver tan claramente!» Después, pensando que el lobo caería allí de cabeza, se puso á bailar de alegría, como si se hubiera emborrachado con todas las uvas de la viña. Y entonó este canto:

¡Lobo! ¡Lobo feroz! ¡Tu fosa está abierta, y la tierra dispuesta á cegarla!

¡Lobo maldito! ¡Rondador de mozas, tragón de muchachos: en adelante te comerás los excrementos que mi culo hará llover dentro del hoyo, encima de tus hocicos!

Y en seguida desanduvo lo andado, y fué á buscar al lobo, al cual dijo: «¡Te anuncio una buena nueva! ¡Tu fortuna es grande, y las dichas llueven sobre ti, sin que se cansen! ¡Sea continua la alegría en tu casa, y también los goces!» El lobo exclamó: «¿Qué me anuncias? ¿Y á qué vienen esas exageraciones?» El zorro dijo: «La viña está hermosa hoy. {42} ¡Todo es júbilo, pues el amo del viñedo ha fallecido, y está tendido en medio del campo, debajo de unas ramas que lo cubren!» El lobo gritó: «¿A qué aguardas entonces, alcahuete vil, para llevarme allí? ¡Anda!» Y el zorro se apresuró á guiarle hasta el centro del viñedo, y mostrándole el sitio consabido, le dijo: «¡Allí es!» Entonces el lobo lanzó un aullido, y de un brinco saltó hacia las ramas, que cedieron á su peso. Y el lobo rodó hasta el fondo del hoyo. Cuando el zorro vio caer á su enemigo, se sintió tan alegre, que antes de correr al hoyo para deleitarse con su triunfo, se puso á brincar, y en el límite de la alegría, recitó para sí estas estrofas:

¡Alégrate, alma mía! ¡Todos mis deseos se han cumplido; el Destino me sonríe!

¡La arrogancia, la supremacía y toda la gloria de la autoridad, serán mías en el bosque!

¡Mías las viñas hermosas y las cacerías espléndidas, la grasa de los gansos, los muslos de los patos, la pechuga de las gallinas y la cabeza roja de los gallos!

Y dando brincos llegó al borde del hoyo, palpitante el corazón. ¡Y cuál no sería su júbilo al ver al lobo llorando por su caída y lamentándose de su perdición irremediable! Entonces el zorro se puso también á llorar y gemir, y el lobo levantó la cabeza y le vió llorar, y le dijo: «¡Oh compañero zorro, qué bueno eres al llorar así conmigo! ¡Ya sé que algunas veces fuí injusto contigo! Pero por fa {43} vor, déjate ahora de lágrimas y corre á avisar á mi esposa y á mis hijos, enterándoles del peligro en que estoy y de la muerte que me amenaza.» Entonces el zorro le dijo: «¡Ah, malvado! ¿Eres tan estúpido que supones que derramo estas lágrimas por ti? ¡Desengáñate, miserable! ¡Si lloro, es porque hasta ahora pudieras vivir sin contratiempo, y si me lamento tan amargamente, es porque esta calamidad no te haya ocurrido antes! ¡Muere, pues, maldito! ¡Te prometo mearme en tu tumba, y bailar con todos los zorros sobre la tierra que te cubra!»

Oídas estas palabras, el lobo pensó: «¡No es ésta ocasión de amenazas, pues es el único que me puede sacar de aquí!» Y le dijo: «¡Oh compañero! Hace un instante me jurabas fidelidad y me dabas pruebas de la mayor sumisión. ¿A qué viene este cambio? Reconozco que te he tratado algo bruscamente; pero no me guardes rencor, y recuerda lo que dijo el poeta:

¡Siembra generosamente los granos de tu bondad, hasta en los terrenos que te parezcan estériles! ¡Tarde ó temprano, el sembrador recogerá los frutos de su grano, superando á sus esperanzas! »

Pero el zorro le dijo burlonamente: «¡Oh el más insensato de todos los lobos y de todas las alimañas! ¿Has olvidado lo odioso de tu conducta? ¿Por qué no practicaste este consejo tan sabio del poeta: {44}

¡No oprimas, porque toda opresión produce la venganza, y toda injusticia la represalia!

¡Porque si duermes después de la injusticia, el oprimido no duerme más que con un ojo, y con el otro te acecha sin cesar! ¡Y el ojo de Alah no se cierra nunca!?

»¡Y tú me has oprimido bastante tiempo para que ahora tenga derecho á regocijarme con tus desgracias y me deleite con tu humillación!» Entonces el lobo dijo: «¡Oh zorro prudente de ideas fértiles y de ingenio inventivo! Eres superior á tus palabras, y seguramente no las piensas, pues las dices en broma. ¡Y en verdad, el caso no es para ello! Te ruego que cojas una soga cualquiera y trates de atar una punta á un árbol para alargarme la otra punta, y yo treparé por ese medio, y saldré de este hoyo.» Pero el zorro se echó á reir, y le dijo: «¡Poco á poco, ¡oh lobo! poco á poco! ¡Primero saldrá tu alma y después tu cuerpo! ¡Y las piedras y guijarros con que van á apedrearte realizarán perfectamente esa separación! ¡Oh animal grosero, de ideas premiosas y de escaso ingenio! Comparo tu suerte con la del HALCÓN Y LA PERDIZ

Al oir estas palabras, el lobo exclamó: «¡No entiendo muy bien lo que quieres decirme con eso!»

Entonces el zorro dijo al lobo:

«Sabe ¡oh lobo! que un día fuí á comer algunos granos de uva á una viña. Mientras estaba allí, á la sombra del follaje, vi precipitarse desde lo alto {45} de los aires un gran halcón sobre una perdiz. Pero la perdiz logró librarse de las garras del halcón, y corrió rápidamente á meterse en su escondrijo. Entonces el halcón, que la había perseguido sin poder alcanzarla, se detuvo delante del agujero que servía de entrada al albergue y gritó á la perdiz: «¡Loquita que huyes de mí! ¿Ignoras lo mucho que te quiero? El único motivo que me impulsó á cogerte fué el saber que estás hambrienta, y quería darte el grano que he juntado para ti. ¡Ven, pues, perdicita gentil, sal de tu albergue sin temor y ven á comer el grano! ¡Y ojalá te sea muy gustoso, y se alivie tu corazón, perdiz de mis ojos y de mi alma!» Cuando la perdiz oyó este lenguaje, salió confiada de su escondite; pero en seguida el halcón se lanzó sobre ella, le clavó las terribles garras en las carnes, y de un picotazo la despanzurró. Y la perdiz, antes de morir, dijo: «¡Oh maldito traidor! ¡Permita Alah que mi carne se convierta en veneno dentro de tu vientre!» Y murió. En cuanto al halcón, la devoró en un abrir y cerrar de ojos, pero en seguida le vino el castigo por la voluntad de Alah; pues apenas llegó la perdiz al vientre del traidor, cuando éste vió que se le caían todas las plumas, como por efecto de una llama interior, y cayó inanimado al suelo.»

«Y tú ¡oh lobo!—prosiguió el zorro—has caído en ese hoyo por haberme dado muy mala vida y haber humillado mi alma hasta el límite de la humillación.»

{46}

Entonces el lobo dijo al zorro: «¡Oh compañero, ayúdame! Da de lado todos esos ejemplos que me citas, y olvidemos lo pasado. ¡Bien castigado estoy, pues heme aquí en un hoyo, en el cual he caído á riesgo de romperme una pata ó estropearme los ojos! ¡Trataremos de salir de este mal paso, pues no ignoras que la amistad más firme es la que nace después de una desgracia, y que el amigo verdadero está más cerca del corazón que un hermano! ¡Ayúdame á salir de aquí, y seré para ti el mejor de los amigos y el más cuerdo de los consejeros!»

Pero el zorro se echó á reir con más ganas, y dijo al lobo: «¡Veo que ignoras las PALABRAS DE LOS SABIOS !» Y el lobo, pasmado, le preguntó: «¿Qué palabras y á qué sabios te refieres?» Y el zorro dijo:

«Los sabios ¡oh lobo maldito! nos enseñan que la gente como tú, la gente que tiene la máscara de la fealdad, el aspecto grosero y el cuerpo mal formado, tiene también el alma tosca y desprovista de sutileza. ¡Y cuán verdadero es esto en lo que te concierne! Lo que me has dicho acerca de la amistad es muy exacto; pero ¡cómo te equivocas al quererlo aplicar á tu alma de traidor! Porque ¡oh estúpido lobo! si realmente fueses tan fértil en juiciosos consejos, ¿cómo no darías con el medio de salir de ahí? Y si eres de veras tan poderoso como dices, ¡trata de salvar tu alma de una muerte segura! ¿No recuerdas la HISTORIA DEL MÉDICO ?» «Pero ¿qué médico es ése?», gritó el lobo. Y el zorro dijo: {47}

«Había un aldeano que padecía un gran tumor en la mano derecha. Y aquello le impedía trabajar. Y cansado ya de intentar varias curaciones, mandó llamar á un hombre al cual se creía versado en las ciencias médicas. El sabio fué á casa del enfermo, con una venda en un ojo. Y el enfermo le preguntó: «¿Qué tienes en ese ojo, ¡oh médico!?» Éste contestó: «Un tumor que no me deja ver.» Entonces el enfermo exclamó: «¿Tienes ese tumor y no lo curas? ¿Y ahora vienes para curar el mío? ¡Vuelve la espalda, y enséñame la anchura de tus hombros!»

«Y tú, ¡oh lobo de maldición! antes de pensar en darme consejos y enseñarme ardides, sé lo bastante listo para librarte de ese hoyo y guardarte de lo que te va á llover encima. Y si no, quédate para siempre en donde estás.»

Entonces el lobo se echó á llorar, y antes de desesperarse por completo, dijo al zorro: «¡Oh compañero! Te ruego que me saques de aquí, acercándote por ejemplo al borde del hoyo y alargándome la punta del rabo. Y me agarraré á ella y saldré del agujero. Y entonces, prometo ante Alah arrepentirme de todas mis ferocidades pasadas, y me limaré las garras, y me romperé los dientes, para no sentir la tentación de atacar á mis vecinos. Después me pondré la ropa tosca de los ascetas y me retiraré á la soledad para hacer penitencia, sin comer más que hierba ni beber más que agua.» Pero el zorro, lejos de enternecerse, dijo al lobo: «¿Y desde cuándo {48} se puede cambiar tan fácilmente de naturaleza? Lobo eres, y lobo seguirás siendo, y no he de ser yo quien crea en tu arrepentimiento. ¡Y además, muy candoroso tendría yo que ser para confiarte mi cola! Quiero verte morir, porque los sabios han dicho: «¡La muerte del malo es un beneficio para la humanidad, pues purifica la tierra!...»

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 150.ª NOCHE

Ella dijo:

«...¡La muerte del malo es un beneficio para la humanidad, pues purifica la tierra!»

Al oir estas palabras, el lobo, lleno de rabia y desesperación, se mordió una pata; pero dulcificando más la voz, dijo: «¡Oh zorro! La raza á que perteneces es famosa entre todos los animales de la tierra, por sus exquisitos modales, su elocuencia, su sutileza y la dulzura de su temperamento. ¡Termina, pues, este juego, y recuerda las tradiciones de tu familia!» Pero el zorro, al oir estas palabras, se echó á reir con tanta gana, que se desmayó. No tardó en volver en sí, y dijo al lobo: «Ya veo, ¡oh maravilloso bruto! que tu educación está completa {49} mente por hacer. Pero no tengo tiempo para dedicarme á semejante tarea, y me contentaré, antes de que revientes, con hacer penetrar en tus oídos algunas de las palabras de los sabios. ¡Sabe, pues, que todo tiene remedio, menos la muerte; que todo puede corromperse, menos el diamante; y por último, que se puede uno librar de todo, menos del Destino!

»En cuanto á ti, me has hablado hace un momento, según creo, de recompensarme al salir del hoyo y de otorgarme tu amistad. Sospecho que te pareces á aquella SERPIENTE cuya historia no debes conocer, dada tu ignorancia.» Y como el lobo confesase que la desconocía, el zorro dijo:

«Sabe ¡oh lobo! que hubo una vez una serpiente que había logrado escaparse de manos de un titiritero. Y esta serpiente, no acostumbrada á caminar por haber estado tanto tiempo enrollada en un saco, se arrastraba penosamente por el suelo, y seguramente habría sido aplastada, si un transeunte caritativo no la hubiera visto, y creyéndola enferma, movido de piedad, la cogió y le dio calor. Y lo primero que hizo la serpiente al recobrar la vida fué buscar el sitio más delicado del cuerpo de su salvador y clavar en él su diente cargado de veneno. Y el hombre cayó muerto inmediatamente. Ya lo dijo el poeta:

¡Desconfía y procura huir cuando la víbora se enrosque mimosamente! ¡Va á estirarse, y su veneno entrará en tu carne con la muerte!

{50}

»Y también ¡oh lobo! hay estos versos admirables, que vienen muy bien al caso:

¡Cuando un niño haya sido cariñoso contigo y tú le trates mal, no te asombre que te guarde rencor en el fondo del hígado, ni de que se vengue algún día cuando tenga pelos en el brazo!

»Y yo, maldito lobo, para dar comienzo á tu castigo y hacerte probar anticipadamente las delicias que te aguardan en el fondo de ese hoyo, mientras llega la ocasión de regar tu tumba como he dicho, he aquí lo que te ofrezco: ¡levanta la cabeza, amigo!»

Y el zorro, volviéndose de espaldas, se apoyó con las patas de atrás en el borde del hoyo, é hizo llover sobre el hocico del lobo lo suficiente para ungirle y perfumarle hasta sus últimos momentos.

Y hecho esto, se subió á lo más alto de la escarpa, y empezó á chillar llamando á los amos y á los guardas, que no tardaron en acudir. Y cuando se acercaron, se ocultó el zorro, pero lo bastante cerca para ver las piedras enormes que aquéllos tiraban al hoyo y oir los aullidos de agonía de su enemigo el lobo.

Al llegar á este punto, Schahrazada se detuvo un momento para beber un vaso de sorbete que le alargaba la pequeña Doniazada. El rey Schahriar exclamó: «¡Ardía en impaciencia por saber la muerte del lobo! ¡Ahora que ya ocurrió, quisiera oirte con {51} tar algo sobre la ingenua é irreflexiva confianza y sus consecuencias!» Y Schahrazada dijo: «¡Escucho y obedezco!»

Cuento del ratón y la comadreja

Había una mujer cuyo oficio no era otro que descortezar sésamo. Y un día le llevaron una medida de sésamo de primera calidad, diciéndole: «El médico ha mandado á un enfermo que se alimente exclusivamente con sésamo. Y te lo traemos para que lo limpies y lo mondes con cuidado.» La mujer lo cogió, puso en seguida manos á la obra, y al acabar el día lo había limpiado y mondado completamente. ¡Y daba gusto ver aquel sésamo tan blanco! Así es que una comadreja que andaba por allí se vió tentadísima, y llegada la noche, se dedicó á transportarlo desde la bandeja en que estaba á su madriguera. Y tan bien lo hizo, que por la mañana no quedaba en la bandeja más que una cantidad muy pequeña de sésamo.

Y oculta la comadreja, pudo juzgar el asombro y la ira de la mondadora al ver aquella bandeja casi limpia del contenido. Y la oyó exclamar: «¡Ah, si pudiera dar con el ladrón! ¡No pueden ser más que esos malditos ratones que infestan la casa desde que se murió el gato! ¡Como pillase á uno, le haría pagar las culpas de todos los otros!» {52}

Cuando la comadreja oyó estas palabras, se dijo: «Es necesario, para resguardarme de la venganza de esta mujer, tener que confirmar sus sospechas, en cuanto atañe á los ratones. ¡Si no, puede que la tomara conmigo y me rompiera los huesos!» Y en seguida fué á buscar al ratón, y le dijo: «¡Oh hermano! ¡Todo vecino se debe á su vecino! ¡No hay nada tan antipático como un vecino egoísta que no guarda atención alguna á los que viven á su lado y no les envía nada de los platos exquisitos que las hembras de la casa han guisado, ni de los dulces y pasteles preparados en las grandes festividades!» Y el ratón contestó: «¡Cuán verdad es todo eso, buena amiga! ¡Por eso, aunque haga pocos días que estés aquí, me congratulo tanto de las buenas intenciones que manifiestas! ¡Plegué á Alah que todos los vecinos sean tan buenos y tan simpáticos como tú! Pero ¿qué tienes que anunciarme?» La comadreja dijo: «La buena mujer que vive en esta casa ha recibido una medida de sésamo fresco muy apetitoso. Se lo han comido hasta hartarse entre ella y sus hijos, y sólo han dejado un puñado. Por eso vengo á avisártelo; prefiero mil veces que lo aproveches tú, á que se lo coman los glotones de sus parientes.»

Oídas estas palabras, el ratón se alegró tanto, que empezó á dar brincos y á mover la cola. Y sin tomarse tiempo para reflexionar, ni advertir el aspecto hipócrita de la comadreja, ni fijarse en la mujer que acechaba, ni preguntarse siquiera qué móvil podía impulsar á la comadreja á semejante {53} acto de generosidad, corrió locamente y se precipitó en medio de la bandeja, en donde brillaba el sésamo esplendente y mondado. Y se llenó glotonamente la boca. Pero en aquel instante salió la mujer de detrás de la puerta, y de un palo hendió la cabeza del ratón.

¡Y así el pobre ratón, por su imprudente confianza, pagó con la vida las culpas ajenas!

Al oir estas palabras, el rey Schahriar exclamó: «¡Oh Schahrazada! ¡Qué lección de prudencia hay en ese cuento! ¡Si lo hubiera sabido antes, me habría guardado muy bien de poner una confianza sin límites en mi esposa, aquella libertina á quien maté con mis propias manos, y no hubiese creído en los miserables eunucos negros que ayudaron á la traidora! ¿Sabes por ventura alguna historia referente á la fiel amistad?»

Y Schahrazada dijo:

Cuento del cuervo y del gato de Algalia

He llegado á saber que un cuervo y un gato de Algalia habían trabado una firme amistad y se pasaban las horas retozando y jugando á varios juegos. Y un día que hablaban de cosas realmente interesantes, pues no hacían caso de lo que pasaba á su alrededor, fueron devueltos á la realidad por {54} el rugido espantoso de un tigre, que resonaba en el bosque.

Inmediatamente, el cuervo, que estaba en el tronco de un árbol al lado de su amigo, se apresuró á ganar las ramas altas. En cuanto al gato, de espantado no sabía dónde ocultarse, pues ignoraba el sitio de donde acababa de salir el rugido del tigre. En tal perplejidad, dijo al cuervo: «¿Qué haré, amigo mío? Dime si puedes indicarme algún medio, ó si puedes prestarme algún socorro eficaz.» El cuervo respondió: «¿Qué no haría yo por ti, buen amigo? Estoy dispuesto á afrontarlo todo para sacarte de apuros; pero antes de acudir en tu socorro, déjame recordarte lo que dijo el poeta:

¡La verdadera amistad es la que nos impulsa á arrojarnos al peligro para salvar al objeto amado, arriesgándonos á sucumbir!

¡Es la que nos hace abandonar bienes, padres y familia para ayudar al hermano de nuestra amistad! »

En seguida el cuervo se apresuró á volar hacia un rebaño que pasaba por allí, guardado por enormes perros, más imponentes que leones. Y se fué derecho á uno de los perros, se precipitó sobre su cabeza y le dió un fuerte picotazo. Después se lanzó sobre otro perro é hizo lo mismo; y habiendo excitado así á todos los perros, echó á volar á una altura suficiente para que le fueran persiguiendo, pero sin que le alcanzaran sus dientes. Y graznaba á {55} toda voz, como para mofarse de ellos. De modo que los perros le fueron siguiendo cada vez más furiosos, hasta que los atrajo hacia el centro del bosque. Y cuando los ladridos hubieron resonado en todo el bosque, el cuervo supuso que el tigre, espantado, había debido huir; entonces el cuervo se remontó cuanto pudo, y habiéndolo perdido de vista los perros, regresaron al rebaño. El cuervo fué á buscar á su amigo el gato, al cual había salvado de aquel peligro, y vivió con él en paz y felicidad.

Y ahora deseo contarte, ¡oh rey afortunado!—prosiguió Schahrazada—la Historia del cuervo y el zorro .

Cuento del cuervo el zorro

Se cuenta que un zorro viejo, cuya conciencia estaba cargada de no pocas fechorías, se había retirado al fondo de un monte abundante en caza, llevándose consigo á su esposa. Y siguió haciendo tanto destrozo, que acabó por despoblar completamente la montaña, y para no morirse de hambre, empezó por comerse á sus propios hijos y estrangular una noche traidoramente á su esposa, á la cual devoró en un momento. Y hecho ésto, no le quedó nada á que hincar el cliente.

Era demasiado viejo para cambiar de residen {56} cia, y no era bastante ágil para cazar liebres y coger al vuelo las perdices. Mientras estaba absorto en estas ideas, que le ennegrecían el mundo delante del hocico, vió posarse en la copa de un árbol á un cuervo que parecía muy cansado. Y en seguida pensó: «¡Si pudiera hacerme amigo de ese cuervo, sería mi felicidad! ¡Tiene buenas alas que le permiten hacer lo que no pueden mis patas baldadas! ¡Así, me traería el alimento, y además me haría compañía en esta soledad que empieza á serme tan pesada!» Y pensado y hecho: avanzó hasta el pie del árbol en que estaba posado el cuervo, y después de las zalemas acostumbradas, le dijo: «¡Oh mi vecino! No ignoras que todo buen musulmán tiene dos méritos para su vecino. El de ser musulmán y el de ser su vecino. Reconozco en ti esos dos méritos, y me siento conmovido por la atracción invencible de tu gentileza y por las buenas disposiciones de amistad fraternal que te supongo. Y tú, ¡oh buen cuervo! ¿qué sientes hacia mí?»

Al oir estas palabras el cuervo se echó á reir de tan buena gana, que le faltó poco para caerse del árbol. Después dijo: «¡No puedo ocultarte que es muy grande mi sorpresa! ¿De cuándo acá, ¡oh zorro! esa amistad insólita? ¿Y cómo ha entrado la sinceridad en tu corazón, cuando sólo estuvo en la punta de tu lengua? ¿Desde cuándo dos razas tan distintas pueden fundirse tan perfectamente, siendo tú de la raza de los animales y yo de la raza de las aves? Y sobre todo, ¡oh zorro! ya que eres tan elo {57} cuente, ¿sabrías decirme desde cuándo los de tu raza han dejado de ser de los que comen y los de mi raza los comidos? ¿Te asombras? ¡Pues ciertamente no hay por qué! ¡Vamos, zorro, viejo malicioso, vuelve á guardar todas esas hermosas palabras en tu alforja, y dispénsame de una amistad respecto á la cual no me has dado pruebas!»

Entonces el zorro exclamó: «¡Oh cuervo juicioso, cuán perfectamente razonas! Pero sabe que nada es imposible para Aquel que formó los corazones de sus criaturas, y ha engendrado en el mío ese generoso sentimiento hacia ti. Y para demostrarte que individuos de distinta raza pueden estar de acuerdo, y para darte las pruebas que con tanta razón me reclamas, no encuentro nada mejor que contarte la historia que he llegado á saber, la historia de la pulga y el ratón, si es que quieres escucharla.»

El cuervo repuso: «Puesto que hablas de pruebas, dispuesto estoy á oir esa Historia de la pulga y el ratón , que desconozco.» Y el zorro la narró de este modo:

«¡Oh amigo, lleno de gentileza! Los sabios versados en los libros antiguos y modernos nos cuentan que una pulga y un ratón fueron á vivir en la casa de un rico mercader, cada cual en el lugar que fué más de su agrado.

»Ahora bien; cierta noche, la pulga, harta de chupar la sangre agria del gato de la casa, saltó á {58} la cama donde estaba tendida la esposa del mercader, se deslizó entre la ropa, se escurrió por debajo de la camisa para llegar á los muslos, y desde allí brincó hasta el pliegue de la ingle, precisamente en el sitio más delicado. Y notó realmente que aquel sitio era muy delicado, muy suave, muy blanco y liso á pedir de boca. No tenía ni arrugas ni pelos indiscretos. Al contrario, ¡oh cuervo amigo! al contrario. Y fué el caso que la pulga se encasilló en aquel paraje y se puso á chupar la deliciosa sangre de la mujer hasta llegar á la hartura. Sin embargo, puso tan poca discreción en su trabajo, que la mujer se despertó al sentir la picadura, y llevó la mano velozmente al sitio picado, y habría aplastado á la pulga si ésta no se hubiese escurrido diestramente por el calzón, corriendo á través de los innumerables pliegues de esa prenda especial de la mujer, y saltando desde allí al suelo para refugiarse en el primer agujero que encontró. ¡Esto en cuanto á la pulga!

»En cuanto á la mujer, como lanzase un alarido de dolor que hizo acudir á todas las esclavas, advertidas éstas de la causa del sufrir de su señora, se apresuraron á remangarse los brazos y á buscar la pulga entre las ropas. Dos esclavas se encargaron de las faldas, otra de la camisa, y otras del amplio calzón, cuyos pliegues examinaron escrupulosamente uno tras otro. Entretanto, la mujer se hallaba completamente en cueros, y á la luz de los candelabros se registraba la parte delantera mien {59} tras que la esclava favorita le inspeccionaba minuciosamente la trasera. Pero ya te puedes figurar, ¡oh cuervo! que no encontraron nada. ¡Y esto es todo en cuanto á la mujer!»

El cuervo exclamó: «Pero á todo eso, ¿en dónde están las pruebas de que me hablabas?» El zorro repuso: «¡Precisamente vamos á ello!» Y prosiguió de esta manera:

«He aquí que el agujero en que se había refugiado la pulga era la madriguera del ratón...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 151.ª NOCHE

Ella dijo:

»...He aquí que el agujero en que se había refugiado la pulga era la madriguera del ratón; de modo que cuando el ratón vió entrar á la pulga en su casa se indignó extraordinariamente, y le dijo: «¿Qué vienes á hacer aquí, ¡oh pulga! ya que no eres de mi especie ni de mi esencia? ¿Qué buscas aquí, ¡oh parásito! del cual sólo se puede esperar algo desagradable?» Y la pulga contestó: «¡Oh ratón hospitala {60} rio entre los ratones! Sabe que si he invadido tan indiscretamente tu domicilio, ha sido contra mi voluntad, pues lo he hecho para librarme de la muerte con que me amenazaba la dueña de esta casa. ¡Y todo por un poco de sangre que le he chupado! ¡Verdad es que era de primera calidad, suave, tibia y de maravillosa digestión! Vengo, pues, á ti, confiada en tu bondad, para rogarte que me tengas en tu casa hasta que haya pasado el peligro. Lejos de atormentarte y obligarte á huir de tu domicilio, te demostraré una gratitud tan señalada, que darás las gracias á Alah por haberme admitido en tu compañía.» Entonces, convencido el ratón por el acento sincero de la pulga, dijo: «Si realmente es así, ¡oh pulga! puedes compartir mi albergue y vivir aquí tranquila. Serás mi compañera en la próspera y en la adversa fortuna. Y en cuanto á la sangre bebida en el muslo de la mujer, no te apures. Digiérela gozosamente en la paz de tu corazón y con delicia. Cada cual encuentra su alimento donde puede, y nada hay en ello de reprensible; y si Alah nos ha dado la vida, no ha sido para que nos dejemos morir de hambre ni de sed. Y á este propósito, he aquí los versos que oí recitar un día por las calles á un santón:

¡Nada tengo en la tierra que me sujete: ni muebles, ni esposa que me gruña, ni casa! ¡Oh corazón mío, cuán libre estás!

¡Un pedazo de pan, un sorbo de agua y un poco {61} de sal bastan para mi alimento, pues estoy completamente solo! ¡Un raído ropón me sirve de traje, y aún me sobra!

¡Tomo el pan donde lo encuentro, y acato el Destino conforme viene! ¡Nada me pueden quitar! ¡Lo que cojo á los demás para vivir, es lo que les sobra! ¡Corazón mío, cuán libre estás! »

»Cuando la pulga oyó este discurso del ratón, se sintió muy conmovida, y lo dijo: «¡Oh ratón, hermano mío, qué vida tan deliciosa vamos á pasar juntos! ¡Alah apresure el momento en que pueda agradecer tus bondades!»

»Y el tal momento no tardó en llegar. Efectivamente, la misma noche, el ratón, que había ido á dar una vuelta por la casa del mercader, oyó un rumor metálico, y sorprendió al mercader que contaba uno por uno los numerosos dinares guardados en un saquito, y cuando hubo echado la cuenta, los escondió bajo la almohada, se tumbó en la cama, y se durmió.

»Entonces el ratón fué á buscar á la pulga, le contó lo que acababa de ver, y le dijo: «Ha llegado la ocasión de que me ayudes á transportar esos dinares de oro desde la cama del mercader hasta mi albergue.» Al oir estas palabras, la pulga estuvo á punto de desmayarse de emoción, por lo exorbitante que le pareció todo aquello, y exclamó con tristeza: «No debes pensar en eso, ¡oh ratón! ¿Cómo he de llevar yo á cuestas un dinar, cuando mil pulgas {62} juntas no podrían ni siquiera moverlo? En cambio puedo ayudarte de otro modo, pues tan pulga como me ves, me encargo de sacar al mercader de su habitación ahuyentándole de la casa; y entonces serás el amo del terreno, y sin apresurarte y á tu gusto podrás transportar los dinares á tu madriguera.» El ratón exclamó: «¡Eres en verdad una pulga excelente, y no había caído en ello hasta ahora! Mi madriguera es lo suficientemente grande para encerrar todo el oro, y he abierto setenta puertas para poder salir en el caso de que quisieran emparedarme en ella. ¡Date prisa á ejecutar lo que me has ofrecido!»

»Entonces la pulga, dando brincos, saltó á la cama en que dormía el mercader, fué rectamente hacia las posaderas, y en ellas le picó como nunca había picado pulga alguna en trasero humano. El mercader, al sentir la picadura y el agudísimo dolor que le produjo, se levantó rápidamente, llevándose la mano al honroso sitio, del cual ya se había apresurado á alejarse la pulga. Y el mercader empezó á lanzar mil maldiciones, que resonaban en el vacío de la casa silenciosa. Después de dar mil vueltas, trató de volverse á dormir. ¡Pero no contaba con su enemigo! En vista de que el mercader se empeñaba en seguir acostado, la pulga volvió á la carga más enfurecida que antes, y esta vez le picó con todas sus fuerzas en el sensible lugar que se llama el perineo.

«Entonces el mercader, sobresaltado y rugiendo, {63} rechazó las mantas y las ropas, y bajó corriendo al lugar donde estaba el pozo, y allí se remojó insistentemente con agua fría, á fin de calmar el escozor. Y ya no quiso volver á su alcoba, sino que se echó en un banco del patio para pasar el resto de la noche.

»De esta suerte el ratón pudo transportar á su madriguera sin ninguna dificultad todo el oro del comerciante, y cuando amaneció ya no quedaba un dinar en el saco.

»Y de este modo supo agradecer la pulga la hospitalidad del ratón, recompensándole con creces.

»Y tú, amigo cuervo—prosiguió el zorro—, espero que pronto verás mi abnegación en cambio del pacto de amistad que sellemos.»

Pero el cuervo dijo: «Verdaderamente, ¡oh mi señor zorro! tu historia no me ha convencido ni mucho menos. Al cabo y al fin, cada cual puede libremente hacer ó dejar de hacer el bien, sobre todo cuando este bien amenaza convertirse en causa de varias calamidades. Y este es el caso presente. Hace mucho tiempo que eres famoso por tus perfidias y por el incumplimiento de la palabra empeñada. ¿Cómo ha de inspirarme ninguna confianza un ser como tú, de mala fe, y que ha sabido últimamente traicionar y hacer perecer á su primo el lobo? Porque ¡oh traidor entre los traidores! estoy bien enterado de esa fechoría tuya, cuyo relato es sabido de toda la gente animal. ¡De modo que si te pres {64} taste á sacrificar á uno que si no era de tu especie era de tu raza, si lo has traicionado después de tratarle como amigo tanto tiempo y de adularle de mil maneras, es seguro que para ti será un juego la perdición de cualquier otro animal que sea de raza diferente de la tuya! Esto me recuerda una historia muy aplicable al caso.» El zorro preguntó: «¿Qué historia?» Y el cuervo dijo: «¡La del buitre!» Entonces exclamó el zorro: «No conozco nada de esa Historia del buitre . ¡Cuéntamela!» Y el cuervo habló de este modo:

«Había un buitre cuya tiranía sobrepasaba todos los límites conocidos. No se sabía de ave alguna, ni chica ni grande, que estuviese libre de sus vejaciones. Había sembrado el terror entre todos los lobos del aire y de la tierra, y de tal modo se le temía, que las alimañas más feroces, al verle llegar, soltaban lo que tuvieran y huían espantadas de su pico formidable y de sus plumas erizadas. Pero llegó un tiempo en que los años, acumulados sobre su cabeza, se la desplumaron del todo, le gastaron las garras y le hicieron caer á pedazos las quijadas amenazadoras. La intemperie ayudó también á dejarle el cuerpo baldado y las alas sin virtud. Entonces se convirtió en tal objeto de lástima, que sus antiguos enemigos no quisieron devolverle sus tiranías y sólo le trataron con desprecio. Y para comer tenía que contentarse con las sobras que dejaban las aves y los animales.

{65}

»Y he aquí ¡oh zorro! que tú has perdido ahora tus fuerzas, pero te queda aún la alevosía. Quieres, viejo é imposibilitado como estás, aliarte conmigo, que, gracias á la bondad del Hacedor, conservo intacto el empuje de mis alas, lo agudo de mi vista y lo acerado de mi pico. ¡No quieras hacer conmigo lo que hizo EL GORRIÓN !» Pero el zorro, lleno de asombro, preguntó: «¿De qué gorrión hablas?» Y el cuervo dijo:

«He llegado á saber que un gorrión habitaba un prado, en el cual pacía con un rebaño de corderos. Rayaba la tierra con el pico, siguiendo á los carneros, cuando de pronto vió que un águila enorme se precipitaba sobre un corderillo, se lo llevaba en las garras y desaparecía con él á lo lejos. El gorrión, sintiéndose acometido de una extrema arrogancia, extendió las alas poseído de vanidad, y dijo para sí: «También yo sé volar, y por tanto, podré arrebatar un carnero de los más grandes.» Inmediatamente eligió el carnero más gordo que pudo hallar entre todos: tenía una lana abundante y añeja, y por debajo del vientre, empapada con los orines de por la noche, no era más que una masa pegajosa y putrefacta. El gorrión se lanzó sobre el lomo del carnero, y quiso llevárselo. Pero al primer impulso, las patas se le quedaron enredadas en las vedijas de lana, y entonces él fué el que quedó prisionero. Acudió el pastor, se apoderó de él, le arrancó las plumas de las alas, y atándole una pata con un bra {66} mante, se lo dio á sus hijos para que jugasen con él, y les dijo: «¡Mirad bien este pájaro! Ha querido, por desgracia suya, habérselas con quien es más fuerte que él, y por eso ha sido castigado con la esclavitud.»

»Y tú ¡oh zorro inválido! quieres ahora compararte conmigo, pues tienes la audacia de proponerme tu alianza. ¡Vamos, viejo taimado, vuelve las espaldas en seguida!» Comprendió el zorro entonces que era inútil querer engañar á un individuo tan listo como el cuervo. Y dominado por la rabia, empezó á rechinar tan de recio las mandíbulas, que se rompió un diente. Y el cuervo, burlonamente, dijo: «¡Siento de veras que te hayas roto un diente por mi negativa!» Pero el zorro le miró con un respeto sin límites, y le dijo: «No es por tu negativa por lo que me he roto el diente, sino por la vergüenza de haber dado con uno más listo que yo.»

Y dichas estas palabras, el zorro se apresuró á largarse para ir á esconderse.

Y tal es ¡oh rey afortunado!—prosiguió Schahrazada—la historia del zorro y el cuervo. Acaso haya sido poco larga; pero ahora me propongo, si Alah me otorga vida hasta mañana, y tienes gusto en ello, contarte la Historia de la bella Schamsennahar con el príncipe Alí ben-Bekar .

Y el rey Schahriar exclamó: «¡Oh Schahrazada! No creas que me hayan aburrido las historias de los animales y las aves, ni que me hayan parecido lar {67} gas, pues me han encantado. ¡Y si supieras otras, me agradaría oirlas, aunque sólo fuese por lo que me podrían aprovechar! Y ya que me anuncias una historia que por el título me parece completamente admirable, estoy dispuesto á oirla.»

En aquel momento Schahrazada vió aparecer la mañana, y rogó al rey que aguardara hasta el día siguiente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 152.ª NOCHE

Ella dijo:

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HISTORIA DE ALÍ BEN-BEKAR Y LA BELLA SCHAMSENNAHAR

He llegado á saber ¡oh rey afortunado! que había en Bagdad, durante el reinado que transcurrió del califa Harún Al-Rachid, un joven mercader, muy bien formado y muy rico, que se llamaba Abalhassan ben-Taher. Era seguramente el más hermoso y afable y el más ricamente vestido de todos los mercaderes del Gran Zoco. Así es que había sido elegido por el jefe de los eunucos de palacio para proveer á las favoritas de todas las cosas, telas ó pedrería que pudieran necesitar. Y tales damas se atenían ciegamente á su buen gusto y sobre todo á su discreción, muchas veces puesta á prueba en los encargos que le hacían. Nunca dejaba de servir toda clase de refrescos á los eunucos que iban á hacerle los encar {70} gos, ni olvidaba obsequiarles con un regalo adecuado al puesto que ocupaban cerca de sus dueñas. Así es que el joven Abalhassan era adorado de todas las mujeres y de todos los esclavos de palacio, y de tal modo le apreciaban, que el mismo califa acabó por notarlo. Y apenas le vió, le apreció también por sus buenos modales y su hermosura agradable y sencilla. Le dió libre entrada en el palacio á todas horas del día ó de la noche; y como el joven Abalhassan unía á sus cualidades el don del canto y la poesía, el califa, que no encontraba quien superase la hermosa voz y bella dicción de este poeta, le mandaba con frecuencia acompañarle á comer, á fin de que improvisase versos de perfecto ritmo.

De suerte que la tienda de Abalhassan era la más conocida de cuantos jóvenes había en Bagdad, hijos de emires ó notables, y asimismo la conocían las mujeres de nobles dignatarios y chambelanes.

Uno de los más asiduos concurrentes á la tienda era un joven que se había hecho muy amigo de Abalhassan, por lo hermoso y atrayente que era. Se llamaba Alí ben-Bekar, y descendía de los antiguos reyes de Persia. Su apostura encantaba, sus mejillas estaban sonrosadas y frescas, las cejas perfectamente trazadas, la dentadura sonriente y el habla deliciosa.

Un día que el príncipe Alí ben-Bekar estaba sentado en la tienda al lado de su amigo Abalhassan ben-Taher y ambos conversaban y reían, vieron llegar á diez muchachas, hermosas como lunas, {71} y escoltando á una joven montada en una mula que llevaba jaeces de brocado y estribos de oro. Esta joven iba tapada con un izar de seda de color de rosa, sujeto á la cintura con un cinturón bordado de oro de cinco dedos de ancho, incrustado de grandes perlas y pedrería. Su rostro lo cubría un velillo transparente, y sus ojos irradiaban espléndidos á través del velillo. La piel de sus manos era tan suave como la misma seda, y sus dedos, cargados de diamantes, parecían así más bien formados. Su talle y sus formas podían adivinarse como maravillosas, á pesar de lo poco que de ellas se podía ver.

Cuando la comitiva llegó á la puerta de la tienda descabalgó la joven apoyándose en los hombros de las esclavas. Entró en la tienda, deseó la paz á Abalhassan, que le devolvió el saludo con el más profundo respeto y se apresuró á arreglar los almohadones y el diván para invitarla á sentarse. Después se retiró unos pocos pasos para esperar sus órdenes. Y la joven se puso á elegir pausadamente unas telas de fondo de oro, algunos objetos de orfebrería y varios frascos de esencia de rosas. Y como no temía que la molestasen en casa de Abalhassan, se levantó un momento el velillo de la cara, y brilló sin ningún obstáculo toda su belleza.

Apenas el joven príncipe Alí ben-Bekar vió aquel semblante tan hermoso, quedó pasmado de admiración, y una pasión inmensa se encendió en el fondo de su hígado. Después, discretamente, hizo ademán de alejarse, y entonces la hermosa joven, {72} que se había fijado en él y también se había sentido conmovida, dijo á Abalhassan con una voz admirable: «No quiero ser causante de que se vayan tus parroquianos. ¡Invita á ese joven á quedarse!» Y sonrió admirablemente.

Al oir estas palabras, el príncipe Alí ben-Bekar llegó al límite de la alegría, y no queriendo ser menos galante, dijo á la joven: «Por Alah, ¡oh señora mía! si me alejaba no era sólo por temor de ser importuno, sino porque al verte pensé en estos versos del poeta:

¡Oh tú que miras al sol! ¿No ves que habita en alturas que ninguna mirada humana podrá medir?

¿Piensas poder alcanzarlo sin alas, ó crees ¡oh candoroso! que va á bajar hasta ti? »

Cuando la joven oyó esta estrofa, recitada con amargo tono, quedó impresionada por el sentimiento que en ella había, y le sedujo el aspecto de su enamorado. Le dirigió sonriente una larga mirada, hizo una seña al mercader para que se acercase, y le preguntó á media voz: «Abalhassan, ¿quién es ese joven, y de dónde viene?» El otro contestó: «Es el príncipe Alí ben-Bekar, descendiente de los reyes de Persia. Es tan noble como hermoso. Y es mi mejor amigo.» La joven repuso: «Verdaderamente gentil. Y no te asombre ¡oh Abalhassan! que poco después de marcharme veas llegar á una de mis esclavas, para invitaros á los dos á venir á verme. {73}

Porque quisiera demostrarle que hay en Bagdad palacios más hermosos, mujeres más bellas y almas más expertas que en la corte de los reyes de Persia.» Y Abalhassan, que necesitaba poco para entender las cosas, se inclinó y dijo: «¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos!»

Entonces la joven se echó de nuevo el velillo á la cara y salió, dejando en pos de sí el sutil perfume de la ropa guardada entre jazmín y sándalo.

Y Alí ben-Bekar, después de salir la joven, permaneció un buen rato sin saber lo que decía, hasta el punto de que Abalhassan tuvo que advertirle que los parroquianos notaban su agitación y empezaban á extrañarla. Y Alí ben-Bekar respondió: «¡Oh Ben-Taher! ¿Cómo no he de estar agitado, si el alma quiere escapárseme del cuerpo para unirse á esa luna que ha rendido mi corazón y lo ha hecho entregarse sin consultar á la razón?» Después añadió: «¡Oh Ben-Taher! ¡Por favor! ¿Quién es esa joven á la cual pareces conocer? ¡Apresúrate á decírmelo!» Y Abalhassan respondió: «¡Es la favorita predilecta del Emir de los Creyentes! ¡Se llama Schamsennahar! [A] . El califa la trata con consideraciones que apenas se otorgan á la misma Sett Zobeida, su legítima esposa. Tiene un palacio propio, en el que manda como dueña absoluta, sin que la vigilen los eunucos, pues el califa tiene en ella una confianza ilimitada. Y lleva razón al obrar de este modo, pues {74} siendo la más hermosa de todas las mujeres de palacio, es la que da menos que hablar con guiños de ojos á los esclavos y eunucos.»

Apenas acababa Abalhassan de dar estas explicaciones á su amigo Alí ben-Bekar, cuando entró una esclava jovencita, que, aproximándose á Abalhassan, le dijo al oído: «Mi señora Schamsennahar os llama á ti y á tu amigo.» Y en seguida Abalhassan se levantó, hizo seña á Alí ben-Bekar, y después de cerrar la puerta de la tienda siguieron á la esclava, que los guió al palacio de Harún Al-Rachid.

Y entonces el príncipe Alí se creyó transportado á la misma morada de los genios, donde todas las cosas son tan bellas que la lengua del hombre criaría pelos antes de poder describirlas. Pero la esclava, sin darles tiempo á expresar su encanto, dió unas palmadas, y en seguida apareció una negra cargada con una gran bandeja cubierta de manjares y frutas, y la colocó en un taburete. Sólo el perfume que exhalaban era ya un admirable bálsamo para la nariz y el corazón. La esclava se puso á servirlos con extremada consideración, y cuando estuvieron ahitos, les presentó una jofaina y una vasija de oro llena de agua perfumada para que se lavasen las manos; luego les presentó un jarro maravilloso incrustado de rubíes y diamantes y lleno de agua de rosas, les echó en una y en otra mano para la barba y el rostro, y después les llevó perfume de áloe en una cazoleta de oro, y les perfumó el traje, según costumbre. Y hecho esto, abrió una puerta y {75} les rogó que la siguieran. Y los introdujo en un salón de una arquitectura deslumbrante.

Hallábase coronado por una cúpula sostenida por ochenta columnas del mármol más transparente y más puro; las bases y capiteles estaban esculpidos con arte exquisito y adornados con aves de oro y animales de cuatro pies. Y la cúpula tenía pintados sobre fondo de oro unos dibujos de líneas coloreadas y como vivientes, que representaban los mismos adornos que los de la gran alfombra que cubría la sala. En los espacios que quedaban entre las columnas había grandes jarrones con flores, ó sencillamente unas grandes ánforas, hermosas con su propia belleza y su carne de jaspe, ágata ó cristal. Y aquella sala daba á un jardín, cuya entrada reproducía, con guijarros de colores, los mismos dibujos de la alfombra; de modo que la cúpula, el salón y el jardín se continuaban bajo el cielo tranquilo y azul.

Y mientras el príncipe Alí ben-Bekar y Abalhassan admiraban esta delicada combinación, vieron sentadas en corro, con los pechos turgentes, los ojos negros y las mejillas sonrosadas, diez muchachas que tenían cada una en la mano un instrumento de cuerda...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{76}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 153.ª NOCHE

Ella dijo:

...diez muchachas que tenían cada una en la mano un instrumento de cuerda.

Y á una señal de la esclava favorita, aquellas jóvenes tocaron á un tiempo un preludio dulcísimo. Y el príncipe Alí, cuyo corazón estaba lleno del recuerdo de Schamsennahar, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Y dijo á su amigo Abalhassan: «¡Ah, hermano mío, cuán conmovida siento mi alma! ¡Esos acordes me hablan en un lenguaje que la hace llorar, sin saber á punto fijo por qué!» Abalhassan dijo: «¡Mi joven señor, tranquiliza tu alma y presta toda tu atención á este concierto, que promete ser admirable, gracias á la hermosa Schamsennahar, que seguramente llegará pronto!»

Y en efecto, apenas Abalhassan había pronunciado estas palabras, cuando las diez mujeres se levantaron á la vez, y unas pulsando las cuerdas, y agitando otras rítmicamente sus panderetillas, entonaron este canto:

¡Azul, nos miras con sonrisa de felicidad! ¡Y he aquí que la luna levanta sus lienzos de nube, para ve {77} larse confusa! ¡Y el sol, sol vencedor, huye también y no brilla ya!

Y el coro se detuvo aguardando la respuesta, que cantó una de las diez jóvenes:

¡He aquí nuestra luna que avanza! ¡Y viene porque el sol nos ha visitado, un sol juvenil y principesco, que ha venido á rendir tributo á Schamsennahar!

Entonces el príncipe Alí, que representaba á aquel sol, miró á la parte opuesta, y vió acercarse doce negras jóvenes, que llevaban en hombros un trono de plata maciza cubierto con un dosel de terciopelo, y en el cual estaba sentada una joven tapada con un gran velo de seda que flotaba por delante del trono. Y aquellas negras llevaban el pecho desnudo y las piernas desnudas; y una faja de seda y oro, ajustada á la cintura, hacía resaltar las opulentas nalgas de las cargadoras. Y cuando llegaron adonde estaban las cantarinas, dejaron suavemente en el suelo el trono de plata y retrocedieron hasta debajo de los árboles.

Entonces una mano apartó el velo de seda, y brillaron unos ojos en un rostro de luna: era Schamsennahar. Llevaba un gran manto azul en fondo de oro, constelado de perlas, diamantes y rubíes, todo ello de una calidad y un precio incalculables. Apartadas las cortinas del trono, Schamsennahar se despojó completamente del velo de seda, y miró son {78} riendo al príncipe Alí, é inclinó levemente la cabeza. Y el príncipe Alí, suspirando, la miró, y con el lenguaje mudo de los ojos se dijeron en pocos instantes más cosas de las que hubieran podido decirse en mucho tiempo.

Schamsennahar pudo por fin separar sus miradas de los ojos de Alí ben-Bekar, para mandar á sus doncellas que cantaran. Entonces una de ellas se apresuró á templar el laúd, y cantó:

¡Oh Destino! Cuando dos amantes, atraídos entre sí, se encuentran dignos el uno del otro y se unen en un beso, ¿quién tiene la culpa más que tú?

Y la amante dice: ¡Oh corazón mío, dame otro beso! ¡Te lo devolveré con el mismo calor que tenga el tuyo! ¡Y si quisieras que tuviera más calor, cuán fácil me sería complacerte!

Entonces Schamsennahar y Alí ben-Bekar suspiraron; y otra joven cantó, obedeciendo á una seña de la hermosa favorita:

¡Oh muy amado! ¡Luz que ilumina el espacio en que están las flores, como los ojos del muy amado!

¡Oh carne que filtras la bebida de mis labios! ¡oh carne tan dulce para mis labios!

¡Oh muy amado! Cuando te encontré, la Belleza me detuvo para decirme entusiasmada :

¡Helo aquí! ¡Ha sido modelado por dedos divinos! ¡Es una caricia, es como un bordado magnífico!

{79}

Al oir estos versos, el príncipe Alí ben-Bekar y la hermosa Schamsennahar se miraron largo rato; pero ya una tercera cantarina decía:

¡Las horas dichosas ¡oh jóvenes! corren como el agua, rápidas como el agua! ¡Creedme, enamorados, no aguardéis más!

¡Aprovechad la dicha! ¡Sus promesas son fugaces! ¡Aprovechad la belleza de vuestros años y el momento que os une!

Cuando la cantarina hubo acabado su estrofa, el príncipe Alí exhaló un prolongado suspiro, y sin poder reprimir por más tiempo su emoción, rompió en sollozos. Schamsennahar, que no estaba menos conmovida, se echó á llorar también, y no pudiendo sobreponerse á su pasión, se levantó del trono y se dirigió hacia la puerta de la sala. Inmediatamente Alí ben-Bekar corrió en la misma dirección, y al llegar detrás del cortinaje que cubría la puerta se encontró con su amada. Fué tan grande su emoción al besarse y tan intenso su delirio, que se desmayaron uno en brazos de otro, y seguramente se habrían caído al suelo si no los hubiesen sostenido las doncellas que habían seguido á cierta distancia á su ama. Las esclavas se apresuraron á llevarlos á un diván, donde les hicieron volver en sí á fuerza de rociarlos con agua de rosas y con perfumes vivificantes.

Y Schamsennahar, al volver en si, sonrió di {80} chosa al ver á su amigo Alí ben-Bekar; pero como no viese á Abalhassan ben-Taher, preguntó ansiosamente por él. Y Abalhassan, por discreción, se había retirado de allí temiendo las consecuencias desagradables que pudiese tener aquella aventura si llegaba á divulgarse por el palacio. Pero en cuanto se enteró de que la favorita preguntaba por él, avanzó respetuosamente y se inclinó ante ella. Y Schamsennahar dijo: «¡Oh Abalhassan! ¿cómo podré agradecerte tus buenos oficios? ¡Gracias á ti he conocido lo más digno de ser amado que hay entre las criaturas, y he gozado unos instantes incomparables en que el alma se llena de felicidad! ¡Sabe ¡oh Ben-Taher! que Schamsennahar no será ingrata!» Y Abalhassan se inclinó profundamente ante la favorita, pidiendo á Alah que le concediese todos los deseos que pudiera sentir su alma.

Entonces Schamsennahar se volvió hacia su amigo Alí ben-Bekar, y le dijo: «¡Oh mi señor! ¡ya no dudo de tu cariño, aunque el mío supere á todo lo que puedas sentir hacia mí! Pero ¡ay! el Destino es muy cruel al tenerme sujeta á este palacio y no serme posible dar entera satisfacción á mi ternura.» Alí ben-Bekar contestó: «¡Oh mi señora! ¡tu amor ha penetrado en mí de tal suerte, que forma parte de mi alma, hasta el punto de que después de mi muerte seguirá unido á ella! ¡Cuán desdichados somos al no podernos amar libremente!» Y dicho esto, las lágrimas inundaron como una lluvia las mejillas del príncipe Alí y las de Schamsennahar. Pero {81} Abalhassan se acercó á ellos discretamente, y les dijo: «¡Por Alah! ¡No entiendo nada de ese llanto, ahora que estáis juntos! ¿Qué sería si estuvierais separados? El momento no es para estar tristes, sino para alegraros y pasar el tiempo agradablemente.»

Y la bella Schamsennahar, al oir estas palabras de Abalhassan, cuyos consejos estimaba en mucho, se secó las lágrimas é hizo seña á una de sus esclavas, que salió en seguida, volviendo después con varias criadas que llevaban grandes bandejas de plata con toda clase de viandas de aspecto tentador. Y colocadas las bandejas en la alfombra entre Alí ben-Bekar y Schamsennahar, se alejaron las criadas y permanecieron inmóviles junto á la puerta.

Entonces Schamsennahar invitó á Abalhassan á sentarse con ellos frente á los platos de oro cincelado, donde aparecían las frutas redondas y maduras y los sabrosos pasteles. Y con sus propias manos, la favorita se puso á servirles de cada plato, y colocaba los bocados en los labios de su amigo Alí ben-Bekar. Cuando hubieron comido, apresuráronse los criados á llevarse las fuentes de oro, y les presentaron un jarro de oro fino en una palangana de plata cincelada, y se lavaron las manos con el agua perfumada que les echaron. Después se sentaron de nuevo, y las esclavas negras les ofrecieron copas de ágata de varios colores llenas de un vino exquisito, que alegraba los ojos y ensanchaba el alma. Lo bebieron lentamente mirándose largo rato, y va {82} cías ya las copas, Schamsennahar despidió á todas las esclavas, quedando solamente las cantarinas y tañedoras de instrumentos.

Entonces, teniendo deseos de cantar, la favorita mandó á una de las esclavas que preludiase el tono, y la esclava templó su laúd, y cantó dulcemente:

¡Alma mía, cómo te agotas! ¡Las manos del amor te agitaron en todos sentidos, arrojando á todos los vientos tu misterio!

¡Alma mía! ¡Te guardaba delicadamente en mi pecho, y te escapas para correr hacia el que te hace sufrir!

¡Corred, lágrimas mías! ¡Os escapáis de mis párpados para correr hacia el cruel! ¡Lágrimas mías, también vosotras estáis enamoradas de mi muy amado!

Entonces Schamsennahar alargó el brazo, llenó una copa, bebió de ella, y luego se la ofreció al príncipe Alí, que bebió también, poniendo los labios en el mismo sitio que habían tocado los labios de su amiga...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{83}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 154.ª NOCHE

Ella dijo:

...que bebió también, poniendo los labios en el mismo sitio que habían tocado los labios de su amiga, mientras las cuerdas de los instrumentos se estremecían amorosamente bajo los dedos de las tañedoras. Y Schamsennahar hizo otra seña á una de las cantarinas para que cantase algo. Y la esclava cantó:

¡Mis mejillas están regadas incesantemente por el licor de mis ojos!

¡La copa en que pongo mis labios se llena con mis lágrimas más que con el vino del copero!

¡Por Alah! ¡oh corazón mío, bebe de este licor! ¡Te infundirá mi alma, que se escapa de mis ojos!

En este momento Schamsennahar se sintió dominada completamente por las notas conmovedoras de las canciones, y cogiendo un laúd de manos de una de las esclavas entornó los ojos, y con toda el alma cantó estas estrofas admirables:

¡Oh luz de mis ojos! ¡oh hermosura de la gacela joven! ¡Si te alejas, me muero; si te acercas, me embriago! ¡Vivo ardiendo, y gozando me extingo! {84}

¡La olorosa brisa nació del soplo de tu aliento; de tu aliento, que embalsama las noches del desierto y las tibias noches bajo las palmeras admirables!

¡Oh brisa que estás enamorada de su contacto amado! ¡Tengo celos de ese beso que robas en el lunar de su barbilla y en el hoyuelo de sus mejillas! ¡Porque tu caricia es tan intensa, que toda su carne se estremece!

¡Jazmines de su vientre bajo el ligerísimo vestido, jazmines de su piel suave y blanca como una piedra de luna!

¡Saliva de su boca que amo, capullo de sus labios sonrosados! ¡Ah, las mejillas húmedas y los ojos cerrados después de los abrazos de amor!

¡Oh corazón mío! ¡Te extravías en los deliciosos repliegues de una carne de pedrería! ¡Ten cuidado! ¡El amor te acecha, y sus flechas están preparadas!

Cuando Alí ben-Bekar y Abalhassan ben-Taher oyeron este canto de Schamsennahar, se sintieron transportados por el éxtasis; después se estremecieron de placer, y exclamaron: «¡Oh Alah, oh Alah!» Y rieron y lloraron al mismo tiempo. El príncipe Alí, en el límite de la emoción, cogió un laúd y se lo dió á Abalhassan, rogándole que le acompañase, pues iba á cantar. Y cerró los ojos, y con la cabeza inclinada y apoyada en la mano, cantó á media voz al estilo de su país:

¡Escucha, oh copero!

¡Es tan hermoso mi amor, que si yo fuese el dueño {85} de todas las ciudades, se las daría en seguida, por tocar una sola vez con mis labios el lunar de su mejilla ingrata!

¡Su rostro es tan bello, que hasta el lunar le sobra! ¡Porque tiene tal belleza propia, que ni las rosas ni el terciopelo de un vello juvenil le añadirían nuevo encanto!

Y lo dijo el príncipe Alí ben-Bekar con una voz admirable. Y cuando se extinguía aquel canto, la esclava favorita acudió trémula y asustada y dijo á Schamsennahar: «¡Oh mi señora! Massrur, Afif y otros eunucos están á la puerta y solicitan hablar contigo.»

Al oir estas palabras se alarmaron el príncipe Alí, Abalhassan y todas las esclavas, y hasta temblaron por su vida. Pero Schamsennahar, la única que conservaba la calma, sonrió tranquilamente y dijo á todos: «¡No temáis! ¡Y dejadme á mi!» Después ordenó á su confidente: «Procura entretener á Massrur, á Afif y á los demás, diciéndoles que nos den tiempo para recibirlos con arreglo á su categoría.» Y mandó á las esclavas que cerraran todas las puertas y corrieran cuidadosamente las cortinas. Hecho esto, invitó al príncipe y á Abalhassan á que no se moviesen de allí y que nada temieran. Después salió con sus esclavas por la puerta que daba al jardín, mandándola cerrar detrás de ella, y fué á sentarse en el trono que había dispuesto que pusieran bajo la sombra de los árboles. Ordenó á una de las esclavas jóvenes que le diera masaje y á las {86} otras que se apartaran más lejos, mientras enviaba á una esclava negra para que abriese la puerta y diese entrada á Massrur y á los otros que habían llegado con él.

Entonces Massrur, Afif y veinte eunucos avanzaron desde lejos encorvados hasta tierra, con la espada desnuda en la mano y el talle ceñido por el ancho cinturón, y saludaron á la favorita con las mayores muestras de respeto. Y Schamsennahar dijo: «¡Oh Massrur! ¡Alah haga que seas portador de buenas nuevas!» Y Massrur contestó: «¡Inschala! ¡oh mi señora!» Y acercándose al trono de la favorita, prosiguió: «El Emir de los Creyentes te envía su saludo de paz y te dice que desea ardientemente verte. Y te hace saber que este día se le ha anunciado como lleno de alegría y bendito entre todos; y quiere acabarlo junto á ti, para que sea admirable del todo. Pero antes quisiera saber si prefieres ir á su palacio ó recibirle en tu casa, aquí mismo.»

Oídas estas palabras, incorporóse Schamsennahar, se prosternó y besó la tierra en señal de que consideraba como una orden el deseo del califa, y contestó: «¡Soy la esclava sumisa y dichosa del Emir de los Creyentes! Te ruego, pues, ¡oh Massrur! que digas á nuestro amo lo feliz que soy al recibirle, y que su venida iluminará este palacio.»

Entonces el jefe de los eunucos y su séquito se apresuraron á retirarse, y Schamsennahar corrió en seguida al salón en que se hallaba su enamorado, y con lágrimas en los ojos le estrechó contra su pe {87} cho, y le besó tiernamente, lo mismo que él á ella; y luego le expresó su pena por despedirse de él antes de lo que esperaba. Y ambos se echaron á llorar uno en brazos de otro. Y el príncipe Alí pudo por fin decir a su amada: «¡Oh mi señora! ¡por favor, déjame estrecharte y sentirte junto á mí y gozar de tu contacto adorable, ya que está próximo el momento de la separación fatal! ¡Conservaré en mi carne este contacto amado y en mi alma su recuerdo! ¡Será un consuelo en la ausencia y endulzará mi tristeza!» Ella contestó: «¡Oh Alí! ¡Por Alah! ¡A mí sola me alcanza la tristeza, pues que me quedo sola en este palacio, sin más que tu recuerdo! ¡Tú tendrás los zocos para distraerte y las jóvenes de la calle! ¡Sus gracias y sus ojos alargados te harán olvidar á esta desconsolada Schamsennahar, tu enamorada! ¡El tintineo de los brazaletes de cristal de esas jóvenes disiparán hasta las huellas de mi imagen ante tus ojos! ¡Oh amado mío! ¿Cómo podré resistir los estallidos de mi dolor, ni reprimir los gritos de mi garganta reemplazándolos con las canciones que me pida el Emir de los Creyentes? ¿Cómo podrá articular mi lengua las palabras armoniosas? ¿Con qué sonrisa le podré recibir, cuando eres tú solo el que puedes aliviar mi alma? ¿Qué miradas tan ansiosas no he de fijar en el sitio que ocupaste junto á mí, ¡oh Alí!? Y sobre todo, ¿cómo podré, sin que me cueste la vida, llevar á mis labios la copa que me ofrezca el Emir de los Creyentes? ¡Estoy segura de que, al beberla, una pon {88} zoña implacable correrá por mis venas! Y entonces, ¡cuán ligera me será la muerte, oh amado mío!»

En este momento, cuando Abalhassan ben-Taher se disponía á consolarlos, apareció la esclava confidente para avisar á su ama que se acercaba el califa. Y Schamsennahar, arrasados los ojos en lágrimas, no tuvo tiempo más que para dar el último beso á su amado, y dijo á la confidente: «Llévalos á la galería que da al Tigris, y cuando la noche esté bien oscura, hazlos salir diestramente por la parte del río.» Y dichas estas palabras, Schamsennahar reprimió los sollozos que la ahogaban, para correr al encuentro del califa, que avanzaba por el lado opuesto.

Por su parte, la esclava guió al príncipe Alí y á Abalhassan hacia la galería consabida, y se retiró después de haber cerrado cuidadosamente la puerta. Y los dos jóvenes se hallaron en la mayor oscuridad; pero á los pocos momentos, á través de las ventanas caladas entró una gran claridad y pudieron distinguir una comitiva formada por cien jóvenes eunucos que llevaban en las manos antorchas encendidas; y tras de estos cien eunucos seguían otros cien eunucos viejos que llevaban en la mano un alfanje desnudo; y por último, á veinte pasos de ellos avanzaba, magnifico, precedido del jefe de los eunucos y rodeado por veinte esclavas jóvenes, blancas como la luna, el califa Harún Al-Rachid.

El califa iba precedido por Massrur, llevando á la derecha á Afif, segundo jefe de los eunucos, y á {89} la izquierda al otro segundo jefe, Wassif. ¡Y era, en verdad, arrogante y hermoso por sí mismo y por todo el resplandor que hacia él proyectaban las antorchas de los esclavos y las pedrerías de las damas! Y así avanzó al son de los instrumentos que tañían las esclavas, y así llegó hasta Schamsennahar, que se había prosternado á sus pies. El emir se apresuró á ayudarla á levantarse, tendiéndole una mano, que ella se llevó á los labios. Después, contentísimo por volverla á ver, le dijo: «¡Oh Schamsennahar! Las atenciones de mi reino me impedían tiempo ha descansar mi vista en tu rostro. Pero Alah me ha otorgado esta noche bendita para regocijar completamente mis ojos con tus encantos.» Después fué á sentarse en el trono de plata, mientras la favorita se sentaba frente á él, y las otras veinte mujeres formaban un círculo alrededor de ellos en asientos colocados á igual distancia unos de otros. Las tañedoras de instrumentos y las cantarinas formaron otro grupo cercano á la favorita, mientras los eunucos, jóvenes y viejos, se alejaban, según costumbre, hasta llegar junto á los árboles, teniendo siempre las antorchas encendidas, alumbrando desde lejos, á fin de que el califa pudiera deleitarse cómodamente con el fresco de la noche.

El emir hizo una seña á las cantarinas, é inmediatamente una de ellas, acompañada por las demás, entonó estas estrofas, que el califa prefería entre todas las que cantaba, por la belleza de su ritmo y la rica melodía de los finales: {90}

¡Oh niño! ¡el rocío enamorado de la mañana humedece las flores entreabiertas, y una brisa del Edén balancea sus tallos! ¡Pero tus ojos...!

¡Tus ojos son el límpido manantial que ha de apagar largamente la sed que siente el cáliz de mis labios! ¡Y tu boca...!

¡Tu boca ¡oh joven amigo! es la colmena de perlas donde fluye una miel envidiada por las abejas!

Y cantadas estas maravillosas estrofas con voz apasionada, la cantarina se calló. Y Schamsennahar hizo seña á su favorita, que sabía el amor que le había inspirado el príncipe Alí; y la esclava cantó estos versos, que se aplicaban perfectamente á los sentimientos de su señora:

¡Cuando la joven beduína encuentra en su camino á un hermoso jinete, sus mejillas se ponen tan rojas como la flor del laurel que crece en Arabia!

¡Oh joven aventurera! ¡Apaga ese fuego que enciende tus colores! ¡Preserva á tu alma de una pasión que la consumiría! ¡Sigue tranquila en tu desierto, pues el hacer sufrir de amor es don de los jinetes hermosos!

Cuando la bella Schamsennahar oyó estos versos, sintió una emoción tan viva, que se echó hacia atrás y cayó desvanecida en brazos de las mujeres que habían acudido en su auxilio.

Y al verlo el príncipe Alí, que miraba la escena {91} tras la ventana, se sintió sobrecogido de un dolor tan intenso...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 155.ª NOCHE

Ella dijo:

...se sintió sobrecogido de un dolor tan intenso, que cayó también desmayado en brazos de su amigo Abalhassan ben-Taher. Entonces Abalhassan se alarmó mucho por causa del lugar en que se hallaban, y cuando buscaba un poco de agua entre aquella oscuridad para rociarle la cara á su amigo, vió abrirse una de las puertas de la galería, y apareció la esclava confidente de Shamsennahar, que dijo con voz llena de susto: «¡Voy á haceros salir, pues se ha armado un alboroto y me temo que haya llegado nuestro día fatal! ¡Seguidme, ó démonos por muertos!» Pero Abalhassan repuso: «¡Oh caritativa joven! Advierte el estado en que se halla mi amigo. ¡Acércate y mira!»

Cuando la esclava vió al príncipe Alí desmayado sobre la alfombra, corrió á una mesa en que se hallaban varios frascos, cogió uno que contenía agua de flores, y refrescó el rostro del joven, que {92} no tardó en recobrar el sentido. Entonces Abalhassan lo cogió por los hombros, y la joven por los pies, y entre los dos lo transportaron fuera de la galería, hasta el pie del palacio, á la orilla del Tigris. Lo dejaron en un banco, dió unas palmadas la joven, y en seguida apareció por el río una barca con un solo remero, que se apresuró á atracar. Y sin pronunciar palabra alguna, á una seña de la esclava cogió en brazos al príncipe Alí y lo llevó á la embarcación, donde se apresuró á saltar Abalhassan. En cuanto á la esclava, se excusó por no poder acompañarlos más lejos, y con voz muy triste les deseó la paz, regresando en seguida al palacio.

Cuando la barca llegó á la otra orilla, Alí ben-Bekar, ya completamente repuesto merced á la frescura del agua y de la brisa, pudo desembarcar, sostenido por su amigo. Pero pronto tuvo que sentarse en una piedra, porque sentía que se le iba el alma. Y Abalhassan, no sabiendo ya cómo salir del apuro, lo dijo: «¡Oh amigo mío! Cobra ánimo y tranquiliza tu alma, porque realmente este sitio nada tiene de seguro y estas orillas están infestadas de bandidos y malhechores. ¡Un poco de aliento nada más, y estaremos seguros, cerca de aquí, en casa de uno de mis amigos que vive junto á esa luz que ves!» Después le dijo: «¡En nombre de Alah!» Y ayudó á su amigo á levantarse, y emprendió con él lentamente el camino de la casa consabida, á cuya puerta no tardó en llegar. Entonces, á pesar de lo intempestivo de la hora, llamó á aquella puerta, y {93} en seguida alguien fué á abrir; y apenas se dió á conocer Abalhassan, fué recibido inmediatamente con gran cordialidad, lo mismo que su amigo. Y pretextó un motivo cualquiera para explicar su llegada á hora tan irregular. Y en aquella casa, donde la hospitalidad se practicó según sus más admirables preceptos, pasaron el resto de la noche, sin que se les importunara con preguntas indiscretas. Y ambos, por su parte, sufrían: Abalhassan porque no estaba acostumbrado á dormir fuera de casa y le preocupaban las inquietudes de su familia, y el príncipe Alí porque tenía delante de los ojos la imagen de Schamsennahar, pálida y desmayada de dolor en brazos de sus doncellas, á los pies del califa.

De modo que en cuanto amaneció se despidieron de su huésped y marcharon á la ciudad, y no obstante la dificultad con que andaba Alí ben-Bekar, no tardaron en llegar á la calle en que estaban sus casas. Pero como la primera á que llegaron era la de Abalhassan, éste invitó á su amigo á descansar en su casa, no queriendo dejarle solo en estado tan lamentable. Y dijo á su servidumbre que le prepararan la mejor habitación y tendieran en el suelo los magníficos colchones que se conservaban bien enrollados en las alacenas para aquellos casos. Y el príncipe Alí, tan cansado como si hubiera andado días enteros, sólo tuvo fuerzas para dejarse caer en los colchones, y pudo por fin dormir algunas horas. Al despertar hizo sus abluciones, cumplió sus deberes del rezo y se vistió, dispuesto á salir, pero {94} Abalhassan le detuvo: «¡Oh mi dueño! ¡es preferible que pases el día y la noche en esta casa, y así podré acompañarte y distraer tus penas!» Y le obligó á quedarse. Llegada la noche, Abalhassan, después de haber pasado el día departiendo con su amigo, mandó llamar á las cantarinas más afamadas de Bagdad; pero nada pudo distraer á Alí ben-Bekar de sus tristes pensamientos, pues al contrario, las cantarinas sólo consiguieron exasperar su mal y su dolor. Y pasó una noche más mala que las otras; y por la mañana había empeorado de tal modo, que su amigo Abalhassan ya no le quiso detener más. Decidióse, pues, á acompañarle hasta su casa, después de haberle ayudado á montar en una mula que los esclavos del príncipe habían traído de la cuadra. Y cuando lo hubo entregado á su servidumbre y estuvo seguro de que por lo pronto ya no necesitaba su presencia, se despidió de él con palabras consoladoras, prometiéndole volver lo antes posible. Después salió de casa y se dirigió al zoco, donde volvió á abrir la tienda, que había estado cerrada todo aquel tiempo.

Y apenas había acabado de arreglar la tienda y se había sentado para aguardar á los parroquianos, vio llegar...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{95}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 156.ª NOCHE

Ella dijo:

...y se había sentado para aguardar á los parroquianos, vió llegar á la joven esclava confidente de Schamsennahar. Ésta le deseó la paz, y Abalhassan le devolvió el saludo, y notó que su aspecto era muy triste y preocupado, y que el corazón le debía de latir más de prisa que de costumbre. Y le dijo: «¡Cuánto celebro que hayas venido, ¡oh caritativa joven! ¡Te ruego que me enteres del estado de tu señora!» Ella contestó: «¡Te suplico que empieces por darme noticias del príncipe Alí, al cual tuve que dejar de aquella manera!» Y Abalhassan le refirió todo lo que había visto del dolor de su amigo. Y cuando hubo acabado, la confidente se puso todavía más triste de lo que estaba, y lanzó grandes suspiros, y con voz conmovida dijo á Abalhassan: «¡Cuán grande es nuestra desdicha! ¡Sabe ¡oh Ben-Taher! que el estado de mi pobre señora es más lamentable todavía! Pero voy á contarte lo que ocurrió desde que saliste con tu amigo, cuando mi señora cayó desmayada á los pies del califa, que, muy afligido, no supo á qué atribuir tan súbito accidente. ¡Helo aquí!

»Cuando os dejé bajo la custodia del barquero, {96} volví muy inquieta junto á Schamsennahar, á la cual encontré todavía desmayada y muy pálida, cayéndole las lágrimas gota á gota por entre su cabellera suelta. El Emir de los Creyentes, en el límite de la aflicción, estaba sentado junto á ella, y á pesar de los cuidados que le prodigaba, no conseguía que recobrase el sentido. Y todas nosotras sentíamos una desolación inmensa; y á las ansiosas preguntas que el califa nos dirigía para saber la causa de aquel mal tan súbito, no contestábamos más que con lágrimas y echándonos al suelo para besar la tierra entre sus manos, pero sin revelarle el secreto. Y esta angustia inexpresable se prolongó hasta medianoche. Entonces, á fuerza de refrescarle las sienes con agua de rosas y agua de flores y de hacerle aire con los abanicos, tuvimos por fin la alegría de verla volver de su desmayo poco á poco. Pero en seguida rompió en un torrente de lágrimas, con inmenso asombro del califa, que acabó por llorar lo mismo que ella. ¡Y todo aquello era muy triste y muy extraordinario!

»Y cuando el califa vió que podía dirigir la palabra á su favorita, le dijo: «¡Schamsennahar, luz de mis ojos, dime la causa de tu mal para que pueda consolarte! ¡Mira cómo tu estado me hace sufrir!» Entonces Schamsennahar hizo un esfuerzo para besar los pies del califa, que no se lo permitió, pues le cogió las manos y siguió interrogándola con dulzura. Entonces ella le dijo: «¡Oh Emir de los Creyentes! El mal que padezco es pasajero. Lo causan {97} ciertas cosas que he comido durante el día y que me han sentado mal.» Y el califa preguntó: «¿Pero qué has comido, ¡oh Schamsennahar!?» Ella dijo: «¡Dos limones ácidos, seis manzanas agrias, un gran trozo de kenafa; y además, como tenía mucha hambre, un plato de alfónsigos salados, granos de calabacín y garbanzos confitados con azúcar y recién salidos del horno!» Entonces el califa exclamó: «¡Oh imprudente Schamsennahar! ¡Me asombras de veras! ¡No dudo de que esas cosas sean infinitamente apetecibles y deliciosas, pero de todos modos, debes moderarte un poco, é impedir que tu alma se precipite desconsideradamente sobre lo que le gusta! ¡Por Alah! ¡No te vuelvas á ver en ese estado!» Y el califa, que generalmente es tan escaso de palabras y caricias para las demás mujeres, siguió hablando á su favorita con muchos miramientos, y la veló hasta por la mañana. Pero al ver que su estado no mejoraba mucho, mandó llamar á todos los médicos del palacio y de la ciudad, que, como era natural, estuvieron muy lejos de adivinar la verdadera enfermedad que padecía mi ama, y cuya agravación era debida á lo cohibida que estaba en presencia del emir. Y los tales sabios prescribieron una receta tan complicada, que á pesar de mi buena voluntad ¡oh Ben-Taher! no puedo repetirte una palabra de ella.

»Finalmente, el califa, seguido de los médicos y de todos los demás, acabó por retirarse, y entonces pude acercarme á mi ama, y le cubrí de besos las {98} manos, y le dije tales palabras de consuelo, asegurándole que corría de mi cuenta hacerle ver de nuevo al príncipe Alí ben-Bekar, que acabó por dejar que la cuidara. Le di á beber un vaso de agua fresca con agua de flores, que le sentó muy bien. Y olvidándose de sí misma, me mandó que corriese á tu casa para saber de su amado, cuyo gran dolor le referí minuciosamente.»

Oídas estas palabras, Abalhassan ben-Taher exclamó: «¡Oh joven! ¡ahora que ya nada me queda que decirte acerca del estado de nuestro amigo, apresúrate á volver junto á tu ama, transmítele mis saludos de paz, y dile que he experimentado mucha pena al saber lo que le ha ocurrido, y dile también que no dejo de reconocer que ha sido una prueba muy dura, pero que la exhorto á la paciencia, y sobre todo á la más estricta reserva en palabras, por temor de que las cosas acaben por llegar á oídos del califa! ¡Y mañana volverás á mi tienda, y si Alah quiere, las noticias que nos transmitiremos serán más consoladoras!»

Entonces la joven le dió expresivas gracias por sus palabras y por todas sus atenciones, y le dejó. Y Abalhassan se pasó el resto del día en la tienda, pero la cerró más temprano que de costumbre para correr á casa de su amigo Ben-Bekar...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{99}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 157.ª NOCHE

Ella dijo:

...para correr á casa de su amigo Ben-Bekar. Y llamó á la puerta, que el portero vino á abrir, y al entrar encontró á su amigo rodeado de un gran círculo de médicos de todas clases, y de parientes y amigos. Y unos le tomaban el pulso, otros le prescribían cada cual un remedio completamente distinto, y las viejas porfiaban echando á los médicos miradas de reojo, de tal modo, que el joven sentía que se le oprimía el alma de impaciencia; y sin fuerzas ya para no ver ni oir nada, metió la cabeza debajo de las mantas, tapándose las orejas con ambas manos.

Pero en aquel momento Abalhassan avanzó hacia su cabecera, y le dijo sonriendo: «¡La paz sea contigo!» El joven contestó: «¡Y contigo la paz y los beneficios de Alah con sus bendiciones! ¡Plegue á Alah que seas portador de noticias tan blancas como tu cara, ¡oh amigo mío!» Entonces Abalhassan, que no quería hablar delante de todos aquellos visitantes, se contentó con guiñar un ojo; y cuando se marchó toda la gente abrazó á su amigo y le contó todo lo que le había dicho la esclava. Y añadió: «¡Puedes estar seguro ¡oh hermano mío! de que mi {100} alma entera te pertenece! ¡Y no descansaré hasta haberte devuelto la tranquilidad del corazón!» Y tanto le conmovió el proceder de su amigo, que lloró con toda su alma, y dijo: «¡Te ruego que completes tus bondades pasando conmigo esta noche, para que yo pueda conversar contigo y distraer los pensamientos que me atormentan!» Y Ben-Taher accedió á su deseo, y se quedó con él recitándole poemas de amor. Versos dedicados al amigo y versos referentes á la muy amada. Y he aquí, entre otros mil, los versos en honor de la amada:

¡Atravesó con el acero de su mirada la visera de mi casco, y ató para siempre mi alma á la flexibilidad de su cintura!

¡Completamente blanca se aparece á mis ojos con el grano de almizcle que adorna el alcanfor de su barba!

¡Si tiembla, súbitamente asustada, el coral de sus mejillas toma la palidez de las perlas ó el mate del azúcar cande.

¡Si suspira apesarada, apoyando la mano en el pecho desnudo, ¡oh ojos míos! contad el espectáculo que veis!

¡Vemos—dicen mis ojos—un hermoso lago, del cual brotan cinco cañas cuya punta está adornada con coral de rosas!

¡Oh guerrero! ¡no creas que tu alfanje bien templado pueda guardarte de sus hermosos párpados!

¡No tiene lanza para atravesarte, pero has de temer á su cintura recta! ¡Haría de ti, en un momento, el más humilde de sus esclavos!

{101}

Y estos otros:

¡Su cuerpo es un ramo de oro; sus pechos, dos copas redondas y transparentes que reposan boca abajo! ¡Sus labios de granada están perfumados con su aliento!

Pero entonces Abalhassan, al ver á su amigo excesivamente impresionado con estos versos, dijo: «¡Oh Alí! ¡voy á cantarte aquellas estrofas que tanto gustabas de recitar á mi lado en el zoco! ¡Ojalá deposite un bálsamo en tu herida! Escucha, pues, amigo mío, estas palabras maravillosas del poeta:

¡El oro de la copa es admirable bajo el rubí de ese vino, ¡oh copero!

¡Dispersa todas las penas del pasado sin pensar en el mañana, toma esa copa en que se bebe el olvido y embriágame completamente!

¡Tú solo has nacido para comprenderme! ¡Ven! ¡Te revelaré los secretos de un corazón que se oculta receloso!

¡Pero apresúrate! ¡Escánciame ese origen de alegría, ese licor de olvido! ¡Sírvemelo, niño de mejillas más suaves que el beso de las vírgenes!»

Al oir este canto, el príncipe Alí se sintió en tal estado de pesadumbre por los recuerdos que le acudían á la memoria, que se echó á llorar. Y Abalhassan no supo qué decirle para calmarle, y se pasó también toda aquella noche á su cabecera velándole, sin pegar los ojos ni un momento. Por la ma {102} ñana se decidió á marcharse, para abrir la tienda, que tanto había descuidado en aquel tiempo. Y estuvo allí hasta la noche. Pero cuando se disponía á irse y acababa de encerrar las telas, vió llegar, toda cubierta con un velo, á la joven esclava de Schamsennahar, que, después de las zalemas de costumbre, le dijo: «¡Mi ama os envía á ti y á Ben-Bekar sus saludos de paz, y me encarga que venga á saber de su salud!» El otro contestó: «¡Oh joven esclava! ¡No me preguntes por su salud, pues mi respuesta sería muy triste! ¡No duerme, ni come, ni bebe! ¡Los versos son lo único que le consuela! ¡Si vieras lo pálido de su rostro!» La esclava dijo: «¡Qué desgracia tan grande ha caído sobre nosotros! Mi ama también está muy enferma, y me ha entregado para él esta carta que llevo oculta en el pelo. Y me ha encargado que no vuelva sin la respuesta. ¿Quieres acompañarme á casa de tu amigo, pues yo no sé dónde vive?» Abalhassan dijo: «¡Escucho y obedezco!» Y se apresuró á cerrar la tienda y echó á andar, marchando diez pasos delante de la confidente, que le seguía...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{103}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 158.ª NOCHE

Ella dijo:

...diez pasos delante de la confidente, que le seguía. Y cuando llegaron á la casa de Ben-Bekar, dijo á la joven, invitándola á sentarse en la alfombra de la entrada: «Aguárdame aquí unos momentos. Voy á enterarme de si hay gente extraña.» Y entró en casa de Ben-Bekar y le guiñó el ojo. Ben-Bekar entendió la seña, y dijo á los que le rodeaban: «¡Con vuestro permiso! ¡Me duele el vientre!» Y comprendiendo lo que quería decir, se retiraron después de las zalemas, dejándole solo con Abalhassan. Y en cuanto se fueron, Abalhassan corrió á buscar á la esclava, y la presentó á su amigo. Y éste, sólo con ver á la que le recordaba á Schamsennahar, se sintió mucho más animado, y dijo: «¡Oh deliciosa emisaria! ¡Bendita seas!» La joven se inclinó dándole las gracias y le entregó la carta de Schamsennahar. Ben-Bekar la cogió, se la llevó á los labios y á la frente, y como estaba demasiado débil para poder leer, se la entregó á Abalhassan, que encontró en ella, escritos por la mano de la favorita, unos versos en que se narraban, en los términos más conmovedores, todas sus penas de amor. Y como Abalhassan supuso que la tal lectura agrava {104} ría el estado de su amigo, se limitó á resumir la carta en algunas frases, y añadió: «¡Voy ahora á encargarme de la respuesta, y tú la firmarás!» Y así se hizo. Ben-Bekar quiso que el sentido de la respuesta expresara lo siguiente: «¡Si el amor no conociese para nada el dolor, los amantes no experimentarían tanta delicia al escribirse!» Y antes de despedirse, encargó á la esclava que contase á su señora el dolor en que le había encontrado. Después le entregó la respuesta, regándola con lágrimas, y la confidente se conmovió tanto que también se echó á llorar, y por fin se retiró deseándole la paz del corazón. Y Abalhassan salió también para acompañar á la esclava, y no la dejó hasta llegar á la tienda, en donde se despidió de la confidente, y se volvió á su casa.

Y al llegar á ella, se puso á reflexionar por primera vez acerca de la situación, y sentándose en el diván, se habló de este modo:

«¡Oh Abalhassan! ¡ya ves que la cosa empieza á ponerse muy grave! ¿Qué sucedería si el califa llegara á enterarse de este asunto? ¿Qué sucedería? ¡Realmente quiero tanto á Ben-Bekar, que estoy dispuesto á sacarme un ojo para dárselo! ¡Pero piensa, Abalhassan, que tienes familia, madre, hermanas y hermanos! ¡Cuánto infortunio puedes originarles con tu imprudencia! ¡Esto no puede durar así! ¡Mañana mismo iré á buscar á Ben-Bekar, y trataré de disuadirle de un amor que puede tener consecuencias tan deplorables! ¡Y si no me hace caso, Alah {105} me inspirará la conducta que haya de seguir!» Y al otro día, Abalhassan, con el pecho oprimido por sus pensamientos, fué en busca de su amigo Ben-Bekar, le deseó la paz y le dijo: «¿Cómo te encuentras, Alí?» Y él respondió: «¡Peor que nunca!» Y Abalhassan le dijo: «¡En mi vida he oído hablar de una aventura parecida á la tuya, ni conocido un enamorado más raro que tú! ¡Sabes que Schamsennahar te quiere tanto como tú á ella, y á pesar de esta seguridad, tu estado se agrava cada día! ¿Qué pasaría si tu amada no compartiera tu afecto y fuera como la mayor parte de las mujeres, que aman sobre todas las cosas el engaño y la intriga? ¡Pero ante todo, ¡oh Alí! piensa en las desgracias que caerían sobre nuestras cabezas si de esta intriga se enterase el califa! ¡Y nada tiene de improbable que así ocurra, pues las idas y venidas de la confidente despertarán la atención de los eunucos y la curiosidad de las esclavas; y entonces sólo Alah podrá saber el límite de nuestras calamidades! ¡Créeme, Alí; con persistir en este amor sin salida, te expones á perderte á ti mismo, y además á Schamsennahar! ¡Y no hablo de mí, que en un abrir y cerrar de ojos quedaría borrado de entre los vivos, lo mismo que toda mi familia!»

Pero Ben-Bekar, dando las gracias á su amigo por el consejo, le declaró que su voluntad no le pertenecía, á pesar de todas las desdichas que pudieran sobrevenirle.

Entonces Abalhassan, viendo que todas las pa {106} labras serían baldías, se despidió de su amigo, y presa de grandes preocupaciones sobre el porvenir, emprendió el camino de su casa.

Entre los amigos que visitaban á Abalhassan figuraba un joven joyero muy amable, llamado Amín, cuya discreción había podido apreciar en muchas ocasiones. Y justamente fué á visitarle el joyero cuando Abalhassan, apoyado en unos almohadones, estaba lleno de perplejidad. Y después de las zalemas de costumbre, se sentó á su lado en el diván, y como era el único que estaba algo al corriente de aquella intriga amorosa, le preguntó: «¡Oh Abalhassan! ¿cómo van los amores de Alí ben-Bekar y Schamsennahar?» Abalhassan contestó: «¡Oh Amín! ¡ténganos Alah en su misericordia! ¡Temo que nada bueno me presagien!...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 159.ª NOCHE

Ella dijo:

»...¡Temo que nada bueno me presagien! Y como sé que eres hombre de fiar y un buen amigo, quiero revelarte el proyecto que tengo pensado, para librar á mi familia y á mí mismo de este trance pe {107} ligroso.» Y el joven joyero dijo: «¡Puedes hablar con toda confianza, ¡oh Abalhassan! ¡Encontrarás en mí un hermano dispuesto á toda abnegación para servirte!» Y Abalhassan dijo: «Tengo pensado ¡oh Amín! cobrar lo que me deben, pagar mis deudas, vender con rebaja mis mercancías, realizar todo cuanto pueda, y marcharme muy lejos, por ejemplo, á Bassra, donde aguardaré los acontecimientos. Porque ¡oh Amín! esta situación se va haciendo intolerable, y no puedo vivir desde que me asedia el temor de que me denuncien como cómplice de toda esta intriga amorosa. ¡Es muy probable que acabe por saberlo todo el califa!»

Al oir estas palabras, contestó el joven joyero: «Verdaderamente, ¡oh Abalhassan! tu resolución es muy cuerda, y la única que un hombre avisado puede concebir á poco que reflexione. ¡Alah te muestre el mejor camino para salir de este mal paso! ¡Y si mi auxilio puede decidirte á partir, heme aquí pronto á ocupar tu puesto y á servir á tu amigo Ben-Bekar con mis ojos!» Abalhassan dijo: «Pero ¿cómo te las vas á componer si no conoces á Alí ben-Bekar, ni estás en relaciones con el palacio ni con Schamsennahar?» Amín respondió: «En cuanto al palacio, ya he tenido ocasión de vender allí alhajas, precisamente por mediación de la joven confidente de Schamsennahar. Y respecto á Alí ben-Bekar, nada me será tan fácil como conocerle é inspirarle confianza. Tranquilízate, pues, y si quieres marcharte, no te preocupes de lo demás, ¡que Alah, {108} como dueño de todas las puertas, sabe abrir cuando le place todas las entradas.» Y dichas estas palabras, el joyero Amín se despidió de Abalhassan, y se fué por su camino...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 160.ª NOCHE

Ella dijo:

...se despidió de Abalhassan, y se fué por su camino.

Y he aquí que á los tres días se dispuso á visitarle, pero encontró la casa completamente vacía. Entonces preguntó á los vecinos, y le contestaron: «Se ha ido á Bassra, pero nos ha dicho que su ausencia será corta, pues apenas cobre el dinero que le deben unos parroquianos volverá á Bagdad.» Comprendió entonces que Abalhassan había acabado por ceder á sus terrores, y había creído más prudente desaparecer, por si la aventura amorosa llegaba á oídos del califa. Y he aquí que al principio no supo Amín qué era lo más conveniente, hasta que al fin se dirigió hacia la casa de Ben-Bekar. Allí rogó á uno de los esclavos que le llevase á presencia de su señor, y el esclavo le hizo entrar en el salón en {109} donde estaba Ben-Bekar tendido en unos almohadones y muy pálido. Le deseó la paz, y Ben-Bekar le devolvió el saludo. Entonces le dijo: «¡Oh mi señor! Aunque mis ojos no hayan tenido el gusto de conocerte hasta ahora, vengo en primer lugar á pedirte perdón por no haber venido antes á saber de tu salud. Y después he de enterarte de una cosa que te será desagradable, pero también traigo el remedio que te lo hará olvidar todo.» Y Ben-Bekar, trémulo de emoción, le preguntó: «¡Por Alah! ¿Qué cosas más desagradables pueden sorprenderme ahora?» Y el joven joyero dijo: «Sabe ¡oh mi señor! que he sido el confidente de tu amigo Abalhassan, y que nunca me ocultaba cuanto le ocurría. Y he aquí que hace tres días, Abalhassan, quien generalmente venía á verme todas las noches, ha desaparecido. Y como sé que eres amigo suyo, vengo á preguntarte si sabes dónde está y por qué se ha marchado sin decir nada á sus amigos.»

Al oir estas palabras, el pobre Ben-Bekar llegó al límite más extremo de la palidez, de tal modo, que por poco pierde el conocimiento. Al fin pudo decir: «Pues también para mí es nueva la noticia. Ignoraba que se hubiera marchado Ben-Taher. Pero si enviase á uno de mis esclavos á preguntar por él, acaso supiéramos la verdad.» Entonces ordenó á un esclavo: «Ve á casa de Abalhassan ben-Taher y pregunta si está de viaje. Y en este caso, que te digan adonde se marchó.» El esclavo salió en busca de noticias, y volvió al cabo de un rato, y dijo á su {110} amo: «Los vecinos me han contado que Abalhassan se ha marchado á Bassra. En aquella calle he encontrado á una joven que también preguntaba por Abalhassan, y me ha dicho: «¿Eres de la servidumbre del príncipe Ben-Bekar?» Y al contestarle afirmativamente, dijo que tenía que comunicarte una cosa, y me ha acompañado hasta aquí.» Entonces Ben-Bekar exclamó: «¡Que entre en seguida!»

Y á los pocos momentos entró la joven, y Ben-Bekar conoció á la confidente de Schamsennahar. La esclava se acercó, y después de las acostumbradas zalemas, le dijo al oído algunas palabras, que le iluminaron y le ensombrecieron el semblante sucesivamente.

Entonces el joven joyero creyó oportuno pronunciar algunas palabras, y dijo: «¡Oh mi señor, y tú, joven esclava! Sabed que Abalhassan, antes de partir, me ha revelado cuanto sabía, y me ha expresado todo su terror al pensar que el asunto pudiese llegar á descubrirlo el califa. Pero yo, que no tengo mujer, ni hijos, ni familia, estoy dispuesto con toda el alma á reemplazarle junto á vosotros, pues me han conmovido profundamente los pormenores que me ha referido acerca de vuestros amores desgraciados. Si aceptáis mis servicios, juro por nuestro Santo Profeta (¡sean con Él la plegaria y la paz!) que os seré tan fiel como mi amigo Ben-Taher, pero más firme y constante. Y aunque no aceptarais mi ofrecimiento, no temáis que no sepa callar el secreto que se me ha confiado... {111}

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 161.ª NOCHE

Ella dijo:

»...el secreto que se me ha confiado. Al contrario, si mis palabras han podido convenceros, no hay sacrificio al cual no esté dispuesto para seros grato, pues emplearé todos los medios que pueda para proporcionaros la satisfacción que deseáis, y hasta os ofrezco mi casa para que recibáis en ella ¡oh mi señor! á la hermosa Schamsennahar.»

Cuando el joven joyero hubo dicho estas palabras, el príncipe Alí sintió tal alegría que notó que las fuerzas le reanimaban el alma, é incorporándose besó al joyero, y le dijo: «¡Alah te ha enviado, ¡oh Amín! ¡Por eso me confío á ti enteramente y sólo espero mi salvación de tus manos!» Volvió á repetirle las gracias, y se despidió de él llorando de alegría.

Entonces el joyero se retiró con la joven. La condujo á su casa, y le dijo que en lo sucesivo allí tendrían sus entrevistas los dos, lo mismo que la que proyectaba entre el príncipe Alí y Schamsennahar. Y la joven, después de haber aprendido el camino de la casa, no quiso diferir por más tiempo el en {112} terar á su ama de lo ocurrido. Prometió, pues, al joyero volver al día siguiente con la contestación de Schamsennahar.

Y efectivamente, al otro día llegó á casa de Amín, y le dijo: «¡Oh Amín! Mi señora ha llegado al límite de la alegría al saber lo bien dispuesto que estás en nuestro favor. Y me encarga que venga en tu busca para llevarte á sus aposentos de palacio, donde quiere darte personalmente las gracias por tu espontánea generosidad y por tu interés hacia unas personas cuyos designios nada te obligaba á proteger.»

El joyero, al oir estas palabras, en vez de demostrar prisa por satisfacer el deseo de la favorita, se sintió sobrecogido de un gran temblor, se puso muy pálido, y acabó por decir á la joven: «¡Oh hermana mía! Ya veo que ni Schamsennahar ni tú habéis pensado bien el paso que me pedís. Olvidáis que soy un hombre del vulgo y que carezco de la amistad que poseía Abalhassan con los eunucos de palacio. Yo no conozco para nada las costumbres de esas gentes. ¿Cómo he de atreverme á marchar á palacio, cuando me asombraba el oir los relatos de las visitas de Abalhassan? ¡Me falta valor para desafiar ese peligro! Pero puedes decirle á tu ama que mi casa es el sitio más á propósito para las entrevistas; y que si se digna venir, podremos conversar á gusto, sin riesgo alguno.» Pero como la joven le instase para que la siguiera y hasta le había decidido á levantarse, le sobrecogió de pronto tal tem {113} blor, que se le doblaban las piernas. Y entonces la esclava tuvo que ayudarle para que se sentase de nuevo, y le dió á beber un vaso de agua fresca, á fin de que se tranquilizase.

Y cuando vió que era imprudente insistir, la esclava dijo: «Tienes razón. Mucho mejor es, en interés de todos, decidir á Schamsennahar á que venga aquí. Voy á intentarlo, y seguramente la traeré. ¡Aguárdanos sin moverte para nada!»

Y como lo había previsto, en cuanto la confidente manifestó á la favorita la imposibilidad en que se encontraba el joyero de ir á palacio, Schamsennahar se levantó, y envolviéndose en su gran velo de seda, siguió á su esclava, olvidando la debilidad que hasta entonces la había paralizado en los almohadones. La confidente fué la primera que entró en la casa para enterarse de si su señora se expondría á que la viesen los esclavos ó gente extraña, y preguntó á Amín: «¿Habrás echado fuera á los criados?» Y él contestó: «Vivo solo aquí, con una negra vieja que me arregla la casa.» Ella dijo: «¡De todos modos, hay que evitar que entre aquí ahora!» Y ella misma fué cerrando todas las puertas, y corrió después á buscar á la favorita.

Schamsennahar entró, y á su paso las salas y corredores se llenaban milagrosamente con el perfume de sus vestidos. Y sin decir palabra ni mirar en derredor, fué á sentarse en el diván, y se apoyó en los cojines que el joven joyero se apresuraba á colocar detrás de ella. Y así permaneció inmóvil, {114} durante un buen rato, muy débil y sin poder apenas respirar. Por fin, cuando hubo descansado de aquella larga caminata, pudo levantarse el velillo y despojarse del manto. Y el joven joyero, deslumbrado, creyó que el mismo sol había entrado en su casa. Schamsennahar le miró un instante y le preguntó al oído á la esclava: «¿Éste es el joven de quien me has hablado?» Y cuando la esclava le contestó afirmativamente, la favorita dirigió un expresivo saludo al joyero. Y éste contestó: «¡Loado sea Alah! ¡Plegue á Alah guardarte y conservarte como el perfume en el oro!» Ella le preguntó: «¿Eres casado ó soltero?» Él contestó: «¡Por Alah! ¡Soltero, oh mi señora! Y no tengo padre, ni madre, ni pariente alguno. De modo que no tendré más ocupación que consagrarme á servirte, y tus menores deseos los pondré sobre mi cabeza y sobre mis ojos...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 162.ª NOCHE

Ella dijo:

»...y tus menores deseos los pondré sobre mi cabeza y sobre mis ojos. Sabe, además, que pongo por completo á tu disposición, para tus entrevistas {115} con Ben-Bekar, una casa que me pertenece, en donde nadie habita, y que está situada enfrente de esta en que vivo. ¡Voy á amueblarla en seguida, para que os reciba dignamente y no os falte nada!» Entonces Schamsennahar le dió expresivas gracias, y le dijo: «¡Por Alah! ¡Mi destino es muy dichoso por haber tenido la suerte de encontrar un amigo tan adicto como tú! ¡Ahora me explico lo que vale la ayuda de un amigo desinteresado, y cuán delicioso es encontrar el oasis del reposo después del desierto de la tristeza! Cree que sabré demostrarte un día que conozco el precio de la amistad. ¡Mira á mi confidente, oh Amín! ¡Es joven, dulce y exquisita; pues te aseguro que á pesar de cuanto he de sentir separarme de ella, te la regalaré para que te haga pasar noches de luz y días de frescura!» Y Amín miró á la joven y le pareció que era muy agradable, en efecto, y que, además de ojos perfectamente hermosos, tenía nalgas absolutamente maravillosas.

Schamsennahar prosiguió: «¡Tengo en ella una seguridad ilimitada! ¡No temas confiarle cuanto te diga el príncipe Alí! ¡Y quiérela, porque tiene cualidades que refrescan el corazón!» Y Schamsennahar, dichas estas cosas al joyero, se retiró seguida de su confidente, que se despidió de su nuevo amigo con una sonrisa.

Cuando se hubieron alejado, el joyero Amín corrió á su tienda y sacó todos los jarrones, todas las copas cinceladas y todas las tazas de plata, y las llevó á la casa donde habían de verse los amantes. {116} Después visitó á sus conocidos, y á unos les pidió prestadas alfombras, á otros almohadones de seda y á otros vajilla y bandejas. Y de esta suerte acabó por amueblar magníficamente la casa.

Después de ordenarlo todo, y cuando se hubo sentado un momento para contemplarlo, vió entrar á su amiga la joven confidente de Schamsennahar. Ésta se le acercó meneando gentilmente las caderas, y le dijo después de las zalemas: «¡Oh Amín! Mi ama te envía su saludo de paz, y te repite las gracias, y te dice que ya está consolada del todo. Me encarga además que avises á su amante de que el califa ha marchado del palacio y que ella podrá venir aquí esta noche. Avisa, pues, al príncipe Alí, y estoy segura de que esta noticia acabará de restablecerle y le devolverá las fuerzas y la salud.» Dichas estas palabras, la joven se sacó del seno una bolsa llena de dinares y se la alargó á Amín, diciéndole: «Mi ama te ruega que gastes todo lo que sea necesario, sin escatimar nada.» Pero Amín rechazó la bolsa, diciendo: «¿Valgo tan poco á los ojos de tu dueña, ¡oh joven esclava! que quiere recompensarme con ese oro? Dile que Amín está pagado de sobra con el oro de sus palabras y la mirada de sus ojos.» Entonces la joven se guardó la bolsa, muy satisfecha por el desinterés demostrado por Amín, y corrió á contárselo á Schamsennahar y á avisarla de que todo estaba preparado. Después la ayudó á bañarse, peinarse, perfumarse y vestirse con sus mejores ropas. {117}

Por su parte, el joyero Amín fué á avisar al príncipe Alí ben-Bekar, después de haber colocado flores frescas en los jarrones y llenado las bandejas con manjares de todas clases, pasteles, dulces y bebidas, y colocando ordenadamente junto á la pared los laúdes, guitarras y demás instrumentos. Entró en casa del príncipe Alí, á quien encontró más animado con la esperanza que había infundido en su corazón. Y la alegría del joven fué muy grande al saber que dentro de poco iba á ver á la amada, causante de sus lágrimas y de su dicha. Y desaparecieron todas sus penas y pesares, y su rostro se iluminó en seguida, adquiriendo mayor gentileza y más simpática dulzura.

Y por su parte, Amín le ayudó á vestirse el traje más magnífico, y después, sintiéndose tan fuerte como si nunca hubiera estado á las puertas de la tumba, emprendió con el joyero el camino de la casa. Cuando entraron en ella, Amín se apresuró á invitar al príncipe á sentarse, y le colocó detrás de la espalda unos almohadones muy blandos, y á su lado, á derecha é izquierda, unas hermosas vasijas de cristal llenas de flores, y le puso entre los dedos una rosa. Y ambos, departiendo tranquilamente, aguardaron la llegada de la favorita.

Apenas habían transcurrido unos instantes, llamaron á la puerta, y Amín corrió á abrir, y volvió en el acto seguido de dos mujeres, una de las cuales iba completamente envuelta en un tupido izar de seda negra... {118}

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 163.ª NOCHE

Ella dijo:

...dos mujeres, una de las cuales iba completamente envuelta en un tupido izar de seda negra. Y era la hora del llamamiento á la oración, en los alminares, al ponerse el sol. Y cuando fuera la voz extática de los muecines invocaba las bendiciones de Alah sobre la tierra, Schamsennahar se levantó el velo ante los ojos de Ben-Bekar.

Y al verse ambos amantes, cayeron desvanecidos, y tardaron como una hora en reponerse. Cuando por fin abrieron los ojos, se miraron silenciosa y largamente, sin llegar á poder expresar de otro modo su pasión. Y cuando tuvieron bastante dominio de sí mismos para poder hablar, se dijeron palabras tan dulces, que la esclava y el joven Amín no pudieron menos de llorar en su rincón.

Pero no tardó el joyero Amín en suponer que era hora de servir á sus huéspedes, y ayudado por la esclava, se apresuró á llevarles en primer lugar los perfumes agradables, que los prepararon para probar las viandas, las frutas y las bebidas, que eran abundantes y de primera calidad. Después Amín {119} les echó agua en las manos y les ofreció las toallas de flecos de seda. Y entonces, completamente repuestos de su emoción, pudieron empezar á disfrutar realmente de la dicha de verse reunidos. Y Schamsennahar dijo á la esclava: «¡Dame ese laúd, para que cante la pasión inmensa que grita dentro de mi alma!» Y la confidente le presentó el laúd, que Schamsennahar se puso sobre las rodillas, y después de haberlo templado rápidamente, preludió una melodía. Y el instrumento, manejado por sus dedos, sollozaba y reía, como si hablase su alma, extasiando á todos. Y con la mirada perdida en los ojos de su amigo, Schamsennahar cantó:

¡Oh cuerpo mío de enamorada, te has hecho diáfano al esperar al muy amado! ¡Pero ya está aquí! ¡El ardor de mis mejillas, bajo las lágrimas, se endulza con la brisa de su llegada!

¡Oh noche bendita al lado de mi amigo, das á mi corazón más dulzura que todas las noches de mi destino!

¡Oh noche que aguardaba! ¡Mi muy amado me enlaza con su brazo derecho, y yo, con el izquierdo, le envuelvo alegre!

¡Le envuelvo, y con mis labios aspiro el vino de su boca, mientras sus labios me vacían por completo! ¡Así me apodero de la colmena y de toda la miel!

Cuando oyeron este canto, sintieron los tres un goce tan grande, que gritaron desde el fondo de su {120} pecho: «¡Yz leil! ¡Ya salam! ¡Estas son las palabras deliciosas!»

Después el joyero Amín, suponiendo que su presencia ya no era necesaria, y en el colmo del placer al ver á los dos amantes uno en brazos de otro, se decidió á dejarlos solos en la casa para no exponerse á molestarlos, y se retiró discretamente. Emprendió el camino de su casa, y con el ánimo completamente tranquilo se acostó pensando en la felicidad de sus amigos. Y durmió hasta por la mañana.

Pero al despertarse vió delante de él á su esclava negra, con la cara trastornada por el espanto. Y cuando abría la boca para preguntarle lo que le había pasado, la negra le señaló con silencioso ademán á un vecino que estaba á la puerta aguardando que despertase.

El vecino se acercó á una señal de Amín, y después de saludarle le dijo: «¡Oh mi vecino, vengo á consolarte por la espantosa desgracia que ha caído esta noche sobre tu casa!» El joyero exclamó: «¡Por Alah! ¿De qué desgracia hablas?» Y el hombre dijo: «Puesto que no te has enterado todavía, sabe que esta noche, apenas habías vuelto á tu casa, unos ladrones cuya primera hazaña no debe de ser ésta, y que probablemente te habrían visto la víspera trasladar á tu segunda casa cosas preciosas, han aguardado que salieras para precipitarse dentro de la casa, donde no pensaban encontrar á nadie; pero vieron á unos huéspedes que habías alojado allí esta noche, y probablemente los habrán matado y hecho {121} desaparecer, pues no se ha podido dar con sus huellas. En cuanto á la casa, los ladrones la han saqueado por completo, sin dejar ni una estera ni un almohadón. ¡Y está ahora más limpia y vacía que nunca!»

Al oir esto, el joven Amín levantó los brazos lleno de amargura: «¡Qué desgracia tan grande! ¡Mis bienes y todos los objetos que me habían prestado los amigos se han perdido sin remisión! ¡Pero esto no vale nada comparado con la pérdida de mis huéspedes!» Y enloquecido, descalzo y en camisa, corrió á su segunda casa, seguido de cerca por el vecino, que trataba de consolarle. ¡Y vió, efectivamente, que las habitaciones resonaban como casa vacía! Entonces se desplomó llorando, prorrumpiendo en suspiros, y luego exclamó: «¿Y qué haré ahora, vecino?» El vecino contestó...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 164.ª NOCHE

Ella dijo:

...El vecino contestó: «Creo, Amín, que el mejor partido es tomar la desgracia con paciencia, y aguardar la captura de los ladrones, que tarde ó {122} temprano serán habidos, pues los guardias del gobernador andan buscándolos no sólo por este robo, sino por otras fechorías que han perpetrado hace poco tiempo.» Y el pobre joyero exclamó: «¡Oh Abalhassan ben-Taher, prudente varón! ¡Qué buena idea tuviste al retirarte tranquilamente á Bassra! ¡Pero lo que está escrito ha de ocurrir!» Y Amín volvió á emprender tristemente el camino de su casa, en medio del gentío, que había averiguado toda la historia y se compadecía de él al verle pasar.

Y al llegar á la puerta de su casa, el joyero Amín vió en el vestíbulo á un hombre que no conocía y le aguardaba. Y el hombre, al verle, se levantó y le deseó la paz, y Amín le devolvió el saludo. Entonces el hombre le dijo: «Tengo que decirte algunas palabras secretas, que sólo debemos oir los dos.» Y Amín quiso llevarle á su aposento, pero el hombre le dijo: «Vale más que estemos completamente solos; conque vámonos á tu segunda casa.» Y Amín, pasmado, le preguntó: «Pero ¿cómo es que no te conozco, y tú me conoces á mí y sabes que tengo dos casas?» El desconocido se sonrió y dijo: «Ya te lo explicaré todo. ¡Y si Alah quiere, contribuiré á consolarte!» Entonces Amín salió con el desconocido, y llegó á la segunda casa; pero su acompañante hizo observar á Amín que los ladrones habían echado la puerta abajo, y por consiguiente no se podía estar allí libre de indiscretos. Después le dijo: «¡Sígueme y te llevaré á un sitio que conozco!» {123}

Entonces el hombre echó á andar, y Amín fué detrás de él, siguiéndole de una calle á otra calle, de un zoco á otro zoco, de una puerta á otra puerta, hasta el anochecer. Después, como hubieran llegado hasta el Tigris, el hombre desconocido dijo: «¡Indudablemente estaremos más seguros en la otra orilla!» Y en seguida se les acercó un barquero, salido no se sabe de dónde, y antes de que Amín pudiera enterarse, estaba ya con el otro en la barca, y tras unos vigorosos golpes de remo se vieron en la orilla opuesta. El desconocido ayudó á Amín á saltar á tierra cogiéndole de la mano, lo guió á través de unas calles angostas, y el joyero, muy intranquilo, pensaba: «¡En mi vida he puesto aquí los pies! ¿Qué aventura será esta aventura?»

Llegaron ante una puerta, toda de hierro, y el desconocido, sacando del cinturón una enorme llave enmohecida, la metió en la cerradura, que rechinó terriblemente, y la puerta se abrió. El desconocido entró con el joyero y después cerró la puerta. Y se hundieron por un corredor, que había que recorrer andando á gatas; y al final del corredor encontraron una sala que estaba alumbrada por una sola lámpara colgada en el centro. Y alrededor de aquella lámpara vió Amín sentados é inmóviles á diez hombres vestidos de igual manera, y de caras tan parecidas é idénticas, que creíase ver un solo rostro repetido diez veces en espejos.

Al verlos, Amín, que estaba ya rendido por lo que había andado desde por la mañana, se sintió {124} completamente desvanecido, y cayó al suelo. Entonces el hombre que lo había traído le roció con un poco de agua, y de tal modo lo reanimó. Después, como ya estaba puesta la mesa, los diez hombres iguales se dispusieron á comer, no sin haber invitado á Amín á compartir su cena, todos con la misma voz. Y Amín, viendo que los diez comían de los mismos platos, dijo para si: «¡Si esto estuviera envenenado no lo comerían!» Y á pesar de su terror, se acercó y comió hasta saciarse, como hambriento que estaba desde por la mañana.

Terminada la comida, la misma voz una y décuple le preguntó: «¿Nos conoces?» Él contestó: «¡No, por Alah!» Los diez le dijeron: «Somos los ladrones que esta noche pasada hemos saqueado tu casa y hemos raptado á tus huéspedes, al joven y á la muchacha que cantaba. ¡Pero, desgraciadamente, la criada logró salvarse huyendo por la azotea!» Entonces Amín exclamó: «¡Por Alah sobre todos vosotros! ¡Señores míos, por favor, indicadme el lugar en que se encuentran mis dos huéspedes! ¡Y confortad mi alma atormentada, hombres generosos que habéis saciado mi hambre! ¡Y Alah os deje gozar en paz de cuanto me habéis quitado! ¡Dejadme ver á mis amigos! Entonces los ladrones alargaron el brazo, todos al mismo tiempo, hacia una puerta cerrada, y le dijeron: «¡No temas ya por su suerte! ¡Más seguros están con nosotros que en casa del gobernador, y tú, por supuesto, lo mismo! ¡Sabe, efectivamente, que no te hemos traído aquí más {125} que para que nos digas la verdad acerca de estos dos jóvenes, cuyo hermoso aspecto y noble actitud nos han pasmado tanto que no nos hemos atrevido á interrogarles apenas hemos adivinado con quién teníamos que habérnoslas!»

Entonces el joyero Amín se tranquilizó mucho, y no pensó más que en granjearse todas las simpatías de los ladrones, y les dijo: «¡Oh señores míos, bien claro veo ahora que si la compasión y la urbanidad llegaran á desaparecer de la tierra, se encontrarían intactas en vuestra casa! ¡Y no menos claro veo asimismo que cuando se trata con personas tan de fiar y tan generosas como vosotros, el mejor medio y el más seguro para captarse su confianza es no ocultarles nada de la verdad! ¡Escuchad, pues, mi historia y la suya, pues es asombrosa hasta el último límite de todos los asombros!»

Y el joyero Amín contó á los ladrones toda la historia de Schamsennahar y Alí ben-Bekar, y sus relaciones con ellos, sin olvidar un detalle, desde el principio hasta el fin. Pero no es necesario repetirla.

Cuando los ladrones hubieron oído la extraña historia, quedaron, en efecto, extremadamente asombrados, y exclamaron: «¡Verdaderamente, es un gran honor para nuestra casa albergar en este momento á la bella Schamsennahar y al príncipe Alí ben-Bekar! Pero ¡oh joyero! ¿de veras no te burlas de nosotros? ¿Son realmente ellos?» Y Amín exclamó: «¡Por Alah, ¡oh señores míos! ellos son, {126} absolutamente, con sus propios ojos!» Entonces los ladrones se levantaron como un solo hombre, y abrieron la puerta consabida, ó hicieron salir al príncipe Alí y á Schamsennahar, disculpándose mil veces, y diciéndoles: «¡Os suplicamos que nos perdonéis lo inconveniente de nuestra conducta, pues en realidad no podíamos suponer que íbamos á capturar personas de vuestra categoría en casa del joyero!» Después se volvieron hacia Amín y le dijeron: «¡Y á ti te devolveremos en seguida los objetos preciosos que te hemos arrebatado, y sentimos mucho no poder devolverte también los muebles, porque los hemos dispersado, haciendo que los vendan en varios sitios y en pública subasta!»

«Y la verdad es que se apresuraron á devolverme los objetos preciosos envueltos en un paquete grande; y yo, olvidándolo todo, no dejé de darles mil gracias por su generosidad [B] . Entonces nos dijeron á los tres: «Ahora ya no queremos teneros más aquí, como no deseéis honrarnos con vuestra presencia entre nosotros.» Y en seguida se pusieron á nuestra disposición, haciéndonos prometer únicamente no delatarlos y olvidar los desagradables ratos pasados.

»Nos llevaron, pues, á la orilla del río, y todavía no pensábamos en comunicarnos nuestras inquietudes, pues el temor aún nos tenía sin aliento, {127} y nos inclinábamos á creer que todos aquellos sucesos ocurrían en sueños. Después, con grandes señales de respeto, los diez nos ayudaron á meternos en su barca, y se pusieron todos á remar con tal vigor, que en un abrir y cerrar de ojos llegamos á la otra orilla. Pero apenas habíamos desembarcado, ¡cuál no sería nuestro terror al vernos cercados de pronto en redondo por los guardias del gobernador, y capturados inmediatamente! Los ladrones, como se habían quedado en la barca, tuvieron tiempo de ponerse fuera de su alcance á fuerza de remos.

»Entonces el jefe de los guardias se nos acercó, y nos preguntó con voz amenazadora: «¿Quiénes sois y de dónde venís?» Sobrecogidos de miedo, nos quedamos mudos, lo cual acrecentó aún más la desconfianza del jefe de los guardias, que nos dijo: «¡Me vais á contestar categóricamente, ó en el acto os mando atar de pies y manos, y se os llevarán mis hombres! ¡Decidme, pues, en donde vivís, en qué calle y en qué barrio!» Entonces, queriendo salvar á toda costa la situación, comprendí que debía hablar, y respondí: «¡Oh señor! Somos músicos, y esta mujer es cantora de oficio. Esta noche estábamos en una fiesta que reclamaba nuestro concurso en la casa de esas personas que nos han traído hasta aquí. Pero no podemos deciros el nombre de esas personas, pues en nuestro oficio no solemos enterarnos de tales pormenores, y nos basta sólo con que nos paguen bien.» Y el jefe de los guardias me miró severamente, y me dijo: «¡No tenéis mucha traza {128} de cantantes, y me parecéis muy aterrados é inquietos para ser personas que acaban de salir de una fiesta! Y vuestra compañera, con tan buenas alhajas, tampoco tiene trazas de almea. ¡Hola! ¡Guardias, apoderaos de esta gente y llevadla en seguida á la cárcel!»

»Al oir estas palabras, Schamsennahar se decidió á intervenir personalmente, y acercándose al jefe de los guardias, le llamó aparte y le dijo al oído algunas palabras, que le hicieron tal efecto, que retrocedió unos pasos y se inclinó hasta el suelo balbuciendo fórmulas respetuosísimas de homenaje. Y en seguida dió orden á su gente de que acercara dos embarcaciones, y ayudó á Schamsennahar á entrar en una, mientras me introducía en otra con el príncipe Ben-Bekar. Después mandó á los barqueros que nos llevaran adonde les mandáramos ir. Y en seguida cada barca siguió diferente dirección: Schamsennahar hacia su palacio, y nosotros hacia nuestro barrio.

»En cuanto á nosotros, apenas habíamos llegado á casa del príncipe, cuando le vi, sin fuerzas ya y extenuado por tan continuas emociones, desplomarse sin conocimiento en brazos de sus servidores y de las mujeres de la casa...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{129}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 165.ª NOCHE

Ella dijo:

»...sin conocimiento en brazos de sus servidores y de las mujeres de la casa. Porque, según me dió á entender por el camino, después de lo que había pasado, perdía toda esperanza de tener otra entrevista con su amiga Schamsennahar.

»Entonces, mientras las mujeres y los servidores se ocupaban en hacer volver al príncipe de su desmayo, su familia se figuró que yo debía de ser el causante de todas aquellas desgracias que no entendían, y quiso obligarme á darle toda clase de pormenores. Pero yo me guardé muy bien de explicarles nada, y les dije: «¡Buena gente, lo que le ocurre al príncipe es tan extraordinario, que él es el único que os lo puede contar!» Y afortunadamente para mí, el príncipe recobró el conocimiento en aquel instante, y sus parientes ya no se atrevieron á insistir en el interrogatorio delante de él. Y yo, temiendo nuevas preguntas y ya algo tranquilo respecto al estado de Ben-Bekar, cogí mi paquete y me fui á toda prisa hacia mi casa.

»Al llegar encontré á la negra que daba gritos agudísimos y desesperados y se abofeteaba, y todos los vecinos la rodeaban para consolarla de mi per {130} dición, que se creía segura. Así es que al verme, la esclava se echó corriendo á mis pies, y quiso también someterme á un nuevo interrogatorio. Pero yo puse término á todo esto diciéndole que por lo pronto no tenía más que ganas de dormir; y me dejé caer, extenuado, en los colchones, y poniendo la cara en la almohada dormí hasta el otro día.

»Entonces la negra se me acercó y me hizo preguntas, y yo le dije: «Dame un buen tazón lleno.» Me lo trajo, me lo bebí de un sorbo, y como la negra insistía, le dije: «¡Ha sucedido lo que ha sucedido!» Entonces se fué. Y yo me volví á dormir, y aquella vez no me desperté hasta pasados dos días y dos noches.

»Y cuando pude incorporarme, me dije: «¡La verdad es que tengo que ir á tomar un baño al hammam!» Y fuí en seguida, aunque seguía muy preocupado con la situación de Ben-Bekar y Schamsennahar, de quienes nadie me había traído noticias. Fuí, pues, al hammam, en donde tomé mi baño, y me dirigí en seguida hacia mi tienda; y cuando sacaba la llave del bolsillo para abrir la puerta, una mano me tocó en el hombro y una voz me dijo: «¡Ya Amín!» Entonces me volví, y conocí á mi joven amiga, la confidente de Schamsennahar.

»Pero en vez de alegrarme al verla, sentí un miedo atroz de que me vieran los vecinos en conversación con ella, pues todos sabían que era la confidente de la favorita. Me apresuré á meterme la llave en el bolsillo, y sin volver la cara eché á {131} correr, completamente enloquecido, sin hacer caso de las voces de la joven, que corría detrás de mí rogándome que me parara. Y así llegué hasta la puerta de una mezquita solitaria, me precipité dentro, después de haber dejado á la puerta las babuchas, me dirigí hacia el rincón más oscuro y adopté en seguida la actitud de la oración. Entonces, más que nunca, pensé en lo grande que había sido la cordura de mi antiguo amigo Abalhassan ben-Taher, que había huído de todas aquellas complicaciones, retirándose tranquilamente á Bassra. Y pensé para mis adentros: «¡Como Alah me saque sano y salvo, hago voto de no volverme á meter en semejantes trances, ni á hacer tales papeles!»

»Apenas estaba en aquel rincón oscuro, cuando se me unió...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 166.ª NOCHE

Ella dijo:

»Apenas estaba en aquel rincón oscuro, cuando se me unió la confidente, y ya entonces me decidí á hablar con ella, puesto que no teníamos testigos. Empezó por preguntarme: «¿Cómo estás, amigo {132} Amín?» Le contesté: «Perfectamente de salud. ¡Pero prefiero la muerte á esta constante inquietud en que vivimos!»

»Ella prosiguió: «¿Qué dirías si conocieras el estado en que se halla mi pobre señora? ¡Ah! ¡Ya rabbí! ¡Me desmayo sólo con recordar el momento en que la vi regresar á palacio! Yo pude llegar antes, huyendo de azotea en azotea, y tirándome al suelo desde la última casa. ¡Si la hubieras visto llegar! ¿Quién habría podido creer que aquella cara tan pálida como la de un cadáver desenterrado era la de Schamsennahar, la luminosa? Así es que al verla rompí en sollozos, echándome á sus pies y besándoselos. Ella me mandó entregar al barquero mil dinares de oro por su trabajo, y después le abandonaron las fuerzas y cayó desmayada en nuestros brazos. La llevamos á la cama, y empecé á rociarle el rostro con agua de flores; le sequé los ojos, le lavé pies y manos, y la mudé de ropa. Entonces tuve la alegría de verla volver en sí, y le di en seguida un sorbete de rosa, le hice oler jazmines, y le dije: «¡Oh mi señora, por Alah sobre ti! ¿Adónde iremos á parar si seguimos así?» Ella contestó: «¡Oh mi fiel confidente! ¡Ya no hay en la tierra nada que me invite á la vida! Pero antes de morir quiero tener noticias de mi amado. ¡Ve, pues, á buscar al joyero Amín, y llévale estas bolsas llenas de oro, y ruégale que las acepte en compensación de los daños y perjuicios que le ha causado nuestra aventura!»

»Y la confidente me alargó un paquete muy pe {133} sado que llevaba, y que debía de contener más de cinco mil dinares de oro, de lo cual, efectivamente, pude cerciorarme más adelante. Después prosiguió: «¡Schamsennahar me ha encargado además que te pida, como última súplica, que nos des noticias, sean buenas ó malas, del príncipe Alí!»

»No pude negarle lo que me pedía como un favor, y á pesar de mi firme resolución de no meterme más en aquella aventura peligrosa, le dije que aquella noche en mi casa le facilitaría noticias sobre el príncipe. Y después de rogar á la joven que fuese á mi tienda para dejar el paquete, salí de la mezquita y me dirigí á casa del príncipe Alí ben-Bekar.

»Y allí me enteré de que todos, mujeres y servidores, me estaban aguardando hacía tres días, y no sabían cómo hacer para tranquilizar al príncipe Alí, que me reclamaba sin cesar, exhalando hondos suspiros. Y le encontré con los ojos casi apagados, y con más aspecto de muerto que de vivo. Entonces me acerqué á él con lágrimas en los ojos, y le estreché contra mi pecho...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{134}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 167.ª NOCHE

Ella dijo:

»...y le estreché contra mi pecho, y le dije muchas cosas para consolarle un poco, pero no lo pude conseguir, y me dijo: «¡Oh Amín, como sé que mi alma va á escaparse, deseo antes de morir dejarte una muestra de gratitud!» Y ordenó á sus esclavos: «¡Traed tal y cual cosa!» Y en seguida los esclavos se apresuraron á traer toda clase de objetos preciosos, vasijas de oro y plata, alhajas de mucho valor. Y me dijo: «¡Te ruego que aceptes esto en sustitución de lo que te han robado!» Y mandó á los esclavos que lo transportaran todo á mi casa. En seguida dijo: «¡Sabe, amigo mío, que en este mundo todas las cosas tienen un fin! ¡Desdichado de quien no alcanza su fin en el amor, pues no le queda más que la muerte! Y si no fuera por mi respeto á la ley del Profeta (¡sea con Él la paz!), ya habría yo apresurado el momento de esa muerte, que comprendo que se aproxima. ¡Si supieras los sufrimientos que se ocultan debajo de mis costillas! ¡No creo que exista hombre que haya sufrido tantos dolores como los que llenan mi corazón!»

»Entonces le dije que la confidente me aguardaba en casa para saber noticias suyas, enviada {135} con tal objeto por Schamsennahar. Y fuí en busca de la joven para contarle la desesperación del príncipe, y que presentía su fin, y dejaría la tierra sin más pesar que el de verse separado de su amada.

»A los pocos momentos de llegar á mi casa vi entrar á la confidente llena de emoción y de trastorno, y de sus ojos brotaban abundantes lágrimas. Y yo, cada vez más alarmado, le pregunté: «¡Por Alah! ¿Qué pasa ahora? ¿Puede haber algo peor que lo que nos ha ocurrido?» Ella me contestó temblando: «¡Ya nos ha caído encima lo que tanto temíamos! ¡Estamos perdidos sin remedio, desde el primero hasta el último! El califa se ha enterado de todo, y he aquí lo ocurrido. A consecuencia de la indiscreción de una de sus esclavas, el jefe de los eunucos entró en sospechas, y empezó á interrogar una por una á todas las doncellas de Schamsennahar. Y á pesar de sus negativas, dió con la pista y lo descubrió todo. Enteró inmediatamente al califa, que mandó llamar á la favorita, ordenando que la acompañaran, contra su costumbre, veinte eunucos de palacio. ¡De modo que todas estamos en el límite del espanto! ¡Y yo he podido zafarme un momento para avisarte del peligro que nos amenaza! ¡Ve, pues, á prevenir al príncipe para que tome las precauciones necesarias!»

»Y dicho esto, la joven regresó corriendo á palacio.

»Entonces el mundo se ennegreció ante mis ojos, y exclamé: «¡No hay poder ni fuerza más que en {136} Alah el Altísimo y Omnipotente!» ¿Qué otra cosa podía decir frente al Destino? Resolví volver á casa del príncipe, aunque hacía pocos momentos que lo había dejado; y sin darle tiempo á pedirme ninguna explicación, le grité: «¡Oh Alí, no tienes más remedio que seguirme, ó te espera la muerte más ignominiosa! ¡El califa lo sabe todo, y á estas horas habrá ordenado prenderte! ¡Alejémonos, sin perder momento, y traspongamos las fronteras de nuestro país, fuera del alcance de quienes te buscan!» Y en seguida, en nombre del príncipe, mandé á los esclavos que cargaran tres camellos con los objetos más valiosos y con víveres suficientes para el camino. Ayudé al príncipe á montar en otro camello, en el cual también monté yo detrás de él. Y en cuanto el príncipe se despidió de su madre, nos pusimos en camino, tomando el del desierto...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 168.ª NOCHE

Ella dijo:

»...nos pusimos en camino, tomando el del desierto.

»Pero toda cosa que está escrita debe ocurrir; {137} los destinos, bajo un cielo ú otro, han de cumplirse. Y efectivamente, nuestras desdichas habían de continuarse, porque huyendo de un peligro, nos arrojábamos á otro mayor todavía.

»He aquí que al anochecer, mientras íbamos por el desierto y encaminándonos hacia un oasis, cuyo alminar sobresalía entre las palmeras, vimos surgir de pronto, á nuestra izquierda, una cuadrilla de bandoleros, que en un momento nos cercaron. Y como sabíamos muy bien que el único medio para salvar la vida era no intentar resistencia alguna, nos dejamos desarmar y despojar. Los bandidos nos quitaron las bestias con toda la carga, y hasta nos arrebataron la ropa que llevábamos encima, sin dejarnos más que la camisa. Hecho lo cual se alejaron, sin ocuparse más de nuestra suerte.

»Mi pobre amigo el príncipe no era más que una cosa entre mis manos, pues le habían aniquilado por completo tantas emociones repetidas. De todos modos, le pude ayudar á arrastrarse poco á poco hasta la mezquita que había en el oasis, y entramos allí para pasar la noche. El príncipe se arrojó al suelo y me dijo: «¡Aquí voy á morir, ya que Schamsennahar no debe de estar viva á estas horas!»

»En la mezquita estaba rezando un jeque, que al acabar sus devociones nos miró un instante, se nos acercó, y nos dijo con bondad: «¡Oh jóvenes! ¿sin duda sois forasteros y venís á pasar la noche aquí?» Le contesté: «¡Oh jeque, somos unos forasteros á quienes los bandidos del desierto acaban de {138} despojar por completo, sin dejarnos más bienes que la camisa que llevamos encima!»

»Al oir estas palabras, el jeque nos manifestó mucha compasión, y nos dijo: «¡Oh jóvenes, aguardad unos momentos, y seré con vosotros!» Salió, para volver en seguida acompañado de un muchacho que llevaba un paquete. El jeque sacó de allí unos trajes, y nos rogó que nos los pusiéramos, y después dijo: «Venid á mi casa, donde estaréis mejor que en esta mezquita, pues debéis de tener hambre y sed.» Y nos obligó á acompañarle á su casa, á la cual no llegó el príncipe más que para tenderse sin aliento en una alfombra. Y entonces, á lo lejos, como si viniera con la brisa que soplaba por el oasis á través de las palmeras, se dejó oir la voz de alguna pobre que cantaba plañideramente estos versos tristes:

¡Lloraba yo al ver aproximarse el fin de mi juventud! ¡Pero sequé pronto aquellas lágrimas, para no llorar más que la separación de mi amigo!

¡Si el momento de la muerte le parece amargo á mi alma, no es porque sea duro dejar una vida de amarguras, sino por irse lejos de los ojos del amigo!

¡Ah! ¡Si yo hubiera sabido que el momento de la despedida estaba tan próximo, y que me vería privado para siempre de mi amigo, me habría llevado, como provisión para el camino, algo del contacto de sus ojos adorados!

{139}

»Apenas Alí ben-Bekar había empezado á oir aquel canto, levantó la cabeza y se puso á escuchar como fuera de sí. Y cuando la voz se extinguió le vimos volver á caer de pronto, exhalando un hondo suspiro. Había expirado...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 169.ª NOCHE

Ella dijo:

»...le vimos volver á caer de pronto, exhalando un hondo suspiro. Había expirado.

»Al ver aquello, el jeque y yo rompimos á llorar, y nos pasamos así toda la noche; y le conté entre lágrimas esta triste historia. Y al llegar la mañana le confié el cadáver hasta que la familia, avisada por mí, fuera á buscarlo. Me despedí de aquel hombre tan bueno, y me dirigí rápidamente á Bagdad, aprovechando la salida de una caravana que allá se dirigía. Y en cuanto llegué, corrí á casa del príncipe, sin mudarme siquiera de ropa, y me presenté á su madre.

»Cuando la madre de Ben-Bekar me vió llegar solo, sin su hijo, y observó mi tristeza, empezó á temblar, y yo le dije: «¡Oh venerable madre de Alí, {140} Alah es el que manda, y la criatura tiene que someterse! Cuando se dirige á un alma el escrito de llamada, el alma tiene que presentarse sin demora delante de su amo.»

»Al oir esto, la madre de Alí exhaló un gran grito, y cayendo de bruces al suelo, exclamó: «¡Qué horror! ¿Habrá muerto mi hijo?»

»Yo bajé los ojos, sin poder pronunciar una palabra. Y vi cómo la pobre madre, ahogada por los sollozos, se desmayaba. Y me puse á llorar todas las lágrimas de mi corazón, mientras las mujeres llenaban la casa con sus lamentos.

»Cuando por fin pudo oirme la madre de Alí, le conté los pormenores de la muerte, y le dije: «¡Reconozca Alah lo grande de tus méritos ¡oh madre de Alí! y te remunere con sus beneficios y su misericordia!» Entonces ella me preguntó: «¿Pero no ha dejado ningún encargo para que me lo transmitieras?» Yo contesté: «Me dijo que, si moría, era su mayor deseo que lo transportaran á Bagdad.» La madre del príncipe volvió á romper en llanto, desgarrándose los vestidos, y dijo que inmediatamente iría con una caravana para recoger el cadáver de su hijo.

»Y dejándola entregada á sus preparativos de marcha, regresé á mi domicilio, pensando: «¡Oh príncipe Alí, desventurado amante! ¡Qué lástima que tu juventud haya sido segada en su más hermosa floración!»

»Y al llegar á mi casa, cuando eché mano al {141} bolsillo para sacar la llave, me tocaron en el brazo; me volví, y vi á la confidente de Schamsennahar vestida de luto y con cara muy triste. Quise escaparme, pero la joven me obligó á entrar en casa con ella. Y sin hablarnos, rompimos á llorar uno y otro. Después le dije: «¿Ya sabrás la desgracia?» Ella respondió: «¿A cuál te refieres, Amín?» Yo le dije: «¡La muerte del príncipe Alí!» Y al verla llorar de nuevo comprendí que nada sabía, y la enteré en medio de grandes sollozos.

»Después ella me preguntó: «¿Y tú, conoces mi desgracia?» Yo exclamé: «¿Habrá perecido Schamsennahar por orden del califa?» Ella contestó: «Schamsennahar ha muerto, pero no como supones. ¡Oh desventurada señora mía!» Y rompió á llorar, hasta que por fin me dijo: «¡Escúchame, Amín!

»Cuando Schamsennahar llegó acompañada por los veinte eunucos á presencia del califa, éste despidió á todo el mundo, se acercó á ella, la mandó sentar junto á él, y con voz llena de bondad le dijo: «¡Oh Schamsennahar! Tienes enemigos en palacio, y estos enemigos han querido calumniarte deformando tus actos y presentándomelos bajo un aspecto indigno de ti y de mí. Sabe que te quiero más que nunca, y para probarlo ante todo el palacio, he dado órdenes de que se aumente tu tren de casa, y el número de tus esclavas, y los gastos tuyos. ¡Te ruego, por tanto, que abandones esa aflicción que me aflige también á mí! ¡Y para distraerte, voy á {142} llamar á las cantarinas de palacio, y disponer que traigan bandejas cargadas de frutas y bebidas!»

»Inmediatamente entraron las tañedoras de instrumentos y las cantarinas. Los esclavos vinieron cargados con grandes bandejas repletas de apetitoso contenido. Y cuando todo estuvo dispuesto, el califa, sentado al lado de Schamsennahar, que á pesar de tanta bondad se sentía cada vez más débil, mandó á las cantarinas que empezaran. Y una de ellas, al son de los laúdes, pulsados por los dedos de sus compañeras, prorrumpió en este canto:

¡Oh lágrimas, hacéis traición á los secretos de mi alma, no dejando que guarde para mí sola un dolor cultivado en silencio!

¡He perdido al amigo amado por mi corazón!...

»Y he aquí que antes de terminarse la estrofa, Schamsennahar exhaló un gran suspiro y cayó de espaldas. El califa, afectadísimo, se inclinó hacia ella rápidamente, creyéndola desmayada, ¡pero la levantó muerta!

»Entonces tiró la copa que tenía en la mano, derribó las bandejas, y mientras dábamos gritos espantosos nos mandó salir á todas, ordenando que rompiéramos las guitarras y los laúdes de la fiesta. Yo fuí la única á quien permitió la permanencia en el salón. El emir se colocó á Schamsennahar en las rodillas, y así estuvo llorando toda la noche, mandándome que no dejase entrar á nadie. {143}

A la mañana siguiente confió el cuerpo á las plañideras y lavadoras, y mandó que se le hicieran funerales de mujer legítima, y todavía más grandiosos. Después se encerró en sus habitaciones, y desde entonces no se le ha vuelto á ver en el salón de justicia.»

»Por mi parte, lloré con la joven la muerte de Schamsennahar, y ambos nos pusimos de acuerdo para que Alí ben-Bekar fuese enterrado al lado de Schamsennahar. Y aguardamos el regreso de la madre, y cuando regresó, tributamos al cadáver del príncipe unos fastuosos funerales, y logramos que se le sepultara al lado de la tumba de Schamsennahar.

»Y desde entonces yo y la joven confidente, que llegó á ser mi esposa, visitamos las dos tumbas, para llorar por los amantes, de quienes habíamos sido tan amigos.»

Y tal es, ¡oh rey afortunado!—prosiguió Schahrazada—la historia conmovedora de Schamsennahar, favorita del califa Harún Al-Rachid.

En esto la pequeña Doniazada, no pudiendo reprimirse por más tiempo, prorrumpió en sollozos, hundiendo la cabeza en la alfombra. Y el rey Schahriar exclamó: «¡Oh Schahrazada! ¡esa historia me ha entristecido mucho!»

Entonces Schahrazada dijo: «¡Oh rey! ¡Si te he contado esa historia, tan diferente de las otras, ha {144} sido más que nada por los versos admirables que contiene, y sobre todo, para disponerte mejor á la alegría que ha de causarte la que me propongo contar ahora, si tienes á bien permitirlo!» Y el rey Schahriar contestó: «¡Oh Schahrazada! ¡hazme olvidar esta tristeza, y hazme saber el título de esa historia que me prometes!» Y Schahrazada dijo: «Es la Historia mágica de la princesa Budur, la luna más bella entre todas las lunas

Y la pequeña Doniazada, levantando la cabeza, exclamó: «¡Oh mi hermana Schahrazada! ¡cuánta sería tu bondad si la empezaras en el acto!» Pero Schahrazada dijo: «¡De todo corazón, y como homenaje debido á este rey bien portado y de buenos modales! Pero no será hasta la noche próxima.» Y como veía aparecer la mañana, Schahrazada, discretamente, se calló.

{145}

Historia de Kamaralzamán y la princesa Budur, la luna más bella entre todas las lunas

CUANDO LLEGÓ
LA 170.ª NOCHE

La pequeña Doniazada, que ya no podía resistir más su impaciencia, se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y dijo á Schahrazada: «¡Oh hermana mía, te ruego que nos cuentes la historia prometida, cuyo título solo ya me estremece de placer y emoción!»

Y Schahrazada sonrió á su hermana, y le dijo: «Aguardo, para empezar, la venia del rey.»

Entonces el rey Schahriar, que aquella noche se había dado prisa á hacer su cosa con Schahrazada, por el mucho ardor con que deseaba la tal historia, dijo:

«¡Oh Schahrazada, cuando quieras puedes empe {146} zar la historia mágica que, según tu promesa, me ha de gustar tanto!»

Y al punto Schahrazada contó la historia siguiente:

He llegado á saber ¡oh rey afortunado! que hubo durante la antigüedad del tiempo, en el país de Khaledán, un rey llamado Schahramán, dueño de poderosos ejércitos y de riquezas considerables. Pero este rey, aunque era extremadamente dichoso y tenía setenta favoritas, sin contar sus cuatro mujeres legítimas, sufría en el alma por su esterilidad en cuanto á descendencia, pues había llegado á edad avanzada, y sus huesos y su médula empezaban á adelgazar, y Alah no le dotaba de un hijo que pudiera sucederle en el trono del reino.

Un día se decidió á poner al gran visir al corriente de sus ocultas penas, y habiéndole mandado llamar, le dijo: «¡Oh mi visir, ya no sé á qué atribuir esta esterilidad que me hace padecer enormemente!» Y el gran visir reflexionó durante una hora, al cabo de la cual levantó la cabeza y dijo al rey: «¡Oh rey, verdaderamente es ésta una cuestión muy delicada, y sólo la puede resolver Alah Todopoderoso! Créeme que, después de haber reflexionado bien, no doy más que con una solución.» Y el rey le preguntó: «¿Y cuál es?» El visir contestó: «¡Hela aquí! Esta noche, antes de entrar en el harén, cuida de cumplir escrupulosamente los deberes ordenados por el rito; haz tus abluciones con fervor y somete por medio de la oración tu voluntad á la de {147} Alah el Bienhechor. ¡Y de esa manera, tu unión con una esposa escogida será fertilizada por la bendición!»

Al oir estas palabras de su visir, el rey exclamó: «¡Oh visir de prudente palabra, acabas de indicarme un remedio admirable!» Y dió expresivas gracias al visir por el consejo, y le regaló un ropón de honor. Llegada ya la noche, entró en el departamento de las mujeres, no sin haber cumplido minuciosamente los deberes del rito, y eligió á la más joven de sus mujeres, á la que tenía las caderas más suntuosas, que era una virgen de raza, y se introdujo en ella aquella noche. Y la fecundó en el mismo instante y hora. Y al cabo de nueve meses, día por día, parió la joven un varón, en medio de festejos y al son de flautas, pífanos y címbalos.

Y el niño que acababa de nacer resultó tan hermoso, y tan semejante era á una luna, que su padre, maravillado, le puso por nombre Kamaralzamán [C] .

¡Y en verdad que aquel niño era la más bella de las cosas creadas! Hubo de comprobarse especialmente cuando llegó á la adolescencia, y la belleza esparció sobre sus quince años todas las flores que encantan la vista de los humanos. Con la edad, sus perfecciones habían llegado á su límite; sus ojos se habían hecho más mágicos que los de los ángeles Harut y Marut; sus miradas, más seductoras que {148} las de Taghut, y sus mejillas, más agradables que las anémonas. En cuanto á su cintura, se había hecho más flexible que la caña del bambú, y más fina que una hebra de seda. Pero en cuanto á sus nalgas, eran tan pesadas, que podían tomarse por una montana de arena en movimiento, y los ruiseñores se ponían á cantar al verlas.

Así, nada tenía de extraño que su cintura delicadísima se quejara unas veces del peso enorme que la seguía, y que otras, cansada del poso, se enojase con las nalgas.

A todo esto, conservaba tanta frescura como las rosas y era tan delicioso como la brisa de la tarde. Y precisamente los poetas de su época trataron de expresar de un modo cadencioso la belleza que les pasmaba, y le cantaron en versos numerosos, como los siguientes, entre otros mil:

Cuando los humanos le ven, exclaman: ¡Mis ojos pueden leer estas palabras que la belleza ha trazado sobre su frente! «¡Afirmo que es el único hermoso! »

¡Cornalinas son sus labios al sonreir; su saliva es miel derretida; sus dientes, un collar de perlas; sus cabellos se enroscan junto á sus sienes en rizos negros, como los escorpiones que muerden el corazón de los enamorados!

¡De una recortadura de sus uñas se hizo el cuarto de la luna! ¡Pero su grupa fastuosa que tiembla, los hoyuelos de sus nalgas y la flexibilidad de su cintura, superan á toda expresión!

{149}

Mucho quería el rey Schahramán á su hijo, hasta tal punto, que no podía separarse de él un momento. Y como tenía que disipar con exceso sus cualidades y su hermosura, deseaba en extremo no morirse sin verle casado, y disfrutar así de su posteridad. Y un día que le preocupaba más que de costumbre tal idea, se la manifestó á su gran visir, que le dijo: «¡La idea es excelente! Porque el matrimonio suaviza el humor.» Entonces el rey Schahramán dijo al jefe de los eunucos: «¡Ve pronto á decir á mi hijo Kamaralzamán que venga á hablar conmigo!» Y en cuanto el eunuco le transmitió la orden, Kamaralzamán se presentó á su padre, y después de haberle deseado la paz respetuosamente, besó la tierra entre sus manos, con los ojos bajos y en modesta actitud, como cuadra á un hijo sumiso para su padre...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 171.ª NOCHE

Ella dijo:

...con los ojos bajos y en modesta actitud, como cuadra á un hijo sumiso para su padre.

Entonces el rey Schahramán le dijo: «¡Oh hijo mío Kamaralzamán, mucho desearía no morirme {150} sin verte casado, para alegrarme contigo y ensancharme el corazón con tu boda!»

Al oir estas palabras de su padre, Kamaralzamán cambió de color, y contestó con voz alterada: «Sabe ¡oh padre! que en realidad no siento inclinación alguna al matrimonio, y mi alma no tiene afecto á las mujeres. Pues además de la aversión instintiva que les tengo, he leído en los libros de los sabios tantos ejemplos de sus maldades y perfidias, que llegué á preferir la muerte á su proximidad. Y por otra parte, ¡oh padre mío! escucha lo que á tal respecto dicen nuestros más estimados poetas:

¡Desdichado aquel á quien el Destino dota de una mujer! ¡Está perdido, aunque para encerrarse edifique mil fortalezas de piedras unidas con garfios de acero! ¡Como cañas las sacudirían los ardides de esas criaturas!

¡Ah! ¡Desgraciado de ese hombre! ¡La perfidia posee ojos hermosos, alargados con khol negro, y bellas trenzas abundantes, pero le hará pasar por la garganta tantos pesares, que le cortarán la respiración!

»Otro dice:

¡Me interrogáis acerca de esas criaturas que llamáis mujeres! ¡Sabéis que estoy versado en el conocimiento de sus fechorías, y gastado por toda la experiencia que he adquirido!

¿Qué os diré, ¡oh jóvenes!?... ¡Huid de ellas! ¡Ya {151} veis que mi cabeza ha encanecido! ¡Ya podréis adivinar cuáles fueron los resultados de su amor!

»Y ha dicho otro:

¡Hasta la virgen que se llama nueva, no es más que un cadáver que ni los buitres querrían!

¡De noche crees poseerla, porque ha cuchicheado junto á ti mimosamente secretos que no lo son! ¡Qué error! ¡Mañana pertenecerán á otro sus muslos y sus partes mejor guardadas!

¡Créeme ¡oh amigo mío! que es una posada abierta para todo el que llega! ¡Penetra en ella si quieres; pero al día siguiente sal y vete sin volver la cabeza! ¡Deja para otros el sitio que á su vez habrán de abandonar, si conocen la cordura!

»¡De modo, ¡oh padre! que aunque haya de apenarte mucho, no vacilaré en suicidarme si me quieres obligar á que me case!»

Cuando el rey Schahramán oyó estas palabras de su hijo, quedó en extremo confuso y afligido, y la luz se convirtió en tinieblas ante sus ojos. Pero como quería excesivamente á su hijo y deseaba no ocasionarle penas, se contentó con decirle: «Kamaralzamán, no he de insistir sobre un asunto que, por lo que veo, no te agrada. Pero como todavía eres joven, tienes tiempo para reflexionar, así como para pensar en la alegría que me produciría el verte casado y con hijos.» {152}

Y aquel día no volvió á hablarle del asunto, sino que le mimó y le hizo buenos regalos, y procedió del mismo modo con él durante un año.

Pero pasado el año, lo mandó llamar, como la primera vez, y le dijo: «¿Recuerdas, Kamaralzamán, mi ruego, y has reflexionado sobre lo que te pedí y sobre la felicidad que me causaría que te casaras?» Entonces Kamaralzamán se prosternó delante del rey, su padre, y le dijo: «¡Oh padre mío! ¿Cómo olvidar tus consejos, ni dejar de obedecerte, cuando el mismo Alah me ordena el respeto y la sumisión? Pero por lo que afecta al matrimonio, he reflexionado todo este tiempo, y estoy más resuelto que nunca á no contraerlo, y más que nunca los libros de antiguos y modernos me enseñan á evitar las mujeres á toda costa, pues son taimadas, necias y repugnantes. ¡Líbreme Alah de ellas, aunque sea preciso que me mate!»

Oídas estas palabras, el rey Schahramán comprendió que sería contraproducente todavía insistir más ú obligar á la obediencia á aquel hijo querido. Pero su pesar fué tan grande, que se levantó desolado y mandó llamar aparte al gran visir, á quien dijo: «¡Oh mi visir! ¡qué locos son los padres que desean tener hijos! ¡Sólo dan penas y decepciones! He aquí que Kamaralzamán está más resuelto aún que el año pasado á huir de las mujeres y del matrimonio. ¡Qué desdicha la mía, oh mi visir! ¿Y cómo la remediaremos?»

Entonces el visir inclinó la frente y recapacitó {153} largo rato. Y luego levantó la cabeza y dijo al rey: «¡Oh rey del siglo! He aquí el remedio que vamos á emplear: ten paciencia un año más, y entonces, en vez de hablarle de eso en secreto, reune á todos los emires, visires y grandes de la corte, así como á todos los oficiales de palacio, y delante de todos ellos declárale tu resolución de casarle sin demora. Y entonces no se atreverá á desobedecerte ante la respetable asamblea, y te contestará oyendo y sometiéndose...»

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 172.ª NOCHE

Ella dijo:

»...y te contestará oyendo y sometiéndose.»

Tanto satisfizo al rey este discurso del visir, que exclamó: «¡Por Alah! ¡Es una idea realizable!» Y demostró su alegría ofreciendo al visir uno de los más bellos ropones de honor. Después de lo cual tuvo paciencia el tiempo indicado, y mandó reunir entonces la asamblea, ordenando que asistiese á ella su hijo Kamaralzamán. Y el joven entró en la sala, iluminándola con su presencia. ¡Y qué lunar en su barbilla! ¡Y qué perfume ¡ya Alah! cuando {154} pasaba! Y cuando se vió delante de su padre, besó tres veces la tierra entre sus manos, y se quedó de pie aguardando que su padre le dirigiera la palabra. El rey le dijo: «¡Oh hijo mío! Sabe que te mandé asistir á esta asamblea sólo para expresarte mi resolución de casarte con una princesa digna de tu categoría, y alegrarme así con mi posteridad antes de fallecer.»

Cuando Kamaralzamán oyó estas palabras de su padre, sintióse de improviso atacado por una especie de locura, que le dictó cierta respuesta tan poco respetuosa, que todos los circunstantes bajaron los ojos, cohibidos, y el rey quedó mortificado hasta el límite extremo de la mortificación; y como estaba obligado á poner coto á tamaña insolencia en público, gritó á su hijo con voz terrible: «¡Ahora verás lo que cuesta á los hijos desobedecer á sus padres y no guardarles la consideración debida!» E inmediatamente mandó á los guardias que ataran á Kamaralzamán los brazos á la espalda y le encerraran en la torre vieja de la ruinosa ciudadela contigua al palacio. Lo cual se ejecutó inmediatamente. Y uno de los guardias se quedó á la puerta para vigilar al príncipe y acudir á su llamamiento en caso de necesidad.

Cuando Kamaralzamán se vió encerrado de aquel modo, se entristeció mucho, y dijo para sí: «Acaso más me habría valido obedecer á mi padre y casarme contra mi gusto para complacerle. ¡Siquiera así habría evitado darle tal pena y que me {155} encerraran en esta especie de calabozo, en lo más alto de esta torre vieja! ¡Ah, malditas mujeres, hasta de mi infortunio sois la principal causa!» Esto en cuanto á Kamaralzamán.

Pero respecto á Schahramán, se retiró á sus aposentos, y al pensar que su hijo, al cual quería tanto, estaba en aquel momento solo, triste y encerrado, y quizá desesperado, empezó á lamentarse y á llorar. Porque su cariño al hijo era grandísimo y le hacía olvidar la insolencia de que en público se había hecho reo. Y se enfureció mucho contra el visir, que fué quien le instigó á reunir la asamblea, por lo que le mandó llamar y le dijo: «¡Tú eres el mayor culpable! ¡A no ser por tu malhadado consejo, no me habría visto obligado á ser riguroso con mi hijo! ¡Vamos, habla! ¿Qué tienes que contestarme? Y dime cómo nos conduciremos en lo sucesivo. ¡Porque yo no puedo acostumbrarme á la idea del castigo que á estas horas está sufriendo todavía mi hijo, la llama de mi corazón!» Entonces el visir le dijo: «¡Oh rey, ten paciencia, dejándole sólo quince días encerrado, y verás cómo se apresura á someterse á tu deseo!» El rey dijo: «¿Estás bien seguro?» El visir dijo: «¡Ciertamente!» Entonces el rey exhaló varios suspiros, y fué á tenderse en la cama, y pasó una noche de insomnio, por lo mucho que penaba su corazón á causa de aquel único hijo que era su mayor alegría. Y durmió menos, porque estaba acostumbrado á que su hijo durmiera á su lado, en la misma cama, y á ponerle su propio brazo por al {156} mohada, velándole así personalmente el sueño. De modo que aquella noche, por más vueltas y revueltas que dió en todos sentidos, no pudo cerrar los ojos. Eso en cuanto al rey Schahramán.

Y volvamos al príncipe Kamaralzamán. Al caer la noche, el esclavo encargado de guardar la puerta entró con un candelabro encendido, que dejó á los pies del lecho, pues había cuidado de arreglar en aquella habitación una cama bien acondicionada para el hijo del rey; y verificado esto, se retiró. Entonces Kamaralzamán se levantó, hizo sus abluciones, recitó algunos capítulos del Korán, y pensó en desnudarse para pasar la noche. Se quitó, pues, toda la ropa, sin dejar puesta más que la camisa encima del cuerpo, y se puso á la cabeza un pañuelo de seda azul. Y más que nunca parecía así tan hermoso como la luna de la noche 14.ª Se tendió entonces en la cama, y aunque desconsolado con la idea de haber enojado á su padre, no tardó en dormirse profundamente.

Pero no sabía, ni podía figurárselo, lo que le iba á ocurrir aquella noche, en aquella torre vieja, frecuentada por los genios del aire y de la tierra.

En efecto...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{157}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 176.ª NOCHE
[D]

...En efecto, la torre en que se había encerrado á Kamaralzamán estaba abandonada de muchos años atrás y databa del tiempo de los antiguos romanos; y al pie de la torre había un pozo, también antiquísimo y de construcción romana. Y aquel pozo era precisamente el que servía de habitación á una efrita joven, llamada Maimuna.

La efrita Maimuna, de la posteridad de Eblis, era hija del poderoso efrit Domriatt, jefe principal de los genios subterráneos. Maimuna era una efrita muy agradable, creyente, sumisa, ilustre entre todas las hijas de los genios por sus propias virtudes y las de su ascendencia, famosa en las regiones de lo desconocido.

Sobre las doce de aquella noche, la efrita Maimuna salió del pozo, según solía, á tomar el fresco, y voló ligera hacia los estados del cielo, para dirigirse desde allí al lugar hacia el cual se sintiera {158} atraída. Y al pasar por cerca de la techumbre de la torre, se asombró de ver luz en un sitio en que desde hacía largos años nunca había visto nada. Dijo, pues, para sí: «¡Seguramente que esa luz está ahí por algo! ¡He de entrar dentro á ver lo que es!» Entonces dió un rodeo y penetró en la torre, y vió al esclavo echado á la puerta; pero sin pararse, pasó por encima y entró en la habitación. Y cuál no fué su encantadora sorpresa al ver al joven que estaba echado medio desnudo en la cama. Empezó por pararse de puntillas, y para verle mejor, se acercó sigilosamente, después de haberse bajado las alas, que le molestaban un tanto en aquella habitación tan angosta. Y levantó por completo la colcha que tapaba la cara del joven, y la dejó estupefacta su hermosura. Y estuvo sin respirar una hora, por temor á despertarle antes de haber podido admirar á su gusto todas las delicadezas que le formaban. Porque en verdad, el encanto que se desprendía de toda su persona, el color delicado de sus mejillas, la tibieza de sus párpados de pestañas llenas de sombra pálida y larguísimas, la curva adorable de sus cejas, todo ello, incluso el olor embriagador de su piel y los reflejos dulces de su cuerpo, hubieron de emocionar á la gentil Maimuna, que en toda su vida de excursiones á través de la tierra habitable había visto semejante belleza. Ciertamente, bien se le podían aplicar estos versos del poeta:

{159}

¡Al contacto de mis labios vi que se ennegrecían sus pupilas, que son mi locura, y se sonrojaban sus mejillas, que son toda mi alma!

Y exclamé: ¡Oh corazón mío! Di á los que se atreven á motejar tu pasión: ¡Oh censores, enseñadme un objeto tan hermoso como mi muy amado!

Y cuando la efrita Maimuna, hija del efrit Domriatt, sació bien sus ojos con aquel espectáculo maravilloso, alabó á Alah exclamando: «¡Bendito sea el Creador que modela la perfección!» Después pensó: «¿Y cómo los padres de este adolescente pueden separarse de él para encerrarle solo en esta torre derruída? ¿No temerán los maleficios de los genios malos de mi raza que habitan en los escombros y en los lugares desiertos? Pero ¡por Alah! ya que ellos no hacen caso de su hijo, juro otorgarle mi protección y defenderle contra todo efrit que, atraído por sus encantos, quiera abusar de él.» Después se inclinó sobre Kamaralzamán y le besó en los labios con gran delicadeza, y en los párpados, y en ambas mejillas, volviendo á taparle con la colcha, sin despertarle, y abrió las alas, volando por la alta ventana hacia el cielo.

Pero al llegar á la región media para tomar el fresco, y cuando se cernía tranquilamente, pensando en el joven dormido, de pronto, y nada lejos, oyó un ruido de precipitado batir de alas que la hizo volverse hacia aquella parte. Y vió que el autor del ruido era el efrit Dahnasch, genio de mala especie, uno de los rebeldes que no acatan ni reconocen la {160} supremacía de Soleimán ben-Daúd. Y este Dahnasch era hijo de Schamhurasch, el más rápido de los genios en las carreras aéreas.

Cuando Maimuna vió al malo de Dahnasch, temió que el bribón vislumbrase la claridad de la torre y perpetrase allí cualquier fechoría, por lo que se arrojó sobre él con un ímpetu semejante al del gavilán, é iba á alcanzarle y agredirle, cuando Dahnasch le hizo seña de que se rendía á discreción, y le dijo temblando de miedo: «¡Oh poderosa Maimuna, hija del rey de los genios! ¡te conjuro, por el Nombre Augusto y por el talismán sagrado del sello de Soleimán, á que no uses de tu poder para hacerme daño! Y por mi parte te prometo no hacer nada reprensible.» Entonces Maimuna dijo á Dahnasch, hijo de Schamhurasch: «¡Así sea! Me avengo á perdonarte. ¡Pero apresúrate á decirme de dónde vienes á estas horas, qué haces ahí y adónde piensas ir! ¡Y sobre todo, sé verídico en tus palabras, ¡oh Dahnasch! pues si no, estoy dispuesta á arrancarte las plumas de las alas con mis manos, á desollarte y á romperte los huesos, para precipitarte después como una masa! ¡No creas poder librarte con una mentira, oh Dahnasch!» Entonces el efrit dijo: «¡Oh mi dueña Maimuna! ¡sabe que en este momento me has encontrado muy á propósito para oir cualquier cosa completamente extraordinaria! ¡Pero prométeme siquiera dejarme ir en paz si satisfago tu deseo y darme un salvoconducto que en adelante me resguarde de la mala voluntad de todos los genios, {161} mis enemigos del aire, del mar y la tierra, ya que eres la hija del rey de todos nosotros, Domriatt el formidable!» Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.

Entonces Maimuna, hija de Domriatt, dijo: «Te lo prometo por la gema grabada con el sello de Soleimán ben-Daúd (¡sobre entrambos la oración y la paz!). Pero habla, por fin, pues presiento que tu aventura es muy extraña.» Entonces el efrit Dahnasch acortó la carrera, giró sobre sí mismo, y fué á colocarse al lado de Maimuna. Después contó del modo siguiente su aventura:

«Sabe ¡oh gloriosa Maimuna! que vengo en este momento del fondo de un interior lejano, de los extremos de la China, país en que reina el Gran Ghayur, señor de El-Buhur y de El-Kussur, en donde se yerguen en derredor numerosas torres y se encuentra su corte, sus mujeres con sus adornos y sus guardias en las encrucijadas y en todo el contorno. ¡Y allí han visto mis ojos la cosa más hermosa de todos mis viajes y mis jiras, su hija única, El-Sett Budur!

»Y como le es imposible á mi lengua, aun exponiéndose á criar pelo, el pintarte la belleza de esa princesa, me contentaré con enumerarte sencillamente sus cualidades de un modo aproximado. Escucha, pues, ¡oh Maimuna!

»Te hablaré de su cabellera. Luego te describiré su rostro. Luego sus mejillas, sus labios, su {162} saliva, su lengua, su garganta, sus pechos, su vientre, sus caderas, sus nalgas, su centro, sus muslos, y por fin sus pies, ¡oh Maimuna!

»¡Bismilah!

»¡Oh su cabellera, señora mía! ¡Es tan oscura, que resulta más negra que la separación de los amigos! ¡Y cuando se reparte en tres trenzas que descienden hasta sus pies, creo ver tres noches á un tiempo!

»¡Y su rostro! ¡Es tan blanco como el día en que se encuentran los amigos! ¡Si lo miro en el momento de brillar la luna llena, veo dos lunas á la vez!

»¡Sus mejillas están formadas por una anémona dividida en dos corolas; sus pómulos parecen la misma púrpura de los vinos, y su nariz es más recta y más fina que una hoja de acero escogido!

»¡Sus labios son ágata coloreada y coral; su lengua—cuando la mueve—segrega la elocuencia; y su saliva es más deseable que el zumo de las uvas; apaga la sed más abrasadora! ¡Tal es su boca!

»¡Pero su seno! ¡Bendito sea el Creador! ¡Es una seducción viviente! ¡Sostiene dos pechos gemelos del marfil más puro, redondos, y que caben en los cinco dedos de la mano!

»¡Su vientre tiene hoyuelos llenos de sombra y colocados con tanta armonía como los caracteres árabes en el sello de un escriba copto de Egipto! ¡Y este vientre da nacimiento á una cintura elástica ¡ya Alah! y formada!... Pero ¡y sus nalgas!

»¡Sus nalgas! ¡oh, oh! ¡me estremezco! ¡Son una {163} masa tan pesada, que obligan á su ama á sentarse cuando se levanta y á levantarse cuando se acuesta! Verdaderamente, ¡oh dueña mía! no puedo darte idea de ellas más que recurriendo á estos versos del poeta:

¡Tiene un trasero enorme y fastuoso, que necesitaría una cintura menos frágil que aquella de que está suspendido!

¡Es, para ella y para mí, origen de tortura incesantes y de alboroto, pues

A ella la obliga á sentarse cuando se levanta, y á mí, cuando pienso en él, me pone el zib siempre erguido!

»¡Tal es su trasero! Y de él se desprenden dos muslos gloriosos, de mármol blanco, sólidos, unidos en lo alto por una corona. Después vienen las piernas y los pies gentiles, y tan pequeños, que me asombra cómo pueden sostener tantos pesos superpuestos.

»En cuanto á su centro, ¡oh Maimuna! á decir verdad, desespero de poder hablarte de él como corresponde, pues es definitivo y absoluto. Por ahora sólo esto mi lengua puede revelarte, pues ni siquiera con ademanes me sería posible hacerte apreciar todas sus suntuosidades.

»Y así es, poco más ó menos, ¡oh Maimuna! la adolescente princesa El-Sett Budur, hija del rey Ghayur... {164}

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 179.ª NOCHE

Ella dijo:

»...Y así es, poco más ó menos, ¡oh Maimuna! la adolescente princesa El-Sett Budur, hija del rey Ghayur.

»Pero también he de decirte, ¡oh Maimuna! que el rey Ghayur amaba en extremo á su hija El-Sett-Budur, cuyas perfecciones acabo de enumerarte sencillamente, y la quería con afecto tan vivo, que su placer era ingeniarse para darle cada día una distracción nueva. Pero como pasado cierto tiempo ya se le agotaron toda clase de diversiones, pensó en darle goces diferentes, construyendo para ella palacios maravillosos. Empezó la serie por la edificación de siete, cada cual de estilo distinto y de diversa materia preciosa. Así, pues, mandó construir el primero todo de cristal, el segundo de alabastro diáfano, el tercero de porcelana, el cuarto de mosaicos de pedrería, el quinto de plata, el sexto de oro y el séptimo sólo de perlas y diamantes. Y el rey Ghayur no dejó de mandar que cada palacio se adornase de la manera más adecuada al estilo de su construcción; reunió en ellos todos los atractivos {165} que pudieran hacer su uso todavía más encantador, cuidando, por ejemplo, y sobre todo, de la belleza de sus estanques y jardines. Y para distraer á su hija Budur la hizo habitar en estos palacios, pero sólo un año en cada uno, á fin de que no tuviera tiempo de cansarse y el placer sucediera sin fatiga al placer.

»¡Es natural que, en medio de tantas cosas bellas, la belleza de la joven se afinara, y llegara por último al estado supremo que hubo de encantarme!

»De tal modo, que no te pasmarás, ¡oh Maimuna! si te digo que todos los reyes vecinos á los Estados del rey Ghayur deseaban ardientemente casarse con la joven de fastuoso trasero. Pero he de apresurarme, no obstante, á tranquilizarte respecto á su virginidad, pues hasta ahora rechazó con horror las proposiciones que su padre le transmitiera, y contentóse con responderle cada vez: «¡Soy mi propia reina y mi única dueña! ¿Cómo he de soportar que un hombre roce un cuerpo que tolera apenas el contacto de la seda?»

»Y el rey Ghayur, que habría preferido la muerte á contrariar á Budur, no encontraba nada que replicar, y se veía forzado á no atender las peticiones de los reyes vecinos suyos y de los príncipes que con tal fin iban á su reino desde los países más remotos. Y un día que un rey joven, más bello y poderoso que los demás, se presentó después de haber enviado muchos regalos preparatorios, el rey Ghayur habló de él á Budur, que, indignada esta vez, estalló en reconvenciones, y exclamó: «¡Ya veo {166} que no me queda más que un medio de acabar con este tormento continuo! ¡Voy á coger ese alfanje que veo ahí, y clavármelo de punta en el corazón para que me salga por la espalda! ¡Por Alah! ¡No tengo otro recurso!» Y como se disponía de veras á emplear tal violencia consigo misma, el rey Ghayur se asustó de tal modo, que sacó la lengua, y sacudió la mano, y puso los ojos en blanco; y después se apresuró á confiar á Budur á diez viejas muy listas y llenas de experiencia, una de las cuales fué la propia nodriza de Budur. Y desde entonces las diez viejas no la dejan un momento y vigilan sucesivamente á la puerta de su habitación.

»Y he aquí ¡oh mi señora Maimuna! el estado actual de las cosas. Y yo no ceso, ciertamente, de ir todas las noches á contemplar la belleza de la princesa y á ensancharme los sentidos viendo sus esplendores. Y puedes creer que no me faltan tentaciones de cabalgarla y deleitarme con su trasero; pero pienso que sería una lástima atentar, á disgusto de la propietaria, contra una suntuosidad tan bien guardada. Sin embargo, ¡oh Maimuna! disfruto algo de ella durante su sueño; la beso, por ejemplo, entre los dos ojos, suavemente, aunque se me pasan ganas muy grandes de hacerlo con fuerza; pero desconfío de mí mismo, sabiendo que no podré contenerme si empiezo, y prefiero abstenerme del todo por temor de estropear á la joven.

»Te conjuro, pues, ¡oh Maimuna! á que vengas conmigo á ver á mi amiga Budur, cuya belleza te {167} encantará, sin duda alguna, y cuyas perfecciones te garantizo que han de entusiasmarte. ¡Vamos ¡oh Maimuna! al país del rey Ghayur para admirar á El-Sett Budur!»

Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 180.ª NOCHE

Ella dijo:

...Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.

Cuando la joven efrita Maimuna hubo oído esta historia, en vez de contestar, se rió burlonamente, dió un aletazo en el vientre al efrit, y escupiéndole en la cara, le dijo: «¡Qué estúpido estás con tu muchacha meona! ¡Y verdaderamente me pregunto cómo te has atrevido á hablarme de ella, cuando debes saber que no podría soportar por un momento la comparación con el hermoso adolescente á quien amo!» Y el efrit exclamó, limpiándose la cara: «Pero ¡oh mi señora! ignoro en absoluto la existencia de tu joven amigo, y con perdón tuyo, no deseo más {168} que verlo, aunque me cuesta mucho trabajo creer que pueda igualar á la hermosura de mi princesa.» Entonces Maimuna le gritó: «¿Quieres callar, maldito? Te repito que mi amigo es tan hermoso, que si le vieras, aunque fuese en sueños, te daría un ataque de epilepsia y babearías como un camello.» Y Dahnasch preguntó: «Pero ¿dónde está y quién puede ser?» Maimuna dijo: «¡Oh bribón! Sabe que está en el mismo caso que tu princesa, y le han encerrado en la torre vieja á cuyo pie tengo mi morada subterránea. Pero no te forjes la ilusión de que vas á verle sin mí, pues ya conozco tus torpezas, y no te confiaría ni siquiera la custodia del culo de un santón. No obstante, me avengo á consentir en enseñártelo, para saber tu parecer, advirtiéndote que como tengas la audacia de mentir, hablando contra la realidad de lo que vas á ver, te arranco los ojos y te convierto en el más mísero de los genios. Además, me pagarás una buena apuesta si mi amigo resulta más bello que tu princesa; y para ser justa, me comprometo á pagar yo en el caso contrario.» Y Dahnasch exclamó: «¡Acepto la condición! Ven, pues, conmigo á ver á El-Sett Budur al país de su padre el rey Ghayur.» Pero Maimuna dijo: «Acabaremos más pronto yendo á la torre, que está ahí á nuestros pies, para empezar por juzgar la hermosura de mi amigo, y luego compararemos.» Entonces Dahnasch respondió: «¡Escucho y obedezco!» Y ambos bajaron en línea recta desde lo alto de los aires hasta la techumbre de la {169} torre, y penetraron por la ventana en el aposento de Kamaralzamán.

Entonces Maimuna dijo al efrit Dahnasch: «¡No te muevas! ¡Y sobre todo, sé correcto!» Después se acercó al joven dormido, y levantó la sábana que en aquel momento le cubría. Y se volvió hacia Dahnasch y le dijo: «¡Mira, oh maldito! ¡Y ten cuidado con no caerte todo lo largo que eres!» Y Dahnasch alargó la cabeza, y retrocedió estupefacto; luego estiró de nuevo el cuello é inspeccionó largo rato la cara y el cuerpo del hermoso joven, al cabo de lo cual movió la cabeza y dijo: «¡Oh mi señora Maimuna! ¡ya veo que tienes mucha disculpa al pensar que tu amigo es de belleza incomparable, pues en verdad que nunca he visto tantas perfecciones en un cuerpo de adolescente, y eso que sabes que conozco á los más bellos de los hijos de los hombres; pero ¡oh Maimuna! el molde que le fabricó no se ha roto sin producir antes una muestra femenil, que es precisamente la princesa Budur!»

Al oir estas palabras, Maimuna se lanzó sobre Dahnasch y le dió un aletazo en la cabeza, que le rompió un cuerno, y le gritó: «¡Oh tú, el más vil de los genios! Ve inmediatamente al palacio de Sett Budur, en ese país del rey Ghayur, y trae á la princesa desde allá hasta aquí, pues no quiero molestarme en acompañarte á casa de esa chiquilla; en cuanto la hayas traído, la acostaremos al lado de mi joven amigo, y compararemos con nuestros propios ojos. ¡Y vuelve pronto, Dahnasch, ó te des {170} pedazo el cuerpo y te echo como pasto á las hienas y á los cuervos!» Entonces el efrit Dahnasch recogió el cuerno del suelo y se marchó con aire lamentable, rascándose el trasero. Después atravesó el espacio como una saeta, y no tardó en volver, pasada una hora, con su carga á cuestas.

Y la princesa, dormida en hombros de Dahnasch, no tenía puesta más que la camisa, y su cuerpo palpitaba en su blancura. Y en las amplias mangas de la camisa estaban bordados estos versos, que se entrelazaban agradablemente:

¡Tres cosas le impiden otorgar á los humanos una mirada que diga «Sí»: el temor á lo desconocido, el horror á lo conocido, y su hermosura!

Entonces Maimuna dijo á Dahnasch: «¡Me parece que debiste entretenerte por el camino con esta joven, pues te has retrasado, y á un buen efrit no le hace falta gastar una hora en ir del país de Khaledán á lo último de la China y volver por el camino más recto! ¡Bueno! Apresúrate á tender á esa muchacha al lado de mi amigo, para que hagamos nuestro examen.» Y el efrit Dahnasch, con infinitas precauciones, colocó suavemente en la cama á la princesa y le quitó la camisa.

Verdaderamente, la princesa era muy bella y tal como la había descrito el efrit Dahnasch. Y Maimuna pudo observar que el parecido entre los dos jóvenes era tan perfecto, que se les hubiera {171} tomado por dos gemelos, y solamente diferían en el centro; pero tenían la misma cara de luna, la misma cintura delicada y las mismas nalgas redondas y llenas de opulencia; y también pudo darse cuenta de que si la joven carecía en el centro de lo que adornaba al adolescente, lo sustituía ventajosamente con dos breves pechos maravillosos que denotaban su sexo suculento.

Dijo, pues, á Dahnasch: «Veo que se puede vacilar un momento acerca de la preferencia debida á uno ú otra de nuestros amigos. ¡Pero hay que ser ciego ó insensato como tú, para no reconocer que entre dos jóvenes de igual belleza, siendo uno varón y otra hembra, el varón es superior á la hembra! ¿Qué dices á eso, maldito?» Pero Dahnasch contestó: «¡Por mi parte, sé lo que sé, y veo lo que veo, y el tiempo no me haría creer lo contrario de lo que mis ojos han visto! Pero ¡oh mi señora! ¡si tuvieras empeño en que mintiese, mentiría para darte gusto!»

Cuando la efrita Maimuna oyó estas palabras, se echó á reir, y comprendiendo que no podría nunca ponerse de acuerdo con el testarudo Dahnasch sólo por medio de un examen, le dijo: «Acaso haya un medio de averiguar cuál de nosotros dos tiene razón, y es recurrir á nuestra inspiración. El que diga los mejores versos en loor de su preferido, será quien esté en lo cierto. ¿Estás conforme? ¿O no eres capaz de esa habilidad, propia sólo de los seres delicados?» Pero el efrit Dahnasch exclamó: {172} «¡Eso es precisamente, señora mía, lo que quería proponerte! Pues mi padre Schamhurasch me enseñó las reglas de la construcción poética y el arte de los versos ligeros de ritmo perfecto. Pero sea tuya la prioridad, ¡oh encantadora Maimuna!»

Entonces Maimuna se acercó á Kamaralzamán dormido, é inclinándose hacia sus labios, se los besó suavemente; después le acarició la frente, y con la mano en su cabellera, dijo, mirándole:

¡Oh cuerpo claro, al que las ramas han dado su flexibilidad y los jazmines su fragancia! ¿Qué cuerpo de virgen vale lo que tu olor?

Ojos en que el diamante puso su luz y la noche sus estrellas, ¿qué ojos de mujer alcanzarán tu fuego?

Beso de tu boca, más dulce que la miel aromática, ¿qué beso femenil logrará tu frescura?

¡Oh! ¡Acariciar tu cabellera y estremecerse con toda mi carne sobre tu carne, y luego ver salir las estrellas en tus ojos!

Cuando el efrit Dahnasch oyó estos versos de Maimuna, se extasió hasta el límite del éxtasis, y después se convulsionó hasta el límite de la convulsión, tanto por rendir homenaje al talento de la efrita como para expresar la emoción que le habían causado ritmos tan afinados; pero no tardó en acercarse á su vez á su amiga Budur, para inclinarse hacia sus pechos desnudos y depositar en ellos una caricia; é inspirado por sus encantos, dijo, mirándola: {173}

¡Los arrayanes de Damasco ¡oh joven! me exaltan el alma cuando sonríen; pero tu belleza...!

¡Las rosas de Bagdad, alimentadas con claror de luna y rocío, me embriagan el alma cuando sonríen; pero tus labios desnudos...!

¡Cuando sonríen tus labios desnudos y tu belleza florida, ¡oh amada mía! me vuelven loco! ¡ Y desaparece todo lo demás!

No bien Maimuna oyó oda tan deliciosa, sorprendióse en gran manera al encontrar...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 182.ª NOCHE

Ella dijo:

...sorprendióse en gran manera al encontrar en Dahnasch tanto talento unido á tanta fealdad; como, aunque mujer, estaba dotada de cierta dosis de buen juicio, no dejó de felicitar á Dahnasch, que se ensanchó en extremo. Y le dijo: «¡Verdaderamente, ¡oh Dahnasch! tienes un alma bastante delicada dentro de esa armazón que habitas; pero no creas que vences en el arte de los versos, ni Sett Budur vence tampoco en hermosura á Kamaralzamán!» Y {174} Dahnasch, sofocado, exclamó: «¿Lo crees así de veras?» Ella dijo: «¡Seguramente!» Él dijo: «¡No lo creo!» Ella dijo: «¡Toma!» Y de un aletazo le hinchó un ojo. Él dijo: «¡Eso no prueba nada!» Ella dijo: «¡Bueno! ¡Mírame el trasero!» Él dijo: «¡Está bastante flaco!»

Al oir estas palabras, Maimuna, doblemente irritada, quiso precipitarse sobre Dahnasch y estropearle alguna parte de su individuo; pero Dahnasch, que lo había previsto, de pronto se convirtió en pulga y se refugió sigilosamente en la cama debajo de los dos jóvenes; y como Maimuna temía despertarlos, se vió obligada, para resolver aquel caso, á jurar á Dahnasch que ya no le haría más daño; y Dahnasch, oído el juramento, recobró su forma, pero se mantuvo en guardia. Entonces Maimuna le dijo: «Oye, Dahnasch: no encuentro más medio para terminar esta disputa que recurrir al arbitraje de un tercero.» Él dijo: «Me avengo á ello.»

Entonces Maimuna dió con el pie en el suelo, que se entreabrió, dando salida á un efrit espantoso, inmensamente horrible. En la cabeza tenía seis cuernos, cada uno de cuatro mil cuatrocientos ochenta codos de longitud; ostentaba tres rabos ahorquillados no menos extensos. Uno de sus brazos tenía cinco mil quinientos cincuenta y cinco codos de largo, y el otro medio codo nada más; era cojo y jorobado, y sus ojos estaban colocados en el centro de la cara y en sentido longitudinal; las manos, más anchas que calderos, acababan en garras {175} de león; las piernas, rematadas con cascos, le hacían renquear; y su zib, cuarenta veces más gordo que el de un elefante, daba la vuelta por la espalda y surgía triunfador. Se llamaba Kaschkasch ben-Fakhrasch ben-Atrasch, de la posteridad de Eblis Abú-Hanfasch.

Y cuando la tierra se volvió á cerrar, el efrit Kaschkasch distinguió á Maimuna, y en seguida besó la tierra entre sus manos, quedándose delante de ella humildemente con los brazos cruzados, y le preguntó: «¡Oh mi dueña Maimuna, hija de nuestro rey Domriatt! Soy el esclavo que aguarda tus órdenes.» Ella dijo: «Quiero, Kaschkasch, que seas juez en la disputa que ha surgido entre ese maldito Dahnasch y yo. Ocurre tal y cuál cosa. Te corresponde ser imparcial, y después de echar una mirada á ese lecho, decirnos quién te parece más hermoso, si mi amigo ó esa joven.»

Entonces Kaschkasch se volvió hacia la cama en que ambos jóvenes dormían tranquilos y desnudos, y al verlos, fué tal su emoción, que se agarró con la mano izquierda la herramienta que se le erguía por encima de la cabeza, y se puso á bailar, cogido con la mano derecha al triple rabo ahorquillado. Después de lo cual dijo á Maimuna y á Dahnasch: «¡Por Alah! Bien mirado, me parecen iguales en belleza y diferentes sólo en el sexo. Pero de todos modos, sé de un medio único que puede dirimir la contienda.» Ellos dijeron: «¡Date prisa á comunicárnoslo!» Él contestó: «Dejadme primero cantar {176} algo en honor á esa joven, que me alborota en extremo.» Maimuna dijo: «Poco tiempo hay para eso. ¡Como no quieras decirnos algunos versos acerca de ese hermoso adolescente!» Y Kaschkasch dijo: «Acaso resulte algo extraordinario.» Ella contestó: «Canta de todas maneras, siempre que los versos sean bien medidos y breves.» Entonces Kaschkasch cantó estos versos oscuros y complicados:

¡Adolescente, me recuerdas que al consagrarse á un amor único, el cuidado y la zozobra ahogarían el fervor! ¡Sé prudente, corazón mío!

¡Gusta el azúcar de los besos en el labio virginal; pero para que el porvenir sea propicio, no dejes que se enmohezca la puerta de salida! ¡El sabor á sal es delicioso en los labios menos fáciles!

Entonces Maimuna dijo: «No quiero tratar de entender. ¡Pero dinos pronto el medio para saber quién acierta!» Y el efrit Kaschkasch dijo: «Mi opinión es que el único medio que se ha de emplear consiste en despertarlos sucesivamente, mientras nosotros tres permanecemos invisibles. Y acordemos que aquel de los dos que manifieste amor más ardiente hacia el otro y demuestre más pasión en sus ademanes y actitud, será ciertamente el menos hermoso, pues se reconocerá subyugado por los encantos de su compañero.»

Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch... {177}

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 183.ª NOCHE

Ella dijo:

...Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch, Maimuna exclamó: «¡Admirable idea!» Y Dahnasch también exclamó: «¡Me parece muy bien!» E inmediatamente se convirtió otra vez en pulga, pero esta vez para picar en el cuello al hermoso Kamaralzamán.

Al sentir tal picadura, que fué terrible, Kamaralzamán se despertó con sobresalto y se llevó la mano rápidamente al sitio picado; pero nada pudo coger, pues el veloz Dahnasch, que se había vengado algo en la piel del adolescente de todas las afrentas de Maimuna, soportadas en silencio, pronto recobró su forma de efrit invisible para ser testigo de lo que iba á suceder. Y en verdad que fué muy notable lo que sucedió.

En efecto, Kamaralzamán, todavía soñoliento, dejó caer la mano que no había podido cazar la pulga, y la mano fué precisamente á tocar el muslo desnudo de la joven. Aquella sensación le hizo abrir los ojos, é inmediatamente los volvió á cerrar, des {178} lumbrado y conmovido. Y sintió junto á él aquel cuerpo más tierno que la manteca y aquel aliento más grato que el perfume del almizcle. De modo, que su sorpresa fué extremada, pero no desprovista de atractivos, y acabó por levantar la cabeza y contemplar la incomparable belleza de la desconocida que dormía á su lado.

Apoyó, pues, el codo en las almohadas, y olvidándose en un momento de la aversión que experimentó por el otro sexo hasta entonces, empezó á detallar con miradas de deleite las perfecciones de la joven. Primero la comparó mentalmente con una hermosa ciudadela coronada por una cúpula, después con una perla, luego con una rosa, ya que de primera intención no podía establecer comparaciones muy exactas, porque siempre se había negado á mirar á las mujeres, y era muy ignorante en cuanto á sus formas y sus gracias. Pero no tardó en comprender que su última comparación era la más precisa, y la más cierta la penúltima; y en cuanto á la primera, pronto le hizo sonreir.

De modo que Kamaralzamán se inclinó hacia la rosa, y vió que el perfume de su carne era tan delicioso, que pasó la nariz por toda su superficie. Y le agradó tanto aquello, que dijo para sí: «¡Voy á tocarla para enterarme!» Y paseó los dedos por todos los contornos de la perla, y comprobó que aquel contacto le abrasaba el cuerpo y provocaba movimientos y latidos en diversas partes de su individuo, de tal modo, que experimentó violento deseo {179} de dar libre carrera á aquel instinto natural tan espontáneo. Y exclamó: «¡Todo sucede mediante la voluntad de Alah!» Y se dispuso á la copulación.

Cogió, pues, á la joven, pensando: «¡Cuánto me asombra que esté sin calzón!» Y le dió vueltas y más vueltas, y la palpó, y después dijo, maravillado: «¡Ya Alah! ¡Qué trasero tan gordo!» Luego le acarició el vientre, y dijo: «¡Es una maravilla de ternura!» Después le tentó los pechos, y los cogió, y al llenarse las dos manos, sintió tal estremecimiento voluptuoso, que exclamó: «¡Por Alah! ¡No tengo más remedio que despertarla para hacer bien las cosas! Pero ¿cómo no se ha despertado en el tiempo que llevo tocándola?

Y lo que impedía despertarse á la joven era la voluntad del efrit Dahnasch, que la había sumido en aquel sueño tan pesado para facilitar la acción de Kamaralzamán.

Y Kamaralzamán puso sus labios en los de la princesa y le dió un prolongado beso; y como no se despertaba, le dió el segundo, y el tercero, sin que ella manifestara percatarse. Entonces empezó á hablarle, diciendo: «¡Oh corazón mío! ¡Ojos míos! ¡Hígado mío! ¡Despiértate! ¡Soy Kamaralzamán!» Pero la joven no hizo el menor movimiento.

Entonces Kamaralzamán, al ver lo inútil de sus llamamientos, dijo para sí: «¡Por Alah! ¡Ya no puedo aguardar más! ¡Todo me impulsa á entrar en ella! ¡Veré si lo puedo lograr mientras duerme!» Y se tendió encima de la joven. {180}

A todo esto, Maimuna, y Dahnasch, y Kaschkasch miraban. Y Maimuna empezaba á alarmarse y se apresuraba ya, en caso de consumarse el acto, á decir que aquello no valía.

Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca arriba...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 184.ª NOCHE

Ella dijo:

...Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca arriba, sin otra vestidura que su cabellera suelta, y la enlazó con sus brazos; é iba á practicar el primer ensayo de lo que pensaba hacer, cuando de pronto se estremeció, desenlazóse, y pensó, meneando la cabeza: «Seguramente es el rey, mi padre, quien ha mandado traer á esta joven á mi cama para experimentar conmigo el efecto del contacto de las mujeres; y ahora debe estar detrás de esa pared con los ojos aplicados á algún agujero para ver si esto sale bien. Y mañana entrará aquí y me dirá: «¡Kamaralzamán, decías que te inspiraban horror el matrimonio y las mujeres! Pues ¿qué has hecho esta noche con una jo {181} ven? ¡Ah, Kamaralzamán! ¡quieres fornicar secretamente, pero te niegas á casarte, aunque sepas lo feliz que me haría ver mi descendencia asegurada y mi trono transmitido á mis hijos!» Y entonces me considerarán falso y embustero. Más vale que me abstenga esta noche de fornicar, á pesar de la mucha gana que tengo, y aguardar á mañana; y entonces pediré á mi padre que me case con esta bella adolescente. ¡Y así él se pondrá contento, y yo podré usar á gusto ese cuerpo bendito!»

Y en el acto, con gran alegría de Maimuna, que había empezado á sentir terribles inquietudes, y con gran disgusto de Dahnasch, que en cambio había pensado que el príncipe copularía y se puso á bailar de gusto, Kamaralzamán se inclinó otra vez hacia Sett Budur, y después de haberla besado en la boca, le quitó del dedo meñique una sortija adornada con un hermoso diamante, y se la puso en su propio dedo meñique, para denotar que desde aquel momento diputaba á la joven por esposa; y luego de haber puesto en el dedo de la joven su propia sortija, le volvió la espalda, aunque con gran pesar, y no tardó en tornar á dormirse.

Maimuna, al ver aquello, se entusiasmó, y Dahnasch quedó muy confuso; pero no tardó en decir á Maimuna: «¡Esto no es más que la mitad de la prueba; ahora te toca á ti!»

Entonces Maimuna se convirtió en seguida en pulga, y saltó al muslo de Sett Budur; y de allí subió al ombligo, retrocediendo después como unos {182} cuatro dedos, y se paró precisamente en la cumbre del montecillo que domina el valle de las rosas; y allí, con una sola picadura, en la cual puso todos sus celos y su venganza, hizo saltar de dolor á la joven, que abrió los ojos y se incorporó á escape, llevándose las dos manos á la delantera. Y en seguida lanzó un grito de terror y asombro al ver junto á ella al joven tendido de costado. Pero á la primera mirada que le dirigió, no tardó en pasar del espanto á la admiración, y de la admiración al placer, y del placer á un desahogo de alegría que pronto hubo de llegar al delirio.

Efectivamente; al primer susto, dijo para sí: «¡Desventurada Budur, hete aquí comprometida para siempre! ¡En tu cama hay un extraño á quien no viste nunca! ¡Qué audacia la suya! ¡Ah! ¡Voy á llamar á los eunucos, para que acudan y le arrojen por la ventana al río! Y sin embargo, ¡oh Budur! ¿quién sabe si éste será el marido que tu padre escogió para ti? Mírale, ¡oh Budur! antes de acudir á la violencia.»

Y entonces fué cuando Budur dirigió al joven una mirada, y con aquel rápido examen quedó deslumbrada por su gentileza, y exclamó: «¡Oh corazón mío! ¡Qué hermoso es!» Y desde aquel mismo instante quedó tan por completo cautivada, que se inclinó hacia aquella boca que sonreía en sueños y le dió un beso en los labios, exclamando: «¡Qué dulce es! ¡Por Alah! ¡A éste sí que le quiero como esposo! ¿Por qué ha tardado tanto mi padre en traér {183} melo?» Después cogió temblando la mano del joven y la conservó entre las suyas, y le habló afablemente para despertarle, diciendo: «¡Gentil amigo! ¡Oh luz de mis ojos! ¡Oh alma mía! ¡Levántate, levántate! ¡Ven á besarme, querido mío, ven, ven! ¡Por mi vida sobre ti! ¡Despierta!»

Pero como Kamaralzamán, á causa del encanto á que le había sometido la vengativa Maimuna, no hacía un movimiento indicador de que se despertara, la hermosa Budur supuso que era por culpa de ella, que no le llamaba con bastante ardor. Y sin preocuparse de que la miraran ó no, entreabrió la camisa de seda que al principio se había apresurado á echarse encima, y se deslizó lo más cerca posible del joven, y le rodeó con sus brazos, y juntó los muslos con los suyos, y le dijo frenéticamente al oído: «¡Toma! ¡Poséeme toda! ¡Verás cuán obediente y amable soy! ¡He aquí los narcisos de mis pechos y el vergel de mi vientre, que es muy suave, mira! ¡He aquí mi ombligo, que gusta de la caricia delicada; ven á disfrutar de él! ¡Después saborearás las primicias de la fruta que poseo! ¡La noche no será bastante larga para nuestros juegos! ¡Y gozaremos hasta que sea de día!...»

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{184}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 185.ª NOCHE

Ella dijo:

»...¡Y gozaremos hasta que sea de día!»

Pero como Kamaralzamán, cada vez más sumido en el sueño, seguía sin contestar, la hermosa Budur creyó por un momento que era una ficción de aquél para sorprenderla más, y medio riéndose, le dijo: «¡Vamos, vamos, gentil amigo, no seas tan falso! ¿Es que mi padre te ha dado esas lecciones de malicia para vencer mi orgullo? ¡Inútil trabajo, en verdad! ¡Pues tu belleza, por sí sola, ¡oh joven gamo esbelto y encantador! me ha convertido en la más sumisa de las esclavas de amor!»

Pero como Kamaralzamán seguía inmóvil, Sett Budur, cada vez más subyugada, añadió: «¡Oh señor de la belleza, mira! ¡Yo también paso por hermosa; á mi alrededor todo vive admirando mis encantos fríos y serenos! ¡Tú fuiste el único que ha logrado encender el deseo en la mirada tranquila de Budur! ¿Por qué no te despiertas, adorable joven? ¿Por qué no te despiertas, di? ¡Heme aquí! ¡Me siento morir!»

Y la joven escondió la cabeza debajo del brazo del príncipe, y le mordió mimosamente en el cuello y en una oreja, pero sin resultado. Después, como ya no podía resistir á la llama encendida en ella {185} por vez primera, empezó á rebuscar con la mano por entre las piernas y los muslos del joven, y los encontró tan lisos y redondos, que no pudo evitar que la mano resbalase por su superficie. Entonces, como por casualidad, encontró por el camino y entre ellos un objeto tan nuevo para ella, que lo miró con los ojos muy abiertos, y vió que entre sus manos cambiaba de forma á cada momento. Al principio se asustó mucho; pero rápidamente comprendió su uso particular; pues así como el deseo es mucho más intenso en las mujeres que en los hombres, su inteligencia es también más veloz para apreciar las relaciones entre los órganos encantadores. Lo cogió, pues, á mano llena, y mientras besaba los labios del joven con ardor, sucedió lo que sucedió.

Tras de lo cual, Sett Budur cubrió de besos á su amigo dormido, sin dejar un sitio en que no pusiera los labios. Después, algo calmada, le cogió las manos y se las besó una tras otra en la palma; luego le levantó y se lo puso en el regazo, y le rodeó el cuello con los brazos, y así enlazados, cuerpo contra cuerpo, mezclando sus alientos, se durmió sonriendo.

¡Esto fué todo! ¡Y en tanto los tres genios seguían invisibles, sin perder un ademán! Consumada la cosa tan pronto, Maimuna traspuso el límite del júbilo, Dahnasch reconoció sin dificultad que Budur había llegado mucho más allá en las manifestaciones de su ardor y le había hecho perder la apuesta. Pero Maimuna, segura ya de la victoria, fué magná {186} nima, y dijo á Dahnasch: «En cuanto á la apuesta que me debes, te la perdono, ¡oh maldito! Y hasta voy á darte un salvoconducto, que en adelante te asegurará la tranquilidad. ¡Pero cuida de no abusar de él, ni vuelvas á faltar á la corrección!»

Después de lo cual la joven efrita se volvió hacia Kaschkasch, y le dijo afablemente: «¡Kaschkasch, te doy mil gracias por tu consejo! ¡Y te nombro jefe de mis emisarios, y de mi cuenta corre que mi padre Domriatt apruebe mi decisión!» Luego añadió: «¡Ahora, avanzad ambos y coged á esa joven, y transportadla pronto al palacio de su padre Ghayur, señor de El-Buhur y El-Kussur! ¡Vistos los rápidos progresos que acaba de hacer delante de mis ojos, le otorgo mi amistad y tengo ya completa confianza en su porvenir! ¡Ya veréis cómo realiza grandes cosas!» Y los dos genios respondieron: «¡Inschalah!» Y después...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 186.ª NOCHE

Ella dijo:

...Y los dos genios respondieron: «¡Inschalah!» Y después se acercaron al lecho, cogieron á la joven, {187} que se echaron á cuestas, y volaron con ella hasta el palacio del rey Ghayur, al cual no tardaron en llegar, y la depositaron con delicadeza en su cama, para irse en seguida cada cual por un lado.

En cuanto á Maimuna, se volvió á su pozo, después de haber depositado un beso en los ojos de su amigo.

Eso en cuanto á los tres.

Pero en cuanto á Kamaralzamán, por la mañana despertó del sueño con el cerebro todavía turbado por su aventura nocturna. Y se volvió hacia la derecha y hacia la izquierda; pero, como era natural, sin encontrar á la joven. Entonces dijo para sí: «¡Bien adiviné que era mi padre el que había preparado todo esto para probarme, é impulsarme al matrimonio! De modo que he hecho bien en aguardar para pedirle el consentimiento, como buen hijo.» Después llamó al esclavo echado á la puerta, gritándole: «¡Eh, tumbón, levántate!» Y el esclavo se levantó sobresaltado, y medio dormido aún se apresuró á llevar á su amo el jarro y la palangana. Y Kamaralzamán cogió la jofaina y el jarro, y se fué al retrete á hacer sus necesidades, verificando luego sus abluciones con cuidado, y volvió para cumplir su rezo de la mañana, y comió un bocado, y leyó un versículo del Korán. Después, tranquilamente, y como de pasada, preguntó al esclavo: «Sauab, ¿adonde llevaste á la muchacha de esta noche?» El esclavo, estupefacto, exclamó: «¿Qué muchacha, ¡oh amo Kamaralzamán!?» Éste dijo levantando la {188} voz: «¡Te ordeno, bribón, que me respondas sin rodeos! ¿Dónde está la joven que ha pasado la noche conmigo en la cama?» El esclavo contestó: «¡Por Alah! ¡Oh señor, no he visto ni muchacha ni muchacho! ¡Y además, nadie ha podido entrar aquí, estando yo echado delante de la puerta!» Kamaralzamán gritó: «¡Eunuco malhadado, también tú te atreves á contrariarme y á disgustarme! ¡Ah maldito, te han enseñado ardides y mentiras! ¡Por última vez te intimo á que me digas la verdad!» Entonces el esclavo levantó los brazos al cielo, y exclamó: «¡Alah es el único grande! ¡Oh amo Kamaralzamán, no entiendo una palabra de lo que me preguntas!»

Entonces Kamaralzamán le gritó: «¡Acércate, maldito!» Y habiéndose acercado el eunuco, lo agarró del cuello y lo tiró al suelo, y le pateó con tanta furia, que el eunuco soltó un cuesco. Entonces Kamaralzamán siguió dándole patadas y puñetazos, hasta que le dejó medio muerto. Y como el eunuco por toda explicación lanzaba gritos inarticulados, Kamaralzamán le dijo: «¡Aguarda un poco!» Y corrió á buscar la soga gorda de cáñamo que servía para sacar el agua del pozo, se la pasó al esclavo por debajo de los sobacos, la ató fuertemente, y le arrastró hacia el orificio del pozo, descolgándole hasta que le sumergió del todo en el agua.

Y como era en invierno, y el agua estaba muy desagradable, y corría un viento muy frío, el eunuco empezó á estornudar y pedir perdón. Pero Kama {189} ralzamán le zambulló varias veces, gritando cada vez: «¡No saldrás hasta que confieses la verdad! ¡Si no, te ahogo!» Entonces el eunuco pensó: «¡Seguramente lo hará como lo dice!» Y después gritó: «¡Amo Kamaralzamán, sácame de aquí y te diré la verdad!» Entonces el príncipe lo sacó, y le vió que temblaba como caña al viento, y castañeteaba los dientes de frío y miedo, y presentaba un aspecto asqueroso chorreando agua y sangrando por la nariz.

El eunuco, al sentirse momentáneamente fuera de peligro, no perdió un instante, y dijo al príncipe: «¡Permíteme que vaya primero á mudarme de ropa y á limpiarme las narices!» Y Kamaralzamán le dijo: «¡Vete, pero no pierdas tiempo! ¡Y vuelve pronto á darme noticias!» Y el eunuco salió corriendo, y se fué á palacio á buscar al padre de Kamaralzamán.

Y en aquel momento el rey Schahramán conversaba con su gran visir, diciendo: «¡Oh visir mío! ¡he pasado muy mala noche, por lo inquieto que está mi corazón respecto á mi hijo Kamaralzamán! ¡Y temo mucho de que le haya ocurrido alguna desgracia en esa torre vieja, tan mal acondicionada para un joven tan delicado como mi hijo!» Pero el visir le contestó: «¡Tranquilízate! ¡Por Alah! ¡Nada ha de sucederle allí! ¡Así se domará su arrogancia y se reducirá su orgullo!»

Y en el acto se presentó el eunuco en el estado en que le habían puesto, y cayó á los pies del rey, y exclamó: «¡Oh señor nuestro y sultán! ¡La des {190} ventura ha entrado en tu casa! ¡Mi amo Kamaralzamán acaba de despertarse completamente loco! ¡Y para darte una prueba de su locura, sabe que me dijo tal y cuál cosa, y me hizo tal y cuál otra! ¡Y yo ¡por Alah! no he visto entrar en el aposento del príncipe muchacha ni muchacho!»

Oídas tales palabras, el rey Schahramán ya no tuvo duda de sus presentimientos, y gritó á su visir: «¡Maldición! ¡Tuya es la culpa, ¡oh visir de perros! ¡Tú me sugeriste la idea calamitosa de encerrar á mi hijo, á la llama de mi corazón! ¡Ah, hijo de perro! ¡levántate y corre pronto á ver lo que pasa, y vuelve aquí á darme cuenta de ello inmediatamente!

En seguida salió el gran visir, acompañado del eunuco, y se dirigió á la torre, pidiendo pormenores, que el esclavo le dió, y bien alarmantes. Así es que el visir no entró en la habitación sin precauciones infinitas, metiendo poco á poco primero la cabeza y después el cuerpo. ¡Y cuál no fué su sorpresa al ver á Kamaralzamán sentado tranquilamente en la cama y leyendo con atención el Korán!...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{191}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 187.ª NOCHE

Ella dijo:

...Kamaralzamán sentado tranquilamente en la cama y leyendo con atención el Korán! Se acercó á él, y después de la zalema más respetuosa, se sentó en el suelo cerca del lecho, y le dijo: «¡Cómo nos ha alarmado este eunuco de betún! ¡Figúrate que este hijo de zorra se presentó trastornado y con facha de perro sarnoso á asustarnos, contándonos cosas que sería indecente repetir delante de ti! ¡Turbó nuestra quietud de tal manera, que estoy alborotado todavía!» Y Kamaralzamán dijo: «¡Verdaderamente, no os habrá molestado más de lo que me ha molestado á mí hace poco! ¡Pero ¡oh visir de mi padre! me alegraría mucho saber lo que os pudo contar!» El visir contestó: «¡Alah preserve tu juventud! ¡Alah robustezca tu entendimiento! ¡Aleje de ti las acciones no mesuradas y libre á tu lengua de las palabras sin sal! ¡Este hijo de bardaje afirma que te has vuelto loco de repente, y le has hablado de una joven que pasó la noche contigo, y que luego te acaloraste con otras insensateces semejantes, y que has acabado por molerle á golpes y echarle al pozo! ¡Oh Kamaralzamán! ¿No es verdad que todo se reduce á una osadía de ese negro podrido?» {192}

Oídas tales palabras, Kamaralzamán se sonrió con aire de superioridad, y dijo al visir: «¡Por Alah! ¿Has acabado con las chanzas, viejo sucio, ó quieres también enterarte de si el agua del pozo sirve para el hammam? ¡Te advierto que si ahora mismo no me dices lo que mi padre y tú habéis hecho con mi amante, la joven de hermosos ojos negros y mejillas frescas y sonrosadas, me pagarás tus astucias más caras que el eunuco!» Entonces, sobrecogido otra vez el visir por una inquietud sin límites, se levantó andando hacia atrás, y dijo: «¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡Ya Kamaralzamán! ¿por qué hablas de esa manera? ¡Si es que has soñado eso á consecuencia de una mala digestión, apresúrate por favor á disipar el sueño! ¡Ya Kamaralzamán, esta conversación no es razonable!»

Al oir tales palabras, el joven exclamó: «¡Para demostrarte ¡oh jeque de maldición! que no he visto á la joven con las orejas, sino con este ojo y este otro, y que no he palpado y olido las rosas de su cuerpo con los ojos, sino con estos dedos y esta nariz, toma!» Y le dió un cabezazo en el vientre que lo tiró al suelo, y después le agarró las barbas, que llevaba muy largas, y se las enrolló alrededor de la muñeca, y seguro de que no podía escaparse, empezó á darle recios golpes todo el tiempo que se lo permitieron sus fuerzas.

El desdichado gran visir, viendo que perdía las barbas pelo á pelo, y que también el alma estaba á punto de despedirse, se dijo para sí: «¡Ahora tengo {193} que mentir! ¡Es el único medio de librarme de las manos de este loco!» Por lo tanto, le dijo: «¡Oh mi señor! ¡Te ruego que me perdones por haberte engañado! La culpa es de tu padre, que me encargó mucho, so pena de horca inmediata, que no te revelara todavía el sitio en que se ha depositado á la joven consabida. Pero si quieres soltarme, voy á escape á suplicar al rey tu padre que te saque de esta torre, y le daré cuenta de tu deseo de casarte con la joven. ¡Lo cual le alegrará hasta el límite de la alegría!»

Al oir estas palabras, Kamaralzamán le soltó y le dijo: «¡En tal caso, ve pronto á avisar á mi padre, y vuelve á traerme inmediatamente la contestación!»

En cuanto el visir se vió libre, se precipitó fuera del aposento, cuidando de cerrar la puerta con doble vuelta de llave, y corrió, fuera de sí y con la ropa hecha pedazos, á la sala del trono.

Al ver el rey Schahramán á su visir en aquel estado lamentable, le dijo: «¡Te hallo muy abatido y sin turbante! ¡Y pareces muy mortificado! ¡Bien se ve que ha debido de ocurrirte algo desagradable!» El visir respondió: «¡Lo que me pasa es menos desagradable que lo que le sucede á tu hijo, ¡oh rey!» Éste preguntó: «Pues entonces, ¿qué es?» El visir dijo: «¡No cabe duda de que está completamente loco!»

A estas palabras, el rey vió que la luz se convertía en tinieblas delante de sus ojos, y dijo: «¡Alah {194} me asista! ¡Dime pronto los caracteres de la locura que ataca á mi hijo!» Y el visir contestó: «¡Escucho y obedezco!» Y refirió al rey todos los pormenores de la escena, sin olvidar cómo escapó de manos de Kamaralzamán.

Entonces el rey se encolerizó en extremo, y gritó: «¡Oh el más calamitoso de los visires! ¡Esta noticia que me anuncias vale tu cabeza! ¡Por Alah! ¡Si es realmente ese el estado de mi hijo, te mandaré crucificar encima del minarete más alto, para enseñarte á no darme consejos tan detestables como los que fueron la primera causa de esta desdicha!» Y se precipitó hacia la torre, y seguido del visir penetró en la habitación de Kamaralzamán.

Cuando Kamaralzamán vió entrar á su padre, se levantó rápidamente en honor suyo, y saltó de la cama, y se quedó respetuosamente delante de él, cruzado de brazos, después de haberle besado la mano, á fuer de buen hijo. Y el rey, contentísimo al ver á su hijo tan pacífico, le echó los brazos con ternura alrededor del cuello y le besó entre los dos ojos, llorando de alegría.

Tras de lo cual le hizo sentarse junto á él, encima de la cama, y se volvió indignado hacia el visir, y le dijo: «¡Ya ves cómo eres el último de los últimos entre los visires! ¿Cómo osaste venir á contarme que mi hijo estaba de esta ó la otra manera, llenando de espanto mi corazón y haciéndome añicos el hígado?» Luego añadió: «¡Además, vas á oir con tus propios oídos las respuestas llenas de sen {195} tido común que me dará mi amado hijo!» Miró entonces paternalmente al joven, y le preguntó:

«Kamaralzamán, ¿sabes qué día es hoy?» El otro respondió: «¡Seguramente! Es sábado.» El rey dirigió una mirada llena de ira y triunfo al visir aterrado, y le dijo: «Lo oyes, ¿verdad?» Después prosiguió:

«Y mañana, Kamaralzamán, ¿qué día será? ¿Lo sabes?» El príncipe contestó: «¡Sí, por cierto!...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 188.ª NOCHE

Ella dijo:

»...¡Sí, por cierto! Será domingo, y después lunes, luego martes, miércoles, jueves, y finalmente viernes, día santo.» Y el rey, en el colmo de la dicha, exclamó: «¡Oh hijo mío! ¡oh Kamaralzamán! ¡lejos de ti todo mal agüero! Pero dime también cómo se llama en árabe el mes en que estamos.» El príncipe respondió. «Se llama en árabe mes de Zul-Kiidat. Después viene el mes de Zul-Hidjat, luego vendrá Moharram, seguido de Safar, de Rabialaual, de Rabialthaní, de Gamadialuala, de Gamadialthania, de Ragab, de Schaaban, de Ramadán, y por fin, de Schaual.» {196}

Entonces el rey llegó al límite extremo de la alegría, y tranquilizado ya acerca del estado de su hijo, se volvió hacia el visir y le escupió en la cara, diciéndole: «¡Aquí no hay más loco que tú, viejo visir malhadado!» Y el visir meneó la cabeza y quiso contestar; pero se calló, y se dijo: «¡Aguardemos al final!»

Y el rey dijo en seguida á su hijo: «¡Hijo mío, figúrate que este jeque y ese eunuco de betún han ido á contarme tales y cuáles palabras que les habías dicho respecto á una supuesta joven que había pasado la noche contigo! ¡Diles en la cara que han mentido!»

Al oir estas palabras, Kamaralzamán se sonrió amargamente, y dijo al rey: «¡Oh padre mío! ¡sabe que en verdad ya no tengo ni ganas ni paciencia para soportar más tiempo esa broma que me parece ha durado bastante! ¡Por favor, ahórrame tal mortificación, y no digas más palabra de ello, pues noto que se me han secado mucho los humores con todo lo que me has hecho pasar! Sin embargo, ¡oh padre mío! sabe que ahora estoy bien resuelto á no desobedecerte más, y que consiento en casarme con la hermosa joven que has tenido á bien mandarme esta noche para que me acompañara en la cama. La he encontrado perfectamente deseable, y sólo con verla se me ha puesto toda la sangre en movimiento.»

Al oir estas palabras de su hijo, el rey exclamó: «¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, ¡oh hijo mío! ¡Él te guarde de los maleficios y la locu {197} ra! ¡Ah, hijo mío! ¿Qué pesadilla has tenido para usar semejante lenguaje? ¿Qué manjares pesados comiste anoche para que la digestión ejerciera un influjo tan funesto en tu cerebro? ¡Por favor, hijo mío, tranquilízate! ¡No volveré en mi vida á contrariarte! ¡Y malditos sean el casamiento, y la hora del casamiento, y cuantos me vuelvan á hablar de casamiento!»

Entonces Kamaralzamán dijo á su padre: «¡Tus palabras sobre mi cabeza, ¡oh padre mío! ¡Pero júrame antes con el gran juramento que no te has enterado de mi aventura de esta noche con la hermosa joven que, como te probaré, dejó en mí más de una huella de la acción compartida!» Y el rey Schahramán exclamó: «¡Te lo juro por la verdad del santo nombre de Alah, dios de Muza y de Ibrahim, que envió á Mohammad entre las criaturas como prenda de paz y salvación! ¡Amín!» Y Kamaralzamán repitió: «¡Amín!» Pero le dijo á su padre: «¿Qué dirías ahora si te diera pruebas de que la joven ha pasado por mis brazos?» El rey dijo: «¡Te escucho!» Y Kamaralzamán prosiguió:

«Si alguien ¡oh padre mío! te dijera: «La noche pasada me desperté sobresaltado y vi delante de mí á uno dispuesto á luchar conmigo de un modo sangriento. Entonces yo, aunque sin querer atravesarle, hice inconscientemente un movimiento que impulsó á mi espada hacia su vientre desnudo. Y por la mañana me desperté y vi que mi espada estaba, en efecto, teñida de sangre y espuma.» ¿Qué dirías {198} ¡oh padre mío! al que después de hablarte así, te enseñara la espada ensangrentada?» El rey dijo: «Le diría que la sangre sola, sin el cuerpo del adversario, no era más que media prueba.»

Entonces Kamaralzamán dijo: «¡Oh padre mío! Yo también, esta mañana, al despertarme, me encontré el bajo vientre cubierto de sangre; la palangana, que está todavía en el retrete, te lo demostrará. Pero como prueba más convincente todavía, he aquí la sortija de la adolescente. En cuanto á mi sortija, ha desaparecido, como ves.»

Al oir aquello, el rey corrió al retrete y vió que, efectivamente, la palangana consabida contenía...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 191.ª NOCHE

Ella dijo:

...el rey corrió al retrete y vió que, efectivamente, la palangana consabida contenía una cantidad enorme de sangre, y dijo para sí: «¡Este es un indicio de que la contrincante tiene una salud maravillosa y una expansión leal y franca!» Y pensó también: «¡Advierto con certeza en todo esto la mano del visir!» Después volvió apresuradamente junto á {199} Kamaralzamán, exclamando: «¡Veamos ahora la sortija!» Y la cogió, y le dió vueltas y más vueltas, y luego se la devolvió á Kamaralzamán, diciendo: «Es una prueba que me confunde por completo.» Y permaneció una hora sin decir palabra. Después se lanzó de pronto sobre el visir, y le gritó: «¡Tú eres el que ha armado toda esta intriga, viejo alcahuete!» Pero el visir cayó á los pies del rey, y juró, por el Libro Noble y por la Fe, que no se había metido en nada de aquello. Y el eunuco hizo el mismo juramento.

Entonces el rey, que cada vez lo entendía menos, dijo á su hijo: «¡Sólo Alah puede aclarar este misterio!» Pero Kamaralzamán, muy conmovido, replicó: «¡Oh padre mío! ¡te suplico que hagas pesquisas y gestiones para devolverme á la deliciosa joven cuyo recuerdo me alborota el alma, y te conjuro á que tengas compasión de mí y hagas que se la encuentre, ó moriré!» El rey se echó á llorar, y dijo á su hijo: «¡Ya Kamaralzamán! ¡sólo Alah es grande, y sólo él conoce lo desconocido! ¡A nosotros no nos queda sino afligirnos ambos: tú por ese amor sin esperanza, y yo por tu propia aflicción y por mi impotencia para remediarla!»

En seguida el rey, muy desconsolado, cogió de la mano á su hijo y se lo llevó desde la torre hasta el palacio, en donde se encerró con él. Y se negó á ocuparse en los asuntos de su reino para quedarse llorando con Kamaralzamán, que se había metido en la cama lleno de desesperación por amar á una {200} joven desconocida que, luego de tan señaladas pruebas de amor, había desaparecido.

Después el rey, para verse más libre aún de las cosas y gente de palacio y no ocuparse más que en cuidar á su hijo, á quien tanto quería, mandó edificar en medio del mar un palacio, unido sólo á la tierra por una escollera de veinte codos de anchura, y lo hizo amueblar para su uso y el de su hijo. Y ambos lo habitaban solos, lejos del mundo y de las preocupaciones, para no pensar más que en su desgracia. Y á fin de consolarse un tanto, Kamaralzamán no encontraba nada como la lectura de buenos libros acerca del amor y el recitar versos de los poetas inspirados, como los siguientes entre otros mil:

¡Oh guerrera hábil en el combate de las rosas! ¡La sangre delicada de los trofeos que adornan tu frente triunfal tiñe de púrpura tu profunda cabellera, y el vergel natal de todas sus flores se inclina para besar tus pies infantiles!

¡Tan suave es ¡oh princesa! tu cuerpo sobrenatural, que el aire, encantado, se aromatiza al tocarlo; y si la brisa curiosa penetrase debajo de tu túnica, en ella se eternizaría!

¡Tan bella es tu cintura, ¡oh hurí! que el collar de tu garganta desnuda se queja de no ser tu cinturón! ¡Pero tus piernas sutiles, cuyos tobillos están cercados de cascabeles, hacen crujir de envidia á las pulseras de tus muñecas!

{201}

Todo eso en cuanto á Kamaralzamán y á su padre el rey Schahramán.

Vamos ahora con la princesa Budur. Cuando los dos genios la dejaron en su lecho del palacio de su padre el rey Ghayur, casi había transcurrido la noche. A las tres horas apareció la aurora, y Budur se despertó. Sonreía todavía á su amado y se desperezaba de gusto, en ese momento delicioso de semisueño al lado del amante, á quien creía junto á ella. Y al alargar los brazos vagamente para rodearle el cuello antes de abrir los ojos, no cogió más que el vacío. Entonces se despertó del todo y ya no vió al hermoso adolescente, al cual había amado aquella noche. Y le tembló el corazón hasta casi perder el juicio, exhalando un grito agudo, que hizo acudir á las diez mujeres encargadas de su custodia, y entre ellas á su nodriza. Rodearon ansiosas el lecho, y la nodriza le preguntó con acento asustado: «¿Qué ocurre, ¡oh mi señora!?...»

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{202}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 193.ª NOCHE

Ella dijo:

...con acento asustado: «¿Qué ocurre, ¡oh mi señora!?» Budur exclamó: «¡Me lo preguntas como si no lo supieras, mujer llena de astucia! ¡Dime en seguida lo que ha sido del joven adorable que esta noche ha dormido en mis brazos, y al cual amo con todas mis fuerzas!» La nodriza, escandalizada hasta el límite extremo, alargó el pescuezo para entender mejor, y dijo: «¡Oh princesa, líbrete Alah de todas las cosas inconvenientes! ¡Esas palabras no son de las que tú acostumbras á decir! ¡Por favor, explícate más, y si es broma que gastas con nosotras, date prisa á decírnoslo!» Budur se incorporó á medias en la cama, y le gritó amenazadora: «¡Malhadada nodriza, te mando que me digas en seguida dónde está el hermoso joven á quien he entregado esta noche por voluntad propia mi cuerpo, mi corazón y mi virginidad!»

Al oir estas palabras, á la nodriza le pareció que el mundo entero se achicaba ante sus ojos; dióse de golpes y se tiró al suelo, lo mismo que las otras diez viejas; y todas empezaron á gritar desaforadamente: «¡Qué negra mañana! ¡Qué enormidad! ¡Oh nuestra perdición!» {203}

Pero la nodriza, sin dejar de lamentarse, preguntó: «¡Ya Sett Budur! ¡Por Alah! ¡Recobra la razón y no digas más cosas tan poco dignas de tu nobleza!» Pero Budur le gritó: «¿Quieres callar, vieja maldita, y decirme de una vez lo que habéis hecho entre todas de mi amante, el de los ojos negros, cejas arqueadas y levantadas en los extremos, el que pasó toda la noche conmigo hasta por la mañana, y que tenía debajo del ombligo una cosa que no tengo yo?»

Cuando la nodriza y las otras diez mujeres oyeron semejantes palabras, levantaron los brazos al cielo y exclamaron: «¡Oh confusión! ¡Oh señora nuestra, libre te veas de la locura, y de las asechanzas malignas, y del mal de ojo! ¡Verdaderamente, traspasas esta mañana los límites de la chanza!» Y la nodriza, golpeándose el pecho, dijo: «¡Oh mi dueña Budur! ¿qué lenguaje es ese? ¡Si semejantes bromas llegaran á oídos del rey, nos dejaría sin alma al momento! ¡Y ningún poder nos libraría de su coraje!» Pero Sett Budur, con los labios trémulos, gritó: «¡Por última vez te pregunto si quieres ó no decirme dónde se encuentra el hermoso joven cuyas huellas tengo todavía en el cuerpo!» Y Budur hizo ademán de entreabrirse la camisa.

Al ver aquello, todas las mujeres se tiraron al suelo de bruces, y exclamaron: «¡Qué lástima de joven, que se ha vuelto loca!» Pero estas palabras enfurecieron de tal manera á Budur, que descolgó de la pared una espada y se precipitó sobre las mu {204} jeres para atravesarlas. Enloquecidas entonces, se echaron fuera, atropellándose y aullando, y llegaron en desorden y demudados los semblantes al aposento del rey. Y la nodriza, con lágrimas en los ojos, le enteró de lo que acababa de decir Sett Budur, y añadió: «¡A todas nos habría matado ó herido si no huyéramos!» Y el rey exclamó: «¡Qué enormidad! Pero ¿viste si realmente ha perdido lo que ha perdido?» La nodriza se tapó la cara con las manos, y dijo llorando: «¡Lo he visto! ¡Había mucha sangre!» Entonces el rey dijo: «¡Eso es una completa enormidad!» Y aunque en aquel momento estuviera descalzo y con el turbante de noche en la cabeza, se precipitó en la habitación de Budur.

El rey miró á su hija con aspecto muy severo, y le dijo: «¿Es verdad, Budur, que esta noche has dormido con uno, y llevas encima todavía las huellas de su paso? ¿Y has perdido lo que has perdido?» Ella respondió: «¡Sí, por cierto, ¡oh padre mío! pues tú fuiste quien tal quiso, y á fe que escogiste perfectamente al joven; tan hermoso era, que ardo en deseos de saber por qué luego me lo quitaste! Además, he aquí su sortija, que me ha dado después de coger la mía.»

Entonces el rey, padre de Budur, que ya había creído á su hija medio loca, dijo para sí: «¡Ha llegado al límite de la locura!» Y le dijo: «Budur, ¿quieres decirme de una vez lo que significa esa conducta extraña y tan poco digna de tu posición?» Entonces Budur ya no pudo contenerse, y se rasgó {205} la camisa de abajo arriba, y se puso a sollozar, dándose de bofetadas.

Al ver aquello, el rey ordenó á los eunucos y á las viejas que le sujetaran las manos para que no se hiciera daño, y en caso de reincidencia, que la encadenaran y le pusieran al cuello una argolla de hierro, y la ataran á la ventana de su habitación.

Luego el rey Ghayur, desesperado, se retiró á sus aposentos, pensando en los medios que utilizaría para obtener la curación de aquella locura que suponía en su hija. Pues, á pesar de todo, seguía queriéndola con tanto cariño como antes y no podía acostumbrarse á la idea de que se hubiese vuelto loca para siempre.

Reunió, pues, en su palacio á todos los sabios de su reino, médicos, astrólogos, magos, hombres versados en libros antiguos, y drogueros, y les dijo á todos: «Mi hija El-Sett Budur está en tal y cuál estado. Se la daré por esposa á aquel de vosotros que la cure, y le nombraré heredero de mi trono cuando yo muera. Pero al que habiendo entrado en el aposento de mi hija no haya logrado curarla, se le cortará la cabeza.»

Después mandó pregonar lo mismo por toda la ciudad, y envió correos á todos sus Estados para promulgarlo.

Y se presentaron muchos médicos, sabios, astrólogos, magos y drogueros; pero una hora más tarde se veían encima de la puerta del palacio sus cabezas cortadas. Y en poco tiempo se juntaron cuarenta {206} cabezas de médicos y otros mercaderes de drogas, colocadas simétricamente á lo largo de la fachada del palacio. Entonces los otros pensaron: «¡Mala señal! ¡La enfermedad debe ser incurable!» Y nadie se atrevía á presentarse, para no exponerse á que le cortaran la cabeza. Esto en cuanto á los médicos y al castigo que se les aplicó en tal caso.

Pero en cuanto á Budur, tenía un hermano de leche, hijo de su nodriza, llamado Marzauán. Y Marzauán, aunque musulmán ortodoxo y buen creyente, había estudiado la magia y la brujería, los libros de los indios y los egipcios, los caracteres talismánicos y la ciencia de las estrellas; y después, como ya no tenía nada que aprender en los libros, se había dedicado á viajar, y había recorrido las comarcas más remotas, consultando á los hombres más duchos en las ciencias secretas, y de este modo se había empapado en todos los conocimientos humanos. Y entonces púsose en camino para regresar á su país, al que había llegado con buena salud.

Y lo primero que vió Marzauán al entrar en la ciudad fueron las cuarenta cabezas cortadas de los médicos, colgadas encima de la puerta del palacio. Y al preguntar á los transeuntes, le explicaron toda la historia y la ignorancia notoria de los médicos justamente ejecutados...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{207}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 194.ª NOCHE

Ella dijo:

...la ignorancia notoria de los médicos justamente ejecutados.

Entonces Marzauán entró en casa de su madre, y después de las efusiones del regreso, le pidió pormenores sobre la cuestión; y su madre le confió lo que había sabido, que entristeció mucho á Marzauán, porque se había criado con Budur y la quería con cariño mayor del que suelen experimentar los hermanos por las hermanas. Reflexionó durante una hora, y después levantó la cabeza y le dijo á su madre: «¿Podrías hacerme entrar en su aposento secretamente, para que trate de ver si conozco el origen de su mal y si tiene remedio ó no?» Y su madre le dijo: «Difícil es, ¡oh Marzauán! De todos modos, ya que lo deseas, apresúrate á vestirte de mujer y á seguirme.» Y Marzauán se preparó inmediatamente, y disfrazado de mujer, siguió á su madre al palacio.

Cuando llegaron á la puerta del aposento, el eunuco de guardia quiso prohibir la entrada á la mujer que no conocía, pero la vieja le deslizó en la mano un buen regalo, y le dijo: «¡Oh jefe del palacio! ¡la princesa Budur, que está tan enferma, me {208} ha expresado el deseo de ver á ésta, mi hija, que es su hermana de leche! ¡Déjanos pasar, pues, ¡oh padre de la cortesía!» Y el eunuco, tan lisonjeado por estas palabras como satisfecho por el regalo, respondió: «¡Entrad pronto, pero no os entretengáis!» Y entraron ambos.

Cuando Marzauán llegó á presencia de la princesa, se levantó el velo que le cubría el rostro, se sentó en el suelo, y sacó de debajo de la ropa un astrolabio, libros de hechicería y una vela; y se disponía á sacar el horóscopo de Budur antes de interrogarla, cuando de pronto la joven se arrojó á su cuello y le besó con ternura, pues le había reconocido en seguida. Luego le dijo: «¿Cómo, hermano Marzauán, crees también en mi locura, como todos los demás? ¡Ah! ¡Desengáñate, Marzauán! ¿No sabes lo que dijo el poeta? Oye estas palabras, y reflexiona después sobre su alcance:

Han dicho : « ¡Está loca! ¡Oh juventud perdida! »

Yo les digo : « ¡Dichosos los locos! ¡Gozan más de la vida, y en eso se diferencian de la muchedumbre vulgar que se ríe de sus acciones! »

Y les digo también : « ¡Mi locura no tiene más que un remedio, y es el regreso de mi amigo! »

Cuando Marzauán oyó estos versos, comprendió en seguida que Budur estaba sencillamente enamorada y que esta era toda su enfermedad. Y le dijo: «El hombre sagaz sólo necesita una seña para ente {209} rarse. Apresúrate á contarme tu historia, y si Alah quiere, seré para ti causa de consuelo y el mediador para tu salvación.» Entonces Budur le refirió minuciosamente toda la aventura, que no ganaría nada con que la repitiéramos. Y prorrumpió en llanto, diciendo: «¿He aquí mi triste suerte, ¡oh Marzauán! y ya no vivo más que llorando noche y día, y apenas los versos de amor que recito consiguen refrescar un poco la quemadura de mi hígado!»

Oídas estas palabras, Marzauán bajó la cabeza para reflexionar, y durante una hora se sumió en sus pensamientos. Después levantó la cabeza, y dijo á la desolada Budur: «¡Por Alah! Veo claro que tu historia es exacta de todo punto; pero en verdad que resulta difícil de entender. Sin embargo, tengo esperanza de curar tu corazón dándote la satisfacción que deseas. Pero ¡por Alah! procura aguantar con paciencia hasta mi regreso. ¡Y estate bien segura de que el día en que de nuevo me veas junto á ti, será aquel en que te habré traído de la mano á tu amante!» Y dicho esto, Marzauán se retiró bruscamente de la habitación de la princesa, su hermana de leche, y el mismo día se fué de la ciudad del rey Ghayur.

Fuera ya de las murallas, Marzauán viajó durante un mes entero de ciudad en ciudad y de isla en isla, y por todas partes no oía á la gente hablar en todas sus conversaciones más que de la historia extraña de Sett Budur. Pero al cabo del mes de viaje, Marzauán llegó á una gran ciudad, situada á {210} orillas del mar, y que se llamaba Tarab, y dejó de oir á la gente hablar de Sett Budur; pero en cambio no se ocupaban más que de la historia sorprendente de un príncipe, hijo del rey de aquella comarca, que se llamaba Kamaralzamán. Y Marzauán hizo que le contaran los pormenores de aquella aventura, y los encontró tan semejantes en todos sus puntos á los que ya sabía de Sett Budur, que se enteró con exactitud del lugar en que se encontraba aquel hijo del rey. Se le dijo que tal sitio estaba muy lejos, y que á él llevaban dos caminos: uno por tierra y otro por mar; por tierra se tardaba seis meses en llegar al país de Khaledán, en el cual encontrábase Kamaralzamán; por mar no se tardaba más que un mes. Entonces Marzauán, sin vacilar, escogió la vía marítima, embarcándose en un buque que salía precisamente para las islas del reino de Khaledán.

La nave en que se había embarcado Marzauán tuvo viento favorable durante toda la travesía; pero el mismo día que llegó á la vista de la capital del reino, una tempestad formidable levantó las olas del mar y proyectó al aire la nave, que giró sobre sí misma y zozobró sin remedio en un peñasco tajado. Pero Marzauán, entre otras cualidades, tenía la de saber nadar á la perfección, y de todos los pasajeros fué el único que pudo salvarse agarrándose al palo mayor que había caído al mar. Y la fuerza de la corriente le arrastró precisamente hacia la lengua de tierra en que estaba edificado el palacio que habitaba Kamaralzamán con su padre. {211}

Y quiso el Destino que en aquel momento el gran visir, que había ido á dar cuenta al rey del estado del reino, estuviera mirando por la ventana que daba al mar, y al ver á aquel joven que arribaba de tal manera, mandó á los esclavos que fuesen á socorrerle y se lo trajeran, no sin haberle proporcionado ropa para mudarse y darle de beber un vaso de sorbete para calmar su espíritu.

A los pocos momentos, Marzauán entró en la sala en que estaba el visir. Y como era bien formado y de aspecto gentil, agradó en seguida al gran visir, que se puso á interrogarle, y pronto se dió cuenta de lo extenso de sus conocimientos y de su cordura. Y dijo para sí: «¡Seguramente debe de estar versado en la medicina!» Y le dijo: «¡Alah te ha guiado hasta aquí para curar á un enfermo á quien quiere mucho su padre...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 196.ª NOCHE

Ella dijo:

«...á un enfermo á quien quiere mucho su padre, y que para todos nosotros es causa de aflicción continua!» Y Marzauán le preguntó: «¿A qué enfermo {212} te refieres?» El otro contestó: «Al príncipe Kamaralzamán, hijo de nuestro rey Schahramán, que habita aquí mismo.»

Oídas estas palabras, Marzauán dijo para sí: «¡El Destino me favorece más de lo que yo esperaba!» Después preguntó al visir: «¿Y cuál es la enfermedad que padece el hijo del rey?» El visir dijo: «Yo creo sencillamente que está loco. ¡Pero su padre afirma que le han hecho mal de ojo ó algo parecido, y se halla á punto de creer una historia extraña que su hijo le ha contado!» Y el visir contó á Marzauán la historia entera desde su origen.

Cuando Marzauán oyó el relato, llegó al límite de la alegría, pues ya no dudó de que el príncipe Kamaralzamán fuera el joven que había pasado la famosa noche con Sett Budur, dejando á su amada un recuerdo tan vivo. Pero se guardó muy bien de explicárselo al gran visir, y sólo le dijo: «¡Estoy seguro de que viendo al joven daré antes con el tratamiento indicado, y gracias al cual le curaré, si Alah quiere!» Y el visir le llevó sin tardanza al aposento de Kamaralzamán.

Y lo primero que llamó la atención de Marzauán al mirar al príncipe fué su parecido extraordinario con Sett Budur. Y tan estupefacto se quedó, que no pudo por menos de exclamar: «¡Ya Alah! ¡Bendito sea Aquel que crea bellezas tan semejantes, dándoles los mismos atributos ó iguales perfecciones!»

Al oir estas palabras, Kamaralzamán, que ha {213} llábase tendido lánguidamente en el lecho y con los ojos medio cerrados, los abrió por completo y aguzó el oído. Pero Marzauán, aprovechando aquella atención del príncipe, improvisaba ya los siguientes versos, para darle á entender de una manera embozada lo que ni el rey Schahramán ni el gran visir podían comprender:

¡Trataré de cantar los méritos de una beldad, causante de mis padecimientos, para hacer revivir el recuerdo de sus antiguos encantos!

Me dicen : « ¡Oh tú, el herido por la flecha de amor, levántate! ¡He aquí la copa llena, y la guitarra para alegrarte! »

Yo les digo : « ¿Cómo podré alegrarme si amo? ¿Hay mayor alegría que la del amor y la de padecer por amor?

» ¡Amo tanto á mi amiga, que me encela hasta la camisa que toca sus caderas cuando la camisa se ciñe demasiado á sus caderas hermosas, benditas y suaves!

» ¡Amo tanto á mi amiga, que tengo celos de la copa que toca sus labios gentiles cuando la copa roza durante mucho tiempo sus labios, creados para el beso!

» ¡No me censuréis por amarla tan apasionadamente; bastante padezco con mi propio amor!

» ¡Ah, si supierais sus méritos! ¡Tan seductora es como José en casa de Faraón, tan melodiosa como David delante de Saúl, tan modesta como María, madre de Cristo!

{214}

» ¡Y yo me veo tan triste como Jacob apartado de su hijo, tan desdichado como Jonás en la ballena, tan probado como Job entre la paja, tan decaído como Adán perseguido por el ángel!

» ¡Ay! ¡Nada me curará, á no ser el regreso de la amiga! »

Cuando Kamaralzamán oyó estos versos, notó como si penetrase en él una gran frescura que le apaciguara el alma, é hizo seña á su padre para que invitara al joven á sentarse cerca de él y los dejaran solos. Y encantado el rey al ver que su hijo interesábase por algo, se apresuró á invitar á Marzauán á sentarse cerca de Kamaralzamán, y salió de la sala después de haber guiñado el ojo al visir para indicarle que le siguiera.

Entonces Marzauán se inclinó al oído del príncipe y le dijo: «Alah me ha guiado hasta aquí para servir de mediador entre tú y la que amas. Y á fin de convencerte, escucha.» Y dió á Kamaralzamán tales pormenores de la noche pasada con la joven, que no era posible la duda. Y añadió: «Y esa joven se llama Budur, y es hija del rey Ghayur, señor de El-Buhur y El-Kussur. Y es mi hermana de leche.»

Al oir estas palabras, Kamaralzamán se sintió tan aliviado de su languidez, que notó cómo las fuerzas daban á su alma nueva vida; y se levantó de la cama, y cogió del brazo a Marzauán y le dijo: «¡Voy á irme en seguida contigo al país del rey Ghayur!» Pero Marzauán le dijo: «Está algo lejos, {215} y primero has de recobrar las fuerzas por completo. Después iremos juntos allá, y tú solo curarás á Sett Budur...»

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 199.ª NOCHE

Ella dijo:

»...y tú solo curarás á Sett Budur.»

A todo esto, el rey, impulsado por la curiosidad, volvió á la sala y vió el rostro radiante de su hijo. Entonces, con la alegría, se le atascó en la garganta el aliento; y la alegría llegó al delirio cuando oyó que su hijo le decía: «¡Voy á vestirme al momento para ir al hammam!»

En seguida el rey se echó al cuello de Marzauán y le besó, sin pensar siquiera en preguntarle de qué receta ó remedio se había servido para obtener en tan poco tiempo tan buen resultado. Y luego de colmar á Marzauán de regalos y honores, mandó iluminar toda la ciudad en señal de alegría, distribuyó prodigiosa cantidad de ropones de honor y obsequios á sus dignatarios y á toda la servidumbre de palacio, y mandó abrir todas las cárceles y poner en libertad á los presos. Y de aquella manera toda {216} la ciudad y todo el reino se llenaron de contento y dicha.

Cuando á Marzauán le pareció que la salud del príncipe estaba completamente restablecida, le llamó aparte y le dijo: «¡Llegó el momento de partir, ya que no puedes aguardar más! ¡Haz, pues, tus preparativos, y vámonos!» El príncipe respondió: ¡Pero mi padre no me dejará marchar, porque me quiere tanto, que nunca se decidirá á separarse de mí! ¡Ya Alah! ¡Cuál será entonces mi desolación! ¡Seguramente tendré una grave recaída!» Pero Marzauán contestó: «Ya he previsto esa dificultad, y me las arreglaré de modo que no haya retraso; verás qué ardid he discurrido para lograrlo. Dirás al rey que tienes gana de respirar el aire libre en una cacería de algunos días conmigo, porque te notas oprimido el pecho desde que no sales de casa. ¡Y seguramente el rey no te negará el permiso!»

Al oir estas palabras, Kamaralzamán se alegró en extremo, y fué en el acto á pedir la venia á su padre, quien, efectivamente, para no afligirle, no se atrevió á negarse. Pero le dijo: «¡Sólo por una noche! ¡Pues una ausencia muy prolongada me mataría de pena!» Después el rey mandó preparar para su hijo y Marzauán dos magníficos caballos y otros seis de repuesto, y un dromedario para los bagajes, y un camello cargado de víveres y odres con agua.

Tras de lo cual, el rey abrazó á su hijo Kamaralzamán y á Marzauán; llorando les encargó recí {217} proco cuidado, y después de la despedida más conmovedora, les dejó alejarse de la ciudad con todo su séquito.

Fuera ya de las murallas, los dos camaradas fingieron cazar todo el día para engañar á los palafreneros y conductores, y al oscurecer armaron las tiendas y comieron, bebieron y durmieron hasta medianoche. Entonces Marzauán despertó sigilosamente á Kamaralzamán, y le dijo: «¡Tenemos que aprovechar el sueño de esta gente para marcharnos!» Cada cual montó en uno de los caballos de refresco, y se pusieron en camino sin llamar la atención.

Así anduvieron á buen paso hasta el nacimiento del alba. En aquel momento Marzauán paró el caballo y dijo al príncipe: «¡Párate también y apéate!» Y cuando se apeó, le dijo: «¡Quítate pronto la camisa y los calzones!» Y Kamaralzamán, sin replicar, se despojó de los calzones y la camisa. Y Marzauán le dijo: «¡Ahora dámelos y aguarda un poco!» Y cogió las dos prendas y se fué hasta un sitio en que el camino formaba una encrucijada. Entonces cogió un caballo que había tenido la precaución de llevarse detrás, y lo metió en el centro de un bosque que se extendía hasta allí, y lo degolló, y tiñó con su sangre la camisa y los calzones. Después de lo cual volvió al sitio en que el camino se dividía y tiró las prendas entre el polvo del camino. Luego volvió hacia Kamaralzamán, que lo aguardaba sin moverse, y que le preguntó: «Qui {218} siera saber tus proyectos.» El otro contestó: «Empecemos por tomar un bocado.» Comieron y bebieron, y Marzauán dijo entonces al príncipe: «¡Verás! Cuando el rey advierta que transcurren dos días y no regresas, y cuando los conductores le digan que hemos partido á medianoche, mandará en seguida en nuestra busca á gente, que no dejará de ver en la encrucijada tu camisa y tus calzones ensangrentados, y dentro de los cuales he tenido, además, la precaución de meter algunos pedazos de carne de caballo y dos huesos rotos. Y así nadie dudará de que una fiera te ha devorado y de que yo he huído lleno de terror.» Luego añadió: «Indudablemente esa noticia será un golpe terrible para tu padre; pero en cambio, ¡cuál no será después su júbilo cuando sepa que vives y estás casado con Sett Budur!» Kamaralzamán nada tuvo que replicar á esto, y dijo: «¡Oh Marzauán, tu ocurrencia es excelente y tu estratagema ingeniosa! Pero ¿cómo nos arreglaremos para los gastos?» Marzauán respondió: «¡No te preocupe eso! He traído conmigo las más hermosas pedrerías, de las cuales la peor vale más de doscientos mil dinares.»

Y así siguieron viajando durante bastante tiempo, hasta que por fin avistaron la ciudad del rey Ghayur. Entonces echaron á todo galope los caballos, y franquearon los muros, y entraron por la puerta principal de las caravanas.

Kamaralzamán quiso ir en seguida á palacio; pero Marzauán le dijo que tuviera otro poco de pa {219} ciencia, y le llevó al khan en donde paraban los ricos extranjeros, y allí estuvieron tres días completos para descansar bien de las fatigas del viaje. Y Marzauán aprovechó el tiempo en mandar fabricar para uso del príncipe un artilugio completo de astrólogo, todo de oro y materias preciosas; y luego le llevó al hammam, y después del baño le vistió con un traje de astrólogo, y habiéndole comunicado las instrucciones necesarias, le guió hasta el pie del palacio del rey, y le dejó para ir á avisar á su madre la nodriza, á fin de que ésta advirtiera á la princesa Budur.

En cuanto á Kamaralzamán, llegó hasta el pórtico del palacio...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 200.ª NOCHE

Ella dijo:

...llegó hasta el pórtico del palacio, y ante la muchedumbre hacinada en la plaza y los guardias y porteros, clamó en alta voz:

{220}

¡Soy el astrólogo ilustre, el mágico digno de memoria!

¡Soy la cuerda que levanta los velos más espesos y la llave que abre armarios y cajones!

¡Soy la pluma que traza caracteres en los amuletos y en los libros de hechicería!

¡Soy la mano que extiende la arena adivinatoria y extrae la curación del fondo de los tinteros!

¡Soy el que da sus virtudes á los talismanes y por medio de la palabra alcanza todas las victorias!

¡Desvío hacia los emuntorios todas las enfermedades; no utilizo inflamatorios, ni vomitorios, ni estornudatorios, ni infusorios, ni vejigatorios!

¡No uso oraciones, jaculatorias, ni palabras evocadoras, ni fórmulas propiciatorias, y así obtengo curas rápidas y meritísimas!

¡Soy el mágico notorio, digno de recordación; acudid á mí todos! ¡No pido propina, ni óbolo remunerador, pues todo lo hago por la gloria!

Cuando los habitantes de la ciudad, los guardias y los porteros oyeron la proclama, se quedaron estupefactos; pues desde la ejecución sumarísima de los cuarenta médicos, creían que tal raza se había extinguido, tanto más cuanto que no habían vuelto á ver médicos ni magos.

Así es que todos rodearon al joven astrólogo, y al ver su hermosura, y su tez fresquísima, y sus demás perfecciones, quedaron encantados y desconsolados al mismo tiempo, porque temieron que sufriera igual suerte que sus antecesores. Y los que estaban más cerca del carro cubierto de terciopelo, {221} en el cual se le veía de pie, le suplicaron que se alejase del palacio, y le dijeron: «Señor mago, ¡por Alah! ¿no sabes lo que te espera si recorres mucho estos lugares? El rey te mandará para que pruebes tu ciencia con su hija. ¡Desdichado! ¡Sufrirás entonces la suerte de todos esos cuyas cabezas cortadas cuelgan precisamente encima de ti!»

Pero á tales conjuros, respondía Kamaralzamán gritando más alto:

¡Soy el mago ilustre, digno de recordación! ¡No uso jeringas ni fumigaciones! ¡Oh vosotros todos, venid á verme!

Entonces todos los circunstantes, aunque convencidos de la ciencia del astrólogo, seguían temiendo que fracasara contra aquella enfermedad sin remedio.

De modo que se pusieron muy tristes, diciéndose unos á otros: «¡Qué lástima de juventud!»

A todo esto, el rey, al oir el tumulto en la plaza y al ver el gentío que rodeaba al astrólogo, dijo al visir: «¡Ve pronto á buscar á ese hombre!» Y el visir ejecutó inmediatamente la orden.

Cuando Kamaralzamán llegó á la sala del trono, besó la tierra entre las manos del rey, y empezó por dirigirle este ditirambo:

En ti están reunidas las ocho cualidades que obligan á inclinar la frente al más sabio : {222}

La ciencia, la fuerza, el poderío, la generosidad, la elocuencia, la sagacidad, la fortuna y la victoria.

Encantado quedó el rey Ghayur cuando hubo oído tales alabanzas, y miró atentamente al astrólogo. Y era tal la hermosura de éste, que el rey cerró los ojos un momento, luego los volvió á abrir, y le dijo: «¡Siéntate á mi lado!» Después le dijo: «¡Mira, hijo mío, mejor estarías sin ese traje de médico! ¡Y mucho me alegraría de casarte con mi hija si consiguieras curarla! ¡Pero dudo de que lo logres! ¡Y como he jurado que nadie conservaría la vida después de haber visto la cara de la princesa, á no ser que la alcanzara por esposa, me vería obligado, muy contra mi gusto, á hacerte sufrir la misma suerte que á los cuarenta que te han precedido! ¡Contesta, pues! ¿Te allanas á las condiciones impuestas?»

Oídas estas palabras, Kamaralzamán dijo: «¡Oh rey afortunado! ¡vengo desde muy lejos á este país próspero para ejercer mi arte y no para callar! ¡Sé lo que arriesgo, pero no retrocederé!» Entonces el rey dijo al jefe de los eunucos: «¡Ya que insiste, guíale á la habitación de la princesa!»

Entonces ambos fueron al aposento de la princesa, y el eunuco, al ver que el joven apresuraba el paso, le dijo: «¡Infeliz! ¿Crees de veras que llegarás á ser yerno del rey?» Kamaralzamán dijo: «¡Así lo espero! Y además, estoy tan seguro de ganar, que sin moverme de aquí puedo curar á la princesa, demostrando á toda la tierra mi habilidad {223} y mi sabiduría.» Oídas estas palabras, el eunuco, en el colmo del asombro, le dijo: «¡Cómo! ¿Puedes curarla sin verla? ¡Gran mérito el tuyo si es así!» Kamaralzamán dijo: «Aunque el deseo de ver á la princesa, que ha de ser mi esposa, me mueva á penetrar inmediatamente en su aposento, prefiero obtener su curación quedándome detrás del cortinaje de su cuarto.» El eunuco dijo: «¡Más sorprendente será la cosa!»

Entonces Kamaralzamán se sentó en el suelo, detrás del cortinaje del cuarto de Sett Budur, sacó del cinturón un pedazo de papel y recado de escribir, y redactó la siguiente carta...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 204.ª NOCHE

Ella dijo:

...sacó del cinturón un pedazo de papel y recado de escribir, y redactó la siguiente carta:

« Estos renglones son de mano de Kamaralzamán, hijo del sultán Schahramán, rey de las tierras y de los océanos en los países musulmanes de las islas de Khaledán , {224}

» A Sett Budur, hija del rey Ghayur, señor de El-Buhur y El-Kussur, para expresarle sus penas de amor.

»Si hubiera de decirte ¡oh princesa! todo lo abrasado que está este corazón que heriste, no habría en la tierra cañas bastante duras para trazar sobre el papel afirmación tan osada. Pero sabe ¡oh adorable! que si se agotara la tinta, mi sangre no se agotaría, y con su color hubiera de expresarte mi interna llama, esta llama que me consume desde la noche mágica en que se me apareciste en sueños y me cautivaste para siempre.

»Dentro de este pliego va la sortija que te pertenecía. Te la mando como prueba cierta de que yo soy el quemado por tus ojos, el amarillo como azafrán, el hirviente como volcán, el sacudido por las desventuras y el huracán, que grita hacia ti Amán , firmando con su nombre, Kamaralzamán .

»Habito en la ciudad en el gran khan.»

Escrita ya la carta, Kamaralzamán la dobló, metiendo en ella diestramente la sortija; la cerró, y luego entregósela al eunuco, que fué inmediatamente á dársela á Sett Budur, diciéndole: «Ahí detrás de la cortina ¡oh mi señora! hay un joven astrólogo tan temerario, que pretende curar á la gente sin verla. He aquí, por cierto, lo que para ti me entregó.»

Pero apenas abrió la carta la princesa Budur, {225} cuando reconoció la sortija, y dió un grito agudo; y después, enloquecida, atropelló al eunuco y corrió á levantar la cortina, y á la primera ojeada reconoció también en el joven astrólogo al hermoso adolescente á quien se había entregado toda durante su sueño. Y tal fué su alegría, que entonces sí que le faltó poco para volverse loca de veras. Echóse al cuello de su amante, y ambos se besaron como dos palomos separados durante mucho tiempo.

Al ver aquello, el eunuco fué á escape á avisar al rey lo que acababa de ocurrir, diciéndole: «Ese astrólogo joven es el más sabio de todos los astrólogos. Acaba de curar á tu hija sin verla siquiera, quedándose detrás del cortinaje.» Y el rey exclamó: «¿Es verdad eso que me cuentas?» El eunuco dijo: «¡Oh señor mío, puedes ir á comprobarlo con tus propios ojos!»

Entonces el rey se dirigió inmediatamente al cuarto de su hija, y vió que, en efecto, era una realidad lo dicho. Y se regocijó tanto, que besó á su hija entre los dos ojos, porque la quería mucho, y besó también á Kamaralzamán, y después le preguntó de qué tierra era. Kamaralzamán le contestó: «De las islas de Khaledán, y soy el propio hijo del rey Schahramán.» Y refirió al rey Ghayur toda su historia con Sett Budur.

Cuando la oyó, exclamó el rey: «¡Por Alah! Esta historia es tan pasmosa y maravillosa, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, sería motivo de asombro para quienes la leyeran {226} con atención.» E inmediatamente la mandó escribir en los anales por los escribas más hábiles de palacio, para que se transmitiera de siglo en siglo á todas las generaciones futuras.

En el acto mandó llamar al kadí y á los testigos, para que se extendiera sin demora el contrato de matrimonio de Sett Budur con Kamaralzamán. Y mandó adornar é iluminar la ciudad siete noches y siete días; y se comió, y se bebió, y se disfrutó; y Kamaralzamán y Sett Budur llegaron al colmo de sus anhelos, y se amaron recíprocamente durante mucho tiempo entre fiestas, bendiciendo á Alah el Bienhechor.

Pero una noche, después de cierto festín al cual habían sido invitados los principales personajes de las islas exteriores é interiores, y cuando Kamaralzamán había disfrutado de manera todavía más grata que la acostumbrada de las suntuosidades de su esposa, tuvo, dormido ya, un sueño en el cual vió á su padre, el rey Schahramán, que se le aparecía con la cara bañada en llanto, y le decía tristemente: «¿Cómo me abandonas así, ya Kamaralzamán? ¡Mira! ¡Voy á morir de dolor!»

Entonces Kamaralzamán se despertó sobresaltado, y despertó también á su esposa, y empezó á exhalar hondos suspiros. Y Sett Budur, ansiosa, le preguntó: «¿Qué te pasa, ojos míos? Si te duele el vientre, te haré en seguida un cocimiento de anís é hinojo. Y si te duele la cabeza, te pondré en la frente paños de vinagre. Y si has comido demasiado por {227} la noche, te colocaré encima del estómago un panecillo caliente envuelto en una servilleta, y te daré á beber un poco de agua de rosas mezclada con jugo de otras flores...»

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 206.ª NOCHE

Ella dijo:

»...y te daré á beber un poco de agua de rosas mezclada con jugo de otras flores.» Kamaralzamán contestó: «Tenemos que marcharnos mañana ¡oh Budur! á mi país, cuyo rey, mi padre, está enfermo. Acaba de aparecérseme en sueños, y me aguarda allá llorando.» Budur contestó: «¡Escucho y obedezco!» Y aunque todavía era de noche, se levantó en seguida y fué en busca de su padre, el rey Ghayur, que estaba en el harén, y á quien con el eunuco mandó recado de que tenía que hablarle.

El rey Ghayur, al ver aparecer la cabeza del eunuco á aquellas horas, se quedó estupefacto, y le dijo: «¿Qué desastre vienes á anunciarme, ¡oh cara de alquitrán!?» El eunuco contestó: «La princesa Budur desea hablar contigo.» Él contestó: «Aguarda que me ponga el turbante.» Después de lo cual {228} salió, y dijo á Budur: «Hija mía, ¿qué clase de pimienta has tragado, para estar en movimiento á estas horas?» Ella contestó: «¡Oh padre mío! Vengo á pedirte permiso para salir al amanecer hacia el país de Khaledán, reino del padre de mi esposo Kamaralzamán.» El rey dijo: «No me opongo, con tal de que vuelvas pasado un año.» Ella dijo: «¡Si, por cierto!» Y dió gracias á su padre por el permiso, besándole la mano, y llamó á Kamaralzamán, que también le dió las gracias.

Y al amanecer del día siguiente estaban hechos los preparativos, enjaezados los caballos y cargados los dromedarios y camellos. Entonces el rey Ghayur se despidió de su hija Budur y la recomendó mucho á su esposo, y les regaló numerosos presentes de oro y diamantes, y los acompañó durante algún tiempo. Tras de lo cual regresó á la ciudad, no sin haberles encargado, llorando, que se cuidaran mucho, y les dejó seguir su camino.

Entonces Kamaralzamán y Sett Budur, después del llanto de la despedida, no pensaron más que en la alegría de ver al rey Schahramán. Y viajaron el primer día, y el segundo, y el tercero, y así sucesivamente hasta el día trigésimo. Llegaron entonces á un prado muy agradable, que les gustó hasta el punto de que mandaron armar el campamento allí para descansar un día ó dos. Y no bien estuvo dispuesta y armada junto á una palmera la tienda de Sett Budur, cansada ésta, entró en seguida en ella, tomó un bocado y no tardó en dormirse. {229}

Cuando Kamaralzamán acabó de dar órdenes y de mandar armar las otras tiendas mucho más lejos, para que él y Budur pudieran disfrutar del silencio y la soledad, penetró á su vez en la tienda, y vió dormida á su joven esposa. Y al verla se acordó de la primera noche milagrosa pasada con ella en la torre.

Porque en aquel momento Sett Budur aparecía tendida en la alfombra de la tienda, colocada la cabeza en un almohadón de seda escarlata. No tenía encima más que una camisa de color claro, de gasa fina, y el ancho calzón de tela de Mosul. Y de cuando en cuando la brisa entreabría hasta el ombligo la ligera camisa, y todo el hermoso vientre surgía blanco como la nieve, ostentando en los sitios delicados hoyuelos lo bastante anchos para contener cada uno una onza de nuez moscada.

Y Kamaralzamán, encantado, no pudo dejar de recordar estos versos deliciosos del poeta:

¡Cuando duermes en la púrpura, tu rostro claro es como la aurora, y tus ojos como los cielos marinos!

¡Cuando tu cuerpo, vestido de narcisos y rosas, se yergue ó se alarga flexible, no lo igualaría la palmera que crece en Arabia!

¡Cuando tu fina cabellera, en la cual arden las pedrerías, cae maciza ó se despliega leve, no hay seda que valga lo que su tejido natural!

Después recordó asimismo este poema admirable, que acabó de llevarle al límite del éxtasis: {230}

¡Durmiente! ¡Magnífica es la hora en que las palmas abiertas beben la claridad! ¡Mediodía sin aliento! ¡Un zángano de oro aspira una rosa desfallecida! ¡Sueñas! ¡Sonríes! ¡No te muevas!

¡No te muevas! ¡Tu delicada piel dorada colorea con sus reflejos la gasa diáfana; y los rayos del sol, vencedores de las palmas, te penetran, ¡oh diamante! y al atravesarte te iluminan! ¡Ah! ¡No te muevas!

¡No te muevas! ¡Deja respirar así á tus senos, que se alzan y descienden como las olas del mar! ¡Oh! ¡Tus senos nevados! ¡Quiero aspirarlos como la espuma marina y la sal blanca! ¡Ah! ¡Deja respirar á tus senos!

¡Deja respirar á tus senos! ¡El arroyo risueño reprime sus risas; el zángano interrumpe su zumbido en la flor; y mi mirada quema las dos uvas color granate de tus pechos! ¡Oh! ¡Deja que mis ojos ardan!

¡Deja que mis ojos ardan! ¡Pero que mi corazón se ensanche bajo las palmas afortunadas, con tu cuerpo macerado en las rosas y el sándalo, con todo el beneficio de la soledad y la frescura del silencio!

Después de haber recitado estos versos, Kamaralzamán sintió ardiente deseo de su esposa dormida, de la cual no podía cansarse, así como el sabor fresco del agua pura es siempre delicioso para el paladar del sediento. Inclinóse, pues, hacia ella, y le desató el cordón de seda que le sujetaba el calzón; y alargaba ya la mano hacia la sombra cálida de los muslos, cuando notó que un cuerpecillo duro le rodaba por entre los dedos. Lo cogió, y vió que {231} era una cornalina atada á una hebra de seda precisamente encima del valle de las rosas. Y Kamaralzamán quedó muy asombrado, y dijo para sí: «¡Si esta cornalina no tuviera virtudes extraordinarias y no fuera un objeto muy querido para Budur, no la habría conservado con tanto esmero, ni la habría ocultado precisamente en el sitio más precioso de su cuerpo! ¡Será para no separarse de ella! ¡Sin duda le ha debido dar esta piedra su hermano Marzauán para preservarla del mal de ojo y los abortos!»

Luego Kamaralzamán, sin proseguir las caricias empezadas, sintió tal tentación de examinar mejor la piedra, que desató la seda que la sujetaba, la sacó, y salió de la tienda para mirarla á la luz. Y vió que la cornalina, tallada en cuatro facetas, estaba grabada con caracteres talismánicos y figuras desconocidas. Y al colocársela á la altura de los ojos para examinar mejor sus pormenores, un ave grande se precipitó de pronto desde lo alto de los aires, y en un giro rápido como el relámpago, se la arrancó de la mano...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

{232}

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 207.ª NOCHE

Ella dijo:

...y en un giro rápido como el relámpago, se la arrancó de la mano. Después fué á posarse, algo más lejos, en la copa de un árbol alto, y le miró inmóvil y burlona, sujetando con el pico el talismán.

Ante aquel desastroso accidente la estupefacción de Kamaralzamán fué tan honda, que abrió la boca y estuvo largo rato sin poder moverse, pues á su vista pasó todo el dolor con que presentía afligida á Budur al saber la pérdida de una cosa que indudablemente debía estimar mucho. Así es que Kamaralzamán, repuesto de su sorpresa, no vaciló un instante. Cogió una piedra y corrió hacia el árbol en que se había posado el ave. Llegó á la distancia necesaria para tirarle la piedra al ladrón, y ya levantaba la mano apuntándole, cuando el ave saltó del árbol y fué á posarse en otro algo más lejano. Entonces Kamaralzamán la persiguió, y el ave voló y fué al tercer árbol. Y Kamaralzamán dijo para sí: «¡Ha debido ver que llevo una piedra en la mano! Voy á tirarla para que comprenda que no quiero hacerle daño.» Y tiró la piedra á lo lejos.

Cuando el ave vió que Kamaralzamán tiraba la piedra, saltó al suelo, pero manteniéndose de todos {233} modos á cierta distancia. Y Kamaralzamán pensó: «¡Ahí me está esperando!» Y se acercó á ella con rapidez, pero al ir á tocarla con la mano, el ave saltó algo más lejos. Y Kamaralzamán saltó detrás de ella. Y el ave saltó y Kamaralzamán saltó, y el ave saltó y Kamaralzamán saltó, y así sucesivamente, horas y horas, de valle en valle y de collado en collado, hasta que anocheció. Entonces Kamaralzamán exclamó: «¡No hay más recurso que en Alah Todopoderoso!» Y se paró, sin aliento. Y el ave también se paró, pero algo más lejos, en la cima de un montecillo.

En aquel momento, Kamaralzamán notó humedad en la frente, más de desesperación que de cansancio, y pensó que tal vez haría mejor en regresar al campamento. Pero dijo para sí: «Mi amada Budur sería capaz de morirse de pena si le anunciase la pérdida irremediable de este talismán, de virtudes desconocidas para mí, pero que para ella deben ser esenciales. Y además, si me volviera ahora que la niebla es tan densa, me expondría á extraviarme ó á que me atacasen las alimañas nocturnas.» Sumido entonces en pensamientos tan desconsoladores, no sabía qué resolución tomar, y se tendió en el suelo, llegando al límite del aniquilamiento. Pero no dejó de observar al ave, cuyos ojos brillaban de una manera extraña en la oscuridad; y cada vez que hacía un ademán ó se levantaba pensando sorprenderla, el ave sacudía las alas y daba un chillido como para avisarle que le veía. De modo que Ka {234} maralzamán, vencido por la fatiga y la emoción, se dejó dominar del sueño hasta por la mañana. Y en cuanto despertó, decidió pillar á todo trance al ave ladrona, y empezó á perseguirla; y se repitió la misma carrera, con igual resultado que en la víspera. Y Kamaralzamán, cuando anocheció, empezó á golpearse, exclamando: «¡La perseguiré mientras me quede un hálito de vida!» Y recogió algunas plantas y hierbas, conformándose con alimentarse de ellas. Y se durmió, acechando al ave, y acechado también por los ojos que brillaban en la oscuridad.

Y al día siguiente se reprodujo la misma persecución, y así continuaron hasta el décimo día, desde por la mañana hasta por la noche; pero al amanecer el undécimo día, atraído sin cesar por el vuelo del ave, Kamaralzamán llegó á las puertas de una ciudad situada junto al mar. Entonces se paró el ave, dejó la cornalina talismánica en el suelo, delante de él, lanzó tres gritos que significaban «Kamaralzamán», volvió á coger la cornalina con el pico, se elevó por el aire, siguió subiendo y alejándose, y desapareció por encima del mar.

Al ver aquello, Kamaralzamán se sintió presa de una ira tal, que se tiró al suelo de bruces, y lloró durante largo rato, sacudido por los sollozos.

Pasadas algunas horas en tal estado de angustia, se decidió á levantarse, y fué hasta el arroyo que corría cerca de allí para lavarse las manos y la cara y hacer sus abluciones; después se encaminó á la ciudad, pensando en el dolor de su amada Budur {235} y en todas las suposiciones que estaría haciendo sobre su desaparición y la del talismán. Y se recitaba poemas acerca de la separación y las penas de amor, como el siguiente, entre otros mil:

Para no escuchar á los envidiosos que me censuraban y me decían: ¡Sufres porque amas á un ser demasiado hermoso! ¡Quien es tan hermoso como ese ser, se antepone á todo amor!

Para no escucharlos, me he tapado todas las aberturas de los oídos, y les he dicho: ¡Lo he escogido entre mil, es verdad! ¡Cuando el Destino nos tiene en su poder, perdemos la vista y hacemos la elección entre tinieblas!

Después Kamaralzamán traspuso las puertas y entró en la ciudad. Empezó á andar por las calles, sin que ninguno de los numerosos habitantes con quienes se cruzaba le mirara con afabilidad, como acostumbran á hacer los musulmanes con los extranjeros. Siguió, pues, su camino, y llegó de tal modo á la puerta opuesta de la ciudad, por la cual se salía para ir á los jardines.

Como encontró abierta la puerta de un jardín más grande que los demás, entró en él, y vió que se le acercaba el jardinero, que fué el primero que le saludó, según la fórmula de los musulmanes. Y Kamaralzamán correspondió á sus deseos de paz, y respiró á gusto oyendo hablar en árabe. Y después del cambio de zalemas, Kamaralzamán preguntó al viejo: «Pero ¿por qué tienen unas caras tan hurañas {236} y unas maneras tan frías, tan heladas y tan poco hospitalarias todos esos habitantes?» El buen anciano contestó: «¡Bendito sea Alah, hijo mío, por haberte sacado sin detrimento de sus manos! Los que habitan en esta ciudad son invasores procedentes de los países negros de Occidente; llegaron un día por mar, desembarcando de improviso, y mataron á todos los musulmanes que vivían en nuestra ciudad. Adoran cosas extraordinarias é incomprensibles; hablan en un lenguaje oscuro y bárbaro, y comen cosas podridas que huelen mal, como el queso corrompido y la caza pasada; y no se lavan nunca, porque al nacer, unos hombres muy feos y vestidos de negro les riegan el cráneo con agua, y esta ablución, acompañada por ademanes extraños, les dispensa de cualquiera otra ablución durante el resto de sus días. De modo que esta gente, para no sentir nunca la tentación de lavarse, empezaron por destruir todo hammam y toda fuente pública, y en el lugar que ocupaban edificaron tiendas servidas por zorras, que venden como bebida un líquido amarillo con espuma, que debe ser de orines fermentados, ó cosa peor todavía. En cuanto á sus mujeres, ¡oh hijo mío! son la calamidad más abominable. Tampoco se lavan, lo mismo que los hombres; pero en cambio se blanquean la cara con cal apagada y cascarones de huevo pulverizados; además, tampoco llevan paño ni pantalón que las libre por abajo del polvo del camino; así es que resulta pestilente acercarse á ellas, y todo el fuego del infierno no basta {237} ría á limpiarlas. He aquí, hijo mío, entre qué gente acabo una existencia que me costó gran trabajo salvar del desastre. ¡Pues aquí donde me ves, soy el único musulmán que queda vivo! ¡Pero demos gracias al Altísimo, que nos hizo nacer con creencias tan puras como el cielo del cual proceden!»

Dichas estas palabras, el jardinero se figuró, por el aspecto cansado del joven, que debía de tener hambre; le llevó á su modesta casa, al fondo del jardín, y con sus propias manos le dio de comer y beber. Después de lo cual le interrogó discretamente por la causa de su llegada...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ
LA 208.ª NOCHE

Ella dijo:

...por la causa de su llegada.

Kamaralzamán, lleno de agradecimiento á la bondad del jardinero, no le ocultó nada de su historia, y acabó su relato prorrumpiendo en llanto.

El viejo hizo cuanto pudo por consolarle, y le dijo: «Hijo mío, la princesa Budur te habrá precedido seguramente en el reino de tu padre, el país de Khaledán. Aquí en mi casa encontrarás buena aco {238} gida, asilo y reposo, hasta que algún día Alah envíe una nave que pueda transportarte á la isla más cerca de aquí, que se llama la isla de Ébano. Y entonces, como de la isla de Ébano hasta el país de Khaledán la distancia no es muy grande, encontrarás muchos barcos para llegar á él. De modo que desde hoy iré diariamente al puerto hasta que encuentre un mercader que consienta en hacer contigo el viaje á la isla de Ébano, pues para encontrar uno que quisiera ir al país de Khaledán, habría que aguardar años y años.»

Y el jardinero no dejó de hacerlo como había dicho; pero pasaron días y meses sin que pudiese encontrar un barco que saliera para la isla de Ébano.

Esto en cuanto á Kamaralzamán.

Pero respecto á Sett Budur, le ocurrieron cosas tan maravillosas y sorprendentes, ¡oh rey afortunado! que me apresuro á hablarte de ella. ¡Verás!

Efectivamente, en cuanto Sett Budur se despertó, su primer movimiento fué abrir los brazos para estrechar entre ellos á Kamaralzamán. Y su asombro fué grande al no encontrarle á su lado, y extraordinaria su sorpresa al enterarse de que el calzón se le había desatado y el cordón de seda había desaparecido con la cornalina talismánica. Pero creyó que Kamaralzamán, que todavía no la había visto, la habría sacado afuera para mirarla mejor. Y aguardó pacientemente.

Cuando, pasado un buen rato, vió que Kama {239} ralzamán no volvía, empezó á alarmarse mucho, y pronto apoderóse de ella una aflicción inconcebible. Y cuando llegó la noche sin que hubiera regresado Kamaralzamán, ya no supo qué pensar de aquella desaparición, pero dijo para sí: «¡Ya Alah! ¿Qué cosa tan extraordinaria habrá podido obligar á Kamaralzamán á alejarse, cuando no puede pasar una hora apartado de mí? Pero ¿por qué se habrá llevado el talismán? ¡Ah! ¡Maldito talismán! ¡tú eres la causa de nuestra desdicha! ¡Y á ti, maldito Marzauán, confúndate Alah por haberme regalado una cosa tan funesta!»

Pero cuando Sett Budur vió que pasados dos días no regresaba su esposo, en vez de aturdirse, como lo habría hecho cualquier mujer en tales circunstancias, encontró dentro de la desgracia una firmeza de la cual no suelen estar provistas las personas de su sexo. Nada quiso decir á nadie respecto á su desaparición, por temor á que sus esclavas la traicionasen ó la sirvieran mal; ocultó su dolor dentro del alma, y prohibió á la doncella que la acompañaba que dijera palabra de ello. Después, como sabía que se parecía perfectamente á Kamaralzamán, abandonó en seguida su traje de mujer, cogió de un cajón la ropa de Kamaralzamán, y empezó á vestírsela.

Lo primero que se puso fué un hermoso ropón rayado, bien ajustado á la cintura, y que dejaba el cuello al aire; se ciñó un cinturón de filigrana de oro, en el cual colocó un puñal con mango de jade incrustado de rubíes; envolvióse la cabeza en un {240} pañuelo de seda de muchos colores, que se apretó á la frente con una triple cuerda de pelo sedoso de camello joven, y hechos tales preparativos, cogió un látigo, cimbreó la cintura, y mandó á su esclava que se vistiera con la ropa que Budur acababa de quitarse, y que anduviera detrás de ella. De tal modo, todo el mundo, al ver á la doncella, podía decir: «¡Es Sett Budur!» Salió entonces de la tienda, y dió la señal de marcha.

Sett Budur, disfrazada de Kamaralzamán, se puso á viajar, seguida por su escolta, durante días y noches, hasta que llegó á una ciudad situada á orillas del mar. Entonces mandó armar las tiendas á las puertas de la plaza, y preguntó: «¿Cuál es esta ciudad?» Y le contestaron: «Es la capital de la isla de Ébano.» Preguntó otra vez: «¿Cuál es su rey?» Y contestaron: «Se llama el rey Armanos.» Volvió á preguntar: «¿Tiene hijos?» Y le contestaron: «Tiene sólo una hija, la virgen más hermosa del reino, y su nombre es Hayat-Alnefus...» [E] .

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

ÍNDICE

Páginas
HISTORIA ENCANTADORA DE LOS ANIMALES Y DE LAS AVES 9-66
Empieza en la 146.ª noche y termina en la 151.ª, y contiene:
CUENTO DE LA OCA, EL PAVO REAL Y LA PAVA REAL 9-27
EL PASTOR Y LA JOVEN 28-32
CUENTO DE LA TORTUGA Y EL MARTÍN PESCADOR 32-37
CUENTO DEL LOBO Y EL ZORRO 37-50
Se encuentra intercalado:
EL CUENTO DEL HALCÓN Y LA PERDIZ 44-45
CUENTO DEL RATÓN Y LA COMADREJA 51-53
CUENTO DEL CUERVO Y EL GATO DE ALGALIA 53-55
CUENTO DEL CUERVO Y EL ZORRO 55-66
Comprende intercalado:
LA PULGA Y EL RATÓN 57-63
EL BUITRE 64
EL GORRIÓN 65-66
HISTORIA DE ALÍ BEN-BEKAR Y LA BELLA SCHAMSENNAHAR 69-143
Empieza en la 152.ª noche y termina al final de la 169.ª
HISTORIA DE KAMARALZAMÁN Y LA PRINCESA BUDUR, LA LUNA MÁS BELLA ENTRE TODAS LAS LUNAS 145-240

Comprende en este tomo desde la 170.ª noche hasta la 208.ª

NOTAS:

[A] Sol de un día hermoso.

[B] Obsérvese que desde este momento el joyero es quien hace el relato, sin transición.

[C] La Luna del Siglo.

[D] Como las noches anteriores ocupan cada una pocos renglones en el texto árabe, he suprimido las indicaciones de su orden numérico para no interrumpir el relato con demasiada frecuencia. Lo mismo procederé en adelante, siempre que se presente el mismo caso.— N. del T.

[E] Vida de las Almas.